Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Sapienza

Ahora que sus cuatro cajas están vacías, Andrea contempla lo que queda sobre la mesa de la cocina: los libros de idiomas que quiere donar, el rosario del funeral de don Bartolo y los diarios de su abuela.

Ya no le quedan más pendientes por atender; ya no puede seguir posponiendo las dos decisiones que le quedan. Qué hacer con el rosario y qué hacer con los diarios.

Andrea suspira, toma uno de sus libros de italiano y comienza a hojearlo.

«De verdad que siempre puedes encontrar un modo de distraerte para huir de las decisiones difíciles», dice la voz de su interior. «No estoy huyendo», contesta ella. «Solamente estoy postergando».

Andrea se graduó de su curso de italiano en mayo del año 2001. A mediados de junio, terminó su carrera. Un par de semanas más tarde, fue a la facultad a recoger sus papeles, y al día siguiente comenzó a hacer su proceso de titulación. Apenas entregó la documentación necesaria, comenzó un segundo proceso del cual no le dijo nada a nadie: el de aplicación a una maestría en Roma.

Mientras esperaba recibir noticias de ambos, comenzó a colaborar de medio tiempo en un proyecto de investigación con una profesora a la que admiraba mucho y el resto de su tiempo, lo dedicó a trabajar como recepcionista en una oficina para ahorrar un poco de dinero en caso de tener la oportunidad de mudarse a Italia.

Las semanas pasaban lentas en la agonía de la espera.

Su título llegó en noviembre; la respuesta de la universidad, en diciembre.

Un viernes por la noche, después del trabajo, Andrea llegó a su casa para descubrir que la abuela Minerva estaba esperándola en la sala.

—¿Me puedes explicar qué es esto? —reclamó la mujer, con mucha menos intensidad que en sus mejores épocas.

En su mano había una carta. En la mesita de centro, estaban extendidos varios papeles, una elegante carpeta laminada y un sobre tamaño carta con el logo de la Universidad Sapienza en Roma.

Andrea supo de inmediato qué era y entendió el enojo de su abuela. Lo que no sabía era el contenido de la carta, así que antes de engancharse en una pelea campal con ella, se acercó a paso acelerado y arrancó el papel de su mano.

La carta estaba redactada en inglés, pero la mente de Andrea traducía con rapidez:

«Apreciable Srita. Vargas», comenzaba la carta: «Nos complace anunciarle que ha sido aceptada en el programa de Maestría en Ciencia de los materiales arqueológicos de la Universidad Sapienza».

Andrea saltó unas líneas, buscando la otra respuesta que le interesaba: «Su aplicación para obtener una beca completa también ha sido aceptada. Por favor comuníquese con el departamento de...» levantó el rostro, no necesitaba leer más.

Tenía tiempo de sobra para preocuparse de atender los pormenores del papeleo. En ese momento lo que importaba era la confrontación inminente.

—¿Entonces? —La abuela tenía una ceja levantada.

Andrea pensó en Maléfica, la bruja de la Bella Durmiente, pero no dijo nada. Se aclaró la garganta, intentando comprarse unos instantes para encontrar las palabras adecuadas.

—Me voy a ir a Italia a estudiar una maestría —Fue hasta después de haberlas pronunciado, que se percató de que aquellas distaban mucho de ser las palabras adecuadas.

—Eso ya lo sé, no soy estúpida, no necesito saber inglés para entender que es una carta de una escuela en Italia —dijo la abuela, exasperada—. Lo que quiero saber es por qué me estoy enterando hasta ahora.

—Porque no sabía si me iban a aceptar o si me darían la beca y no quería hacerte pasar corajes en vano.

—¿Y se puede saber por qué te quieres ir hasta el otro lado del mundo a estudiar? ¿Estás intentando huir de mí?

Sí, eso era precisamente lo que estaba intentando, pero Andrea no estaba dispuesta a soltar la sopa. La abuela ya no era la persona feroz que alguna vez había sido y Andrea ya no tenía corazón para responderle con groserías de la misma calidad que antes.

En los últimos dos años, la salud de la abuela se había deteriorado bastante. Primero, se había fracturado la rodilla sin razón aparente, fue entonces que le detectaron osteoporosis; la recuperación la dejó en cama por meses, por lo que Landy había ido diariamente a cuidarla, cocinarle y encargarse de ella.

Después, tuvo una hernia discal que requirió cirugía, lo que se tradujo en otro largo tiempo de recuperación, mas asistencia de Landy y mucha ayuda económica de Pascual.

Y, como si eso no hubiera bastado, el golpe más fuerte le llegó el día que la habían diagnosticado con diabetes.

La rápida degradación de su salud se vio reflejada de inmediato en su aspecto físico y en que la rigidez de sus modos comenzara a ir en decadencia. Era cada vez más frecuente que la abuela Minerva se quedara callada en lugar de pelear, y cuando lo hacía, sus palabras no eran tan hirientes como antaño. Se cansaba pronto de discutir o dejaba confrontaciones a la mitad por falta de interés.

El aspecto de la abuela ahora era el de una mujer cansada, aplastada por la vida, lo que ocasionaba que el rencor de Andrea a veces se convirtiera en lástima. Eso, aunado a la influencia de Mabel y su modo de confrontar sin herir, había abierto paso a que las discusiones entre Andrea y su abuela, a veces, llegaran a buen termino.

A veces.

—Tiene que ser allá, abuela —dijo Andrea, recogiendo los papeles para ponerlos dentro de la carpeta, suavizando su tono un poco—. No me voy para hacerte enojar, sino porque esas cosas no las puedo estudiar aquí. Ninguna universidad de aquí tiene esa maestría.

—Eso que te lo crea tu abuela imaginaria. Te conozco mejor de lo que crees, sé muy bien tus intenciones de dejarme sola a que me muera y me pudra en esta casa.

Andrea entró a su habitación mientras la abuela se quejaba, pintando escenarios mórbidos, como que pasaría días de muerta antes de que alguien se enterara que ya había estirado la pata. Y que los vecinos encontrarían su cuerpo únicamente porque sentirían el olor a descomposición que desprendería la casa.

Andrea no contestó, la dejó hablar hasta que se cansó y decidió rendirse. Y así, sin fanfarrias, sin fuegos artificiales ni celebraciones, se terminó la última pelea que tuvieron.

Cuando la voz de la abuela se desvaneció, Andrea leyó la carta completa. Luego revisó los demás documentos que venían en el sobre: un folleto con fotos e historia de la universidad, varios formularios a llenar y una lista de papeles que debía conseguir para terminar su proceso de registro.

Leyó la carta por segunda y tercera vez, sintiendo mariposas en el estómago. A la cuarta, comenzó a caerle el veinte de que aquello era real. A la quinta comenzó a experimentar una opresión en el pecho que tenía tintes de ansiedad. A la sexta, vino la necesidad imperiosa de ver a Fabiola para contarle la noticia.

La amistad entre ellas se había enfriado bastante desde el incidente del karaoke; a partir de entonces se veían poco y solamente hablaban por teléfono de vez en cuando.

Como consecuencia Fabiola se había entregado de lleno a sus estudios y a sus nuevas amistades de la universidad, mientras que Andrea se había concentrado en su relación con Mabel.

—¿Andy? —preguntó Fabiola, sorprendida de encontrarla al abrir la puerta principal de la casa.

—¿Tienes unos minutos? —preguntó ella, con el nerviosismo a flor de piel.

—Claro —respondió Fabiola, cerrando la puerta de la casa.

Atravesaron la terraza y se sentaron en la acera.

Andrea le entregó el papel que tenía en las manos. Fabiola frunció el ceño sin decir nada y comenzó a leer, moviendo la carta hacia el lado en el que el alumbrado público podía ayudarle a ver mejor.

Fabiola leyó en silencio, moviendo los labios sin producir sonido. Cuando levantó el rostro, en él había orgullo y alegría.

—¡Felicidades, Andy! —gritó, abrazándola con fuerza—. ¡Maestría en Italia! ¡Y con beca completa! —Sus ojos brillaban y su sonrisa era enorme—. Eres una cerebrito —dijo, tocándole la mollera y revolviéndole el cabello en el proceso.

Andrea suspiró y el aire tembló al pasar por sus labios.

—¿Por qué no estás saltando de alegría? Vas a irte a otro país a aprender... —Fabiola regresó la vista a la carta—, cosas que no voy a intentar pronunciar y tampoco voy a fingir que entiendo qué significan. Pero deberías estar desbordando felicidad.

—Mi abuela no está nada contenta —respondió ella—. Y todavía no se lo he contado a Mabel.

—Mabel va a estar feliz por ti —Fabiola hizo una pausa para doblar la carta y regresársela—. Mira, tu abuela nunca lo va a entender. Creo que deberías hacer las paces con eso desde ahora, porque no puedes permitir que sus miedos te detengan.

Andrea asintió. A veces los obstáculos parecían fáciles a través de los ojos de Fabiola, aunque la vida en realidad nunca era así de sencilla.

—Ponte en sus zapatos por un momento —pidió su amiga—: tu abuela vivió épocas distintas en las que una mujer no hubiera podido ni soñar con una oportunidad como ésta. Haz las paces con ella y con sus limitantes, y tú sigue con tu vida.

Andrea asintió de nuevo, suspiró y luego confesó —No sé cómo hacerlo.

—Estoy segura de que encontrarás el modo.

Andrea se quedó en casa de su amiga por varias horas, platicando sobre lo que estudiaría y sobre sus deseos de convertirse en una conservadora de objetos arqueológicos para poder trabajar algún día en un museo.

Al día siguiente, Andrea fue a desayunar con Vanesa. Ella, como a veces lo hacía, se puso en modo investigadora.

—¿Vas a tomar clases en italiano? —preguntó—. No es que dude de tus capacidades, sino que encuentro curioso que la carta de aceptación esté redactada en inglés.

—La universidad tiene maestrías en los dos idiomas. Ésta la imparten en inglés.

—Eso quiere decir que tuviste que presentar un examen oficial para comprobar tu dominio del idioma...

—Presenté el TOEFL antes de comenzar el papeleo —dijo Andrea.

Vanesa asintió.

—¿Y esta es una beca de la Universidad Autónoma? No sabía que otorgaban becas para estudiar en el extranjero.

—No —Andrea había estado esperando esa pregunta—. Es una beca del gobierno de Italia.

—Cuando un gobierno te da una beca, hay condiciones muy específicas... —Vanesa ladeó la cabeza, inspeccionando la reacción de su amiga.

—La condición es que me quede a trabajar ahí, por lo menos por unos años —contestó Andrea finalmente.

—Ya veo... —Vanesa asintió varias veces.

Luego se hizo un silencio denso entre las dos.

Andrea esperó.

—Muchas felicidades, Andy —dijo su amiga finalmente, sin dejar de mirar hacia abajo, con un tono muy distinto al que había usado Fabiola al leer la carta—. Sé que no lo parece, pero estoy muy contenta por ti. Y sé que es muy egoísta de mi parte, pero solo puedo pensar en lo mucho que te voy a extrañar.

—Yo también voy a extrañarte —dijo Andrea, estirando su mano para tomar la de su amiga—. Pero puedes ir a visitarme. ¿Te imaginas? Pasear juntas por el Coliseo, el Foro, el Circo Máximo.

Vanesa levantó la cara, sus ojos se iluminaron.

—Podríamos ir a Florencia, a Venecia... y a Pompeya —Vanesa se perdió en los escenarios que estaba imaginando—. ¡Pompeya!

Andrea asintió, contenta, mientras Vanesa recitaba, cada vez con mas emoción, la larga lista de lugares italianos que le gustaría conocer.

«Ahora solamente me falta darle la noticia a Mabel», pensó y le temblaron las rodillas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro