Capítulo 40
Debo ser honesta, sí arruiné la vida de Taiyari en un sentido. Acepto, sin orgullo, que fui la culpable de que cada mañana soportara el maldito despertador. Me gustaba pensar que no le molestaba ese sacrificio porque nunca presentó ninguna queja pese a que fuera el encargado de apagarlo.
—¡Ay, no! —lloriqueé una mañana en la que sentía la noche se había terminado un segundo después de que pegara mi cabeza a la almohada—. ¡Una hora más!
—Esos niños te están consumiendo el alma, Amanda —se burló Taiyari al verme llevarme ambas manos a la cara para estrujarla con frustración.
—Un trato injusto para la miseria que gano —me quejé presa del cansancio.
En realidad, el trabajo me agradaba mucho más de lo que esperaba. Había conectado de manera natural con mi grupo, aunque fuera el más pequeño de todos los del curso de verano. Busqué ser optimista cuando me dieron la noticia, eso nos ayudó a que nos integráramos con facilidad. En una familia de pocos miembros todos son importantes.
Cubrí mis ojos con mi brazo intentando volver a conciliar el sueño un rato más, pero me resultó imposible con ese fastidioso recordatorio de mis pendientes. De mala gana me alcé de la cama dispuesta a terminar rápido con mi tortura.
Escuché la risa de Taiyari que siempre encontraba gracioso mis berrinches. «Para él es sencillo porque está acostumbrado a madrugar», pensé antes de ponerme de pie. Al menos ese era mi plan hasta que su mano me tomó para halarme de vuelta a su lado. Hubiera protestado por corromper mi fuerza de voluntad si no fuera porque no quería renunciar a sus brazos. Me dejé arrullar con esa vocecita insoportable de fondo que me recordaba llegaría tarde. No podía perder el empleo cuando me fue tan difícil conseguirlo, mucho menos ahora que tenía un plan en mente. Un plan ambicioso. «Pero es Taiyari, Amanda», protestó mi corazón al sentirse tan feliz a su lado. Sonreí por mis boberías.
—¿Puedo decirte algo? —me atreví a hablar a sabiendas que quizás resultaría un desastre, demasiado impaciente para seguir retrasándolo.
—Sabes que siempre puedes contarme lo que quieras.
—Tuve una gran idea.
—Amanda, tus ideas me dan miedo —confesó divertido. Yo apoyé mi barbilla en las manos entrelazadas sobre su pecho para verlo directo a la cara.
—Quiero que un día me acompañes a mi trabajo —solté de golpe, para no darle más vueltas. Taiyari cerró los ojos anticipando la tormenta—. Pensé que sería bueno que vieras lo que hago —añadí esperanzada.
Sabía que era un desafío para Taiyari salir de casa. Odiaba exponerse a la mirada de otros y aunque respetaba su privacidad también quería demostrarle que vivir encerrado no era positivo para su salud. El mundo seguía afuera, quisiera o no formar parte de él.
Había pensado que acompañarme al trabajo le ayudaría a tomar un poco de aire, despejarse hasta conseguir un bronceado. Después de las clases podríamos pasear por el parque o salir a tomar un café. Confiaba en que mis niños no lo molestarían, solían ser respetuosos con todos y pasada la curiosidad inicial le vendría bien que atestiguara mi desempeño. Yo sabía lo pesado de su labor, admiraba su profesión, y quería que él se sintiera también orgulloso de mí.
—¿No es una tentadora idea? —pregunté ante su largo silencio.
—Todo es tentador si tú estás incluida —dudó—, pero creo que esta vez tendré que decirte que no.
Directo, sin adornos para endulzarme el oído. No me molesté, adelantando su negativa me limité a asentir con una débil sonrisa. Tendría paciencia para orillarlo a salir de su caparazón a su ritmo, eso implicaba no dejar de intentarlo.
—¿Puedo saber por qué no? —curioseé cuidadosa. Taiyari pensó bien qué decirme. Yo aguardé sin prisa regalándole un gesto amable para que no creyera lo tomaría a mal. Entendía que no era un paso fácil liberarte de todos tus miedos de un día a otro—. No pasa nada —mencioné al presenciar que le estaba costando responderme.
Le di un golpe suave en el pecho antes de ponerme de pie. Hubiera preferido quedarme a su lado todo el día, pero el deber me llamaba.
—Amanda, en verdad...
—Shuu —le dije colocando mi dedo en sus labios. Le regalé una sincera sonrisa para que no se atormentara. Yo no era un sargento para obedecer, quería que los pasos que diera nacieran por él—. Todo está bien, Taiyari.
Él no protestó, imitó mi gesto tranquilo. Comenzaba a entenderlo, e incluso cuando no lo hacía, respetaría sus decisiones al igual que él siempre lo había hecho conmigo. Eso era nuestro amor, construir un infinito camino basado en la paciencia y valentía. Saber lidiar con los retos del día a día hasta que la última página se escribiera.
Me convertía en un desastre colorido por las mañanas. Los niños eran buenos e ingeniosos, al igual que descuidados. Intentaba repasarles las reglas de limpieza, para que su piel y ropa no terminara como arcoíris, sin embargo, cumplirlas al pie de la letra era un tema complicado. Siempre terminaban olvidándolo. Con el paso de los días dejó de importarme sus pequeños deditos pintados sobre mis brazos.
El patio de la escuela tenía alrededor un montón de hojas blancas en los que los nuevos artistas dibujaban sus creaciones.
—Manda, manda —me llamó la más pequeña de mis alumnas. No sabía por qué no pronunciaba bien mi nombre, pero no me quejaba. Era una chiquilla de lo más tierna que sacaba lo mejor de mí—. ¿Cómo voy?
Llevé ambas manos a mi pecho fingiendo sorpresa robándole una risa. Adoraba las interpretaciones exageradas y a mí escucharla reír.
—Bello. Solo que esa hoja está algo extraña, ¿no? ¿Tú qué opinas? —le pregunté para que no descuidara los detalles. Ella volvió a su pincel mientras yo le daba un vistazo al resto de estudiantes que estaban concentrados en la última consigna.
Me sentí satisfecha con sus avances, comparándolos con mis primeros recuerdos. Reconozco que al principio no fue bonito, en realidad, me costó mucho confiar en mí, creer que era capaz de enseñarles algo que fuera de valor, lidiar con sus cuestionamientos. Sin embargo, las mente jóvenes tienen una predisposición a aprender, una capacidad que la mayoría de los adultos mandamos a hibernar cuando creemos saberlo todo.
Seguía pensaba en cuánto cambiábamos con el tiempo cuando una imagen conocida apareció en mi campo de visión. Frené por la sorpresa y mis ojos se abrieron sin creer lo que veían. Pude tallarlos para alejar cualquier fantasma, pero no fue necesario, me conocía, mi imaginación aún no daba para recrear escenas de ese nivel.
Olvidé el mundo a mi alrededor. Aceleré mis pasos para desaparecer la distancia entre los dos. La directora, a su espalda, me sonrió mientras yo pasaba la mirada de ella a su invitado, este último un poco cohibido. Ojalá yo aprendiera de su recato, así no lo hubiera abrazado como lo hice, agitando eufórica sus brazos entre los míos.
—Viniste —susurré conmovida, acunando su cara entre mis manos inestables por la emoción. No tenía la menor sospecha de su visita, estuve a punto de echarme a llorar de la felicidad.
Él me regaló la sonrisa más bonita del mundo. Limpié alguna lágrima traicionera recordando la presencia de la directora. Me erguí antes de estrechar su mano fingiendo ser toda una profesional, no una chica que estaba a punto de mandar todo al demonio para ponerme a saltar.
—Parece que le agradó la sorpresa —mencionó alzando una ceja.
Yo asentí con energía, demasiado contenta para controlarme. No me salieron más palabras hasta que ella me avisó que debía volver al trabajo. Un torpe balbuceo ridículo que la hizo sonreírme.
—¡Muchísimas gracias!—respondí en voz alta al verla marchar, agitando mi mano. Esa mujer había sido tan buena conmigo que no me alcanzaría la vida para agradecérselo. —Estás aquí —celebré de nuevo, sin creerlo. Coloqué mis manos en sus hombros apoyando suavemente mi mentón en su cabeza.
—No fue fácil.
—Lo sé, por eso significa tanto para mí —reconocí abrazándolo, grabándome esa sensación en el alma. La posición me impidió apreciar su expresión, pero imaginé su sonrisa para completar mi sueño.
Sueño que fue interrumpido por una voz a lo lejos, un recordatorio que seguía en horario laboral.
—¡Profesora, aquí!
—¿Puedes esperarme un momento? —le pregunté dándoles un fugaz vistazo—. Despediré a mis niños —le avisé porque faltaban cinco minutos para la salida. Planearía a dónde iríamos después, tenía un par de ideas acumuladas que hicieron fila en mi mente impacientes por realizarse.
—Voy a morirme sin ti, Amanda —dramatizó de buen humor. Yo entrecerré los ojos estudiando su sonrisa traviesa.
Fueron minutos que me parecieron eternos, peleando con mi propia felicidad cada que mi vista caía involuntariamente en la mirada de Taiyari. Intenté mostrarme seria con los pequeños que anotaban mis instrucciones.
—No sabía que te llevaras tan bien con los niños —me halagó Taiyari. Me despedí de una niña a lo lejos antes de empujar su silla despacio cerca de una jardinera donde había un poco de sombra, ideal para descansar un momento. Me senté en el suelo para recuperarme de la adrenalina de la salida, una tormenta de personas que no te ahogaban, pero sí quitaban el aire.
—Ni yo —acepté divertida porque nunca había pasado por mi mente ser educadora y el poco contacto que tenía con los niños era recibiendo sus pedidos. Cinco minutos, quizás menos. Fue una grata sorpresa.
—¿Piensas tener uno algún día? —curioseó, fingiendo indiferencia, como si fuera común preguntarlo.
—No sé, dímelo tú —respondí con una sonrisa siguiéndole el juego.
La felicidad se esfumó de su rostro. Taiyari guardó un largo silencio que me erizó la piel, sobre todo porque tuve la sospecha de que soltaría una mala noticia, de esas que cambiaban el curso de la marea. Lo imité, esperando nerviosa el golpe.
—Amanda... La distrofia muscular de Becker es una enfermedad genética —me explicó. Yo le miré sin comprender, o quizás solo no quería hacerlo. Negué despacio—. Si tuviera hijas existe la posibilidad que sean portadoras y sus hijos podrían padecerla también. Por eso mi respuesta es no. No podría vivir sabiendo que le arruiné la vida a alguien solo por satisfacer mi propio deseo.
—Oh...
Fue lo único que atiné a decir, sin esconder la desilusión. En realidad jamás me había planteado la posibilidad de ser mamá, pero dejaba abierta la puerta porque no podía asegurar el futuro. Algo dentro de mí se rompió en lo hondo de mi pecho, un leve crujido del que intenté recomponerme en un suspiro, pero me costó más de lo que hubiera querido. Nunca tendríamos hijos. Era un verdad para la que no estaba preparada.
—Deberíamos tener un niño.
—Amanda, eso no se controla —me recordó.
—¿No? —pregunté. Era una completa ignorante de los avances en esa materia. Tomé un respiro para estabilizarme. Actué que no sentí ese horrible sentimiento invadiéndome el pecho—. Quizás podríamos investigar con un médico. Hay tantas cosas nuevas que se han inventado en los últimos años —lo animé, pero él no lució muy convencido de mis ideas—. Adoptar es otra opción o ser de esas parejas sin hijos.
—Ay, Amanda —suspiró sin acostumbrarse de mi terquedad. Nunca me rendía—. Estás decidida a quedarte, ¿verdad?
—Al fin te diste cuenta.
Taiyari negó con la cabeza, pude distinguir una discreta sonrisa. Me alegraba se fuera haciendo a la idea de que no saldría corriendo a la primera dificultad, ni que me quebraría ante el primer no. Sabía lo que quería y también lucharía por conseguirlo. No quise pensar más en el tema de los hijos porque no me preocupaba a corto plazo, confiaba encontrar una solución en el futuro. La medicina avanzaba a pasos agigantados.
—Por cierto, ya que estamos soltando bombas —comencé despacio, cambiando de tema a uno primordial. Mordí mi labio antes de pronunciarlo, a sabiendas que no era el mejor momento—: Pienso mudarme pronto, Taiyari.
—¿Qué?
—Sí, aún no tengo fecha, pero no compro el periódico a diario para resolver crucigramas —comenté divertida ante su expresión asombrada. Le costó procesar un poco mi novedad.
—No tienes por qué.
—No quiero seguir dando molestias a tus padres después de todo lo que han hecho por mí. Es momento de elegir el rumbo de mi vida, tener mis propias cosas, mi espacio. No estoy a gusto sabiendo que ocasiono problemas.
—Ellos te adoran, Amanda, creo que incluso más que a mí.
—Lo sé —reconocí sin esconder el orgullo de haberme sacado la lotería. Me acogieron como su hija desde el inicio—. Y es porque yo también los quiero que no seguiré consumiendo sus energías. Ya hicieron lo suficiente.
Taiyari no protestó porque aunque sabía que eso significaba separarnos, no pensaba modificar mi decisión. Cuando algo llegaba a mi cabeza lo hacía para quedarse por mucho tiempo, sobre todo si lo consideraba positivo. Quizás por eso me atreví a agregar lo que mi corazón mandó a la base general como una sugerencia.
—Yo... Yo... Estuve pensando... Quería proponerte vinieras conmigo —escupí, liberando el nudo en mi garganta—. Que viviéramos juntos los dos. Sé que un tema delicado, pero... Le haría algunas modificaciones al lugar para que todo te fuera más sencillo. Nos las arreglaríamos con nuestros salarios, aunque tendríamos que conformarnos al principio con una vida sencilla. No tienes que decirme que sí, porque sé que es difícil dejar tu casa y a tu familia para seguirme, pero no deseaba quedarme con la espina del hubiera.
Él consideró un segundo que estaba bromeando. No lo hacía, nunca con temas de ese calibre. Me había costado noches de insomnio llenarme de valor para confesarme. Taiyari volvió a dar demostración de uno de sus típicos silencios y cuando me estaba acostumbrando al murmullo de la hierba su boca liberó unas palabras que paralizaron mi corazón.
—Creo que sería una buena idea—. Yo abrí los ojos sorprendida, él rio por mi rostro inundado de confusión. Quise preguntarle si hablaba en serio, pero no logré armar una frase—. Sería bueno para los dos tener nuestro propia casa.
Nuestra propia casa. Sonaba tan extraño, irreal, una locura que fue pintando de a poco una sonrisa incrédula en mi rostro.
—Si es una bromita juro que jamás me vuelves a ver, Taiyari —le amenacé conteniendo una risa que nació involuntariamente.
—Es real, Amanda. Quiero que vivamos juntos. Ya es momento de que...
—Oh, Taiyari, me acabas de hacer la persona más feliz del mundo... —lo interrumpí dejando salir todas esas emociones que se acumularon en mi interior.
—Pero tampoco tienes que llorar, Amanda —dijo con una sonrisa al verme cubrirme la boca con mi mano, deseando guardar los sollozos y los gritos de felicidad.
—Me estás pidiendo demasiado —me burlé de mi propia reacción que rayaba lo irracional. Solté un suspiro regularizando mi respiración agitada. Repetí las palabras en un susurro. Vivir juntos—. Estaba pensado rentar cerca de tu casa —retomé la conversación intentando mantenerme cuerda—, porque, aunque no me gustaría, creo que sería bueno pedirle al inicio ayuda a tu madre para que esté contigo mientras yo trabajo y nos adaptamos —le expliqué avergonzada por meterme en un tema delicado que era su independencia. Era solo que no me quedaría tranquila conociendo que había emergencias de última hora—. No sé qué opines tú...
—Sí, podría ser...
—Al menos hasta que tú decidas que puedes encargarte o quieras pagarle a alguien un medio tiempo. Lo dejo en tus manos... Por cierto, tendría que ser un hombre —le avisé para dejarlo claro, así nos ahorrábamos discusiones a futuro—. O una mujer mayor, tierna y dulce, en la que pueda confiar —propuse como otra buena opción—. No me arriesgaré a que me dejes, Taiyari Carillo.
—No sabía que eras celosa —bromeó. Yo jamás había negado aquel defecto. Aprendí a las malas. Sabía que estaba mal, pero no podía controlarlo. A Ernesto poco lo celé porque honestamente lo que me daba miedo de él era saber que jamás me dejaría.
—¿Cómo no serlo? —escupí de mal humor.
Esa imagen revolvía mi estómago. A pesar de los años seguía calando dentro de mí su engaño. Jamás había logrado arrancarme ese asqueroso recuerdo, de papá besando a otra mujer a la par de que mi corazón se hacía pedazos. Incluso siendo mayor el dolor tan latente parecía nunca encontrar paz.
—Amanda...
—No hablaremos de eso —dicté conociendo ese tono conciliador. El pasado debía quedarse ahí. Papá no existía en mi futuro, él había decidido apartarme del suyo.
—Creo que sería bueno que hablaras con ellos —ignoró mi advertencia. Yo resoplé frustrada por haberme puesto en aprietos.
—No comparto tu opinión.
—Por el bien de los dos.
—¿El de ellos y míos? —reí de mala gana. Hace años que mi bienestar le interesaba un cacahuate.
—El nuestro. Amanda, vamos a empezar una vida juntos —comentó. Fingí que mi corazón no se enterneció al escucharlo aunque fue agridulce que viniera acompañado de esa memoria—. Sería bueno que conocieran tus decisiones y que formaran parte de ellas.
—Mamá no quiere escucharme —alegué para que entendiera no era un capricho mío, sino motivo válidos. Seguía enojada por mi fallida boda, poca gracia le causaría mi relación con Taiyari—. Papá... A él no pienso incluirlo en mi vida.
—Lo quieres.
—No es cierto —le frené para que dejara de abrir la herida—. Quizás tienes razón en que debería comentárselo a mi madre, después de todo siempre estuvo conmigo, pero a papá no le intereso, ¿por qué debería preocuparme lo que piense? Que se mortifique por sus otros hijos, tal vez ellos sí le interesen.
—Sabes que sí le preocupas —contradijo intentando salvarlo. Que intentara llamarme de vez en cuando no era genuina preocupación. Seguro le pesaba la conciencia.
—Taiyari, deja eso —le pedí. Estaba arruinando mi día. Le miré directamente a los ojos para que me entendiera que no cambiaría—. No. Olvidaré el pasado, empezaré de cero en un nuevo país contigo —concluí determinada—. Ayúdame con eso, por favor.
—Amanda, no lo hago para molestarte —continuó, aunque más suave. Odiaba que me hablara así porque sabía que ganaría—. Pero el pasado no se borra con el futuro. Quieras o no, tu madre forma parte de ti. Te digo esto porque sé que te duele estar peleada con ella y no quiero ser el responsable de su distanciamiento.
—Tú no lo eres —le repetí para que eliminara esa absurda teoría. El disgusto con mi madre no era más que mi responsabilidad. Ambas habíamos defendido nuestra postura sin escuchar.
—Además, me gustaría hablar con ella —se sinceró.
—¿Para qué? —me horroricé al imaginar tal fatídico final. Mi madre lo mataría antes de que la saludara. Detestaba a Taiyari porque, según ella, él estaba enamorado de mí... Lo cual terminó siendo cierto.
—No sé, me gustaría tener su aprobación antes de irnos a vivir juntos.
—Por Dios, Taiyari, te importó muy poco meterme a tu casa y luego a tu cama sin su aprobación, sigue manteniendo esa actitud indiferente —le sugerí uniendo mis manos. Él se echó a reír por mi desesperación y terminé imitándolo cuando reflexioné lo que había dicho. Me gustaba escucharlo reír en voz alta.
—Puedo llamarla —propuso, dispuesto a no renunciar.
—No, será mejor que yo hablé con ella primero —decidí cuidado nuestras vidas—. Aunque quizás sería mejor tratar el tema en persona... —consideré siendo consiente que me colgaría en la primera línea.
—Tendrías que volver a México...
—Y no quiero hacerlo. No quiero dejarte —confesé con pesar.
—Amanda, por un fin de semana no me pasará nada —me aseguró con una sonrisa, frenando mi absurda preocupación.
Sí, quizás tenía razón. Después de pensarlo a fondo hacer las paces con mi madre era un paso inevitable. No podía molestarme con ella por no entenderme cuando jamás me había sentado a explicarle lo que sentía. Quizás no aceptaría mi relación, pero tendría la certeza que deseé resolver los mal entendidos. La única manera de demostrarle al mundo que estaba segura de mi decisión era hacerle frente, no esconderme.
—¿Me acompañarás a ver el departamento que vi este fin de semana? —probé suerte con mis pensamientos en otro sitio, a cientos de kilómetros.
—Sí, me gustaría —aceptó.
Compartimos una sonrisa que me dio el impulso que me faltaba para no abandonar el tema en el tintero. Mi futuro no podía avanzar sin que me despidiera definitiva del pasado. Un nuevo capítulo que no comenzaría hasta que cerrara de una vez por todas los viejos.
¡Hola a todos! Lamento mucho que la semana pasado no actualizara, avisé en el grupo y en la página que tuve algunos problemas, pero ahora retomo las actualizaciones con normalidad. Gracias por su comprensión ❤. Espero les gustara el capítulo. Los quiero mucho. El final se está acercando ❤.
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