CARTAS - 1833
Domingo, 8:30 p.m.
Antes de comenzar a copiar o contar tus palabras*, debo escribirte una línea de amor, mi querido pequeño lunático. Te amo —¿Lo entiendes? ¡Te amo! Esta es una profesión de fe que abarca todo mi deber e integridad. Te amo, ergo, te soy fiel, te veo sólo a ti, pienso sólo en ti, le hablo sólo a ti, toco sólo a ti, te respiro, te deseo, te sueño; en pocas palabras, ¡te amo! Eso es el significado de todo.
No pienses entonces en regalarte más a la melancolía; permítete ser amado y ser feliz. No me temas en lo absoluto, no dudes de mí, y los dos seremos dichosos más allá de las palabras.
Te estoy esperando en breve, y estoy lista con mi calidez y mis caricias tiernas —las que espero, te subirán los ánimos.
Tu Juju.
[*Juliette Drouet a veces trabajaba como secretaria del poeta]
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1833
Desde que me has dejado yo cargo la muerte en mi corazón. Si deseas ir al baile esta noche, debe ser al costo de una ruptura definitiva entre nosotros. El dolor que sufro al imaginarte moviéndote entre esa multitud de mujeres descuidadas, es demasiado grande como para que seas capaz de infligir sin incurrir en culpa hacia mí. Escríbeme "Cuida a Madame K..." si no escucho nada sobre ti antes de la medianoche, y yo entenderé que en verdad te importas muy poco por mí... que todo se acabó entre nosotros... para siempre.
J.
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Miércoles, 2:30 p.m.
No puedo abstenerme, querido amado, de comentar sobre la profunda melancolía en la que estabas esta mañana, y sobre la hesitación que manifiestas en cada ocasión, frente a la sinceridad de mi amor. Esta sospecha injustificable de tu parte me rompe el corazón más allá de cualquier expresión. Me intimida y me hace temerle a la idea de confesar los incidentes a los que mi previa posición dudosa me expuso. Hoy, por ejemplo, te oculté la verdad sobre la visita de un acreedor, quien se presentó al portero, pero cuya entrada no fue permitida. Le pagué lo que debía con mis propios recursos, sin tu conocimiento, porque estás siempre diciéndome que no te amo. Esta expresión de tu parte me hace sentir que tienes una opinión avergonzada de mí y de mi carácter, hecha posible tal vez por mi actual situación, pero no por ello menos falsa, injusta y cruel.
*Te amo porque te amo, porque me resulta imposible no amarte. Te amo sin preguntas, sin cálculos, sin razones malas o buenas, fielmente, con todo mi corazón y alma, y con todas mis facultades. Créeme, pues es verdad. Y si no puedes creerme, estando de pie a tu lado, yo haré el esfuerzo drástico de forzarte a que lo hagas. Yo tendré la luctuosa satisfacción de sacrificarme a una desconfianza que es tan absurda como lo es infundada.
En el entretanto, te pido perdón por el pensamiento culpable que vino a mi mente esta mañana, y que posiblemente regresará a mí, si continuas a ver en mi amor sólo una conformidad mezquina y una especulación indigna. Esta carta es muy larga, y muy triste de escribir. Confío, con toda mi alma, que jamás tendré que reiterar sus sentimientos.
Te amo. De verdad te amo. Cree en mí.
Juliette.
[*Nota de la autora: Esta es posiblemente una de mis cartas favoritas de JD, en especial por este párrafo.]
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Miércoles, 8:15 p.m.
He aquí una segunda carta. Perdona mi extravagancia epistolar. Sinceramente, me imagino que te cansarás pronto, para ponerlo de manera leve, de esta abundancia excesiva de correspondencia.
La razón de que vuelva a escribir no es novedosa: es apenas para repetir que te amo todos los días y todos los instantes, cada vez más; que me siento convencida de que estás muy ansioso por corresponder a mis sentimientos, pero que entre tu deseo y tu capacidad de hacerlo se levanta un muro de treinta metros de alto, titulado "sospecha".
La sospecha conduce al desprecio, y cuando eso existe, ningún amor real es posible. No hay respuesta para lo que acabo de afirmar. Lo siento que este es el caso, y estoy aplastada por mi pena. No sé qué debo hacer ahora, adónde ir, qué planes armar. Sólo puedo sufrir, así como sólo puedo amarte a ti.
Juliette.
P.D. : Si esta carta algún día es encontrada, será aparente que mi amor fue insuficiente en tus ojos para expiar mi pasado.
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2 a.m.
Mi Victor,
Te amo, de veras, y no conozco, ni puedo imaginarme, una personalidad que merezca más mi devoción que tú.
Te admiro como un amigo fiel e íntegro; como el más noble y estimado de los hombres.
Me duele el sentir que mi vida pasada es un obstáculo para tu confianza. Antes de que me importase por ti, no sentía ninguna vergüenza de ella, ni hice intento alguno de esconderla o alterarla; pero desde que te conozco esta actitud mental ha cambiado, en todos los aspectos. Me sonrojo por mí misma, y tengo pavor de que mi amor no posea la fuerza suficiente para borrar las manchas de mi pasado. Le temo a esto todavía más cuando tú sospechas de mi, injustamente.
Mi Victor, es el deber de tu amor el santificarme, el de tu estima renovar en mí todo aquello que una vez fue bueno y puro.
Me importo tanto por ti, que esto es posible. Yo me volveré digna de ti, si tan solo me ayudas a serlo.
Hasta luego. Tú eres mi alma, mi vida, mi religión; te amo.
Juliette.
P.D.: Tu aprecio por mis cartas es una de las mejores pruebas de amor que ya me has dado. Me pondré a trabajar para reconstruirlas. Nada ha pasado desde que me dejaste ayer, excepto que mi amor por ti ha aumentado.
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1833.
Antes de leer esta carta, mírame una vez más con afecto.
Mi pobre amigo, estoy a punto de entristecerte y sorprenderte grandemente. Aun así, esto debe ser hecho. Ya no tengo el coraje de armarme contra tus injustos y sospechosos celos, y tu continua falta de confianza ante un sentimiento que es tan puro y verdadero como el que uno le demuestra a Dios. Estas emociones me desgastan y me hacen miserable, al último nivel. Preferiría dejarte, que exponerme más a un duelo nuevo, que podría terminar destruyendo mi razón o mi amor. Esta decisión está determinada por el exceso de mi afecto. Aunque sufras, perdóname, y bendíceme antes de que me dejes para siempre. Te amo.
J.
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1833.
Ya que insistes en negar las ofensas que existen sólo en tu imaginación, te lo debo hacer comprensible y sin restricciones; no es cierto que he te intentado injuriar usando reproches indignos de tu persona, y de mí. No es cierto que haya tenido cualquier otra opinión a tu respecto, sino esta; que te estimo por sobre todos los hombres.
La real e irrevocable causa de nuestro alejamiento es la certeza de que tu amor por mí es incompleto. Soy persuadida de ello todos los días, y particularmente hoy, cuando en efecto, tú me has dicho que pensaste que te había engañado respecto al estado de mis sentimientos.
Esta es una ofensa grave hacia una mujer que jamás te ha decepcionado con relación a los contenidos de su corazón, y cuya única falla es amarte demasiado; porque su exceso en este aspecto le ha dado el triste coraje de arriesgarse a perder tu estima, para conservar tu amor un día más.
Pero no estoy dispuesta a pensar que pretendías hacerme daño al permitirme ver las llagas en tu corazón. Prefiero creer que somos igualmente víctimas de una calamidad, bajo la cual nuestro único recurso es separarnos uno del otro. Posiblemente nuestras heridas sanarán cuando ya no estén expuestas a la fricción continua de una sospecha crítica.
Adiós. Perdóname si te he ofendido. Detesto lastimarte.
P.D.: Te ruego que no intentes verme de nuevo. Este es el último sacrificio que pido de ti.
[*Esta carta no está firmada. En el sobre estaba escrito: "M. Victor Hugo. Cuarto para las doce, medianoche, iré a tu casa."]
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Junio, 1833.
Mi querido Victor, mi amado.
¡No estés ansioso! Estoy tan bien como una pobre mujer, que ha perdido toda su alegría y el único júbilo de su vida, puede esperar estarlo. Si pudiera hacerte saber mi lugar de refugio sin exponernos a los dos, pero más particularmente a mí misma, a una miserable inútil, lo haría. La confianza, ingrediente indispensable en una unión como la nuestra, ya no existe en tu mente. Dios es testigo de que nunca te he engañado en materia de amor, durante los últimos cuatro meses. Cualquier mentira por la que soy culpable, sólo ha sido dicha con la intención de ahorrarnos a ambos preocupaciones innecesarias, en vista de la actitud mental en la que hemos estado últimamente.
Yo puedo haber estado equivocado; la pureza de mi intención debe ser mi excusa.
J.
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Sábado, 9:45 p.m, 13 de agosto de 1833
Mientras estás de viaje, querido, mis pensamientos te siguen con todo mi amor. Aunque todavía me siento algo adolorida, me esforzaré por controlarme y diré sólo aquellas palabras amables que a ti te gusta escuchar.
Fue muy amable de tu parte permitirme ir a tu casa*. Fue mucho más que una mera satisfacción para mi curiosidad, y te agradezco por haberme admitido en el lugar donde vives, amas y trabajas. Sin embargo, para serte completamente sincera, amado mío, debo decirte que la visita me llenó de tristeza y abatimiento. Me doy cuenta más que nunca de la profundidad del abismo que se abre entre tu vida y la mía. No es culpa tuya, mi amor, ni mía; pero así es.
Sería irrazonable de mi parte culparte por más de lo que eres responsable, sin embargo puedo decirte, cariño, que yo soy la más miserable de las mujeres.
Si sientes alguna lástima por mí, querido mío, me ayudarás a elevarme por encima de la posición baja y humilde que tortura tanto mi espíritu como mi cuerpo.
Ayúdame, mi buen ángel, a que pueda creer en ti y en el futuro.
Te lo ruego y te imploro.
J.
[*Victor Hugo en ese entonces estaba viviendo en el número 6, Place Royale, en la casa que ahora se ha convertido en el Museo Victor Hugo. Juliette Drouet vivía no muy lejos de ahí, en el número 4, Rue de Paradis au Marais, que ahora es parte de una de las secciones de la Rue des Francs-Bourgeois.]
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1833.
No son aún las seis de la tarde. Acabo de terminar de copiar los versos que me diste ayer. No estoy muy familiarizada con las formas de cumplidos que se utilizan en la sociedad elegante. Lo único que puedo decirte es que lloré y te admiré cuando te oí leerlos, que lloré y te admiré cuando los leí para mí misma, y que una vez más lloro y te admiro al recordarlos.
Te agradezco desde el fondo de mi corazón por haber pensado en mí cuando los escribías. Gracias, amado mío, por los sentimientos benignos que te inspiraron. Tus hermosas líneas han tenido el efecto que esperabas, pues han actuado como un cordial y un sedante para mi espíritu enfermo. ¡Gracias! ¡gracias! y de nuevo, ¡gracias! No tan sólo eres sublime —eres amable y lo que es mejor aún, eres indulgente, tú que tienes tanto derecho a ser severo.
Te amo. Mi corazón se derrite en admiración y adoración. Hay más arrebato de amor en mi pobre seno del que es capaz de contener. Ven, pues, y recibe la sobreabundancia de mi éxtasis.
¡Si apenas supieras cuánto te añoro y te deseo! Si supieras más aún tú vendrías, ¡estoy segura! ¡Ven, ven, te lo ruego, ven aquí! Tendrás un beso por cada paso, una recompensa por cada esfuerzo, más sonrisas y más alegría que cualquier niebla y frío que jamás encontrarás.
Juliette.
P.D.: Escribo esto un poco más tarde porque, antes de dedicarme a los negocios, tuve que desahogar mi corazón. Ayer llegué a casa, leí tu poesía, cené, hice mis cuentas y me acosté. Leí los periódicos que me enviaste, me quedé dormida, soñé contigo y me desperté esta mañana a las 8 en punto. Me levanté casi de inmediato, hice algunas tareas domésticas y remendé el vestido de ayer. En mitad del desayuno llegó Lanvin, trayendo los periódicos, una carta de Monsieur Pradier, y parte del equipaje de la Mademoiselle Watteville. Él preguntó si queríamos que él nos despidiera. Se fue de nuevo a la 1 p.m., llevándose las cosas de Claire, y algunas de su esposa. Cuando se fue de aquí, me lavé y me peiné, hice lo mismo con Claire, y a las dos y media me senté a copiar... y ahora te escribo. Éste, coronel, es mi informe. ¿Estás satisfecho? ¡Entonces también lo está el cabo de la guardia! Después de cenar escucharé las lecciones de los niños, y contaré los versos de Feuilles d'Automne.
Después de la cena:
He escuchado las lecciones de los niños y me vi obligada a castigar a tu protegida, Claire, quien es la más floja e inactiva de todos los alumnos. Acabo de leerle tu poema a Madame Lanvin; ella se emocionó mucho. La pobre alma te entiende, por eso no necesito explicarte que ella te ama. Buenas noches, hasta mañana. Espero.
Supongo que no has venido aquí hoy porque tuviste que resolver algunos asuntos de nuestro viaje; por eso soy capaz de poseer en mi alma la paciencia.
J.
—
Domingo, 4:00 p.m, 1833.
Acabo de llegar a mi casa, triste y deprimida. Sufro, lloro, gimo en voz alta y gimo en voz baja, hacia Dios y hacia ti. Anhelo morir para poder ponerle fin, de una vez por todas, a esta miseria, desilusión y dolor.
Realmente parece como si mi felicidad hubiera desaparecido con el buen tiempo. Sería una locura esperar volver a verlos a ambos. La estación está demasiado avanzada para que haga un buen tiempo, o para que haya días felices.
¡Pobre tonto, que te sorprende que deplore tan amargamente la pérdida de un día de felicidad! ¡Es fácil ver que no tuviste que esperar el privilegio de amar y ser amado hasta los veintiséis años! ¡Tú, poeta, que escribiste Les Feuilles d'Automne en una atmósfera de amor, risas de niños, ojos azules y negros, cabellos castaños y dorados, felicidad en toda su extensión! No has tenido motivos para darte cuenta de cómo un día de oscuridad y lluvia como éste, puede hacer que las hojas más verdes se marchiten y caigan al suelo. Por lo tanto, no se puedes saber cómo veinticuatro horas de felicidad robada pueden socavar la confianza en uno mismo y la fuerza para el futuro. Es evidente que no lo haces, porque te sorprendes cuando lloro; casi estás molesto por mi dolor. Ves, pues, que no te das cuenta de la real medida de mi devoción. ¡Seguramente tengo buenas razones para lamentar haberte amado tan ardientemente, cuando veo ese amor siendo rechazado y mal acogido!
*¡Oh, sí, te amo, es verdad! Te amo a pesar de mí, a pesar de ti, a pesar del mundo entero, a pesar de Dios, a pesar incluso del Diablo, que se mezcla con todo esto.
Te amo, te amo, te amo, feliz o infeliz, alegre o triste. ¡Te amo! Haz conmigo lo que quieras, y te seguiré amando.
J.
[*Nota de la autora: Ese es otro párrafo de JD que me ENCANTA.]
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Lunes, 1:50 a.m, 1833.
He estado todo este tiempo de pie, junto a la ventana, con el alma extendida hacia ti, el oído atento a cada sonido, temiendo siempre que te falte el valor antes del final de tu agotador paseo.
Hace media hora que te fuiste; he escuchado con atención, pero no me ha llegado ningún sonido que pueda hacerme comprender que no tuviste fuerzas para llegar a tu propia casa. Confío en que, mientras escribo estas líneas, ya estés experimentando el alivio que tu lecho y el reposo le traerán a tu sufrimiento. Ninguna de mis palabras puede ser suficiente para expresarte mi pesar, mi pena, mi desesperación por lo que pasó esta noche. No te absuelvo del todo de tu culpa, pero te pido que perdones la tuya, así como la mía. Perdóname por haberte atacado, después de lo que pasó entre nosotros. Debería haber previsto lo que sucedería, y lo que sucedió. Dios sabe que resistí por todo el tiempo que pude, y que sólo cedí al verte quebrar la solemne promesa que me hiciste, de no referirte nunca a las manchas de mi vida anterior, siempre que mi conducta hacia ti fuera honesta y pura.
¡Los últimos siete meses de mi vida han sido absolutamente honestos y puros! Sin embargo, ¿has cumplido tú con tu palabra?
Si yo fuera la única sufriendo me resignaría más, pero tu eres tan infeliz como yo; estás tan avergonzado de los insultos que me lanzas como yo de recibirlos.
Ahora que percibo plenamente el cáncer que se encuentra en la raíz de nuestra posición, me corresponde a mí detener el progreso del mal, cortando mi alma y mi vida, para preservar lo que aún se puede salvar de la tuya y de la mía.
Escucha, Victor, te insto a que no me niegues tu ayuda para llevar a cabo el plan que considero indispensable para el honor de ambos.
Si algo puede darte valor, es el conocimiento de que sólo a ti le he sido fiel durante estos siete meses. ¡Ah, en verdad nunca te he engañado! ¡Realmente! ¡Realmente! Sin embargo, en el transcurso de estos mismos meses, ¡cuántas escenas mortificantes como la de esta noche han tomado lugar!
¡Seguramente puedes ver que no debemos dudar más! Me iré a Saumur en el primer ómnibus que pille. La salud de mi pequeña puede servirme de pretexto. Cuando esté junto a ella podré reflexionar sobre mi situación, y ver qué puedo hacer para hacerla tolerable. Si, como probablemente sea necesario, tengo que dejar el teatro, los muebles cubrirían mi deuda con Jourdain, y si usted no quiere preocuparse por nada, podría pedir a cualquier hombre de negocios que los vendiera, hasta cubrir el total de mi factura a Jourdain, que es la única de la que eres responsable.
Me iré al extranjero. Tal como soy, todavía soy capaz de ganarme la vida, que es todo lo que necesito.
Pero todo esto está fuera de discusión. El punto importante es que debería empezar dicha faena lo antes posible, incluso hoy, para protegernos a ambos de nosotros mismos.
Antes de irme, espero verte una vez más, a menos que tu condición empeore —lo cual es un pensamiento espantoso si considero que soy la causa de ello.
Pero aunque te vea o no, seas víctima de mi temperamento o no, te dejo todo mi amor y toda mi felicidad. No me reservo ni siquiera la esperanza; te entrego a tu cuidado mi alma, mis pensamientos, mi vida. Sólo llevo conmigo mi cuerpo, del que no tienes por qué arrepentirte.
Juliette.
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20 de diciembre de 1833.
Mi amado Victor,
He sido muy injusta contigo. Has tenido motivos para llamarme desagradecida e indigna. Pronto me odiarás —pronto también me habrás olvidado. Lo presiento. Verás, no puede haber ningún pensamiento o sentimiento tuyo que yo no comprenda o sea capaz de aprehender. En este momento, incluso mientras te escribo, me culpas de sufrir. Estás enfadado conmigo por haberte idolatrado con una extravagancia que me vuelve loca y celosa. Estás cansado de mi amor. Te acalambra, te fatiga. Meditas volando lejos de mí. Mi mala suerte te asusta; tienes miedo de compartirla por más tiempo. Temes la responsabilidad —o digamos, más bien, que me amas menos, o tal vez no me amas en absoluto. ¡Oh, qué sufrimiento me causa ese miedo! Me duele la cabeza. Ojalá pudiera morir. Todo esto debe ser mi culpa. Me he equivocado al mostrarte la horrible herida de mi corazón, los celos que lo desgarran y lo destruyen. Sí, debería haberte ocultado mis agonías. Nunca debería caer en esos ataques de ira que traicionan la profundidad de mi amor y mi luto.
¡Mi Victor, no me dejes! Te lo ruego de rodillas, que no te intimides ante una responsabilidad pública. ¿Quién tiene derecho a exigirte cuentas de la medida de los sacrificios que has hecho por mí? ¿Qué importa si te niegan la justicia que mereces? ¿Qué importa que seas responsable, en parte, de mis problemas? El punto que se debe considerar antes que todos los otros son tus relaciones privadas conmigo. La responsabilidad que debes aceptar es sólo hacia mí; se trata sólo de nosotros dos. Si la repudias, me matará, porque toda mi vida está envuelta en ti y en tu presencia. Respiro sólo por tus labios, veo sólo con tus ojos, vivo sólo en tu corazón. Si te alejas de mí, debo morir.
¡Reflexiona! Esta no es una amenaza para mantenerte cerca de mí. No estoy exagerando hasta qué punto eres necesario para mi existencia; sólo te digo lo que siento. Es la verdad, pero la verdad bajo restricción, porque apenas me atrevo a reconocerla en su totalidad, ni siquiera ante mí misma. ¡Te necesito! ¡Sólo a ti! No puedo existir sin ti. Piénsalo. Intenta amarme lo suficiente como para aceptar el cargo de mi vida, con toda la mala suerte que conlleva.
Juliette.
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Nota final de la autora: *Julia regresa en el tiempo y le pega un par de manotazos a la cabeza de VH y de JD por ser tan dramáticos y tóxicos*
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