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BIOGRAFÍA - EN UNA ISLA

I

Juliette cuenta que al tener que amonestar a su empleada, o criticar a un comerciante durante su estancia en Jersey y Guernsey, la respuesta que recibía de vuelta era: "No se puede evitar, Madame; estamos en una isla..."

La frase le parecía curiosa. Ella la adoptó para sí, y la usó en incontables ocasiones.

[Juliette Drouet en 1868. Fotografía de Arsene Garnier.]

El lector de los siguientes capítulos debe aceptar también el axioma de que, estando "en una isla", las cosas no son exactamente iguales que en el continente, porque sólo así podrá leer sin excesivo asombro la extraordinaria narración de la vida que llevaron en común Victor Hugo, su esposa, sus hijos, sus amigos y su amante, entre 1851 y 1872.

Dicha experiencia comienza en la estancia del poeta en Bélgica, sin Madame Victor Hugo, al inicio de su exilio; es decir, en las últimas semanas del año 1851 y la primera mitad de 1852.

No es que sus circunstancias precarias y sus hábitos prudentes, un tanto burgueses, le permitieran albergar a Juliette bajo su propio techo: de hecho, su relación nunca fue tan secreta.

Pero en Bruselas, el problema de las relaciones que pasarían a existir entre los hijos de Victor Hugo y ella, a quienes los jóvenes ya llamaban "nuestra amiga, Madame Drouet", fue el primero en surgir, demandando solución. Fue también en Bruselas donde Juliette se propuso a simplificarlo, si no solucionarlo, con su devoción, su altruismo y sus incesantes atenciones.

Así que llegó a la ciudad, el 14 de diciembre, el poeta alquiló unas habitaciones en el Hôtel de la Porte Verte, en la estrecha calle de mismo nombre. Permaneció allí apenas tres semanas y, el 5 de enero de 1852, alquiló una pequeña habitación en el primer piso del número 27 de la Grand Place. Estaba "amueblada con un sofá de crin negra, convertible en cama; una mesa redonda, que servía indiferentemente para el trabajo y para el descanso; y un viejo espejo, sobre la chimenea que contenía el tubo de la estufa".

Juliette nunca fue allí, pero sabemos por las quejas del poeta que el sofá era demasiado corto para un hombre, los colchones duros y ofensivos para el nervio olfativo, y que era difícil conciliar el sueño debido a los ruidos de la calle. Pero así que los primeros rayos del alba aparecían tras la elevada ventana, "la gran fachada del Hôtel de Ville entraba en la pequeña cámara, y se apoderaba soberbiamente de ella". El ambiente quedaba impregnado de arte e historia.

La fina imaginación y el ardor por el trabajo del poeta hicieron el resto. De ahí que el tono de sus cartas a su esposa, que se había quedado en Francia, fuera casi alegre. Estaba lleno de coraje masculino. De ahí, también, ese aire de "simple dignidad y tranquila resignación" que caracterizó su porte en el exilio, "sumado a su inherente nobleza y encanto", que arrancó de Juliette la entusiasta exclamación: "Si yo fuera tú, ¡podría alabarte como te lo mereces!"

A decir verdad, ella misma merecía una gran parte de dichos elogios. El poco consuelo del que pudo disfrutar Victor Hugo, y el apoyo moral que necesitaba más que nunca le llegaron únicamente a través de ella.

Se alojó casi al lado de él, en el número 10 del Passage du Prince, en casa de Madame Luthereau - una amiga de su juventud, casada con un panfletista político-.

Por la modesta suma de 150 francos al mes -de los cuales 25 eran pagados a su sirviente-, Juliette obtenía alimento, alojamiento y afecto sincero. Pero lo que más apreciaba era la libertad de la que disfrutaba para supervisar desde lejos los arreglos domésticos del poeta y preparar bajo la sombra de las galerías los platos y dulces que él devoraba en la publicidad de la Grand Place. Todas las mañanas, a las ocho, su empleada -Suzanne- le llevaba a Victor Hugo una vasija de chocolate hecha por Juliette, ropa de cama recién planchada y remendada y, a veces, incluso un poco de carbón que el gran hombre olvidaba o no se molestaba en comprar.

Cuando Suzanne ya había barrido y limpiado la habitación que Charras, Hetzel, Lamoricière, Émile Deschanel, el doctor Yvan, Schoelcher, y a veces Dumas, animaban con su ingenio y llenaban con las cenizas de sus pipas, ella regresaba a la residencia de Drouet, a las dos de la tarde.

Encontraba a su ama ocupada, preparando el almuerzo del amo; generalmente una chuleta, que Juliette se tomaba la molestia de seleccionar ella misma, para asegurarse de que el carnicero la cortase bien cerca del lomo. Suzanne se iba de ahí de nuevo unos minutos más tarde, llevando la chuleta cocida, el pan, los platos, ¡e incluso la taza de café! Obedeciendo la orden de su jefa, la mucama se apresuraba en cruzar la calle, pues, a cualquier precio, no debía permitir que se le enfriara el almuerzo.

Cuando Charles Hugo se reunió con su padre en febrero de 1852, uno podría suponer que Juliette renunciaría a su papel de cordon bleu, pero nada estuvo más lejos de su intención. Ella se limitó a complementar la chuleta diaria con un plato de huevos revueltos, en honor a la presencia del joven.

Habiendo Hugo abierto el crédito necesario, ella continuó con la tarea que había emprendido, y pasó a preparar dos almuerzos completos en lugar de uno. De nuevo, cuando el 24 de mayo Madame Victor Hugo vino por segunda vez a Bruselas, a visitar a su marido, fue Juliette quien se encargó de prepararles un pequeño banquete. En la agitación causada por tan alto honor, a la pobre mujer se le olvidó añadir un tenedor extra. Estuvo preocupada durante el resto del día por la omisión, y se disculpó varias veces en sucesivas cartas al poeta, usando términos que un creyente devoto podría emplear para confesar un pecado mortal.

Pero estas ocupaciones no impedían que las tardes le pesasen en las manos. Victor Hugo las dedicó a escribir Napoléon le Petit; organizó expediciones a Malinas, Lovaina, Amberes, con sus amigos; o cedió a los placeres materiales de la vida flamenca y aceptó invitaciones para cenar en algunos de esos institutos culinarios de los que tanto se enorgullece Bruselas.

Pero ninguno de estos recursos estuvo disponible para Juliette. Confinada entre las cuatro paredes de su estrecha habitación, su única vista eran los tejados de los edificios vecinos y una pared opaca, atravesada por una única ventana sucia. Pasaba horas enteras observando a un canario en su jaula, a través de los gruesos cristales. Ella comparó su condición con la del pequeño cautivo.

En otras ocasiones, dejaba vagar sus pensamientos entre acontecimientos pasados ​​y cavilaba sobre el paquete de cartas que tan cruelmente le habían enviado el año anterior*.

Se hundía en el dolor que había soportado durante muchos meses, en la elección final que el poeta había hecho, a su favor, y en su excursión conjunta a Fontainebleau para celebrar su reconciliación.

Bajo la influencia deprimente del cielo gris belga, siempre parcialmente oscurecido por un espeso humo, Juliette se dio cuenta de que su espléndida vitalidad y su amor por la novedad habían desaparecido para siempre de su corazón. Luego, permitió que los celos volvieran a dominarla, con más fuerza que nunca.

En este estado de ánimo, decidió una vez más dejar libre a Victor Hugo: "Si me dices que me vaya" le escribió el 25 de enero de 1852, "lo haré sin siquiera volver la cabeza para mirarte". Pero nuevamente, él le pidió que se quedara.

Entonces, con gravedad, sin mostrar ningún síntoma de su antigua timidez, ella propuso suspender sus cartas.

Afortunadamente, en ese mismo momento, las indeseadas atenciones de la policía belga -nerviosa por la próxima publicación de Napoléon le Petit-, habían hecho a Victor Hugo decidirse por el abandono de Bruselas, y el traslado a Jersey.

Juliette también viajaría con él, fuera encima del mismo barco a vapor,  o en uno que saldría del puerto unas horas más tarde. Naturalmente, él la instó a seguir escribiéndole, aunque sólo fuera para superar la breve separación.

Ella admite que, cuando aterrizó en St. Helier, el 6 de agosto de 1852, la esperanza había vuelto a predominar en su pecho. Por primera vez en su vida, estaba a punto de disfrutar a solas la compañía de su "querido pequeño exiliado"; su "sublime bandido"; bien lejos de la entrometida muchedumbre.


II

Victor Hugo residió al principio en un hotel de St. Helier, llamado La Pomme d'Or. Posteriormente, se instaló en el paseo marítimo de Marine Terrace, Georgetown, en una casa enorme que, por su forma cuadrada y sus tragaluces, parecía una prisión.

Juliette tenía la intención de alojarse en el Auberge du Commerce, pero durante veinte años nunca se había sentado en una mesa de huéspedes sin la protección del poeta. La proximidad de los comerciantes y agricultores también le resultaba insoportable. El 11 de agosto comenzó a buscar una pensión más adecuada, y al poco tiempo alcanzó un trato con la propietaria de Nelson Hall, Hâvres-des-Pas. Por alojamiento, pagaba ocho chelines a la semana; por comida, dos chelines al día. Esto suponía un gasto mensual de unos ciento quince francos, a los que se añadían veinticinco francos, que correspondían al salario de Suzanne, su empleada.

Al igual que Marine Terrace, las principales ventajas marítimas de Nelson Hall yacían apenas en su nombre. En la casa de Victor Hugo no había grandes ventanas con vistas al mar, y en las habitaciones de la planta baja de Juliette, una alta reja ocultaba hasta la cresta de la ola más alta.

Nuestra heroína intentaba consolarse escuchando el oleaje del océano y copiando el manuscrito casi terminado de L'Histoire d'un crime, o los poemas que el poeta pretendía añadir al volumen de Les Châtiments. A finales de septiembre ella se trasladó a una gran habitación en el primer piso de la casa, desde donde se podía disfrutar una amplia vista del paisaje árido de Hâvres-des-Pas; La batería del Fort Regent a la derecha, las rocas de  St. Clément a la izquierda. Pero la tranquila contemplación de Juliette se veía constantemente perturbada por la violencia de la propietaria, una borracha, famosa en toda la isla por la fuerza con que golpeaba a su marido cuando estaba bebiendo.

Por lo tanto, en enero de 1853 una nueva retirada fue planeada, y el 6 de febrero, llevada a cabo. Juliette se fue a vivir a unos apartamentos amueblados que existían al lado, compuestos, como en París, por un dormitorio, salón, comedor y cocina, todo ubicado en el primer piso. Los mismos poseían como vista una vasta extensión de arena y guijarros, rocas y algas.

Al principio, Victor Hugo rara vez entraba a la casa de su amiga, pero la encontraba todos los días al comienzo de su hora de paseo,  y la llevaba consigo por caminos donde la magia del verano glorificaba cada brizna de hierba.

De punta a punta de la isla, la Dama Naturaleza se había transformado en un jardín, donde todo estaba perfumado, alegre y sonriente. Juliette, que caminaba del brazo de su amante, podía sentir los alegres latidos de su corazón; sus ojos alzados notaron que su querido rostro parecía menos preocupado. Con la ingenuidad de una novia de veinte años, le entretuvo al hablarle de su propio país, y le evocó recuerdos de los viajes que ambos habían hecho juntos en tiempos anteriores al Rin, a los Alpes y a los Pirineos.

El exiliado no recordaba la lluvia, ni los ómnibus, ni los mil detalles recordados por Juliette, sino Francia... su hermosa Francia... Bajo la influencia de aquella voz que una vez lo había liberado del reino del amor, su país le era devuelto, por un momento fugaz.

Los amantes quedaron desagradablemente sorprendidos, sin embargo, por la semana de tempestades que precedió al equinoccio y que fue seguida por la llegada del invierno.

"Todo se volvió sombrío, gris, violento, terrible, tormentoso, severo." Día y noche llovía, "y las gotas se perseguían unas a otras por los cristales como cabellos plateados".

En medio del alboroto al que se entregaba súbitamente la naturaleza frenética, las excursiones diarias fueron interrumpidas. Pero, para la fortuna de Juliette, Victor Hugo encontraba a Nelson House más cálida que su casa en Marine Terrace. Su esposa se había reunido con él allá, recientemente, pero no había traído consigo ni el consuelo ni la atmósfera serena propicia para la labor de un autor. Por lo tanto, como en los viejos tiempos de la calle St. Anastase, Hugo instaló un escritorio cerca del fuego en el salón de Juliette, con algunos volúmenes de Michelet y Quinet, una o dos novelas de Georges Sand,  y todos los días, después de almorzar con su propia familia, pasó a ir a trabajar a la habitación de su amiga.

Juliette decidió "encontrar el camino de regreso a su corazón a través de su apetito", como le escribió, por lo que insistió en que cenara allá, con ella. La dama apeló a la avaricia del poeta, así como a sus instintos hospitalarios, asegurándole que, en ningún otro lugar de la isla, podría entretener con tanto éxito a sus nuevos compañeros -los exiliados-, como en su morada. Pronto ella pasó a organizar dos "cenas de exiliados" a la semana, luego tres, luego cuatro; Finalmente, tenía una todos los días.

Con la ayuda de sus dos hijos, a quienes finalmente Hugo había presentado a Juliette, el autor presidía estas fiestas con afabilidad, nacida en parte de un deseo profundo de popularidad.

Juliette se mostró más reservada, más severa. Acostumbrada a tratar al poeta como a una divinidad, ella no podía tolerar la familiaridad de aquella gente mezquina. "Un zapatero fraternal no es de mi agrado" dijo con dureza. "No puedo resignarme a ver esta vulgar mediocridad mezclarse con tu genio".

Su dulzura hacia los dos hijos del poeta fue tan marcada como la altivez de su actitud hacia las víctimas del Golpe de Estado. Durante veinte años ella había anhelado ser amiga de ellos. Ya en 1839, con motivo de una distribución de premios en la que Charles y François Victor serían cubiertos de honores, ella escribió: "¡Qué lástima no poder presenciar su triunfo! Los amo con todo mi corazón y daría mi vida por ellos; pero eso no es suficiente. Me vengaré rezando para que permanezcan siempre como están ahora: encantadores y buenos".

Más tarde la encontramos atesorando sus retratos, preocupada por sus pequeñas dolencias infantiles, suplicando por ellos cuando eran castigados, y abrumándolos con pequeños regalos fabricados con su pluma o aguja, cada vez que recibía la autorización del maestro para hacerlo.

¡Qué alegría debió haber sentido al recibir oficialmente en su mesa a estos niños, ya adultos! Tan pronto como los conoció, elevó a los jóvenes al nivel de Victor Hugo en el orden de sus preocupaciones, y resolvió no hacer nada por el padre, en términos de mimar y mimar, que ella no hiciera también por los hijos.

Si copiaba Les Contemplations, ella protestaba diciendo que también debía copiar la traducción de Shakespeare de François Victor. Si enviaba a Suzanne a Marine Terrace con una sopa de hierbas para el amo, le ordenaba que llevara seis camisas color lila para Charles.

Incluso la joven Adèle y Madame Victor Hugo aceptaron sus buenos oficios sin objeciones. Para Adèle, Juliette recogió las primeras fresas y las primeras rosas del jardín de Nelson Hall; bordó pañuelos en los que Charles había diseñado el monograma y unió las historias por entregas de Madame Sand, recortadas de revistas. Para la señora Victor Hugo preparó cierta sopa de ganso que, según ella misma decía, era muy suculenta. Le prestó a Suzanne, su propia sirvienta, durante todo el tiempo que Marine Terrace estuvo sin cocinera, y mientras tanto, al quedarse sin cocinera, pasó a cocinar ella misma. Se le arrugó la piel y se le desgastaron las uñas, pero Juliette se enorgulleció de su devoción y abnegación, y decidió llevarlas aún más lejos. Soñaba con entrar definitivamente en la casa de Victor Hugo, y asumir con toda humildad el puesto de ex amante convertida en ama de llaves.

Por numerosos que hayan sido los agravios que Victor Hugo infligió sobre esta mujer, cuyos celos él nunca dejó de excitar, hay que admitir que sí sintió y apreció la grandeza de su amor. Como muchos hombres, el artista reconocía en dicha emoción un valor moral que ya no satisfacía sus necesidades de amante; experimentó generosas revulsiones, y bajo su influencia, le prestó a Juliette una atención cuidadosamente estudiada, que tenía una apariencia de impulso, y una espontaneidad gratificante.

[Victor Hugo s̶i̶e̶n̶d̶o̶ ̶u̶n̶ ̶b̶a̶b̶y̶g̶i̶r̶l̶ ̶en Jersey, entre 1852 y 1855.]


III

La joven reina Victoria, después de haber hecho a Francia, en presencia de Napoleón III, el amable cumplido de una visita en agosto de 1855, fue atacada por los exiliados de Jersey, quienes se atrevieron a dirigirle una carta insolente - publicada en su revista de curioso nombre: L'Hombre-. Fiel a su caballerosidad nativa, Victor Hugo se negó a firmar su manifiesto, pero se mostró indignado cuando las autoridades de Jersey manifestaron su desaprobación, expulsando a sus tres autores - él siendo uno de ellos-. Protestó enérgicamente contra su castigo, y aun así fue expulsado de la isla, el 31 de agosto.

Se marchó a Guernsey, una isla vecina, de clima más sombrío y menos templado. Al principio se instaló en el número 20 de la calle Hauteville, en el puerto de St. Pierre. El 16 de mayo de 1856 compró una casa espaciosa y sólida, construida en la costa en algún momento anterior de la historia por un pirata inglés. Sólo necesitó restaurarla para convertirla en una residencia adecuada. Comenzó a llamarse, desde entonces, Hauteville House.

Aquí también, Juliette vivió sucesivamente en un posada y en una pensión regentada por una francesa, Mademoiselle Leboutellier. Pero cuando descubrió que Victor Hugo ya no podía contentarse con una casa temporal y que tenía la intención de mandar a buscar los muebles y la colección de arte que había almacenado en las habitaciones de París, ella le rogó que la incluyera en sus planes. y que la dejara tener también sus propias cosas de vuelta. Estaba cansada del llamado "confort inglés", con sus camas duras, sábanas estrechas, sillas de respaldo recto y armarios diminutos.

Victor Hugo aceptó generosamente su petición. Le alquiló una casita, llamada La Pallue, cerca, y con vista a la Hauteville House. La fiel Suzanne viajó a Francia para empacar las pertenencias de su ama, y de ahí enviar a Guernsey todas las posesiones de la familia Hugo y de Juliette. Regresó el 9 de agosto. Los muebles y la colección de arte llegaron el día 20 del mismo mes.

Siguió un tiempo muy ocupado para los amantes. Se entregaron con fervor a las emociones de la mudanza, la decoración y la búsqueda de tesoros. Victor Hugo abandonó el espiritismo y la fotografía, que habían sido sus recreaciones en Jersey, para convertirse en arquitecto, ebanista y carpintero. Supervisó los arreglos de Juliette y los propios, compró muebles normandos antiguos, que utilizó para diversos usos, fabricó alfombras y cortinas con los viejos trajes de teatro de Juliette, diseñó paneles y repisas de chimeneas y los numerosos artículos incongruentes que ahora decoran el Musée Victor Hugo, y que su amiga acertadamente llamó "un popurrí poético de arte".

De este modo, el arreglo de las dos casas duró un período considerable. Sabemos por Juliette que el poeta estaba todavía ocupado ornamentando su comedor el 2 de abril de 1857, y el 28 de mayo de 1858 él le escribió a George Sand: "Mi casa es todavía sólo una cáscara. Los dignos habitantes de Guernsey se han apoderado de ella y, suponiendo que yo soy un hombre rico, están aprovechando al máximo al "caballero francés" y hilando la obra."

Juliette, cuya vivienda era más modesta, la pudo disfrutar antes. Se instaló en La Pallue a principios de noviembre de 1856 y desde entonces tuvo la dicha de ver a su amigo muchas veces al día. Él había construido en el tejado de la Casa Hauteville una habitación a la que llamó, un tanto pretenciosamente, su «salón de cristal», y que nosotros llamaríamos de mirador; estaba techado y cubierto con vidrio por todos lados. Su dormitorio se abría desde allí.

Todas las mañanas se sentaba y trabajaba allí, en una mesa plegable fijada a la pared, cuando el frío no lo llevaba a algún lugar más cálido de la casa. Bajo su mirada se extendía la ciudad baja, el puerto, el grupo de islas anglonormandas y, cuando hacía buen tiempo, la costa de Cotentin.

A su espalda, y un poco más arriba en elevación, Juliette, desde su casita, lo vigilaba y protegía. A partir de ese momento se puede decir que, aunque el cuerpo de Madame Drouet estaba en La Pallue, su corazón y su mente habitaban Hauteville House.

Desafortunadamente, a medida que avanzaba el invierno, las tormentas comenzaron a empeorar y una oscuridad que dificultaba la lectura y la copia reinaba. "Como un gran lago al revés" el cielo se cernía sobre las casas sombrías, y sólo dejaba que los pálidos rayos de un sol plomizo lo atravesaran en intervalos infrecuentes. El resto del tiempo la atmósfera permaneció cargada de una humedad reumática.

Juliette, que acababa de cumplir cincuenta años, soportaba con dificultad los rigores del clima. Habría fallecido a causa de ello, declaró, si no fuera sostenida por la influencia del amor. Fue una mártir de la gota (artritis) y temía mucho quedar paralizada por ella. Caviló larga y frecuentemente sobre la muerte y los muertos. No podemos decir si fue bajo la influencia de un sacerdote o en respuesta a algún impulso interno, pero volvió por un tiempo a sus prácticas religiosas anteriores.


IV

En abril de 1863, cuando Juliette se recuperaba lentamente de otro ataque de gota, Victor Hugo se dio cuenta de la extrema humedad de La Pallue. Siguiendo el consejo de sus hijos, que parecían estar de acuerdo con él sobre el tema, decidió que Juju, como él la llamaba, debía moverse lo más rápido posible de ahí, y que él debía asumir por segunda vez las funciones de arquitecto, tapicero y decorador de su nueva vivienda.

Juliette opuso una prolongada y tenaz resistencia al plan, porque la nueva casa elegida para ella tenía el grave inconveniente de estar a cierta distancia de la Hauteville House. La idea de que ya no podría seguir a cada movimiento de su amante desde la distancia despertó en nuestra heroína lamentos y amorosos reproches. Pero Victor Hugo se mantuvo firme y el 2 de febrero de 1864, aniversario de la primera representación de Lucrèce Borgia, la "Princesa Négroni" se instaló en su nuevo hogar, a la que llamó Hauteville Fairy.

Aquí también el poeta lo había arreglado todo él mismo. Recordando el cariño de Juliette por sus habitaciones de la calle St. Anastase, se había esforzado en reconstruir fielmente su cortina de carmesí y oro, sus pavos reales bordados en los paneles, su porcelana, los dragones de porcelana que adornaban la cómoda y, sobre todo, los numerosos espejos que reflejaban y multiplicaban los muebles, chucherías y bordados.

Cuando a Juliette le mostró esta "maravilla", ella dijo que no tenía palabras para expresar su admiración y agradecimiento. Luego, sabiendo que madame Victor Hugo viajaba con frecuencia al continente y que el poeta se sentía incómodo en su casa, se ofreció a actuar de nuevo como anfitriona y ama de llaves.

En 1863 la encontramos asumiendo las funciones de Madame Victor Hugo durante la breve ausencia de ésta, y a finales de 1864, durante otro viaje que duró hasta febrero de 1867, Juliette dividió su tiempo a partes iguales entre Hauteville House y Hauteville Fairy.

Pero hay una diferencia en sus métodos para gobernar los dos establecimientos. En Hauteville House gobierna sin entrometerse, con prudencia, discreción, y una pizca de misterio. Dirige a los sirvientes, los reprende si es necesario, supervisa las cuentas y controla los gastos. Pero lleva a cabo su tarea desde su lugar en el fondo. Oficialmente, el poeta vive solo con sus hijos y su cuñada, Madame Julie Chenay; cuando recibe a amigos de París, no se menciona el nombre de Juliette.

En Hauteville Fairy, por el contrario, nuestra heroína está en casa. Le corresponde comportarse como la dueña del hogar y utilizar sus dotes mentales, así como sus talentos como administradora. Como ella misma dice, "debe ser a la vez señora y ama de llaves".

En este doble papel, se podría suponer que se resistiría a recibir a los exiliados que Victor Hugo le presenta, y cuya sociedad le resulta tan desagradable. Pero no lo hace. Una vez más Juliette acepta, por deber y devoción a Hugo, lo que nunca habría tolerado por sí misma.

El poeta estaba aburrido, ¡al final!  Aunque estaba componiendo una poesía espléndida, su largo diálogo con la Madre Naturaleza comenzaba a volverse tedioso. Su genio algo teatral exigía algo más que un buen escenario; requería un público. Sin él, el autor de Les Châtiments no era más que la sombra del poeta de Ruy Blas.

Sin duda, el bronceado de su piel por el aliento salado del mar, y la virulencia de su rencor contra Napoleón III le dieron una apariencia ficticia de primavera y vigor, pero había momentos en el que flaqueaba tristemente, y en que el desaliento y el cansancio se expresaban en la caída de sus labios, en la caída de sus mejillas mal afeitadas, en las arrugas de su frente y, sobre todo, en las pesadas bolsas bajo sus ojos. Su vestimenta delataba su completo abandono de sí mismo. Cuando caminaba por la plaza de Hauteville con su sombrero girondino azotado por el viento, su corbata de cachemira anudada descuidadamente bajo un cuello desordenado, su abrigo abierto dejando al descubierto una camisa sin botones en verano y, en invierno, un chaleco escarlata descolorido que el propio Robespierre usaría, despreciado, los niños a los que él tanto amaba huían de su figura, como si estuviera maldito.

Juliette captó estas mudas advertencias y, tan pronto como se estableció en el vasto marco de Hauteville Fairy, intentó reconstituir la sociedad que una vez había presidido en Jersey. Incluso se esforzó por ampliar el círculo y admitir a algunos recién llegados.

Madame Drouet supo mantener la sencilla dignidad a la que concedía tanta importancia - y de la que sólo se apartó en favor de su poeta-, incluso en la circunstancia más delicada de su vida. Es decir, cuando Madame Victor Hugo le ofreció su amistad.

Ella no rechazó su propuesta, pero, donde muchos podrían haberse equivocado por un exceso de satisfacción y de familiaridad, ella mostró una discreción reservada, muy digna de crédito para ella. Desde su exilio, las relaciones entre las dos mujeres habían experimentado un gran cambio. Por un lado, la perpetua búsqueda del placer de madame Victor Hugo, su constante cansancio, su pereza y su incapacidad para administrar una casa, la habían envuelto gradualmente en la red de atenciones, cortesías y mimos que Juliette prodigaba a ella y a los suyos. Los informes que le habían traído sus hijos y sus criados sobre lo ocurrido en Hauteville Fairy le habían dado una buena opinión de nuestra heroína; su bondad natural hizo el resto, y se mostró dispuesta a tratar de manera vecina, e incluso amistosa, a alguien a quien con razón podría haber odiado como a un rival*.

Por otra parte, Juliette ya no sentía los mismos celos de una amante contra una esposa legítima, que había experimentado al principio de su historia de amor. Pero la verdadera amistad entre Madame Victor Hugo y Juliette se vio obstaculizada durante mucho tiempo por el temor de las críticas inglesas, y de aquellos guernseyistas sobre los que escribió Victor Hugo, que hacían que incluso el paisaje de la isla pareciera remilgado. Juliette temía los desagradables chismes que los exiliados no dejarían de contarle si aceptaba las insinuaciones de Hauteville House. Por lo tanto, durante los primeros diez años en Guernsey, sólo puso un pie en la casa de su amiga una vez, en 1858, para inspeccionar los tesoros que el maestro había reunido en ella. Madame Victor Hugo estuvo ausente ese día.

A finales de 1864, la esposa del poeta se volvió más urgente en sus invitaciones. Estaba a punto de partir hacia el continente, para someterse a un tratamiento en sus ojos; su ausencia podría ser -y de hecho fue- indefinidamente prolongada. Por muy descuidada que Madame Hugo fuera en las cuestiones domésticas, probablemente se resistía a entregar a su marido a las tiernas misericordias de su hermana, Madame Julie Chenay, que se jactaba de no tener ni aptitudes para los negocios, ni cabeza para las cifras. Vio el uso que se podía hacer de la amiga del poeta y abrió negociaciones, invitándola a cenar. Pero Juliette se negó. Esta política de modestia fue continuada por ella incluso durante la larga ausencia de Madame Hugo entre 1865 y 1866. Cuando Victor Hugo la instó a cenar con él, en secreto si era necesario, ella escribió: "Permítame rechazar el honor que usted ofréceme, en aras de los treinta años de discreción y respeto que he observado hacia tu casa".

Al final, sin embargo, madame Victor Hugo salió ganadora, y venció esta respetable reticencia. A su regreso a Guernsey el 15 de enero de 1867, declaró su intención de visitar a Juliette. Las habilidades diplomáticas del poeta se pusieron a prueba al máximo en la regulación de los detalles de este importante acontecimiento. La visita tuvo lugar el 22 de enero. Era imposible evitar devolverla. Por esto mismo Juliette lo hizo, el día 24 y, a partir de entonces, ya no dudó en cruzar el umbral de Hauteville House. Iba allí casi todos los días para revisar el manuscrito y las copias de Los Miserables con la ayuda de Madame Chenay; en 1868 pasó todo el mes de mayo bajo su techo, mientras su fiel Susana estaba en Francia.

Del mismo modo, ya no le importaba ser vista en público con Victor Hugo y sus hijos, e incluso con su esposa, durante los viajes que hacían juntos. Mientras que en 1861, por ejemplo, en un viaje a Waterloo y Mont St. Jean, todavía la encontramos cenando aparte, y aparentemente ignorando a Charles Hugo, en 1867 está constantemente en la casa de este último en Bruselas, asistiendo a las cenas familiares y disfrutando del encanto de lo que ella llama "una rehabilitación delicada y discreta" por parte de Madame Hugo y su nuera. Ella participó tanto en sus alegrías como en sus tristezas.

Fue en Bruselas donde nacieron los tres nietos del poeta, y allí también perdió sucesivamente, en abril y agosto de 1868, a su nieto mayor y a su esposa. Lloró a este último con el dolor de un hombre cuyo recuerdo de su primer amor no se ha borrado. En cuanto a Juliette, su arrepentimiento era sincero. No se atrevió a asistir al funeral por deferencia a los chismes del exterior, pero cuando, pocos días después, entró a la casa y vio el sillón vacío que solía ocupar la indulgente personalidad de madame Hugo, no pudo contener las lágrimas.

Victor Hugo y su amiga regresaron a Guernsey el 6 de octubre de 1868. Continuaron habitando casas separadas, pero cenaron juntos, fuera en una u otra. Reanudaron también sus paseos por la playa y sus largas conversaciones, cuyo tema principal era el segundo hijo de Charles Hugo, un niño que había sido abandonado en Bruselas.

Aunque las enfermedades propias de la edad impidieron en ciertas ocasiones que nuestra heroína siguiera a su infatigable compañero. En dichas instancias, ella permanecía en el rincón de la chimenea de su casa, leyendo las Vidas de los Santos o algún libro devocional. Era más propensa que nunca a reflexionar sobre la muerte. Quedó profundamente consternada por la rapidez con la que había sucumbido Madame Victor Hugo y sentía que pronto llegaría su turno y el del poeta. Rezó fervientemente para que le permitieran ir primero.

En agosto de 1869, Victor Hugo se llevó a Juliette consigo, primero a Bruselas, donde se les unieron Charles Hugo y Paul Meurice, y luego al Rin, que tantos dulces recuerdos traía para ambos. A su regreso a Guernsey el 6 de noviembre, procedió a planificar un viaje a Italia para el invierno siguiente. También hizo arreglos para la reposición de Lucrèce Borgia en el Porte St. Martin. El viaje a Italia nunca se realizó, pero el 2 de febrero de 1870, en el aniversario de su primera representación, Lucrèce cosechó un éxito brillante.

El viejo poeta estaba encantado.

Previendo la caída del Imperio y adivinando que los franceses estaban hartos de un régimen que, durante los últimos dieciocho años, había confundido el gobierno con el espionaje y la política con la policía, Hugo redobló la actividad de su propaganda y redactó carta tras carta, manifiesto tras manifiesto. Y cuanto más confesaba Juliette la lasitud de la edad, más parecía él desafiar sus años.





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Nota de la autora: Sé que se menciona a medias que Hugo posiblemente estaba pasando por una depresión entre 1851-1868, pero quiero profundizar en eso. No hay prueba definitiva de que él estuviera MAL mal, pero sí están sus poemas, a los que todavía podemos leer e investigar.

Más allá de sus ataques políticos a Napoleón, existen unos versos que son MUY indicativos de que él estaba pasando por un período de melancolía intensa, mezclado con una furia descontrolada... Y no es por defender al viejo, pero igual creo que verlo como una especie de "villano" / "amante desinteresado" no es justo. Había perdido a sus dos hijas (Leopoldine + Claire), a su yerno, sus amigos fueron muertos o aprisionados por un golpe de estado, y él más encima tuvo que presenciar la matanza que prosiguió a dicho golpe en persona. Onda, Hugo estaba LEJOS de ser un santo, pero... dénle un descanso xD

Algunos ejemplos de poemas que puedo citar:

-Les Quatre Vents de l'esprit/ J'ai beau comme un imbécile

-Les Contemplations/Le Pont

-Les Contemplations/Un spectre m'attendait dans un grand angle d'ombre

-Les Châtiments/Puisque le juste est dans l'abîme

-Les Châtiments/Le Bord de la mer

-La Légende des siècles/ Écrit en exil

-La Légende des siècles/ Je ne me sentais plus vivant

-Les Contemplations/ Ô gouffre ! l'âme plonge et rapporte le doute

-Les Contemplations/ Hélas ! tout est sépulcre. On en sort, on y tombe


ANYWAY - Aquí dejo fotitos de Hauteville Fairy y Hauteville House:

(Por si acaso, HF ya no existe como tal; la casa ahora solo tiene una plaquita que dice que ahí vivió JD durante sus años acompañando a Hugo en el exilio. Los muebles que aparecerán abajo fueron enviados a París, y ahora están en la Maison de Victor Hugo - museo-).


HAUTEVILLE FAIRY

(Fíjense en las iniciales JD, que el propio Hugo pintó ahí... Podría ser un desgraciado muy grande, pero buen artista era xd)

(Esto al parecer él lo hizo como chiste interno con JD, porque "Shu-zan" es la pronuncia del nombre de Suzanne, su cocinera xD)

HAUTEVILLE HOUSE

Esta sí sigue de pie, con todos los muebles originales, y abierta al público. Se convirtió en museo y mi meta es visitarla (qué shock, lo sé xd)

(¿Ven esa estatua de María y Jesús arriba de la chimenea? Al parecer, JD se la regaló a VH... O al menos, eso dice la página del museo.)

(En esta sala, llamada La Galerie de la Chene, hay algo muy especial... Para nuevamente citar a la página del museo:

"Más sobrio, el muro de tres ventanas. Dos conjuntos: una mesa con patas torcidas que sirve de base a un mueble tallado y un arcón sobre el que se coloca un aparador. Sobre cada uno de ellos, un espejo. Los travesaños superiores de las ventanas están ocultos por lo que Hugo llamó "frisos calados" , de madera, con las letras V y H, luego VH rodeadas por dos J (iniciales del nombre de Juliette Drouet, que Hugo llamaba fácilmente Juju o en sus cuadernos JJ), finalmente H. Las letras V y H están grabadas y pintadas en las contraventanas de la tercera ventana."

O sea... Hasta para decorar a su casa el viejo pensaba en ella. Hm.)

(Esta es la Habitación de Cristal. Según JD, ella veía a Hugo trabajar desde la distancia, porque toda la habitación es de vidrio. *Autora vuelve en el tiempo y le regala a la señora unos binoculares, sabiendo que ella los necesita*).

(¿Ven ese mirador, arriba de la venta? Okay, ahora imaginen a Hugo ahí arriba, a JD de pie mirándolo desde la distancia, y a "Simplemente Amigos" de Ana Gabriel tocando de fondo.

*Aclara la garganta de nuevo, para citar al museo*:

[...] A la izquierda Hugo veía a Castle Cornet y el puerto; a la derecha, la casa "La Fallue", donde Juliette Drouet vivió entre Noviembre de 1856 y Febrero de 1864, antes de moverse a "Hauteville Fairy". Desde cada habitación de La Fallue Juliette podía ver a su "querido hombrecito".

"Entonces aquí estoy. Al fin tu vecino. Es a quemarropa que ahora te dispararé mi cariño y mis besos. Me parece que esta cercanía de nuestras casas también está atrayendo todavía más a nuestras almas una a la otra. "

En el día de su mudanza a Hauteville Fairy, en el 15 de junio, Hugo escribió: "6:15 en la mañana, y desde mi mirador nos dimos pruebas de nuestro despertar una última vez".

Pero en 17 de junio, él dice: "JJ me dio un pañuelo para las banderas y las señales". Y sus códigos secretos, usando el pañuelo de Juliette, continuaron.

Hay una galería que rodea el techo, y al parecer, Hugo solía colgar un trozo de tela o pañuelo de ahí, para que Juliette lo pudiera ver desde su ventana en 20 Hauteville. En una de las cartas que ella le escribía a diario, ella lo describe como un "trapo radiante" [...])


(¿Es necesario más prueba de que, pese a todos sus dramas y el hecho de que VH era un mujeriego irremediable, él la amaba de verdad xd?)

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EDIT: Descubrí, leyendo "Victor Hugo Intime" de Mme Richard Lesclide, que al parecer todos los poemas del tomo dos de Les Contemplations fueron escrito para Juliette... Hm.

"Victor Hugo lui dédia le tome second des Contemplations, dont le premier volume avait eu pourinspiratrice Mme Adèle Focher, sa femme // Victor Hugo le dedicó (A Drouet) el segundo volumen de las Contemplaciones, cuyo primer volumen había sido inspirado por Madame Adèle Focher, su esposa."

AH, y lean esto, porque me partió el corazón ver la dedicatoria de este viejo imbécil, sabiendo de todas las veces que la engañó:

"A la Juliette de Victor Hugo, más encantadora y más amada que la Juliette de Shakespeare."

...

Ay... Ese ninfómano maldito...

Me da rabia su inconstancia.

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