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9. EN GUERRA

Yo no soy mala persona por querer mi hueco.

No colaboro en tu canción, nene. Soy el disco entero.

En guerra, mafalda.

La noche me está resultando revitalizadora.

Al principio, no estaba muy convencida de salir a tomar algo un sábado cualquiera. Sabía que todo el pueblo, debido a la falta de ocio alternativo, estaría en las terrazas y que mi presencia allí, a pesar de haber pasado ya tiempo, sería un incentivo para sus cuchicheos. He estado estos últimos días retomando el contacto con algunos amigos de la ciudad, quedando con mi familia y buscando activamente trabajo. Está siendo complicado, pero el estar en casa de mis padres y no tener muchos gastos hace que pueda ir tirando de mis pequeños ahorros. De todas maneras, necesito volver al mundo laboral lo antes posible para no caer en la rutina y comodidad que da estar dependiendo de ellos. Además de no quedarme a cero en la cuenta corriente.

El caso es que no he estado muy pendiente de la vida social de Villalegre. Si hubiese sido años atrás, no me habrían dejado tranquila, pero todos somos ya adultos y tenemos nuestras responsabilidades. Es difícil pasarse el día en la calle como hacíamos antiguamente. Por eso, cuando Ismael y Tito me propusieron salir a tomar algo en una de las terrazas, no pude negarme. Amenazaron con quedarse en la puerta de mi casa si me negaba, tal y como hacían antiguamente. Bastante estaba dando de qué hablar mi vuelta para que encima tuviese que explicar qué hacían dos adultos por la noche sentados en la entrada.

—Menudo payaso es Alfonso, ya te dije que no me daba buena espina —dice Tito mientras levanta la mano hacia el camarero para que nos traiga otra ronda de cerveza.

—Si te hubiese hecho caso me habría ahorrado todos estos años de disgustos.

Demasiadas jarras adornan nuestra mesa y el chico tiene que retirarlas antes de ponernos las nuevas. Al ser el día siguiente domingo se nota en el ambiente. La gran cantidad de mesas que hay en la terraza están llenas de familias, grupos de amigos poniéndose al día tras una dura semana y parejas enamoradas. Llevo más de una hora contándoles los sinsabores de mi antigua relación, centrándome en los aspectos menos íntimos y que más me favorecían para intentar mantener la compostura, pues aún me resulta un poco doloroso hablar de todo esto.

—¡Ya te digo! —continúa Tito mientras se coloca en el asiento—. Sabes que siempre he tenido mucho ojo para estas cosas. Además, hay una cosa que nunca le perdonaremos. Te separó de nosotros.

—Eso también es culpa mía —respondo siendo consciente por primera vez de eso—. Forjé mi mundo alrededor suyo y os di de lado.

—Pero seguro que tuvo algo que ver, Ofelia. No le caía nada bien nuestro amigo, el gigante rubio. —Se acerca a mí, haciendo como si Ismael no estuviese, y lo señala—. Bueno, ahora el gigante sin pelo.

En respuesta, este le golpea el hombro de forma amistosa y lo acompaña con una sonrisa. No ha hablado mucho durante la noche, pero parece cómodo con ello, tal y como lo recordaba. La forma tan relajada en la que está sentado marca los músculos de sus brazos y estoy segura de que se da cuenta de que los estoy mirando demasiado, pues de vez en cuando me lanza una mirada cómplice haciendo que se me suban los colores.

—Aunque no le cayese demasiado bien, nunca me habló mal de vosotros, Tito.

—No creo que hiciese falta —responde Ismael en tono grave.

—Seguro que te manipuló con sus malas artes, cielo —continúa Tito en tono grave mientras le señala.

—Ya vale, chicos —respondo llevándome una mano a la frente—. Alfonso es culpable de muchas cosas, pero no de alejarme de mi vida en Villalegre. Eso fue cosa mía, quería centrar mi atención en él lo máximo posible. Erais mis amigos y os descuidé. Lo siento tanto...

Una triste sonrisa aparece en los labios de Ismael mientras se mete las manos en los bolsillos. Tito pone su mano en mi rodilla, intentando reconfortarme. Es un tema que tenía que sacar en algún momento, porque hasta ahora habíamos actuado todos como si no hubiese pasado nada y no llevasen más de cuatro años sin saber casi nada de mí ni yo de ellos. Hago de tripas corazón y comienzo a soltar una retahíla de disculpas que, bañadas por el alcohol, suenan más patéticas de lo que creo. Parecen surtir efecto, pues tras ello estamos todos más relajados, como si nos hubiésemos sacado un peso de encima.

—Creo que no deberías beber más hoy, Ofelia. En nada estás diciéndonos lo mucho que nos quieres o haciendo algo de lo que te vas a arrepentir. —Alza las cejas de manera seductora mientras mira a Ismael, que golpea su brazo.

—Espero que podáis perdonarme —respondo, ignorando su insinuación.

—Por mí no hay problema, estoy muy contento de que hayas vuelto. ¿Isma?

El aludido asiente, recostado en su asiento, mientras me mira. Es verdad que cuando empecé con Alfonso, la relación entre nosotros no estaba en nuestro mejor momento, por lo que estos años han servido, al menos por mi parte, para poner distancia a todas esas discusiones y sentimientos que había entre nosotros. Al contrario que con Tito, al que sé que le ha dolido todo esto, con Ismael tengo la sensación de que esta pausa nos ha venido mejor de lo que creíamos.

—Muchas gracias por hacerlo.

—Solo quiero que nos prometas una cosa. Que no volverás a irte y menos tan lejos.

—Eso no puedo prometerlo, Tito.

Dibuja un puchero en su rostro, haciéndome reír. Sé que lo está diciendo de broma, sabe que todos acabamos intentando salir de este lugar llamado Villalegre que nos atrae tanto como nos repulsa. Pero entiendo que dentro de sus palabras se esconde un mensaje mucho más abstracto en el que me pide que no vuelva a dejarles de lado, pues pase lo que pase, estemos donde estemos, somos amigos.

—¡Oye! Habéis empezado la fiesta sin nosotras. Muy mal por tu parte, Alberto José.

—No me llames así, idiota.

Tito responde a la provocación de Lucía con un cariñoso golpe en su muslo mientras se sienta. Me sonríe en forma de saludo a la vez que Estela nos da dos besos a todos los presentes. Llevaba mucho tiempo sin sentarme a hablar con ellas, pues las había visto durante estos días, pero solo habían sido saludos con promesas de vernos pronto para ponernos al día. Eso es algo muy típico de los pueblos pequeños, pues como das por hecho que las personas están a dos pasos nunca concretas un momento para quedar, siempre os acabáis encontrando.

Con ellas, había pasado demasiado tiempo hasta que nos hemos juntado, pero como siempre con ellas parecía que había sido justo ayer. Lucía está muy emocionada con un proyecto que están haciendo en el ayuntamiento para el nuevo campo de fútbol. Nuestra amiga llevaba unos años compatibilizando su trabajo como maestra con la Concejalía de Deportes. Las dos cosas son una vocación para ella y da gusto oírla hablar sobre ello.

Entre risas y otra ronda de cervezas, me doy cuenta de que Estela está más callada de lo normal. Sus ojos azules están pendientes de todos nosotros y una media sonrisa se dibuja en su rostro. La verdad es que estos años le han sentado muy bien y conforme va creciendo más despampanante me parece. Siempre ha tenido un cuerpo perfecto y un pelo rubio sedoso que ha sido la envidia de todas en el pueblo. No está triste, pero parece un poco cortada.

—Estela, cuéntales lo que le dije al promotor cuando quiso engordar la factura del césped artificial.

Nuestra amiga es abogada y ayuda en el pueblo de forma desinteresada en esos aspectos, pues al ser tan pequeño no se puede permitir tener el equipo de gobierno del que presumen la mayoría de las capitales. Muchas de las personas que han crecido aquí aportan su granito de arena para intentar hacerlo un lugar mejor. Tito ayuda con las actividades culturales, Pilar viene algunos fines de semana a poner un cine al aire libre en verano, hasta Ismael entrena un equipo infantil de fútbol sala. Es algo que siempre me ha parecido muy bonito.

—No recuerdo exactamente las palabras, tía, pero tuve que estar luego media hora intentando convencerle de que no te demandara por intento de agresión.

—¡Menudo imbécil! Solo porque me acerqué demasiado cuando le mandé a paseo.

—Amenazaste con hacerle comer el césped —replica Estela.

—Es que decía que era el de mejor calidad, cuando claramente era mentira.

—Yo estoy contigo, Lucía. Le paraste los pies —contesta Tito, haciendo que mi amiga le lance un beso amistoso.

—Hay otras maneras de hacerlo más diplomáticas y propias de una concejala.

—Tú calla, Isma. Últimamente no haces más que defender a Estela, ¿eh?

Acompaña sus palabras de un guiño, haciendo que la aludida se sonroje. Ismael comienza a mirar para otro lado y un silencio incómodo que, al principio no comprendo, parece instaurarse entre nosotros mientras Tito bebe de su jarra y Lucía decide cambiar de tema. Parece que me he perdido algo y creo que tiene que ver con el nerviosismo que acompaña a Estela durante la noche.

Mientras hablamos de temas más banales intento fijarme en ella. Me doy cuenta de que mira más de la cuenta a Ismael cuando no está hablando, que se suele ponerse nerviosa cuando sus ojos se encuentran y que mi amigo cambia su postura con ciertos comentarios por parte de Lucía que estoy segura de que insinúan que algo está pasando entre ellos.

De repente, me siento un poco incómoda. Sé que no tengo derecho a ello, pero el pensar que Ismael puede tener una relación con alguien en ese momento me produce una sensación horrible en el estómago. Es una tontería, han pasado muchos años y tanto él como yo hemos tenido varias relaciones. Pero una parte de mí llevaba unos días sintiendo que todo estaba como antes y ese golpe de realidad me llevó a darme cuenta que no tenía dieciocho años y que mis amigos habían continuado con sus vidas sin mí.

—Vaya, dichosos los ojos. Llevas aquí más de un mes y aún no nos hemos visto. ¿Qué tal la vuelta a casa de tus padres, Olivia?

La voz de Mercedes me llega desde atrás, clavándose en mis oídos. Ni siquiera me preocupé en corregirla, pues sabía que pronunciaba mi nombre mal aposta desde hacía muchos años.

—Todo iba genial, hasta ahora —respondo dándome la vuelta.

—Pues sí, parece que tu aventura en la costa no ha salido tan bien como pensabas. Pero mira el lado bueno, Alfonso te ha aguantado más de lo que todos pensábamos.

Clavo mi mirada en ella, mordiéndome la lengua. Lleva a una de sus dos hijas de la mano, de la que no recuerdo el nombre. La otra, con el mismo vestido rosa con bordados blancos, se encuentra en brazos de Nico, que nos mira con diversión. Me mantengo firme, intentando recordarme que no soy la misma Ofelia que se sentía intimidada cada vez que le atacaban. Soy una persona adulta y funcional, dispuesta a no dar el espectáculo. O, al menos, no de nuevo.

—Ya ves, no todos tenemos el valor de estar media vida con la misma persona por obligación —respondo intentando lanzarle un dardo envenenado que ella esquiva con una sonrisa.

—Exacto, ni obligados consiguen aguantarte. —Nico lanza una carcajada ante las palabras de su mujer.

—Hasta luego, Mercedes.

Me giro hacia la mesa y desconecto de la discusión que se produce a mi alrededor. Lucía ha comenzado a increpar a su hermano y cuñada, echándoles en cara que sean tan desagradables conmigo. Estela y Tito se han unido a la discusión, haciendo que de nuevo todo el pueblo se fije en nosotros y sé que saben que es por mi culpa. Me levanto y comienzo a caminar, alejándome de la plaza y sin pensar en nada más. Noto cómo me toman del brazo con fuerza, pillándome de improviso. Es Nico, que ha abandonado la discusión con disimulo, dejando a sus hijas con Mercedes que sigue dando voces como una descosida delante de todos y ha centrado su atención en insultar a su cuñada.

—Vas a pagármela por lo del otro día. Me dejaste en ridículo delante de todo el mundo y no dejan de hablar de ello. —Sus ojos estaban desencajados y hablaba entre susurros mientras miraba para atrás sin soltarme el brazo.

—Déjame en paz de una vez, Nico. Por favor —dije, cansada.

—¿De verdad crees qué va a ser tan fácil? Después de que intentaras joderme la vida contando mentiras sobre mí.

—No dije ninguna mentira, ni siquiera lo conté a casi nadie, pues me sentía avergonzada por haberme sentido en algún momento atraída por ti, imbécil.

Traga aire y aumenta su fuerza en mi brazo. Cuando estoy a punto de ponerme a gritar para llamar la atención de la gente en la terraza, Ismael aparece a su lado. Con suavidad, pone su mano sobre la de él, haciendo que la retire y se queda mirándolo en silencio. Su rostro está tenso y se cruza de brazos colocándose a mi lado en silencio.

—Ya estás defendiendo a tu zorra. Menudo perrito faldero estás hecho, das pena.

Ismael se tensa a mi lado y empiezo a temer su reacción. Cuando estoy a punto de tomarle del brazo para evitar que se enzarcen en una pelea, como es habitual, me doy cuenta de que mi amigo parece relajarse, lo que me sorprende.

—Deja de ponerte en ridículo, Nico, y vuelve con tus hijas.

—Cállate, payaso. No me digas lo que tengo que hacer.

Levanta un dedo en posición amenazadora y lo lleva al pecho de Ismael con fuerza. A pesar de ello, el rubio no responde a sus provocaciones, lo que me sorprende bastante. De repente, Mercedes comienza a llamarle y nos deja tranquilos, no sin antes lanzarnos una mirada de odio de esas que tanto me amedrentaban antiguamente. Veo a nuestros amigos sentados en la mesa, volviendo a la normalidad, mientras la pareja se acerca a la barra con sus niñas correteando felices alrededor. Esto también es algo muy típico de los pueblos pequeños, hacer como si nada hubiese pasado.

—¿Estás bien? —pregunta Ismael poniéndome una mano en el hombro, haciendo que una pequeña corriente eléctrica recorra mi cuerpo.

—Más o menos —respondo, un poco aturdida aún mientras comienzo a caminar hacia la mesa. No me apetece nada ir a casa, sería como si ellos hubiesen ganado—. Oye, me has sorprendido bastante. Por un momento pensé que te ibas a liar a golpes con él como pasaba antes.

—Las cosas cambian, Ofelia, has estado fuera mucho tiempo.

—Sí, ya me he dado cuenta.

Mientras tu gastas saliva en escribir prejuicios ellas vuelan alto cual edificio.

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