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carta 6


A veces el miedo delinea, un inevitable dolor, en lo profundo de mi alma y me detiene, sin embargo ese mismo dolor me impulsa a seguir escribiendo.

Aquí estoy de nuevo ordenando unos apuntes que tengo, algunas en mi smartphone, otras en unas hojas que doblé y guardé en mi billetera. No soy mucho de tomar notas, sin embargo ahora tiendo, a veces, a tomar apuntes de algunos datos que me parecen importantes.  

Mi querida Mel, sé que este capítulo me costará más escribirlo, porque de solo ordenar las ideas que irán en esta parte ya mi semblante decayó y para seguir con la misma línea de tortura estoy escuchando aquella canción de evanescence: “what you, want”.  Aunque me acuerdo que tú le llamabas solamente: “you”.

Cierro los ojos y te puedo ver, cantando para mí. Claro, aquella tarde,  insistí mucho para que lo hagas y pese a que no entendía lo que dice la canción, me parecía maravillosa.

Desde ya era un honor, porque tú; generalmente podías cantar sola, pero ante otro te costaba mucho, excepto te sientas muy cómoda, haya una buena razón o sea alguien especial.

Me acuerdo que me mirabas mientras cantabas y yo trataba de disimular mi nerviosismo y supongo que hice un gesto como intentando entender lo que decía la canción, entonces te compadeciste de mí y en ese momento, que fue sencillamente glorioso, me tradujiste solamente una frase.

Aún no sé si me lo decías, si solamente lo traducías o fue una coincidencia que estuvieras en esa parte; pero sin detenerte mucho, me miraste y dijiste: “Cásate conmigo”, luego continuaste cantando. Se supone que esa frase existe en la canción. Nunca lo traduje y no me explico tampoco el porqué no lo hice hasta ahora. Me quedé callado; me conmoví y desde aquella tarde, amé y amo más, esta canción.   

Este tiempo fue extraño, me acerqué demasiado a tu entorno, conocí mucho más de ti, la mayor parte por las conversaciones con tu mamá. Lo extraño es que siento que te incomoda. La primera sensación al estar en tu casa fue el rememorar algunas imágenes erróneas, que tenía antes, de tu hogar. Te juzgaba por ejemplo cuando me decías que no podías hablar cuando te llamaba por el celular; porque tu hermano te podría oír. Creo que siempre lo hizo, pues dormían en la misma habitación.

Las carencias de tu casa, me hicieron recordar a las que tuve yo en mi infancia, pero no me avergüenzo por ello; de no haber tenido una habitación propia, de haber compartido un camarote con mis tres hermanos y una cama con mi hermano durante toda mi infancia y adolescencia.

La heroica lucha de tu madre por educarlos y mantenerlos me dibujaba a otra heroína en mi vida: mi madre. Aunque con la diferencia leve que mi padre, sí estuvo con nosotros y en tu caso, quizá esa ausencia te produjo no solo carencias económicas sino otras más relevantes. Eso te formó así, a veces distante, a veces con una pena con sabor a rencor que dejaba traslucir tu mirada. Quizá por todo ello nos entendíamos tanto tu madre y yo, incluso en uno de mis ridículos sueños incesantes en mi cabeza, me imaginé siendo el soporte y ayuda para tu madre, tal vez como un hijo mayor. Son ilusiones algo estúpidas y si me atrevo a plasmarlas es porque, éstas son cartas que nunca llegarán a tus manos.  

Alguna vez te dije que te había soñado: sola, como encerrada en ti; en tu mundo, con una tristeza del color de tu soledad; pequeña y llorando en medio de la oscuridad. Te sorprendiste, cuando te describí cómo te había soñado. Sin embargo te mentí; porque no fue un sueño, esa fue la forma en que te imaginé después de verte en silencio y analizarte. Incluso alguna vez cuando te dije, qué es lo que pensaba de ti, de tu actuar y de tus pensamientos: Te asustaste y me dijiste que yo era como psicólogo y que parecía que te leía los pensamientos o te conocía demasiado en tan poco tiempo.

Te aterró la idea de que alguien te conozca tanto y haya derribado las barreras de tu escondite, ese en la que desnudabas tu alma y eras tú sin ninguna careta. Pero siempre te vi, en una oscuridad vacía; tú tan pequeña, acurrucada en un rincón, indefensa, navegando en tu silencio, enclaustrada en tus sueños frustrados, en tu mundillo, ese que creaste para camuflarte del mundo entero.

Ya han pasado casi tres meses después de haberte visto en el cumpleaños de Mariafé, aunque luego de eso te vi varias veces, fui a tu casa con alguna excusa, a veces por tu mamá en su nueva faceta de cupido. Lo último que se me viene a la mente fue en el cumpleaños de tu hermano. Compré comida china y almorzamos en tu casa junto con tu mamá, tu hermano y tu hermanita, casi como una familia. Luego vimos una película que yo había comprado. Siempre elogiaste mi buen gusto para elegir películas, estabas tan de buen humor que preparaste las palomitas de maíz y luego quisiste ver otra más y se nos pasó la tarde. Es de esos momentos que no quieres que termine porque te olvidas del mundo, de los demás, dejando de lado los celulares y disfrutando cada minuto entre risas, bromas y emociones inolvidables. Tu madre se emocionó y expresó que lo que más anhelaba eran  momentos de calidad;  así como esos, con sus hijos, con los suyos. Por eso me agradeció tanto el haber logrado eso, porque sus hijos estaban muy alejados entre sí, cada uno en lo suyo y yo había conseguido juntarlos y ser parte de ese hogar.

Fue una de las decisiones más difíciles que hasta ahora he tomado. Es duro escribir con este nudo que crece en mi pecho. Aún me queda el sabor de tu vocecita y luego esa pausa y ese silencio infaltable en tu hablar.

Llamé por teléfono a tu madre porque ahora que estás incomunicada, ese el único canal que tengo de hablarte. Aunque la excusa era tu hermano, me había convertido en un consejero, no sé si como hermano mayor o padre. Su mal rendimiento académico fue el tema, le pedí que me comunicara con él y le hablé de corazón como siempre, mencionándole que yo confiaba en él, que él se podría recuperar de ese bajón, que deje esa manía por los playgames (no sé si se escribe así). Lo bueno es que me escucha y me hace caso.     

       Luego le pedí que me comunicara contigo, te sorprendiste porque te comencé a hablar de tu hermano y te supliqué que ayudes a tu mamá con él, que te necesitaba, que solamente requería de apoyo y él mejoraría.

Me agradeciste que me preocupe por él incluso más que tú. Sospechabas lo que vendría, entonces te dije: “Mel, haré un viaje pero esta vez es diferente, porque no tengo fecha de retorno, al fin te vas a librar de mí. No habrá nadie que ronde tu casa y que con alguna excusa, te envíe un chocolate, que te escriba versos en silencio, o que te componga alguna canción ridícula con la guitarra; que esté siempre dispuesto a ayudarte en tus estudios a pesar de tus desplantes, que se preocupe por tu madre y por tus hermanos, que te hable de Dios constantemente, que le enseñe a tu hermano a preparar panqueques, que juegue con tu hermanita, que te llame la atención cuando no asumas tu rol de hermana mayor. Alguien que intente unir a tu familia y que te ame incondicionalmente con todo lo que eres y lo que tienes. Al fin ya no me verás más para no incomodarte con mi presencia”

Como siempre tu respuesta inicial fue un silencio muy característico en ti y no porque no tengas qué decir o confirmes lo que uno dice, simplemente era tu forma de ser, parsimoniosa y con mucha virtud para escuchar, Tal vez por eso es que dije alguna  vez,  que eras mi complemento perfecto. Yo a veces hablo demasiado, te contaba lo que me pasaba en mi trabajo, mis sueños, proyectos, complejos y miedos más absurdos; pero tú me escuchabas y hablabas solamente lo necesario.  Aunque muchas veces, yo pude hablar mil palabras muy alterado o agobiado y tú con unas cuántas me calmabas el alma, decías exactamente lo que necesitaba escuchar en ese momento.

Quizá no me creíste, porque esta era la tercera vez que te hablaba de irme o que decía algo así. La primera vez fue cuando comencé a sentir algo por ti, por algunas circunstancias se me presentó una oportunidad de ir a trabajar a 10 horas de allí y como no quería que lo que sentía siga creciendo y por consiguiente sufrir, decidí aceptar. Pero entre conversaciones y de manera indirecta me pediste que me quedara y fue así que comenzamos la aventura de nuestra historia.

La segunda vez fue para olvidarte. Casualmente ocurrió cuando nuestra relación se terminó y claro nos veíamos como “amigos”; pero te confesé que tenía otra vez una jugosa oferta laboral, aunque te prometí que cumpliría con las clases de guitarra y luego me iría. Después de tanto tocar el tema en unos de los últimos días en que nos veíamos pude disfrutar, aunque al teléfono un reconfortante y mágico: “no te vayas, Matheo…” y no me fui, pero no fue tanto por ti sino por otros motivos, que me los recordabas siempre y tú bien lo sabes.

Debe ser muy difícil decirlo, a veces es nuestro orgullo, el temor a ser rechazados, heridos, avergonzados pero no expresamos lo que realmente sentimos en el momento adecuado. Pueden haber mil excusas para no hacerlo, pero lo hiciste y créeme valoré mucho eso, que me lo hayas dicho y más viniendo de ti, porque te conozco.

Ahora te aferraste a esos “motivos” o camuflaste en ellos tu voz, tus deseos, tu voluntad, porque cuando te dije : “Me voy, …Mel” me dijiste : “… y ¿tus hijos? ¿los vas a dejar? Les vas a hacer mucha falta y te van a extrañar mucho. ¿ya lo has pensado bien?” y entonces te dije : “Sí, ya lo he decidido y no solamente eso, pues esta misma noche parto.

La referencia a mis “hijos” era porque siempre tenía hijos adoptivos o espirituales a quienes tiendo a guiar y ayudar a tal punto que me dicen : “papito” una de ellas es Mariafé, incluso su hermano que ya se estaba encariñando conmigo. Mi naturaleza paternal fue muy expresiva, por eso me gané hijos e hijas, aunque aún Dios no me dio la oportunidad de tener los míos, supongo que sería un mejor padre con lo que yo engendre.      

Te quedaste callada, suspiraste con una mezcla de resignación y tristeza. Nada podría detenerme, yo no te lo estaba diciendo para conseguir compasión,  manipularte sentimentalmente o lograr un: “no te vayas”. Esta era una escena real y definitiva.

En persona quizá hubiera sido muy dramático o también le temía a tu capacidad de esconder los sentimientos. Quizá yo hubiera sido un mar de llanto y tú te hubieses conmovido o tal vez me hubiera blindado el corazón y si te lo decía con frialdad; tú me hubieras respondido de igual forma o peor; porque en eso, no puedo competir contra ti.    

Sin embargo eso no habría cambiado mi decisión, era definitivo. Fui cobarde lo admito, no hubiera podido mirarte a los ojos y decirte adiós. Dios sabe que tragué saliva y el nudo en mi garganta explotó cuando colgué la llamada. Lloré con toda libertad, necesitaba hacerlo.  Era de noche y  estaba en un lugar apartado, a la salida y en la parte alta de la ciudad, la contemplé por última vez,  mientras intentaba respirar más calmado; hasta que fui interrumpido por el bus, al que luego abordé, intentando grabarme la imagen de aquel lugar, masticando tus palabras, tu silencio, imaginando tu rostro y soñando con que quizá sientas un poco de tristeza por nuestro adiós.

Mi querida Mel, este no es un viaje del que puedo retornar en una semana o un mes, sobre todo porque detrás de todo hay una decisión firme de la cual no me arrepiento, sin embargo me voy con la convicción de que el tiempo y la distancia me permitirán escribir una historia diferente de lo nuestro y si es la voluntad de Dios que terminemos juntos, aunque me vaya a otro planeta, todo se confabulará para que unamos nuestros corazones de nuevo.

Y si el tiempo y la distancia apagan mis sentimientos y ahoga los tuyos, asumo ese riesgo y pongo el pecho a las balas que significarán cualquier dolor y herida producida por el vacío de tu ausencia. A estas alturas le doy toda la razón a la canción de Doménico Modugno “La distancia es como el viento”.

Es raro lo que siento pero pese a que no te tengo conmigo, no hay desesperación en mi corazón, más bien reina la tranquilidad, al menos por ahora.  

Han transcurrido unas semanas después de esa llamada y a pesar de que hoy es la primera noche, muy lejos de ti, respiro cierta satisfacción. Soy consciente de que esto es irreversible, no hay marcha atrás, lo que vi en películas, novelas, historias ahora lo vivo yo: amar a través del tiempo y la distancia.

¿Sabes? , Mi querida Mel, No tengo en mi corazón ni una pizca de rencor ni a ti, ni al destino ni mucho menos a Dios. Al contrario le doy gracias que me haya permitido conocerte, que haya sido inmensamente feliz, esos 3 meses aproximadamente, las que duró nuestra relación, para decir con toda convicción:  “eres el amor de mi vida, aunque no termine junto a ti”.

Fue suficiente el tiempo que lo vivimos y si me permitirán decidir y Dios me quitara la vida, lo aceptaría feliz y moriría en paz, con una sonrisa en el alma y en los labios ; de esas que son eternas e irrepetibles porque expresan paz y felicidad.    

   

   

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