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Capítulo 7

La primera diablura hecha por Mairon no pudo haber sido mejor que tener a Manwë y Varda como víctimas. Era simplemente perfecto y divertido, justo como Melkor se lo había descrito; el alma se le agitó y una adrenalina jamás conocida apareció.

Mairon volvió a las forjas con un nuevo sentimiento, tenía mucho por pensar y experimentar de ahora en adelante. Mientras, Melkor, había decidido tomar un descanso, porque las grandes mentes de vez en cuando lo necesitaban, además, estaba seguro que algo había sembrado en el corazón del maia. Todo iba de acuerdo a los planes que Melkor tenía en mente, todo menos las medidas que Manwë tomaría; nada más dio la orden a Eonwë, al llegar el sábado todos los Maiar y Valar habían sido convocados a un pequeño concilio el cual, Manwë no creyó tan importante como para llevarlo al anillo del juicio, allá por la parte occidental, sobre su alto trono alrededor de un sitio blanco.

En ese día el clima clamaba lo que estaba por levantarse; el cielo se nubló, un fuerte diluvio comenzó a caer y el mar siguió con su ataque contra las costas. Ossë no había encontrado la calma y se unió a la desesperación que Manwë sufrió la noche del viernes, trayendo consigo una fuerte chaparrada.

Ahora bien, era sábado por la mañana en las forjas del Vala Aulë, pero no lo parecía pues el brillo de Laurelin se veía opacado por las densas y grises nubes que Manwë había traído. No era nada bueno ese cielo tan oscuro, suposo Aulë y poco tiempo después le llegó el mensaje en manos de Eonwë.

Aulë era un poder, a diferencia de todos o la mayoría de sus compañeros, que tenía el cabello rubio con un corte militar. Detestaba tener el cabello largo ya que éste no le dejaba trabajar a sus anchas en las forjas. Siempre llevaba sobre sus ojos platas una pequeña banda elástica en la frente, y vestía con la protección necesaria para forjar.

Aulë era una persona bastante callada, pero muy animado cuando lo creía necesario, su mejor amigo era Oromë y de cuando en cuando pasaban el tiempo juntos.

En cuanto a sus Maiar, muchos rumores corrían alrededor de él; algunos dicen que los explota, otros que ni siquiera conoce a quienes le sirven, pero la realidad es que, Aulë es muy atento con los suyos. Cuida de Mairon y sus radicales pensamientos, de vez en cuando hablan tendidamente sobre las dudas y miedos del pelirrojo. Con Curumo toma un papel de padre, y poco a poco le hace ver que la realidad no es siempre un cuento de hadas, de esos del que el Maia es muy fanático.

Sucedió que aquel sábado por la mañana, Aulë llegó a las forjas donde ya una considerable cantidad de Maiar estaba trabajando. Todas las miradas con respeto y admiración, se posaron sobre su imponente figura, la cual, después de saludar a Curumo, llegó a presencia de Mairon. El Maia al instante dejó su trabajo de lado, se limpió el sudor de la frente; no iba a mentir, estaba nervioso por la obvia presencia de su mayor un día después de lo que sucedió.

Estaba listo para ser expulsado.

Mairon levantó la vista, aún con un poco de respeto y se dirigió a él con un tono altivo pero controlado.

—Señor ¿Puedo saber a qué viene?

Desde hace un tiempo es Mairon quién cuida de las forjas, mientras que Aulë se pasa los días en sus trabajos personales, como le gusta llamar a la creación a causa de su ansiedad por los primeros nacidos.

El pelirrojo dejó de lado los guantes que usa como protección, a decir verdad, no los necesita ya que puede manipular el fuego con la piel expuesta, pero decidió seguir fingiendo para no asustar a sus compañeros. Todo a petición de su mandamás.

—No hay problemas tan importantes como para tenerlo aquí —le dijo dando una leve mirada a Curumo, él tampoco sabía la razón del poder—. ¿Sucede algo malo?

Aulë hizo una mueca, un lado suyo quería creer en la inocencia de su Maia favorito pero otro lado, aquel más cuerdo, no parecía tenerle demasiada confianza. Los rumores de lo sucedido la noche anterior se corrieron, y al llegar a los oídos de Aulë, sólo una palabra le hizo pensar en Mairon y esa fue; pelirrojo.

—Quiero creer que no es algo de lo que deba preocuparme —le dijo el rubio tomándolo de la espalda y terminando con el espacio que los separaba para poder hablar correctamente y en privado—. Pero dime ¿Qué estuviste haciendo ayer por la noche?

¿Acaso tenía complejo de policía? Mairon rodó los ojos, era un perfecto actor, después de todo, iba aprendiendo del mejor; Bauglir.

—¿Qué hice ayer en la noche? ¿Qué más sino es estar encerrado aquí aun cuando ya no hay nadie? —le respondió en el mismo volumen, pero después se irguió derecho y llamó, alzando la voz, a Curumo—. ¡Tú, Mocoso! Dile a nuestro señor dónde estuve ayer.

El inesperado cambió en Mairon hizo sobresaltar no sólo al Vala sino también al Maia de bajo rango. Con la mirada platina sobre él, Curumo dejó su trabajo y temblando asintió. Su mirada y voz eran por igual tiernas y vírgenes.

—Sí... —respondió a Mairon y después se dirigió a Aulë—. Ayer por la noche estuvimos ambos aquí. Mairon estaba terminando una corona con la que había trabajado hace días. Yo puedo dar legalidad de ello, mi señor.

—¿Y la dichosa corona dónde está? —al instante preguntó el Vala.

En respuesta, Mairon hizo aparecer una corona forjada en un mental dorado, con una extraña forma nunca antes vista. Un patrón de picos sobresalía de ella. Y aunque carecía de gemas, eso era el plus que tenía porque parecía ser sencilla, pero nadie más pudo forjar algo similar. Un fuerte suspiro de alivio emanó del pecho de Aulë cuando tuvo la corona frente suyo. Curumo volvió a lo suyo, decidió ignorarlos antes de echar todo a perder.

—Está aquí mismo, señor —le dijo Mairon alzando El objeto. A decir verdad, todo era una treta planeada por los Maiar y la corona había sido hecha días atrás y no tomó más de tres horas—. Ahora, ¿Puedo preguntar la razón de las sospechas con las que ha venido a atacar?

Sintiendo un poco más de confianza, Aulë relajó sus hombros, parecía que su chico no había hecho nada malo. Se dejó recargar sobre el yunque del maia mientras se cruzaba de brazos.

—Bueno... ¿Cómo empezar? —dijo arrastrando la voz y llevándose una mano a la barbilla. Mairon le miraba de forma pesada, como sí dentro pensara tener sometido al vala—. Quiero creer que tú ya sabes lo que ha estado sucediendo estos últimos días. El repentino cambió de Ossë, los bosques de Oromë y el humor de nuestro Señor Sulimo.

—Ah, sí —afirmó Mairon moviendo la mano de un lado a otro, como sí le restará importancia—. Se ha estado escuchando últimamente por todo este lugar. Incluso he tenido que regañar a Curumo para que deje el chisme y vuelva al trabajo.

—Me consuela saber que no se pierden nada sobre lo más relevante de Valinor —expresó el Vala—. Pero, dicen que quien está detrás de todo es Melkor. En base a las mismas palabras de los demás poderes, después de las visitas de Melkor todo empeora en sus tierras.

—Oh... —el pelirrojo fingió sorpresa—. ¿Deberíamos suponer que ese sucio Melkor no piensa cambiar?

Aulë negó, él desde un inicio pensaba que Melkor jamás cambiaría y que aquello que juró no tenía demasiado valor para Bauglir.

—Pongo en tela de juicio sí alguna vez se tomó en serio el juramento —inquirió con una notable preocupación—. Como sea, ya estará Tulkas para darle su merecido, pero ayer cierta persona me hizo saber que Melkor estaba por estos parajes. Y mismo ayer por la noche sucedió un percance en las estancias de Sulimo. Creí que tenías algo que ver.

Mairon asintió a las suposiciones de su señor, no podía juzgarlo, él también sospecharía de un Maiar semejante. Frunció el ceño con esas hermosas pecas como adorno, aún alguna cosa no lograba entender.

—Mire —explicó extendiendo los brazos—. No le voy a mentir y Curumo no me dejará hacerlo, pero justo ayer vimos a Melkor rondar por acá pero jamás entró —mintió y vaya que podía porque sus compañeros le temían demasiado—. Hay rumores, como usted dice, que Melkor es el culpable de todo, sin embargo, ¿por qué pensó que yo tenía algo que ver con lo que sea que le sucedió a Manwë?

Aulë carraspeo la garganta, ahora se sentía incómodo por haber acusado a su Maia favorito, y más aún cuando éste le miraba con unos tiernos ojos de cachorro.

—Eh... Bueno —inquirió Aulë—. A Manwë se le hizo conocida la chica que acompañaba a Melkor en ese momento y la describió como pelirroja y con una fuerte mirada. Lamento haber pensado en ti.

Carajo, fue lo primero que pensó Mairon, no podía creer que tan fácil le fuera a Aulë hacer conjeturas tan complicadas. Siempre lo hubo tomado como un estúpido. Tragó saliva un poco incómodo y se ajustó los guantes para volver a su trabajo.

—No se preocupe, es normal tener sospechas e hizo bien en aclarar las nubes de su mente, pero ya vio que no hice nada el día de ayer —dijo Mairon con simpleza. Por dentro, estaba ardiendo en ansiedad—. ¿Ahora qué piensa hacer?

—Ahora, habiendo aclarado esto... —gruñó el vala—. He sido convocado a un concilio en el Taniquetil, supongo que dirigirme y limpiar las sospechas de tu nombre.

El Ainur se irguió derecho y antes de tomar camino fuera de las forjas, fue detenido por la voz de su Maia en tono suplicante.

—Señor —le dijo Mairon levantando la mirada con una severa seguridad. De pronto sintió la necesidad de ir a ese concilio del que hablaba Aulë, no sólo para quitar esas sospechas, sino para refundir aún más a Melkor. Sonrió de lado, con el ceño fruncido. Melkor sabría entender que lo haría por simple diversión—. Nunca le he pedido nada, esta vez me gustaría actuar un poco egoísta y pedirle el favor de acompañarlo a aquel lugar. Estoy agradecido porque usted limpie mi nombre, pero mi orgullo no me dejará estar callado, además, tengo cierta información que le podría interesar a nuestro señor de Arda.

Aulë meditó un tiempo la petición y sabiendo que no había desperdicio en las palabras de Mairon, asintió. Aún estaba ciego a la verdadera naturaleza del maia. Ambos irían al Taniquetil, sin embargo, las intenciones de Mairon jamás fueron buenas para todos. Había comenzado a pensar que no sería malo encontrar su propio camino, el cual podría estar con el de Melkor, después de todo, no veía un futuro mejor en estar todo el tiempo encerrado en las forjas.

Mientras tanto, en el Taniquetil las cosas comenzaban a ponerse interesantes desde la llegada del primer invitado, Tulkas; al ser recibido por Eonwë y guiado por el mismo, se pasaba el tiempo bromeando o contando alguna historia curiosa. Esto no era ni un poco molesto para el anfitrión, de hecho, de cuando en cuando respondía a las bromas del rubio con una risilla suave, ocultada con el dorso de su delgada mano.

Cuando cruzaron el umbral de la habitación donde se llevaría a cabo la reunión, Tulkas se encontró con la figura de Manwë y Varda. Se despidió de Eonwë y corrió, riendo, al encuentro de los dos más grandes poderes de la tierra media.

—Manwë, amigo —dijo con expresión alegre y tomando al peli plata de los hombros—. Ya ansiaba verte. El solo escuchar sobre ti y tu bella dama no me es suficiente.

Varda rió por debajo, tomada del codo de su pareja. Adoraba las visitas de Tulkas porque ayudaba a relajar los ánimos de Manwë, y le sentó muy bien que el rubio fuese el primero en aparecer.

—Amigo mío... —expresó Manwë con genuino aprecio—. No sabes lo mucho que me ayuda tu llegada. Me levantas el espíritu y estoy seguro que también a mi hermosa Varda, ven, necesitamos ponernos al corriente sobre...

—Sí, sobre Melkor —le interrumpió el rubio y su expresión mudó a una de completa seriedad. Ya nadie estaba sonriendo—. Siendo él la razón de este encuentro, debemos hablar muy a fondo.

Se dirigieron a tomar asiento en las sillas que se extendían por aquella enorme mesa de mármol. En cada extremo había dos asientos, los cuales eran para Varda y Manwë. En cuanto a Tulkas, tomó el asiento a la derecha de Sulimo, y lo hizo con tanto orgullo que un brillo hermoso se pintó en sus ojos, y su dorado cabello obtuvo un hermoso resplandor.

Minutos después de la llegada de la pesadilla de Melkor, asegurando que así éste no aparecería, dos figuras tomaron forma en la entrada del Taniquetil; Namo e Irmo habían sido los segundos en hacer acto de presencia. Eonwë los recibió con una solemne reverencia, junto con una casi perceptible sonrisilla; era entretenido ver las discusiones de esos dos hermanos.

De una neblina negra apareció el señor de Mandos, pero esta vez sus ojos estaban cubiertos por una tela negra, aun así, podía ver incluso mejor. Sus cabellos negros estaban sueltos pero cubiertos por la capucha de su traje, de igual manera, negro.

—Te dije que llegaríamos tarde —le reprochó Mandos al menor, mientras Eonwë permanecía mudo—. Y todo porque el niño quería revisar un hormiguero, estás loco.

Lo decía el hombre con un pedazo de tela sobre los ojos, sí, claro, y Mandos era el más normal de toda Valinor.

—No me llames así —se escuchó una voz quejándose y tras una nube verde, apareció Irmo con su mejor traje. Todo lo contrario, a su hermano, vestía de blanco, pero también usaba un gorro en la cabeza que le ocultaba aquel par de cuernos que tenía—. Esas pequeñas hormigas quizá necesitaban ayuda, no podía abandonarlas.

—Mis señores —interrumpió Eonwë aclarando su voz—. Sí me permiten yo...

Pero la voz de Mandos, ya de por sí molesta, se alzó más fuerte que la serena del pobre vocero de Manwë, quien se vio obligado a hacerse a un lado ante el paso del morocho y su menor, quien apenado se disculpaba haciendo una reverencia.

—Sí, gracias Eonwë, pero ya sé dónde está la sala... Por Dios, estoy más presente aquí que en Mandos... —al parecer alguien se había despertado con el pie derecho. Tomó a Irmo tirándole de las orejas.

Ambos pasaron a presencia de su buen camarada Manwë, pero desde lejos aún se escuchaba la voz de Namo maldiciendo a Melkor, a Ossë y Ulmo por tan mal clima y sobre todo, a Irmo por dejarle esas horrendas marcas en su piel tan hermosa.

—¡Es que no puedo creerlo! —se es escuchaba de fondo—. Hay que ser muy imbécil, pero claro, olvidaba que te tengo como hermano.

—Ya te he dicho que lo siento —le respondía Irmo casi en el extremo del llanto.

Aquel par de hermanos eran la atracción de Valinor por sus tan peculiares peleas, pero también por su eterna solidaridad. Eonwë rodó los ojos y volvió su atención a la entrada para encontrarse con Ulmo en completa soledad. Le recibió también con una sonrisa y reverencia.

—Bienvenido, señor —le dijo Eonwë antes de darle acceso al recinto—¿Puedo tener el atrevimiento de preguntar cómo van las cosas en el mar? Mi señor me ha contado un poco y me temo que me encuentro preocupado por usted, su mejor amigo.

Ulmo se dejó vencer frente a Eonwë, sin duda ese Maia era de confianza y no podía mentirle, la mirada del peliplata no lo dejaría.

—Bueno... He tenido días peores, pero estos, estos están a nada de hacerme perder la paciencia —contó el señor del mar con el dolor en la mirada—. Ossë no logra calmar esos nervios ni un poco.

—Ya veo... —lamentó el albino. Incluso Eonwë era un poco chismoso— ¿Y puedo saber por qué está en ese estado? Es raro en ese Maia, no tengo el placer de conocerlo, pero he visto que es muy manso.

Ulmo asintió y como si temiera que alguien le escuchara, se acercó un poco más al espacio personal del maia.

—Claro, sucede que después de hablar con Melkor perdió un regalo para la hermosa Maia que corteja.

—Ah, ya veo —interrumpió Eonwë—¿Y creen que no se perdió aquello, sino que Melkor pudo haberlo robado?

El Ainur asintió ante la suposición del menor, como siempre, Eonwë era rápido en terminar los pensamientos de otros. Era un Maia perfecto, más de una vez lo pensaba Ulmo pero estaba más que satisfecho con su joven e inexperto Ossë, porque también tenía a Uinen y eran la pareja perfecta para él.

—Entiendo, señor —dijo Eonwë dando espacio a Ulmo para entrar—. Por favor pase, y alegre el corazón de Sulimo.

Unos cinco minutos después de la bienvenida de Ulmo, el corazón de Eonwë estaba comenzando a entender la preocupación de su señor y es que, sí uno juntaba todas las piezas afectadas, se levantaba la sospecha de que Melkor estaba tramando algo. Y no sólo era eso lo que le preocupaba, sino también la sospecha de que Mairon, su mejor amigo, podría estar involucrado.

Hizo una mueca, y al parecer había estado tan sumido en sus pensamientos que no pudo percatarse de la llegada de dos hermosas féminas, llevando casi de las orejas a un albino.

—Pero yo no quiero ir, no sé con qué cara podré plantearme frente a Manwë —se quejaba Oromë siendo arrastrado por Yavanna y Vána.

La mayor de ambas saludó a Eonwë con un asentimiento.

—Qué hay, Eonwë —le dijo y después bajó su mirada severa a Oromë—. Lo harás con la misma cara con la que jugaste con Melkor.

—No mucho... —respondió el Maia en volumen bajo. No le convenía hacer enojar a ninguna de las dos. Se movió, y el trío pasó sin prestarle mucha atención.

—No, por favor —suplicó el cazador a nada de tirarse al suelo y hacer uno de sus mejores berrinches—. Haré lo que sea, pero no me hagan pasar por esta vergüenza.

—Oh, eso te mereces y más —esa era Vána que tras unos segundos rió malévolamente.

A rastras llegó Oromë bajo la mirada tan indulgente de Manwë. Fue suficiente con que el albino levantará su mano derecha para que las dos hermanas soltaran al moreno. Oromë levantó la mirada llorosa, parecía que sus verdugos eran muy crueles, y Manwë le devolvió el gesto con una mirada comprensiva.

—Ay, Oromë —le dijo Manwë yendo hasta él y ayudándole a levantarse.

El moreno chilló y se aferró a las blancas ropas de Manwë, Mandos iba a quitárselo de encima, pero Varda le detuvo con la mirada. Tal era el poder de esos dos, que no era necesario emitir alguna palabra para darse a entender.

Mandos volvió a su asiento, era el que más respetaba a Manwë y por tanto, se entendía su exigencia por respeto a Manwë. Pero para esto no era necesaria la intervención de Mandos; separó a Oromë de sí, jalándolo del cuello de su ropa y con una sonrisa benigna le pidió que guardará la postura.

—Deja ya el llanto —le pidió Manwë en el extremo de la serenidad aunque por dentro estaba ardiendo en cólera porque el acto de Oromë pudo haber sido evitado:— Y mejor ve a tomar asiento antes de que hagas otra tontería.

Y Oromë lanzó otro alarido, era cierto, Manwë tenía razón y el cazador no podía llevar la contra. En nombre de la larga amistad que ambos tenían, ya podían actuar un poco más en confianza y recordarse lo estúpidos o sentimentales que eran.

Sin reprochar nada, Oromë tomó asiento justo al lado de Ulmo, recibiendo unas palmadas de éste. Después Vána tomó asiento a su lado, y Yavanna, quien esperaba a su pareja un tanto ansiosa.

Ahora bien, sólo faltaba un Vala en llegar y fue cuando Eonwë estaba por cerrar las puertas, cuando una mano delgada y pintada de pecas le detuvo. El heraldo siguió el camino del miembro para encontrarse con el rostro de Mairon hecho todo un poema.

—Espera, aún no llegan los más importantes —gruñó Mairon sonriéndole.

Hacía tiempo que estos dos, pese a llamarse mejores amigos, no cruzaban palabras. Eonwë se sintió extraño, pero también una linda alegría se le incrustó en el corazón al ver que su compañero gozaba de buena salud. Lo recibió de una forma muy distinta a todos los demás, le sonrió de oreja a oreja de forma muy honesta.

—Lo siento —le dijo y abrió con facilidad las puertas que ni en sueños, Mairon podría mover un centímetro.

Aulë saludó al Maia de Manwë con una obvia reverencia y empapado de sudor como de hedor, entró al lugar. Pero Mairon se detuvo, más bien se vio interrumpido en su camino por el colosal cuerpo de Eonwë bajo esa plateada armadura. El albino se cruzó de brazos y en sus labios ya no había una sola sonrisa, sino una mueca de disconformidad.

—Ya no has vuelto a verme —le reprochó Eonwë.

Mairon lanzó un suspiro, se había alejado de su amigo por la misma razón por la cual estaba por dejar de servir a Aulë; la curiosidad de una vida más placentera y radical. Pero, Eonwë parecía no entenderlo.

—Creí haberme explicado muy bien la vez anterior —respondió Mairon intentando evadirlo—. Ya no deseo ser tu amigo. Necesito algo más interesante, algo que no sea un lamebotas como tú.

Los insultos no dolían en Eonwë, de hecho, los pasaba por alto creyendo que Mairon jamás hablaba en serio. Le tomó con fuerza del antebrazo y dejó caer las frías palabras que se tenía guardadas.

—No voy a permitir que mi amigo termine como esa escoria que es Melkor —inquirió con dureza—. Se habla de una Maia pelirroja que ayer interrumpió la intimidad de mi Señor. Te conozco tan bien como para saber que puedes tomar más de una forma.

A este entrometido nada se le puede escapar, cruzó por la mente de Mairon al tiempo en que este emitía un obvio gruñido de coraje. Elevó la mirada y se cruzó de brazos.

—Si tan bien me conoces, justo como dices —respondió golpeando el pecho de Eonwë con su dedo índice, tenía el valor para hacerlo—. Sabrás que me paso el tiempo encerrado en las forjas junto con ese inútil de Curumo.

Tal vez Eonwë estaba por responder al argumento del pecoso, pero éste le ignoró e hizo uso de todas sus fuerzas para empujarlo lejos. Su cabello carmín balió junto a sus pasos dirigiéndose dentro de la sala.

Simplemente Eonwë le observó irse, quería hacerse a la idea de que nada malo pasaría, pero algo, como a todos los demás, le mantenía inquieto todo el tiempo.

En el instante en que Mairon entró a la sala, se encontró a todo el mundo sentado y callado. Bajo las miradas de los valar caminó hasta estar detrás de su amo, pero la voz de Oromë se escuchó por encima.

—Creí que sólo estarían aquellos quienes fueron afectados —dijo el moreno refiriéndose a la presencia de Aulë y Mairon.

—Y yo creí que usted no caería en algo tan simple —defendió Mairon a su señor, pero se calló al segundo en que Manwë abrió sus ojos frunciendo el ceño.

Todos volvieron a callar, uno que otro jugaba con la mirada o chocaba sus dedos contra la mesa y Manwë atrapó todo el aire posible.

—Bien, señores lo he convocado para...

Y Mandos alzó la voz apuntando a Ulmo.

—¡Usted debió de haber acusado a Melkor en el momento en que lo vio!

Y Ulmo atacó de una manera más pasiva, sonrió cínicamente.

—Ya lo creo, pero usted debió de cuidar de los pasos de su hermano ¿No era usted muy responsable?

—¡Ya cállense! —Vána alzó la voz—. Ustedes pudieron levantar la voz y avisarnos desde los primeros días.

—Y tú bien pudiste haber cuidado las acciones de tu pareja —defendió Mairon.

—Y tú no debiste haber seguido ayer a Melkor para molestar al señor Sulimo—atacó la pelirroja, Yavanna.

—¡Eso es mentira! —respondió Mairon.

Todos gritaban, algunos lanzaban maldiciones y los demás, casi se escupían en la cara, pero todos callaron cuando Manwë se puso en pie. Y en Varda se ensanchó una delicada sonrisa.

—Guarden silencio —y volvió a su asiento—. No los traje aquí para discutir como sí estuviéramos en un mercado barato.

Yavanna y Vana volvieron a su sitio, Ulmo se recargó en su silla. En cuanto a Mairon, calló y dio un paso atrás. Aulë jamás levantó la voz, Irmo y Namo callaron, Oromë, por tanto, se encogió de hombros deseando no hablar más. Y bueno, Tulkas simplemente permaneció calladito y sonriente en su lugar.

—Vinieron aquí para hablar sobre un problema en específico —agregó Varda—Melkor.

—¿No es obvio ya? —inquirió Namo—. Algo está tramando al habernos molestado a todos. Primero, va con Manwë y lo insulta.

Sulimo asintió y le causó gracia el hecho de que Mandos quisiera defenderlo, pero con la mirada, le pidió el permiso para tomar la palabra.

—Es como dices, muy obvio pero me gustaría hacer un conteo y análisis de lo que hemos pasado estos últimos días —dijo Manwë—. Comenzando con el lunes, ese día me fue otorgado; llegó a mis aposentos y se burló de mis inseguridades, al final, evocó un insulto bastante cruel. Pero hasta ese día no creí que fuese a ser algo de tal tamaño.

Y Mandos fue quien seguidamente tomó la palabra. Todos, incluido Mairon, lo juzgaron, pero fue el pelirrojo quien no habló hasta tener toda la información posible.

—Debo admitir que tampoco llegué a sospechar nada grave el día en que cierto imbécil me mordió.

Irmo se encogió de hombros y Manwë se burló disimuladamente.

—Pero ¿No les parece que todo tomó sentido cuando llegó el tercer día? —interrumpió Ulmo—. Justo después de irse, y lo más seguro, llevarse la perla de Ossë, comenzó a levantar demasiadas sospechas.

Todos acordaron pensar lo mismo, y es que después de la visita a las Tierra de Ulmo las cosas o bien, artimañas de Melkor, comenzaban a tomar forma, como cuando uno hace un castillo de arena. Ahí detrás, en las sombras, Mairon recordó lo que había platicado con Melkor el domingo pasado y unas palabras salieron de su boca sin consentimiento.

—Es un idiota —murmuró, pero todos callaron, y vieron no a Mairon, sino a Aulë por tener a un Maia tan poco respetuoso.

—C-Cierto —dijo Aulë aclarando su garganta un poco incómoda—. Respecto a lo que sucedió el día de ayer con usted, señor —observó a Manwë—. He investigado un poco bajo las sospechas de que Mairon hubiese participado, pero me temo que no lo hizo.

Eonwë lanzó un fuerte suspiro, sí, todo el tiempo estuvo presente pero no era como el pelirrojo, él sí guardó silencio todo momento y sólo hablaba cuando se le pedía. Le alivió saber por voz de un Vala, que su amigo no tenía nada que ver.

—Mi Maia se pasó la noche en las salas y por tanto, no pudo seguir los malos pasos de Melkor —aseguró Aulë recibiendo un asentimiento de Manwë—. Pero ha venido a vuestra presencia a declarar algo.

De nuevo, todos los ojos estuvieron sobre sauron y creyó que era el momento correcto no solo para traicionar a los poderes de Valinor, sino también al mismo Melkor. Dio un paso adelante llevándose las manos a las caderas.

—Cómo afirma mi señor —se dirigió a Manwë con cierto tono egocéntrico—. No he sido yo y no tendría la desfachatez de hacer algo semejante. No sólo he venido a limpiar las sospechas de mi nombre, sino que a revelar algo que podría serles de mucha ayuda.

—¿Y qué podría ser ese algo? —cuestionó Manwë.

—Es muy seguro que Melkor vaya a visitar las forjas el día de mañana, pensé que sí desean hacer algo en su contra, ese sería el mejor momento.

Ante la idea de Mairon muchos murmullos se levantaron, la mayoría de las mujeres no creían ni una sola palabra. Llámamelo cómo sea, pero quizá era ese el sexto sentido que tenían el que no las dejaba creer en nada que viniera del pecoso. En cuanto a los otros, algunos (como Eonwë) le creyeron, y otros no tanto, como Ulmo.

—¿Y cómo estás tan seguro de que irá? —cuestionó mismo Manwë con cierto temor—. Creo que está de más decirte que nada bueno sale al estar al lado de mi hermano.

—No es necesario, créame —le respondió Mairon—. Pero está demasiado terco en ir y pasar el rato, esto siempre es en los domingos así que es muy seguro que lo encuentren el día de mañana. Es todo lo que puedo decirles, así como también es su decisión es hacer uso de esa información o no.

Pues bien, todos se hicieron un millón de ideas; Manwë comenzó a sentirse nervioso al estar tramando algo tras las espaldas de su mayor, de Melkor. Mairon, por tanto, estaba disfrutando ver a tanto inútil en una habitación cuando Melkor podría estar jugando allá afuera.

—Creo que lo tengo —habló Mandos y su voz resonó por todas las paredes—. Sí bien ya han sucedido las cinco fechorías de Melkor, creo que ahora es justo que sea todo lo contrario.

—¿A qué te refrieres con eso? —cuestiono Irmo de forma tierna.

—¿A que ahora debe hacer cinco actos para redimirse...? —respondió Mairon antes que Mandos pero aún con tono de duda.

El azabache asintió eufórico, la idea no pareció desagrada a nadie. Varda sonrió y las demás apoyaban a Mandos.

—¿Y cómo piensas Obligarlo? —apareció el, pero de Ulmo—. Además, quiero recuperar la perla de mi maia porque sólo así lo mares encontrarán la paz.

—¿Qué nadie recuerda el juramento que hizo el lunes pasado? La tendremos, te lo aseguro —respondió Mandos—. Deberá cumplirlo tarde o temprano y está es nuestra oportunidad. Deberá ayudar a quienes afectó, siendo así estos los cinco buenos actos de Melkor.

—¡Me gusta la idea! —gritó Tulkas golpeando la mesa hecha de puro mármol, provocando un gran boquete.

Los ánimos en el corazón de Manwë se encendieron; era buena idea el tener a su hermano mayor tan cerca como hace muchos milenios en los que se llevaban muy bien.

—¿Entonces, ¿cuál es el plan? —interrumpió Mairon todos los bonitos pensamientos de los valar—. Veo que ya resolvieron la mitad del problema, pero les recuerdo que no lo tienen atado a ninguna cadena.

—De eso no hay problema alguno —repuso Tulkas mostrando las fuertes cadenas de las que era el único dueño — puedo traerlo a presencia de Manwë con mucha facilidad.

Ciertamente, podría llevar a Melkor a dónde sea, cargándolo incluso como una princesa. Mairon sonrió de oreja a oreja, al final, quienes estaban siendo manipulados eran los mismo Valar.

—¡Así están las cosas, escuchen! —inquirió Mandos dando sus sentencias—. Esperamos que Melkor llegué a las forjas, entonces Tulkas lo detiene, le quita la perla y lo lleva a presencia de Manwë... Como siempre —esto último lo dijo entre dientes, porque ya era como la quinta vez que lo decía en pocos años—. Lo encerramos un tiempo, y una vez reflexione, nos tendrá que ayudar.

Todos dieron su visto bueno, Mairon accedió a ser la carnada y ¿Qué decir de Tulkas? Estaba más que emocionado de volver a los viejos juegos con Melkor. Y dejó de llover justo ese momento en que Manwë lo aprobó.

Al poco rato la sesión se levantó, todosvolvieron a sus tierras con la paz dentro del corazón porque al día siguienteencontrarían la luz a ese oscuro y feo camino que recorrieron toda la semana.

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