Capítulo 28
Siempre que la tristeza se envolvía en mis sábanas huía de ellas arrastrando los pies por la alcoba. El vacío siguió instalado en mi pecho, justo donde antes creía tener mi corazón, pero ahora parecía ser ocupado por una bolsa de aire.
El murmullo de la noche alborotó los miedos que intentaba mantener al margen, esos que siempre ganaban. Ya ni siquiera llorar calmaba la angustia a la que no podía darle un nombre. Después de que Ernesto se marchó me había quedado llorando sobre el colchón. El llanto acumulado pidió libertad sin exigir razones, simplemente probando qué podía calmarlo.
Horas después sentía los ojos hinchados y la cabeza pesada. Aquellos arrebatos de tristeza se estaban volviendo frecuentes. Quería creer que era normal, tal como él me había dicho el día que se lo conté. "Las mujeres son presas del sentimentalismo sobre todo cuando su vida está estancada", me dijo. Me pregunté si esa fue su motivación para pedirme matrimonio.
Ocupé el asiento vacío frente a mi escritorio. Una hoja blanca deseosa de no morir sin un propósito. Recogí la pluma negra que Ernesto me había regalado, elegante y sofisticada, con mi nombre tallado.
No sé por qué la solté antes de escribir la primera frase.
Lo consideré una traición, él había sido claro que no apoyaba mi locura. Cubrí mi cara con ambas manos. Respiré despacio, aplacando el nudo en mi garganta. «Odio ser tan imbécil», me lamenté desesperada. Abrí los ojos para toparme con la paciente hoja que aguardaba estuviera lista.
Coahuila, México. 24 de agosto del 2003
Querido Taiyari.
Soy una impaciente de lo peor. Es probable que para este momento ni siquiera hayas recibido mi primera carta, debe estar atorada en el correo. Sé que debería esperar a tu respuesta antes de saturarte de correspondencia, mas tengo la horrible costumbre de no seguir las reglas. Seré honesta contigo, porque no me culparás pese a tener motivos para señalarme. Mi madre ha protestado al enterarse que te envíe una invitación, piensa que no tiene sentido, está equivocada. Tu trabajo debe mantenerte tan ocupado que resulta natural no poder abandonar el país. Si tus horarios te lo impiden date una vuelta cualquier otro día antes de la recepción. No tienes que traernos un regalo, estaré más que contenta si dedicaras un día para mí. Ernesto siempre me dice que debo despedirme de esta rutina adolescente, pero tú comprendes que el hoy no borra el ayer. Estoy segura de que cuando te conozca le agradarás.
Taiyari, he sido clara con él y con mamá, no dejaré de escribirte. Hablar contigo siempre me da cierta tranquilidad.
Y ahora me hace tanta falta. Los días me están asfixiando. El calendario se burla sin piedad. Me siento egoísta por sufrir cuando no tengo motivos para hacerlo. Tengo un novio que amo sobre todo, una madre que se preocupa por mí, un trabajo en el que me tratan bien, a ti. Debería estar satisfecha. Juro que intento entenderlo.
Borré el último párrafo. «No le daré más preocupaciones con mis boberías», concluí llevándome una mano a la cabeza. Ernesto tenía razón. Era una exageraba. Tal vez había algo de razón en su teoría en que las personas buscábamos nuestra propia desdicha cuando al fin somos felices. Esa inexplicable necesidad de destruirnos.
No sabía por qué entonces deseaba que Taiyari me dijera que no era mi culpa, que yo no era la causante de mi propia miseria, que todo estaría bien. Solo necesitaba una persona que me entendiera.
Esperé ansiosa su respuesta confiando que me haría sentir mejor, como era su especialidad, pero cuando releí su contestación di con el último golpe que resistiría mi herido corazón. Mis dedos arrugaron el papel mientras repasaba sus líneas. Tuve la impresión de estar ante un extraño, me costó reconocer a Taiyari en esas cortas frases. Quise pensar que se trataba de alguien más, sin embargo, era él, su firma no podía mentir.
Sostuve la hoja contra mi pecho, sintiéndome completamente sola.
Ese era nuestro final.
Medellín, Colombia. 4 de septiembre del 2003
Amanda.
Lamento ser yo quien te diga esto, pero deberías seguir el consejo de tu madre y prometido. Dejemos de escribirlos, por el bien de los dos.
Taiyari.
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