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CAPITULO 14 Juegos Peligrosos

Aviso: sangre y violencia explicita  en este capitulo.



A las once de la noche, la torre norte se encontró envuelta en un manto de oscuridad densa y silenciosa. El cielo estaba adornado con estrellas titilantes, y la luna llena lanzaba una pálida luz que apenas se filtraba a través de las ventanas altas. En las calles del castillo, los guardias patrullaban con paso firme, sus linternas parpadeando como luciérnagas en la penumbra.

En medio de esa tranquilidad nocturna, una sombra ágil y veloz se mueve de manera sigilosa por los rincones más oscuros de la torre. Sus pasos eran como susurros en el viento, y sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, se deslizaban por los pasillos en busca de su objetivo. Sabía que era el momento. Se descubrió que ninguno de los guardias había detectado su presencia, a pesar de ser considerados los mejores.

—Vaya fracaso —pensó para sí mismo—. Tendré que reprenderlos mañana.

Pero Reinald no quería perder más tiempo en esos inútiles guardias. Su mente estaba centrada en el desafío que tenía por delante, y una sonrisa de confianza se dibujó en su rostro.

—Este es mi juego, y siempre gano —se dijo a sí mismo.

Siguió avanzando por los pasillos, alejándose cada vez más del castillo, mientras los guardias, ajenos a su presencia, observaban cómo el viento jugueteaba con su cabello en la noche.

Una sombra se movía al unísono con la suya, saltando por los tejados de las casas. Ambos se acercaban inevitablemente, y Reinald no sabía con certeza quién lo seguía. Aparte de él y los guardias, no debería haber nadie más en las calles.

—Yo, por supuesto, el príncipe Reinald, no permitiría ningún infractor en mi reino —pensó con una confianza absoluta.

A punto de alcanzar al intruso, Reinald le preguntó desde atrás:

—Oye, tú, identifícate.

El intruso no se detuvo, e incluso aumentó su velocidad. Antes de alejarse demasiado, se volvió hacia Reinald, y bajo la luz de la luna, el príncipe pudo vislumbrar una sonrisa sarcástica en su rostro.

—Atrápame si quieres saberlo, su majestad —respondió de manera desafiante.

—Claro que te atraparé —pensó Reinald con determinación.

Continuó persiguiéndolo. El intruso era veloz, pero no lo suficiente como para escapar del príncipe.

Después de un rato de juegos, Reinald sintió que era el momento adecuado. Estaban a punto de cruzar el puente viejo, y sabía que era hora de poner fin a la persecución.

—Si sigo jugando, se me escapará —pensó para sí mismo.

La ciudad se extendía ante ellos en silencio, sus habitantes ajenos a la intensa persecución que se llevaba a cabo en los altos tejados. Cada salto, cada giro, era una danza aérea de destreza y agilidad.

Reinald extendió su mano y logró agarrar la capa del perseguidor. Con un tirón rápido, lo derribó, haciendo que ambos caigan al suelo. Se encontró encima de él y pudo notar que llevaba una capa negra que lo cubría casi por completo, pero dejaba al descubierto parte de su atuendo inferior: un short y medias, además de unos zapatos bajitos.

—Entonces es una mujer —pensó, aunque aún no le había quitado la capucha.

Pudo escuchar su risa desde debajo de él.

—¿De qué te ríes? ¿Crees que esto es gracioso? —le preguntó con cierta molestia.

Ella respondió con sarcasmo:

—Dijiste que me atrapaste, ¿no querrás decir que yo te atrapé a ti?

Asombrado por las palabras de la chica, Reinald le respondió con firmeza:

-¿What? Déjate de juegos. Dime quién eres y qué hacías a estas horas en mi ciudad.

Ella estalló en risas, más fuerte que antes, lo que irritó aún más a Reinald.

—No dejaré que me pueda así —pensó.

Parecía que la chica había leído sus pensamientos, ya que le contestó burlonamente:

—Inténtalo si puedes, rey.

La provocación fue suficiente para hacer que Reinald sacara su espada y la atacara de inmediato. Sin darse cuenta de cuándo ocurrió, notó que habían cambiado de posición. Ella se alejó rápidamente de él, esquivando su espada que había estado demasiado cerca.

—Es rápida —pensó Reinald, ya que casi nadie solía escapar de su espada.

Continuó atacando, y ella seguía esquivando con sorprendente facilidad. Cada vez que se movía, parecía soltar una risa burlona.

—Es suficiente, tengo que sacar información sobre cómo lo hace —decidió Reinald.

Después de un rato, la chica comenzó a contraatacar. Sus puños volaban como ráfagas de viento, buscando cada oportunidad para golpear a su oponente. Además, sostenía una daga en su mano, que esgrimía con destreza y precisión. Reinald, por su parte, se defendía con su espada, bloqueando los ataques de la chica con movimientos fluidos y ágiles. Cada choque entre la daga y la espada creaba destellos de chispas en la oscuridad de la noche, mientras los dos luchaban con intensidad en los tejados iluminados por la luz de la luna.

—Bueno, al menos ya no solo esquiva —pensó Reinald mientras se preparaba para el siguiente golpe.

Reinald logró golpearla en el brazo, rasgando su capa en el proceso. En un segundo movimiento, le conectó un puñetazo cerca de su rostro, pero, sorprendentemente, ella no retrocedió. Solo el viento de esa noche hizo que su capucha cayera, revelando su identidad. Reinald la miró con asombro y felicidad en los ojos.

—Tardaste —le dijo, feliz y maravillado.

Ella notó la expresión de duda en su rostro y le contestó:

—¿Acaso no me reconociste desde el principio?

Reinald seguía aturdido por lo que estaba viendo, pero estaba disfrutando cada momento de ese encuentro.

—No digas tonterías —se quejó.

Después de un rato, comenzó a sentir sueño.

—Sueño, qué extraño —pensó mientras dejaban de pelear por un momento y observaba el cielo.

Notó la luna, que brillaba intensamente. Entonces, se dio cuenta del tiempo con tristeza:

—¡Es esa noche! —susurró.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Acaso le temas a la luna? —preguntó.

Rápidamente le respondió que no:

—No es eso, es complicado.

Decidieron dejarlo para otra ocasión. Se alejó de ella, pero antes de irse, ella le recomendó que no llegara tarde la próxima vez. Solo repetía en su mente:

—No digas mi nombre, no me sigas. No digas mi nombre, no te atrevas a seguirme.

—Re... Reina... —escuchó el último llamado, y su último pensamiento fue "no digas mi nombre".

Un dolor en el pecho se apoderó de él por completo, sintió los ojos pesados ​​y vio cómo ella se acercaba. Aun mareado, intentó decirle que se alejara de él, pero se acercó aún más. Se tumbó junto a él en el suelo y le preguntó:

—¿Por qué?

Ella lo miró con una expresión confundida y él le respondió:

—Porque dijiste mi nombre.

La oscuridad lo envolvió por completo.

—¿Acaso es algo malo? —preguntó la chica.

Se había agotado el tiempo. La persona a la que había nombrado, la persona con la que había hablado, con la que había luchado y reído, la persona que tenía delante de ella, no era Reinald.

—Para ti sí, Nanami —respondió Reinald en su último vestigio de conciencia.

Sin embargo, una risa malévola brotó de los labios de Reinald, revelando la presencia de la otra entidad que había tomado el control.

—Maldita, ¿por qué me ha despertado? —exclamó con furia.

Nanami, desconcertada, respondió:

-¿What? Tú eres el que se desmayó en medio de la calle, no yo. Además, tú fuiste el que llegó tarde.

— ¿Cómo te atreves a despertarme? —respondió con molestia.

— ¿Despertarme? Siempre a estas horas estás despierto —Nanami estaba cada vez más confundida y no sabía qué significaban todas esas palabras de su amigo.

—Pero, ¿qué estás diciendo? ¿Acaso te golpeé fuerte o algo así?

—Cállate. acércate amí. Ahora, como pago por despertarme, me darás tu sangre —el sujeto se acercó rápidamente a Nanami, agarrándola del brazo con fuerza.

Nanami pensó por un momento y luego dijo con seriedad:

—Bien, Reinald, deja de jugar. Si nos apuramos, se darán cuenta de que no estás en el castillo, y a mí me meterán en problemas. Si no quieres que nos descubran, será mejor que volvamos ahora.

Reinald se detuvo por un momento y la miró con extrañeza.

—Te has vuelto algo mandona , pequeña, pero aún así pagarás con sangre por despertarme. —El chico no dudó y se lanzó sobre Nanami, que estaba desprevenida.

Nanami intentó apartarse de su brazo, pero no pudo. Finalmente, logró golpearlo en el rostro, liberándose de su agarre, y corrió tan rápido como pudo. No quería enfrentarse a su amigo en ese estado. Reinald dejó de seguirla por un momento, levantó su mano, la miró con una expresión triste y dijo:

—Esta es la última vez que despierto tan pronto.

Nanami, sin saber qué hacer, solo pudo alejarse rápidamente.

Entre otra persecución y lucha la chica, cada vez más enojada y sorprendida por la extraña situación, reunió toda la fuerza que le quedaba y decidió ponerle fin a esta ridiculez. Le gritó al joven que antes la tenía aprisionada y le asestó un golpe contundente en el estómago, lo cual lo hizo caer al otro lado del puente.

La muchacha se incorporó con cuidado y ajustó el short Luego, con movimientos precisos, se inclinó y deslizó una daga que mantenía oculta entre las botas, lista para la acción. Avanzó con precaución hacia la ubicación donde el joven príncipe había sido arrojado, acercándose al joven que yacía en el suelo.

—Está bien —dijo con voz gélida mientras se acercaba al muchacho postrado—. Si no quieres escucharme a mí, quizás quieras escuchar a mi amiguita. —Mantuvo la daga apuntando hacia el joven en el suelo.

—Jaja. —Una risa la hizo retroceder. Reinald se levantó poco a poco, sacudiéndose. Luego se dirigió su vista hacia Nanami—. Boba, ahora sí te voy a matar. —Sus ojos brillaban peligrosamente; antes rojos, que le recordaban a la luna roja, ahora estaban de un color morado oscuro que se asemejaba al lodo de los pantanos.

La escena se desarrollaba en medio de la noche en los afueras de la segunda zona humana, un área donde residía principalmente la clase media de humanos. A medida que la luna se alzaba en el cielo oscuro, un suave resplandor plateado iluminaba el lugar, creando un ambiente misterioso y algo inquietante.

Él se lanzó rápidamente a Nanami, quien no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando se dio cuenta, ya la tenía de nuevo contra el piso; ahora, con una sola mano, le sujetaba ambas muñecas y con la otra había conseguido arrebatarle la daga, y ahora él estaba apuntando al cuello de ella.

El príncipe estaba como ido, no respondía a las palabras de la chica. Ahora ella estaba realmente asustada; Por primera vez en sus 16 años, ella estaba realmente aterrada, y el chico lo sabía. Su expresión enojada se había vuelto una risa alocada.

—¿Asustada? —preguntó con sarcasmo.

Reinald se acercó lentamente a Nanami, su mirada intensa y hambrienta. La joven sintió un escalofrío recorriendo su espalda, pero al mismo tiempo, algo en su interior le impedía apartarse. La luz de la luna llena iluminaba la escena, creando sombras misteriosas en el lugar.

Sin decir una palabra, Reinald bajó su cabeza hacia el cuello de Nanami. Sus labios se encontraron con su piel, y un suspiro escapó de los labios de la joven. Cerró los ojos, sintiendo el suave roce de los colmillos de Reinald sobre su piel. Un susurro quedo escapó de su boca mientras él comenzaba a beber, un susurro que se mezcló con la noche y el susurro del viento.

Nanami sintió un dolor punzante que no había experimentado antes. Era como si su alma misma fuera succionada junto con su sangre. Lágrimas de tristeza y confusión brotaron en sus ojos. ¿Por qué se sintió tan diferente esta vez? ¿Qué estaba pasando?

Nanami, desesperada, hizo un intento final por liberarse, pero esto solo logró que el agarre de Reinald se volviera más firme y su mordida más intensa. El dolor se intensificó, y las lágrimas brotaron de sus ojos mientras su mente se nublaba en confusión y temor.

—¿Reinald? —susurró entre sollozos, sin estar segura de si él podría oírla o si siquiera le importaba.

Nanami se encontraba en un estado de confusión y dolor mientras miraba a los ojos cambiantes de la figura que se hacía pasar por Reinald. Entre lágrimas y jadeos, logró preguntar con voz temblorosa:

—¿Por qué estás haciendo esto?

Reinald, o lo que parecía ser él, de repente pareció recuperar momentáneamente su cordura. Sus ojos volvieron a su color normal y, por un breve instante, pareció como si el auténtico Reinald estuviera luchando contra la posesión que lo había consumido. Logró articular el nombre de su amiga entre tartamudeos:

—Naa...na...mi.

Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, volvió a ser dominado por esa entidad malévola. Sus ojos retomaron el tono morado, y el sujeto insistio

Nanami estaba asustada y dolorida, y en medio de su agonía, se dio cuenta de que aunque esta figura se parecía a Reinald, no era él. Reinald nunca le haría daño de esta manera. Las lágrimas seguían rodando por sus mejillas mientras el sujeto le murmuraba en voz baja:

—Es una pena que no lo vayas a recordar, ya que los muertos no hablan. Mi apellido es Sato y mi nombre es... Reisel.

—Apréndetelo bien, niña.

Con una fuerza que no sabía que todavía tenía, Nanami tomó la daga que el sujeto había dejado en el suelo e intentó apuñalarlo, pero con toda la sangre perdida y ya cansada, le era difícil estar de pie. Nanami luchaba por mantenerse en pie; la sangre manchaba su vestido y sus fuerzas menguaban rápidamente. A pesar de su debilidad, logró tomar la daga que Reisel había dejado en el suelo. Con un último esfuerzo, intentó apuñalarlo, pero su agotamiento era evidente. Reisel tomó su mano y, con habilidad, desarmó a Nanami, causándole una herida en el brazo que empeoró su situación.

La daga fue arrojada al río por Reisel, y el vampiro se preparó para morder a la chica una vez más. Sin embargo, una voz desde lo profundo de su mente intervino.

—Maldito demonio, esto no te lo perdonaré.

Reisel comenzó a gritar, mirando hacia la nada.

—Cállate, insolente, el que manda aquí soy yo —respondió Reinald con furia.

Le ordenó a Reisel que regresara a su prisión, pero este le respondió que no volvería nunca. Una vez más, entró en la inconsciencia, esperando otra oportunidad para salir. Reinald perdio el control de nuevo.

Reinald observó el estado de Nanami, tendida en el suelo, con toda la sangre derramada por el suelo y empapando su ropa. Decidió enfrentarse al ser que habitaba su cuerpo.

—No sabes lo que has hecho. Nanami es humana —le reprendió Reinald.

Reisel se preguntó, pensando que Nanami era algún híbrido o vampiro debido a su fuerza inusual y agilidad. No parecían características de humanos comunes.

—Se desangrará si continúas —le advirtió a Reinald a Reisel, exhortándole a entrar de una vez. Gritó con todas sus fuerzas. Reinald recuperó el control de su cuerpo; sus ojos volvieron a ser rojos escarlata, ahora cubiertos de lágrimas que no dejaban de caer sobre su inconsciente amiga.

La luna, antes brillante, se cubrió con un manto de nubes, como si sintiera el dolor del príncipe, o tal vez su impotencia por no haber tomado el control antes. La noche se volvió aún más oscura que antes.

—¡¡Nanami, Nanami¡¡ —gritaba desesperado.

Reinald la tomó con cuidado entre sus brazos; casi no pesaba. También notó con tristeza y odio las mordidas en su cuello y otras partes, los moretones en sus muñecas y una cortada en su hombro. Al vislumbrar un destello de la daga que ella usaba en sus luchas, se dio cuenta de que no había caído al río. La tomó y la envolvió en un pañuelo, aún manchada de sangre.

—Sé que me odiarás, pero lo aceptaré. Primero debo salvarte.

Reunió toda su fuerza y ​​cargó con su amiga, saltando por los techos a una velocidad mucho más rápida que al inicio. Corrió tan rápido que pronto estaban de vuelta en el castillo. De alguna manera, la llevó a su habitación, donde haría todo lo posible por curarla.






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