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El breve espacio

Andrea acecha dentro su caja para cerciorarse de que está a punto de terminar con su misión. Saca los libros de idiomas que usó cuando tomó dos años de inglés y un año de italiano en el Centro Institucional de Lenguas de la UADY y los deja en la esquina de la mesa en la que ha estado coleccionando las cosas que quiere donar.

Vuelve a mirar dentro de la caja.

Lo último que queda son souvenirs de las bodas de sus excompañeros de la carrera, unos lentes de Vanesa que rompió accidentalmente y que tuvo que reponerle y una colección de copias fotográficas de los papeles que entregó en la escuela cuando estaba en su proceso de titulación, en caso de que los originales se perdieran en el camino.

Voltea la caja para dejar caer el contenido dentro de la bolsa de basura, y sonríe, satisfecha consigo misma de haber terminado su tarea. Cuando deja la caja en el suelo, una orilla de la bolsa se le resbala de las manos y algunos pedazos de papel caen al suelo.

Entre ellos se encuentra un póster tamaño media carta que dice «Noche de Karaoke» en letras grandes, debajo del nombre de un bar para treintañeros al que le gustaba ir con Mabel.

«¿Conservaste un panfleto que te recuerda el problemón en el que casi te metió Fabiola?», pregunta la voz de su interior para luego rematar con un: «típico de ti». Andrea niega con la cabeza sin poder dejar de reírse de sí misma.

El incidente sucedió en diciembre de 1999. Para entonces, habían pasado tres meses desde el regreso de Fabiola y, durante ese tiempo, su amiga ya no le había hablado de sus sentimientos sino que se había dedicado a reconstruir la relación entre ambas.

Fabiola la buscaba para ir a tomar una malteada y platicar sobre la escuela; se ofrecía a pasar la tarde con ella y la abuela Minerva, aún si eso significaba ayudar con la limpieza de la casa o ser parte de la línea de producción de tamales, pasteles o cualquier otra delicia que la abuela estuviera preparando para vender; le llamaba sin razón, únicamente para contarle lo que sea que estuviera pasando por su cabeza.

Por primera vez en años, Andrea sentía que en verdad su amistad con Fabiola estaba floreciendo y le gustaba mucho el ritmo que su relación había tomado.

Pronto se volvió costumbre que ella la mencionara de paso en conversaciones con Mabel y Vanesa, e incluso, que de vez en cuando Fabiola se les uniera cuando salían a tomar un café.

Si Mabel llegó a sentir celos de esa amistad, nadie se enteró jamás porque ella se comportaba como la adulta madura y segura de sí misma que era. Cuando convivían, la conversación fluía sin antagonismos, aunque a veces se podía percibir una leve fricción en el aire; una cierta cautela proveniente de ambas partes.

Un viernes por la noche, las cuatro se vieron en el café Peón Contreras para escuchar a varios trovadores que estarían amenizando la velada. Era un lugar que Andrea disfrutaba mucho porque las mesas se encontraban al aire libre, en la calle empedrada que separaba el teatro y el Parque de la Madre.

—¡Esta la conozco! —dijo Fabiola, emocionada, cuando el trovador comenzó a tocar «Entre pairos y derivas» de Fernando Delgadillo.

—¿Ahora escuchas trova? —preguntó Vanesa, sorprendida.

—Andrea la está obligando —respondió Mabel, acusándola con un tono juguetón.

—Amenazó con quitarme la licencia de amistad si no conozco, por lo menos, una canción de cada uno de sus favoritos —dijo Fabiola encogiéndose de hombros.

—Me parece justo —contestó Vanesa—. Mira que ninguna de ustedes tuvo que aguantarla en tercero de prepa, cuando ponía la misma canción a repetirse cien veces.

—Eres una exagerada —intervino Andrea, dirigiéndole una mirada asesina a su amiga.

Si Mabel o Fabiola hubieran echo cuentas rápidas en sus respectivas mentes, hubieran deducido con bastante facilidad que en tercero de secundaria Andrea tenía el corazón destrozado por la reciente pérdida de Fabiola y que eso había derivado en su repetición cuasi enfermiza de las canciones de trova más tristes que existían en esa época.

—Antes de que lo olvide —dijo Vanesa, aprovechando que tenía que buscar algo dentro de su bolso para escapar de la mirada amenazadora de Andrea—. Miren lo que me encontré hace unos días —sacó un panfleto y lo puso sobre la mesa.

—¿Noche de Karaoke? —preguntó Fabiola, menospreciando la idea con su tono.

—Uy, tu mero mole —respondió Andrea, tomándolo para entregárselo a su novia.

—Es el próximo fin de semana —dijo Mabel, emocionada—. Y es en el bar que te gusta.

Andrea asintió.

—¿Te apuntas? —preguntó Mabel, mirando a Fabiola.

Esa era una dinámica que comenzaba a volverse recurrente: Mabel extendía una invitación que sonaba sincera y Fabiola declinaba respetuosamente.

Andrea y Vanesa, por su parte, se quedaban calladas durante el intercambio de formalidades. Era un trámite que les permitía llevar la fiesta en paz y tener la consciencia tranquila.

—¿Karaoke? —Se rió Fabiola—. Gracias, pero no les haría algo así. Si aprecian sus tímpanos, no quieren escucharme cantar, créanme.

—¡Ándale, no seas aguafiestas! —insistió Mabel, por primera vez—. Nos vamos a divertir un chorro.

—No seas así —Se apresuró a decir Vanesa, aprovechando el relajo—. Hacía semanas que no te veíamos, nos debes una salida.

—Es el próximo sábado y ya tengo planes con Martín y Diego.

—¡Tráelos! —propuso Andrea antes de poder detener su lengua—. Hace años que no los vemos —luego volteó hacia Vanesa, consultando con la mirada si ella compartía su entusiasmo.

Su amiga estaba asintiendo con energía. Y fue entonces que Andrea se dio cuenta de que acababa de invitar a dos excompañeros que su novia no conocía.

—¿Seguras? —preguntó Fabiola, mirando a Mabel.

Mabel se encogió de hombros —Claro que sí, mientras más seamos, mejor se va a poner el ambiente.

Andrea suspiró con alivio.

—Está bien —respondió Fabiola—, les voy a avisar del cambio de planes y te confirmo en la semana —dijo, mirando a Andrea.

En ese momento el trovador comenzó a cantar «El breve espacio en que no estás» de Pablo Milanés. Andrea, Mabel y Vanesa, comenzaron a cantar, mientras que Fabiola las observaba en silencio.

Andrea no se enteraría hasta mucho tiempo después, pero cuando el trovador llegó a la estrofa que decía:

La prefiero compartida

Antes que vaciar mi vida

No es perfecta, mas se acerca

A lo que yo simplemente soñé

Fabiola clavó la mirada en ella y Vanesa se vio obligada a darle un puntapié por debajo de la mesa para capturar su atención. Cuando Fabiola la miró, Vanesa meneó la cabeza de un lado a otro sutilmente.

A eso de las diez de la noche pagaron la cuenta y comenzaron a caminar hacia la calle 58, en la que habían dejado estacionados los autos.

—¿Te llevo? —ofreció Fabiola, mirando a Andrea mientras le mostraba que tenía la llave del auto de su tía.

Andrea miró a su novia. Mabel no dijo nada. Vanesa hizo un comentario respecto al clima, pero nadie le prestó atención.

—Bueno —dijo Andrea mirando a Mabel—, la verdad es que estaría más tranquila de saber que no tienes que atravesar la ciudad entera para irte a tu casa después de dejarme en la mía.

—Y así también te ahorras la gasolina —intervino Vanesa.

—Nunca me ha pesado llevarte —contestó Mabel—. Pero me parece muy bien que, de vez en cuando, tus vecinos chismosos te vean llegar en el carro de alguien más.

Se despidió de ella con un beso en la mejilla y un «te quiero», les dio las «buenas noches» a las demás, le encargó a Fabiola que maneje con cuidado y se marchó, volteando antes de llegar a su auto, para recordarles que las vería el siguiente fin de semana para la noche de karaoke.

Mientras el auto de Mabel se alejaba, las tres restantes caminaron un poco más hasta dar con el volchito de Vanesa. Fabiola y Andrea tomaron turnos para abrazarla y luego la vieron marcharse.

—Ahí está el carro de mi tía —dijo Fabiola, señalando un Tsuru de color blanco que estaba a varios metros de distancia.

—¿Es nuevo? —preguntó Andrea.

—No, mi tía ya va para tres años con él, pero lo cuida mucho y casi nunca lo maneja. Mi tío la lleva a todos lados en su carro.

—Justo estaba por decirte que nunca la he visto manejando —dijo Andrea.

—Es un milagro que me lo haya prestado —aseguró Fabiola—. Sospecho que fue porque le dije que saldría contigo.

«Si supiera que nunca fuimos las niñas bien portadas que siempre ha creído que somos, no te lo hubiera prestado», pensó Andrea, pero prefirió no traer temas del pasado. Ahora sus filtros eran selectivos. Ahora no se quedaba callada por timidez, sino por respeto a Mabel.

—Esta semana estuve escuchando el programa de Mabel —dijo Fabiola, al no obtener respuesta a su comentario.

—¿Y qué opinas? —preguntó Andrea, emocionada con el cambio de tema.

—Está padre. Habla con mucha naturalidad y me gustó su punto de vista respecto a varios temas.

Andrea sonrió, orgullosa de su novia.

—Dime una cosa —continuó Fabiola—, ¿es así de intensa para expresar sus opiniones en la vida diaria?

—En el programa le baja dos rayitas a su intensidad —Se rió Andrea.

—Me da gusto que estés con una persona que sabe lo que quiere —dijo Fabiola.

«A mí también», pensó Andrea.

Media hora más tarde, cuando llegaron a la casa de la abuela Minerva, Fabiola apagó el motor y se quedaron platicando sobre sus familias, la escuela, la vida amorosa de Martín, lo críptico que era Diego y hasta hicieron planes de encontrarle un novio a Vanesa.

Andrea no tenía idea de cuánto tiempo había pasado hasta que Fabiola miró su reloj y anunció:

—Ya es media noche. Debería irme si quiero que algún día vuelvan a prestarme el carro.

—Está bien —dijo Andrea—, hasta el día de hoy nunca he visto a tu tía enojada y no quiero romper años de tradición —Abrió la portezuela y bajó un pie—. ¿Nos vemos el sábado para el karaoke?

—Sí, a menos que la vida sea buena y me regale una excusa perfecta para zafarme de semejante compromiso —respondió Fabiola, riéndose—. Mira que de verdad no saben en qué lío se han metido al querer escucharme cantar.

—Yo te he escuchado cantar —comenzó a decir Andrea, pensando en la fiesta de fin de año de la prepa y de inmediato se arrepintió de estar trayendo recuerdos de la adolescencia—... y sobreviví —remató.

No'mbre, gracias por los ánimos que me das —respondió Fabiola—. Deberías considerar un cambio de carrera: te iría bien como oradora motivacional.

—Nos vemos el sábado —dijo Andrea, bajando del auto, riéndose.

Rodeó el auto, abrió la reja y volteó para despedirse ondeando la mano. Fabiola esperó a verla abrir la puerta principal antes de poner el auto en marcha.

Andrea saludó a la abuela y se fue a su habitación, aún sonriendo, sintiéndose afortunada del modo en que todas las piezas de su vida parecían, por fin, haberse acomodado en su lugar correspondiente; sin sospechar siquiera que eso cambiaría el siguiente fin de semana. 

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