11. RICO DEPRIMIDO
Quiero quemar el infierno con un arma nuclear.
Quiero congelarme vivo y convertirme en inmortal.
Quiero hacer algo grandioso, pervertido y criminal.
Rico deprimido, Kaotiko.
Hay algo de lo que no me acordaba y me está causando demasiados dolores de cabeza: la búsqueda de empleo es un suplicio. Y eso que no le estoy haciendo ascos a nada, me da exactamente igual de qué trabajar, pero agosto es muy mala época para encontrar trabajo en una pequeña ciudad del centro del país. Muchos sitios están cerrados, la gente se ha ido de vacaciones y hasta que llegue noviembre es poco probable que las empresas necesiten reforzar plantillas. Mi impresora se estaba quedando sin tinta y se me estaban acabando las páginas de trabajo temporal a las que podía mandar el currículum.
Mi madre me dice que no me agobie, que deje pasar el verano y después puedo centrarme más en los sitios que me interesen, pero no quiero dejarlo ahora que me encuentro con ánimos, pues mantenerme ocupada es una de las cosas que no me hacen pensar en Alfonso.
Porque desde el incidente del último sábado, en el que comencé a sospechar que Ismael y Estela podrían tener algo, mi mente ha dejado de divagar pensando en mi antiguo amigo para evitar hacerme daño y ha decidido ponerse a recordar al idiota de mi reciente ex. Debido a esto, como tantas otras antes que yo, rompí la regla de no revisar sus redes sociales y desde un perfil falso he podido ver cómo está todo el rato disfrutando de sus vacaciones con más compañías femeninas de las que yo recordaba tenía como amigas.
No puedo evitar echar de menos mi casa, mi trabajo y su compañía, a pesar de que sé que solo estoy acordándome de los momentos buenos que, aunque eran pocos sobre todo al final, me siguen llenando de tristeza por pensar que ya no volverán.
—Ya estás pensando en ese capullo, ¿verdad?
Pilar está conmigo en mi despacho improvisado creado en el salón de casa de mis padres. Podría ponerme en mi dormitorio, pero a estas horas de la mañana es mejor estar en este lugar, porque tiene muchísima luz y es más amplio para poder estar acompañada. Hoy no trabaja, pues está de vacaciones y, a pesar de mi insistencia de que no era necesario, ha decidido hacerme compañía.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto con extrañeza sin despegar mi vista del ordenador.
—Porque siempre pones esa cara de melancolía cuando lo haces. No merece que pases ni un segundo de tu tiempo pensando en él. Ya ha pasado página, tienes que hacer lo mismo y te voy a ayudar.
—Si quieres ayudarme en algo que sea con el trabajo, Pilar —respondo mientras le tiendo una libreta donde tengo apuntados varios correos electrónicos—. Ponte tú con estas, que son las que me faltan por enviar.
Bufa con cansancio, pero me hace caso. Sé que tiene muchas ganas de que salgamos de fiesta desenfadada hasta el amanecer y acabe teniendo un encuentro tórrido de una noche. Aún no lo hemos hecho y, la verdad, hace años que no salgo de fiesta de esa manera y no es que me apetezca mucho. Sé que Pilar no va a parar hasta que lo consiga y después de todo lo que está haciendo por mí me parece justo que yo me esfuerce por darle el gusto. Pero una de mis condiciones es que tengo que encontrar primero trabajo y así podemos celebrarlo desfasando hasta el amanecer.
—Oye, ¿por qué tienes un correo tachado? —Me tiende la libreta para que lo vea y cuando me doy cuenta abro mucho los ojos y se la devuelvo.
—Es que no están buscando personal —respondo mientras vuelvo la vista al ordenador.
—Parece que pone algo como... Rodríguez distribución... Ofelia, ¿es la empresa de Javier Rodriguez? —Asiento, intentando disimular—. ¡Genial! No me acordaba de él. Llámale, seguro que tiene algún trabajo para ti.
—No voy a hacer eso, tía.
—¿Por qué no?
—Porque no voy a ir mendigando trabajo a mi ex. Es patético.
—Cuando hablamos de trabajo digno nada es patético, Ofelia. Además, casi todo el pueblo trabaja allí. Ganaría teniendo a alguien como tú en la plantilla.
Suspiro cerrando el ordenador y girándome hacia ella. Mentiría si dijese que no lo había pensado, por eso apunté el correo electrónico, pero en seguida deseché la idea. Javier y yo habíamos tenido una historia en el pasado que no acabó demasiado bien, aunque al final cada uno siguió por su lado y el tiempo borró los resentimientos. No lo había visto en los últimos años, pero antes de marcharme nuestra relación era bastante cordial. Sabía, por redes sociales y amistades, que estaba felizmente casado y tenía un hijo precioso. Además, su padre se había jubilado y ahora se encargaba de la empresa familiar, una gran distribuidora que se dedicaba a vender y almacenar productos de limpieza.
—¿Crees que no es demasiado desesperado? Hace años que no hablamos.
—¡Para nada! Vamos a contactar con él. Cuanto antes consigas el trabajo, antes podremos dejar de pasar las mañanas aquí encerradas.
—Nada nos asegura que me lo vaya a dar, Pilar. A lo mejor me ve como una aprovechada o no necesitan contratar a nadie. Puede que... ¿Qué estás haciendo?
Mi amiga está llamando por teléfono y me temo lo peor. Algo tiene que ver en mi rostro porque se levanta corriendo hacia el baño. No me da tiempo cogerla antes de que cierre la puerta, así que empiezo a aporrearla con fuerza, evitando gritar para que no me escuche con quién esté hablando. Al cabo de dos minutos sale con una sonrisa en el rostro.
—¿A quién has llamado, Pilar? —pregunto mientras me cruzo de brazos.
—A Lucía, para pedirle el número de teléfono de Javier. Sabes que son primos lejanos.
—¿Y por qué sales corriendo? —digo abriendo los ojos como platos.
—No sé, he visto tú cara y pensaba que ibas a quitarme el teléfono. Me he puesto nerviosa.
Levanto las manos mientras me dirijo a mi habitación. Necesito dar un paseo para despejarme o si no me vuelvo loca yo lo hará mi amiga. Me persigue en silencio, aunque sé que se está aguantando la risa. Al final, yo misma sucumbo y comienzo a sonreír por lo estupido de la situación.
—¿Te ha dado el número? —pregunto mientras me voy vistiendo con unas mallas negras y una camiseta blanca, lo que parece ser mi conjunto habitual para dar paseos por Villalegre.
—Sí, te lo mando por mensaje —coje su teléfono para hacerlo y, después, toma el mío de encima de la mesa—. Pero tengo una idea mejor.
En su cara aparece esa mirada que tanto miedo me da, pues suele preceder a desastres. Comienza a sacar como loca ropa de mi descolocado armario y tras descartar casi todas las opciones me tiende unos vaqueros altos y una camisa negra demasiado arreglada para dar un paseo un martes por la mañana.
—Pilar, ¿qué has pensando?
—Ponte los botines negros. Vamos a ir a La Parada a tomar algo, seguro que ahora mismo Javier está allí desayunando. No faltan ningún día.
—¿Cómo sabes eso, acosadora? —pregunto mientras me voy quitando el conjunto que llevaba puesto para ponerme el que me ha dado.
—No finjas, Ofelia. Tú también lo sabes. Mira que yo no vivo aquí, pero he pasado tantos años saliendo en este pueblo que sé las rutinas de casi todos sus habitantes autóctonos.
Tiene razón. Estoy segura de que puedo recordar lo que hace cada persona Villalegre a lo largo de la semana o, al menos, pequeños detalles. Cualquier variación supondría días de cotilleo en todas las esquinas imaginando que podría haber pasado. Javier siempre desayunaba con sus compañeros en el bar que se encontraba al lado del almacén y, aunque ahora era el jefe, me imaginaba que seguía haciendo lo mismo. Antes era para controlar lo que hablaban los empleados, por mucho que tratase de amigar y disimular, para contárselo a su padre. Ahora, imagino que si lo hace es para controlarlos por él mismo.
—De acuerdo. —Me miro al espejo, intentando arreglar un poco mi cabello que no está tan mal desde que decidí volver a lavarlo con frecuencia—. Vamos a acabar con esto lo antes posible.
—¿No vas a negarte ni darme varias razones por la que es mala idea? —pregunta Pilar con ilusión mientras junta los brazos.
—Estoy muy cansada para ello y no serviría de nada. Al final te las arreglarías para tenderme una emboscada. —Una pícara sonrisa se dibuja en sus labios—. Así que vamos, si voy a hacer el ridículo que sea lo antes posible.
Salimos de casa y nos dirigimos hacia el bar. No está muy lejos, pero nos da tiempo a practicar por el camino el encuentro casual. Estoy nerviosa, no creo que vaya a funcionar y seguro que Javier ni siquiera se acuerda de mí. Aunque no puedo dejar pasar esta oportunidad, pues puede que sea la mejor que tengo para encontrar trabajo.
—Vale. —Pilar me toma de los hombros por detrás en cuanto llegamos a la puerta, como si estuviese a punto de entrar en la pelea más importante de mi vida—. Tú puedes, Ofelia. Donde hubo fuego quedan brasas.
—A lo mejor aún no ha llegado —contesto, nerviosa, mientras miro el móvil para comprobar la hora—. Puede que sea mejor que demos antes un paseo y...
—No, no, que al final te escapas. Yo estoy contigo, recuerda. Si te quedas bloqueada hazme una señal y entro al rescate.
—¿Qué señal? No hemos hablado de ninguna señal.
—Yo que sé, tía. La que quieras. Un toque en la pierna, una mirada o ponte a ulular como una lechuza.
Me empuja levemente para que entre al local. El olor a freidora inunda mis fosas nasales y de repente siento como un montón de miradas se clavan en nosotras. Me costaba acostumbrarme de nuevo a estas dinámicas en la que todo el mundo te escudriñaba cada vez que entrabas a un sitio. Cuando se dieron por satisfechos, continuaron con sus conversaciones, y nos acercamos al único hueco libre que quedaba en la barra del pequeño bar. Los nervios comienzan a atenazarme y siento como un sudor frío recorre mi espalda.
—A lo mejor no ha sido tan buena idea —digo en un susurro mientras mi amiga pide las bebidas.
—Claro que lo es. Hazme caso, de aquí sales con trabajo o, al menos, con una entrevista.
—Qué no, Pilar. Hace años que no lo veo, ¿cómo voy a empezar la conversación? ¿Qué le digo? Ni siquiera antes de irme estábamos unidos. Esto es un error... —Me giro para salir del local, pero mi amiga me coje del brazo.
—Ya vale, Ofelia. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
—Quedar en ridículo y tener que mudarme de nuevo.
—No digas tonterías. Además, siempre puedes venir conmigo a mi piso en la ciudad. Tengo un sofá que no es demasiado incómodo.
—Me voy.
La visión del desvencijado mueble de mi amiga en su estudio de menos de veinte metros cuadrados acaba por convencerme de que no debería estar ahí. Me giro con más fuerza de la necesaria, porque creo que Pilar me sigue agarrando, y acabo chocando contra alguien haciendo que el café caliente que tiene en la mano acabe en nuestras camisas.
—¡Oh! Lo siento —digo torpemente mientras cojo unas servilletas que hay en la barra—. Debería mirar por dónde voy. Soy una idiota.
Comienzo a limpiar el torso del misterioso hombre con el que me he chocado. Su camisa blanca y pulcra tiene una mancha enorme que no se quitará por mucho que frote, pero he entrado en bucle y me cuesta parar. Al estar mojada, se trasparentan unos abdominales que parecen de película. De repente, el desconocido toma mis manos, haciendo que levante la mirada para encontrarme con una sonrisa y ojos marrones que en su momento ya me hechizaron.
—Cuánto tiempo sin verte, Ofelia.
—Javier, yo... perdona, de verdad.
—No pasa nada, pero ahora tendrás que invitarme a otro café.
Su mano se posa en mi brazo y siento que me derrito. No puedo evitar ponerme más nerviosa aún de lo que estaba. Esto está saliendo muy mal, ha empezado de la peor manera posible y ahora no tengo escapatoria. Miro a Pilar, que está levantando los pulgares en señal de victoria con una sonrisa en la cara. Javier la mira y creo que se ha dado cuenta, pero mi amiga disimula levantando la mano en señal de saludo y este le corresponde.
—¿Nos sentamos? Tienes que ponerme al día. Ya me había contado mi madre que has vuelto al pueblo. Tú también, Pilar. Desde que no está Ofelia se te ve poco por el pueblo.
Se dirige hacia una de las mesas vacías, esperando que le siga. Me recreo durante un segundo mirando su cuerpo. Lleva unos pantalones de traje negros que le quedan como un guante y la camisa blanca de manga larga que estiliza su figura. No estaba acostumbrada a verlo de esa manera, pero puede que su nuevo cargo haya traido un cambio de vestuario. Y había sido para bien.
Nos sentamos en la mesa y Pilar comenzó a charlar. Respondo con algunos monosílabos, pero no puedo dejar de mirar su barba perfectamente cortada y su pelo engominado de color azabache. No se parece en nada al Javier que recuerdo, al menos físicamente. Su sonrisa sigue ahí, su mirada y sus músculos marcados, pero el porte y la forma de vestir es muy diferente. Aunque me atrapa igual que lo hacía cuando tenía dieciocho años.
—Entonces, ¿estás en casa de tus padres?
—Sí —respondo tras un golpe por debajo de la mesa de Pilar, pues me había quedado embobada—. Al menos hasta que encuentre algo.
—Trabajo es lo que necesita, ¿verdad, Ofelia? —Mi amiga me hace un gesto que no es tan disimulado como cree.
—Estoy en ello. Tengo unas cuantas entrevistas la semana que viene y...
—Pues necesito a alguien que cubra el puesto de una administrativa que se ha dado de baja por embarazo. Es un trabajo sencillo, de lunes a viernes, aunque será hasta que vuelva a incorporarse a su puesto. No sé si te interesará.
—¡Sí que le interesa! —responde por mí Pilar en voz demasiado alta—. Es justo lo que estaba buscando, ¿verdad?
Asiento sin saber muy bien qué responder. La presencia de Javier me está poniendo muy nerviosa, pues mi yo adolescente está regresando y no puede evitar sentirse cohibida con sus miradas y sonrisas. Además, seguro que él se está dando cuenta.
—De acuerdo, te doy mí teléfono y quedamos estos días para la entrevista. No te preocupes, es solo una formalidad y así también tienes tiempo para pensártelo si estás interesada.
—Ya lo tiene.
—No lo tengo —respondo mientras le doy una patada a mi amiga por debajo de la mesa más fuerte de lo normal, aunque consigue mantener la compostura con una sonrisa forzada.
Saco el móvil para fingir que lo apunto y se levanta de la mesa. No puedo evitar mirar la mancha de café que está mucho peor que al principio. Tengo que carraspear al notar que aún se le marcan los abdominales para no quedarme de nuevo embobada.
—Gracias, Javier. Mañana te escribo. Y siento lo del café, de verdad.
—No te preocupes, Ofelia. —Se agacha y me lanza un guiño de complicidad—. Siempre has sido un poco desastre.
Quiero ser el enemigo de la humanidad.
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