CARTAS - 1835
1835.
Ya son más de las 11hrs. Ya no espero dar un paseo contigo, pero todavía espero verte esta noche. Te escribo estas pocas líneas como una disculpa por la decepción que siento cada vez que me fallas. Me encuentro miserable, pero no enojada; derramo lágrimas, pero te reprocho; a menudo soy muy digna de lástima, pero nunca dejo de amarte hasta la locura. Si tan sólo creyeras en esto, yo creo que podría soportar mi odiosa posición con más resignación. Temo que malinterpretes mi amor, y esta ansiedad hace que los días parezcan a menudo más largos y tristes.
Pero no debo olvidar que estás trabajando y que estás agotado, y que no tienes fuerzas, ni tiempo para escuchar, menos aún leer, mis preocupaciones.
11:30 p.m.
¡Ahí estás! Estoy terminando esta carta incluso más desordenadamente de lo habitual. Por suerte, el carácter y, más importante aún, el corazón de uno, no se interpretan exclusivamente con la letra.
Juliette.
Sábado, 03:15 p.m. (1835)
Mi pobre, querido, amado Toto,
Cuando te veo tan ocupado con asuntos importantes, me da vergüenza añadir a tus fatigas la reiteración de mi devoción, que ya conoces de memoria. Si no temiera que malinterpretaras mi silencio, pondría un fin a estas cartas que, al final de cuentas, no son más que un frío esqueleto, un relato aburrido de los sentimientos generosos, tiernos y apasionados que llenan mi corazón. Debería detenerlas, me digo, hasta después de la representación de tu obra, reservándome el privilegio de vengarme después, multiplicando mis palabras y mis caricias. Esto es lo que haría, si tu sintieras por mí tan sólo una cuarta parte del celo que siento yo por su querida personita.
Son casi las tres. Espero que a estas alturas todo haya ido bien en el ensayo. Ya es hora, mi admirado, amado y adorado poeta, de que abandones ese miserable antro que llaman Théâtre Français. Lo dejarás con todo el crédito para ti, a pesar de la mala voluntad de dicho viejo celoso, y la estupidez, el odio y la malicia de su camarilla hacia ti.
Tú verás, mi espléndido león, si esos horribles cuervos se atreverán a graznar ante tu rugido. En cuanto a mí, si algo podría hacerme más orgullosa y más feliz, sería saber que sólo yo te comprendo.
Juliette.
Sábado, 1:30 p.m., 11 de abril de 1835.
¿Por qué fuiste tan astuto, hace un momento? Me pone terriblemente ansiosa, especialmente teniendo en cuenta tus paseos matutinos al Arsenal. Toto...Toto...Tu no sabes de lo que soy capaz; ¡cuídate! No te amo por nada. Si cometes el engaño más mínimo del mundo, debería matarte. Pero no, en serio, me da envidia verte ser tan fascinante. No me siento tan tranquila como tú desearías que estuviera. De hecho, insisto en asistir a estos ensayos. No elijo confiar a mi querido amante a la discreción de cualquier don nadie. Deseo conservar a mi amante para mí, al frente de la nación y de todas las actrices francesas.
Esta es mi resolución política y literaria: la pondré en práctica a partir de mañana.
Por cierto, hoy es mi cumpleaños. Ni siquiera lo sabías... o mejor, me atrevo a decir que no te importa si yo nací o no. ¿Es cierto que no te importa ni un poquito? ¡Esa es toda la importancia que le das a mi amor! Y, sin embargo, una cosa es muy cierta: que fui creada y puesta en el mundo únicamente para amarte, y solo Dios sabe con qué ardor cumplo mi misión.
Te amo... ah, sí, efectivamente, te amo... ¡Amo a mi Victor!
Juliette.
Sábado, 8 p.m. (1835).
Estoy más decidida que nunca a separar nuestras vidas una de la otra. Lo que dices sobre la edad cada vez mayor de Mademoiselle Mars, y la imposibilidad de obtener a través de ella un doble éxito, tanto literario como financiero, y sobre la necesidad de conseguir los servicios de Madame Dorval o de alguna actriz igualmente bella y célebre, me han convencido a cortar nuestro vínculo lo antes posible, sin importar adónde yo tenga que ir, ni en qué condiciones pecuniarias.
Tus palabras de esta noche prueban que has obtenido información privada sobre mademoiselle Mars, Madame Dorval, y el teatro en general, que me has ocultado, aunque es información que debe revolucionar completamente los planes hechos por ti para la primera obra que ibas a representar en el teatro.
El misterio que has mantenido sobre el tema, contrario a todas tus promesas de no ocultarme nada, me duele más que la traición del señor Harel y de la mademoiselle George, más incluso que la perversa animosidad de tus enemigos y la perfidia de tus amigos íntimos contra mí.
Este silencio es una prueba positiva de que soy un obstáculo para tus intereses; le temes a mi ambición y mis celos; ya habías previsto la conveniencia de dar un papel a la señora Dorval, pero no te atreviste a decírmelo, por temor a encontrar resistencia y lágrimas por mi parte ante esta nueva distribución. Sólo las has evitado parcialmente. No intentaré frustrarte, al contrario; en cuanto a mis lágrimas, no vale la pena enjugarlas*, ni siquiera contenerlas.
Desde esta misma noche cesamos nuestra comunión de intereses dramáticos. Yo vuelvo al puesto que nunca debí haber dejado: el de actriz de mala muerte, a la que le dan cualquier papel, y además mal pagado. Tú, retomas tu libertad sin ningún impedimento.
Esperemos que esta nueva resolución conduzca a nuestra mayor felicidad.
Juliette.
[*Hay manchas de agua, muy probablemente lágrimas, por toda la carta]
Martes, 28 de abril de 1835, cuatro horas antes de la primera producción de "Angélo".
Esto es sólo para recordarte de mi amor, que tan sólo será purificado y aumentado por la mala suerte y la perfidia a las que estás más expuesto que los demás, mi noble poeta, mi rey —rey, en verdad, de todos nosotros, aunque seas un amante solo mío. ¿No es así? No tengo nada que temer de ti, ¿verdad, querido mío? Te cuidarás y resistirás los avances de esa mujer desvergonzada. Prométeme esto. No quisiera aludir a ello hoy, pero me inquieta tanto la idea de que pases toda la velada en su compañía, que daría mi vida para evitarlo. Si entendieras la grandeza y calidad de mi amor, agradecerías mi alarma.
Piensa en mi pobre persona, sentada detrás de un palco esta noche, soportando toda la angustia de los celos y del amor.
Juliette.
PD: Madame Pierceau llegó a las una, dejando al Monsieur Verdier en un carruaje abajo. Estaba desesperado por la pérdida de su asiento, que, según él oyó, fue arrebatado de sus manos por orden tuya. Como yo no sabía qué decir al respecto, aconsejé a la señora Pierceau que te enviara el caballero.
Monsieur Pasquier, como ya lo había previsto, no se ha llevado el palco de la Madame Récamier. Me pregunto qué has hecho con él.
¿Te llegó esto a tiempo?
Medianoche del martes, 28 de abril de 1835, una hora después del triunfo de "Angélo".
Mi copa está llena. ¡Bravo! ¡¡Bravo!! ¡¡¡Bravo!!! ¡¡¡¡Bravo!!!! ¡¡¡¡¡Bravo!!!!! Por primera vez he podido aplaudirte tanto como deseaba, porque no estabas allí para impedirlo.
¡Gracias, amado mío! Gracias por mí, cuya felicidad aumentas con cada nuevo segundo de mi vida, y gracias también en nombre de la multitud que estaba allí, admirándote, escuchándote y apreciándote.
Vi y oí todo, y te contaré todo al respecto; aunque si los aplausos, el entusiasmo y el delirio pudieran medirse por su peso, mi carga sería ciertamente pesada. Mañana te daré los detalles más minuciosos de la actuación, porque no me atrevo a esperar verte esta noche; ¡Sería demasiada felicidad para un día, y no quieres que me vuelva loca de alegría!
Hasta mañana, entonces. Si supiera con qué escrupulosidad aplaudí a Madame Dorval, dudarías en decir o hacer algo que aumentaría el dolor que ya siento ante la idea de que se haya elegido a otra persona para interpretar sus nobles sentimientos. ¡Ah, ahora vuelvo a dar paso a la tristeza, porque estás con esa mujer!
Buenas noches, mi amado. Duerme bien, mi poeta. Si el sonido de un gran coro de halagos no lo previene, a tus laureles les añado mis tiernas caricias y miles de besos.
Juliette.
Viernes, 8 p.m. (1835).
Si yo fuera una mujer inteligente, mi hermoso pájaro, ¡podría describirte cómo reúnes en ti las bellezas de las formas, del plumaje y del canto! Te diría que eres la mayor maravilla de todas las épocas y sólo estaría diciendo la simple verdad. Pero para expresar todo esto en palabras adecuadas, magnífico mío, necesitaría una voz mucho más armoniosa que la que se otorga a mi especie —porque soy el humilde búho del que te has burlado últimamente. Por tanto, esto no puede ser. No te diré hasta qué punto eres deslumbrante y resplandeciente. Eso se lo dejaré a los pájaros de dulce canto que, como tú sabes, no son menos bellos y agradecidos.
Me conformo con delegarles el deber de mirar, escuchar y admirar, mientras que a mí me reservo el derecho de amar; esto puede ser menos atractivo para el oído, pero es más dulce para el corazón. Te amo, te amo, mi Victor; No puedo reiterarlo demasiado a menudo; nunca podré expresarlo tanto como lo siento.
Te reconozco en toda la belleza que me rodea —en la forma, en el color, en el perfume, en el sonido armonioso: todo eso significas tú para mí. Eres superior a todos ellos. ¡Tú no eres sólo el espectro solar con sus siete colores luminosos, sino el sol mismo, que ilumina, calienta y revive al mundo entero! Eso eres tú, y yo soy la humilde mujer que te adora.
Juliette.
PD: Si vienes a buscarme, como has hecho creer, te veré muy pronto. Nunca te he deseado más ardientemente. Lanvin acaba de llegar. Te contaré más sobre ello cuando te vea.
[Nota de la autora: Esta es otra de mis cartas favoritas de JD, porque se nota el amor y cariño que sentía por Hugo... *Respira hondo y lo mira de reojo* Viejo malagradecido.]
Jueves, 7:30 p.m. (1835).
A mi querido ausente.
Casi no te vi esta mañana. No te he visto esta tarde, y Dios sabe qué hora será antes de que vengas a llevarme a Angélo, porque no admito la posibilidad de que se realice una sola presentación de tu obra sin mi presencia; además, no lamento saber exactamente cuánto tiempo pasas con estas actrices del siglo XVI, y con las del XIX, que no son menos peligrosas. ¡Ah! Ahora estoy casi tan enojada como triste. Me había prometido que hoy no escribiría mucho, sólo para enseñarte a no tirar mis cartas sin antes leerlas. Yo, mis cartas, ¡olvidadas! Ciertamente logras ser el amante más adorado y el menos atento. ¡Ay, no te importas!
No me prestes atención, estoy triste. Esta noche te añoro como el pobre prisionero hambriento por su miseria, y por la hora en que acostumbra recibirla.
Pero eres indiferente —puedes dejar tranquilamente que mi alma muera de inanición—, ¿no me amas entonces? ¡Dime!
Bueno, yo te amo. Te amo, mi Victor. Te perdono, porque espero que no sea tu culpa, y también, porque no puedo evitar amarte.
Juliette.
Martes, 8 p.m., 1835.
Me heriste un poquito un rato atrás, mi Toto. Mientras yo sacrificaba la felicidad de estar contigo por un momento más, ante tu necesidad de reposo, tú te preocupabas por nimiedades, y no me otorgaste ni un pensamiento, ni un adiós. En momentos como estos me veo obligada a percatarme de que no te preocupas por mí como yo me importo por ti y, en consecuencia, me siento desdichada.
Otra cosa que he observado es que nunca aludes a mis cartas. No notas las quejas que hago, ni el amor que te derramo con cada palabra. Has convertido mi felicidad y satisfacción en tristeza. Mi Toto, tú no me amas como yo te amo. Has agotado tu facultad de amar. Me digo a mí misma que la entusiasta y apasionada devoción que una vez albergaste por mí se ha degenerado a una mera parcialidad; entonces me lamento y me deprimo, como una mujer traicionada.
Si supieras cuánto te amo, mi Toto, entenderías la angustia de mis anhelos, me compadecerías y, en lugar de dejar mis cartas sin respuesta, volarías hacia mí en el momento en que las hayas leído, para tranquilizarme y consolarme si mis temores son infundados.
No importa, te doy mil besos. ¿Cuántos desperdiciarás?*
Juliette.
[Nota de la autora: Otro momento de JD que debo resaltar, porque OOF. Eso me dolió hasta a mí.]
Martes, 12.30 p.m. (1835).
Mi querido Toto,
Me has escrito una carta muy encantadora. No puedo enviarte una así de fascinante; todo lo que puedo hacer es darte todo mi corazón, mis pensamientos y mi vida.
Tienes toda la razón cuando dices que pronto me entregaré de nuevo a ti, independientemente de los dolores que puedan seguir a dicho acto. Es verdad, porque prefiero prescindir de la vida que de tu amor.
Pero déjame repetirte la alegría, la sorpresa y la felicidad que me causó tu carta. Eres mejor que yo, y tienes razón cuando piensas que soy una vieja idiota. Estoy en el séptimo cielo esta mañana. Nunca me has dado tanta felicidad, mi querido Toto. ¡Estoy muy agradecida! No puedo amarte más a cambio, porque eso sería imposible; pero puedo apreciar en mayor grado tu valor y la profundidad de tu afecto por mí.
¡Eres mi querido hombrecito, mi amante, mi dios, mi adorado tirano! ¡Te amo, te adoro, pienso en ti, te deseo, te invoco!
Juliette.
PD: ¿Qué prefieres? ¿Calidad o cantidad?
Lunes, 8.20 p.m. (1835).
Adoro tus celos cuando me dan el placer de verte a una hora no acostumbrada; pero cuando consisten simplemente en sospechar de mí, sin beneficio alguno para nosotros, ¡oh, cómo los detesto!
Hoy estabas bastante enfadado, pero me lo has compensado tan ampliamente viniendo como viniste, que de buena gana te vería un poco injusto conmigo todos los días, si eso implicara el placer de tenerte cerca un minuto más por la noche.
Si supieras cuán cierto es que te amo, nunca podrías tener celos, ni admitir la posibilidad de que te sea infiel; y nuevamente, si supieras cuánto te amo, vendrías a cada momento del día y de la noche, para sorprenderme en esa ocupación, y serías siempre recibido con brotes de alegría.
¡Sí, sí, te amo! No lo digo para obligarte a creerlo, sino porque anhelo repetirlo con cada respiro, con cada palabra, y en cada tono. Te adoro mucho más de lo que puedas desear. Te amo sobre todas las cosas.
Juliette.
PD: Como regla general, tú le das muy poca importancia a mis cartas. Olvidas que los ungüentos finos están contenidos en cajitas; el gran amor, en palabras triviales.
Viernes, 2 p.m. (1835).
Quieres una carta enorme y larga... y otra carta enorme y larga... No eres muy modesto en tus exigencias. ¿Qué dirías si te pidiera lo mismo —tú, que le escribes a todo el mundo, menos a mí?. Tengo una gran idea de tratarte según tus merecimientos, y escribir apenas lo mismo que tú escribes, amarte apenas como tú me amas. Tu serías bien castigado si yo hiciera esto. Pero no temas; nunca deberé hacerle sufrir con una broma tan baja. Necesito demasiado un escape a la sobreabundancia de mi corazón como para atreverme a encerrar el asunto. Estoy demasiado ansiosa por decirte cada día lo mucho que te adoro, como para condenarme al silencio. Anhelo demasiado acercarme a ti, en pensamiento, en todos los eventos, como para permitirme cortar el camino de la comunicación. Y ahora que sabes por qué escribo con tanta frecuencia, comenzaré mi carta.
Mi querido Toto, aunque te dejé hace poco tiempo, te deseo con toda la impaciencia y todas las ganas que vienen de una larga separación. Me gustaría saber dónde estás y qué estás haciendo. Me gustaría estar dondequiera que estés y, sobre todo, me gustaría estar en tu corazón y en tus pensamientos, como tú estás en los míos. Quisiera ser tú y, y que tú fueras yo, en el respeto al amor. El resto se convierte en ti, y sólo en ti. Eres admirado; yo necesito ser amada. ¿Eres capaz, te pregunto, de amarme tanto como yo te amo a ti, o al menos la mitad? incluso eso sería inconmensurable. Si supieras el alcance de mi amor, me atesorarías, sólo por eso.
¡Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo!
Esta pequeña palabra, que sale de mi corazón, tiene suficiente impulso para ascender hasta el cielo. ¡Te amo!
Juliette.
PD: He recibido una carta de mi hija. Esto, combinado con el horrible clima, me hace muy feliz.
Viernes, 9 p.m. (1835).
Me diste una tarde deliciosa. ¡Con qué gusto hablabas! No me refiero a tu ingenio; ¡una mosca no busca levantar un lingote de oro! Tampoco hablo de la felicidad de apoyarme en tu brazo, escuchar tu voz, mirarte a los ojos, respirar tu aliento, medir mis pasos con los tuyos, sentir mi corazón latir al unísono con el tuyo.
No puede haber mayor felicidad que la que disfruté esta tarde contigo, rodeada por tus brazos, tu voz mezclándose con la mía, tus ojos en los míos, tu corazón sobre mi corazón, nuestras almas soldadas. Para mí, no hay ningún hombre en esta tierra excepto tú. Los demás los percibo sólo a través de tu amor. No disfruto nada sin ti. Eres el prisma a través del cual se me aparece el sol, el paisaje verde, y la vida misma. Por eso estoy ociosa, abatida e indiferente cuando tú no estás a mi lado. No sé cómo emplear ni mi cuerpo ni mi alma lejos de ti. Sólo vuelvo a la vida en tu presencia. Necesito tus besos en mis labios, tu amor en mi alma.
Juliette.
Sábado, 11 a.m. (1835).
¡Buenos días mi Victor!
Déjame primero besarte. De todas las promesas que te hice ayer, cuando nos separamos, sólo una se ha roto. Prometí amarte como te amé en aquel momento —es decir, más que a todo el mundo; pero no sé cómo pasó, ¡he llegado a quererte mucho más! Y siento que así será, mientras viva. Te ruego, mi querido Toto, que te decidas a esto, como ya lo he hecho yo.
Sabes, mi bendito Toto, tú eres un segundo Pulgarcito, mucho más maravilloso que tu prototipo; porque no sólo con guijarros o migajas de pan marcas los caminos por los que viajas, sino también con joyas y piedras preciosas. Siempre reconoceré el lugar donde ayer dejaste caer un enorme rubí, del tamaño de un pedernal, con tanta indiferencia como si se tratara de un poco de polvo de Fontainebleau.
¿Qué crees que le debe pasar a una criatura insignificante como yo en presencia de tanta riqueza, en medio de los encantos de tu mente? ¿Perderá ella la razón? Eso ya está hecho. En cuanto a su corazón, se lo robaste muy fácilmente y, por lo tanto, a la pobre criatura no le queda nada más que lo que ya es tuyo.
Su amor, su admiración, su vida, te pertenecen! ¡Mis miradas, palabras, caricias, besos, todo, son tuyos!
Juliette.
(1835.)
Parece que ahora siempre es mi turno de escribirte. En los viejos tiempos, tus cartas evocaban mis cartas; tu amor, el mío —y era justo que así fuera, porque, como has dicho muchas veces, el hombre debía ser el perseguidor de la mujer. Siempre es incómodo cuando se produce un cambio de roles y soy muy consciente de ello. Siento que una caricia tuya me da mucha más felicidad y seguridad que miles de las provocadas por mí.
Ya son las once y media y no has llegado. Tal vez no vengas, y la prohibición que me impusiste ayer de buscarte en la imprenta redobla mi ansiedad y mis celos. Temo que te haya sucedido alguna desgracia o, peor aún, que te haya llegado alguna invitación agradable. Mi corazón está aplastado como en un vicio; creo que no hay mayor sufrimiento en este mundo que el de amar y al mismo tiempo temer. Organizamos nuestras vidas muy mal. Dado que tú no eres un agente libre, y es posible que miles de circunstancias que no podemos prever te impidan de verme, al menos deberías permitirme la oportunidad de saber qué estás haciendo y dónde te encuentras. Así me dejarías satisfecha, y me mantendrías contenta. En vez de esto, tengo que esperarte, hecha presa de miedos que desgarran mi corazón. Ay, soy digna de lástima por amarte tan intensamente. Es una sobreabundancia que seguramente matará al cuerpo que la porta.
Si me amas sólo moderadamente, ruego a Dios que me prive de una de estas dos cosas: o mi vida, o mi amor.
Juliette.
PD: Casi medianoche. ¡Qué noche tengo por delante! ¡Dios tenga compasión de mí!
En Metz,
17 de Septiembre, Jueves, 8.15 a.m., 1835.
Buenos días mi Toto, y buena mañana. Está magníficamente agradable, y seremos ambos enormemente felices. Estamos a punto de retomar nuestra vida de pájaros, nuestra vida de amor y libertad en el bosque. Estoy encantada. Si tan solo estuvieras aquí, yo te besaría con todas mis fuerzas y ánimo, como recordatorio.
¿Qué clase de noche tuviste? ¿Me amaste? ¿Me has estado escribiendo bajo el viejo castaño? Estoy seguro de que no. Eres un bribón, me temo que sigo amándote en proporción a la disminución de tu cariño.
Anoche no pude leer. Me acosté a las diez y cuarto y tuve sueños horribles. Confío en que no se harán realidad, pero confieso que me alegraría tener noticias de mi pobre niña, a quien descuidamos demasiado. Si pasan dos días y no recibo una carta, escribiré a Saumur, porque estoy realmente preocupada por ella.
Mi querido Toto, ahora me voy a vestir para llegar más temprano a tu lado. Te amo, te amo con todas mis fuerzas y con toda mi alma. ¡Te beso! ¡Te adoro! Hasta esta tarde.
Tu Juliette.
En Metz,
24 de Septiembre, jueves, 8.45 a.m.
Buenos días, mi querido Victor. Te amo y soy feliz, porque vamos a estar más absolutamente juntos de lo que fue posible ayer o anteayer, cuando un tercer inconveniente perturbó nuestra privacidad. Además, el clima es glorioso y estoy perdidamente enamorada de ti; así que todo a mi alrededor brilla radiante y hermoso.
Me quedé en cama hasta las 8.30, aunque me desperté a las siete; pero me limité a dar vueltas perezosamente, pensando en ti y leyendo los periódicos de ayer. Llegué a casa exactamente a las siete de la noche, me cambié de ropa, ordené mis cosas, cené, te escribí, hice mis cuentas y leí a Claude Gueux hasta las diez y media. Luego, me ricé el cabello y me metí en la cama a las once. Fui a verte en espíritu, y soñé que estaba besando al bebé Toto, y poniendo celoso al gran Toto. Esta es la historia completa de mi mañana hasta ahora; ahora me vestiré, desayunaré, y saldré a caminar por el prado con la sirvienta. Adiós, querido, hasta la felicidad de esta tarde. Soy siempre tuya en amor y anhelo.
Te amo con todo mi corazón, te abrazo en espíritu, te adoro con toda mi alma, te admiro con todas las facultades de mi mente. Piensa en mí, ven a mí, ven a mí lo antes posible. Mis brazos, mi mejilla, todo mi ser, te esperan.
J.
En Metz,
Jueves, 8.45 p.m.
Mi querido, buen Toto:
Habría regresado sin aventuras, si no me hubiera topado con un enorme y horrible sapo en el camino, que me hizo volar a casa, chillando como si el diablo me pisara los talones. Llegué aquí a las siete y diez, comencé a cenar a las ocho y cinco, y ahora estoy sentada escribiéndote, para agradecerte toda la bienaventuranza que me entregas. Este día, aunque estuvo empapado de lluvia, ha sido uno de los más hermosos y felices de toda mi vida. Si hubiera habido un arco iris en el cielo, este se reflejaría en nuestros corazones, uniendo nuestras almas en pensamiento y emoción.
Te agradezco por llamar mi atención a tantas cosas hermosas que nunca notaría sin tu ayuda y sin el toque de tu querida mano blanca sobre mi frente; pero hay una belleza más grande y más noble que todas las combinadas del cielo y de la tierra, para cuyo reconocimiento no necesito ayuda, y esa eres tú, mi mejor amado, tu personalidad que adoro, tu intelecto que me encanta y deslumbra. ¡Ojalá tuviera la pluma de un poeta para describir todo lo que pienso y siento! Pero, ¡ay! ¡No soy más que una pobre mujer enamorada, y tal condición no favorece la brillantez de expresión!
Buenas noches, adorado mío; buenas noches, cariño. Duerme bien. Te mando mil besos.
J.
En Metz,
Lunes, 11.05 a.m., 24 de septiembre de 1835.
¡Grande fue nuestra desgracia ayer! En eso estoy de acuerdo contigo, mi Victor, porque te amo. Durante más de un año he sufrido mucho; la mayoría de las veces, sin quejarme. Siempre confié en que mi amor y fidelidad engendrarían en ti sentimientos de estima y de confianza, pero ahora esa esperanza ha llegado a su fin para siempre; porque, lejos de disminuir, tu sospecha y desprecio han crecido hasta alcanzar dimensiones terribles. Me amas, lo sé, y te adoro con todas las fuerzas de mi ser. Tú eres el único hombre al que he amado, el único al que le he dado esta certeza. Sin embargo, ahora te imploro de rodillas que me dejes ir. No puedo insistir demasiado en esto. Verás, querido mío, estoy tan desdichada, tan humillada, y sufro tan intensamente, que tendré que dejarte, incluso contra tu voluntad; así que sería más amable de tu parte dar tu consentimiento, para que al menos pueda tener la triste satisfacción, si tengo que abandonarte, de saber que no te he desobedecido.
¡Adiós, alegría mía! ¡Adiós, vida mía! ¡Adiós, alma mía! Te dejo, para preservar nuestro amor; ofrezco este sacrificio en nombre de ambos. Más tarde lo entenderás. Pero antes de despedirme de ti por una última vez, te juro que durante el último año no he cometido ni un solo acto del que deba avergonzarme, ni he albergado ningún pensamiento culpable. Te lo digo desde el fondo de mi corazón. Puedes creerlo.
Iré con mi hija, porque estoy preocupada por ella desde que llegó a Saumur. Quizás pueda traerla de regreso conmigo. Creo que me equivoqué mucho al alejarla de mí. Tengo la intención de reparar mi culpa si todavía hay tiempo. El pretexto de su salud será suficiente ante el mundo. Mi corazón será ignorante ante todo lo que te concierne. Me lo guardaré todo para mí. Debo conseguir trabajo. Si puedes hacer algo para ayudarme a encontrar uno, sería muy bueno de tu parte. Te lo menciono por primera y última vez porque, si me olvidaras, sabes muy bien que yo sería la última en aventurarme a recordarte.
Adiós de nuevo, amigo mío; ¡Adiós, para siempre! He estado copiando tu librito, esperando que seas lo suficientemente generoso como para dejarmelo. ¡Adiós! ¡Adiós! ¡No sufras, no llores, no pienses, no te acuses! Te amo y te perdono.
Juliette.
En Metz,
Sábado, 7.30 p.m, octubre de 1835.
Estabas muy apurado por dejarme esta noche, amado mío. Si tu motivo era tenerme en consideración, hacerlo fue prepotente y torpe por tu parte, porque nunca me disfruté más que esta noche y, hasta el momento en que me dejaste tan abruptamente, nunca había saboreado tanto la felicidad de estar contigo. en las carreteras y caminos.
Por eso regresé a casa triste y pensativa. He comenzado mi carta esta noche con menos alegría y confianza en el futuro, porque me pesa tu prisa por dejarme, y no puedo explicármela satisfactoriamente.
Llegué aquí a las seis y cuarto, sufriendo una gran indigestión. La criada me dijo que alguien había llamado al perro —dos caballeros que parecían ser muy apegados a él. Pobre bruto, fue un instinto equivocado el que lo llevó a seguirnos. No tengo ninguna duda de que en este mismo momento está expiando su ofensa con hambre y frío. De alguna manera estoy excesivamente interesado en el destino del desafortunado animalito. Siento algo que va más allá de la lástima ordinaria por él; me hace pensar en el destino y el futuro que le espera a una pobre chica que ambos conocemos. También sigue paso a paso a un maestro que no tendrá escrúpulos en dejarla a la deriva cuando su deber para con la sociedad resulte tan apremiante y sagrado como el que lo llamó esta noche.
Estoy deprimida, mi querido amigo, y no me encuentro nada bien. La presión en mi pecho está aumentando. Espero que tu dolor de garganta disminuya en proporción a lo que estoy soportando. La Providencia es demasiado justa para permitir tal acumulación de sufrimiento. Buenas noches. Que duermas bien y, si puedes, piensa en mí. En cuanto a amarme, esa es otra cuestión; las emociones de uno no pueden crecer a la orden. Te amo.
J.
Domingo, 8 p.m., 1835.
Querido mío, no puedo describirte el éxtasis con que escuché los dos poemas sublimes que me recitaste, uno sobre la primera Revolución, y el otro sobre los dos Napoleón.
¡Pero dónde se puede encontrar en la tierra alguien que se equipare a ti!... Mi querido Totó, no te rías de mí. Siento tantas cosas que no puedo expresar, y mucho menos escribir. Te amo y venero, y cuando reflexiono sobre lo que eres, ¡me maravillo! Desde que me dejaste, he vuelto a leer Napoleón II. Nunca me cansaré de ello. Ahora la obra se va a acostar conmigo.
Me dijiste que te esperara hasta las 9.30; después de esa hora me acostaré. Si vienes más tarde, yo misma te abriré la puerta, ya que has olvidado la llave. Quiero hacerlo, para no perder ni un segundo de la felicidad de tenerte conmigo. ¡Duerme bien —buenas noches—, no sufras —no trabajes—, duerme!
Juliette.
Miércoles, 8.30 p.m., 1835.
Casi tengo miedo de tomar al pie de la letra tu petición de enviarte una carta diaria. Dime seriamente cómo debo interpretarla, para no hacer el ridículo abrumándote con cartas que no quieres. Dime la verdad de una vez por todas, para que sepa dónde estoy parada, y para que me entregue sin freno al placer de decirte y escribirte que te amo con todo mi corazón, y que sólo tú constituyes mi única alegría, mi única felicidad y mi único futuro. Si puedes experimentar apenas una cuarta parte de la dicha al leer, de la que yo sentiré al escribir mis garabatos, recibirás algo de mi prosa todos los días, pero en cantidades limitadas, calculadas para no agotar tu paciencia.
Y, para demostrar mi capacidad de autocontrol, me limitaré a seis billones de besos para tu hermosa boca. Además, ¡aquí vienes! Te amo.
Juliette.
Miércoles, 8 p.m, 02 de diciembre de 1835.
Mi querido:
Cuando uno está enfermo y tiene fiebre, todo tiene un sabor amargo en los labios y en el paladar. Yo estoy en esa posición. Soy abominablemente miserable y todas las dulces palabras que me regales parecen envenenadas. Pero me queda suficiente sentido común para darme cuenta de que es mi condición la que me impide de saborear toda la dosis de felicidad que puedes brindarme en un momento. Perdóname por el sufrimiento, y por no tener la fuerza o la generosidad para ocultártelo; es sólo porque sufro demasiado y te amo demasiado, que es lo mismo.
Prometo estar muy alegre esta noche y disimular mis sentimientos. He leído todo lo que a ti se refiere en los periódicos, y no puedo dejar de sospechar que se ha recortado deliberadamente un pasaje sobre tu persona, y tu obra. Si este es el caso, será mejor que me lo digas, porque soy bastante capaz de soportar la verdad y hasta de oír mentiras; así que te ruego que me digas lo que había en ese periódico de una vez, y así me ahorras la molestia de conseguir otra copia. De hecho, debes sentirte feliz y orgulloso en nombre de la persona a quien se supone que dedicaste tu sublime poema.
El artículo del Monsieur F. Dugué parece singularmente bien informado sobre tu regreso al hogar doméstico. Al parecer, no soy la única que se da cuenta de que desde hace un año has cambiado tus hábitos y tus sentimientos, aunque probablemente soy la única que a consecuencia de ello morirá de pena —pero ¿qué importa, mientras el espacio doméstico siga alegre y la familia, feliz?
Espero que hagas todo lo posible por venir a verme mañana, durante los intervalos de la presentación, a menos que los saludos que debes hacer y los elogios y admiraciones que debes reconocer te detengan contra tu voluntad; en dicho caso, espero ser lo suficientemente valiente para no preocuparme por tan insignificante inconveniente, y lo suficientemente razonable para no dejar que la magnitud de mi amor dependa de un placer tan simple.
Verás, mi querido ángel, me inclino ante los argumentos que me inculcas. Ya no estoy triste, ni sufro. Te amo; esa es la palabra más verdadera de todas.
Juliette.
Martes, 8.45 p.m., 15 de diciembre de 1835.
Por supuesto, querido, hiciste bien en volver, sea cual sea el motivo; pero el placer de tu visita se vio arruinado por tu pregunta sobre cómo yo paso mi tiempo, cuando es evidente que mi conducta es irreprochable.
Puede que te sorprenda que hoy yo haya soportado la inquisición a la que habitualmente me sometes con menos ecuanimidad que de costumbre. Confieso, pobre ángel mío, que no sé por qué debe ser así. Quizás soy como el lisiado, que siente dolor en la pierna que le han amputado, mucho después de haberla perdido. A menudo sufro por mi vida pasada, aunque el presente es muy diferente. Sufro, no por las variaciones de temperatura, sino por las variaciones de tu amor, que parece volverse cada día más frío y más sombrío.
Si me equivoco, perdóname y ten piedad de mí; pero si, como temo, yo no me equivoco, dímelo con franqueza y te agradeceré tu sinceridad. Verás, pobre amigo mío, no puedo creer que tus celos sean más que una insultante desconfianza hacia nosotros dos. Te he observado atentamente durante los últimos seis meses y puedo ver muy bien que, aunque tu amor va menguando poco a poco, tu supervisión se vuelve cada vez más activa y más inquieta. Si estuviera absolutamente segura de lo que sospecho, no te diría esto —me iría inmediatamente y nunca volverías a saber de mí; pero si por casualidad estoy equivocada y todavía te preocupas por mí, tal conducta acarrearía un dolor espantoso para ambos. Por lo tanto, yo me quedo, prefiriendo incurrir en tu odio y desprecio, a correr el riesgo de perderte.
Ahí está, pobre ángel mío, la actitud de mente y de corazón en la que me encontraste esta tarde; explicará por qué recibí tan mal tu pregunta, aunque agradecí tu presencia. Verás, mi cabeza y mi corazón están cansados. Si no tienes cuidado, alguna calamidad, resultante de esta condición, te alcanzará y aplastará, en un momento en el que ni tú ni yo podremos evitarlo. Te doy esta advertencia con toda sinceridad, pero con la íntima convicción de que no te afectará. Mientras sientas que te pertenezco total y enteramente, eres tan indiferente a mis sufrimientos como a mi felicidad.
J.
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Nota de la autora: Para darles una parte del POV de Hugo durante este año, agregaré algunos poemas que él le escribió a JD en 1835, más las fechas... Más una vez, la traducción es mía, así que si me equivoco en algo, es porque mi francés es muy básico jeje.
"Puisque j'ai mis ma lèvre" (01 de enero de 1835)
Ya que puse mi labio en tu copa aún llena;
Ya que he puesto en tus manos mi pálida frente;
Ya que respiré a veces el dulce aliento
de tu alma, perfume en la sombra sepultada;
Ya que se me fue otorgado el escucharte decirme
las palabras de donde se extiende el corazón misterioso;
Ya que vi llorar, ya que vi sonreír
A tu boca en mi boca y tus ojos en mis ojos;
Ya que vi brillar en mi cabeza encantada
un rayo de tu estrella, ¡ay! siempre velada;
Ya que vi caer en la ola de mi vida
una hoja de la rosa arrancada de tus días;
Ahora puedo decir a los años fugaces:
-¡Vamos! ¡Pasa rápido! ¡Ya no tengo que envejecer!
Vete tú con tus flores marchitas;
¡Tengo una flor en el alma que nadie puede arrancar!
Tu ala golpeándola no derramará nada
del vaso del que bebo y que he llenado bien.
¡Mi alma tiene más fuego que tú cenizas!
¡Mi corazón tiene más amor que tú, olvido!
"Puisque nos heures sont remplies" (19 de febrero de 1835)
Ya que nuestras horas están llenas
De problemas y calamidades;
Ya que las cosas que vinculas
Están sueltas por todos lados;
Ya que nuestros padres y nuestras madres
Han ido donde todos iremos,
desde niños, y sus queridas cabezas,
se durmieron delante de nosotros;
Ya que la tierra donde te inclinas
Y que mojas con tus lágrimas,
Ya tiene todas nuestras raíces.
Y algunas de nuestras flores;
Ya que en la voz de los que amamos ahora,
se mezclan las voces que los que un día amamos;
Ya que nuestras mismas ilusiones
Están llenas de las sombras de antaño;
Ya que el momento en que bebemos el éxtasis
Sentimos el dolor desbordarse,
Ya que la vida es como un jarrón,
Que no se puede llenar ni vaciar;
Ya que a medida que avanzamos
en más tinieblas nos sentimos flotando;
Ya que la esperanza mentirosa
no tiene más cuentos que contarnos;
Ya que el dial, cuando suena,
No nos promete nada más para mañana,
Ya que ya no conocemos a nadie
de los que recorren el camino,
¡Saca a tu mente de este mundo!
¡Pon tu sueño en otro lugar que no sea aquí!
¡Tu perla no está en nuestra onda!
¡Tu camino no está bajo nuestros pies!
Cuando la noche no está estrellada,
Ven a mecerte ante las olas de los mares.
Como la muerte, están veladas,
Como la vida, son amargas.
La sombra y el abismo tienen un misterio.
Que ningún mortal ha penetrado;
Es Dios quien les dice que callen.
¡Hasta el día en que todo hablará!
Otros ojos de estas innumerables olas
Han buscado en vano el fondo;
Otros ojos se llenaron de sombra
¡Para contemplar este cielo profundo!
Tú, demanda al mundo nocturno.
¡Paz para tu corazón abandonado!
¡Pide una gota de esta urna!
¡Solicita una canción en este concierto!
Elévate por encima de otras mujeres,
Y deja que tus hermosos ojos vaguen
Entre el cielo donde están las almas
¡Y la tierra donde están las tumbas!
"À mademoiselle J" (01 de marzo de 1835)
¡Canta! ¡Canta! ¡Joven inspirada!
La mujer que canta es sagrada.
¡Incluso para los celosos, incluso para los pervertidos!
¡Bendita la mujer que canta!
Su belleza defiende su genio.
¡Ojos hermosos salvan hermosos versos!
Yo, que estoy destrozado por tanta rabia,
amo tu amanecer sin tormentas;
Sonrío en tus ojos sin lágrimas.
Así que canta tus canciones divinas.
¡La mía es la corona de espinas!
¡La tuya es la corona de flores!
Hubo un tiempo, un tiempo de borrachera,
donde el amanecer que te acaricia
brillaba en mi hermosa primavera,
donde el orgullo, la alegría y el éxtasis,
como un vino puro de cara vasija,
¡Rebosaba de mis diecisiete años!
Entonces, a cada paso que doy,
Una quimera deslumbrante
Fijó sus ojos dorados en mí;
entonces, prados verdes, cielos azules, aguas corrientes,
en las perspectivas sonrientes
¡me miraban, flotando, maliciosos!*
[No supe traducir muy bien esta parte, "mes regards flottaient égarés"]
Entonces le dije a las estrellas:
Oh astro mío, en vano te velas.
¡Sé que brillas ahí arriba!
Entonces le dije a la orilla:
Tú eres la gloria y yo ya voy en camino.
¡Cada uno de mis días es un nuevo flujo!
Le dije al bosque: foresta oscura,
como tú, tengo innumerables ruidos.
Al águila: ¡contempla mi frente!
Dije a las copas vacías:
Estoy lleno de ideas ardientes
¡Cuyas almas quedarán intoxicadas!
Luego, del fondo de veinte cálices,
Rocío, amor, perfumes, delicias,
Se esparcieron sobre mi sueño;
Tenía mis cestas llenas de flores;
Y como un animado enjambre de abejas,
¡Mis pensamientos volaron al sol!
Como una luz de luna azulada,
El rojo brasero de pastor
Se asentó en el mismo arroyo;
Como en los bosques húmedos,
A través del ruido de las hojas mojadas
Oímos el sonido de un pájaro;
Mientras todo me decía: ¡Amor!
Escuchando todo lo que está fuera de mí,
Ebrio de armonía e incienso,
Escuché un murmullo deslumbrante,
La canción de toda la naturaleza.
¡En el tumulto de mis sentidos!
Y rosas feroces en abril,
Las noches de verano inundadas de luz de luna,
Caminos cubiertos de huellas humanas,
Todo, el escollo con sus enormes caderas,
Y los viejos troncos deformes
que se apoyan en los caminos,
Esta lengua austera me habló,
Lenguaje de sombra y misterio,
Quien pregunta a todos: ¿Qué sabemos?
Quien, a veces casi asfixiado,
Canta notas para Orfeo,
¡Dice palabras para Platón!
¡La tierra me llamó Poeta!
¡El cielo me repitió Profeta!
¡Camina! ¡Habla! ¡Enseña! ¡Bendice!
¡Inclina la urna de canciones sublimes!
Vierte sobre los valles negros como sobre las cumbres,
¡En los aires y en los nidos!
Esos tiempos ya pasaron. - En este momento,
Feliz por cualquiera que me toque,
Estoy triste dentro de mí;
Tengo un mal huésped bajo mi techo;
Yo soy la torre espléndida y alta
Que contiene el oscuro campanario.
La sombra de mi corazón ha sido derramada
bajo mi prosperidad oculta,
El dolor llora en mi casa;
Un gusano roe mi racimo de uva maduro;
Todos los días susurra un trueno
¡Detrás de mi vago horizonte!
La esperanza conduce a puertas cerradas.
Esta tierra está llena de cosas.
De las cuales sólo vemos un lado.
Está en juego el destino de todos nuestros deseos;
Y la vida es como la rueda
¡De un carruaje que se marchó con el polvo!
A medida que pasan los años,
Más pálido y menos coronado,
Pasan sobre mí en el alto del cielo,
Mis quimeras, a las que veo volar
Como moscas efímeras
¡Que no saben hacer miel!
En vano revuelvo dentro de mí mismo
El amor, este dulce y supremo fuego
Que arde en todos los trípodes.
Y toda mi alma en llamas,
Se sube al cielo en humo
¡O cae en cenizas bajo mis pies!
Mi estrella ha huido bajo las nubes.
La rosa no ha regresado
Ni aterrizado en mi rama negra.
En el fondo de la copa están las heces,
En lo más profundo de los sueños, la locura,
¡Al fondo de la aurora, el atardecer!
Siempre alguna boca marchita,
A menudo alimentada por mi piedad,
En todos mis trabajos me ultrajó.
Y también cuántos pensamientos tristes,
Tantas cuerdas rotas
¡Ya están colgando de mi lira!
Mi abril va muriendo hoja a hoja;
En cada rama que escojo
La espina del dolor crece;
Cada hierba tiene para mí su serpiente;
Y el odio sube a mi trabajo
¡Como una cabra al laburnum que florece!
La gran y conmovedora naturaleza,
La naturaleza que a ti te encanta
Lastima mis miradas entristecidas.
El día es duro, el alba mejor.
¡Ay! la voz que me dice: ¡Llora!
Es la que te dice: ¡Canta!
¡Canta! ¡canta! ¡Hermosa inspirada!
Saluda este amanecer dorado
Que una vez también me intoxicó.
No todo son sonrisas y luces.
Algún día de tu párpado
¡Quizás florezca una lágrima!
¡Entonces te compadeceré, pobre alma!
¡Ay! Las lágrimas de una mujer,
Esas lágrimas donde todo es amargo,
Esas lágrimas donde todo es sublime,
Vienen de un abismo más profundo
¡Que las gotas de agua del mar!
"Passé" (01 de abril, 1835).
Era un gran castillo de la época de Luis XIII.
El atardecer enrojeció este palacio olvidado.
Cada ventana a lo lejos, transformada en un horno,
Había perdido su forma, y no era más que una brasa.
El techo desapareció bajo los rayos ahogados.
Ante nuestros ojos extendidos, la antigua gloria derrotada,
Uno de esos parques donde la hierba inunda el camino,
Donde en un rincón, con hiedra medio cubierta,
Sobre un pedestal gris, el invierno, estatua lúgubre,
Se calentó con el fuego de un mármol bajo la mano.
¡Oh duelo! Dormía la gran piscina, un lago solitario.
Un Neptuno verdoso se llenó de moho en el agua.
Los juncos ocultaron las olas y el agua carcomió la tierra.
Y los árboles mezclaron sus viejas y austeras ramas,
De donde alguna vez cayeron las rimas de Boileau.
A veces podíamos ver deambulando por el bosque.
Hermosos ciervos que parecían extrañar a los cazadores;
Y, pobres mármoles blancos que sostienen un viejo tronco de árbol,
A solas, bajo el cenador, ¡ay! transformado en seto,
¡Suspiran Gabrielle y Venus, estas dos hermanas!
Los mantos levantados por el largo estoque,
¡Ay! Ya no pasaban por este jardín sin voces;
Las salamandras parecieron cerrar los párpados.
Y, en la sombra, entreabriendo sus fauces de piedra,
Una vieja y aburrida guarida bostezaba en lo profundo del bosque.
Y te digo entonces: - Este castillo a su sombra
Ha contenido amor, fresco como en tu corazón,
Y la gloria, y la risa, y las fiestas sin número,
Y toda esta alegría hoy lo vuelve triste,
Como un jarrón ennegrecido y oxidado por su licor.
En esta guarida, donde el musgo ha cubierto la losa,
Llegó, con los ojos bajos y el pecho palpitante,
O la bella Caussade o el joven Candale,
Quien, de amante real a conquista feudal,
Al entrar, dijo Señor, y Louis al salir.
Entonces como hoy, para Candale o Caussade,
La nube en el cielo azul mezcló su pelusa rubia,
Un suave rayo dorado sobre la tumba y el tejado sombrío,
Las ventanas ardieron por toda la fachada,
¡El sol sonreía, la naturaleza soñaba!
Entonces como hoy, dos corazones unidos, dos almas,
Vagaron bajo este follaje donde había tanto amor por ellas;
Él llamó a su duquesa ángel entre las mujeres,
Y ojos llenos de rayos y ojos llenos de llamas
¡Se deslumbraron unos a otros, en ese entonces, como hoy!
A lo lejos, en el bosque vago, se oían risas.
Eran otros amantes, inmersos en su felicidad.
Por momentos un silencio detenía su delirio.
Con ternura él le preguntó: ¿De dónde viene tu suspiro?
Suavemente ella respondió: ¿De dónde viene tu sueño?
Ambos, el ángel y el rey, con las manos entrelazadas,
Caminaron orgullosos, alegres, pisando la verde hierba,
Mezclaron sus miradas, sus alientos, sus pensamientos...
¡Oh tiempo desaparecido! ¡Oh esplendores eclipsados!
¡Oh soles hundidos tras el horizonte!
"Oh! n'insultez jamais" (06 de septiembre de 1835)
¡Oh! ¡Nunca insultes a una mujer que cae!
¡Quién sabe bajo qué carga sucumbe la pobre alma!
¡Quién sabe cuántos días luchó contra su hambre!
Cuando el viento de la desgracia sacudió su virtud,
¿Quién de nosotros vio a estas mujeres rotas?
¡Aferrarse a él durante mucho tiempo con sus manos exhaustas!
Como al final de una rama vemos resplandecer
Una gota de lluvia, donde el cielo llega a brillar,
que sacudimos con el árbol y que tiembla y que lucha,
¡Perla antes de caer y barro después de su caída!
La culpa es nuestra; ¡De ti, rico! ¡De tu oro!
Este barro también contiene agua pura.
Para que la gota de agua salga del lodo,
Y volver a ser una perla en su esplendor original,
Esto basta, así sale todo a la luz,
¡Un rayo de sol o un rayo de amor!
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