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12. LA DEL FÚTBOL

Con mi bota de vino y mi bocata salchichón

nos vamos a ver el furgol como dios está mandao.

La del fútbol, Los Porretas.

—¡Gol de Villalegre! ¡Gol del hijo pródigo! ¡Esto se está poniendo interesante, señoras y señores!

La voz resonaba y, unido al jolgorio, me estaba causando un poco de dolor de cabeza. Era domingo a medio día y lo único que me apetecía era estar durmiendo la siesta, pero Tito había insistido en que fuese a ver el partido de fútbol. El calor me estaba resultando asfixiante y tenía muchas ganas de que acabase para poder darme un baño en la piscina.

—¡Isma! ¡Ten cuidado con el siete que te la va a liar! —gritó en mi oído.

—Creo que no te ha escuchado —dijo Estela, que estaba sentada a mi otro lado, de forma sarcástica.

—¡Ismaaaaaaa!

Le di un codazo para que no volviese a hacerlo, lo que provocó que se atragantara en las últimas letras. Le dejé mi botella de agua para que no se ahogase entre toses y risas. El rubio, que jugaba en la banda, nos miró con cara desconcertada y Tito le hizo señas con las manos para que estuviese atento al juego. Se encogió de hombros y continuó corriendo hacia la portería para desmarcarse.

—Al final, vamos a perder por tu culpa si sigues desconcentrando a los jugadores —dijo Lucía, que se encontraba sentada detrás de nosotros.

—Necesitan mis indicaciones, preciosa —respondió con un guiño—. Además, es solo un partido de pretemporada, ni que se jugasen la liga.

El ambiente era acorde con ello. Según me había contado Tito, cuando estaban compitiendo la gente se lo tomaba bastante en serio y llenaban las pequeñas gradas con los colores amarillos y blancos del equipo. Sin embargo, en esa ocasión la gente estaba más pendiente de socializar y beber cervezas en el pequeño bar que en el partido. Nos encontrábamos en uno de los extremos y podíamos ver como todo las personas entraban y salían del campo, más centrados en pasar una tarde de domingo divertida que en el partido que tenían enfrente.

Aunque eso no parecía importarle a los jugadores. Ismael estaba muy concentrado. Me había fijado en él más veces de las que me gustaría admitir desde que llegamos y no podía evitar pensar en lo bien que le quedaba la equipación del equipo. Estaba disfrutando del juego, al contrario que algunos de sus compañeros, y seguía en silencio las indicaciones que el entrenador le lanzaba desde el banquillo.
Nuestro último desencuentro, tan cargado de tensión, había conseguido que nuestras interacciones fuesen cada vez más incómodas pero, a la vez, tenían un pequeño matiz que me gustaba. Me parecía que alguno de los dos tendría que dar el primer paso y estaba segura de que no sería yo. Aún no lo conocía lo suficiente y con tener una mínima duda de si todo me lo estaba inventando no me sentía segura. Qué curiosa es la falta de autoestima. Por mucho que me envalentonara verbalmente cuando estábamos solos, cualquier paso que supusiese un contacto físico mi mente lo rechazaba.

—¡Ofelia! ¿Me estás escuchando?

La voz de Estela me sacó de mi ensimismamiento. No me había dado cuenta de que estaba mirando embobada a Ismael mientras pensaba en él. Suerte que el partido estaba tan movido que nadie se dio cuenta de ello, aunque por la forma en la que tenía de mirarme mi amiga supuse que sospechaba algo.

—Perdona, estaba pensando en una cosa. —Paré, sin saber muy bien qué excusa inventar.

—Ya, "una cosa" —respondió con una sonrisa—. ¿Vas a venir a las fiestas de Vallehermoso la semana que viene?

—Claro, contad conmigo y con Pilar.

La verdad era que me apetecía bastante. El pueblo se encontraba a pocos kilómetros de Villalegre y, según me habían contado mis nuevos amigos, se parecían bastante aunque ellos no lo admitiesen. Tenían esa extraña rivalidad en la que se ponían verdes durante todo el año, cosas tan arcaicas como que les robaban las mujeres o que los partidos estaban amañados, pero en época de fiestas se visitaban mutuamente enterrando el hacha de guerra. Al menos, hasta que alguno bebía más de la cuenta y provocaba una pequeña trifulca de la que se estaba hablando después durante todo el año siguiente. Se lo había comentado a mis padres y me habían dado permiso, prometiendo que los llamaría si surgía algún problema. Estela tenía familia allí y nos quedaríamos en su casa a dormir, por si nos pasabamos de rosca con la bebida.

—¡Genial! Os va a encantar —respondió Lucía metiendose en la conversación emocionada—. Son casi mejores que las de Villalegre.

—Que no te escuche Tito —susurró Estela.

—¿Qué no tengo que escuchar? —preguntó el aludido desviando la mirada del campo justo en el momento en el que nuestro equipo marcaba un gol—. ¡Mierda! ¡Me lo he perdido por vuestra culpa!

El enfado le duró poco, pues empezó a celebrar con todas las gradas. Me di cuenta de que Ismael había sido el que metió el tanto y todo el equipo estaba felicitándole. Comencé a aplaudir, animada por el jolgorio, mientras lo miraba fijamente. Sonreía con sinceridad y sus ojos brillaban con orgullo. Se acercó hasta dónde estábamos cuando sus compañeros le liberaron del abrazo y nos señaló.

—¡Me lo ha dedicado! —La voz de Tito retumbó más estridente de lo normal mientras se giraba—. ¡Es mi amigo!

—Creo que ha sido a todos —dijo Lucía.

—¡Mentira! Eres una embustera. Es mío.

Se sentó cruzándose de brazos y haciendo pucheros hasta que nuestra amiga le dio un pequeño abrazo. Nuestra atención volvió al partido, pues estaban a punto de sacar, pero no duró demasiado pues un petardazo hizo que todos mirásemos a la puerta por donde una moto grande y oscura entraba molestando a los que estaban fuera de las gradas.

—Tía, es Rodríguez. No lo veía desde hace meses —susurró Estela a Lucía con una sonrisa coqueta en los labios.

—Creo que ha estado muy ocupado con la universidad. Es su último año. Me encantaría montarme en esa moto —suspiró Lucía.

—Lleva diez años sacándose la carrera —dijo Tito, que no separaba la vista del partido ya reanudado.

—No seas celoso. Tiene veinticinco años —respondió Lucía dándole un pequeño golpe en el hombro.

Mientras mis amigos conversaban, la moto se iba acercando hacia la zona donde estábamos. Era una de esas grandes y estilosas, que parecían las que se usaban en las carreras. Negra con detalles plateados, iba a juego con el casco de su conductor. Este, que llevaba un bañador oscuro y una camiseta blanca que marcaba sus músculos con demasiada precisión, desmontó y se quitó el casco, lanzando una de las sonrisas más bonitas que había visto en mi vida.

—Es difícil no mirarlo, ¿verdad?

Ni la voz de Estela consiguió sacarme de mi ensimismamiento. El tal Rodríguez comenzó a saludar a todo el mundo, dejando la moto en una zona de paso dónde claramente desentonaba, pero nadie le dijo nada. Escuché su voz grave, adulta, y el vello se me puso de punta. Nunca me había encontrado con alguien así en la vida real, pensaba que los chicos cómo él solo salían en las películas.

—Es tan guapo —dijo Lucía.

—E inalcanzable —continuó Estela.

—Y pedante, pretencioso, pijo, chulo... —Tito paró de hablar cuando los ojos marrones del aludido se clavaron en él a lo lejos—. ¡Eh! ¿Cómo vas, colega? —Su tono sonó demasiado falso, lo que hizo que se nos escapara una sonrisilla mientras el chico levantaba la mano para saludarle.

De repente su mirada se posó en mi y pude ver como una expresión de desconcierto se dibujaba en su rostro. Me puse colorada al instante y noté como una gota de sudor se deslizaba por mi espalda. Agradecí que estuviese lo suficientemente lejos como para no darse cuenta, aunque eso cambió en el momento en el que comenzó a subir con agilidad las gradas hacia donde estábamos.

—Viene hacia aquí, viene hacia aquí, viene hacia aquí.

—Ya lo veo, Estela. Deja de apretarme el brazo —dijo Lucía manteniendo la calma.

—Pero es que viene hacia aquí.

—¿Qué pasa? —preguntó el chico a modo de saludo justo en el momento en el que mis amigas se callaban. Estaba dirigiendose a Tito, pero noté como sus ojos se posaban en mí de vez en cuando y eso hizo que me pusiese más nerviosa.

—¿Qué pasa? —respondió Tito irguiéndose y agravando un poco su voz—. Viendo el partido. ¿Tú no juegas hoy?

—No, los de pretemporada me dan mucha pereza.

Se giró hacia el campo saludando a alguien que no alcancé a ver. Se había quedado un par de escalones por debajo de nosotros y permanecía de pie con una pose relajada. Era más alto de lo que me había parecido al principio, casi tanto como Ismael. Cuando volvió la vista hacia nosotros, dejó de disimular y me miró directamente. Me pilló desprevenida y casi me atraganto con mi propia saliva como una idiota.

—No nos conocemos, ¿verdad? Me llamo Javier, pero todos me llaman Rodríguez.

Subió los escalones que nos separaban para darme dos besos. El olor de su colonia mezclada con el sudor del verano hizo que me derritiese un poco. Pude sentir como Lucía reprimía una risa nerviosa provocada por la proximidad de ese chico tan imponente.  Apoyé las manos en mi asiento y, con los nervios, tiré una botella de refresco que manchó los pies de Tito haciendo que este se asustase y soltase improperios suaves mientras se limpiaba.

—Soy Ofelia —respondí tras unos segundos buscando mi voz mientras el espectacular chico me miraba divertido tras mi tropiezo.

—Se ha mudado al pueblo hace poco. Vive en la antigua casa del Pesetero —continuó Estela, encantada de haber podido participar en la conversación y salvándome del ridículo en el que seguramente estaba a punto de ponerme.

—¡Vaya! Parece que en mi ausencia han aparecido cosas interesantes. —Me lanzó un guiño que pensaba atesorar durante días—. Un placer conocerte. Nos vemos, chicos.

Bajó los escalones saludando a varias personas que se acercaron. Las chicas comenzaron a decirme la suerte que tenía de que Rodríguez se hubiese fijado en mí, que era el soltero más cotizado del pueblo. Les corté, avergonzada, diciendo que solo había sido amable y que no se montasen películas, pero no pude evitar sentirme exultante por la interacción.

El partido continuó, pero no podía estar atenta. Notaba como Rodríguez me lanzaba miradas furtivas y no podía evitar estar en tensión pensando en mantener una pose digna para que no se me marcase la tripa, los rodales de sudor en las axilas o no estornudar en un momento inadecuado.

En cuanto el árbitro pitó el final, nos levantamos y, tras aplaudir, fuimos directos a la piscina que, por suerte, se encontraba al lado del campo. El tema de conversación volvió a girar sobre las fiestas de Vallehermoso y decidir cuál era el mejor día para ir. Sentadas en la toalla y tras habernos refrescado en el agua, tomé mi teléfono para escribir a Pilar y preguntarle sobre su opinión en cuanto a el tema de las fiestas, del que seguíamos sin ponernos de acuerdo, cuando vi un mensaje de texto de un número desconocido que me hizo sonrojarme.

"Hla, prciosa. Soy Rodriguez. Isma m a dado tu numero".

Estamos todos al loro de quien tiene el mantecado...

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