10. MAJARETA
Contaremos las estrellas, perderemos la cabeza.
Prohibido mirar el reloj.
Tú te quitas la ropa, yo acabo majareta
y te regalo una canción.
Majareta, La Fuga.
Las noches de fiesta en la calle cada vez eran más comunes. Nuestro paso a la adultez estaba siendo demasiado intenso. Parecía que quería disfrutar de cada momento antes de ir a la universidad y no dejaba pasar la oportunidad de desfasar entre alcohol y música. El reggaeton se fusionaba con el punk más clásico, bailábamos una canción de Don Omar y después nos chocábamos al ritmo de Gatillazo.
Me había tenido que comer mis palabras, pues vivir en Villalegre no era tan malo como había pensado. Después de mi desencuentro con Mercedes y su grupo, sus interacciones se habían reducido a mirarme mal cuando pasaba por su lado y algún que otro insulto casual que pretendía ignorar. Cada vez insistía menos a mis padres para ir a la ciudad, además mis amigas estaban ausentes ese mes y hablábamos de vez en cuando por messenger para saber cómo nos iban las cosas, aunque debido a la ausencia de internet en la mayoría de sitios donde ellas estaban nos costaba más. No pasaba nada, eso haría que cuando nos volviésemos a ver en octubre tuviésemos muchas más cosas que contarnos.
Pilar se había agenciado un hueco en mi habitación. Pasaba más tiempo en mi casa que en la de sus padres. Siempre habíamos estado muy unidas, así que a nadie parecía importarle y nosotras estábamos muy contentas con ello. Nos habíamos hecho un hueco en el pequeño grupo y disfrutamos todos los días de nuestras nuevas amistades.
En ese momento estábamos en el Inem, disfrutando del sábado y riendo de las ocurrencias de Tito. Estela escupió la cerveza cuando al chico se le ocurrió bailarle de forma sugerente, siendo esta su intención, aunque no se esperaba acabar empapado. Había congeniado muy bien con ella, pues era una chica muy dulce y amable, además que parecía realmente interesada en incluirnos en el grupo. No era que los demás no lo hiciesen, pero entendía que sus preocupaciones eran otras y que al recaer en Estela y Tito la labor de introducirnos en sus dinámicas se liberaban un poco de esa tarea.
—¿Crees que debería ayudarle? —preguntó Ismael en mi oído mientras señalaba a Tito, que corría entre la gente intentando escapar de Estela, que se había manchado por su culpa.
—No, se lo merece por estar molestando todo el rato. —Le miré a los ojos, quedándome callada al sorprenderme por su cercanía. Olía a menta y un poco a tabaco.
—Bueno, eso no es muy amigable por tu parte, Ofelia. —Sonrió con picardía, haciendo que me pusiese más nerviosa—. No sabía que tenías ese lado oscuro.
—Hay muchas cosas de mí que no sabes, Isma —respondí siguiéndole el juego.
—Ah, ¿sí?
Me ofreció un vaso que rechacé, pues no quería beber más. Desde la noche con Nico, evitaba beber más de la cuenta. No lo había dejado, para mí en ese momento era impensable salir un día de fiesta sin tomar siquiera un cubata, pero iba mucho más despacio y en cuanto veía que mi mente empezaba a evadirse demasiado lo dejaba. Mientras hablaba con Ismael me encontraba en lo que yo pensaba que era el punto perfecto.
El rubio decidió ir a ayudar a Tito, que había acabado enganchado en una valla mientras escapaba de Estela. Esta se había apiadado de él e intentaba echarle una mano, pero los dos no podían dejar de reírse y eso les hacía imposible liberarlo. Lo miré mientras se alejaba sin evitar morderme los labios. Cada vez me gustaba más. No podía dejar de pensar en sus ojos verdes, en sus grandes brazos, su pose desgarbada y la forma que tenía de mirarme cuando se pensaba que no me daba cuenta.
Además, durante los últimos días habíamos comenzado a hablar más. Pasaba por mi casa, silbando, para que saliese y nos íbamos juntos al parque, dónde habíamos quedado con los demás. Lo de "mi amigo el cabrero" ya se estaba convirtiendo en una broma recurrente en casa. Notaba como los dos nos íbamos soltando, poco a poco. En días como ese el alcohol ayudaba. Ismael parecía vencer a su timidez y eso hacía que yo me sintiese más segura a la hora de acercarme a hablar con él.
Y no solo eso, sino que mis hormonas cada vez estaban más revolucionadas en su presencia. Cualquier contacto casual, susurro o sonrisa entre nosotros hacían que mis piernas temblasen y los colores acudiesen a mi rostro. Nunca había sentido algo así por alguien y me encantaba a la vez que me asustaba. Pilar, mucho más experimentada que yo, me decía que me dejase llevar, que todos veían la tensión que había entre nosotros desde fuera, pero no era tan fácil. Agradecía sus consejos, pero prefería seguir mi ritmo a imponerme, de nuevo, algo que no quería.
—Ofelia, ¿me acompañas a hacer pis? —Lucía se acercó a mi lado dando graciosos saltitos que acompañaban sus palabras.
—Claro, pero ten cuidado con las piedras. No quiero que te caigas como el otro día y tener que cargarte.
Me tomó la mano y nos adentramos en el campo. Como era lógico, no teníamos servicios en el Inem. Los chicos me contaron que el Ayuntamiento estuvo a punto de colocarlos, para evitar que los jóvenes hiciesen sus necesidades en el campo o, peor aún, en la acera, pero muchos vecinos se pusieron en contra alegando que eso sería incentivar que nos juntásemos en ese lugar. La gente que vivía cerca estaba a favor, pues sabían que de todas maneras iríamos y ya pues de perdidos al río.
Por eso, Lucía y yo nos dirigimos a buscar un sitio donde no se nos viese mucho al agacharnos, tapadas por las plantas y la oscuridad. No era lo más cómodo del mundo, pero nuestras otras opciones eran ir a nuestras casas, la cual estaba descartada, o aguantarnos. Como no nos podíamos más, pues el alcohol estaba haciendo su labor, conseguimos llegar a nuestro destino y vaciar las vejigas sin más contratiempo que unas cuantas gotas en nuestras sandalias. Volvimos riéndonos de los pequeños gritos que lanzábamos al intentar no caernos debido a la falta de visión. Justo cuando llegamos a la zona dónde estaba el primer grupo de gente reunido, me di cuenta, demasiado tarde, de que con la tontería y las risas nos habíamos desviado y no íbamos por el mismo camino por el que salimos.
—¡Vaya! Mirad a quién tenemos aquí. ¿Qué pasa, hermanita?
Nico rodeó los hombros de Lucía, que parecía visiblemente incómoda. El tenerlo tan cerca de nuevo me puso muy nerviosa y, sin verguenza ninguna, quise salir corriendo. Pero antes de que pudiese hacerlo nos rodearon los chicos del grupo que, con disimulo, parecían bloquearnos el paso.
—Déjanos en paz, idiota. No tengo ganas de hablar contigo.
Lucía conocía a su hermano, seguramente más que los demás, y a pesar de que yo no le conté lo que había pasado esa noche había notado su apoyo implícito en su trato hacia mí. Me defendía de las amigas de su cuñada, estaba de mi parte. Aunque al principio me incomodaba estar con ella, pues entendía que se pusiese de parte de su hermano, ella había hecho que me relajase, sintiendo su cariño y comprensión en algo que no habíamos hablado siquiera. Uno de mis primeros momentos de sororidad.
—¿Quién ha dicho que quiera hablar contigo, mocosa? —Ella se soltó de su agarre y me tomó del brazo para irnos, pero un chico gigante se puso con los brazos cruzados en nuestro camino—. Tú te puedes ir, pero queremos tener una conversación con tu amiga.
—Ni lo sueñes. Pedro, apártate —respondió mirando a el amigo de su hermano, que puso una sonrisa desagradable.
—No seas cría, Lucía. Ofelia tiene que explicarme por qué ha ido contando mentiras sobre mí.
—Eso no es verdad. No he dicho nada —dije con la voz temblorosa. Era verdad, no había hablado con nadie del tema. Ni siquiera con mis amigas.
—Entonces, ¿por qué hay gente que piensa que intenté aprovecharme de ti? Todos sabemos la verdad. —Me tomó del brazo con fuerza, acercando su rostro al mío—. Eres una calientapollas, Ofelia.
—¡Qué te follen, Nico! —gritó Lucía mientras yo me quedaba petrificada sintiendo su contacto en mi piel—. Déjala en paz.
—Eso tendrá que decirlo ella.
—Déjame en paz, por favor —dije alzando un poco la voz.
—No te escucho, zorra. —Sus amigos comenzaron a reirse, les estaba divirtiendo esta situación—. Al igual que el otro día. Vas a tener que hablar más fuerte.
—¡Qué me sueltes!
Todo el mundo quedó sorprendido ante mi salida de tono, hasta yo. Le empujé, tomando a Lucía de la mano, que me miró con orgullo. Los amigos comenzaron a apartarse para dejarnos avanzar, pero Nico volvió a cogerme del brazo. Me giré, mirándome con el mismo odio que él, dispuesta a poner las cartas sobre la mesa de una vez por todas. No pude hacerlo, pues alguien lo empujó con fuerza, haciendo que cayese al suelo.
—¡Eres un marica de mierda! —gritó Nico desde el suelo—. ¿Qué coño te crees que estás haciendo?
—Te dije que la dejases en paz, imbécil.
La voz ronca de Ismael llegó hasta mis oídos, haciendo que mi piel se erizase. Por un lado, estaba muy enfadada con él por irrumpir de esa manera cuando pensaba que tenía, al final, la situación controlada. Por otro, verlo con esa pose tan erguida y los puños apretados mientras miraba al idiota de Nico me estaba haciendo sentir cosquilleos en el estómago.
—Isma, no te metas —dije mientras sacudía internamente mi cabeza de pensamientos oscuros.
—Eso, esto es algo entre Ofelia y yo. Vete con tu novio un rato y deja a los mayores que hablen —añadió Nio mientras se levantaba, aunque no pudo hacerlo porque Isma volvió a empujarlo.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima...
—¿Qué vas a hacer? —Dos amigos de Nico le ayudaron a incorporarse, marcando terreno—. Eres un gigante gordo y patoso. Si no fuese porque eres más pequeño y he bebido, ya te habría tumbado de un puñetazo.
Todos, menos Lucía, Ismael y yo, comenzaron a reírse. La situación se estaba poniendo cada vez más tensa y lo único que quería en ese momento era marcharme. Nico me miraba, desafiante, intentando intimidarme. Mi amiga me tiraba del brazo para que la acompañara y estaba dispuesta a hacerle caso.
—Vámonos, Isma —dije, enfadada, sin dejar de mirar al estúpido de Nico—. No merece la pena.
—¡Hombre! ¿Es que prefieres a este marica virgen antes que a mí? Tú te lo pierdes, seguro que ni se le levanta.
—Isma, por favor —supliqué tomándolo del brazo—. Lo que quiere es que caigamos en su juego.
—Claro, es que a ti te encantan los jueguecitos, calientapollas. La próxima vez que...
No le dio tiempo a terminar la frase, pues el puño del rubio se estampó contra su rostro. Casi cae al suelo, pero sus amigos lo evitaron. Ismael tenía el rostro lleno de furia y todos se quedaron en silencio. No sabía si no se esperaban que hiciese eso o si, al contrario, estaban acostumbrados a este tipo de peleas.
—Isma, tío, déjalo. Ya sabes como se pone con estas cosas —dijo uno de los chicos.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, algo se cruzó en mi cerebro y salí corriendo. Escuchaba la voz de Lucía llamarme mientras el duro asfalto arañaba mis pies. No es buena idea darse a la fuga con sandalias. Lo único que sabía era que no quería seguir siendo partícipe de esa escena.
—¡Eso! Lárgate. Eres un cobarde, marica.
La voz de Nico gritando me hizo suponer que Ismael había dado por finalizada la pelea, pero no paré. Continué corriendo por el pueblo hasta que llegué a un descampado dónde de vez en cuando nos juntábamos a charlar y comer pipas por las tardes. Había una zona elevada cerca de un muro en la que te podías sentar. Como no podía ir a mi casa en ese estado y, además, tenía que esperar a Pilar, decidí quedarme allí hasta que me tranquilizase. Debería haberle mandado un mensaje a mi amiga para que no se preocupase, pero no caí en ello.
—Ofelia, ¿estás bien?
Al principio me sobresalté, hasta darme cuenta de que era la voz de Ismael. Me había seguido, cosa no muy difícil porque mi forma física era pésima. Se sentó a mi lado y me fijé en su rostro que parecía mucho más relajado que hacía unos minutos.
—No lo estoy —respondí con voz entrecortada. Aún no me había repuesto de la carrera.
—Es un gilipollas.
—Sí, lo es. Pero estoy enfadada contigo.
Me miró con extrañeza y eso hizo que mi humor empeorase un poco más. En mi cabeza todo tenía sentido, pero me iba a costar explicarlo.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te pongas así por mí con nadie. Tampoco cuando no sea por mí. —Llevé las manos a mis mejillas, intentando explicarme mientras miraba a la distancia—. Puedo resolver mis problemas yo sola, Isma.
—Ya lo he visto —respondió con jocosidad—. Se te da muy bien salir corriendo.
—Pues es mi decisión, Isma. Al menos no voy pegando golpes a todo el que me insulta.
—No lo entiendes —dijo bajando los ojos. Volvía a evitar mi mirada, como siempre.
—Claro que no. ¿Qué forma es esa de resolver los problemas? Como si fueses un animal.
Antes de que pudiese acabar la frase se levantó, colocándose delante de mí. Se acercó tanto que pegué un pequeño respingo. Yo seguía sentada, por lo que lo contemplaba desde abajo mientras me miraba con dureza. Sus labios estaban apretados, al igual que los músculos de sus brazos que mantenía a ambos lados de su cuerpo. De repente, noté mis labios demasiado secos y pasé mi lengua por ellos sin darme cuenta. Un brillo apareció en su mirada ante mi gesto, algo que no había visto en él.
—No soy un animal. Y no pienso dejar que te vuelva a insultar o a hacer daño, ¿lo entiendes?
Su voz grave acompañó a sus manos que acabaron en mi cuello. Eran ásperas y su contacto era tal y como me lo había imaginado. Mi cuerpo reaccionó abriendo las piernas para que se colocase entre ellas. El suave frío de la madrugada erizó mi piel y acompañó al silencio que reinaba en la noche.
—Isma. —Su nombre sonó como un susurro y sentí como se estremecía—. No puedes volver a pegar a alguien por mi culpa.
—Es algo que no puedo prometer —respondió mientras movía sus dedos por mi cuello y se acomodaba entre mis piernas, haciendo que un pequeño gemido escapase de mis labios.
—Por favor, no me hagas rogarte —dije, acompañando mis palabras de una pequeña risa nerviosa.
Acercó su rostro hacia el mío, llegando a rozar mis labios. No me podía creer lo que estaba pasando. Mi cuerpo entero respondía hacia su contacto y sentí un cosquilleo enorme en la parte baja de mi vientre que se iba incrementando. Entreabrí los labios, esperando sentir su contacto con más ganas. Tenía los ojos cerrados, nerviosa por la expectación de lo que al fin iba a suceder. Tras unos infernales segundos, susurró:
—Me encantaría verte rogar, pero no por eso.
Se apartó de mí despacio, retrasando el momento. Una sonrisa pícara adornaba su rostro y mis piernas hicieron un ligero esfuerzo para retenerle. Mi cara tenía que ser un poema, pero no quise darle el gusto de complacer sus deseos. Esa última frase había sido un reto y estaba dispuesta a salir ganadora de ese encuentro.
Me levanté, colocando mi ropa y permanecí callada mientras me acercaba a él. Su sonrisa se borró cuando recorté tanto nuestra distancia que pude poner las manos en su pecho. Alcé los ojos y él apartó la mirada, pero puse mi mano en su mejilla obligándolo a fijarse en mí. Con un dedo, comencé a bajar por su torso hasta la línea de su pantalón, envalentonada como estaba, debido a la adrenalina y el alcohol. Eso hizo que se estremeciera. Parecía que no llevar el control de la situación le estaba poniendo nervioso.
—Créeme, serás tú el que acabe haciéndolo —susurré justo antes de marcharme.
Esquivaremos el sol
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