Capítulo 3 - Cartas.
CAPÍTULO 3 – CARTAS
El bosque de abetos estaba mucho más silencioso de lo que Mario recordaba, aunque aún se podía escuchar a los cantores ruiseñores yendo aquí y allá, a las curiosas ardillas saltando de árbol en árbol, a las silenciosas mariposas pasando de flor en flor. Tras echar una leve ojeada al paisaje, volvió la vista hacia el enorme libro que tenía que leer, era un conocido manual sobre la incisión ocular, aún no lo había terminado, y ya que apenas había prestado atención en la conferencia del autor se puso como meta terminarlo en aquellos días...
Había decidido quedarse unas semanas en su pueblo natal, tras telefonear al hospital en busca de un permiso oportuno, que no tuvieron reparo en rechazar debido a la dedicación y empeño que el chico ponía en su trabajo, se sentía culpable por haber descuidado tanto a su padre, se arrepentía de aquella pelea que había tenido lugar el día de la muerte de su madre. Así pues se instaló en la casa de su padre, pues no quería dejarle desatendido ahora que estaba lesionado, aunque por supuesto a este le había dicho que necesitaba un descanso en su trabajo.
La lectura estaba siendo demasiado densa, la noche anterior apenas había dormido pues los cuervos habían vuelto a hacer de las suyas y se habían pasado la noche picoteando el tejado, el sueño era tan inminente, que no tardó demasiado en posar la cabeza en el árbol profundamente dormido...
"el bosque estaba desierto, el caminaba descalzo sobre la fría hierva, con dificultad, parecía nervioso, temeroso de clavarse algo indebido en sus amados pies. Se preocupaba tanto por ellos, que no se percató de que acababa de llegar a una charca, una pequeña charca donde un niño de unos 10 años jugaba con su madre. La reconoció en seguida, llevaba la melena recogida en un moño, parecía estar algo desarreglado, pero por alguna razón a ella le quedaba perfecto, sus ropas estaban algo desgastadas y manchadas de trigo. En su rostro una sonrisa florecía al observar como su joven hijo jugaba en la orilla con algunos pececillos. Refregaba con insistencia sus enaguas en la pila de madera, mientras con la otra mano agarraba la pastilla de jabón para luego frotarla en la prenda y hacer un poco de espuma."
Cuando Mario despertó casi había anochecido, se levantó rápidamente, y acomodó sus ropajes mientras caminaba hacia su casa...
Pablo se hallaba en el estudio, ordenando aquellas cartas en una pequeña caja, apenas cabían unas cuantas cartas más, ya era hora de buscar una nueva caja. Se levantó de la silla y caminó despacio hasta el pasillo con la caja que acababa de cerrar a cuestas, agarró el cordel del techo y tiró de él hacia abajo para abrir la trampilla del desván. La escalera bajó rápidamente y sin previo aviso, haciendo que el hombre se asustase, soltase la caja y saltase hacia atrás asustado.
La caja se estampó contra el suelo abriéndose y desparramando todas las cartas por el pasillo.
- Padre ¿se puede saber que estáis haciendo? Os dije que permanecierais en reposo...- le regañó este que acababa de llegar a casa.- ¿Qué es esto? .- preguntó mirando las cartas desparramadas por el suelo. Se agachó, alargó la mano para coger una de ellas, y al girarlo quedó boquiabierto al leer su nombre.- ¿por qué están estás cartas dirigidas a mí?
Su padre le enseñó todas las cajas que había ordenado en el desván, y señaló luego los sobres que se hallaban en el cajón del escritorio...
- Todas ellas son tus cartas.- le anunció el anciano, mientras se sentaba en la silla más cercana del estudio y cogía una bocanada de aire.- Han sido enviadas una a una en los últimos 10 años a tu nombre, todas ellas, sin remitente.- aclaró ante su atónito hijo.- He recogido y guardado cada una de ellas, pues no soy quién para abrirlas, esperaba que algún día tú...- pero no podía continuar, no podía decirle a su hijo que esperaba que el volviese a casa, después de todo lo que había pasado.
Mario agarró una carta y se dispuso a abrirla curioso por saber que serían todas aquellas cartas, pero su padre lo detuvo...
- Creo que deberías empezar a leer por el principio, las he guardado por orden de llegada.- le indicó mientras le hacía una señal con la cabeza hacia arriba, indicándole que estaban todas en el desván.
Pablo se levantó de su asiento con dificultad, y con la ayuda de su bastón, caminó cojo hacia su habitación y cerró la puerta tras él.
Mario subió al desván, se dirigió hacia el montón de cajas de las que su padre le había hablado. Vislumbró la caja más antigua de todas, se hizo paso entre todas las demás y se hizo con ella. La abrió delicadamente, y agarró suavemente la primera carta: se notaba que había sido escrita hacía mucho tiempo, pues el sobre estaba algo deteriorado, tras abrir el sobre con sumo cuidado comenzó a leer aquella carta sin nombre.
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