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Capítulo 5

Para cuando el jueves inició, la alerta "Melkor se está tramando algo" pasó de amarillo a rojo; desde el martes, Namo mismo iba a presencia de Manwë, a insistir sobre levantar un concilio entre los Valar de renombre, pero el señor Sulimo aún no quería llegar a esos extremos.

Manwë defendía a Melkor, pidiendo a sus compañeros un poco de paciencia y pruebas más obvias que simples palabras, sin embargo, casi cayó en la tentación de llamar a Eonwë para que convocara a una junta, cuando se enteró, justo el mismo jueves por la mañana, de que los mares habían perdido el control. Ulmo mismo fue a presencia de Manwë, solicitó una audiencia, y hablaron larga y tendidamente sobre las medidas que podían tomar, más nada hicieron directamente contra Melkor; resolvieron que, si Bauglir volvía a hacer algo hasta el fin de semana, entonces sí tomarían cartas en el asunto.

Manwë le contó a Ulmo con más detalle lo que le hubo pasado el lunes y también, lo que tuvo que sufrir Namo siendo mordido por su hermano menor. Ciertamente eran cosas que lo primero que causaban eran risas, pero siendo Melkor el creador, la situación podía pasar de un tono inocente a uno más perverso.

En cuanto Ulmo, le relató a Sulimo el comportamiento de Melkor el día de ayer, le dijo lo dudoso que lo encontró al inicio, pero al final, justo momentos antes de irse, vio en Melkor algo que no le dio buena espina. Después le esbozó su inseguridad y sospecha sobre el robo que sufrió Ossë, el cual desató la guerra en las aguas y la repentina aparición, y huida de Melkor. Todos los cabos estaban atados, pero aún ninguno quería admitirlo.

A final de cuentas, mientras Ulmo tenía su reunión con Sulimo, el Señor de las Aves, éste hizo correr la voz entre todos los Maiar y Valar de Valinor, pidiendo suma atención en los movimientos de Melkor y que si algo les parece extraño, no combatan con él, sino que busquen a Tulkas o vuelvan al Taniquetil.

Todos estaban enterados, Varda pareció más atenta estando al lado de Sulimo. Namo, él mismo, hizo guardia en sus tierras y en las de su hermano, quien avergonzado vivió después de ser engañado por tal tontería. Pero a Ulmo, le era difícil controlar a su Maiar; Uinen tuvo que dar un gran esfuerzo, junto con otros Maiar, para repeler la cólera con la que Ossë azotaba el mar.

En el momento, en que Melkor, después de tomar un descanso quién sabe dónde, se dirigió a las tierras del Valar cazador y más sociable de todo Valinor. El Señor Oscuro se sentía más seguro de sí mismo que nunca; Parecía que ya podía saborear con perfección su control sobre el gran poder de Mairon, y sobre todo, el momento en que destrozaría todo a su camino para volver a su fortaleza en Arda.

Somos iguales, siempre pensaba Melkor cuando a él venía el recuerdo de Mairon. Despreciados y subestimados, se decía.

Podía palpar la maldad en sus asquerosos y oscuros labios, los cuales formaron una horrenda sonrisa.

Aquella mañana, en cuanto Laurelin brilló, Melkor salió de su escondite y, a decir verdad, poco tiempo le tomó encontrar a Oromë. Pero antes, antes de aparecer frente al moreno, se tomó un tiempo a solas para caminar entre los senderos de aquel bosque, el cual se encontraba en las zonas meridionales de Valinor.

Deseaba meditar un poco más, pero con una perspectiva nueva y más tirana.

Poco o nada le importó ser vigilado por Vána, esposa de Oromë. Quien podía tomar cualquier forma para vigilarlo, y sin duda, estaba en el mismo bosque; si bien Vána era una Valier, era una joven hermosa de piel limpia, cabello castaño y juguetones ojos, pero, sobre todo, representaba un gran problema para Melkor la intuición de esta fémina. Y es que, en casi la mayoría de los casos, ella presentía no sólo las malas acciones de Melkor, sino también la idiotez de su pareja, Oromë.

Pero esta vez, el Vala oscuro pensaba usar ese sentido de la Valier en su contra. Aprovecharse de su don y confundirla para que pierda de vista el verdadero problema.

Melkor levantó la oscura mirada, se topó con un colibrí rechoncho y hermoso. Sabiendo que ese animalito era Vána, sonrió de lado y de un momento a otro, se convirtió en un lobo de pelaje oscuro, y corrió con todas sus fuerzas internándose en lo más oscuro del bosque y Vána le perdió de vista.

No había ya nada qué hacer, Melkor sabía jugar muy bien sus cartas al aprovecharse del camuflaje que el bosque le brindaba. La Valie lo maldijo y dió media vuelta, ya que mucho no pudo hacer.

La Valie resolvió que lo mejor que podría hacer en este caso, era volver con Manwë o bien, con Oromë, para hacerle saber su desconfianza, pero alguien más había dado primero con él.

Mientras, el animal de grandes colmillos, corría sin medida por todo el lugar. Llegó a su mente la triste expresión que tenía Mairon cuando lo vio por primera vez en las fraguas. Parecía insatisfecho, deseoso de otras cosas y, sobre todo, subestimado. El Maia escarlata era bello con tan sólo verlo una vez, sus cabellos rojos le recordaban a la sangre de sus enemigos, y una sensación extraña se plantó en la barriga de Melkor desde entonces.

En ese primer "encuentro" había decidido sacar al Maia pelirrojo de tan lamentable estado. Estaba dispuesto a compartir con él, el reinado que juntos podrían formar. Pero, sobre todo, le daría una vida excitante, una vida divertida que pedía a gritos.

El viento chocando contra el peludo rostro de Melkor como lobo, lo llenaba aún más de emoción y deseos malignos. Era uno de los mejores combustibles para alguien como lo es Melkor.

¡No podía esperar a ver la expresión de Mairon pintada de sangre pura!... O quizá era el viento en su nariz lo que despertaba en él emoción.

Saltaba algún que otro árbol, derrapaba, o bien, trotaba. Entonces, sus ocres ojos se encontraron con la espalda de Oromë. Y todo pensamiento se borró de su mente; sólo estaba concentrado en atacarlo por el cuello y sentir la sangre resbalar por sus colmillos.

Melkor dio un corto y suave aullido, y se lanzó en dirección del cazador, pero el moreno supo esquivarlo con perfección y limpieza.

Oromë lanzó una de esas hermosas risas que le pertenecían, mientras daba la vuelta y se topaba con el animal. Era inconfundible el color de esos ojos y esa esencia.

—¡Nunca vas a entender! —le dijo Oromë. A la sazón, la sombra del lobo fue deformándose hasta haberse convertido en un hombre alto, corpulento y de cabellos oscuros.

El lobo volvió a su forma inicial; Bauglir.

La advertencia de Manwë aún no llegaba a los bosques de Oromë, aunque para Vána, esta no fue necesario porque desde que supo sobre la estancia de Melkor en Valinor, algo le gritaba que nada bueno saldría, otra vez.

Melkor rascó su nuca. Le parecía molesto que, aún después de eones, Oromë sabía reconocerlo pese a tener cualquier forma salvaje. Chasqueó los dientes y le dedicó a Oromë una mirada rápida y altanera.

Vio en el moreno algo que él jamás pudo ser, pero que día a día, se intentaba convencer de que no necesitaba; el Vala frente a él era incluso más fuerte, y de buen cuerpo. Con una hermosa sonrisa y cabello tan hermoso y blanco como el de su hermano.

Los ojos de Oromë eran de un color miel atrayente, además de que su personalidad tan amistosa y divertida le daba un toque único. En el cazador uno siempre encontraba una sonrisa familiar.

La envidia quedaba corta al describir lo que Melkor sintió al ver de nuevo a Oromë, quien lo recibió de una forma muy cálida. Como en los viejos tiempos, en los que aún nada malo (o al menos Melkor intentaba reprimirlo) hacia el azabache.

Ciertamente el moreno era, quizá alguien aspirante a la perfección, pero también es justo mencionar sus puntos negativos, como lo es la confianza instantánea, la cual le ha traído muchos problemas, y también, el hecho de que suele cazar sin medida, aun cuando Yavanna se lo advertía; una cosa era cazar por necesidad y otra por diversión.

—¡Estuve a nada! Debes admitirlo —le respondió Melkor fingiendo amistad. Se acercó y como saludo, tomó al pobre Oromë de los hombros.

—Uhm... —asintió haciendo una mueca con total diversión. Sin duda le parecía extraña la presencia de Melkor, más no iba a formular la misma pregunta que todos—. Tan cerca no, pero quizá un poco... —rió nervioso, pero también saludó al Señor Oscuro de la misma forma—. Pero hey, No ibas en serio, ¿verdad?

Al instante ambos rieron, la situación se tornó un tanto incomoda por unos segundos porque los dos sabían la respuesta. Obviamente Oromë sabía de inicio a fin, quién era Melkor y de qué es capaz, pero eso no le impedía recibirlo con una buena sonrisa y comentarios divertidos.

—Claro que no —fingió, ambos sintieron ese tono de voz tan falso—¿Lo recuerdas? Como en los viejos tiempos.

Si bien, Melkor hizo uso de lo que Ulmo en el día anterior, a él sí le sirvió pues Oromë se mostró emocionado de recordar el pasado en el que no había rencor alguno. Sólo decir la palabra pasado, le picaba la lengua.

—¡Ah, ah, claro! —respondió el peli blanco en el extremo de la emoción—. Dudo olvidar esos días en los que perdíamos el tiempo después de dar forma a las canciones.

Melkor asintió, su rostro parecía relajado, pero en su interior, estaba ardiendo en un gran vaivén de malos sentimientos.

—Lo recuerdas muy bien —admitió, y sintió su garganta partirse en dos, pero su objetivo ya lo tenía bien planeado—. Ahora que lo pienso —abrió un poco más sus oscuros ojos y una sonrisa se formó en sus delgados labios—. ¿Será que también recuerdas cuando jugábamos a atraparnos?

Oromë afirmó a la cuestión lanzando de nuevo, más carcajadas.

—¡Por supuesto! Tú hermano era el primero en ser atrapado y perder —inquirió con nostalgia, cayendo redondito—. Recuerdo también que eras el más difícil y casi siempre ganabas.

Aquel juego al que los valar se referían se trataba simplemente de atraparse los unos a los otros, y como única regla, podían convertirse en casi cualquier animal o cosa, con la intención de no perder. Sin embargo, Manwë siempre elegía mal y era el primero en perder.

En esos entonces había tiempos tanto para formar Arda como para descansar y jugar un poco. Melkor aún no desataba su rebeldía, Manwë era aún más inocente, pero Oromë siempre fue el mismo.

Empero las responsabilidades no tardaron en llegar; Manwë se encontró enamorado de Varda, más comprometido a la visión y por tanto, dejó de lado aquel juego junto con su hermano mayor. Oromë, en cambio, tardó en retirarse, pero al igual que Manwë, sintió una enorme responsabilidad por Arda y en lugar de jugar, usaba ese tiempo libre para practicar, o bien, charlar de algo más coherente con otro Vala o Maia.

Al final del camino, Melkor se encontró solo y cuando menos se lo esperó, se sintió traicionado. Ni siquiera la pobre y tierna amistad de Ulmo le era suficiente.

Entonces las malas ambiciones se desataron en su corazón, las canciones se deformaron y su propio camino tomó sin titubear.

El revivir los viejos años le había confundido a Melkor, aquellas memorias de ese juego pronto le hicieron un nudo en la garganta. Cierto, era un hombre cruel y sin amor, pero había ocasiones en el que el viejo Melkor intentaba salir de su pecho, sin embargo, esta vez logró controlarlo y ocultarlo para siempre. O al menos, por ahora.

Melkor aún tenía la mirada perdida, pero debía hacer algo, porque se dio cuenta que Oromë le observó confundido y preocupado por su ausencia.

—Ah, es cierto —titubeó un poco, pero recuperó ese tono de voz que tanto lo describía como el Señor Oscuro—. Casi lo olvidaba.

Carajo, pensó, debía evitar esas lagunas mentales a las que a veces él mismo invitaba. Pronto convirtió su expresión en una de emoción y felicidad.

—¡Ah, no nos vayamos por las ramas! —le dijo a Oromë—. Si vengo aquí es por una razón ¿No?

Oromë asintió.

—Bueno, he pensado que la mejor forma de matar un poco el tiempo, es venir a este lugar —explicó de forma lenta y lo más amable posible—. Y pedirte una revancha. No puedo olvidar y mucho menos perdonar el hecho de que tú ganaste la última vez.

Un Ohhh y luego risas, salieron de Oromë. Se mostró tan alegra ante la propuesta que Melkor estaba por echarse para atrás.

—Tienes muy buena memoria —inquirió con euforia—. Una revancha, eh. ¡Bien! Comencemos.

Y Oromë se colocó en una posición para iniciar con su carrera, ahora sí había tiempo suficiente, pero Melkor le detuvo.

—¡Espera, Oromë! —entonces, como una serpiente, lanzó su veneno y esos ojos tomaron un brillo especial—. Quiero que ésta vez sea un último y especial juego.

El moreno ladeo la cabeza consternado. A ojos de Vána esto sería más que sospechoso, pero Oromë no lo vio ni un poco así.

—Te escucho ¿En qué estás pensando?

—He escuchado que eres un buen cazador —dijo y una sonrisa se le coló al momento en que Oromë asentía—. Entonces, me parece justo cambiar las cosas a una competencia de cacería. Así veremos quién es el más fuerte y rápido como en los viejos tiempos, pero esta vez lo decidiremos viendo quien caza más.

—Oh, hablas de cazar, pero... —Oromë recordó las amenazas de Yavanna pero tampoco podía darle la espalda a su naturaleza de cazador. Hizo una leve mueca, aún no estaba tan seguro—. No lo sé, Melkor. El cazar tiene sus razones y reglas.

—No me digas que ¿crees en las palabras de esa gruñona? —le cuestionó Melkor, refiriéndose a Yavanna—. Anda, será sólo una vez. Dime, ¿Cuantos animales pueden cazar dos de nosotros? O será... ¿Tienes miedo a perder?

Habiendo dicho las palabras mágicas, Oromë ignoró las enseñanzas de Yavanna y una sonrisa competitiva se implantó en sus oscuros labios.

—¡Oh, eso no me suena bien! —canturreó el moreno llamando a su caballo de un simple silbido. Y el potro apareció, lo montó de un brinco—. ¡Acepto tu propuesta, vamos!

Oromë tomo la delantera, nada más hubo avanzado unos pocos metros y se encontró con una liebre. No le fue difícil darle muerte, incluso en movimiento. En cuanto a Melkor, tardó un poco más en comenzar, pero cuando lo hizo, el bosque parecía ser uno lleno de gritos.

Melkor después bautizó aquel lugar como ¹el bosque de los gritos, porque cuando la competencia terminó, los gritos de los pobres animales que mató a montones, quedaron impregnados en sus oídos por un buen tiempo.

Bauglir había tomado la forma de un lobo, pero su rapidez era sorprendente; trozaba cuellos, rompía piernas o cráneos, a final de cuentas, quitaba vidas sin distinción. Sin embargo, al escuchar el lamento de algún animal, su corazón se aceleraba, lo disfrutaba, pero llegó pronto el momento en que debía abandono el bosque. El ganador era más que obvio, Melkor había matado masas en minutos, y Oromë si acaso unos ocho o diez animales.

Ahora bien, Melkor escapó riendo y aullando. La misión del jueves había sido demasiado fácil.

La competencia había terminado y con ella, la travesura de Bauglir. Los resultados que el oscuro esperó no tardaron en aparecer, cuando Vána volvió al bosque y se encontró con los cuerpos sin vida de un montonal de inocentes seres. Vána lloró, maldijo de nuevo a Melkor pero ya nada podía hacer; en esas pérdidas habían ejemplares que los Eldar jamás conocieron.

Y se encontró con Oromë, quien alegre gritaba cada que cazaba a otro. Entonces Vána le detuvo bastante enojada y le mostró uno de sus peores y horripilantes rostros; Oromë cayó del caballo y el golpe le sirvió para darse cuenta de la patraña en la que había caído.

Mientras Oromë era reprendido, y seguramente sería llevado a presencia de Yavanna, Eonwë, vocero oficial de Manwë, llegó con la advertencia.

Pero había sido tarde, Melkor había llegado primero y escapado por igual; dejando una fauna afectada y rota.

Para Vána fue suficiente; ordenó a Oromë ir conYavanna y recibir su castigo, pero antes debía contarle todo lo que tuvo quepasar para que las cosas terminarán de tal modo. Y de tal forma, Vána se sintióengañada, se percató que como pareja tenía a un niño y no a un hombre, y, sobretodo, jamás pudo superar la pérdida a la que había sido sometida

¹El bosque de los gritos: se hace mención de este lugar en mi libro "Ladrando a la Luna".

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