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CAPITULO 11 Preparativos


—Entonces, ¿qué dices?— Mei esperaba su respuesta mientras se volvía a sentar y tomaba una galleta que estaba cerca, mientras el joven se quedaba parado con una expresión sorprendida. Después de todo, la misma reina le estaba pidiendo que se casara con ella.

—Su Majestad, me encuentro sorprendido por su... eh, propuesta, aunque no creo que sea lo mejor para usted,— respondió el joven.


Mientras Julián escuchaba la propuesta de Mei, su mente se desvió hacia una conversación que había tenido con Reinald. Recordó cómo Reinald le había hablado de su frustración con el consejo interior, de cómo se sentía incómodo con las decisiones que tomaban y de cómo deseaba salirse de ahí.

En su mente, Julián podía ver claramente la expresión de Reinald, su rostro lleno de frustración y enojo. Podía recordar las palabras exactas que Reinald había usado, su tono de voz, la forma en que sus manos se movían mientras hablaba. Todo esto le daba una idea de lo que Reinald estaba pasando.

Julián también recordó cómo se había sentido al escuchar a Reinald. Había sentido una mezcla de simpatía y frustración. Simpatía porque entendía lo que Reinald estaba pasando, y frustración porque no podía hacer nada para ayudar.

Estos recuerdos y pensamientos llenaron la mente de Julián mientras escuchaba la propuesta de Mei. No necesitó pensarlo mucho más. Sabía que la propuesta de Mei tenía que ver con el consejo. Sabía que el consejo estaba dividido y que él era una de las opciones.

—¿Es sobre el consejo, ¿verdad? Siguen divididos, y una de las opciones fui yo, ¿no es así?— preguntó Julián, confirmando sus sospechas. Aunque estaba sorprendido por la propuesta de Mei, también entendía por qué ella se la había hecho. Y eso le daba mucho en qué pensar.

—Como siempre, esos viejos amargados,— respondió Mei con cierta desaprobación.

—¿Qué hay de...— Izumi comenzó a decir, pero Mei lo interrumpió.

—Sí, también los gemelos Earisol y Lasnae.—

—Entonces...— Mei dejó su taza en su lugar y acomodó sus ropas mientras se levantaba y dirigía su mirada hacia su posible futuro esposo. —Necesito tu respuesta para esta noche, o mejor aún, dentro de 2 lunas.— Después de una corta pausa, añadió: —Además, si llegaras a hablar con mi hermano, bueno, puedes arreglarlo con él.—

Habiendo terminado su asunto aquí, Mei se preparaba para su próximo objetivo. —Con su permiso, Lord Julián. Me retiro.—

Al salir de la mansión de Julián, Mei le pidió a Izumi que se pusiera en contacto con ella. Cuando él llegó, informó sobre los preparativos para esta noche.

—Izumi, ¿cómo te fue con el encargo?—

—Todo bien, mi señora. Ya puse sobre aviso a la ciudad escolar; deberían de tener casi listos los preparativos para su llegada.—

—Eso está bien. ¿Y qué pasó con las cancelaciones?—

—Solo una no fue posible negarla, mi señora.—

—Deja que adivine, ¿la del consejo?— Izumi movió la cabeza en señal de negación. Mei lo miró esperando que continuara; no esperaba que pudiera zafar del consejo tan fácilmente después de lo que había sucedido recientemente.

—A quien no pude evitar darle una cita es a Lisander Cain, Su Majestad.—

—¡¿Con Lisander Cain?!— Mei expresó su sorpresa.

Mientras Mei trataba de no ir a buscarlo y hacerlo salir de su reino, en el distrito escolar había llegado otra carta

—Es cierto, llegó esta mañana. Aparte de los preparativos que tenemos que hacer, tengo otro anuncio,— el director dirigió su mirada hacia una esquina donde estaba un maestro observando afuera de la ventana.

—Asuhara Kisaki,— llamó al maestro.

Asuhara asintió ante la orden del director y se disculpó antes de salir de la reunión. Sabía que tenía que tener todo listo para dentro de dos semanas, ya que su casa había sido elegida como la primera en ser visitada por la reina.

De nuevo en el palacio ya una vez entregada la carta

lo primero que hizo Mei fue ir a su habitación. Allí, invitó a Izumi a pasar, con la esperanza de que entrara al cuarto, y hacerla sentir mejor de las noticias del día. No contaba con que su hermano Reinald estaría cerca de la habitación.

—Eres el único que me entretiene,— le dijo, a izumi mientras su hermano estaba cerca escuchando. —Entreteniendo, ¿qué clase de entretenimiento?— pensó Reinald.

—Pero, mi reina, yo tengo...— Izumi comenzó a responder, pero Mei lo interrumpió.

—Pero nada, continuemos donde lo dejamos la última vez. Tengo muchas ideas que podemos hacer hoy.—

—Aun no me convence, mi lady,— dijo Izumi, casi resignado ante la petición de Mei.

—Izumi, eres malo, anda,— insistió Mei a su compañero por un rato más, hasta que finalmente aceptó. —Deje de hacer esa cara, usted gana. Continuaremos. Es mi debilidad, aun no tengo fuerza para decirle que no.—

—Está bien, lo dejo, pero bien que te gusta cuando la hago,— presumió Mei. —Andando, pasa, ya que perdemos tiempo.— Cuando la puerta se cerró, ninguno de los dos notó que Reinald los había estado escuchando. —Esa era mi hermana y acaba de permitirle a ese sirviente... No, por qué estoy preocupado por lo que hagan,— se retiró rápidamente del lugar, dejando atrás el pensamiento que se estaba formando en su cabeza.

— sigo sin saber por qué le sigo haciendo caso con esto,— suspiró Izumi.

—Ya sabes por qué, Izumi,— respondió la reina. —Solo quiero pasar mi tiempo contigo antes de la coronación del nuevo rey. Todos sabrán la verdad, y no voy a tener tiempo ni para respirar.—

—Y yo solo quiero pasar el tiempo que usted me permita a su lado, su majestad,— respondió Izumi.

Un silencio se instaló en la habitación real, seguido de una suave risa de Mei. Su tono suave y gentil desechaba cualquier intención de superioridad. —Divertido, sí, pero acaba de arruinar la atmósfera,— pensó Izumi, aunque también rió, un poco desanimado.

—Izumi, pero qué divertido eres. Bien, sigamos donde nos quedamos.— Mei se acercó al escritorio y tomó dos cuadernos, pasándole uno a Izumi, su ayudante. Abrió el otro, dejando el separador en el escritorio. —Nos quedamos en la línea 9 de la página 85 del primer libro. Tú empiezas.—

Así, pasaron las horas recorriendo versos y pasando páginas. Sin embargo, hacia la tarde, Izumi notó los signos de cansancio y sed en su cuerpo.

—Mei, creo que ya es hora. Debemos parar,— sugirió Izumi.

—Sí, yo también lo siento. Debimos parar antes. Espera afuera, en la sala del trono, daré algunas instrucciones y comenzaré la ceremonia.—

—Demonios, se me olvidó revisar la hora. Aun no es muy tarde, pero los de menor grado ya deben sentirse ansiosos y con sed,— pensó Mei. Rápidamente, cambió su atuendo a algo más apropiado para la ocasión. Después de vestirse adecuadamente, se dirigió hacia el balcón principal.

Antes de llegar al balcón, Mei pasó por la majestuosa sala del trono. La sala era un espectáculo para la vista, con colores blancos, rojos y dorados que se mezclaban en un despliegue deslumbrante de opulencia. Los altos techos estaban adornados con intrincados diseños dorados que reflejaban la luz de las antorchas, creando un efecto de luz cálida y acogedora. Las paredes blancas estaban decoradas con tapices rojos que contaban la historia de su reino, cada uno una obra maestra de arte y narración.

En el centro de la sala se encontraba el trono, un imponente asiento de oro adornado con rubíes y diamantes. A su alrededor, la sala estaba llena de actividad. Los sirvientes se movían rápidamente, preparando todo para la ceremonia de esa noche. Podías ver la tensión en sus rostros, sabiendo que la elección de esa noche podría cambiar sus vidas para siempre.

Mientras Mei caminaba por la sala, se cruzó con varios guardias que la seguían de cerca, sus armaduras brillando bajo la luz de las antorchas. Las pocas personas humanas que se cruzaron en su camino se apartaron rápidamente, bajando la mirada en señal de respeto mientras ella pasaba.

A pesar del bullicio de la sala, había un aire de anticipación palpable. Todos sabían que la noche que se avecinaba sería una de gran importancia, y cada uno de ellos, desde los sirvientes hasta los guardias, estaba haciendo todo lo posible para asegurarse de que todo saliera perfecto. La noche de la elección había llegado, y con ella, el destino de todos ellos estaba a punto de ser decidido.

Una vez en su puesto en el balcón principal, Mei fue recibida con respeto por parte de los vampiros reunidos. Entre el público se encontraban guardias, el consejo interior, parte del consejo exterior y miembros importantes de la iglesia.

Desde el balcón, se tenía una vista panorámica de la enorme plaza que se extendía más allá. Era aquí donde se reunían los vampiros de todas las edades y posiciones. La multitud parecía un mar de rostros, cada uno único, cada uno con su propia historia. A pesar de sus diferencias, todos compartían una cosa en común: la anticipación y el respeto hacia su reina, Mei, quien estaba de pie en el balcón, lista para dirigirles la palabra.

Mei aclaró su garganta y miró al cielo antes de comenzar su discurso: —Los siento, hermanos y hermanas. La espera ha terminado. Esta noche es su noche, la noche en la que decidiremos el futuro de nosotros y del pueblo humano.— Luego, con entusiasmo, gritó: —¡Que comience la Scarlet Noit!— Cientos de alabanzas y gritos surgieron desde lo más profundo de las gargantas y corazones de los vampiros reunidos. La cacería estaba a punto de comenzar.

Mientras tanto, en el distrito escolar, los guardias estaban en alerta máxima. Su mirada era aguda, sus movimientos precisos. Sabían que su deber era proteger a los niños de cualquier intruso. La regla era clara y absoluta: estaba prohibido beber de los niños de allí. Cada guardia estaba firmemente comprometido con su tarea, consciente de la importancia de su papel en esta noche tan especial. La seguridad del distrito escolar era su responsabilidad, y no permitirían ninguna transgresión. En esta noche de todas las noches, la paz y la seguridad del reino eran su máxima prioridad.

La noche caía sobre el reino, y un aire de anticipación se cernía sobre todos los vampiros. Se podía sentir la emoción en cada rincón, desde las sombrías calles hasta los altos balcones del castillo. Los vampiros, vestidos con sus mejores galas, esperaban con impaciencia el inicio de la ceremonia. Sus ojos brillaban con una mezcla de ansiedad y emoción, sus corazones latían al unísono con el palpitar de la noche.

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