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🍁» La Chica De Rojo

HAS VIVIR A ALGUIEN ENTRE LAS SOMBRAS Y VERÁS COMO SU CORAZÓN SE MARCHITA...

🍁

Ella -envuelta en ira, sangre y traición- alzó su espada en alto y la blandió contra el príncipe impostor, apuntando directo a su cabeza.

Y él le respondio empuñando su propia espada.

Sus ropas, antes blancas y ahora manchadas de barro, se desgarraron al rodar sobre la maleza en un intento de salvar su vida. Pero la chica de cabello rojo no se lo dejaría tan fácil, no. Ella llevaba años sospechando cosas, meses buscando respuestas, y mil horas planeando ésto. Éste día, uno de los dos caería. Y no importaba cuál de los dos lo hacía, porque ambos habían perdido.

Él ya nunca podría ser rey, y ella nunca volvería a cruzar las puertas del palacio.

Ahora eran solo dos almas perdidas en el linde del bosque, del que nunca volverían.

Lo acorraló contra el suelo. Él no era un guerrero. Y sonrió sobre su cuerpo herido cómo una amante en plena noche.

-Hazlo si te atreves, demonio- le siseó él desde el suelo.

Ella lo despojo de sus armas y presionó su propia espada contra su cuello.

-¿Si me atrevo?- ironizó, aumentando la presión -Oh, Aiden. Sabes muy bien que me atrevo a esto y a mucho más- dijo ella en un tono profundo y seductor moviendo su cuerpo lentamente encima de él con presión.

Él le mostró los dientes manchados con rastros sangre.

-Ustedes eran dioses cuando yo era solo una niña, aún lo recuerdo- dijo Melody -Y mírate ahora, Aiden White, un dios reducido a cenizas en el fango-.

-¡Y mírate tú...!- le escupió él -... Una damisela de la corte convertida en una asesina barata y una...-.

Ella silencio sus palabras antes de que él pudiera derramarlas, y sonrió con placer al ver la línea escarlata que comenzaba a aflorar sobre su piel descubierta.

Siempre soño con probar la sangre de un noble sobre sus labios. La sangre de los White.

Él en cambio ya tenia la vista nublada y sus palabras eran solo gorgoteos inentendibles, y lo único que podía sentír eran el frío gélido de aquella arma cortando su piel, y presión de las caderas de Melody moviendose con odio y lujuria sobre él. Nunca esperó sentir un último beso. O una especie de mordida cruel sobre sus labios fríos.

-Es mentira...- dijo ella, apartándose -... La sangre real no es nada dulce. Es tan asquerosa y corriente como la del resto de nosotros- le aseguró; y con otra de sus sonrisas -porque realmente estaba disfrutando todo ésto- recargó todo su peso sobre el cuerpo casi inerte del príncipe, observando con mórbida atención cómo la vida se apagaba lentamente en los ojos azules de Aiden, mientras ella realizaba cortes irregulares y nada limpios.

El calor ya había abandonado el cuerpo, cuando ella finalmente se apartó un poco, admirando la escena -la ropa destrozada, la sangre formando charcos debajo de ellos, la cabeza separada del cuerpo- y rememoró las noches que pasaron juntos frente al fuego, mientras limpiaba la hoja de su espada con la ropa del cadáver.

Aquellas noches en las qué él le había asegurado que ella lo volvía loco, que la amaba y la deseaba; Que la convertiría en su consorte, había prometido, mientras se abría paso a empujones dentro de su cuerpo, haciendola suya.

Ella hizo una mueca. Realmente lo había disfrutado y se odiaba por ello; y por suerte, el juego acababa de terminar.

Al menos la primera parte.

Se apartó por completo de los restos del príncipe, poniéndose de pie, y alzó la vista al cielo grisáceo. ¿Cuánto tiempo tardarían en encontrarlo aquí, en esta parte del bosque?

¿Cuánto tiempo tenía ella para escapar?

Lo averiguaría pronto.

🍁

Las gotas comenzaron a caer levemente del cielo como rocío adhiriéndose a su cabello rojo, y cubriendo las partes metálicas de su vestido con una película de agua. Se sentía tan vieja y cansada como el bosque mismo.

Melody caminó por horas, hasta que la mañana se convirtió en noche, y recostada en un claro olvidado en medio de la nada misma, contemplo las estrellas en el lejano cielo mientras el frío de la noche entumecía sus huesos. Y comenzó a cantar.

Era una simple melodía que inspiraba tristeza por lo perdido, matizada con oscuridad y anhelo, y que era tan hipnótica, que Axel le había pedido no cantarla en público; y entonarla para él cuando estuvieran a solas.

«No soy una sirena» le había dicho ella, y él le había respondido que se alegraba por eso.

La noche se volvió profunda, y el frío dió paso a una gélida helada que cubrió a los árboles y las rocas con una fina capa de escarcha blanquecina. Melody encendió una débil fogata, y esperó.

🍁

Axel.

Nos encontraremos en el viejo claro
cerca del pozo en cuatro días.
Si no estoy ahí cuando llegues
entonces no me esperes; significa
que habré muerto ya
y que la guerra a comenzado.

Atentamente y con amor
tú siempre leal servidora
Melody Sky.

PS. Sus besos jamás podrán compararse a los tuyos.

La carta estaba llena de tierra húmeda, Y tenía ese peculiar aroma a rosas y vino especiado que solía acompañar a Melody siempre. Axel aspiró aquel aroma tan embriagador y pensó en las palabras de ella.

Habían pasado ya dos día desde que él había recibido la carta y no sabía cuánto le había tomado a está en llegar. Solo sabía que tenía que ir a buscar a Melody.

🍁

Se escabulló del palacio por la tarde esperando no se ser visto -No necesitaba o deseaba la compañía de nadie- y montó sobre su caballo, galopando hacia el corazón del bosque del este, dónde esperaba encontrar a aquella chica de largos cabellos rojos, cuernos, y ojos azul hielo, a la que no había visto en varios meses.

«Ojalá todo esto haya valido la pena, Sky».

Fueron horas y horas de viaje, y parecían haber mil más por delante todavía.

🍁

No había dormido al aire libre desde que era una niña -hace muchos años ya- y despertarse rodeada de árboles musgosos, con el frio calándole los huesos, y el cabello lleno de hojas secas, barro y sangré, se le antojo irreal.

Se levantó lentamente, con el sueño aún dando vueltas en su cabeza, y comenzó a estirarse como si quisiera alcanzar el cielo mismo, haciendo crujir sus huesos dormidos.

En un lugar como aquel, el tiempo párese detenerse, alargarse, retorcerse e inexistir.

«Podria quedarme aquí mil años, y nadie lo sabría».

El fuego se había extinguido desde hacía ya mucho, y Melody aburrida, comenzó a dibujar con sus dedos sobre las cenizas...

«Había una vez una princesa que cruzó el océano para robar su corona...

Más no sabía que aquella corona maldita tenía un dueño

Él era un títere de los ángeles del agua y de las sirenas...

...

La bruja busco entre los restos del reino caído una gota de sangre...

Tardarían años en darse cuenta, que los dioses y los demonios son dos caras de una misma luna...»

Melody dibujo una silueta con cuernos -ella- al lado de otra figura más alta y con garras y orejas de lobo -Axel- y luego dibujo una media luna sobre sus cabezas mientras recitaba aquel poema -sobre la reina Luna y los fantasmas con alas- que ya se sabía de memoria.

«Parecía todo tan lejano, y sucedió hace tan poco tiempo».

🍁

Pasaron horas, y nuevamente el día dió paso a la penumbra, tiñendo el aire de un tono gris que auguraba tormenta, y cuando estaba por empezar a buscar un refugio, lo escuchó llegar, atravesando la espesura de aquel bosque. Y supo en cuanto él descendió del caballo -en cuanto vió sus ojos azul marino, su cabello negro azulado, su sonrisa lobuna- que lo había extrañado.

Y él, que sentía alivio de verla ahí completamente viva, sintió la necesidad de correr a ella y abrazarla contra él, pero...

-Su majestad...- dijo ella seriamente, haciendo una reverencia -...es un placer volver a verlo- agregó. Y alzando su mirada, le sonrió como solo una amante lo haría, borrando así cualquier rastro de formalidad.

Y él le siguió el juego.

-Melody- la saludo él, inclinándose un poco. Ella hizo una mueca; aunque le disgustara, sabía perfectamente cuál era su lugar.

Pero él ignoró cualquier protocolo existente -y no porque estuvieran solos a mitad del bosque- y cruzó la distancia que los separaba, tomándola de la cintura sin pedir permiso y acorralandola contra él, para luego adueñarse de sus labios como había deseado hacerlo los últimos meses.

Y ella se lo permitió.

Se separaron con el deseo aun bailando frente a sus ojos, concientes de que tenían un largo camino por delante.

Emprendieron el camino de regreso a la luz del grisáceo atardecer, y mientras cabalgaban, Melody le relató, como una poetisa obsesiona, todo aquello que no alcanzo a escribir en sus cartas. Axel escuchó sus aventuras y desengaños cómo sí fuesen la mejor de las novelas jamás narradas.

La lluvia, un furioso torrente de agua, los alcanzo mucho antes de llegar a los límites de reino; y aunque hacía muchísimo frío, Melody lo agradeció internamente, porque así la sangre seca de Aiden se lavaría de su ropa. No quería volver a entrar al palacio -otra vez- vestida de rojo y con el olor dulce y metálico de la sangre desprendiéndose de ella.

Se aferró a Axel pegando su cuerpo aún más a él, en un intento por no caerse, y tratando de absorber un poco de su calor corporal, decidió que en cuanto llegarán encenderían la chimenea de la biblioteca -que era la más grande de todo el palacio y despedía un cálido aroma a canela- y se quedaría ahí hasta volver a sentir sus dedos.

Y si se lo pedía, Axel se quedaría con ella.

Lo apretó con más fuerza al recordar la vez que ambos estuvieron frente a una chimenea, en su habitación.

Habían estado jugando en la nieve -ambos eran jóvenes y él aún no tenía tantas responsabilidades sobre sus hombros- y habían vuelto tiritando de frío a la habitación de Axel, llamando la atención de los miembros de la servidumbre.

Recordó haberse recostado en el suelo de madera mientras él encendía la lumbre; y juntos vieron bailar las llamas del fuego esa noche. Jamás olvidaría esa dulce noche. Ni la mañana siguiente, en la que ella amaneció en la cama del futuro rey, sellando asi su reputación.

Más a ninguno de los dos les importaba demasiado.

🍁

Los vieron llegar desde el bosque, completamente empapados, y juntos.

Y al cruzar las puertas del palacio, Melody pudo sentír las miradas de todos sobre su espalda.

«Estan esperando que cometas un error».

No tardó mucho en ser rodeada, aqui y allá, por las diferencias entre el opulento reino de Crisalia -donde todo era blanco y brillante, y siniestramente afilado- y la oscura belleza del reino del bosque y la luna. Su hogar.

«Bienvenida señorita Sky» le decían las mucamas con respeto.

«La usurpadora a vuelto» murmuraban las otras doncellas, con su particular despreció en sus palabras.

-¡Melody!- exclamó la princesa Acacia, apareciendo de quien sabe dónde, y corriendo sobre sus pequeños tacones esmeralda para abrazarla. -¡Oh, has vuelto!- susurró ella contra su cabello, sin importarle mojar su propio vestido. -Te he extrañado tanto- le dijo Acacia separándose un poco, pero sin soltarle los brazos. Y Melody sabía que lo decía enserio.

Había pensado en ella cada vez que miraba a una joven con el cabello naraja o con pecas en el rostro, o cada vez que se encontraba un libro con las hojas amarillentas. Porque si Axel era invierno, Acacia era otoño.

Una gota de miel caida sobre la blanca nieve.

Acacia Forest se retiró dando pasos hacia atrás, haciendo saltar sus rizos tangerina con cada uno, y con una sonrisa, se alejó por completo.

-Ven conmigo- le pidió Axel cuando su hermana se despidió, y la guío por aquellos pasillos que conocía tan bien, viendo pasar una puerta tras otra, cada una de ellas cerrada. Y finalmente, se detuvieron frente a aquella en al que había pasado las mejores noches de su vida.

El aroma a cipreses e invierno, a canela y manzanas, inundó su cuerpo entero en cuanto dió un paso al interior de aquella habitación. Y su mente -que amaba aferrar recuerdos- la llevo de vuelta al pasado, a aquellos días en los que corría por el bosque con el cabello suelto y en los que podía sumergirse en la nieve y el fuego a su antojo. En los que podía ser la amiga especial de Axel, sin esperar nada más a cambió que un beso suave cada vez que estaban a solas.

Y sus palabras:

-Sabes muy bien lo que deseó, Melody...- le había dicho él después de hacerle el amor.

-¿Y qué es lo que deseas, Príncipe del invierno?- le había respondido ella con una sonrisa en sus labios.

-Una chica como tú...- le susurró él contra su cabello -... Qué no tema mancharse las manos de rojo por el bien del reino- le dijo, trazando la línea de su cintura con sus dedos. -Una estratega que conozca mejor los pasos de la guerra que los de baile-. Acaricio su rostro, sus mejillas y su boca. -Que sepa manejar los hilos que se tejen en la corte y que atan a estás marionetas que llaman nobles. -Toco la punta de sus pequeños cuernos y enterró sus dedos en su espeso cabello rojo. -Deseo una mujer a mi lado para dirigir este reino, Melody, y no a una muñeca de salón-.

-¿Y porque crees que yo sería la indicada?- le preguntó ella, moviendo sus piernas debajo de la sábana.

-Porque tú siempre has sido esa chica, Sky. Mi chica de rojo- le respondió, tomando un beso de su boca, y luego otro.

Él no le propuso matrimonio con un anillo como siempre imagino, si no una alianza con una espada como deseó. Y ahora llevaba esa espada encima, aún manchada con la sangre del príncipe de cristal.

-Te prometí algo aquella noche...- empezó Axel, pero ella avanzó hacía él, posando sus dedos sobre su boca.

-Acepto- le susurró ella, comprendiendo por primera y única vez todo el alboroto de las doncellas por este tipo de cosas.

Y él río, tomando su mano y besandola. -El reino entero dará un grito al cielo cuando te vean llegar con tú vestido de novia de color rojo- le prometió, volviendo a besarla como no había podido hacerlo la noche anterior.

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