Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Todos los amores de Andrea

Cuando Diego estaciona su auto frente a la casa de la abuela Minerva, Andrea está sentada en la acera con su mochila puesta y la caja de diarios a su lado. Su amigo baja del auto y abre la cajuela.

—Lamento mucho tu pérdida —Le dice cuando se acerca para darle un abrazo.

—Gracias —responde Andrea, que no se acostumbra a recibir el pésame.

—Sube —indica Diego, abriéndole la puerta del copiloto. Luego recoge la caja y la mete en el maletero.

—Listo, hora de ir a comer sushi —Le dice cuando sube al auto y lo pone en marcha.

—¿Cómo estás? —pregunta Andrea, indicando con su tono, que no espera una respuesta superficial.

Diego suspira, abandonando su fachada alegre en un santiamén.

—La verdad es que todavía no me acostumbro a estar sólo —niega levemente con la cabeza sin apartar la mirada del camino—. Llegar del trabajo a una casa vacía, ver a mi hijo solamente los fines de semana... La verdad, es que nunca creí estar divorciado a mis cuarenta y dos años.

—Pero era la decisión más sana —sugiere Andrea, con un tono más cercano a una pregunta que una afirmación.

—Mi cabeza dice que sí —responde él, sin dejar de prestar atención al camino—, que el mejor ejemplo que le puedo dar a Mateo es que dos adultos deben saber cuándo separarse para poder conservar la cordialidad.

—¿Pero?

—Pero a veces lo extraño tanto, que pienso que debí seguir intentándolo con Victoria con tal de no fracturar a nuestra familia; con tal de que él nos tuviera a ambos.

Andrea quiere responderle que existen suficientes estadísticas que demuestran que quedarse por los hijos no funciona en la práctica, pero sabe muy bien que Diego no necesita números; él necesita consuelo.

—Algún día, cuando Mateo sea un adulto, comprenderá que ustedes solo querían lo mejor para él.

—Eso espero —Diego se sumerge en sus pensamientos.

El silencio comienza a hacerse pesado.

—¿Cómo está Martín? —pregunta Andrea al entender que el tema de la vida personal de Diego se ha vuelto inaccesible—. ¿Está tan contento como se le ve en las redes sociales?

—Las fotos no le hacen justicia a su felicidad —responde Diego, su rostro iluminándose como antes de haber hablado sobre su divorcio—. Y no sabes lo mucho que me alegra verlo así  después de tantos desatinos amorosos.

—Sí bueno, ya era hora que encontrara al verdadero amor de su vida.

Ambos se ríen y suspiran. Andrea repasa mentalmente la lista tipejos que lastimaron a su amigo a través de los años.

—La que a veces me preocupa es Vane —dice Diego—. Ella y Fernando trabajan demasiado —hace una pausa y luego aprovecha que el semáforo está en rojo para mirar a Andrea—. A veces me da la impresión de que no le dedican tiempo de calidad a su hija.

—Un poco como le pasó a Vanesa creciendo con dos papás que tenían carreras tan demandantes —dice Andrea, más para sí misma que para él.

—Exacto —responde Diego, poniendo el auto en movimiento cuando la luz cambia a verde—. Y aunque Alexis es una niña muy inteligente e independiente, como su mamá, esa no debería ser excusa para dejarla a que se críe sola.

Andrea recuerda su primer encuentro con Vanesa, lo retraída que era, el modo en que parecía estar a la espera del rechazo de los demás y se preocupa por su ahijada.

—Ya llegamos —dice Diego, ocupando un lugar que otro auto acaba de dejar vacío.

Al entrar al restaurante, Andrea queda instantáneamente fascinada con la decoración. Las paredes tienen arte tipo Manga de piso a techo.

—¡Es como estar dentro de un cómic gigantesco!

Él extiende el brazo hacia las escaleras que conducen a la planta alta. Mientras suben, Andrea quiere detenerse a leer cada una de las burbujas de diálogo, pero Diego la empuja suavemente por la espalda baja para apresurarla.

Al llegar al segundo piso, Andrea encuentra a sus amigos en un área que asemeja vagamente el estilo de un comedor tradicional japonés: en el centro está una mesa de madera a ras del suelo y alrededor de ésta se encuentran varios tatamis y cojines para sentarse.

Martín y Vanesa, están sentados en lugares opuestos. Al verla llegar, se ponen de pie y se acercan para abrazarla.

Después de recibir el pésame por parte de Martín, Andrea se sienta al lado de Vanesa y Diego, al lado de su amigo.

—Ordenamos de todo un poco —dice Martín, señalando la comida que está sobre la mesa—. Excepto bebidas.

Andrea se alegra al ver una porción significativa de opciones vegetarianas.

Después de pedir sus bebidas, Martín dice:

—Andy, cuando fuimos a tu boda estabas demasiado ocupada y no tuve tiempo de interrogarte.

—¡Y vuelve la mula al trigo! —interrumpe Vanesa.

—Siempre que nos reunimos sale este tema —asegura Diego, sugiriendo con su tono, que hay que ignorar a Martín.

Andrea levanta una ceja sin decir nada.

—Tengo que aprovechar que vienes de soltera para completar, por fin, la cronología entre el momento que en que te fuiste a Roma y tu boda.

Andrea sigue sin decir nada, se mete una pieza de sushi a la boca.

—Eres un chismoso —dice Vanesa, mirando a Martín.

—Ya deja el tema por la paz —insiste Diego, dándole una palmada en la espalda.

—Por ejemplo —continúa Martín, fingiendo no escucharlos—, nunca supe bien qué pasó cuando Mabel fue a verte... y bueno, ya entrados en detalles, tampoco sé la historia completa de lo que pasó cuando Fabiola fue a verte —Martín levanta ambas cejas repetidamente a una velocidad que no parece humanamente posible.

—Pero Fabiola les contó después —dice Andrea, bebiendo un poco de soda. Ella sabe, de primera mano, que así fue.

—Sí, pero Fabiola nos contó su versión —dice Martín.

Andrea se encoge de hombros.

—Si algo es innegable —asegura Diego—, es que tu versión de cualquier evento es muy superior a lo que Fabiola pueda contar.

—Eso es indiscutible —murmura Vanesa.

—De acuerdo —dice Andrea, aclarándose la garganta—. Mabel llegó a Roma...

—¡Espera, espera! —pide Martín—. Antes de entrar de lleno en esos dos eventos. Primero quiero asegurarme que tengo a todas tus otras novias en orden en mi bitácora mental.

—¿Todas? —Se atraganta Andrea.

—Dicen las malas lenguas —Martín mira a Vanesa y luego a Diego, acusándolos con los ojos—, que te volviste una rompecorazones y tuviste como quince.

Andrea suelta una carcajada.

—Yo jamás dije nada por el estilo —asegura Vanesa, levantando ambas manos en el aire.

Pinche Martín —dice Diego, negando con la cabeza—. ¿Cómo convertiste tres en quince?

—Muy fácil —dice él—, multiplicando por cinco.

Andrea se ríe pero no responde, le da otro sorbo a su bebida.

—A ver —pide Martín—, vamos a repasarlas rápidamente, ándale.

—Primero fue Chandra —dice Vanesa, con la clase de certeza que solamente una mejor amiga posee.

—¡Ah! —dice Martín, apresurado, como intentando responder una trivia antes que sus competidores—. Ya sé, la afroamericana altota y preciosa que era super nerd.

—Esa mera —responde Andrea—. Lindísima, super inteligente, y con el perdón de mi esposa, que no está aquí para escucharlo: muy sexy.

—Con ella duraste... ¿qué?, ¿dos años? —interrumpe Martín.

—Tres —corrige Andrea.

—¿Y qué pasó? ¿Por qué terminaron?

Diego, negando con la cabeza y en completo silencio, pone varias piezas de sushi en su plato.

—Estaba estudiando su doctorado cuando nos conocimos; apenas terminó, se regresó a los Estados Unidos.

—¿Y ya? —pregunta Martín—. ¿No hubo drama ni suspenso? ¿Ninguna de las dos hizo por continuar la relación a larga distancia?

—No —Andrea se encoge de hombros—. Chandra era extremadamente práctica, eso lo entendí desde nuestra primera cita. Las dos sabíamos a lo que íbamos, así que disfrutamos la relación mientras duró y luego cada quién siguió su propio rumbo.

—Pues sí —dice Martín—, muy práctica.

—Después de eso estuviste soltera como 8 meses, si mal no recuerdo —dice Vanesa, con los ojos clavados en el techo, contando mentalmente—, y entonces conociste a Emilia.

—¡Emilia! —dicen todos, emocionados.

Cuando Andrea y Emilia llevaban unos meses juntas, Emilia tuvo la oportunidad de viajar a Mérida durante un mes como parte de una investigación. Andrea acababa de comenzar a trabajar en el museo, por lo que le resultó imposible acompañarla, así que sus amigos se encargaron de hacer que su estancia fuera agradable. Diego fue por ella al aeropuerto, Vanesa le dio hospedaje en su habitación para visitas y Martín se encargó de llevarla a recorrer los puntos históricos de la ciudad.

—La argentina más divertida del planeta —asegura Martín—. Me reí como loco con ella... debiste ver su reacción cuando la llevé a la Concha Acústica del Parque de las Américas.

Andrea se ríe, recordando que en la Argentina, «concha» es el modo popular de referirse a los genitales femeninos.

—Guapísima también —dice Diego.

—¿Y cómo no? —contesta Andrea—, si todas las argentinas son guapísimas.

—¿Cuánto duraron? ¿Dos años? —pregunta Martín.

—Un año y... —Andrea cuenta mentalmente—, cuatro meses.

—¿Por qué tan poquito? Si era divina —pregunta Martín.

—Porque estaba clavadísima con su ex —responde Andrea—. La quise mucho, pero siempre supe que su corazón estaba en otro lado.

—¿Y qué pasó? —Diego se estira para alcanzar un rollo de sushi que está al otro lado de la mesa.

—Que se apareció la ex y las cosas se fueron a la fregada —responde Vanesa antes de que Andrea pueda hacerlo.

—Una verdadera lástima —dice Martín, negando con la cabeza—. Me caía muy bien.

—A mí también —asegura Diego sin dejar de comer—. Era muy interesante, tuve unas conversaciones bien profundas con ella.

—Pues yo no la perdono —dice Vanesa, sonando como una adolescente de secundaria—. Y pensar que le di posada por un mes.

—Somos muy buenas amigas —confiesa Andrea—. Nos separamos en buenos términos porque fue super honesta conmigo. En cuanto la ex fue a Roma a buscarla, ella se sinceró y me dijo que nunca había dejado de amarla. Así que nos sentamos a platicar y al final de la noche, nos despedimos y desde entonces nos escribimos frecuentemente.

Sus amigos asienten, murmurando cosas ininteligibles.

—Ustedes saben a la perfección que es de lo mas común conocer lesbianas que no han superado a la ex.

Se hace el silencio mientras sus amigos intercambian miradas y sonrisas de complicidad.

—¡Váyanse mucho a la fregada! —dice Andrea entre risas—. Mi caso es distinto.

—Sí, claro —Vanesa intenta contener la risa.

—Por supuesto —Diego, clava la mirada en su plato.

—¡Ajá! —Martín mira el techo.

—Y finalmente estuvo Noemi —dice Andrea—. Con ella duré casi dos años.

—De ella no sé gran cosa —asegura Diego, levantando la mirada—. Casi no la mencionabas, mas que de pasadita.

—No hay mucho que decir, estaba bien loca —asegura Vanesa.

—No, no —interrumpe Andrea—. No estaba loca, pero era extremadamente insegura y celosa. La verdad es que no sé cómo aguanté tanto tiempo en una relación tan fea.

—Pero hasta vivieron juntas, ¿no? —Diego frunce el ceño.

—Sí —dice Andrea, sintiéndose sonrojar—. Los primeros nueve o diez meses fueron maravillosos: pasión, diversión, conversaciones interesantes. Por eso acepté mudarme con ella...

Andrea se encoge de hombros.

—Ya después comenzó a hacer cosas que me incomodaban.

—¿Qué cosas? —Martín, levanta la mano para llamar la atención del mesero y le pide otra soda.

Cuando el mesero se marcha, Andrea continúa.

—Nuestro primer pleito fue porque la descubrí revisando mis correos. Ella sabía que yo seguía en contacto con Fabiola, Mabel, Chandra y Emilia —Andrea deja sus palitos sobre su plato y aprovecha para ejercitar un poco sus dedos—. Cuando comenzamos a salir, le conté que las cuatro eran mis amigas y las quería mucho.

Vanesa se cruza de brazos y menea la cabeza de un lado a otro.

—Ella dijo que nunca mantenía amistad con sus exparejas y el tema se había dado por cerrado. Pero una noche, mientras yo estaba dormida, abrió mi laptop y entró a leer qué cosas le escribía a cada una.

—También reclamó porque me escribías a mí —dice Vanesa, que no quería quedarse fuera de la narración.

—¡Ah, sí! —recuerda Andrea—. Era tan celosa, que pensaba que yo estaba secretamente enamorada de Vane.

Martín mariposea los ojos. Diego niega con la cabeza.

—Luego comenzó a revisar mi celular cada vez que lo descuidaba; a hacerme escenas de celos con gente del trabajo, con excompañeras de la maestría, e incluso con amigas que había conocido por medio de Chandra o Emilia.

Los demás hacen muecas.

—Vivía convencida de que yo me quería acostar con todo lo que se moviera.

Andrea tiembla al recordar que hacia el final de la relación, las peleas eran cosa diaria y cada vez más intensas.

—Era una relación altamente tóxica —dice, después de una pausa—. Al grado que a veces no tenía ni ganas de llegar a casa. A veces tomaba proyectos de más en el museo con tal de llenar mis horarios al tope y tener razones para llegar tardísimo al departamento.

El mesero llega con la gaseosa de Martín. Andrea hace otra pausa.

—Cuando comprendí que vivir con Noemi era como vivir bajo el mismo techo que mi abuela, intenté terminar con ella. Entonces me prometió que las cosas mejorarían. Y por un tiempo así fue, hasta que eventualmente las cosas regresaron a ser tan caóticas como antes.

—¿Y cómo fue que terminaron? —pregunta Martín.

—Eso se lo debemos a Mabel —Se adelanta Vanesa, aplaudiendo.




Momento nostálgico: en verdad tengo dos amigas argentinas que se partieron de la risa en su primera visita a Mérida cuando visitaron el Parque de las Américas y leyeron el letrero que decía "Conca acústica" y como ha dado mucho de qué hablar en los comentarios, aquí les dejo unas fotos.

Hacía tiempo que quería regresar para subir estas fotos del restaurante japonés. Este es un lugar al que fui con mis primos hace muchos años y me encantó. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro