14. TUS BRAGAS
Y no sé cómo es tu cama, ni cómo suda tu cuerpo.
Me he quedado con las ganas...
Tus bragas, EUKZ.
Nunca hubiese imaginado que las fiestas de un pueblo pudiesen desembocar en tanto descontrol. Las de Villalegre fueron las primeras en las que había estado en mi vida, pero a pesar de todo lo que me había pasado no se parecían en nada a las de Vallehermoso.
—¡Dónde están las gatas que no hablan y tiran palante!
El grito de Tito se me clavó en los oídos con fuerza a pesar de que la música estaba sonando a todo volumen. La pista de baile estaba tan llena de gente que el sudor de todos los adolescentes que nos encontrábamos en la discoteca se mezclaba con el alcohol haciendo que me entrasen ganas de vomitar. Aunque se me pasaba al poco tiempo, pues había conseguido mantener la borrachera en un punto en el que todo me parecía emocionante y divertido.
—¡Es el mejor día de mi vida! —gritó Pilar en mi otro oído.
Sonreí mientras levantaba la copa y la tomaba de la cintura para seguir bailando. El cielo de la discoteca al aire libre estaba adornado por estrellas desde hacía unas horas. Habíamos pasado la tarde, como toda la gente joven, en el aparcamiento de botellón. Estuve hablando con mucha gente, tanto conocida como no, y me encantaba como me sentaba el vestido rojo de tirantes con un poco de vuelo y unos tacones altísimos que nunca más me volví a poner. Jugamos, reímos y bebimos hasta que la noche se cernió sobre nosotros y comenzamos a pasar a la discoteca en grupos. Nos fuimos directos a la pista de baile y no nos habíamos movido de allí, excepto para ir al baño o llenar alguna copa a escondidas en el botellón que quedaba fuera. Los estudiantes no teníamos dinero para gastar en el bar.
—¿Baño? —pregunté a mi amiga lo más alto que pude señalando hacia donde estaban los servicios por si no me escuchaba.
Asintió mientras me tomaba del brazo y fuimos sorteando a todo el mundo hasta llegar a la cola de unos desvencijados baños. Ni me molesté en mirar al suelo, pues sabía que mis zapatos estaban chapoteando en fluidos extraños. Pilar estaba radiante, con unas chapas naturales adornando sus mejillas en las que el maquillaje había desaparecido tras mucho sudor y roce.
—¿Lo has visto? Está guapísimo, tía.
—Sí, me ha saludado desde la barra —contesté con una sonrisa sabiendo a quién se refería.
Javier Rodríguez llevaba un tiempo escribiéndome mensajes. No nos habíamos visto desde el día del partido, pero todos los días recibía algún mensaje preguntándome qué tal estaba, como me había ido el día o comentando lo guapa que estaba si me había visto en el parque al pasar con la moto.
Parecerá una tontería, pero para unas chicas de dieciocho años que no sabían nada de la vida era el tema de conversación más recurrente durante este tiempo. Había evitado hablar de ello con los chicos, pero Estela, Pilar y Lucía habían analizado cada uno de los mensajes que me mandaba y me ayudaban con las escasas respuestas pues, al contrario que él, yo no tenía dinero suficiente para mantener el teléfono con saldo todas las semanas.
—Vais a quedar un rato a solas esta noche, ¿verdad?
Le contesté con una sonrisa que recibió un pequeño grito como respuesta. Miré alrededor para ver si alguna de las chicas no estaba escuchando, pero cada una estaba pendiente de su propio tema. Cuando iba a contestar, Mercedes salió del servicio y me lanzó una mirada asesina haciendo que mi estómago diese un vuelco, pero no me achanté. Nadie conseguiría fastidiarme esa noche.
—Menuda idiota —murmuró Pilar cuando entramos al baño y se agachaba bajándose los pantalones con cuidado para no mancharse con el asqueroso retrete—. No nos va chafar la fiesta ni ella ni el payaso de su novio.
—Ni me lo menciones. Al menos no se ha acercado a nosotros en todo el día.
—Isma le puso en su sitio el otro día.
No noté que su comentario fuese con segundas, pero aún así me puse nerviosa. Después de nuestro encontronazo, no había hablado con él a solas. Nos encontrábamos cuando salíamos todos juntos y nos tratábamos con normalidad. Me sentía un poco extraña porque estos días solo había pensado en Javier. Además, fue él quién le dio mi número, lo que significa que tampoco le importaba nada de lo que pudiese hacer y seguramente me imaginé toda la tensión que había entre nosotros.
—No le animes —respondí mientras salíamos del servicio tras haber hecho malabares para no rozar nada de ese lugar—. La violencia nunca es la solución.
—Excepto cuando lo es —contestó tomándome la mano y llevándome de nuevo a la pista de baile sin darme lugar a réplica.
Allí, mientras Tito nos recibía con los brazos abiertos, miré hacia Isma. Estaba en una de las mesas altas que rodeaban la pista con una copa en la mano. Varios de sus compañeros de fútbol hablaban animadamente y él estaba pendiente de la conversación hasta que nuestros ojos se cruzaron.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver como me recorría con la mirada a pesar de la distancia. Estaba claro que, al igual que yo, llevaba unas copas encima y su pose seria se tambaleaba. Llevaba unas bermudas vaqueras —la moda de esa época en todos los chicos para ir de fiesta— y una camisa blanca a la que ya le había desabrochado algunos botones. Me sonrió con picardía y me animé a hacerle señas para que viniese a bailar con nosotros. Negó con la cabeza, divertido, y respondí con un puchero.
Cuando estaba a punto de ir hacia él para llevarle a rastras a la pista de baile, alguien puso la mano en mi estómago atrayéndome hacia atrás. Mi espalda se pegó con un torso masculino y estuve a punto de gritarle que narices estaba haciendo. Menos mal que me di la vuelta a tiempo y vi que era Javier, sonriendo.
—No estarás pensando en escaparte, preciosa —dijo con voz ronca lo suficientemente cerca de mi oído como para que sintiese un escalofrío.
—Ehhh... no, creo. No sé —tartamudee tan cerca de su rostro que sentí como todo mi cuerpo se calentaba de la vergüenza.
—Te lo dije por mensaje, me debes un baile.
No supe que responder, pues toda la confianza que había tenido durante el día se me había escapado en esos segundos. Todo él me ponía nerviosa, parecía un cervatillo asustado. La diferencia de edad, su confianza en sí mismo y saber que todo el pueblo nos estaba mirando no ayudaban nada. Y mucho menos lo guapo que iba con su camiseta negra y vaqueros, como si nada le importase.
Su mano comenzó a moverse por mi cintura y balanceó sus caderas al ritmo de la música. Puse las manos en su cuello, dejándome llevar. Entre el alcohol y la inexperiencia, sentía que nuestros cuerpos se acompasaban a la perfección. Notaba las risas de mis amigas emocionadas, pero estaba tan concentrada en no hacer nada que pudiese dejarme en ridículo delante de Javier que las ignoraba. Se notaba la confianza que tenía en sí mismo.
Tras un par de canciones reguetoneras, empezó de nuevo la música de verbena. Ahí nos separamos, llevados por la emoción de las personas que estaban en la pista de baile. Todos disimulaban, pero me daba la sensación de que cualquier mirada y cuchicheo estaba dirigida a nosotros. A pesar de estar separados, Javier no dejaba de rozarme y tomar mi mano de vez en cuando. Me sentía como la chica popular del baile en las películas americanas.
Pero, como la vida no es el cine, las personas tenemos necesidades fisiológicas y en ese momento el alcohol estaba diciéndole a mi vejiga que era hora de hacer una pequeña visita al servicio. Tomé a Pilar de la mano, pues sabía que si no lo hacía mi amiga me iba a perseguir.
—¡Tía! ¡Qué fuerte! —gritó cuando llegamos con la cara desencajada por la emoción—. Solo le falta comerte la boca delante de todo el mundo.
—¿Te imaginas? —contesté nerviosa mientras me agachaba con cuidado en el inodoro—. Me desmayo allí mismo.
—Y yo también.
Cuando termino, nos miramos las dos al espejo. Me hubiese gustado estar más presentable, parecer una chica de esas rompedoras, pero la noche está pasando factura. Aún así, la confianza que me faltaba cada vez que Javier me dirigía la palabra vuelve en ese momento junto a mi mejor amiga.
—Vamos, a ver si tengo suerte.
Tras darme un sonoro beso en la mejilla, salimos del servicio. Pero, justo en la puerta, chocamos contra alguien que parecía querer impedirnos el paso.
—Isma, ¿qué tal la noche?
La pregunta de Pilar era totalmente inocente y me hizo darme cuenta de quién es la figura en la que había plantado mis manos. Levanté la cabeza y vi los ojos verdes de Ismael mirándome fijamente. Envalentonada como estaba, entramos en un duelo de miradas que no entendía muy buen pero que hizo que me olvidase de todo lo que había alrededor.
—Bueno, creo que voy a volver a la pista de baile. Está sonando mi canción favorita —dije intentando rodear a Isma, aunque no me fue posible pues se movió hacia ese lado bloqueándonos el paso sin mediar palabra.
—Me parece que tenéis cosas que hablar, ¡Adiós!
Pilar aprovechó que estábamos distraídos para escapar por el otro lado. El silencio de Isma estaba empezando a enfadarme. No entendía qué quería. Estuvimos unos segundos más en esa posición, con algunas personas pasando al lado nuestra sin notar nada extraño. De repente, me tomó de la mano con firmeza y comenzó a andar.
—Vamos.
Conseguí entender esa palabra a través del ruido de la música. Quería soltarme, decirle que dejase de comportarse tan raro y correr hacia la pista para seguir bailando con Javier. Pero algo en su pose y en mi interior me hizo seguirle a través de la discoteca.
El patio, donde estaban las mesas en las que la gente tomaba copas alejados del barullo de la música, era bastante grande y estaba en muy mal estado. Los dueños parecían no preocuparse de ellos. Al final, era la única discoteca que había en el pueblo y a nadie le importaba caminar entre césped descuidado y gravilla.
No estaba muy segura de hacia dónde nos dirigíamos. La altura de Isma me impedía verlo. De repente, giró a la izquierda y comenzó a caminar por un pasillo entre setos frondosos. Tras unos metros, había unas cuantas cajas apiladas en un lateral haciendo las veces de almacén improvisado. La luz estaba tan tenue que no las vi hasta que estuvimos al lado de ellas.
—¿Me puedes decir que narices te está pasando? —pregunté en cuanto nos quedamos uno al frente del otro.
—Javier es un gilipollas. No deberías estar con él. Solo quiere aprovecharse de ti.
Su voz, más ronca de lo normal, se clavó en mis oídos enfadándome como nunca antes. Se cruzó de brazos, esperando mi respuesta y manteniendo una pose firme y seria.
—No tienes ni idea, Isma —respondí aguantándome las ganas de salir corriendo.
—Sí, lo sé. Tú no lo conoces porque no eres del pueblo. Pero es un creído que juega con todas las chicas que puede. Y tú eres una novedad para él.
—¡Claro! Porque no hay otra manera de que un tío se fije en mí, ¿verdad?
—Yo no he dicho eso, Ofelia.
—¿Qué te pasa? ¿Estás celoso? —Me acerqué un poco a él intentando provocarle y abrió los ojos, sorprendido.
—¿De cómo ese idiota tontea contigo? —soltó una pequeña carcajada mientras apartaba la mirada. En esos meses nunca había visto a Isma así. Puede que fuese efecto del alcohol—. Ni de coña.
Su respuesta me dolió tanto que, sin darme cuenta, le di un empujón haciendo que se tambaleara y quedase sentado en una de las cajas que había en el lateral. Al principio parecía enfadado y decidí que era el mejor momento para irme de allí mientras mantenía algo de mi dignidad. Si no estaba interesado en mí, no entendía el por qué de la conversación y estaba perdiendo un tiempo valioso que podía estar pasando bailando con Javier y mis amigos.
Pero justo cuando iba a hacerlo, cogió mi cadera con fuerza y me atrajo hacia así. Quedé entre sus piernas y mirándolo desde arriba. Algo en mí se encendió en ese momento, pues sin pensarlo tomé su rostro y comencé a besarlo con tanta pasión que pensé que el corazón se me iba a desbocar.
Los dedos de Ismael habían bajado hasta mis muslos y se clavaban mientras me atraía hacia él. Nuestros labios no daban tregua y nublaban mi juicio de una manera que me parecía irreal. Se separó un poco, quedando su boca tan cerca de la mía que podía sentir su aliento.
—¿Sabes por qué no estoy celoso? —Su voz entrecortada hizo que lo desease aún más, pero impidió con su cuerpo que pudiese seguir besándole.
—¿Por qué? —pregunté intentando que dejase de torturarme.
—Joder, Ofelia. Porque sé que vas a ser mía.
Todos los libros y películas de romance que he visto a lo largo de mi vida se agolpan en mi mente durante un segundo y encienden mi cuerpo. La Ofelia adulta se hubiese reído de esa frase tan manida. Pero a principios de los dos mil era nueva y excitante para todas las adolescentes.
Agarré sus rizos con fuerza mientras lo atraía hacia mí y, sin darme cuenta, me alcé poniendo las rodillas a ambos lados de su cuerpo y quedándome sentada en su regazo. Sabía que le había pillado por sorpresa al ver cómo sus ojos verdes se abrían con deseo y esbocé una sonrisa de triunfo que le incitó a seguir besándome.
Ni siquiera pensé en que las cajas en las que estaba sentado podían romperse o que alguien pasase lo suficientemente al fondo del pasillo como para descubrirnos en la penumbra. Me daba todo igual. Isma tenía ese poder en mí.
Una de sus manos, que continuaba en mis muslos, comenzó a acariciar el interior de estos haciendo que me sobresaltara. Eran zonas que no había dejado nunca a nadie que me tocaran.
—Lo siento —dijo al darse cuenta de ello y apartando la mano—. No quería ir tan rápido.
—Isma. —La tomé de nuevo acercándola más a la zona donde estaba mi ropa interior haciendo que soltase un suspiro, dándole un permiso explícito mientras me apretaba más a su regazo.
—Me vas a volver loco.
Dejé que mi cuerpo, al que había conocido bastante bien en la soledad de mi dormitorio, me fuese guiando. El vestido descansaba en mis caderas y, aunque no dejaba nada a la vista, hacía que solo el diminuto tanga que me había puesto esa noche y los vaqueros de Isma me separasen de su erección. Esta se fue incrementando poco a poco con el vaivén de mis caderas mientras nuestros besos no paraban de subir de intensidad.
Los botones de sus pantalones me estaban molestando y, sin pensarlo, solté su cuello para poder desabrocharlos. Se separó de mí y vi, junto con la excitación, un brillo de preocupación en su rostro. Pero este desapareció cuando se dio cuenta, sin decirle nada, de mis intenciones.
Su rostro cambió cuando volví a rozar su sexo con el mío y entre ellos solo se encontraba nuestra ropa interior. Noté como su miembro crecía tanto que comencé a sentirlo apretar mi clítoris, sensible por la excitación y los fluidos.
Se dejó llevar por el placer. Colocó sus manos grandes en mis caderas y me balanceó contra él sin separar sus labios de los míos. Estar así con un chico por primera vez me hizo sentir poderosa, tanto que me dejé llevar. Lo abracé, acercando mis labios a su oído para que pudiese escuchar los pequeños gemidos que escapaban de mi boca. Escuché un gruñido que intensificó las cosquillas reunidas en mi estómago y comencé a recorrer con mi lengua su cuello.
—Dios, no pares, por favor —suplicó acelerando su roce y apretando con más fuerza.
Noté como sus movimientos se hacían más erráticos y me dejé llevar. Su miembro palpitaba con fuerza hasta que, de repente, apretó con fuerza su cadera en mi sexo mientras gruñía en mi oído y su cuerpo temblaba. Sentí un líquido caliente cuando su cuerpo se relajó y me coloqué ante él para mirarnos a los ojos.
No sabía muy bien que hacer. Estaba más excitada que nunca, pero él parecía haberse relajado y no es que tuviese ninguna experiencia para comparar. Le di un beso suave en los labios y comencé a levantarme, pero lo impidió tirando de mí.
—¿A dónde vas? —preguntó con una sonrisa.
—Yo...
No pude contestar, porque sentí de repente como sus dedos comenzaban a entrar en mí. Los movía con una intensidad que, para qué engañarnos, me estaba resultando incómoda. La inexperiencia que los dos teníamos en este campo pasaba factura, pero lejos de decepcionarme me pareció hasta divertido y sonreí intentando aguantarme la risa.
—¿Qué pasa? —preguntó Ismael con una mueca—. ¿Estoy haciendo algo mal?
—No sé, es que... —Mordí mis labios y una idea acudió a mi mente—. Espera.
No sabía que me había empujado a hacer lo que hice. No recuerdo otro momento en el que hubiese tomado la iniciativa de esa manera. Lo tomé de la mano que tan torpemente estaba intentando complacerle y la llevé hasta mi clítoris, haciendo la moviese lentamente.
Apoyé la cabeza en su hombro, sintiendo como con cada círculo que trazaban sus dedos el placer me consumía. El colocó su otra mano en mi cuello, abrazándome mientras yo intentaba acercarme lo más posible para calmar mi ardor. De repente, aumentó el ritmo y ya no pude más. Un orgasmo recorrió mi cuerpo entre pequeños espasmos y contuve las ganas de gemir a tiempo, pues alguien empezó a gritarnos desde el fondo del pasillo.
—¡Eh! Está es una zona privada. ¡Fuera de aquí!
Tras una pequeña mirada, nos levantamos con rapidez y salimos con la cabeza agachada de la vergüenza. Cuando pasamos al lado del chico que nos había llamado la atención, estaba cruzado de brazos y pude ver que no estaba tan enfadado como aparentaba, pues nos lanzó una pequeña sonrisa. Agradecí no conocerlo de nada.
Nada más volver a la pista, nos separamos. Fue como un acuerdo tácito entre los dos, aunque antes sentí un leve pero cariñoso roce entre nuestras manos que Ismael me confirmó con un guiño. Llegué a donde estaban las chicas y me puse a bailar con ellas como si no hubiese pasado nada. Aunque Pilar me comenzó a lanzar miradas acusadoras.
—¿De dónde vienes? —preguntó en mi oído por encima de la música.
—He ido a tomar el aire.
—¿Sola? —Alzó una ceja acompañando su pregunta.
—Había mucha gente. Aquí es imposible estar sola.
Técnicamente, no fue una mentira. Así que, a pesar de que no se había quedado del todo convencida, continuamos bailando y tras un par de canciones apareció Javier de nuevo, que traía dos copas en la mano. No preguntó dónde había estado, seguramente ni se había dado cuenta de mi ausencia, pues era uno de los chicos más solicitados del lugar. Me dio una de las bebidas y contesté con una sonrisa, esperando que la culpa de lo que acababa de pasar no se viese reflejada en mi rostro.
Cuando puso una de sus manos en mi cadera, solo podía pensar en que hacía un momento era la de Isma la que ocupaba ese lugar.
Y tú te has quedao' conmigo.
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