Vivir sin aire
Al día siguiente, cuando Andrea llegó a la parada del autobús, Fabiola ya estaba ahí.
—Hola —dijo su amiga, sonriente, como si nada hubiera sucedido el día anterior.
—Hola —respondió Andrea, cansada por el desvelo y el desgaste de haber estado preguntándose cómo componer lo que aparentemente se había roto entre ellas dos.
—¿Terminaste la tarea? —preguntó Fabiola.
Andrea asintió en silencio.
El autobús llegó, subieron, se sentaron juntas, y todo el camino Fabiola se la pasó contándole sobre los videos nuevos que habían pasado en MTV el día anterior, haciéndole prometer que intentaría verlos, asegurándole que no se arrepentiría.
Los días pasaron y Fabiola siguió comportándose del modo tan natural que lo había hecho antes del momento en que escucharon «Rush, Rush», y no había vuelto a mirarla de la forma en que lo hizo aquel día.
Andrea la buscaba, intentaba provocar situaciones parecidas a las de esa tarde, encontraba el modo de quedarse a solas con ella, con la puerta de la habitación cerrada, pero Fabiola se paraba inmediatamente para abrirla. Y cuando estaban en la escuela, su amiga pasaba los descansos con el grupito de niños populares en lugar de hacerlo con ella.
Mientras Andrea pasaba sus días intentando acercarse a Fabiola, fue alejándose de Carla, Gabriela y Marisa. Ellas eventualmente dejaron de considerarla su amiga: ya no la invitaban a hacer la tarea por las tardes ni pasaban ya con ella la hora del receso. El golpe final fue moverse a lugares diferentes para no sentarse junto a ella durante las clases.
Pasaron varias semanas para que Andrea entendiera que Fabiola no era la persona que ella recordaba. La Fabiola de la primaria vivía para estar con ella, pero la Fabiola de la secundaria era muy distinta; la Fabiola de la secundaria disfrutaba mucho de la amistad de los niños populares, y ellos la habían adoptado, casi absorbido, como una de ellos.
Durante los cuatro años que no se habían visto, Fabiola había desarrollado una dualidad muy marcada que le permitía navegar de un polo al otro del salón sin problemas. Podía llevarse a la perfección con los populares: integrarse, camuflarse entre ellos, al grado que nadie pondría en tela de juicio su pertenencia; pero al mismo tiempo estaba entre los alumnos preferidos de los maestros, porque siempre sabía las respuestas a las preguntas que hacían en clases, tenía muy buenas calificaciones y nunca tenía reservas para levantar la mano u ofrecerse a pasar al frente para resolver algún problema en el pizarrón.
Los populares la adoraban de un modo que nunca habían apreciado a un cerebrito. Y los cerebritos la respetaban de un modo que no habían respetado nunca a un popular.
Por otro lado, Fabiola tenía límites que nunca cruzaba. Podía irse de pinta con sus nuevos amigos, pero no se metía en problemas como ellos: nunca participaba en los actos vandálicos que los mandaban a todos a la dirección, ni accedía a meter alcohol o cigarros a la escuela... y tampoco aceptaba probarlos cuando se los ofrecían.
Durante los primeros seis meses de ese año escolar, Fabiola le insistió en que se integrara al grupo de los populares; que aceptara trabajar con ellos en las tareas de equipo y que la acompañara a las tardeadas de la escuela a las que asistía con ellos.
Andrea se moría de ganas de pasar más tiempo con ella, pero no estaba dispuesta a pasarse al lado obscuro, ni siquiera por Fabiola. Inclusive cuando Carla, Gabriela y Marisa decidieron ya no aceptarla para las tareas en equipo, Andrea prefirió buscar otros compañeros para trabajar, antes que rebajarse a hacer equipo con los populares.
Andrea prefería mil veces quedarse en su casa a instruirse en videos de MTV para poder seguir el tema de conversación que Fabiola más disfrutaba, que ir a las tardeadas o a las fiestas que hacían los populares en sus casas.
Durante la segunda parte del año escolar, las consecuencias de su obsesión con Fabiola comenzaron a afectar su relación con Ileana también. A diferencia de sus amigas de la escuela, la separación de Ileana fue gradual: primero comenzaron los reclamos porque Andrea prefería hacer la tarea en la sala para poder tener la televisión encendida y sintonizada en MTV. Después era porque ya Andrea nunca quería pasar las tardes leyendo o jugando, como lo habían hecho toda la vida. Sin embargo, la gota que derramó el vaso fue la frecuencia con la cual Fabiola iba a casa de Andrea, robándose tiempo que por derecho de antigüedad le pertenecía a Ileana.
Para el momento en que el segundo grado de secundaria terminó, Ileana ya no la buscaba, solamente se veían cuando Andrea iba a su casa con algún pretexto, como pedirle u ofrecerle algún libro, discutir el tomo más reciente de «Conozca más», o contarle que había encontrado algún documental interesante en el videoclub más cercano. Hablaban durante unos minutos y luego Ileana encontraba razones para despedirse.
Luego vino el verano y Fabiola se fue a Chetumal para estar con sus papás. Durante esos dos meses, su amistad con Ileana tuvo un segundo aire: se veían todos los días, el día entero, y hacían sus cosas favoritas sin el televisor escupiendo música en inglés en el fondo. Para entonces, Enrique ya le permitía a Ileana usar sus juegos de mesa, así que se pasaban las tardes jugando Damas Inglesas, Maratón o Scrabble.
A mediados de agosto, cuando faltaba una semana para regresar a clases, estaban sentadas en el suelo, con el tablero de Scrabble sobre la mesa de centro de la sala, cuando Ileana le preguntó de la nada:
—¿Cuándo regresa Fabiola?
—No lo sé, probablemente el viernes o sábado —respondió ella sin darle demasiada importancia al tema.
—Entonces tenemos el tiempo contado.
Andrea no respondió, estaba consciente de que su amistad con una arruinaba su amistad con la otra, pero nunca había discutido el tema abiertamente con ninguna de las dos. Suponía que a Ileana no le caía bien Fabiola, pero como Fabiola no podía hacer nada malo ante sus ojos, no podía entender por qué.
Ileana se puso de pie, tomó uno de los CDs de su hermano, lo coloco dentro del estéreo y le adelantó para llegar a la pista número cuatro.
«Vivir sin aire» de Maná, comenzó a sonar. Ileana se volvió a sentar en el suelo, al lado opuesto de Andrea.
Su amiga permaneció en silencio, mirando el tablero.
Andrea había escuchado esa canción muchas veces, pero nunca le había prestado especial atención a la letra; ya no le prestaba la misma atención a la música en español desde la tarde en la que Fabiola le había puesto su casete de canciones en inglés; ya no le prestaba la misma atención a nada desde el día en que Fabiola estuvo a punto de besarla.
Pero no puedo, siento que muero,
me estoy ahogando sin tu amor.
Andrea escuchó cada estrofa, preguntándose al final de cada una, si aquello era lo que parecía ser: una declaración de amor.
Cuando la canción acabó, Ileana se puso de pie una vez más, con la misma solemnidad que lo había hecho antes, sacó el CD del estéreo, lo devolvió a su caja y a su posición original entre la colección de su hermano.
—¿Entiendes que ya no quiera verte cuando ella regrese? —preguntó Ileana.
Por un instante, a Andrea se le olvidó que tenían doce años. Le parecía estar viendo y escuchando a una adulta.
Andrea asintió sin decir nada. Después de unos instantes, continuaron su partida como si nada hubiera pasado.
Andrea e Ileana continuaron viéndose por los días que le restaron a esa semana, y Andrea los disfrutó como nunca, quizás porque sabía que serían los últimos que tendría con ella en mucho tiempo.
#
Andrea mete la mano para tomar la última libreta de apuntes que queda dentro de su caja de cosas de la secundaria, y pega un brinco al encontrarse con una tarántula enorme y perfectamente inmóvil.
Cuando el alma por fin le regresa al cuerpo, Andrea comienza a reírse. Mete la mano a la caja nuevamente y toma la araña de plástico, moviendo la cabeza de un lado a otro, divirtiéndose con los recuerdos que le trae.
Momento de preguntas y confesiones: ¿Alguna vez te ha pasado que alguien a quien quieres mucho como amigx te declare su amor? ¿Han logrado conservar una amistad después de eso? ¿Alguna vez has usado o alguien más ha usado una canción para comunicarte sus sentimientos?
A mí una vez me dedicaron «Te quiero» de los Hombres G, en otra ocasión fue la canción de Maná mencionada en este capítulo y un poco más tarde, cuando estaba en la prepa, fue «Everything I do, I do it for you» de Bryan Adams.
Yo, en cambio, no usé una canción para declarar mis sentimientos, sino todo un casete con 20 canciones cuidadosamente escogidas. Sí, lo acepto, usé un mixed tape :) :)
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