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3. VERSOS DEL AIRE

De todo, de nada, de tanta patada,

de no dormir nunca a tu lado.

De sueños vacíos, de rumbo perdido en versos de Antonio Machado.

Versos del aire, Desakato.

Sé exactamente el número de días que llevo en mi habitación encerrada, pero solo porque el móvil me lo dice mientras navego por zonas oscuras de internet en las que se mezclan videos de gatitos, novelas de misterio y cestas de la compra llenas en páginas de internet que nunca llego a pedir. Cuando llegué a casa, mis padres me recibieron con los brazos abiertos. Pude mantener la compostura esa noche, pero en cuanto entré en mi cuarto, que estaba prácticamente como lo dejé, y el sueño me atrapó no pude abandonar la confortabilidad de mi cama. Al igual que me pasó quince años atrás cuando llegué al pueblo, quiero quedarme aquí dentro hasta que el tiempo se me consuma y no tener que volver a lidiar con nadie ni nada.

Mi madre, los primeros días, decidió preguntar poco y mimarme mucho. Me traía la comida, tenía dulces palabras e intentaba que todo el rato supiese que estaba allí para lo que necesitase. Incluso canceló las quedadas con sus amigas del pueblo para tomar un café, ir a pilates y pasear por la vía verde solo para no dejarme sola. Tenían una pequeña tienda de electrodomésticos en la ciudad en la que trabajaban los dos, pero estos días han decidido que ella se iba a quedar conmigo, creo que para que no cometa ninguna locura. No son paranoias mías, los he escuchado hablar sobre qué iban a hacer conmigo.

Me levanto con pereza, notando cómo la espalda me empieza a doler al salir de la cómoda postura en la que se había instalado. No me importa, pues pienso volver a mi posición original en cuanto regrese del baño. Por un segundo, sin darme cuenta, me miro al espejo y el pijama de corazones rosas contrasta con mi estado de ánimo. Como si de un vampiro me tratase, ando en penumbra hasta el servicio esperando no encontrarme con mi madre en el camino y pienso hasta en darme un ducha, pero lo descarto enseguida a pesar del olor que inunda mis fosas nasales y que proviene de mí o de algún animal en descomposición.

Tras acabar mi tarea y regresar con éxito a la habitación siento cómo la necesidad de nicotina empieza a llamar a mi cerebro. He fumado más estos días que en el último año. Esto se debe a que Alfonso odiaba que lo hiciese y tenía que salirme de casa para poder calmar mis ansias. Ni siquiera podía en la gran terraza que teníamos y no hablemos de hacerlo cuando él estuviese presente, se creaba un drama de tres pares de narices que acababa conmigo destrozada mentalemente y sin probar un cigarrillo durante unos días. Es el problema que tenemos los fumadores, nos cuesta defender nuestro vicio porque hasta nosotros sabemos que no tiene ningún sentido.

—¡Madre! —Pensar en Alfonso no ha hecho sino ponerme más triste, si eso es posible, así que llamo a mi madre de forma lastimosa con las últimas fuerzas que me quedan antes de tumbarme boca abajo en la cama.

—¿Qué pasa? —pregunta. Me estoy dando cuenta de que su voz parece más cansada conforme pasan los días.

—Tabaco.

—¿Ahora has olvidado hasta cómo se forman las frases? —Entra con fuerza en mi cuarto y sube las persianas, haciendo que un quejido escape de mis labios.

—¡No! No abras la ventana, por favor.

—Sí, Ofelia. Voy a abrir la ventana. Tienes que empezar a mover el culo. Si no quieres buscar trabajo aún, lo entiendo. Puedes tomarte el tiempo que quieras para volver al mercado laboral. Pero no voy a dejar que te quedes encerrada cual vampiro entre estas cuatro paredes. Qué mal hueles, hija. —Arruga la nariz y comienza a recoger ropa del suelo. No está sucia, solo que aún no he tenido ganas de colocarla.

—Mamá, no me apetece —respondo con la cara aún aplastada en la almohada.

—Me da igual lo que te apetezca. Como sigas así te vas a convertir en un liquen y no quiero tener que explicárselo a tu padre ni lidiar con ello. ¡Mueve el culo!

Comienzo a levantarme poco a poco, hasta quedar sentada con la espalda en el cabecero. Miro a mi madre, que sigue recogiendo las cosas que hay por medio. Cuando se da cuenta, algo tiene que ver en mi rostro porque se acerca preocupada hasta ponerse a mi lado. Pasa uno de sus brazos por mis hombros y me atrae hacia sí. Sé que está arrugando la nariz por el olor, pero no dice nada. Nos quedamos así un rato en el que puedo sentir una ráfaga de comprensión que me tranquiliza. Son superpoderes de madre, el reconfortarnos de esa manera. Parece fácil, pero estoy segura de que yo no podría hacerlo.

—Tienes que comenzar a hacer cosas, cariño. Nos estamos preocupando y tampoco quieres hablar de ello.

—Lo sé, mamá, es que... Es tan duro. —Limpio las lágrimas que caen por mi rostro.

—Has salido de otras peores. También podrás con esto. Puedes contar con nosotros, y si necesitas ayuda profesional... Solo tienes que pedirlo, cielo.

El solo hecho de pensar en acudir de nuevo a la consulta del psicólogo hace que tienda a espabilar en un instante. No es porque esté en contra de ello, la salud mental es muy importante, pero eso sería admitir que estoy en un punto de no retorno y creo que aún puedo salir de este pozo. Sí, lo sé, es una estupidez y soy una cabezona. Mi ex no va a ganar esta batalla, por mucho que sea una imaginaria que me he montado en mi cabeza.

—De acuerdo, voy a intentarlo.

—¡Perfecto! Puedes empezar dándote una ducha —dice mientras se levanta.

La acompaño haciendo acopio de todas mis fuerzas hasta la puerta. La verdad es que la promesa de una ducha agradable hace que algo en mí se active. Puede que no sea mala idea ir levantándome poco a poco y volver a recomponer mi vida.

—¿Puedes traerme tabaco? Se me ha terminado.

—¡Anda! ¡Qué casualidad! —Junta las manos en señal de fingida sorpresa—. A mí también. Ya tienes una misión para hoy.

—Espera, espera —digo intentando retenerla, pero se escapa de mis manos—. No habíamos dicho nada sobre salir de casa.

—Bueno, si no lo haces no podrás fumar —responde levantando la voz mientras se aleja hacia la cocina.

Maldita sea. Ahora tengo que decidir entre enfrentarme al mundo exterior o quedarme sin nicotina todo el día. Sopeso durante un segundo las posibilidades, pero está claro que voy a salir a comprarlo. No puedo estar sin ello, menos en estas condiciones, e intentar convencer a mi madre sería imposible. Lo sé, he visto su expresión y significa que ese barco ha zarpado. Tendré que arreglármelas sola.

Con los brazos en jarra compruebo el montón de ropa que mi madre ha colocado encima del escritorio y que antes estaba en el suelo. Tendré que centrarme en coger algo cómodo, que no esté muy arrugado y me permita pasar un poco desapercibida. Esto último es casi imposible. Después de todo el tiempo que llevo sin pisar Villalegre, seguro que todas las vecinas estarán deseando hacerme un interrogatorio en cuanto me vean.

Me quito la camiseta del pijama y la dejo en el cesto de la ropa sucia. Compruebo el sujetador, que es mi preferido y, por ley universal femenina, el más feo. Pero es tan cómodo que me olvido de que lo llevo puesto. Una chispa de racionalidad aflora en mi cabeza y decido que si me voy a duchar debo cambiármelo, así que busco en la mesa para encontrar otro. Me da igual cuál sea, solo necesito que esté limpio.

Un silbido me saca de mi ensoñación y, tras levantar la mirada, noto cómo mi rostro va enrojeciéndose poco a poco. Reconocería ese sonido en cualquier parte.

—¡Ofelia! Cuánto tiempo.

Ahí está, mi primer amor. El chico al que creo que más he querido en toda mi vida. Está muy cambiado, lo noto mientras se acerca a la ventana que mi madre ha dejado abierta de par en par sin pensar que cualquiera que pase por la calle puede verme. Es verdad que debería haberme dado cuenta antes de quitarme la camiseta, pero no se me puede pedir más en la situación en la que me encuentro.

—Hola, Ismael.

Respondo con rapidez, cogiendo la primera camiseta que encuentro mientras llega a la ventana y se apoya en el alféizar. Con las prisas, no me he dado cuenta de que me he puesto una que me estaba pequeña y mis michelines se marcan dejando al aire mi ombligo. Los cambios que ha sufrido mi cuerpo en los últimos años no me suelen avergonzar, por mucho que Alfonso se empeñase en señalarlos. Pero en ese momento la inseguridad de estar frente a Ismael tan cambiada hizo que cruzase rápidamente mis brazos sobre el estómago, rezando por que no se hubiese dado cuenta de ese detalle.

—¿Cuándo has llegado? —pregunta con su voz ronca y suave.

—Hace unos días.

—Vaya, tus padres no me han contado nada. —Es normal, les cae fatal—. ¿Vas a quedarte mucho tiempo?

—Creo que una temporada.

Parece que nota mis pocas ganas de hablar sobre el tema, porque no hace más preguntas. Me sorprende que aún tengamos esa conexión. Aprovecho estos segundos de silencio incómodo para fijarme más en él. Su cuerpo, antes desgarbado y con una pequeña barriga adorable, se ha transformado y parece un modelo de revista. Sus músculos se marcan debajo de su camiseta de tirantes y tiene unos brazos que parecen sacados del mismo Olimpo. La corta melena rubia ha desaparecido, cambiada por un perfecto rapado. Si algo no ha cambiado son sus ojos verdes tan hipnóticos y esa sonrisa tan especial, decorada por una barba de tres días. que me está lanzando ahora mismo porque se ha dado cuenta de que me he quedado mirando.

—Bueno, deberíamos quedar para tomar algo y ponernos al día. Si quieres, claro.

—Vale, te llamo cuando pueda.

Para completar mi ridículo, cierro la persiana tan rápido que mi madre me echaría la bronca si se diese cuenta de que lo he hecho. Sé que sigue fuera, pues puedo escuchar su risa, y me quedo quieta, como si pudiese ver mis movimientos de alguna manera. Soy idiota, ¿por qué me comporto así? Es solo Ismael. Quedamos como amigos después de terminar juntos. Hemos salido de fiesta, comido juntos y jugado al fútbol durante años. Al menos, hasta que comencé a salir con Alfonso. Entonces rompí lazos con todos ellos.

Estoy segura de que ya se ha ido y mi cuerpo comienza a reaccionar. Cambio de opinión, ya no quiero ponerme lo primero que encuentre, así que me pongo a buscar algo con lo que arreglarme. Una sensación agridulce invade mi cuerpo. La alegría de volver a verle, la tristeza de lo que he perdido.

Al menos, salir a la calle no me parece una opción tan mala si puedo verle de nuevo.

Camino cegado y busco en tus pasos la luz entre la oscuridad.

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