CARTAS - 1837
Domingo, 2 p.m., 01 de enero de 1837.
Tu querida, adorable carta me ha llegado. La he devorado con caricias. ¡Oh, cómo te amo! Acabo de sacar a mi hija de la habitación para poder leerla de rodillas delante de tu retrato. Estos pequeños y divertidos actos pueden parecer tontos, pero contienen un significado muy profundo y sagrado, como la devoción que los inspira.
Cuando vengas aquí, me encontrarás alegre y radiante, como lo estaba en aquel día glorioso en el que me revelaste por primera vez tu amor.
Amado mío, corazón mío, estoy muy feliz. Estoy en el cielo, porque me amas, mi Toto... tu querida carta lo ha dicho. Tus ojos, tu boca, tu alma, me lo dirán aún mejor en persona. Sí, efectivamente estoy feliz, estoy plena. No me queda nada que desear o exigir: tengo tu amor, un amor que el propio Dios podría envidiar si fuera una mujer.
Gracias, adorado, gracias desde mi corazón y de alma. Me siento tan buena como el oro, créeme.
Juju.
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Martes, 7:30 p.m., 21 de febrero de 1837.
No te angusties, precioso mío. No te lamentes. No intentaré consolarte, porque tienes mejores y más eficaces recursos dentro de ti mismo; pero comparto tu aflicción. Lo que sea que a ti te entristece, a mí me entristece: donde tú amas, yo amo; cuando tú lloras, yo lloro. Si te conjuro a no ceder ante tu dolor, no es porque dude al soportar mi parte del mismo, sino porque creo que ni tu pobre hermano desearía volver a esta vida*. Considero su muerte más como una bendición que como una desgracia. ¡Pobre hermano!
Te amo, mi adorado Victor. En momentos como estos, cuando el dolor te acerca a mi nivel, siento que mi cariño por ti es absolutamente verdadero y purificado de cualquier escoria.
Intenta llegar temprano esta noche. Te cubriré con caricias en silencio, usando apenas mis ojos y mi ser más íntimo, sin preocuparte. Descansarás junto a mi chimenea, apoyarás tu querida cabeza en mi hombro y leerás, y yo estaré contenta con eso.
Estoy celosa de esa mujer que se ha atrevido a robar tus versos; dichas cosas no se pierden. Fue una doble maldad de su parte, porque a ti te causó la molestia de tener que reescribirlos, y a mí, el tormento de los celos. ¡No permitiré que la vuelvas a ver nunca más! ¿Oyes?
Oh, te amo.
Te amo demasiado.
Juliette.
[*El hermano mayor de Victor Hugo, Eugene, había fallecido el día anterior a esta carta.
Él sufrió con problemas mentales - como depresión y esquizofrenia- durante gran parte de su vida. Cuando joven, se enamoró de la esposa de VH, Adèle, y acabó perdiendo la razón cuando su hermano se casó con ella. Fue internado en el hospital Charenton en 1822, pasó un tiempo en libertad, y luego tuvo que regresar al mismo en 1823. Murió allí, a los 36 años de edad, sin jamás haber recobrado la razón.]
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[Dibujos hechos por Victor Hugo. El primero es una caricatura de la actriz Marguerite Georges, y el segundo es un autorretrato]
Lunes, 7:15 p.m., 02 de abril de 1837.
He decidido levantarme, al final de cuentas. ¡Y gracias al lavandero! De no haber sido por él, debería haberme quedado en cama, alimentando mi depresión. Estoy triste más allá de todo, pero no sé por qué —tú eres amable y afectuoso, y te amo con toda mi alma; pero eso no parece ser suficiente.
La estima, que es la piedra angular de la felicidad, está faltando. Me he agotado en el esfuerzo por conseguirla durante los últimos cuatro años que he pasado contigo, pero no llega a mi encuentro, ni llegará nunca. Debo entonces dirigir mis esfuerzos hacia otra dirección. Debo intentar romper mi relación contigo —con tacto, como tú mismo lo dices— abandonando París, tal vez Francia.
¿Será eso suficiente para detener la lengua del escándalo? Deseo dejarte antes de que tú me abandones, porque no admito tu derecho a infligirme un golpe tan terrible así. Hay personas capaces de suicidarse que, sin embargo, retroceden ante la idea de ser asesinadas —yo soy una de ellas. Puedo suicidarme y lo haré, pero me asusta el daño que podrías infligirme dentro de poco. Mi coraje no supera tu crueldad. Te amo demasiado para ser feliz.
Juliette.
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Martes, 10:15 a.m., 02 de mayo de 1837.
Buenos días, amado mío. ¿Tuviste una buena noche? Ayer parecías sobrecargado y cansado, y ciertamente había suficiente pasando para que te sintieras así, pobrecito. No sé cómo puedes aguantar todo esto. Perdóname por añadir a tu carga las exigencias de una mujer que ama, y que teme reconocer en la lasitud una prueba de frialdad. Perdóname; si no dudara ocasionalmente de tu amor, te atormentaría menos y demostraría más consideración por tus ocupaciones y reposo.
Me lastimaste mucho anoche al hablar como lo hiciste, pero aun así, quería saber tu verdadera opinión sobre mí. Desde hace mucho tiempo me atormenta una triste curiosidad sobre este punto. Anoche lo satisficiste por completo. Ahora sé que me compadeces, sin despreciarme. Acepto tu compasión, porque la necesito y debo tenerla; pero repudio, indignada, un desprecio que sé, no me lo merezco.
Mi historia pasada es triste, pero no es una desgracia. Mi vida hasta que te conocí fue el melancólico resultado del primer error de una pobre niña; pero al menos nunca se vio manchada por esos horribles vicios que desfiguran el alma todavía más que el cuerpo. Incluso en los peores momentos de mis problemas, albergaba dentro de mí un santuario interior al que podía dirigirme como a algún lugar sagrado.
Desde entonces, ese santuario ha estado abierto sólo para ti, y puedes testificar si lo has encontrado digno de tu presencia; tú sabes si, desde que ocupaste su trono y su altar, alguna vez he dejado de postrarme de rodillas ante ti en adoración, un solo día o un solo minuto, o si alguna vez he apartado de ti mi mirada o mi alma. Esto prueba, amado mío, que mi anterior retroceso fue sólo superficial, no inherentemente vicioso; que mi herida fue accidental, no un cáncer repugnante y devorador; que te amo ahora y que por eso estoy plena.
Juliette.
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Martes, 10:45 a.m., 02 de mayo de 1837.
A mi carta le sigue inmediatamente otra, porque estoy sola y el momento me resulta propicio para abrirte mi corazón desde lo más profundo. El ruido y el placer son un obstáculo para la meditación, y en este momento estoy absorta contemplándote a ti y a tu amada imagen.
Te veo tal como eres, es decir, un hombre hecho por Dios para redimirme y rescatarme de la vida infame en la que por tanto tiempo estuve esclavizada. Lo que Cristo hizo por el mundo, tú lo has hecho conmigo; como Él, salvaste mi alma a costa de tu reposo y de tu vida. Que seas tan bendecido por esta generosa acción como yo te adoro por ella.
Debería haberte amado, diablo o ángel, malo o bueno, egoísta o devoto, cruel o generoso —debí haberte amado, porque con sólo verte todo mi ser grita: ¡Te amo!
Ojalá pudiera proclamarlo de rodillas, con las manos juntas y el corazón en los labios: ¡Te amo! ¡Te amo! La charla que tuvimos anoche me impidió dormir, pero no me quejo; hay momentos en los que dormir es un infortunio.
Necesitaba ensayar una a una todas tus palabras, recoger cuidadosamente aquellas que deben quedar para siempre guardadas en mi seno como tesoros de consuelo y de amor; las menos generosas que dijiste, las he consumido en la llama de mi alma; no queda nada más de ellas que cenizas, muertas como las cenizas de mi pasado.
No te alejes con disgusto de los rasguños que he sufrido al caer de mi pedestal, como lo harías con heridas horribles e incurables. Te lo repito, amado mío, porque es la verdad: desgracia ha habido en mi vida, pero no libertinaje, ni bajeza moral. De ahora en adelante no puede haber nada más que un amor puro y sagrado para ti. Soy digna de perdón y de cariño. Quiéreme; lo anhelo de ti.
Juliette.
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Jueves, 11:15 a.m., 11 de mayo de 1837.
Buenos días, mi querido hombrecito. Tengo un mal tiempo que anunciar: lluvia, nieve, granizo, viento y, además, un frío abominable en la cabeza que no ayuda a resignarme a un día ya lleno de nubes.
Te amo —¿lo sabías?— y te admiro por tu hermosa alma. Es espléndido de tu parte, mi gran Toto, haber alzado tu voz con tanta fuerza en defensa del pobre Rey muerto*. Sólo tú tenías derecho a hacerlo, porque sólo tú estás por encima de toda sospecha; sólo tú eres lo suficientemente influyente como para obligar al mundo impío y despiadado a escuchar tu voz indulgente y religiosa. Si me fuera posible amarte más, debería hacerlo por esto, pero desde el primer día que te vi he entregado todo mi corazón, mis pensamientos y mi alma a tu cuidado, sin reservas.
¡Cómo te amo, mi adorado Víctor, cómo te amo! En esa palabra breve y tan mal utilizada está contenida todo mi espíritu, toda la flor de una devoción que se ha abierto bajo el sol de tu mirada. Adiós, hombre mío.
Juliette.
[*Esto es una referencia a un poema de Les Voix intérieures: "Sunt lachrymæ rerum". En el poema se habla sobre Carlos X de Francia, el último rey borbón, y el último rey que tuvo una ceremonia de coronación.]
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Viernes, 8:30 p.m., 02 de junio de 1837.
Mi pequeño hombre,
Debes decidir si tomar mi amor o dejarlo. Compara mi vida con la tuya y mira si no merezco que me compadezcas y me ames con todas tus fuerzas. Estoy completamente sola, no tengo familia, ni fama, ni las mil y una distracciones que te rodean.
Como digo, estoy sola, siempre sola; incluso parece probable que no te vea esta noche, porque pasarás la velada festejando, conversando y visitando a tu tío, quien espero se vaya volando con el diablo.
Todos pueden atraparte excepto yo; la excepción es halagadora y bien elegida. Me siento tan triste que me voy a la cama y probablemente lloraré hasta ahogarme; estoy más inclinada a eso que a reírme. Si logras animarme esta noche, sabré que eres un gran hombre y un hechicero aún mayor; pero ni lo intentarás. Puedo estar tan melancólica y miserable como quiera, y estoy segura de que tú nunca interferirás.
Buenas noches, Toto; Me voy a la cama. Buenas noches, sé feliz, alegre y contento; tu pobre Juju será bastante infeliz por ambos. Te amo Toto.
Juliette.
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Miércoles, 1:30 p.m., 10 de junio.
Te amo antes de todas las cosas, y después de todas las cosas. ¡Te amo, te amo, te amo! Acabo de escribir a la madre Pierceau diciéndole que mañana le enviaré a Suzanne. Olvidé preguntarte exactamente cuánto dinero me trajiste ayer, y también efectivo, para los gastos de ayer. Lo haré esta noche. Me esfuerzo por llevar mis cuentas con exactitud, pero siempre estoy metida en un lío al final del mes, y siempre me encuentro por encima o por debajo de lo que debería tener. Hago lo mejor que puedo, pero nada parece cerrar mis cuentas correctamente.
Creo que va a haber una gran tormenta. El cielo está bajando como ayer, y el tiempo se volvió todavía más opresivo. Intenta no mojarte y ven a buscar tu paraguas antes de que empiece a llover.
¡Qué tarde tan deliciosa pasamos ayer! Ojalá pudiéramos volver a hacerlo, incluso si tuviéramos que estar empapados hasta los huesos. Nunca olvidaré el Bassin du Titan*. La linda tórtola que fue ahí a saciar su sed pareció reconocernos y esperó por su bebida, hasta que esparciste gotas de poesía en los surcos cubiertos de musgo y flores que rodeaban sus bordes..
¡Cielos! ¡Qué perlas preciosas desperdiciaste ayer en ese magnífico jardín, a los pies de esas diosas incomparables, que parecen cobrar vida cuando tu mirada se posa en ellas! ¡Qué flores en esos prados, poblados de niños alegres! ¡Cómo debieron reñir todos esos dioses y diosas, héroes, reyes, reinas, mujeres, ninfas y niños, por el tesoro que les prodigaste! Lamenté tener que irme. Me hubiera gustado volver a la luz de la luna y recoger todas esas joyas a las que tan poco valoras.
Oh, tengo que volver allí muy pronto, y al mismo tiempo volveremos a visitar nuestro Metz, donde hemos disfrutado de tanta dicha juntos. Ese viaje nos traerá felicidad, y anhelo hacerlo. Te amo mi gran Toto. Perdona este garabato; Ahora parece absurdo, y de hecho debe serlo, porque estaba ebria de amor cuando lo escribí. Mis pensamientos se tambalean y se caen sobre el papel, porque han bebido demasiado de mi alma y no saben siquiera dónde están.
Juliette.
[*: Una de las fuentes del parque de Versalles]
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Jueves, 3:45 horas, 27 de julio de 1837.
Debo contribuir con mis mensajes un agradecimiento por las deliciosas líneas que acabas de escribir en mi librito*. Mi voz podrá sonar como el cacareo de una gallina tras el canto de un ruiseñor; pero así es la ley de la naturaleza, y no veo por qué debería callar, porque te he oído.
Fuiste imprudente, mi querido hombrecito, al anotar la fecha que supone que era la de mi nacimiento; pero, como soy demasiado honesta para contradecirte, la acepto y afirmo que, desde aquellos días en que eras un niño estudiando a Quinto Curtius, has desarrollado y superado con creces a todos aquellos que reverenciabas y admirabas cuando eras un pilluelo de siete —mientras que yo sigo siendo la misma chica pobre e inculta que ahora conoces. Es bastante seguro que la educación podría haberle añadido poco a mi naturaleza infértil; las malas hierbas en la orilla del mar no ganan mucho con el cultivo.
Sobre este punto, gracias al cielo, no tengo nada de qué quejarme. Nadie se preocupó mucho por mí hasta que apareciste tú en la escena; pero viniste, mi gran y sublime poeta, y no desdeñaste de arrancar la pequeña flor sin olor que se erguía a tus pies, para atraer el sol de tu mirada. Te bendigo por tu bondad. Sé que un padre y una madre te miran desde los reinos superiores y te aman por la felicidad que le has dado a la pobre hijita que dejaron solitaria en la tierra. Lloro mientras escribo esto, porque es la primera vez que realmente analizo mi pasado inocente y mi amoroso corazón. Te bendigo, hombre generoso, en la tierra, como serás bendecido en el cielo. ¡Que todos tus seres queridos participen de esta bendición y de las alegrías y riquezas de este mundo y del próximo!
Juliette.
[*:Victor Hugo le había dado a Juliette un libro de Quintus Curtius, con el que él brevemente había estudiado Latín. En la primera hoja del libro existe una dedicación de Hugo hacia JD.]
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Jueves 9 a. m., 21 de septiembre de 1837.
Buenos días mi amado.
El aniversario de nuestro regreso a París ha sido aún más triste que el día en sí, ya que no estuviste conmigo ni anoche, ni esta mañana. En consecuencia, estoy molesta. Todavía no me he quitado el gorro de dormir. Estoy enfadada. ¿Estarás en Auteuil todo el día? Qué decepción para el pobre Juju, por no hablar de Claire, que tiene que arriesgarse con mi temperamento cuando estoy enfadada, y de esa idiota de Madame Guérard, que me ha hecho pagar un sello extra simplemente para decir que cree que está engordando, y que te desea muy buenos días. ¡Qué emocionante!
Te amo, queridísimo Toto; te amo demasiado, porque me siento miserable cuando no estás. Ojalá pudiera cuidarme cómodamente, como tú, por ejemplo, que no te sientes ni mejor ni peor, esté yo cerca o lejos. Eres siempre el mismo; el amor nunca hace que se pierda el sentido de un chiste, o de una carcajada, ni que dejes de notar una nube gris, la Osa Mayor, una rana, un atardecer, la tierra, el agua, un vendaval o un céfiro. Lo ves todo, lo disfrutas todo, sin pensar en la pobre Juju, que se aburre hasta la desesperación en su rincón solitario. ¿Quién de nosotros dos es el mejor amante, eh? Responde que soy yo, Juju, y estarás diciendo la verdad. Sí, te amo. Intenta no alejarte de mí todo el día. Ámame por estar triste en tu ausencia.
Juliette.
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Sábado, 6:30 p.m., 23 de septiembre de 1837.
Te estás convirtiendo cada vez más en una raridad, mi hermosa estrella, de modo que me vuelvo helada y sombría como una antigua estatua cubierta de musgo, abandonada en la naturaleza de algún jardín desierto. No estoy enojada contigo, pero desearía que estuvieras menos ocupado y más presente como amante.
Has recuperado rápidamente tu elegante aspecto parisino, mi querido hombrecito, mientras yo todavía me aferro a mi disfraz de viaje. Seguramente deberías haber esperado a que yo tomara la iniciativa, aunque sólo fuera por cortesía. ¿A quién estás tan ansioso por complacer, mi brillante muchacho? ¿Quién es la favorecida que aspiras a poner en mi lugar? En cualquier caso, te advierto que no seré astuta como Granier*, sino que caeré sobre sus respectivos cadáveres a garrotazos, ¡tenlo en cuenta! Ahora puedes ir en busca de tu nuevo encanto, si estás dispuesto a ver tus huesos reducidos a polvo para mi uso.
Si vienes temprano esta tarde estaré tan feliz, tan alegre, tan contenta y buena, que no querrás dejarme nunca más; pero, si te demoras, seré exactamente lo contrario, y tendrás que engatusarme y amarme con todas tus fuerzas para consolarme.
Estás dejando que tu buzón se llene de nuevo. Toto, Toto... Haré una hoguera con su contenido si no vienes rápido y lo aseguras. ¡Cuidado con lo que haces!
Juliette.
[*Crítico literario]
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Miércoles, 12:45 horas, 22 de noviembre de 1837.
Realmente creo que lo haces a propósito; pero puedes estar seguro de que te lo devolveré de la misma manera: indiferencia por indiferencia; donnant donnant es mi lema.
Ahora hablemos de otras cosas. ¿Qué opinas de la toma de Constantine? No puedo creer que el Ministerio actual sobrevivirá tanto tiempo estando como está constituido actualmente; Thiers y Barot pueden ser llamados en cualquier momento a formar un nuevo gabinete. ¿Cuál es tu opinión? La crisis comercial todavía se hace sentir en los mercados; el precio de los aceites de todo tipo han bajado; por ejemplo, el aceite de colza, que estaba en 47, ahora está sólo a 45. Se espera una recuperación el próximo año, pero tengo mis dudas al respecto. ¿No las tienes tú?*
.......
¿No estás de acuerdo conmigo en que todo esto apunta a una revolución en un futuro próximo, que traerá resultados siniestros para el Gobierno de Wailly? Por mi parte, veo con consternación el traslado de los Carlistas de St. Jean Pied de Port a Paimboeuf, después de una estancia en St. Ménéhould. Ya estoy harta de contar los horrores que perturban la digestión y la tranquilidad de los ciudadanos, de la que tú eres el principal adorno. Te ruego aceptes la expresión de mi distinguida consideración.
Juliette.
[*Juliette Drouet aquí ennumera la caída de valor de varios productos. La carta está escrita en un tono sarcástico, inducido por su resentimiento hacia Hugo.]
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5 p.m., 5 de diciembre, 1837.
Qué amable eres, mi Toto, al haber venido a aliviar la incertidumbre que tenía sobre lo sucedido en el Tribunal*. ¡Cielos, qué bien hablaste! Estaba tan conmovida y tan convencida mientras te escuchaba, que incluso me olvidé de admirarte, pero nunca te he conocido más fino ni más elocuente. ¿Por qué se debe aplazar el caso por una semana? ¿Es para dar tiempo a intrigas contra las conciencias incorruptibles de mis señores jueces? Habría dado mundos para que el veredicto se hubiera pronunciado hoy; primero, porque te aliviaría una ansiedad tan molesta como fatigosa; segundo, porque yo misma anhelo el reposo, y desde que ha aparecido este endemoniado proceso, no puedo dormir por la noche; por último, porque entonces te veré más a menudo, o al menos eso espero.
Mientras te esperaba hace un momento copié algunos pasajes de las cartas de Mdlle. de Lespinasse sobre C. D.* y su escribano, relatadas en su época. Sus opiniones, en ese entonces, se ajustan absolutamente a nuestros tiempos: ¡los mismos absurdos, los mismos tópicos y los mismos triunfos mezquinos! Sería lamentable si no fuera tan grotesco. Nada parece haber cambiado en los últimos sesenta años; están los mismos burgueses en la misma calle Saint Denis, los mismos hombres y mujeres del mundo —no falta nada. No han envejecido, todavía gozan de buena salud. La estupidez y el mal gusto son los mejores agentes para mantener a la sociedad en toda su prístina idiotez...
Aquí estoy, hablando como si supiera de lo que estoy hablando. ¡Sería un buen comienzo si intentara en algún momento escribir! También podría presentarme como candidata al Senado.
Por favor, perdóname. Tu demanda es la causa de mi habladuría, pero no volveré a transgredir con mis ideas de nuevo. Te amo demasiado como para intentar, con todo mi ser, hacer el ridículo.
Juliette.
[1*: Esta es una mención a la demanda de Hugo en contra de la Comédie Française.
2*: C.D: es una abreviación de Casimir Delavigne.]
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Nota de la autora: Al final de las cartas de 1837 había una lista gigante con todos los gastos de JD, pero no es información muy relevante para su "trama", así que encontré un poco redundante el traducirla. Lo importante es que sepan que ella, aunque intentara calcular sus gastos con todo su empeño, nunca lograba hacer a sus números cuadrar xD.
Pobre... A lo mejor tenía discalculia, igual que yo jeje
Pero en fin, si quieren leer la lista, la pueden encontrar en la versión original del libro, que está disponible en Project Gutenberg.
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