
Capítulo VII: Conspiraciones
El capitán al mando del equipo que había rescatado a los muchachos, se encontraba ahora en un enorme castillo, un complejo hecho con grandes y duras rocas grises, un castillo plagado de armas por casi todas las esquinas, con más y más hombres del ejército rondando por cada uno de sus pasillos.
Caminaba a paso ligero, con su casco en la mano, su espada enfundada y su escudo correctamente colocado en su espalda.
Llegó a una puerta de madera, se paró por un momento, dubitó, y pronto entró con decisión a aquel lugar. En él, se encontraban tres personas más, sentadas en una mesa también de madera, vestidos todos con preciosos y aterciopelados ropajes.
Pronto, la persona que se encontraba en la cabeza de la mesa, dio un simple chasquido de dedos, los dos se miraron, se levantaron, y salieron de la habitación, dejando al caballero, y al rico personaje, absolutamente solos.
-Cerrad la puerta bien, Capitán.-
El robusto hombre, se acercó a la puerta, y la cerró a consciencia, para luego depositar su casco, su espada, y su escudo, encima de la mesa de forma temporal. En ese preciso instante, tomó asiento justo al lado del nuevo personaje.
-Mi señor,...-
-Ya me han llegado muchos rumores, Capitán Sínome, ahora quiero que me digáis exactamente qué es lo que ha ocurrido en esa dichosa expedición.-
El capitán torció su rostro facial, como si estuviese molesto por los aires de nobleza y superioridad que se daba aquel hombre, aún así, tragó saliva y continuó con lo que iba a decir.
-Veréis mi señor,...-
-¿Vuestros hombres han abatido finalmente a la bestia?- Le interrumpió de nuevo.
-Sí, efectivamente, hemos logrado acabar fácilmente con ella. Se trataba de un enorme gusano de arena. No descartamos que puedan haber más, sólo esperamos que no sea una plaga, o que al menos no se tornen agresivos contra nuestros transportes.-
-Excelente, ¿bajas?-
-Ninguna mi señor,... Pero,...-
-¿Pero? No me gustan los "peros".- Interrumpió nuevamente, con una mirada desafiante hacia el militar.
-Encontramos a dos muchachos, aparentemente humanos, uno de ellos malherido, otro tan sólo estaba inconsciente, al parecer llegamos justo cuando le estaba atacando a ellos, por lo que les salvamos de una muerte terrible.-
-Ya sabéis cuál es mi... Nuestra, política en esta fortificación con lo de traer cualquier tipo de persona, ¡no está permitido! Recordad la función de este castillo, ¡Capitán Sínome! No nos podemos permitir la más mínima bajada en nuestra guardia, o podemos ser exterminados, ¿qué es lo que pasaría si esos dos bichos se tornasen contra nosotros?-
-No son bichos... Mi señor...- Sínome ya no aguantaba apenas sus ganas de propinarle un buen golpe a su superior. -Tan sólo son dos muchachos que fueron atacados por la bestia, era nuestro deber socorrerles.-
-¿Dos muchachos en medio de una gran llanura? ¡Eso no pinta nada bien, Capitán!- Desaprobó de nuevo la actuación del militar. -¿Dónde se encuentran en estos momentos?-
-En la enfermería.-
-Pues quiero verles, les pienso supervisar yo mismo.-
En ese preciso instante, el bien vestido, se agachó, y agarró un cetro verde apoyado de la pared, así como un libro enorme que se encontraba encima de aquella mesa.
-Seguidme, Capitán, veremos cómo ha estado obrando usted últimamente.-
-Sí, mi señor,...- Dijo entre gruñidos Sínome, mientras agarraba apresuradamente su armamento.
Ambos, salieron de la habitación.
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