Capítulo 26
El plan del fin de semana fue pasarlo en casa de Max. A pesar de que Carol se encargó de la puerta. No he querido ver como ha quedado. No he querido ir a mi casa, a mi hogar porque aún estoy procesando lo que pasó. Siento que he sido algo frío con ella, pero necesitaba desconectar, tenía que distraerme para no acordarme de lo sucedido.
Pero no he sido tan estúpido y obviamente, ayer le dije que si le apetece que nos veamos. No podía perder la oportunidad de verla. No solo por el hecho de que me debe de dar la llave de la casa y porque después de comer me llevará a ver el burdel, sino porque quiero ver como ella se encuentra.
Me siento emocionado, realmente, tengo ganas de volverla a ver. Sin embargo, eso es una parte. La otra se siente resentido. Sé que esta vez será diferente a la anterior, pero tengo miedo de que ocurra algo parecido al viernes. Me consuelo con las pocas posibilidades que hay de que eso ocurra.
La jornada de hoy pasa lento y lo agradezco, pero la última media hora la tomo como si estuviera en el limbo, entre la tortura de quererla ver y la bendición de que el tiempo se alarga, evitando que la situación llegue rápido.
Estoy caminando hacia la puerta de salida cuando veo por el cristal transparente a Carol, de espaldas, mientras toma una calada de su cigarrillo. Por el tamaño de este, puedo deducir que lleva un par de minutos prendidos, supongo que el que lleva esperando.
Carol se ve elegante usando una camisa blanca que sobresale de la chaqueta psicodélica. Y un pantalón beige. Por su altura deduzco que está usando unos tacones que la realzan. Cuando empujo la puerta, se gira.
―Hola ―saludo, saliendo.
―Hola ―me devuelve el saludo de forma tímida.
―¿Qué ocurre? ―le cuestiono viendo su reacción al verme.
―Nada. ―Sonríe sin fijar mi mirada en mí.
―¿Seguro? ―Alzo la ceja.
―Sí.
―¿Entonces por qué no me miras? ―le insisto.
―Porque... Porque me ha entrado un poco de timidez. ―Consigo su confesión
―¿Por qué? ―Río un poco.
―No sé... Estás guapo. ―Me mira de reojo, levantando un poco la cabeza.
―¿Y por eso te pones tímida? ―digo con gracia―. Pues no sé como tomármelo, ya que la ropa me lo ha dejado un amigo. ―Me hago el ofendido.
―No, no quería decir nada malo. ―Trata de justificarse, levantando la cabeza.
―Es broma. ―Río tras su reacción. Nos miramos a los ojos, nuevamente siento esa conexión, pero esta vez la rompo, siendo yo el que agacha la cabeza.
―¿Qué pasa? ―cuestiona ella.
―Nada, que a mí también me dio timidez al contemplar otra vez lo bella que eres ―halago tímido.
―Eres tonto. ―Ríe, mientras da un pequeño golpe en mi hombro.
―¡Ay! Eso ha dolido ―quejo falsamente.
―Y falso. ―Añade, comenzando a caminar.
―¡Oye! ¿A dónde vas? ―interrogo, siguiéndola con la mirada.
―A comer, tengo hambre ―anuncia, sin darse la vuelta y dando una calada.
Durante el camino la conversación, las risas, las bromas... Fluye por sí solas. Llegamos a un restaurante que no es ni muy elegante, ni muy casual. Es la mezcla de nuestras vidas.
Los manteles son de un tono marrón clarito, de papel. Las servilletas blancas, como las tradicionales. Estas cubren la cubertería
Los manteles son de papel, pero de un marrón clarito que llama a la calma. Las servilletas blancas cubren parte de la cubertería. Algo que me gusta este lugar es que me parece muy campesino.
Una camarera de pelo rubio y de piel clara, nos atiende amablemente, al igual que lo hace el resto de sus compañeros con sus comensales. Esto es otro punto más. Carol, a pesar de que pienso que no es de venir a comer a estos lugares, se ve cómoda. Eso es otro punto extra, pero no para el restaurante, sino para ella.
Sí, estoy empezando a pensar que me gusta. Disfruto de su presencia y si eso le sumas que le gustan los planes de bajo lujo, creo que es la chica que llevo esperando toda la vida.
—¿Estás bien? —Interrumpe mis pensamientos.
—Sí, solo estaba pensando. —Sonrió al responderle.
—¿Y qué pensabas? Si no es mucho preguntar. —Entrelaza sus dedos y apoya parte de su cabeza en ellos.
—De que me gusta el lugar, me parece que es muy tradicional ¿A ti te gusta?
—Sí, parece un buen sitio para almorzar —afirma, mostrándome la sonrisa que me gusta ver en su rostro.
—¿Dónde está tu guarda espalda hoy? —cuestiono, cayendo en la cuenta de que hoy no lo he visto.
—Soy libre de seguridad —contesta como si hubiese conseguido un logro, que por supuesto que lo es.
—¿Y eso? —le pregunto sorprendido, pero feliz. Aun así, no sé si estar tranquilo por todo lo que pueda pasar.
—Hable con las chicas —dice. Bebiendo un poco de su bebida—. Tenías razón, me han comprendido, a pesar de que a ellas no sienten lo mismo.
—¡Sabía que lo comprenderían! —Sonrío victorioso.
—¿Cómo lo sabías?
—Pura intuición. —Ahora soy yo el que bebe un poco de su bebida.
—¿Solo eso? —Alza la ceja, tratando de sonsacar más información.
—Porque no es lógico la misión que tenéis con las mujeres, no la tengáis entre vosotras —explico, refiriéndome a las mujeres que rechazan para evitar la esclavitud sexual ante lo económico—. Y también, porque son tus amigas. —Termino con una sonrisa.
—Lo dicho, eres especial. —Sonríe, pero de una forma única.
—Puede que lo sea. —Me hago el aludido.
La camarera trae los platos pedidos. Durante el almuerzo la conversación sigue tan viva como nuestra felicidad compartida. Siento que si ella está disfrutando del momento, yo me quedo satisfecho.
—¿Cómo estás tú? —Cambia de tema, poniéndose sería y refiriéndose a lo ocurrido el otro día.
—No estoy mal. —Evito su mirada, concentrándome en mi postre.
—David, quiero que sepas que me puedes hablar con total transparencia —me asegura. Esas palabras valen oro, aunque ya lo tenía claro.
—Lo sé. —La miro, para hacérselo saber.
—¿Entonces por qué no me miras y me cuentas lo que te ocurre? Sé que lo que viviste el otro día fue duro y puede traer consecuencias.
—Trato de olvidarlo —respondo tajante.
—De acuerdo, pero me gustaría que visitaras a nuestra psicóloga, por si acaso. —Arrastra una tarjeta sobre la mesa hasta mí.
—Gracias, pero no hará falta —agradezco, siendo esta vez yo el que muestra su fortaleza.
—Entiendo, pero me sentiría mejor si la visitaras.
—Está bien, lo haré. —Todo lo que sea para que esa sonrisa no se pierda de su rostro.
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