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CAPITULO 1 Primera Salida

Con el primer suspiro del día, decidió que era hora de hablar con Tiara sobre lo que sucedería. La plática con Reinald no debía posponerse más. Me aseguré de conseguir su horario para el día, y la única manera de convencerlo y asegurarme de que fuera menos brusco con nuestra hermana era enfrentándolo directamente.

A pesar de la hora tan temprana del día, él ya estaba reunido con su general de confianza, Louis, quien fue el primero en notarme y asegurarse de hacérselo saber a mi hermano. Pronto todos los soldados partieron, dejándonos a solas.

—Hermano, necesitamos hablar sobre Tiara. No puedes simplemente eludir tus responsabilidades con ella. También es tu hermana —le dije cuando Reinald se disponía a recoger las armas tiradas por los soldados, que se habían ido tan rápido que ni siquiera las reconocieron.

Mientras se daba la vuelta y recogía las armas, me miró con sarcasmo.

—Mira, Reina mía —expresó con sarcasmo—, sé que es mi título, pero por cómo me lo dices, sé que te estás burlando. En parte lo entiendo; yo misma me burlaría de mí también. Tú decides cuidarla como si fuera tu hija, pero entiende, ella es tu hermana. No nos corresponde a nosotros, no me corresponde a mí —respondió.

Le respondí que, si pudiera cambiar los sucesos de aquel evento, esto no pasaría.

—Ellos la debían cuidar como lo hicieron con nosotros. Lo sé bien. Nuestros padres la esperaban felizmente, pero no pudieron prever que justo ese día se diera la revuelta. No sé cómo lo lograron, pero hasta la maga Aerisol no fue precavida —añadí con la voz más débil de lo que hubiera imaginado.

—Nunca anticipamos los verdaderos planos del grupo antivampiros. No esperábamos que utilizaran a los humanos como sujetos de experimentación mientras te acusaban de tráfico de personas y vampiros para propósitos desconocidos. Nos tomó por sorpresa descubrir la implicación de los demonios, pero ahora estamos conscientes. Como tú misma mencionaste, crea esas leyes para proteger a las futuras generaciones. Hemos eliminado a todos los que hemos podido encontrar. El distrito escolar está aislado, una ciudad aparte dentro de nuestro reino, así que Tiara estará segura. No es necesario que yo le diga eso; si tú se lo dices, ella te creerá. No intentes ganarte mi simpatía; no lo conseguirás.

—Aun así, ¿ese no es el punto que quieres tratar o sí, mi Reina? —preguntó mientras acomodaba las lanzas en su lugar.

—Solo quiero que entiendas que no quiero que pase por lo mismo que nosotros. Y sí, sé que tú no sufriste, pero Louis sí, y estuviste para él, ¿por qué no poner ese conocimiento para Tiara también? Le puedo contar lo que yo viví, por eso están las reglas, pero tú tienes otro enfoque. Solo hagámoslo simple, ¿sí? No quiero mandarte otra vez al hospital por quemaduras —dije, preparándome para cualquier reacción.

Reinald estaba eligiendo las armas con las que empezaríamos este juego. Supongo que usaría las que no limpió del campo de entrenamiento.

—Ya veremos quién le dice a quién que acate lo que el ganador pida. Te concedo el primer tiro, Mei —dijo con un tono desafiante.

Entre ataque y ataque, mi fuego quería alcanzarlo, solo para ser detenido por una pared de piedra y rocas. Bueno, si él también usaba su poder elemental, yo podría entonces usar mi don. Al mismo tiempo esquivaba las lanzas y espadas que él había enviado hacia mí.

Después de unos minutos, el ganador estaba decidido. En medio del campo, Reinald estaba recogiendo de nuevas las armas.

—Habla de una vez, Mei, no tengo todo tu tiempo —dijo, evidentemente impaciente.

—Quiero que este día, en que Tiara tenga que ir al distrito escolar, no seas tan brusco. No es necesario cuando sabemos bien los dos lo que pasa detrás de esas paredes. Y a pesar de que la nueva directora nos prometió que nada de lo anterior pasaría mientras ella estuviera a cargo, no me fío del todo. Ella es joven y no estaba cuando ocurrieron los hechos. ¿Por qué crees que hice todas esas reglas? No quiero que ella viva lo mismo que yo, o que Louis —expresé, esperando que él entendiera mi preocupación.

Reinald se detuvo de lo que hacía, aun con la ropa algo quemada y rastros de hollín en su rostro, y volteó a verme con claro enojo.

—Una cosa más, no mezcles a mi amigo con tus tonterías. Sabe bien que lo que pasó no fue culpa de él, ni siquiera estaba en la misma escuela. Ya me hice cargo de ellos. Ya ha quedado en el pasado. No viene al caso que lo menciona —añadió Reinald.

Me quedé callada. No me gustaba que me recordaran lo que viví, por mi ingenio y querer ayudar a los demás. No vi el peso que mi nombre y estatus le podía hacer a la gente que me rodeaba. Solo hasta que casi mi familia fue destruida vi lo que significaba ser parte de la familia real.

—Aunque estarás en el desayuno, ¿no? —pregunté a mi hermano, que se estaba alejando rápidamente del lugar.

—Si no llega antes de que me acabe la fruta, no esperes que la vaya a despedir hasta la puerta —respondió Reinald antes de desaparecer de la vista.

Después de ese encuentro entre hermanos, apenas había salido el sol. En las habitaciones apenas asomaba la luz del día, ajena a la pelea de sus hermanos, una niña era levantada por su sirvienta.

—Señorita, ya levántese; hoy es el gran día —dijo la sirvienta. Después de un momento de no recibir respuesta, la persona envuelta en cobijas de seda fue abordada nuevamente por la sirvienta, mientras esta seguía avanzando hasta llegar al otro lado del cuarto—. Señorita, se le va a hacer tarde —anunció de nuevo, al mismo tiempo que se disponía a levantar las cortinas del ventanal para dejar entrar la luz del sol.

Casi de inmediato, un quejido se escuchó del otro lado. En la cama, con las cobijas revueltas alrededor suyo, una pequeña niña se tallaba los ojos ante los rayos que iluminaban su cara.

Con voz más dulce, la sirvienta volvió a dirigirse por tercera vez a la pequeña niña.

—Señorita, si no se levanta pronto, no alcanzará a ver a su hermana.

Como si fueran palabras mágicas, la niña se levantó apresuradamente, dejó caer las cobijas y tropezó con ellas al intentar bajar de la cama.

—Ya voy, ya voy, ya voy —repitió tres veces con voz soñolienta—. ¡Misú! —se quejó, dándose la vuelta y mirando a la sirvienta mientras esta levantaba del suelo las cobijas que ella había tirado. Aun con voz cansada, se dirigió hacia la sirvienta reprochando lo que para ella era un error—. ¿Por qué no me levantaste antes? —le dijo inflando sus mejillas.

Para la sirvienta, esa acción le parecía de lo más tierna, y aunque siempre era lo mismo cuando tenía reunión con aquella otra persona, Misu disfrutaba cada momento, desde entrar al cuarto de la pequeña dama, hasta sus pequeños y lindos reproches.

—Señorita Tiara —alzó un poco más la voz, aunque seguía siendo dulce y cálida—. Sí, ya voy —respondió por última vez la damita, ya más energética y dispuesta a vestirse en menos de diez minutos. Cada minuto valía en esa reunión, no se permitiría llegar tarde, no cuando ella la esperaba.

Quince minutos después, la sirvienta y la niña avanzaron por un pasillo largo, atravesándolo hasta entrar a una gran habitación que se encontraba en la planta baja del hogar.

—Vamos, la reina espera —procedió a señalarle la entrada a la niña, esperando que entrara rápidamente a su tan ansiado encuentro. Por su parte, Tiara empujó la pesada puerta de roble, apresurándose a llegar con su hermana. Tras su entrada, Misu cerró la puerta y se retiró a sus labores.

—Buenos días, pequeña Ti —habló la persona sentada hasta el final de la gran mesa, sonriéndole a su hermana que acababa de entrar.

—Buenos días, hermana —dirigió su mirada hacia ella, notando de inmediato a otra persona un poco más alejada, cruzada de pie mientras se recargaba en un pilar y comía una fruta roja. Pensaba que solo estarían ellas dos; ¿Qué desilusión? Aun así, respondió como debía—. Buenos días, hermano mayor.

—Sí, como sea —respondió el joven sin prestarle mayor atención que la que le daba a la fruta.


Al ver ese comportamiento, la joven mayor cuestionó sobre aquel comportamiento, mientras trataba de que su pequeña hermana tomara asiento a su lado.

—Reinald, podrías tratar mejor a Tiara. Ella no es la causante de tus malas decisiones y mal humor —le dijo con firmeza, sin quitar su tono amoroso y comprensivo al mismo tiempo.

—Hazlo tú misma, Mei, tú fuiste la que quiso cuidarla. No me corresponde a mí —le respondió su hermano.

Con estas palabras, la joven trató de calmar la situación para no incomodar a la pequeña y que ella no volviera a discutir. Ya después le tocaría enfrentarse con Reinald en solitario. Mientras le daba un fuerte abrazo a Tiara, esperaba que los alimentos para tiara llegaran.

—Dime, hermana, ¿emocionada por el día? —preguntó Mei, intentando que la pequeña olvidara el mal comportamiento de Reinald.

Con una gran sonrisa, Tiara avanzaba mientras llenaba su boca de los deliciosos panes dulces que le habían traído.

—Sí, quiero ir ya, aunque un poco de miedo también tengo, pero sé que tú siempre estarás para mí, y que nada malo pasará —respondió la pequeña, sonriendo con sus labios llenos de migajas.

—Claro que sí, pequeña Ti. Ahora, termina tu desayuno y ve a cambiarte. Pronto irás a la escuela y te llevará personalmente —le contestó Mei.

En medio del desayuno, Reinald se acercó a su hermana mayor y le dijo en voz baja:

—¿Por qué le dices esas cosas? No la sigas malcriando.

Con una sonrisa, Mei le respondió suavemente:

—Porque ella necesita saber que tiene una familia que la apoya, y eso la hará fuerte. Algún día entenderás, Reinald.

Respondiendo a la pregunta, el joven Reinald siguió con la mirada las acciones de la joven reina.

—Porque siempre ha sido así, eso no cambiará.

Unos segundos más tarde, volvió a hablar, ahora dirigiéndose a la niña.

—Afuera, nadie te conocerá, pero será mejor si no vuelves antes de una semana.

La reina sospechó y empezó a comer del plato, al igual que su hermano, que se había sentado apenas terminó de hablar. Mientras tanto, la niña, que estaba feliz en la mañana, ahora se encontraba un poco preocupada por las palabras de su hermano y el silencio de su hermana, así que empezó a comer.

Terminando todos de desayunar, o más bien, que la pequeña niña desayunara, Mei oyó cómo su hermana se quejaba de las labores de la tarde, evitando la mirada de enojo de su hermano y tratando de recordar por qué ese día era especial.

Después de un tiempo, tocaron la puerta pidiendo permiso para entregar lo que había solicitado. Mei dio el permiso, así que entró la sirvienta que hacía mucho no había dejado a Tiara en la puerta. Ella llevaba en su mano derecha una mochila y una pequeña cajita en la otra.

—Con su permiso, sus majestades, aquí se encuentra lo que me pidió —dijo la sirvienta. Avanzó hasta el asiento de Mei y le entregó los pedidos, después prosiguió con una reverencia al otro joven sin mirarlo a los ojos, al igual que a Mei, quien le indicaba que era todo por el momento. La sirvienta salió del cuarto no sin antes darle una pequeña sonrisa a la pequeña niña.

Ya habiendo terminado sus tareas y después de desayunar, Mei se despidió de su hermano. Tomando de la mano a su hermana, se dirigieron a la sala donde comenzó una charla sobre lo que sucedería ese día, así como algunas reglas que debían seguir en el transcurso.

Al dar las 10 de la mañana, ya estaba todo preparado ante la puerta del castillo. Se encontraban cuatro guardias esperando las órdenes de su señora y de su general. Tiara pensaba en lo dicho por su hermana y hermano. Mientras caminaba por el pasillo hacia la puerta, algunos sirvientes y mucamas le dedicaban algunas palabras.

—¡Suerte! —"¡Que te vaya bien!" —"¡Tú puedes!"... Además de algunas sonrisas y lágrimas. Eso era lo que escuchaba y veía la pequeña princesa al pasar por el pasillo del castillo. Por donde pasaba, escuchaba felicitaciones y ánimos. Si era así, ¿por qué su hermano sonó como si fuera algo malo? No entendía.

—Ánimo, no hagas caso de las palabras de Rei —le animó su hermana, mientras seguían saliendo del palacio.

Por su parte, Tiara reflexionaba en cómo se sentiría pisar por primera vez fuera de estos muros, cómo estaría afuera, cómo sería su primer día. ¿Haría amigos o amigas? Al avanzar cada vez más, seguía tomada de la mano de la mayor. Cuando por fin salió del largo corredor, visualizó la enorme extensión de tierras que se le presentaba ante sus ojos. Además, era mucho más hermoso de lo que podía ver desde su pequeño cuarto.

Todo se vio tan vivido. A sus 8 años, era lo mejor que había visto en su muy corta vida. Un sonido llamó su atención aún más lejos de donde estaban; se podía escuchar cantos. A decir por el volumen, eran muchas personas reunidas. Así que le preguntó a su hermana:

—Hermana, ¿por qué hay cantos afuera?

—Ven, sigamos. No quiero que tardemos de más —no contestó la pregunta.

Unos pasos más adelante, se unieron a su lado cuatro guardias, dos frente a ellas y dos detrás. Uno de ellos les tendió dos capas; ellas las tomaron y se las pusieron. Los otros guardias también llevaban capas, ellos de color negro, mientras que las de ella y su hermana eran de color gris claro. Ambas hermanas se taparon la cabeza; Había sido una orden de su hermana mientras estaban en el corredor. Siguieron caminando y no se volvió a hablar por el momento.

Mientras más caminaban, la pequeña niña observaba con mucha atención las calles por las que pasaban. Cada vez estas se hacían más estrechas, al punto de que tenían que caminar en fila para poder pasar. Otra cosa que notó fue que mientras más avanzaban, se llenaba de más gente. La mayoría, al igual que ella, llevaba capas ocultando su rostro. Pero igualmente no preguntó nada y siguió a su hermana.

Hasta ahora, lo que sabía era que iría a vivir y estudiar en otro lugar, y las otras personas lo mismo. No, entonces, algunos de ellos serán sus compañeros. Estaba muy ansiosa por conocerlos. Supuso que los demás llevaban capas por si llovía, aunque no lo creía posible, no con ese sol.

Llegaron a un punto donde un gran muro estaba frente a ellos y solo un angosto camino se podía observar. Su hermana detuvo el paso, acción que imitaron a sus guardias. Tiara vio cómo su hermana se quitaba la capucha, la tomaba de la mano y la guiaba un poco lejos de donde se habían quedado los guardias. Ahí, se arrodillo hasta estar a la misma altura que ella y bajó su capucha solamente un poco.

Mei se acercó lo suficiente para darle un abrazo, luego se puso de pie y le pidió que pusiera atención a lo que diría.

—Como sabes, hoy es una fecha muy importante para ti. En este día, por fin puedes poner un pie lejos de tu hogar. Aquí aprenderás cosas nuevas, tanto buenas como malas. Dependerá de ti qué tanto de lo que te pasará será bueno o malo —comenzó Mei.

—Además de eso, espero que te diviertas y hagas amigos confiables. También te diré algunas reglas que por nada debes olvidar en tu estancia aquí, ¿entendido? —Tiara avanzando y esperando a que continuara.

—Como primera regla, te presentarás cordialmente ante todos, no importa si te cae mal o no es de tu agrado la persona frente a ti. Esta aplica desde que cruza este puente —señaló el camino detrás de ellas—. Regla número dos: solo te presentarás diciendo tu nombre y edad. En ningún momento puedes mencionar el mío o el de tu hermano, tampoco nuestro apellido o el nombre de nuestros padres ni la raza de ninguno. ¿Entendido? —la pequeña asintiendo.

—Ahora, la tercera regla: mantén todo esto en secreto. ¿Entendido? —continuó Mei—. No puedes contárselo a nadie, ni siquiera a tus amigos más cercanos. Si sientes la necesidad de compartirlo, hazlo cuando estés seguro de estar completamente solo. Aunque no me veas, yo te escucharé. Mejor aún, ve a esa plaza que verás más adelante; raramente hay gente allí. Solo asegúrate de que nadie pueda escucharte —instruyó Mei.

—Ah, y una cosa más: no intentas salir de este lugar antes de tu cumpleaños número 13 —añadió Mei—. Regla cinco: haz amigos de confianza, como dije antes. No importa si son pocos, sino que sean confiables. Tú ya sabrás diferenciar a tus verdaderos amigos, tienes buena intuición —continuó Mei—. La regla seis es si llegan a descubrir quién eres, ve al edificio principal, pide un teléfono o una carta, o lo que sea, pero me llamas en ese mismo momento y ahí te quedas hasta que vaya por ti —dijo Mei.

—La regla siete es que no agredas a otros niños ni a tus mayores u oficiales que estén cuidando de ti, ya los que no igual. O trata de no hacerles nada permanente; tienes que tener autocontrol —siguió Mei—. La regla número ocho es que obedezcas al mayor de tu casa, y no me refiero al más grande de edad, sino a tu cuidador. Ahí se les llama Maestre, ¿entendiste? —concluyó Mei.

—Y bueno, eso es todo. Debes recordarlas. También se me olvidaba decirte que no debes llevarte bien con todos. Confía en tu intuición y haz lo que creas correcto para ti. Y, por último, disfruta de cada momento adentro, atesóralo como si fuera un regalo finalizó Mei.

Cuando terminó de explicar las reglas, siguió caminando. De nuevo con las capuchas puestas, llegaron a un espacio más amplio y luminoso. Ahí, su hermana se despidió de ella. La abrazó y le dio un beso de buena suerte en el frente. Lo último que hizo fue quitarle la capucha mientras un joven la recogía de la mano y la llevaba a lo que parecía ser una plaza donde vio a varios niños reunidos.

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