En otra sintonía
Al salir del aula, Andrea volteó hacia sus tres amigas y encontró descontento en sus rostros.
—¿Dónde podemos sentarnos a platicar sin que nos vea ningún prefecto? —preguntó Fabiola.
—Detrás del laboratorio de química —respondió Andrea, que nunca había faltado a ninguna clase, pero había escuchado incontables historias de sus compañeros, los rebeldes, sobre esa «tierra de nadie» en la que uno podía pasar desapercibido de las autoridades escolares.
Si alguien quería fumar a escondidas, lo hacía detrás del laboratorio de química; si algún alumno metía alcohol de contrabando, ahí era a donde llevaba a sus amigos más cercanos a probarlo; si alguien se robaba una «PlayBoy» de su casa, detrás del laboratorio de química era el lugar de reunión para hojearla.
Andrea y Fabiola se sentaron en los escalones de concreto que nadie había utilizado por años, desde que la puerta posterior del laboratorio había sido clausurada.
Fabiola volteó hacia un lado y luego hacia el otro. Luego miró a Andrea y la abrazó, primero apretándola con todas sus fuerzas y luego acariciando su espalda. Andrea cerró los ojos y se sintió derretir entre los brazos de su amiga.
—Te extrañé mucho —dijo Fabiola, sin soltarla.
—Yo también te extrañé —respondió ella y en medio de tanta alegría, le invadió un miedo que nunca antes había sentido. ¿Qué sería de ella si un día Fabiola volvía a marcharse de su vida? No creía ser capaz de sobrevivir a perderla por segunda vez.
Cuando se apartaron la una de la otra, Fabiola vio la pulsera vieja y gastada que Andrea tenía en la muñeca izquierda y la acarició, reconociéndola.
—¿Cuándo regresaste? ¿Cambió de trabajo tu papá? —preguntó Andrea.
—No —dijo Fabiola, sin dejar de acariciar la pulsera—. Mis papás siguen en Chetumal, pero me mandaron a vivir con mi tío Carlos y su esposa para que pueda estudiar aquí. Dicen que el nivel educativo de Quintana Roo es tan malo, que si no me pongo al día desde ahora, me irá muy mal cuando llegue a la universidad.
Don Carlos, el tío de Fabiola y su esposa, doña Isabel, se habían mudado a la casa de los papás de Fabiola apenas unas semanas después de que éstos se fueran a Chetumal. Eran un matrimonio joven que no tenía hijos, y por razones que Andrea no entendía, a la abuela Minerva le gustaba ir a visitarlos de vez en cuando para platicar con doña Isabel.
Andrea frunció el ceño pero no dijo nada. Fabiola se encogió de hombros.
—Quieren que vaya a la Prepa 1 y luego que estudie mi carrera en alguna facultad de la Universidad Autónoma y dicen que si no empiezo desde ahora, no voy a saber nada cuando entre a la carrera.
—No puede estar tan mal la escuela allá... sabías las fechas de inicio y fin de la Guerra de Castas.
—En mi secundaria no tenía clase de historia. Esas fechas las sé porque mis papás contrataron un tutor para que me pusiera al día durante las vacaciones. El verano más aburrido de mi vida —Se rió Fabiola, negando con la cabeza—. Pero no hablemos de eso, tenemos demasiados temas atrasados. Cuéntame de tus amigas las estudiosas. Seguro eres la cerebrito del salón porque fuiste la primera opción del maestro.
—Espera —interrumpió Andrea—, necesito mas respuestas. ¿Cuándo llegaste? ¿Cuándo te inscribiste a la escuela? No puedo creer que estés en mi salón.
—Llegué hace una semana —dijo Fabiola—. Y no es casualidad que esté en tu salón. Mi tío es amigo del director, así que lo convencí de que me pusiera en el mismo salón que tú. Al principio quisieron darme pretextos pero les dije que sería más fácil que me adaptara a este cambio tan grande en mi vida si me dejaban estar con mi mejor amiga.
El pecho de Andrea se llenó de alegría al escucharla decir esas palabras. Fabiola había pedido estar con ella. Eso casi podía compensar los cuatro años que se había ausentado de su vida. En ese momento, Andrea olvidó su segunda pregunta: «Si llevas una semana aquí, ¿por qué no habías ido a verme?».
En el tiempo en el que debían estar tomando su primera clase de Español II, Andrea y Fabiola se pusieron al día de los eventos mas relevantes del tiempo que habían pasado sin verse: Andrea le contó sobre la fiesta de fin de año en casa de Ileana, sobre el eclipse y sobre las semanas que pasó en cama cuando le dio varicela; que hacía dos años que Landy se había casado y ahora ya era mamá de una bebé de seis meses de nombre Omara; también le contó que Pascual ya no era el mismo. Desde que había entrado a su carrera se había vuelto muy serio, ya no inventaba canciones ni tenía tiempo para jugar con ella.
Fabiola le contó que había entrado a clases de ballet pero no le gustaron así que decidió probar con clases de Karate. Ahora era cinta negra, primer Dan. También le contó que la habían mandado a varias olimpiadas estatales de conocimientos, pero había quedado siempre en segundo lugar, y siempre detrás del mismo niño de una escuela privada. Fabiola le contó sobre su tío Roberto, que se había mudado a Canadá con su esposa y sus hijos, y que ella y sus papás habían ido a Toronto a visitarlo la Navidad anterior; le contó sobre la nieve, viajar en metro y también sobre la ciudad subterránea.
Fabiola se rió a carcajadas cuando las preguntas de Andrea sugirieron un parecido entre esta dichosa ciudad subterránea y el mundo en el que habitan los Morlocks en «la Máquina del Tiempo» y procedió a explicarle que en realidad eran pasillos perfectamente iluminados que asemejaban más un centro comercial lleno de tiendas, restaurantes y otros servicios, que el subsuelo obscuro y cavernoso con el que lo estaba comparando.
Andrea y Fabiola regresaron al salón cuando ya era hora de la siguiente clase: Geografía II. Cuando Andrea tomó asiento entre Carla y Gabriela, se encontró con dos versiones muy serias de sus amigas. Andrea no lo sabía, pero ese era el comienzo del declive de su amistad. Tampoco lo sabía, pero esa misma tarde también comenzaría a abrirse un abismo entre ella e Ileana.
Cuando terminaron las clases, Fabiola se acercó, lista para marcharse, mientras Andrea acomodaba sus cosas dentro de su mochila.
—¿Me acompañas a casa de mi tío para pedir permiso y luego nos vamos a hacer la tarea a tu casa? —preguntó.
Andrea asintió, sonriendo. Solamente dos profesores habían dejado tarea y ninguna era para entregar al día siguiente, pero eso no tenían por qué saberlo ni los tíos de Fabiola ni la abuela Minerva.
Al llegar a su casa, en ausencia del tío Carlos, que todavía estaba en el trabajo, Fabiola le pidió permiso a doña Isabel, su tía política, a la cual quería y respetaba como si fuera su propia sangre.
La tía Isabel le dijo que estaba bien que fuera a hacer la tarea a casa de Andrea, pero que primero se quitara el uniforme y que, por favor, ninguna de las dos fuera a ser un dolor de cabeza para la abuela Minerva, tan buena señora que era.
Fabiola corrió a su habitación para cambiarse y regresó en un santiamén. Caminaron juntas a casa de la abuela Minerva, sin parar de conversar sobre las vivencias de Fabiola en Chetumal.
La abuela Minerva recibió a Fabiola con más entusiasmo del que Andrea hubiera esperado. Después de una conversación bastante breve, en la que Fabiola fue interrogada sobre cómo estaban sus papás y qué tal les iba en Chetumal, Andrea logró zafar a su amiga de las garras de la abuela.
Fabiola, que no parecía tener empacho en platicar con los adultos, se despidió respetuosamente mientras Andrea la conducía a su habitación.
Fabiola dejó su mochila en el suelo, junto a la cama de Andrea y se apresuró a examinar la colección de casetes de su amiga.
—¿No tienes música en inglés? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No me gusta —Andrea se encogió de hombros.
—Eso solo quiere decir que no has escuchado la música correcta —aseguró su amiga—. ¿Entonces no ves MTV? —Preguntó después, con un tono que delataba que eso no le parecía normal.
Andrea negó con la cabeza, reconociendo por primera vez en el día, el abismo que había entre sus doce años y los catorce de Fabiola.
Andrea había escuchado hablar sobre MTV, pero nunca le había apetecido encender la tele y sentarse a ver videos musicales. Le parecía una tremenda pérdida de tiempo. Además de todo, apenas llevaba un año de clases de inglés y no podía entender la letra de las canciones.
Fabiola abrió su mochila y comenzó a buscar algo en ella. Sacó un Walkman, lo abrió y retiró el casete que estaba adentro. Luego caminó hacía el escritorio de Andrea, lo colocó dentro de la grabadora y le puso «play». Esa fue la primera vez que Andrea había escuchado «Sailing». Fabiola se sentó junto a ella en la cama y comenzó a cantarla; su pronunciación era impecable, aunque Andrea no tenía ni la menor idea de lo que significaban esas palabras.
—Mis papás me mandaron a clases particulares de inglés por dos años —dijo Fabiola—. Al principio no me gustaba, pero ahora sí.
—¿Qué dice la canción? —preguntó Andrea.
Fabiola le tradujo un fragmento.
Andrea encontró fascinante la diferencia entre los temas que trataban las canciones que ella escuchaba en ese entonces en español y los fragmentos de las siguientes tres que Fabiola le tradujo mientras platicaban.
Entonces comenzó «Rush, Rush» y Fabiola se quedó muy quieta, mirándola a los ojos. Cuando Paula Abdul comenzó a cantar, Fabiola empezó a traducir en voz muy baja, apenas audible:
Eres el murmullo de una brisa de verano,
eres el beso que apacigua mi alma.
Lo que estoy diciendo es que...
Me gustas.
Andrea se acercó, queriendo escuchar mejor, pero sin dejar de mirar dentro de los ojos de su amiga. La mirada de Fabiola bajó hacia los labios de Andrea y luego recorrió su rostro lentamente, regresando hacia sus ojos sin dejar de recitar la letra de la canción:
Aquí está mi historia y va así:
Entregas amor, recibes amor,
y más de lo que el cielo puede imaginar.
Ya verás.
Voy a correr, voy a intentarlo,
voy a entregarte este amor,
con todo mi corazón,
con toda la alegría.
Y cuando la canción llegó al coro que decía: «Oh baby, baby, please», Andrea no necesitó traducción, las intenciones de Fabiola estaban tan a flor de piel, que eran casi palpables.
Fabiola comenzó a acercarse, con cautela, tan despacio, que casi parecía moverse en cámara lenta. Estaba tan cerca, que Andrea se limitó a cerrar los ojos en espera de sentir el roce de sus labios.
—Andy, ¿qué crees? ¡Hay una esfinge en Marte! —interrumpió la voz de Ileana mientras entraba, emocionada, a la habitación sin haber tocado a la puerta. En sus manos llevaba el tomo más reciente de «Conozca más».
Andrea y Fabiola se apartaron de un brinco, cada una volteando hacia el lado opuesto de la otra. Fabiola, fingiendo que buscaba algo en su mochila y Andrea balbuceando sonidos ininteligibles. El corazón de Andrea tamborileaba con tanta fuerza, que podía sentirlo en las orejas y la garganta.
Ileana se quedó parada a unos pasos del umbral, callada. Andrea no encontraba el valor para mirarla. ¿Cuánto había alcanzado a ver? ¿Había entendido lo que estuvo a nada de suceder? ¿Se lo contaría a sus papás, a su hermano, a la abuela Minerva?
—No sabía que estabas ocupada —dijo por fin Ileana después de varios segundos de silencio incómodo.
—Estamos haciendo la tarea —dijo Andrea, por fin reuniendo las agallas para mirarla momentáneamente.
—Entonces regreso después —respondió su amiga.
—¿No quieres quedarte? —Ofreció Fabiola con un tono que carecía de convicción.
—No —dijo Ileana, dándose vuelta para marcharse sin cerrar la puerta de la habitación.
Andrea, que no sabía si sentirse aliviada o furiosa, comenzó a buscar la mirada de Fabiola, pero ella tenía los ojos clavados en su libro de Biología.
La magia de momentos atrás se había esfumado.
La canción seguía sonando, seguía inundando la habitación con esa atmósfera especialmente romántica, pero Fabiola ya no estaba en la misma sintonía.
Andrea abrió su mochila, sacó su libro de biología y su libreta de apuntes.
—¿Nos vemos mañana a las seis en la parada del autobús? —preguntó Fabiola, metiendo su libro en su mochila.
—¿No vamos a hacer la tarea?
—Estoy segura de que puedes hacerla sola —Fabiola ya estaba parada frente a la grabadora, sacando su casete.
—Sí, pero...
—Nos vemos mañana, Andy —Fabiola recogió su mochila y se la echó al hombro—. Tengo otras cosas que hacer.
Andrea la vio marcharse, preguntándose en silencio si la incomodidad repentina de su amiga había sido culpa suya. ¿Qué había sucedido? Por un instante, había estado segura de que Fabiola la quería del mismo modo que ella la quería: no como su mejor amiga, sino como algo más.
¿Había sido solamente su imaginación?
Andrea pasaría el resto de la tarde y casi toda la noche haciéndose la misma pregunta. Repitiendo la escena en su cabeza. Recordando, con perfecto detalle, la letra de la canción. En algún momento decidió escribirla en la última pagina de una de sus libretas. Aunque su memoria era privilegiada y probablemente nunca le dejaría olvidarla, para Andrea, ponerla en papel era el equivalente a grabar en piedra el momento exacto en que Fabiola quiso besarla.
Varias ciudades grandes de Canadá, como Toronto, Montreal y Edmontón, tienen varios kilómetros de pasillos subterráneos que conectan los edifcios del centro para que los transeúntes puedan moverse sin exponerse a las temperaturas extremas del invierno, las cuales, dicho sea de paso pueden llegar a -35°C. Brrrrrrrr.
Aquí les dejo una foto de un pequeño tramo de la ciudad subterránea de Toronto, y la comparación con los túneles de los Morloks en «La máquina del tiempo» que imaginó Andrea :P
También les dejo una imagen de la portada de la revista «Conozca Más» y otra de la tan sonada "esfinge de Marte".
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