🥀» Al Filo de la Traición
El estruendoso rumor de aquellas olas de espuma blanca, chocando contra los acantilados y las aguas oscuras allá abajo, eran una invitación para morir.
Y ella, con su vestido blanco manchado de rojo, era tan pequeña al borde de aquel precipicio fatal.
El fragor de la batalla, los últimos gritos, arrebataron su atención de las olas, borrando sus pensamientos intrusivos y haciéndola alzar la mirada al frente, mientras sus manos intentaban sujetar fuertemente la fría y pesada espada de hierro, la cuál insistía en resbalarse de sus manos bajo la húmeda y pegajosa capa de sangre fresca que las empapaba hasta las muñecas.
Aquella gris tarde, las estrellas no brillarían.
Fue el galopar de un corcel, y el grito de irá de Luna, lo que arrancó las primeras lágrimas de sus ojos aperlados. Se habían fallado entre sí, y ahora ambas chicas estaban al borde y filo de la muerte.
Cada una con un arma.
Cada una con un motivo.
La vió descender del caballo con la agilidad del agua y plantarse en pocos pasos frente a ella, con sus ojos oscuros ocultos bajo el velo del luto y la rabia destilando en su sonrisa ardida.
Ella era una flama azul, fría y mortífera.
-Eres un cruel monstruo, princesa- escupió Luna, mientras las gruesas lagrimas entintadas de negro se escurrían por su rostro el tiempo parecía ralentizarse a su alrededor.
-Lo sé- admitió la sirena, con una calma aterradora. -Siempre lo supimos-.
-No- la corrigió Luna. -Yo si confíe en tí. Siempre lo hice- confesó, mirándola a los ojos, aquellos espejos grises que le devolvían su propio reflejo.
-Y ese fue tú error, Luna. Confíar en mí, incluso después de haberte atormentado cada noche, durante dieciséis años. Incluso cuando fuí el monstruo de tus pesadillas, que llenaba de sangre cada espejo de tú habitación. Incluso cuando supiste lo que yo era...- exclamó, perdiendo la calma y gritando sus errores mientras el ardor de su pecho retenía sus últimas palabras -... pero mí único error, Luna, fue pensar que tú me querías- admitió, tomando con más fuerza la espada en sus manos. -Debí haber acabado contigo desde el principio, ángel-.
-Y al final, eso fue lo que hiciste, Slar- habló Luna, sus palabras como dagas, frías y cortantes, que nublaban su visión y fracturaban su corazón. -Decidiste destruirme. Romperme-.
-Qué puedo decirte- exclamó la sirena, casi riendo, -era obvio que yo era la villana en esta historia, y tú, Luna, la princesa inútil que no puede hacer nada sin su... príncipe- escupió ella.
Su corazón, fracturado y volátil, latió con furia al compás de las olas embravecidas.
-¡Lo mataste!- chilló Luna, alzándose contra ella, y blandiendo sin dirección su propia espada. -Sabías que lo amaba, que era mi mundo entero, y me lo arrebataste- gritó, mientras cortaba el aire, sin darle nunca a la sirena, quien se escurría como la brisa y la lluvia, incapturable.
-Él era humano, Luna. No pertenecía a nuestro mundo- dijo la sirena, sonriendo con sus crueles colmillos. -Aún así, lograste despedirte antes de su partida- susurró ella contra su cabello de azul nocturno, apareciendo de la nada misma. -Piensa que, unos minutos más, y no podrían haberse dicho ni adiós. Muchos nunca lo hacen, pero tú si pudiste, e incluso le diste la noticia de que iba a ser padre- le recordó, inyectando veneno en cada palabra. -Pero ahora nunca lo será. Y fué por ti. Tú lo arrastraste contigo al fin del mundo, y contigo se ahogó, Luna-.
Cada palabra reabría una herida en el corazón ya irreparable de Luna, y su mente, atormentada, sólo suplicaba una cosa.
-Retribución- susurró al viento, dándose vuelta y apuntando con su larga y delgada espada a la chica de cabello blanco.
-No sabes usarla, mi reina- la retó Slatery al verla, con sus colmillos reluciendo bajo el resplandor fantasma de la niebla.
-No, no sé usar una espada- admitió, -cómo tampoco sabré jamás usar la corona, ni cómo tampoco supe nunca usar mi cabeza- respondió, enfatizando sus últimas palabras cuál mantra.
Slatery alzó una ceja, sin comprenderla, hasta que sintió su cuerpo entero palpitar de frío dolor. Sus pulmones se llenaron de gélido aire y su piel se cubrió de una fina capa de escarcha.
A su alrededor, cientas y miles de agujas de hielo aparecieron en el aire.
-¿Cómo estás haciendo?- chilló ella, observando los nítidos cortes de líneas negras aparecer cómo marcas sobre su pálida piel. Su sangre ardía al ser derramada.
-Esta en todos lados- suspiró Luna, haciendo danzar el agua, la bruma y el hielo a su alrededor. Su tono era monótono y etéreo. -Tú me lo enseñaste, Slatery- le recordó, avanzando lentamente hacía la sirena de ojos grises se retorcía, pasando sus manos frenéticas sobre su piel herida. -Y te lo agradezco- le dijo, hundiendo la espada en su vientre, dónde la sangre, cálida, espesa y oscura, se filtró entre sus dedos.
-Luna- jadeó la chica, con el terror opacando su mirada. -Yo... solo quería... que me salvarás- borboteo, con hilos oscuros derramándose de su boca. -Quería que... nos salvarás-.
-Yo quería lo mismo- musitó Luna, retorciendo la daga aún más. Observó lentamente como la vida se apagaba poco a poco en los ojos de Slatery, mientras la soltaba y dejaba que trastabillara hasta el borde. -Carry quería lo mismo- agregó, mientras apartaba la mirada, y las manos invisibles terminaban de arrastrarla, dejándola caer al precipicio.
Y caía. Caía. Caía.
El agua se la tragó, dejándo sólo una estela de espuma fresca, tintada de rojo y negro.
Al final, las estrellas no brillaron en el cielo gris, y como si los ángeles lloraran, la tormenta empañó las aguas, las turbio y enfureció, mientras la sirena cerraba con sal las heridas que escocían su piel.
Luna sabía que no la había matado, que no era así de fácil.
«Retribución».
A los ojos ajenos, lo había hecho, y eso sería lo que se contaría en los años venideros, cuándo la chica fuese reconocida como la legítima reina y ella, muy lejos de ahí, sería recordada como una traidora.
Sonrió ante la idea, de ser recordada y olvidada, mientras hundía su cabeza en el agua, y desaparecía, para siempre.
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