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Capítulo 38

Había escuchado que vivir de nuestra vocación era lo ideal, claro que aplicarlo se trataba de un acto de valientes. Las cuentas no tienen paciencia, ni se sientan a tejer mientras tú piensas qué camino es el que debes seguir, suelen exigir las alimentes de alguna manera.

Hay que reconocer que no son demasiado quisquillosas, cualquier medio les caen bien mientras el dinero fluya. Es cruel darte cuenta de que es obligatorio contar con algunos billetes en el bolsillo para subsistir.

El amor es el motor, pero las ruedas necesitan impulso para moverse.

No me daba orgullo admitir que la única razón por la que estudié una carrera profesional administrativa fue plata, sobre todo cuando ni siquiera conseguí un empleo relacionado con mi profesión en este país. Aquí entre nos, tampoco realicé una exhaustiva búsqueda, bastó la primera opción. Un sencillo puesto como vendedora en una tienda de manualidades fue mi primer empleo en el extranjero, después de un papeleo que me costó más que adaptarme al ritmo del negocio.

No era una labor complicada, lo único negativo eran los largos horarios que absorbían mi energía. Ignorando ese detalle, pronto me hallé cómoda entre listones de colores, pegamentos y brillantinas. El plan era permanecer ahí hasta encontrar un puesto en base a mi currículum, pero cada vez que replanteaba la idea, Taiyari metía la duda si debía dedicarme a la pintura.

Una locura, que de no ser porque él la propuso jamás hubiera considerado. Carecía del talento que poseían los grandes artistas para marcar una diferencia, y no me sentía capaz de cobrar por mis torpes intentos.

Sin embargo, él lo hacía parecer posible. Siempre me iba a la cama preguntándome si tendría razón. Tampoco tenía nada que perder. Había renunciado a toda la estabilidad para una vida incierta. Adiós a mi casa, mi rutinario trabajo, la relación que me llevaría a formar una familia convencional para andar sin rumbo por una tierra extraña, en un empleo mal pagado y protagonizando un intenso romance con un hombre que me necesitaba tanto como yo a él. Solté cualquier senda de cordura que me impedía dar un paso incluso más atrevido.

Una locura digna de Amanda Díaz.

Resistí el impulso de golpear mi pie contra el piso, víctima de la impaciencia. No solamente era grosero, sino poco sensato. No podía darles un motivo para que me echaran, mucho menos cuando llevaba más de una hora esperando me permitieran ingresar a aquel despacho. Estudié la imponente puerta que se burlaba de mis pocas probabilidades de alzarme con un triunfo. La realidad me estremeció.

Acomodé mi cabello por si alguna onda rebelde delataba mi sobresalto. Tampoco es que tuviera muchos espectadores, para ser exacta, nadie me prestaba atención. A veces la señorita ocupada detrás de la computadora estiraba un poco su cuello para comprobar si seguía ahí, las primeras veces sin interés, las últimas con admiración. Parecía no creerse aún no volviera a casa.

No lo haría, así tuviera que quedarme el sábado entero dormitando en esa vieja silla, porque entre todos mis males el que más destacaba era la perseverancia.

El destino se rindió conmigo.

Me levanté de inmediato cuando la puerta dejó ver a una mujer. De unos cincuenta años, elegante, de pasos cortos pero firmes y un bonito moño rubio. Su atención recayó en mí sin que moviera un solo dedo, culpa de la sonrisa entusiasta que le mostré. Pasó su mirada verde a su compañera, indagando el motivo de mi presencia.

—¿Patricia, quién es esta muchacha?

—Amanda Díaz —respondí por ella. Extendí mi mano. Después de la confusión la aceptó—. Lamento quitarle su tiempo. Sé que están buscando una maestra para los cursos de verano.

—¿Usted tiene experiencia en niños?

—No. Bueno, he trabajado en dos tiendas donde había montones de chiquillos traviesos y me entendí bien con ellos —le expliqué. Ella no lució convencida, la entendí—. Aquí traje una muestra de mis trabajos —me apuré a entregarle la pesada carpeta que había preparado la noche anterior.

—Lo hace bien —me halagó. Sonreí satisfecha por captar su interés—. ¿Tiene estudios en artes? ¿Experiencia impartiendo clases? —Negué a ambas cuestiones. Hizo una mueca de pena, no había nada que hacer por mí.

—No, pero le aseguro que puedo aprender rápido. No tendrá ninguna queja, e incluso puedo ser asistente de la profesora —propuse a sabiendas no podía exigir demasiado. Además, al empezar con algo pequeño mayor era el porcentaje de éxito—. Le prometo que si me da una oportunidad le demostraré lo trabajadora que soy.

—¿Tiene buenas referencias en sus antiguos empleos? —curioseó ante mi insistencia.

—Sí. Aunque llevo poco en el país —me sinceré, porque ocultarle información no me ayudaría. Esa fue mi sentencia. Negó dando con la prueba necesaria—, pero hay varios conocidos que no tendrían problemas para hablar con ustedes. Además, tengo amigos en la Asociación Colombiana para la Distrofia Muscular, personas lindísimas y muy respetables que pueden recomendarme...

—¿Asociación Colombiana para la Distrofia Muscular?

—Sí, justo ahí —repetí, sin entrar en detalles, pese a que no disimuló la intriga. Ella estudió mi semblante buscando algún indicio de mentira. Le regalé una sonrisa que le produjo imitarme.

—Creo que tengo un minuto para saber un poco más sobre ti.

—No podía creerlo cuando la directora me dijo que me presentara el lunes por la mañana —le conté emocionada a Taiyari que me escuchaba atento, había dejado el libro sobre la cama para no perderse detalles—. Será solo durante las vacaciones de verano que acaban de comenzar, pero por algo debe empezarse, ¿no? Si me desempeño bien quizás pueda extender mi contrato, también dependerá de la reacción. Me pidió que no me hiciera muchas ilusiones porque el año pasado apenas hubo alumnos interesados en la pintura, la mayoría decantó por el inglés, fútbol o música. Sin embargo, no pienso rendirme tan fácil. El lunes serán la clase preliminar e intentaré hacerla ver interesante para convencer a los indecisos —me propuse en voz alta. Yo caminaba de un lado a otro sin poder contener mi alegría—. El sueldo no es la gran cosa, tampoco una notable diferencia al anterior —le resté importancia, extasiada por la maravillosa oportunidad que había ganado.

Cuando ingresé a ese colegio jamás creí que conseguiría poner a prueba mi capacidad, influyó que la profesora encargada avisó que no perdería sus vacaciones cuidando a pequeñines desastrosos, y la esperanza que le imprimí a cada frase para conmover su corazón.

Así si la pintura no estaba disponible, el teatro me caería de perlas.

—Si me lo preguntas, siempre supe que lo lograrías y también tengo plena seguridad que el curso será un éxito —pronosticó Taiyari con una sonrisa al verme tan ilusionada, poco faltaba para ponerme a saltar por la alcoba.

Yo le imité agradecida por su confianza. Desde que le conocí se había encargado de mantener viva la brasa de mis sueños.

Gateé en el colchón para acercarme hasta él, tomar sus mejillas y capturar sus labios. Amaba a Taiyari como a nadie. Quizás por eso creía que no había maneras suficientes de demostrarle mi cariño. Lograba regalarme felicidad, creyendo en mi capacidad, haciéndome sentir valiente y fuerte con un simple paso que habían dado miles antes. Lo besé como jamás lo hice con nadie, entregándole todo lo que era, mientras sus manos descendieron por mi espalda. Olvidándome del miedo sustituyéndolo por la cálida sensación que brotó en mi pecho ante los latidos de su corazón.

Fui tan efusiva en mi muestra de afecto que se me fue pasó un poco la mano y casi lo tiré de la cama. Compartimos una mirada divertida mientras yo dejaba escapar una risa avergonzada. Estaba tan bloqueada por la pasión del momento que mi cerebro se le ocurrió soltar la peor estupidez que alguien puede decir para estropearlo. Fue un intento de broma pésimo.

—Vamos a tener que comprar una cama más grande cuando nos casemos —agregué como una ocurrencia.

Ni siquiera reconocí mi voz cuando abrí los ojos para comprobar que había matado de golpe la magia. Taiyari fue planteando distancia, con la misma expresión de incredulidad en su rostro. Yo usé el pretexto de estar recuperándome mientras buscaba una razón para haber soltado semejante estupidez.

—Eh... Yo... No... —balbuceé nerviosa—. No ahora —aclaré para tranquilizarlo, Taiyari asintió un poco atontado mientras yo me acomodaba al borde de la cama dispuesta a abandonarla. Sentía las mejillas calientes, y no sabía si culpar a la vergüenza o la temperatura. El silencio que se instaló entre los dos fue tan incómodo que decidí romperlo arruinándolo más. Porque sí se podía arruinar más—. Sé que pésimo momento para pensar en...

—¿En serio quisieras casarte conmigo? —preguntó escéptico.

—Claro que sí —respondí con una sonrisa, para que no dudara de mis intenciones, aunque claro eso no quitaba fuera un paso precipitado—. Fue un arrebato soltarlo así, pero no dudaría en decírtelo de nuevo estando cuerda. Te amo, Taiyari, con todo mi corazón. Y en un futuro me gustaría ser tu esposa, sé que es horrible que te lo diga yo porque debes pensar que te presiono. No me prestes atención. Olvídalo, por favor —le pedí abochornada—. La próxima vez será más épica. Puedo hacerlo mejor. Sería algo así como...

—Amanda, no digas más ese disparate —interrumpió mi ensayo. No estaba molesto, pero sí serio. Me dolió escucharlo tan frío. Mi sonrisa se esfumó—. Nunca vamos a casarnos —dictó con determinación. No pude evitar sentirme desilusionada al percibir la firmeza con la que hablaba.

—¿Por qué no? ¿Qué tengo de malo? —cuestioné la razón de tomar una decisión por los dos. Otra vez. No aprendía la lección.

—Tú sabes que no tienes nada de malo —acotó esquivando mi mirada. Debía creer que me hacía la tonta. No. Yo hablaba igual como pensaba.

—Para mí tú tampoco —alegué frenando su estúpido deseo de castigarse.

—Pues díselo al resto —mencionó revelando su verdadero temor—. Amanda, no puedes creer que te espera un buen futuro casada con un hombre como yo.

—Me importa un bledo lo que los demás piensen —me sinceré porque era un tema en los otros no tenían voz. No entendía la razón de preocuparse por ellos sin importarle primero lo que a nosotros nos interesaba—. ¿Y por qué no tendría un buen futuro? Eres honesto, trabajador y me quieres. Es lo que necesito solamente.

Taiyari negó incrédulo, como si no pudiera procesar todas las tonterías que estaba diciendo. No eran estupideces, sino lo que sentía. Me costaba ver el mundo a través de su visión.

—Ahora piensas eso, pero te darás cuenta de que te equivocas —insistió en su deseo absurdo de rompernos.

—No, no lo hago —repetí porque la única razón por la que me alejaba era por su enfermedad. ¿Por qué no entendía que él era mucho más que un diagnóstico médico? Sí, tendríamos más dificultades, pero yo me comprometería a superarlas si él me ayudaba—. Te amo, Taiyari, te amo desde que era una niña que no sabía lo que significaba. Y quizás soy demasiado boba para soñar con estas cursilerías, y puedes replicarme por ser una romántica o una impulsiva, pero no que quiera estar contigo aunque para ti no sea lo mejor.

—Amanda, no aguantarás demasiado.

—¿Por qué asumes que no? —le reclamé su maldita terquedad.  Su error de creer saber cómo reaccionaría, dar por hecho todo lo que hacía.

—No voy a condenarte a vivir al lado mío —comentó con firmeza. Compartimos una mirada cargada de dolor—. Estás enamorada, pero cuando despiertes te darás cuenta de que mereces otra clase de vida y te marcharás. Yo sé lo qué te digo.

—No, no lo sabes —respondí dolida por su acusación, levantándome de la cama—. ¿Por qué sigues conmigo si estás tan convencido que voy a dejarte cualquier día? —protesté. Taiyari prefirió guardar silencio y que no lo negara me lastimó más—. ¿Qué me falta por demostrarte? —sollocé furiosa por su falta de confianza, por la poca fe que tenía en mí—. ¡Estoy cansada que sigas dudando de lo que te puedo querer o no!

—Amanda, claro que sé que me quieres —se defendió dándose cuenta de que estaba estropeándolo. Yo fui menos lúcida.

—¿En serio? —dramaticé llevándome las manos al pecho. A mí no me importaba lo que dijera, sino las pruebas—. No parece. Ahora no tengo idea de qué clase de persona crees que soy. ¿Una imbécil que abandonó todo por estar aquí y que al final piensa irse un día como si nada?

—Estás equivocada...

—¡No! El que está equivocado aquí eres tú —exploté cansada de sus deseos de tranquilizarme. Mi corazón latía furioso porque lo único que buscaba era que le diéramos vuelta a la página, pero los problemas seguirían ahí hasta que fuera tarde para que los resolviéramos—. Lo que pasa es que te importa más lo que piense el resto, porque si te interesara lo que pasa dentro de mí hace mucho te darías cuenta de que lo único que quiero es estar contigo. Que lucho todos los días para seguir.

—No quiero que luches. Las relaciones no pueden vivir de luchas diarias —argumentó sin darme la razón. Yo seguía sin digerir que fuéramos tan testarudos. Chasqueé la lengua, sería imposible ganarle.

—Sé lo que puedo aguantar y lo que ya no —murmuré, recordando mi pasado. Los recuerdos me produjeron un desagradable malestar—. Soporté por muchos años que los demás hicieran conmigo lo que quisieran. Y callé un centenar de veces pese a que siempre quise decir que no, pero no repetiré mis errores. Seré clara contigo, Taiyari, ¿crees que esto no durará? Porque si es así entonces mejor dímelo ahora antes de que me duela más —le dije guiada por el enfado y no por la lógica.

Lo único que sabía era que no perdería mi vida junto a un hombre que amanecería a diario dudando si me hallaría al costado de la cama, que se preguntaría si la mujer a su lado lo querría por encima de las voces ajenas. No junto a una persona que nunca terminaría de creer que lo amaba.

Taiyari calló durante un eterno minuto que me dolió en lo hondo del pecho. Yo apreté los labios para mantenerme firme pese a lo único que quería era un abrazo.

—Lo único que sé es que no me casaré contigo, Amanda. Y prefiero ser honesto desde hoy —declaró tajante después de un largo respiro—. Si eso es lo que buscas, perdón, pero no te lo puedo dar.

Eso no respondía mi pregunta, pero daba igual. Los dos estábamos cegados en nuestra postura.

No esperé a que la discusión avanzara, salí de la habitación dando un portazo, porque lo último que deseaba era seguir escuchándolo hablar sobre como estábamos destinados a fracasar, queriendo huir de esa voz que me perseguía por los pasillos susurrando que el amor nunca es suficiente si todo lo demás falla. 


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