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4. CONTIGO

Llegaste justo en ese momento en que vivir no era vivir.

No lo era, al menos para mí.

Llegaste, hiciste que me contagiase de una nueva ilusión.

Contigo, Habeas Corpus.

—Este sitio es un muermo, tía.

Asentí con tristeza mirando a mi alrededor. Pilar tenía razón, no había sitio en el mundo más aburrido que Villalegre. Estaba segura. Mi amiga había venido a pasar el fin de semana a mi casa por mediación de mis padres. Llevaban unos días intentando convencerme de que tenía que hacer vida en el pueblo, pero me negaba a salir sola por la calle cual gato desvalido. Como ellos ya tenían amistades, también habían propuesto hacer una quedada con ellos, pues algunos tenían hijos de mi edad, y recibieron otra negativa por mi parte. No estaba dispuesta a socializar si no era con mis amigos de toda la vida. Entonces decidieron insistir a Pilar, con la que se llevaban muy bien por ser mi mejor amiga, para que viniese a estar conmigo y ya no tener excusa para no dar un paseo por las estrechas calles del pueblo.

—Siento que mis padres te hayan metido en este marrón.

—Ofelia, no digas tonterías. Eres mi amiga, me sabía mal que tuvieras que venir tú todos los días a vernos. Es una oportunidad para devolverte el favor y ya que tú aún no me habías invitado, pues aprovecho.

Me empujó con suavidad y nos sentamos en un banco. Llevábamos un rato dando vueltas sin encontrarnos nada más interesante que dos perros ladrando mientras los dueños tiraban de sus correas y una bonita fuente con luces de colores rosas y blancas que adornaban un paseo. Habíamos llegado hasta lo que parecía ser la plaza del pueblo, donde se encontraba una casita con un cartel en el que se podía leer que era el centro social y la iglesia, un edificio antiguo con tonos marrones que parecía haber pasado tiempos mejores. En el centro había una fuente con un escenario donde seguro se celebraban eventos en las fiestas y varios bancos rodeándola y ahí fue donde nos sentamos. Los árboles que estaban por detrás hacían que fuese una zona bastante acogedora y libre de miradas indiscretas.

—Aun así, tía. Esto es un rollo. Te has perdido una fiesta por mí. Seguro que las chicas se lo van a pasar genial esta noche. —Miré al horizonte, visible gracias a que todas las casas eran bajitas, contemplando el atardecer.

—Tampoco tenía muchas ganas. Necesitaba un descanso. Mi cuerpo no puede aguantar más alcohol.

Sabía que lo estaba diciendo solo para reconfortarme, pero aun así no repliqué. Al final se iba a acabar enfadando si me pasaba todo el rato quejándome de mi mala suerte. No le había invitado a venir, ni a ella ni a las demás, porque sabía que se acabarían aburriendo, pero en el fondo estaba muy agradecida de que hubiese decidido visitarme ese día. No porque me apeteciese dar una vuelta por el pueblo, sino porque me había gastado mi exigua paga en dinero para el taxi de vuelta cada vez que salía, pues mi padre no quería levantarse el único día que tenía de descanso de madrugada para recoger a su achispada hija de fiesta. Por mucho que les protestase, lo entendía. Así que la visita de Pilar había caído como agua de mayo.

Nos pusimos a charlar de todos los cotilleos que habían pasado esa semana. Al haber terminado el instituto no nos veíamos todos los días y aprovechábamos cada oportunidad que teníamos para comentar lo que nos rondaba la mente. En mi caso, no tenía mucho que contar, pues pasaba la semana aburrida en el pueblo y bajando de vez en cuando a la ciudad cuando mis padres iban al trabajo, pero mis amigas tenían también una vida y en verano todas parecían andar más ocupadas de lo normal. María estaba en su pueblo, al norte del país, Vero tenía que cuidar de sus hermanos pequeños, Sara tenía que estudiar para las recuperaciones de septiembre y Petra estaba en los campamentos urbanos. Los viernes y sábados eran el único momento en los que nos podíamos juntar con el resto de amigos y, por mi culpa, Pilar y yo nos lo estábamos perdiendo.

—¿Qué ha pasado con Raúl? Creía que teníais algo serio —pregunté mientras abría la segunda bolsa de pipas.

—Es un idiota, tía. Pasaba más tiempo con sus amigos que conmigo.

—Que le den, entonces. No te merece.

—No sé —contestó poniendo cara seria de repente—, creo que estaba más con él por no estar sola que por el hecho de que me gustase. ¿Me convierte eso en una mala persona?

—¡No! Solo un poco bruja.

Pilar me lanzó un puñado de pipas que se me enredaron en el pelo y las dos estallamos en carcajadas. Se levantó del banco para ayudarme a quitarlas, pues se habían colado entre los mechones perfectos creados con gomina y no quería despeinarme. Seguí maldiciéndola en broma hasta que me di cuenta de que se había quedado embobada mirando algo que había tras de mí. Me giré y vi cómo dos chicos se acercaban a nosotras con las manos en los bolsillos. Uno de ellos, robusto y con el pelo rizado y castaño, llevaba la cabeza bien alta y sonreía de forma pícara. Su baja estatura contrastaba con la de su acompañante, al que reconocí como mi nuevo vecino. No sabía cómo lo había hecho sin ver su rostro, pues llevaba la cabeza agachada como si en el suelo pudiese encontrar todas las respuestas del universo.

Desde que llegamos a Villalegre y lo vi por primera vez, he estado pendiente de sus movimientos de forma inconsciente. Alguna vez me ha lanzado una pequeña sonrisa y otras ha pasado de largo, rodeado de sus amigos. No habíamos cruzado ni una palabra, pero parecía que eso iba a cambiar en ese preciso instante. O eso creía.

—¿Qué pasa, chicuelas? No os he visto nunca por aquí. Me llamo Alberto, Tito para los amigos. Y espero que vosotras lo seáis a partir de ahora.

Finalizó su discurso con un guiño que pretendía ser seductor, pero lo único que consiguió fue una carcajada por parte de Pilar, que se colocó de nuevo a mi lado en el banco. A pesar de ello, el chico no pareció molestarse. Se pusieron delante nuestra y mi vecino continuaba con la cabeza agachada y las manos en los bolsillos. Noté que todo esto había sido orquestado por Tito y a él no le quedó más remedio que hacer acto de presencia, aunque no estaba muy cómodo. Evité reirme como Pilar para intentar no resultar amenazadora y así, con un poco de suerte, conseguía que no se fuese y saber, al fin, su nombre.

—Hola. —No sabía qué otra cosa decir, pues me había quedado en blanco.

—¿Cuál es tu nombre? O a lo mejor debo llamarte preciosa.

Una risa, más escandalosa aún que la anterior, salió de los labios de Pilar. Tito, lejos de sentirse avergonzado, parecía más seguro de sí mismo que antes. Mi cara compuso una mueca, no me gustaba que me llamasen preciosa y mucho menos un chico al que no conocía, pero mi necesidad de agradar hizo que no le mandase a la mierda. Además, estaba su amigo, que seguía poniéndome nerviosa sin motivo alguno.

—Ella es Ofelia —dijo mi amiga con una sonrisa sincera— y yo soy Pilar. Encantadas de conoceros. —Miró al chico rubio que seguía ignorando la conversación.

—Os presento a mi fiel escudero, Ismael. Es un poco callado, pero en el fondo es un seductor nato.

Le dio un pequeño codazo que fue respondido con una mirada furiosa del rubio. Su rostro estaba enrojecido y sus verdes ojos echaban chispas mientras miraba a Tito. Este pareció no darse cuenta y continuó en su sitio con una expresión divertida, ignorando que su amigo estaba a punto de propinarle un buen golpe.

—¿Sois del pueblo? —preguntó Pilar.

—Sí, de toda la vida. Y vosotras sois forasteras, eso está claro. Aunque sé que nuestra amiga Ofelia es una nueva incorporación en Villalegre.

—¿Cómo lo sabes? —Fue una pregunta estúpida, pero me había pillado desconcentrada.

—Aquí las noticias vuelan.

Al decir su última frase, señaló a Ismael con la cabeza. Se veía que su amigo le había contado algo sobre mí y eso me puso aún más nerviosa. La estampa tenía que ser divertida, para verla desde fuera. Tito y Pilar empezaron a hablar sobre ellos mismos, conociéndose, mientras Ismael y yo permanecíamos en silencio, mirando a todos lados menos entre nosotros. Tito se sentó al lado de mi amiga, lo que dejaba solo un pequeño espacio en el reposabrazos del banco, a mi lado. Mi vecino se colocó ahí, haciendo que su cercanía me resultase demasiado. Estaba siendo una situación demasiado incómoda, pero no quería que se terminase.

Pilar no dejaba de reír en ningún momento, parecía que Tito le había caído en gracia. Y a mí también, para qué negarlo. A pesar de que en una primera impresión parecía demasiado directo y prepotente, se notaba que no tenía ninguna maldad y solo era su forma de relacionarse. Fue amable, sabía escuchar y tener interés en lo que Pilar le contaba. Al final, el tiempo pasó bastante rápido y cuando nos dimos cuenta ya era de noche.

—Bueno, tengo que irme a ayudar a mi padre en el bar —dijo Tito levantándose del banco—. Estoy encantada de haberos conocido. Os van a encantar los demás. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar en las fiestas, bonita —prosiguió mirando a Pilar.

—Espera, ¿qué fiestas? —pregunté, pues me había perdido alguna parte de la conversación.

—Las del pueblo, boba. Son el mes que viene y Tito nos ha invitado a juntarnos con su grupo. ¿Qué te parece? Dice que son la bomba.

—Bueno, creo que es una buena idea.

No me hacía especial ilusión conocer a gente nueva. Además, si llegaban a gustarme tendría que empezar a darle la razón a mis padres y eso estaba descartado. Pero, mirando el lado bueno, así Pilar vendría a visitarme y podría conseguir, en un futuro, que las quedadas con las chicas fuesen aquí y no me tendría que desplazar todas las semanas para verlas.

—¡Perfecto! Es una cita. —Ismael, que se había levantado, le dio un pequeño empujón—. Bueno, una cita múltiple. Ya me entendéis.

—Nosotras también deberíamos irnos a casa. —Las noches de verano aún eran frías y más en mitad del campo.

—Ismael puede acompañaros, va para el mismo lado.

—No, voy a ayudarte. —Era la primera vez que escuchaba su voz y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era tan grave y varonil como me imaginaba.

—No hace falta, vives al lado de Ofelia y seguro que puedes... ¡Auch! —El rubio le había pegado un pellizco en el brazo y comenzó a empujarle en dirección contraria a la nuestra—. ¡Nos vemos por el pueblo, chicas!

Se marcharon y pudimos ver cómo parecía que iban peleando entre ellos. No sabía que estaba diciendo Tito, pero de repente salió corriendo entre carcajadas, huyendo, aunque Ismael continuó con las manos en los bolsillos y andando despacio. Se notaba que no le gustaba tanto llamar la atención como a su amigo.

—Son monos, ¿verdad?

—Un poco —respondí sin poder evitar soltar un suspiro.

Me enamoré como jamás me imaginé.

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