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Scribe II

«Si quieres hacer reír a Dios...», Andrea niega con la cabeza, se ríe de sí misma. «Aunque por otro lado, mira qué bien nos fue a pesar de que estabas muerta de miedo», le dice la voz de su interior.

Andrea mira la superficie de la mesa una vez más. El tiempo se le está acabando y sigue sin decidir qué hacer con las cosas que quedan sobre ella.

Mira el rosario. «Esta es la fácil», dice la voz de su interior con un tono retador, casi burlón. Andrea lo sostiene en su mano con fuerza, hace una mueca. 

—Ileana y don Bartolo no están en este objeto; están en mis recuerdos y en mi corazón —dice en voz alta, suspira y lo suelta dentro de la bolsa de basura.

Luego se sienta y toma un diario al azar, lo hojea, pasa al siguiente, hace lo mismo. Lo que va encontrando son cada vez menos narraciones de los acontecimientos de la vida de la abuela y más introspección. Como si la muerte de la bisabuela hubiera detonado que estuviera más consciente de su propia mortalidad.


13 de enero de 1980

Cuando era una jovencita tenía tantos sueños... Margarita y yo siempre hablábamos de convertirnos en actrices o modelos y viajar por el mundo. Queríamos recorrer Europa, subir la Torre Eiffel, pasear en góndola. Queríamos ir a Nueva York, y también a conocer la Muralla China. Queríamos ser mujeres de mundo, comer en restaurantes caros, conocer gente famosa.

Sabíamos que nunca sucedería, por eso no se lo contábamos a nadie, pero a veces, cuando estaba en mi hamaca, mirando el techo, a punto de dormir, sentía que todo era posible.

~

6 de febrero de 1980

Cómo desearía nunca haber conocido a Clemente. Hubiera querido casarme con Lorenzo, tener una familia con él, estudiar enfermería... aunque la verdad es que no me hubiera importado no estudiar nada, sé que con él hubiera sido feliz.

¡Ay, Lorenzo! Si supieras cuánto te extraño.

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11 de abril de 1980

¿A dónde se me fue el tiempo? ¿En qué momento se me escapó la vida? En unos meses me voy a convertir en abuela y nunca logré nada.

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3 de mayo de 1980

Tengo 44 años y no se cumplió ni uno solo de mis sueños de juventud. Si en ese entonces eran casi imposibles, ahora son totalmente imposibles.

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24 de septiembre de 1980

Ayer me hice abuela. Mi mamá falleció a los 65 años de edad. Si me va bien, me quedan 21 años de vida...

Si me va bien, alcanzaré ver a mi nieta celebrar sus XV años y quizás hasta logre ver que se case.

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«Ay, abuela». Andrea menea la cabeza de un lado a otro, sintiendo un poco de culpa de no haber querido una fiesta de XV años y otro tanto por haberse casado en Europa sin haber invitado a sus parientes.

Al seguir hojeando las entradas de ese año, Andrea nota un patrón en el que los ánimos de su abuela se vuelven casi depresivos respecto a la edad, al tiempo y a los sueños sin cumplir. Muchas páginas están dedicadas a las muertes de sus seres queridos y a la anticipación de su propia muerte.

En los diarios de los siguientes cuatro o cinco años, hay pocas entradas en las que se mencione a Andrea, la abuela gastaba más tinta en criticar a Pilar, su mamá, que cualquier otra cosa.


3 de febrero de 1981

Pilar se cree superior porque es una mujer con carrera. No la soporto, se expresa con esa altanería de los que ven a los demás como bestias ignorantes.

No puedo entender qué le vio Mauricio.

~

20 de junio de 1982

Pilar y Mauricio se ríen todo el tiempo; todo lo convierten en relajo, no se toman la vida en serio. Ya están grandes y ya tienen una hija, no concibo que se sigan comportando como unos escuincles inmaduros.

Ese cuento no me lo trago, es imposible que siempre estén felices. Nadie es feliz todo el santo día. Seguramente en su casa se la viven peleando pero quieren que los demás pensemos que les va bien y por eso fingen estar tan contentos el resto del tiempo.

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8 de octubre de 1984

Si siguen consintiendo a esa niña, se va a volver igual de imposible de tragar que su mamá: maleducada, engreída, altanera.

Apenas tiene cuatro años y ya se expresa como ella. Tiene toda la pinta de Mauricio pero con los modales insoportables de Pilar.

Si por mí fuera, le soltaba dos que tres cachetadas para componerla ahora que todavía estamos a tiempo.

~

Cada acción de Pilar, por insignificante que fuera, era razón para que la abuela Minerva se enojara y la dejara plasmada en su diario. Las críticas únicamente se extinguieron después del accidente.


7 de noviembre de 1987

Anoche Mauricio y Pilar se fueron a una fiesta. Hoy vinieron dos policías para llevarme a reconocer sus cuerpos. Siento que estoy atrapada en una pesadilla de la cual no logro despertar.

Mauricio, mi hijo.

Mi hijo.

Mi hijo.

¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué mi hijo?

~

9 de noviembre de 1987

No puedo desvanecerme del modo que lo hizo mi mamá cuando mas la necesitábamos. Tengo dos hijos en los cuales pensar, tengo una nieta a la cual criar. Hay tantas cosas que hacer... si empiezo a llorar no voy a parar nunca. Y ahora tengo una niña de siete años que depende de mí.

~

«Fue por mí», piensa Andrea. «Fue por mí que no lloraste la muerte de tu hijo», se dice, sintiendo una punzada profunda en el corazón.


11 de noviembre de 1987

Por fin logré que me acepten a la niña en la primaria de aquí cerca. Por suerte pude convencer al director de que la pusiera en el mismo salón que la hija de Silvia y Mario, así por lo menos tendrá una amiguita que la cuide y la trate bien.

Los niños de la cuadra ya comenzaron a maltratarla y burlarse de ella por ser huérfana, como si fuera su culpa. Lo que menos necesita es que en la escuela también la maltraten.

Pero Fabiola es muy buena niña, estoy segura de que ella la va a cuidar.

~

27 de diciembre de 1987

La niña no sabe nada; no sé que voy a hacer con ella. No sabe qué cosas le pueden hacer daño si las come de noche. No sabe que no debe bañarse después de comer. No sabe defenderse cuando la atacan verbalmente. No sabe mentir. No sabe seguirme la corriente cuando estoy hablando con otras personas.

Mauricio sabía todas estas cosas, no entiendo por qué no se las enseñó. Yo ya no tengo paciencia para empezar de cero, pero tengo que educarla para sobrevivir, esta niña es indefensa y el mundo se la va a comer de un bocado si no la ayudo.

~

2 de octubre de 1988

La niña está insoportable desde que Silvia y Mario se llevaron a Fabiola a Chetumal.

No sé qué voy a hacer con ella. Se la pasa llorando en su cuarto cuando cree que ya me dormí. El resto del tiempo está de mal humor, pero ni siquiera así ha aprendido a contestar cuando alguien la maltrata.

Ahora más que nunca necesito que aprenda a defenderse.

~

«Así que ella pensaba que te estaba preparando para la vida, ¿eh?», dice la voz de su interior. Andrea chasquea la lengua, meneando la cabeza de un lado a otro.

El resto de las entradas de lo que le quedaba a la década de los ochentas y el principio de los noventas, están en su mayoría, dedicadas a Landy y a Gregorio, el muchacho que la estaba pretendiendo y que posteriormente se convertiría en su novio formal.

La abuela describe a detalle lo mal que le caía, que estaba convencida de que era un bueno para nada, que nunca sería un hombre de bien. Pero la entrada de la noche en que Gregorio fue a pedir la mano de Landy, la abuela escribió que no le haría a su hija lo que sus padres le habían hecho a ella: si Landy estaba convencida de que Gregorio era su felicidad, entonces que fuera y se casara con él.

Más o menos por las mismas épocas, Pascual también comenzó a andar de novio.


9 de mayo de 1990

Pascual me trajo hoy a su «novia», una mentecata que es 2 años más grande que él. Desde ahora sé cómo va a terminar este desastre. Las mujeres somos astutas y yo puedo reconocer a una manipuladora a kilómetros de distancia.

Mi pobre hijo no va a salirse de ésta.

~

12 de septiembre de 1990

No sé si es culpa de los números que está aprendiendo en la universidad o si es culpa de la mentecata esa, pero mi Pascual ya no es el muchacho alegre que solía ser. Ya no canta, ya no sonríe, ya no juega con la niña. Ahora es serio y retraído.

Mi Pascualito risueño ya no existe.

~

4 de marzo de 1991

Pascual se quiere ir de «fin de semana» a Cancún con la mentecata esa y un grupo de amigos. No sé si cree que nací ayer; sé exactamente qué clase de cosas pasan en Cancún en un fin de semana.

Allá ellos si quieren arriesgarse a salir con su «domingo siete». Eso sí, ya le advertí que yo no voy a estar cuidando más nietos, con una tengo más que suficiente.

~

30 de septiembre de 1992

Pascual se esta volviendo más arisco que nunca. Por lo menos la niña está más calmada desde que regresó Fabiola. De verdad que no se puede tener todo en la vida. Cuando una cosa comienza a componerse, otra se cae en pedazos.

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15 de julio de 1993

Pascual está terco que se quiere casar con la mentecata esa con la que ha estado de novio por tres años. Dice que apenas se gradúe de la carrera se van a casar. Hasta están viendo comprar una casa juntos. Ya le dije mil veces que está loco.

Él jura que está muy enamorado... yo tengo una palabra más adecuada para describir lo que tiene.

~

«Ay, abuela», piensa Andrea. «Nunca aceptaste a las parejas de tus hijos. A las tres les buscaste defectos». Los diarios de los siguientes tres años solamente tienen dos tipos de entradas: las groserías contantes de Andrea y lo que Aracely, la esposa de Pascual, hacía mal.

El celular comienza a sonar. En su pantalla aparecen la foto y el nombre de Diego.

—Llego por ti en 25 minutos, más o menos —dice él después de saludarla.

—Diego, ya no vives cerca, ¿se puede saber por qué te vas a desviar para pasar por mí? —Andrea mira su reloj, son las seis con cincuenta.

—Vanesa me dijo que necesitas llevar una caja para que te la guarde.

Andrea sonríe. A pesar de la distancia y el tiempo, Vanesa todavía sabe anticipar sus decisiones a la perfección.

—Aquí te espero —responde ella, antes de despedirse y colgar.

Andrea mira sus cajas y escoge la que se ve en mejor estado. La pone de cabeza, le pega por un costado, luego por el otro, tratando de sacudir el polvo que hay en el fondo. Después, guarda los diarios de la abuela, comenzando por los más antiguos.

Pone todos en la caja, a excepción de los diez más recientes. Esos los deja apartados para meterlos en su mochila de viaje. Luego regresa a la bodega en busca de cinta canela, pero no encuentra. Cierra la caja lo mejor que puede y se la lleva a la sala.

Acomoda lo demás dentro de su mochila, que ahora está a punto de reventar y la levanta para comprobar que en efecto está tan pesada como parece.

«Qué bueno que sólo planeabas llevarte un par de fotos», se burla la voz de su interior.

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