Capítulo 8
No hubo jamás, en toda la eternidad, una noche tan más placentera para la mayoría de los Ainur. Todos descansaron como era debido, excepto Manwë; Se pasó la noche meditando justo en el mismo balcón que se encontró con su hermano hace casi una semana.
Varda se encontró un poco curiosa por la extraña actitud de su pareja, pero en lugar de entrar al escenario y acosar a su pareja con preguntas, permaneció en la sombra, unida al marco de la entrada. Observó a Manwë por las espaldas y no encontró a un ser cobarde o delicado, sino a un hombre al que le duele actuar en contra de quienes ama. Vio en él la valentía por sobre los deseos, percibió la tristeza, pero también la responsabilidad que se le fue otorgada desde aquel cruel momento.
La doncella de las estrellas bajó la mirada siendo atacada por un millón de recuerdos, algunos buenos y otros malos, pero había un poco de Melkor en ellos. Formó una floja sonrisa, la cual hizo un juego perfecto con el tono de incertidumbre de la noche. Dio un par de pasos atrás, sin ser percibida por su invaluable señor, se unió al sigilo de la oscuridad; ella debía prepararse mentalmente para lo que vendría al siguiente día.
En cuanto a nuestro hermoso Manwë, se aferró al barandal y sin temor, sino con demasía valentía, derramó lágrimas en nombre de Melkor y la relación de antaño, que deseaba recuperar con su hermano.
Ahora podrían llamarlo tonto e iluso, pero incluso en medio de su inocencia, había un brillo que los adultos perdían, había perdón y amor, ignorantes a la ingratitud del mayor. Tomó aire, cerró los ojos y dejó que el viento acariciara sus hermosas facciones.
El recuerdo de un lunes y el estrés que siguió, ahora no quedaba más que en el pasado. Justamente, a unas horas de enfrentarse a su hermano mayor, por una parte, sentía lástima de seguir el mismo patrón de siempre, mientras que, por otro lado, estaba aliviado de no poder sentir el mismo estrés que hace uno o dos días. El hecho de que Mandos ya no esté llamando a su puerta, presionándolo, y a la vez, gritando incoherencias, ya era un grandísimo avance.
El señor de las aves exhaló y abrió un poco sus ojos para encontrarse con una extraña paz rondando por sus tierras. Era hermoso, aún más sí se ignoraba el hecho de que el mar aún estaba vuelto loco y que se escuchaban los ecos de los gritos de Vána en contra de Oromë, así como el llanto y arrepentimiento del moreno.
Es una lástima, se dijo Manwë dado la vuelta, dispuesto a encontrar los brazos de su amada y fundirse en ellos; él hubiese deseado ir directamente a enfrentar a su mayor, pero no, al ser el rey de todo, debía permanecer en el Taniquetil y esperar a que Tulkas llegara con Melkor cargado como costal de papas.
—Sólo espero un milagro —dijo Manwë adentrándose al recinto—. Un milagro del que ni yo mismo puedo ser el hacedor.
Horas después, telperion comenzó a menguar; todos los Ainur dieron la bienvenida a un nuevo y prometedor día. Manwë abrió los ojos para encontrarse con su amada y un tierno beso en la punta de la nariz.
—Ha llegado la hora, cariño —le dijo Elbereth acariciándolo en la mejilla.
El hombre asintió y ensanchó una débil sonrisa. Rodeó las caderas de la mujer con su diestra.
—Así es —respondió aun titubeando y disfrutando del acto—. No quiero mentirte, pero no sé de donde saco la valentía para ver con tanta lástima a tu hermano.
La hermosa Ainur, que en ese momento parecía tener atrapadas todas las estrellas en sus cabellos oscuros y ojos, hizo una mueca y colocó su mano en el pecho de Manwë, justo en la parte del corazón.
—Yo sí —respondió—. ¿Quién sería sí no conociera a mí señor? El valor que no puedes reconocer viene directo de tu corazón, donde también hay justicia y amor.
Creyeron que aún era muy apresurado el volver a sus altas actividades, por lo que Manwë convenció a Varda de pasar un rato más en su lecho. En cuanto a los otros Aiunur, bueno, Namo recibió las primeras horas del domingo con una alegría jamás vista en él, e Irmo, tuvo miedo por un momento, pensó que su hermano había sido cambiado por uno más vivaracho, positivo y amoroso.
Todo cambio en Mandos en guisa de lo que le esperaba a Melkor.
Y no fue sólo en Mandos, los bosques se recuperaron, aunque era lento, lo hacían debido a las altas expectativas de Vána y Yavanna, mientras Oromë era encerrado tras una cárcel de árboles. Él se perdería la detención de Bauglir.
En el mar las cosas no mejoraban, pese a que Ulmo intentó hablar con Ossë, éste seguía abatiendo las costas con su furia y más de un animal no pudo soportar el coraje con el que movía las olas. Uinen comenzaba a perder la paciencia, pero Ulmo logró convencerla de esperar un poco más, algo así como unas cuantas horas y entonces comprendería todo.
Ahora bien, la alegría y emoción se extendieron hasta la tarde de ese mismo día, el cual no todos los Maiar de Aulë estaban obligados a trabajar y por tanto, las forjas estaban más solas de lo normal. Ese día, como todos, Mairon estaba en lo suyo, excepto Curumo que se había quedado dormido.
Los golpes en el yunque producidos por el martillo y el metal a forjar, hacían un ruido tremendo en manos de Mairon, pero por suerte podía trabajar sin esos estorbosos guantes. Quizá físicamente era muy delgaducho, pero vaya que tenía fuerza suficiente como para doblar una barra de metal.
Y justo como lo había predicho, Melkor había tomado camino a las forjas y volvió a asustarlo apareciendo de la nada, por sus espaldas y gritando cualquier bobería.
—¡Ya llegó tu señor! —gritó Melkor saltando detrás de Mairon.
A lo que él pelirrojo reaccionó en defensa; dio un leve salto. En el extremo de la cólera y habiendo reconocido al dueño de esa asquerosa voz, hizo que su mano aumentará en calor y la colocó en el rostro de Bauglir quemándole instantáneamente y dejando una obvia marca. Afuera, Tulkas, Aulë, Mandos y Ulmo estaban vigilando el bienestar de Mairon.
Melkor no hubo de darse cuenta sobre la treta hasta tiempo después, pero no le molestó.
—Eres un estúpido —dijo Mairon aún molesto—. Te lo ganaste por idiota.
—Yo no dije nada —respondió Melkor encogiéndose de hombros y luciendo aquella bella marca negra en su rostro con la forma de la delicada mano de Sauron.
Comenzaba a oler a carne asada, pero ese fue el menor de los factores en ese momento, Melkor sonrió orgulloso y presumiendo algo, se apoyó sobre el yunque de Mairon. El pelirrojo le observó en un intento de indicarle que se quitara, pero de nada sirvió.
—¿Qué? —preguntó Mairon—. Estoy ocupado ¿Quieres apartar ese feo trasero?
Mientras, el pelirrojo comenzaba a preguntarse en qué momento aparecerían los demás. Pensó que no sería nada bueno que se enterasen de lo que habló con Melkor hace unos días, antes de que las cinco fechorías de Melkor comenzaran.
—Uh... ¡No! —respondió Melkor aún con esa sonrisa de imbécil—. Ya tengo los resultados de lo que me pediste el domingo pasado ¿Quieres escucharlo?
—¿Qué resultados? —fingió desentendimiento creyendo que Melkor dejaría las cosas por la paz—. No sé a qué te refieres.
—¿Tan mala memoria tienes? —dijo Melkor imitando la voz de Mairon pero con un tono más "delicado"—. Recuerda; Muéstrame de lo...
Muéstrame de lo que eres capaz, has de las tuyas y yo veré si eres digno de mí; Fueron esas las palabras de Mairon hace una semana, lo recordaba, pero no le vendría bien que aquello se supiera. Corrió y tapó los labios de Melkor con un calor tan atormentador que hasta lo hizo quejarse.
—¡Ya! —le dijo al instante en que los demás Valar se hacían presentes alrededor de toda la habitación:— No sé de qué hablas, cállate ¿Quieres?
Viéndose traicionado y sabiendo muy bien lo que Mairon había hecho, Melkor sonrió con una inocente perversión. De nuevo lo habían atrapado, pero tanto él como Mairon, entendieron su sucio juego.
No hubo pérdida en lo que hizo Bauglir, lo vio en el brillo tan carmín en la fría y cruel mirada de Mairon. Le sonrió, convirtiéndose en cómplices, y Mandos habló.
—Hagamos esto fácil ¿Quieres? — le dijo viendo una extraña conexión entre en el Maia y Melkor—. Regresa la perla y vayamos con Manwë.
Melkor levantó las manos, aún planeaba hacerse el tonto.
—No entiendo qué sucede aquí —dijo en tono burlon—. ¿De qué se me acusa?
—¡No puedo creer tu cinismo! —respondió Aulë colocándose y cubriendo a Mairon.
—Bien, vayamos y recapitulemos... —"Hijo de perra" quiso decir Namo, pero se vio callado en nombre de su educación—. Se te condena a ser atado con las cadenas Angainor, llevado por Tulkas a presencia de Manwë para pedir perdón y pasar un tiempo encerrado, por haber perturbado la paz de Valinor y sus habitantes. Se te acusa de haber insultado a nuestro señor, de provocar una pelea entre hermanos...
—Bueno, eso es culpa tuya y de Irmo —interrumpió Melkor con burla.
—Cállate, sólo hiciste que todo pareciera nuestra culpa cuando en realidad es tuya —ordenó Mandos alzando la voz—. Como decía, de causar disturbios en el mar, robar la perla de un Maia y así mismo, de engañar al Vala Oromë... ¿Debería decir lo de tu porquería hecha el viernes?
No hubo violencia aquella vez, no había necesidad en realidad porque Tulkas logró ponerle las cadenas de forma pasiva. Pero eso les pareció bastante extraño, Melkor siempre daba un poco de pelea. Sin embargo, eso no evitó que Bauglir marchara burlon en nombre de todo lo que había hecho los últimos días.
—¿Estas bien? —le preguntó Aulë a Mairon—. ¿A qué se refería antes de que llegáramos? Sonó algo extraño.
Mairon negó bastante relajado, aunque por dentro sentía demasiado temor de ser atrapado justo cuando todo iba bien.
—No es nada importante —dijo Mairon con simpleza—. Desvaríos de un descarriado, me gustaría llamar a eso.
Sin embargo, por dentro estaba riendo con locura, ahora está era su segunda treta; Mairon fue el único en no solo molestar Manwë sino que unas horas después, se aprovechó de Melkor encerrándolo gracias a los otros poderes.
Aulë, confiando en Mairon, le dio la espalda y todos los altos salieron de las forjas, dejando a Mairon con una última mueca que le dedicó al pobre de Melkor. Se despidió agitando dulcemente su mano.
—¿Será que no conoce el sarcasmo? —dijo para sí mismo antes de volver a su trabajo—. Como sea, aquí lo esperaré.
No tenía mucho que temer, Melkor volvería en un tiempo y entonces, daría a conocer la verdadera cara de Mairon, aquella que ni Curumo se esperaría.
Una vez Melkor estuvo atado y amordazado, no fue necesario arrastrarlo al Taniquetil, dio la media vuelta y siendo escoltado por los demás Ainur llegó a presencia de su hermano menor. Tulkas lo obligó a arrodillarse frente a Manwë, siendo esto suficiente para despertar la cólera en el azabache.
Manwë se irguió en solemnidad, parecía tan perfecto como Eru pero simplemente era un Vala. Bajó la mirada, haciéndose el fuerte y estiró su mano.
—Entrega lo que no es tuyo.
—¿A qué te refieres, hermanito? —masculló Melkor—. ¿Ya no me dirás quienes mi hermanito?
Manwë guardó silencio un momento, y un recuerdo en especial le vino a la cabeza, pero no se dejó vencer. Imperturbable permaneció.
—No intentes nada, Melkor. El pasado no es, algo que me afecte como a ti —mentía tan mal que Tulkas estuvo a nada de entrometerse—. Dame la perla que no es tuya.
Bauglir chasqueo los dientes y con mucho esfuerzo, le entregó la perla que hubo robado de Ossë.
—Bien —recompensó el menor y le entregó la joya a Ulmo, quien corrió devuelta su reino a aclarar las cosas y Uinen quedó totalmente cautivada— ahora dime —. Su voz tomó más presencia en la sala que en ningún otro momento—. ¿Te arrepientes de lo antes hecho y reconoces tu error?
La risa de Melkor en ese momento también tomó demasiada presencia, al igual que la respuesta que todos se esperaban.
—¿Alguna vez me he arrepentido de algo? —respondió—No.
Manwë lo observó una última vez, con dolor genuino en su expresión, y dio la media vuelta dictando sentencia.
—Ya lo esperaba —dijo antes de volver a sus aposentos y llorar sin control—. Entonces estás obligado a pasar un tiempo bajo custodia, después de ello, a ayudar a quienes afectaste... Una semana por víctima.
¡Eso era demasiado! Pensó Melkor pero jamás lo expresó, sino que intentó levantarse y actuar en contra de las espaldas de Manwë, pero fue tumbado por una patada de Tulkas. Tiempo después, fue arrastrado a su confinamiento, donde después le esperaría un cruel castigo y una recompensa que sobre pasaba en valor todo el tesoro de la tierra media; Mairon.
Aceptó todo de buen grado, todo lo que sus malas acciones le trajeron, pero con el consuelo de que, a final del camino, encontraría lo que tanto buscaba.
Y bueno, colorín colorado este cuento un Balrog se lo ha tragado.
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