Capítulo final (Parte 1)
AVISO IMPORTANTE: El final está dividido en dos partes. El próximo fin de semana subiré la segunda. No eliminen la historia aún de sus bibliotecas, por favor. Y no olviden, pase lo que pase, que los quiero mucho ❤.
Durante toda mi vida me dominó el miedo de perder lo que amaba, un temor natural de los seres humanos, que se incrementó cuando papá nos abandonó. Aquel momento fue un antes y después, me dediqué inconscientemente a ceder ante los caprichos de los demás para mantenerlos a mi lado. Creía tener poder sobre otros al darles control sobre mí.
Reflexionándolo durante el vuelo más agonizante de mi vida, acepté que sin darme cuenta apresurarme con el tema del matrimonio, tener una familia, vivir juntos, era una forma de asegurarme que Taiyari no me dejara, porque no podía soportar la idea de perderlo. Irónicamente la vida me había recordado, de la manera más dolorosa, mi carente autoridad ante el destino. No importaba cuanto me esforzara, nunca podría ganarle.
—Todo estará bien, hija —me consoló mi padre. Deseé creerle, pero un mal presentimiento bloqueaba la entrada a la esperanza. Me había pedido acompañarme después de recoger su pasaporte, estaba demasiado abrumada para negarme, no quería atravesar esta prueba sola.
Corrí por el pasillo hasta dar con la sala de urgencia. Mis veloces pasos hicieron eco en el silenciosa habitación, logrando llamar la atención de varias personas. Entre los desconocidos reconocí al par que esperaban por mí. La madre de Taiyari se levantó de un salto, ni siquiera me dio tiempo de hablar antes de abrazarme con tanta fuerza que tuve la impresión de que intentaba unir las piezas de mi corazón roto, las que aún podían salvarse.
Cuando al fin nos separamos noté sus ojos irritados por el llanto, llevaría horas sin parar de llorar, ser consciente de la causa provocó que abandonara la batalla de retener el mío. Unas lágrimas tímidas se asomaron entre mis pestañas.
—¿Taiyari está bien? —pregunté sin dar rodeos. El silencio entre ambas revolvió mi estómago.
—Amanda, daría lo que fuera por decirte que sí...
—¿Qué le pasó? Estaba bien cuando me fui —solté desesperada, a sabiendas que era una mentira. La vida es un flamazo que se duerme con un soplido. Yo conocía que debíamos tener cuidado.
—Escucha, Amanda. —La suavidad de su voz me hizo sentir miserable. Sus manos me tomaron de los hombros para verme directo a los ojos—. La salud de Taiyari es frágil. Una gripe normal o una infección mal atendida se convierte en una neumonía en un abrir y cerrar de ojos. Además, su corazón no está en su mejor momento. El médico dijo que era posible que Taiyari se sintiera más mal de lo que aparentaba. No sé, quizás no quiso preocuparnos o él mismo no sabía lo peligroso que...
—Fue mi culpa —susurré soltándome de su agarre buscando una silla, necesitaba sentarme, mis piernas débiles apenas lograban sostenerme—. Se resfrió el día que me acompañó a ver el departamento... —revelé cerrando los ojos—. Y si calló fue para no preocuparme.
—Amanda, eso no podemos saberlo —me consoló Abril, pero no logró engañarme.
Estaba seguro de que Taiyari intentó no distraerme en mi reencuentro con mis padres, ni darme más preocupaciones porque conocía lo estresada que me ponía el asunto. Quiso hacerme el viaje más fácil. Sabía que no me iría si se hallaba enfermo, por eso esperó a que estuviera fuera para confesar su malestar. Nunca debí permitir que mis tonterías se antepusieran a su salud.
—Si algo le pasa a Taiyari jamás me lo voy a perdonar —me lamenté, entre sollozos, con un fuerte dolor en el pecho. Sentí una mano en el hombro, pero seguí con la mirada en mis manos. La mujer le comentó algo a su marido o a mi padre, que me alcanzó, ni siquiera me percaté de quién se trataba, estaba aturdida por el sonido de mi propio pulso.
—Amanda, ¿quieres saber cómo me sentí la primera vez que escuché Distrofia muscular de Becker? —me preguntó con una nostálgica sonrisa cuando al fin estuvimos solas. La observé sin comprender—. Desolada. Creo que jamás olvidaré la voz de doctor al interrumpir mis preguntas, "no tiene cura, señora". Me gustaría decirte que comencé a entenderlo enseguida, que tomé el toro por los cuernos, mentiría. Años para asimilarlo, quizás ni una vida baste. Un día era la madre de un chico que tenía muchos sueños, como todo los que ves día a día corriendo por la calle. Al siguiente debía ser consciente que llegaría el punto en que ni siquiera podría ponerse de pie. Me dolió en el alma...
Recordé su depresión, pero no me atreví a hacer mención porque conocía lo delicado de la situación. Taiyari tuvo que atravesar una etapa complicado luchando con su dolor y el de otros.
—No podría quejarme ahora, a Taiyari la vida lo ha tratado bien. A comparación de otras personas su enfermedad ha avanzado lento, es capaz de moverse por su cuenta y la silla le ayuda, pero eso no significa que no me afectara saber que no puedo hacer nada para cambiarlo —me confesó con un número en la garganta. Pestañeó con el deseo de alejar el remolino de lágrimas que entorpecían su visión. Yo la miré atenta, viéndome en ella—. La realidad era que se le cerrarían muchas puertas, muchas, porque estamos en un mundo donde aún no aceptamos que una persona con discapacidad tiene derecho a vivir una vida como todos. Lo merecen, pero es tan complicado cuando para eso necesitas a la sociedad y no está dispuesta a colaborar. Taiyari siempre fue un chico listo, pero me temo que demasiado sensato —reconoció—, al grado que prefirió renunciar a sueños antes de decepcionarse. Pero... Tú fuiste su excepción.
El silencio no se rompió por un rato. Observé el paso derrotado de las personas, el cansancio atestiguando su batalla.
—Amanda, eres una buena chica —retomó la conversación—, pero debo confesar que te he querido como lo hago por la luz que le diste a mi hijo cuando todo estaba perdido. Así como nunca olvidaré los malos momentos, tampoco podría hacerlo con los buenos. Era apenas un jovencito cuando te conoció, pero a pesar de ser tan reservado nunca pudo esconder lo que sentía por ti. Al principio pensé que era un flechazo típico de la edad, me equivoqué. Debiste ver su rostro cuando llegó esa grabadora a casa, o todas las sonrisas que aparecían mientras leí alguna de tus cartas. ¿Cómo no quererte cuando lo hacías tan feliz? Te amaba, incluso sin que le correspondieras. Cuando regresaste después de descubrir la verdad... Nunca podré pagarte todo lo que has hecho por nosotros, Amanda. Le diste la vida que él creyó haber perdido.
—No he hecho nada.
—Claro que sí, mi niña —me contradijo con ternura—. Me regalaste la paz que necesitaba. Porque cada que veo como lo obligas a salir de su burbuja, le recuerdas que es un hombre, porque lo crees capaz de todo. Sin penas, ni compromisos, simplemente por amor. Es un consuelo saber que alguien en el mundo es capaz de ver más allá. Taiyari solo necesitaba una oportunidad para demostrar todo lo que podía dar...
—Y vamos a ser muy felices porque se pondrá bien, yo lo sé. Tendremos un bonito hogar, como el que siempre quise, con muchas flores en la ventana y cuadros en todas las paredes —dicté optimista, aferrándome a mis ilusiones—. Tú misma podrás verlo. Él no puede...
—No hay finales escritos, Amanda —me frenó con dulzura tomándome de las manos. No comprendía su resignación. Negué, soltándome despacio, yo nunca consideraría esa idea. Aún no le diría a adiós a Taiyari—. Yo tardé años para darme cuenta de que debes luchar todo lo que puedas, pero hay una verdad absoluta, la vida no está en nuestras manos. Esto no será una vez. Vienen muchos otros problemas en el futuro—me recordó. Yo bajé la mirada, tenía razón, pero era un pésimo momento—. Lo último que busco es desanimarte, mi niña, mas sí darte la libertad de sentirte triste por esto. No intentes ser perfecta, Amanda, porque te cansarás. No está mal tener miedo, tampoco frustración, querer gritar o enojarte. Mi depresión me alejó del mundo, incluso de mi hijo que más me necesitaba, me creía egoísta por decir lo que sentía. Tú tienes que ser sincera contigo. Tienes todo el derecho de fallar, date el permiso de hacerlo, así como tú se la das a él.
—¿Por qué me dice todo esto? —la interrogué sin comprender qué buscaba.
—Porque yo tardé meses en procesar lo que tú has asimilado en semanas. Me temo que son demasiados golpes duros en poco tiempo —se compadeció.
Ochos años soñando con él, sueños rotos, enterarme de la verdad, luchar contra ella todos los días, el temor de que terminara ganándonos la batalla... No. Después de tanta tristeza, de ser una muerta viviente que sobrevivía sin razones, Taiyari también fue mi soplo de vida, no me rendiría. Su enfermedad no me ponía contra las cuerdas, sacaría fuerzas por los que amaba.
—¿Usted cree que pueda verlo? Sé que es una locura, pero necesito que él sepa que estoy aquí. Por favor —le rogué atormentada. Incluso cuando no pudiera escucharme sabría que estaría a su lado, al igual que siempre, desde el día que saqué su nombre de aquel frasco, sin tener una idea de lo que cambiaría mi vida al conocerlo.
No culparía a la suerte de la obra del destino.
Esa imagen sigue grabada en mi memoria, cada que la recuerdo me estremezco. El respirador por la boca, su rostro pálido, sus manos sin fuerza. Cerré los ojos intentando despertar de la pesadilla, pero volví a encontrarlo detrás del cristal.
—Mi Taiyari —susurré. El corazón dolía, agonizaba, al ver que la persona que más amaba estaba sufriendo lejos—. Aquí estoy al fin. Perdón por tardar tanto, nadie quería cederme su boleto... Mi madre desea hablar contigo —mencioné con una risa que se escapó entre un quejido. Tomé aire para lograr pronunciar una palabra—. Le he contado lo nuestro. Al principio no lo aceptó, pero cuando le hablé lo feliz que me haces, terminó dándonos su aprobación. Sabes que de igual manera estaría aquí, pese a que se negara, mas es lindo que se alegrara por nosotros. Dijo que tú eres el cerebro y yo el corazón en esta relación. No puedo vivir sin un cerebro por mucho tiempo así que ponte bien cuanto antes... Taiyari, no puedes dejarme —rompí a llorar desesperada, rayando la locura. Mi cuerpo se sacudió mientras me sostenía de la pared. No había respuestas, ni abrazos, ni sus consuelos—. Te lo prohibido, no ahora que estamos a punto de ser felices. Sé que eres fuerte, una recaída les sucede a todos, vas a salir bien de esto. — Volví a cerrar los ojos recargando mi frente en grueso vidrio incapaz de seguir mirándolo. Necesitaba al Taiyari lleno de vida—. Y tendremos una linda casa en la que tú podrás trabajar, mientras yo me ensucio la ropa con pintura. Seremos una pareja que robará varias carcajadas, nadie entenderá como un hombre tan cuerdo como tú pudo fijarse en una chica tan descabellada. Sonreiremos... porque ni siquiera nosotros lo sabemos.
No pude contenerme. Tardé un rato en estabilizarme en una de esas bajadas que me llevaban al suelo hasta hundirme. Imaginaba la vida de muchos modos, excepto sin Taiyari.
—Taiyari merecíamos una vida feliz y tu primera carta nos la regaló. Aún podemos escribir una buena historia. Con todas las páginas grises que eso implique. No me enamoré de ti para pasear en un mundo lleno de flores, sino por lo que me haces sentir. Si sigues amándome como yo a ti, estaré a tu lado. Tú tienes que seguir aquí —le supliqué viéndolo respirar lentamente. Cubrí mi cara que debía estar espantosa—. Lucha por ti, por tu felicidad. También un poquito por mí. Te amo, Taiyari. Te amo con cada parte de mi ser —le repetí dándole voz a mi corazón. Ese que le entregué por mi propia voluntad—. Lo sabes mejor que nadie. Desde que era aquella niña tonta que no quería dejar su infancia, que se enamoró perdidamente de un muchacho que nunca la abandonaba. No lo hagas ahora.
Me sobresalté al sentir unas manos en mis hombros. Giré para encontrarme con la mirada comprensiva de la madre de Taiyari. Intenté sonreírle, pero recordé que no tenía sentido porque mi boca estaba cubierta por el cubrebocas. Dejé que me abrazara mientras lloraba como una niña en su pecho. Admiraba su entereza, su valentía, daba la impresión de que no podía vencerla el dolor. Yo debí consolarla, pero era incapaz de controlar mi propio quiebre.
Un inquietante sonido paralizó mi corazón.
Jamás olvidaré la expresión que en su rostro mientras le sostenía aterrada la mirada. El valor se esfumó a la par que una enfermera llamó a un doctor para atender una emergencia en la misma sala. Era esa cama, ambas lo sabíamos, pero las fuerzas me abandonaron al comprobarlo. Mi peor pesadillas se volvió realidad. Conocíamos su significado. Ella hizo un centenar preguntas al personal que ingresó de urgencias, cuestiones que jamás llegaron a mis oídos. El mundo perdió la dirección y el sentido para mí. Una daga abrió de tajo una profunda herida de la cual brotó tanto dolor que sentí me ahogaría en él hasta matarme. Lo deseé con todas mis fuerzas.
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