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Capítulo 1 - Cartas sin Remitente.

CAPÍTULO 1 – CARTAS SIN REMITENTE:

El cartero pasó por casa de los Casamentero una vez más, como cada Jueves volvía a dejar un sobre amarillo sin remitente en el buzón de la risueña casita, mientras le echaba una breve ojeada al tejado, de nuevo los cuervos habían hecho de las suyas y el tejado volvía a estar en mal estado. Tras negar con la cabeza varias veces, prosiguió su camino.

La casa de los Casamentero estaba situada en lo más alto de la cuesta que llevaba al castillo en ruinas del pueblo, aunque aún venían algunos visitantes y los niños solían jugar en él, el castillo no había sido restaurado en años. La economía no estaba para tirar cohetes según comentaba el alcalde en cada canal de televisión provincial. La casa, lucía bastante desmejorada, pues Pablo, el menor de 7 hermanos, y dueño de la casa, ya estaba bastante mayor para arreglar los desperfectos que aparecían en ella. Su mujer había fallecido unos años atrás y el mayor de sus hijos se había marchado cuando cumplió la mayoría de edad a la ciudad para estudiar medicina. Y por supuesto con su hijo menor Sergio no podía contar, siempre estaba de aquí para allá, rara vez dormía en casa, solía ir a casa a saludar a su padre y a robarle algo de comida, para luego volver a desaparecer por unos cuantos días. Era un bala perdida, lo había sabido desde la primera vez que lo expulsaron del colegio por levantarle la falda a una cría. Siempre había sido el ligón de la familia, a su hijo mayor por el contrario, nunca le había interesado las chicas, no es que no le gustasen, es que tenía más interés en sacar buenas notas en sus estudios para poder costearse con becas y ayudas sus estudios en la capital.

Zalamea, era un pueblecito donde mayormente predominaban ancianos, pocos jóvenes quedaban ya por el lugar, la mayoría emigraban a la ciudad, o se marchaban a otros lugares con sus respectivas parejas.

Aquella mañana, Pablo salía a recoger las cartas a las 9 en punto, como de costumbre, sólo una carta se encontraba en él, pero el hombre no pareció preocupado ni curioso sobre que aquella carta no tuviese remitente. Tras caminar con dificultad hacia la casa, ya que se había torcido el tobillo la noche anterior mientras ahuyentaba a los cuervos de su tejado, volvió hacia el interior de la casa. Se dirigió hacia el despacho, abrió el primer cajón del escritorio y metió en el la carta, la cual se rebujó con todas las demás. Todas aquellas cartas estaban escritas por la misma persona, y con aquel mismo sobre amarillo, eran todas las cartas que había recogido en los últimos 3 meses. Aún no había tenido tiempo de ordenarlas en la caja del desván, y de nada serviría ya que su destinatario nunca las recibiría. Su hijo mayor estaba demasiado ocupado con su carrera de doctor en la ciudad como para venir a preocuparse de su padre.

Pablo no había vuelvo a hablar con Mario, su hijo mayor, desde que su esposa murió unos 10 años atrás. A causa de que ambos tenían el mismo carácter, aquel día, el día en que enterraron a la mujer: Faustina, se dijeron cosas que no debían. Esta era la causa primordial por la que Pablo se negaba a visitar al doctor, si estaba enfermo o se caía, se quedaba en casa y se auto medicaba, ya que había leído bastantes libros de medicina, cuando su hijo aún estudiaba en casa.

Volvió al salón, donde cosía unas botas que se le habían roto a causa del uso, se sentó sobre el viejo sillón de tela, y tras toser dos veces con una tos algo fatigada, volvió a sus quehaceres.

Mario acababa de salir de una importante ponencia, donde hablaban de una nueva incisión ocular. No se había enterado de mucho, ya que se había pasado la mayor parte durmiendo, pues la noche anterior había estado trabajando en uno de sus proyectos.

Mario era biólogo, había tenido mucha suerte, pues tras terminar su carrera había sido elegido por un famoso hospital de la ciudad para realizar un estudio contra una enzima que podía resultar cancerígena, ellos financiaban su investigación.

Actualmente, había avanzado mucho, aquella encima era cancerígena tal y como se indicaba en los estudios de sus compañeros y mentores, pero además aquella encima podría ser la solución para curar algunos tipos de estos. Su investigación estaba a punto de llegar a su fin, si el sujeto número 34 (un ratón) daba positivo en la prueba de aquel día, querría aquello decir que habría encontrado una cura para el cáncer de pulmón o de cualquier otro ubicado en una zona cercana al corazón u órganos vitales para la respiración.

Aunque por alguna razón que él desconocía su padre seguía insistiendo en que era un doctor, aunque conocía muchas enfermedades, y podía ejercer de médico, no le gustaba aquella rama, no quería dedicarse a ello, prefería trabajar e investigar buscando curas para enfermedades producidas por el hombre. Ya que la mayoría de las enfermedades que acaecían estos días habían sido causadas por la contaminación que el hombre había purgado en la tierra, solía decir el joven.

Como cada 15 de Diciembre, Mario se dirigió a la iglesia, pues quería rezar por el alma de su madre. Aunque el joven no era católico practicante, solía ir a misa cada 15 de Diciembre desde la muerte de su madre, ya que fue aquel día hace unos años atrás cuando ella falleció de un cáncer pulmonar. Ese era uno de los motivos por los que se dedicaba a lo que se dedicaba. Quería salvar a otros, quería buscar la cura para aquella enfermedad que había acabado con la vida de su madre.

Aun recordaba a la mujer, siempre tan alegre y risueña, tan llena de vida, tan querida y amada por todos los que la conocían y por los que sólo la conocían de vista, ella siempre había sido una persona que se había hecho querer entre los que la rodeaban.

Se sentó en los bancos de la última fila, mientras observaba al sacerdote, con atención... "Queridos hermanos..." Mario abrió la boca y dejó escapar un bostezo, que disimuló rápidamente con una tos carrasposa, como cada vez que iba a misa se dormía, esa leve vocecita que el sacerdote tenía, tan melosa y sosegada hacía que le entrasen ganas de dormir, y el haber estado despierto casi toda la noche no ayudaba. Pero no podía dormir, se recordó a él mismo, debía guardarle respeto a su madre, pues ella sí solía ser bastante religiosa. Recordaba como hacía unos años atrás, cuando su abuelo había muerto, la mujer había puesto velas junto a las fotografías que adornaban la chimenea de su cándida casa en Zalamea. En aquel momento, Mario, no pudo evitar sonreír. Aunque lo negase mil veces, la verdad era que... añoraba bastante Zalamea, añoraba a su madre haciendo pasteles de ajonjolí, a su hermano Sergio persiguiendo a su vecina Catalina para levantarle la falda, añoraba su cuarto, el olor a rancio de la casa, o a leña recién cortada, y aunque no quisiera reconocerlo, añoraba a su padre.

La relación con su padre siempre había sido un poco tosca, pues ambos tenían aquella forma de ser tan orgullosa, nunca reconocían un error cometido, y jamás pedían perdón por sus errores. Pero a pesar de todo, su padre siempre había estado ahí para él, incluso le regaló su primer telescopio para mirar las estrellas, o le enseñó la diferencia entre una vaca de leche y una de montar, solía reír con su padre a menudo cuando su hermano menor se tiraba al suelo delante del párroco para cerciorarse de que el hombre llevase ropa interior, añoraba los días de pesca en el río, los días en el campo mirando y aprendiendo acerca de los astros, cuando iban a cazar conejos, cuando arreglaban juntos el tejado, recordaba como adornaban la casa cuando se acercaba navidad, incluso solían poner al mismísimo santa Klaus con su trineo y los renos y todo sobre el tejado, y luego aquellas estatuillas de madera junto al buzón de los 3 reyes magos y el niño Jesus...

Apenas acababa de volver a la realidad, tras recordar todos aquellos buenos momentos, cuando la gente comenzó a levantarse, la misa había acabado y ni siquiera había escuchado nada. Se sentía culpable, quizás había llegado el momento de hacerle una visita a su padre, pero no podía volver a casa así por las buenas, no podía ir allí y disculparse. Aquello no sería propio de él.


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