Vanesa, la investigadora
Al finalizar el segundo año de preparatoria, los alumnos tenían que escoger entre las cuatro ramas generales de estudios: Biología, Ciencias Sociales, Ciencias Socioeconómicas o Matemáticas, la que estuviera alineada con los cimientos básicos para la carrera que estudiarían al entrar a la universidad.
Andrea, que quería estudiar Arqueología en la universidad autónoma del estado, había escogido Ciencias Sociales. Vanesa, que tenía planes de irse a una escuela privada a estudiar leyes, también; así fue como por fin habían acabado en la misma aula.
Después de una semana de haber regresado a clases, Vanesa la confrontó mientras comían juntas en las gradas de la cancha techada de baloncesto.
—¿Estás enamorada de Fabiola? —Su tono era seco, pero no era intencionalmente hiriente.
Andrea levantó el rostro sin responder. Le sostuvo la mirada en silencio por varios segundos, y bajó la mirada una vez más hacia su comida.
—Eso pensé —dijo Vanesa, con un suspiro impaciente que acompañaba a la perfección el movimiento negativo de su cabeza—. Has estado insoportable desde que se fue.
—¿Y qué opinas?
—Opino que ya no te aguanto, pero eres mi mejor amiga y aquí es cuando finalmente entiendo la trilladísima frase: «para eso están los amigos».
—¿Qué opinas de que esté enamorada de una chava? —preguntó Andrea con tono agrio, exasperada ante la evasiva tan evidente.
—No tengo nada que opinar —Vanesa encogió los hombros, negando con la cabeza mientras miraba hacia la cancha.
—Siempre tienes una opinión en todos los temas que existen en el universo —insistió Andrea, que ya quería acabar con el reclamo que seguramente estaba por venir.
—No quise decir que no tuviera una opinión —Vanesa finalmente la miró a los ojos—, sino que no tengo por qué opinar respecto a tu vida amorosa; amas a quien amas y punto. Si me cae bien o no, si pienso que está bien o no, si me ofende o no, es cosa mía y no tengo razones ni derecho de hacerte partícipe de ello. Tú no tienes por qué cargar ni sufrir por mis dilemas internos o mis miedos... ni por los de nadie más.
—¿Entonces opinas que está mal? —insistió Andrea con actitud cortante.
—Eso no es lo que dije y lo sabes a la perfección —respondió Vanesa; luego suspiró, rindiéndose—. Intentaba decirte que eres quien eres y la opinión de los demás debería tenerte sin cuidado.
—Sé lo que intentabas decirme —respondió Andrea, bajando su tono de voz al darse cuenta de que más de una persona había volteado a verlas—, pero quisiera saber tu postura sincera respecto a... —Andrea no se atrevió a decir más.
Vanesa se acomodó los lentes, terminó de masticar su bocado y luego dijo:
—La realidad es que no sé mucho acerca de la homosexualidad; escucho a muchos adultos decir que está mal, que es un pecado, que es un desvío o palabras peores, pero sus opiniones nunca están basadas en razones concretas, mucho menos en ciencia. Siempre son opiniones que parten de un odio irracional. Pero dame tiempo para investigar y entonces podré decirte lo que pienso. Por lo pronto, solo sé que quiero que mi amiga regrese a la normalidad... y con eso me refiero únicamente a tu carácter, porque esta versión tuya de enojo contra el mundo es simplemente insoportable. Por mí, puedes seguir enamorada de Fabiola de aquí hasta la tumba, sólo te pido que vuelvas a ser la persona alegre e interesante que habías sido hasta hace dos meses.
Andrea pasó varias semanas haciendo su mejor esfuerzo por regresar a, lo que sea que fuera su «normalidad», pero la realidad era que ni ella misma sabía qué era lo que había cambiado en su interior; mucho menos sabía cómo regresar a ser la versión de sí misma que Vanesa tanto extrañaba.
Una mañana, cuando el profesor de economía no llegó a impartir su clase, Andrea y Vanesa, aprovecharon para ir a las gradas de la cancha de baloncesto.
—Anoche di por concluida mi investigación —anunció Vanesa con aires de triunfo—, pero mi labor tuvo consecuencias: la encargada de la biblioteca ya me veía muy feo; mi tía le hizo un pancho a mi mamá por permitirme leer «esa clase de libros»; y mi primo me ha estado llamando tortilla por tres días.
Andrea apretó los labios, como lo hacía cuando quería criticar a alguien pero recordaba la mano veloz de su abuela dándole una cachetada.
—A continuación —dijo Vanesa, usando su tono mas formal y académico—, algunos de mis hallazgos más importantes: la Asociación Americana de Enfermedades Psicológicas retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales en 1973. ¡Hace dos décadas! Ninguna otra rama de la medicina considera la homosexualidad como una enfermedad, trastorno o desvío. Así que te puedo decir, con bases médicas, que esto no es un padecimiento y por lo tanto no necesita curarse.
Andrea asintió. Ella misma desconocía esta información. No que le tuviera con cuidado; aún si la ciencia la hubiera considerado enferma, eso no hubiera borrado sus sentimientos hacia Fabiola, pero resultaba un alivio saber que lo suyo no era una enfermedad mental.
—Por el lado bíblico —Vanesa se atragantó con una risita—, el asunto raya en lo ridículo. Levíticos, que es el libro que supuestamente condena la homosexualidad, también condena 75 otras cosas, entre las cuales hay muchas que hasta los católicos de hueso colorado hacen diariamente: comer grasa, comer mariscos que no tengan escamas, ir a la iglesia en los primeros 33 días de haber parido a un niño, usar ropas que están hechas de dos o más telas distintas, cortarse la barba y el cabello, ponerse tatuajes, maltratar a los extranjeros, comer platillos que contienen sangre de un animal —Vanesa se acomodó los lentes—. Bajo esos estándares quienes comen morcilla con singular alegría, los que usamos ropas que son mitad poliéster y mitad algodón, las mujeres que pocos días después de parir se van a la iglesia, estamos condenados a ir al Infierno —Vanesa hizo una pausa para tomar aire y luego continuó—. Y también todos esos que le piden al carnicero las piezas que contienen más grasa porque eso le da sabor a la comida. También se irían al infierno los hombres que se rasuran, y por supuesto, esos que se tatúan a la virgencita o a Jesús o los nombres de sus hijos —Vanesa estaba tan exasperada, que tuvo que obligarse a parar de hablar.
Andrea nunca la había visto tan agitada.
—Ahora bien, por el lado moral, que es totalmente subjetivo, usé únicamente el método empírico, observando a las personas homofóbicas más cercanas a mí —Vanesa negó con la cabeza—. No hay palabras amables para decir esto: mi tío, el que los critica por libertinos, tiene una segunda familia, una casa chica; el vecino, que los llama «cerdos maricones» y «marimachas de mierda» es bastante afeminado, por mucho que intente disimularlo. Podría darte más ejemplos de doble moral como ésta —continuó Vanesa—, porque pululan. Pero mejor nos saltamos a las conclusiones.
Andrea asintió, emocionada y casi divertida.
—No hay nada de malo en lo que eres, pero la gente no está lista para aceptarte... Y no lo estará por muchos, muchos años. Te espera una vida muy dura si decides vivir abiertamente: la religión, el tradicionalismo, el miedo, ocasionarán que tengas que defenderte constantemente, como si estuvieras haciendo algo malo, porque la gente ha decidido verlo como algo malo —Vanesa se detuvo para tomar aire y para componer un poco su tono catastrófico—. Vas a necesitar el respaldo de la gente que te quiere... Y yo voy a estar aquí para apoyarte, siempre.
—¿De dónde sacaste los datos médicos? —preguntó Andrea y tuvo que aclararse la garganta para ocultar que se le había quebrado la voz con las últimas palabras de su amiga.
—Fui a la biblioteca de la Facultad de Psiquiatría de la UADY.
—¿Y te dejaron entrar y leer sus libros?
—Les dije que era para mi proyecto bimestral y que mi calificación dependía de su ayuda.
Andrea estaba impresionada.
—No tuve alternativa —Vanesa se encogió de hombros—. En la biblioteca de mi colonia no hay esa clase de libros, y la poca información que logré sacar de ahí, la encontré en revistas seudocientíficas que resultaban más amarillistas que informativas.
Andrea se quedó muda, como sucedía siempre que había un momento emotivo; pero aunque su exterior no delataba señales de vida, internamente estaba asombradísima ante el ingenio de su amiga, y extremadamente contenta de saber que Vanesa estaría ahí en las buenas y en las malas.
Vanesa le entregó tres hojas escritas a mano, en las que estaban citadas todas las fuentes de su investigación.
—Gracias —dijo Andrea.
Andrea leyó las hojas esa tarde. Las analizó, asimiló toda la información, memorizó los datos y luego rompió las hojas en pedazos diminutos que echó en el bote de basura de su salón antes de irse a su casa esa tarde. Si llegaba con esa clase de material a su casa, no vería nunca el final de sus castigos y peleas con la abuela Minerva.
#
Andrea niega con la cabeza pensando en la versión investigadora de Vanesa, que hasta el día de hoy es su favorita.
Cuando «Tubthumping» de Chumbawamba comienza a sonar, los recuerdos la transportan hacia finales de su tercer año de preparatoria.
La investigación de Vanesa en este capítulo, está basada en una que hice hace algunos años para tener una conversación seria con una persona que queria citar Levítico para decirme que ser lesbiana estaba mal. Así que decidí revisar qué otras cosas se prohibían ahí. Su respuesta cuando le pregunté si ella cumplía todas estas normas, fue que muchas ya no aplican. O sea, que ellos deciden qué aplica y qué no de manera completamente arbitraria.
Les dejo algunas:
1. Quemar levadura o miel en ofrendas a Dios (Penitencia "normal")2. Olvidar la sal en las ofrendas a Dios (Penitencia "normal")3. No delatar una injusticia que hayas presenciado (Penitencia: serás considerado responsable de dicha injusticia)4. No delatar una injusticia que te han relatado —o sea, algo que ni siquiera sabes si es cierto, pero bueeeeno— (Penitencia: serás considerado responsable de dicha injusticia)5. Tocar un animal que no está limpio —o su cadáver— (Penitencia "normal")6. Hacer una promesa en vano —incluso si lo haces sin darte cuenta— (Penitencia "normal")7. Encontrar propiedad ajena y mentir al respecto (Penitencia: regesar la propiedad + 20% de su valor)8. Llevar fuego "no autorizado" delante de Dios (Penitencia: Dios te destruirá)9. No cepillarte el cabello (Penitencia: morirás y Dios estará enojado con todos)10. Romper tus ropas (Penitencia: morirás y Dios estará enojado con todos)11. Tomar bebidas alcoholicas en lugares sagrados —hello... «esta es mi sangre, bebe de ella» y gulp el padrecito se escha su drink delante de todos— (Penitencia: morirás)12. Comer o tocar el cadaver de una larga lista de animales que incluyen: el águila, el buitre, el buitre negro, el milano real, cualquier tipo de milano negro, cualquier tipo de cuervo, el búho cornudo, la lechuza, la gaviota, cualquier tipo de halcón, el mochuelo, el cormorán... y mejor le paro aquí porque la lista es en verdad muy larga.
13. No ponerse de pie en presencia de la gente mayor
14. Vender un terreno de manera permanente
15. Recoger uvas que se han caído al suelo en tu viñedo
Les dejo este link, aunque esté en inglés, por si tienen curiosidad de seguir leyendo, porque ya me cansé de traducir y seguramente ustedes ya se cansaron de tantas cosas carentes de sentido.
https://hill-kleerup.org/blog/2012/06/13/76-things-banned-in-leviticus-and-their-penalties.html
Pero si algún día les citan Levítico, ya saben que hacer XD
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro