BIOGRAFÍA - AQUELLO QUE LE TRAE SATISFACCIÓN AL CORAZÓN
I
Cuando Victor Hugo comprendió el real tamaño del desastre nacional francés en agosto de 1870, él se movió a Bélgica de inmediato. Con la proclamación de la república, él procedió a cruzar la frontera, donde algunos de sus amigos oficiales lo esperaban.
La escena que tomó lugar con su llegada fue impresionante, aunque un poco teatral. El "sublime bandido" pidió por un trozo de pan y vino francés. Luego de comer y beber, él le rogó a Juliette que guardara un fragmento del pan, y enterró su rostro en sus manos, con el mismo gesto de alguien que está abrumado por una luz demasiado fuerte. Juliette relata que grandes lágrimas se deslizaron entre sus dedos empuñados. Los espectadores se quedaron en silencio a su alrededor, asombrados por su emoción.
El poeta y nuestra heroína se quedaron con Paul Meurice en la Avenue Frochot por un tiempo, y después se fueron al Hôtel du Pavillon de Rohan. Finalmente se asentaron; él en un apartamento en el número 88 de la la Rue de la Rochefoucauld, que él mismo amuebló; ella bien cerca suyo, en un espacioso entresuelo, arrendado por mil cuatrocientos francos, en la Rue Pigalle, 55.
Pero cuando apenas habían retomado el tono pacífico de sus costumbres, los dos se vieron obligados a desarraigarse nuevamente. El 8 de febrero de 1871, Victor Hugo fue elegido miembro de la Asamblea Nacional y, como no podía soportar separarse más de sus nietos, trasladó a toda su familia a Burdeos, incluidos su hijo Charles, su amante Juliette, y los pequeños héroes de L'Art d'être grandpère.
Ellos se movieron el 13 de febrero, y el poeta retomó su asiento el 15. El 8 de marzo consideró que era su deber renunciar, debido al rechazo de sus colegas a la idea de permitir que Garibaldi se naturalizara francés.
Estaba a punto de partir y reencontrarse con su familia, cuando un nuevo dolor lo invadió: se trataba de la muerte repentina de Charles Hugo, el 13 de marzo.
El cuerpo del desafortunado y encantador joven fue llevado de regreso a París, y el funeral tuvo lugar el día 18, en el siniestro escenario de una creciente insurrección. El día 21, Victor Hugo viajó a Bélgica para hacer arreglos para el futuro de sus nietos. Dos meses y medio después fue expulsado de Bruselas como recompensa por su excesiva hospitalidad, al haber abierto su casa como refugio a los malhechores políticos que acababan de fusilar París, y derramar la sangre de sus compatriotas.
Hugo fue objeto de una manifestación violentamente hostil el 27 de mayo de 1871 y posteriormente recibió el decreto de expulsión. Se fue a Vianden, en el Gran Ducado de Luxemburgo, y regresó definitivamente a París en septiembre de 1871. Juliette lo acompañó a todas partes.
Apenas desempacó su equipaje, ella se propuso valientemente a divertirlo, formando un pequeño círculo social con sus amigos y admiradores en su salón de la calle Pigalle. Pero la iniciativa estaba más allá de sus poderes. Su larga estancia en una isla solitaria, y su completa absorción hacia un solo objeto, habían resultado en la pérdida de lo que podría llamarse su talento social. En Francia, y especialmente en París, todo era nuevo para ella, y todo la agitaba.
El estado de su salud no le permitía recuperar la ecuanimidad. Sufría de gota y enfermedades del corazón, estaba engordando, caminaba con dificultad, dormía mal y estaba terriblemente drenada de energías: "Estoy tan cansada", escribe, "que siento como si ni siquiera la eternidad pudiera traerme descanso".
Victor Hugo, por tanto, abandonó las diversiones de la calle Pigalle. Sus cajas y cofres se volvieron a llenar, y el 14 de agosto de 1872 el grupo regresó a esa isla, donde todo hablaba del exilio de antiguas alegrías, desde las anémonas que ellos amaban, hasta el cerezo que él mismo había plantado.
Por la mañana, a las once y media, Victor Hugo solía hacer su alegre aparición en Hauteville Fairy y acompañar a su amiga a la Hauteville House, donde sus nietos Georges y Jeanne asistían orgullosamente a la mesa del almuerzo. Por la tarde, un paseo familiar era organizado. El carruaje más grande de la isla casi se quedaba pequeño para contener a todos los seres queridos del poeta, por quienes le encantaba estar rodeado. Las horas transcurrían pacíficamente hacia el anochecer.
Mientras nuestra heroína vivía de esperanzas futuras y recuerdos del pasado, Victor Hugo disfrutaba del presente más que nunca. Todo el mundo conoce su valentía, y la fachada audaz que ofreció a su edad avanzada.
Entre otras ilusiones reconfortantes, él optó en creer que las mujeres preferían a los hombres mayores, y se enorgullecía al demostrar su teoría en la práctica. Con más sensatez a la que se le atribuye, Juliette lograba a veces cerrar los ojos y los oídos; en otras ocasiones, ella lo animaba gentilmente, felicitándolo por el éxito de su más reciente conquista. Pero a menudo hay que admitir que su temperamento no estaba a la altura de la nobleza de su naturaleza. Y a sus celos naturales pronto se añadió el dolor de la humillación y de la dignidad ofendida, causados por una intriga vulgar, llevada a cabo ante sus propios ojos, junto a su propia chimenea. Ella lo encontró con otra dama.
Y al fin, para terminar su visita a Guernsey, que había resultado tan diferente de lo que había esperado, Juliette tomó una decisión grave: resolvió abandonar el campo de batalla a las frágiles bellezas que el azar, el deseo, o el interés personal congregaban en torno a su poeta, y retirarse a vivir en Brest con su hermana, o en Bruselas con sus amigos, los Luthereau.
Habiendo pedido prestados 200 francos de alguna figura que la historia desconoce, Juliette se marchó de la isla el 23 de septiembre de 1873, sin dejar la más mínima nota de despedida a Victor Hugo.
Pero él no perdió tiempo en enviarle una carta de retirada, y expresó su remordimiento en términos tan elocuentes y tan patéticos, que una vez más la pobre mujer estuvo dispuesta a pasar por alto su infracción.
Ella regresó a la calle Pigalle el 27 de septiembre. Posteriormente, le escribió a los amables anfitriones en cuya casa se había refugiado: "He sido muy tonta, muy cruel, y muy estúpida con mis acciones; pero he recibido mi recompensa. Si uno pudiera esperar una segunda resurrección como ésta, casi podría sentirse tentado a pasar por todo esto de nuevo".
II
Poco después del acto desafiante de Juliette, su amigo le impuso el cansancio de una nueva pérdida sobre ella. El autor de L'Art d'être grandpère acababa de perder a su hijo, François Victor. Más que nunca Hugo recurrió a sus nietos en busca de consuelo y, a finales de 1873, decidió unirse a ellos y a su madre, en una misma casa.
Por un alquiler de 6.000 frs al año el poeta alquila dos apartamentos, uno encima del otro, en el número 21 de la calle de Clichy. El 28 de abril de 1874, Juliette tomó posesión del tercer piso del mismo con su criada, mientras que Madame Charles Hugo, sus hijos y Victor se instalaron en el cuarto.
Las recepciones y cenas comenzaron de nuevo, casi al mismo tiempo. Al principio fueron semanales, luego quincenales y finalmente diarios. La mesa era grande y estaba bien concurrida. Además de las cinco personas que formaban el grupo familiar, incluida Juliette, rara vez había menos de siete invitados. Nuestra heroína, en su calidad de mayordomo jefe, solía proporcionar doce. A ella le gustaba que la comida fuera sencilla y sustanciosa: lenguado normando, côtelettes Soubise, y poulets au cresson eran los platos principales de su menú.
Una labor de housekeeping de esta escala exigía una plantilla de sirvientes competentes. Juliette tenía cinco por os cuales era responsable. Supervisaba sus gastos, sus compras y el uso que hacían de las provisiones; elogiaba el buen trabajo y reprochaba las faltas y, de hecho, cumplía todas las funciones de un mayordomo en una situación en la que el gasto diario excedía las cuatro libras esterlinas en comida, y aproximadamente las dos libras esterlinas en vinos y licores. También debía supervisar el departamento de invitaciones, redactar listas y clasificar a los visitantes de cada día, para así lograr combinar la solemnidad de un Schoelcher o un Renan con el ingenio y la espuma de un Flaubert o un Monselet. Juliette asumió este cargo, entregó los nombres a Victor Hugo, escribió todas las cartas, abrió las respuestas y las organizó. Si alguien fallaba en presentarse, a último momento, ella telegrafiaba a alguien de la "lista subsidiaria" —como ella la llamaba—, y sólo cesaba en sus esfuerzos cuando estaba segura de poder ofrecer al satisfecho maestro una mesa llena, con una corte dócil, numerosa y abundante.
Ella estaba ahora en la cima de dicha corte, controlándola, pero no debe suponerse que fuera por deseo propio. Al contrario, la dama practicó la más severa modestia. Vestida de negro y con como única joya un camafeo engastado en oro que representaba a madame Victor Hugo —y que ésta le había legado en su testamento—, Juliette solía sentarse junto a la chimenea, en un gran sillón. Cansada por sus laboriosos preparativos, ocurría frecuentemente que se quedaba dormida en el salón, como solía hacer madame Victor Hugo. Esta falta de modales repentina la cubría con tanta confusión, que hizo el voto de mejorar su salud al nivel de su devoción, o simplemente desaparecer de la vista. Y por eso redobló sus actividades, de manera sorprendente para una septuagenaria. Ella se comprometió a seguir al envejecido poeta siempre que se mezclara con la multitud. En los funerales de Quinet y Frédéric Lemaître, Juliette estuvo presente entre la multitud; una anciana enferma, que observaba desde lejos, por encima de un Victor Hugo erguido como un dardo, y lleno de vitalidad. Si él quería hacer un ascenso en globo, ella estaba allí; cuando dirigía un ensayo o leía uno de sus primeros dramas a sus intérpretes modernos, era ella quien encabezaba los aplausos, declaraba que la voz de Olimpio había conservado toda su fuerza y belleza, y que nunca había leído mejor.
En el período comprendido entre 1874 y 1878 hay que reconocer que Victor Hugo hizo todo lo posible para asegurarle a su amiga el mayor grado de tranquilidad mental que ella había disfrutado en toda su vida. Él tenía cuidado al ocultarle sus infidelidades, y a menudo lograba evitar escenas y reproches; o, si negarlo le parecía imposible, intentaba paliar su falta y ganarse su indulgencia dirigiéndole una de esas odas poéticas en las que él sobresalía, y de las que ella obtenía tanto orgullo y alegría.
Pero estos fueron sólo resurgimientos pasajeros de emociones juveniles, tanto en el poeta como en su amiga. Se parecían a hogueras de hojas muertas que los trabajadores del campo encienden en otoño, en las cimas de colinas desnudas; su llama apenas resiste la más mínima ráfaga de viento. Tal ráfaga sopló sobre la pareja de ancianos en el transcurso del año 1878.
Juliette estaba muy preocupada por su estado de salud. Escribió al poeta el 8 de enero: "Siento que todo se me escapa y se desmorona en mis manos: mi vista, mi memoria, mi fuerza, mi coraje."
El 28 de junio del mismo año, en medio a uno de esos copiosos banquetes a los que el poeta todavía hacía plena justicia, y en medio de una discusión con Louis Blanc sobre Voltaire y Rousseau, Victor Hugo sufrió un ataque cerebral que alarmó sobremanera a sus amigos. Su discurso vaciló y él gesticuló débilmente. Dos médicos fueron llamados apresuradamente a la escena, pero no lograron tranquilizar a nadie. Le prescribieron reposo absoluto, lejos de la ciudad.
El 4 de julio, el Hugo fue escoltado a Guernsey por un numeroso séquito, formado por sus nietos, la familia Meurice, Juliette, el señor y la señora Lockroy, Richard Lesclide y otro amigo, Pelleport. Pero apenas llegaron a la isla, él comenzó a mostrar síntomas de agitación. No podía ser a causa de su enfermedad, porque vivía tranquila y cómodamente, regocijándose con la diversión que la temporada brindaba a sus amigos y aprovechando su propia parte de ella.
Pero —según el testimonio de alguien quien ha publicado un libro sobre el maestro, tan ingenioso como franco— la razón era que había dejado en París a las protagonistas de varias de sus intrigas; entre ellas, la joven cuyas acciones habían provocado el último ataque de ira de Juliette y su súbita partida hacia Brest. Hugo temía que el correo transmitiera a Guernsey los tristes arrullos de las palomas olvidadas en la capital, y que algún eco de ellos llegara a los oídos de Juliette.
Nuestra heroína ciertamente fue informada de algunas de estas circunstancias, ya que el 20 de agosto de 1878, mientras todavía estaba en Guernsey, ella le escribió al anciano una carta que revela el cambio de carácter de su relación.
Victor Hugo, al leerla, le respondió con cierta irritación y desdén, llamando a Juliette de "maestra de escuela".
A su regreso a París, el 10 de noviembre, él consintió en trasladarse a la casita en la Avenue d'Eylau, donde terminó sus días, y que se encontraba entonces casi en el campo. Juliette ocupó el primer piso y él el segundo. Pero pronto, la dama se dispuso a pasar las noches en una habitación libre junto a la de él, para poder estar disponible para atenderlo si fuera necesario.
A partir de ese momento se puede decir que su vida decayó en una tristeza y una servidumbre ininterrumpidas. ¡Ella sufría de un cáncer interno y sabía que estaba condenada a morir lentamente de hambre! Sin embargo, desempeñó su papel de enfermera con una devoción y una atención minuciosa a los detalles, a los que todos los testigos rinden homenaje. Ella era la que entraba todas las mañanas en la habitación del poeta y lo despertaba con un beso; ella, quien ponía una cerilla al fuego de la chimenea, le preparaba los huevos para su desayuno; ella, que atendía al viejo mientras comía, abría sus cartas, hacía extractos de ellas cuando era necesario y contestaba las más importantes. Fue ella, una vez más, quien se encargó de hacerle compañía a su querido amigo hasta el mediodía, de divertirlo, y de informarle sobre las novedades políticas y literarias del momento.
La tarea era lo suficientemente pesada como para cansar a un cerebro mucho más joven. Juliette la encontró casi más allá de sus fuerzas. En 1880 estaba tan alterada que se había vuelto nerviosa, irritable e inquieta. Por la noche, cuando terminaban sus oficios de lectora y enfermera, no debe suponerse que pudiera dormir. Desde su cama en la habitación contigua, con los ojos fijos y el oído atento, observaba el sueño de su querida vecina, bajo el gran baldaquino renacentista, con sus cortinas de damasco carmesí. Si él tosía, ella se levantaba apresuradamente y le administraba una bebida calmante; pero si ella tosía y corría el riesgo de despertarlo, se enfurecía consigo misma, deseaba tener una mordaza, y trataba de reprimir el trabajo de su pecho dolorido. Maldecía a los años que habían hecho de su amor una carga para su objeto, y reprendía a su cuerpo por ser un mal sirviente, que ya no estaba subordinado a su voluntad.
Por severos que fueran los sufrimientos físicos que soportaba con tanta paciencia bajo la sombra de la noche, Juliette los prefería a la tristeza que soportaba durante las largas y solitarias tardes, mientras su antiguo compañero estaba en el Senado, en la Academia o en cualquier otro lugar.
Debemos imaginarla en ese período, no como la representa Théodore de Banville en su descripción formal, sino como Bastien Lepage la pintó con más verdad, aproximadamente en la misma época. La enfermedad había hecho crueles incursiones en sus rasgos graves, serenos, y alguna vez parecidos a los de una diosa. Su pobre rostro está desgastado y consumido, cubierto por una fina red de arrugas, cada una de las cuales cuenta su historia de sufrimiento. Su cabello, cuyo brillo antes los poetas comparaban con los pétalos satinados de un lirio, y que una vez caía naturalmente en ondas, está áspero y duro, y ha asumido ese tinte amarillento que tan a menudo presagia la muerte. Sus labios, ya no revividos por los besos, están pálidos, sus ojos pesados y angustiados, su sonrisa apagada.
Sentada junto al fuego en invierno y ante la ventana abierta que da a la Avenue d'Eylau en verano, aquella que en el pasado fue la "Princesa Négroni" presenta ahora el aspecto lamentable de una abuela sin nietos.
A veces intenta orar. Llama a la muerte por ayuda, se queja de la lentitud con que las ataduras del alma sueltan las del cuerpo.
En septiembre de 1882, hizo un breve viaje con Victor Hugo a Veules, para quedarse con Paul Meurice en su casa, y a Villequier, para quedarse con Auguste Vacquerie. Se acostó en su cama de inmediato, así que regresó de la excursión. Con un gran esfuerzo de voluntad, se levantó una vez más para asistir a la reposición de Le Roi s'amuse el 25 de noviembre. Luego, regresó a su habitación al fin, y nunca más salió de ella.
Ni su cuerpo ni su mente eran capaces de asimilar el alimento. Dejó a un lado los recuerdos felices.
Todas las tardes el viejo poeta la visitaba. A él no le gustaba ninguna mención de la muerte y no podía soportar la visión del sufrimiento. Si hemos de creerle a las palabras de Juliette, Hugo había establecido la regla de que todos debían renunciar a la melancolía y deshacerse de los pensamientos tristes antes de aparecer en su presencia.
Dócil como siempre, la enferma se esforzó siempre en sonreír cuando él entró a su habitación. Escuchó sumisamente los argumentos con los que él intentó persuadirla de que realmente no sufría, que el sufrimiento no existe. Hasta el 11 de mayo de 1883, el mismo día de su muerte, permaneció así de resignada. Incluso durante aquella hora del día, en la cual todavía tuvo que representar dicho papel, contuvo sus gemidos y se mostró alegre ante él. Hizo lo mejor que pudo por el bienestar de Hugo, y sin duda, en el triunfo de esa victoria diaria, obtenida sobre la tortura física por su espíritu indomable, ella encontró por fin la respuesta que el poeta debería haber puesto en boca de Maffio: Juliette descubrió que "lo que satisface el corazón no es deseo, ni caricias, ni siquiera amor: es la abnegación".
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Nota de la autora: Vengo aquí abajo a hacer un mini exposed de Victor Hugo, ya que estoy leyendo "Victor Hugo Intime" de Juana Richard-Lesclide, publicado en 1902 y traigo un montóóón de chismes literarios para ustedes, queridos lectores, más info complementaria para que entiendan su comportamiento muy tonto, celoso, tóxico y posesivo durante sus años con Juliette.
Porque sí, él la amaba. Pero también era un bastardo.
Además, a veces soy muy blanda con Hugo...
Hoy quiero funar a ese viejo xd.
Así que Victor...
[Nota, todo esto ocurre alrededor de 1874, creo...]:
"Una mañana de agosto, en Guernsey, una crisis estalló sobre una carta escrita por una ex sirvienta, Marianne, a quien Victor Hugo había empleado en 1853, y a quien Madame Drouet había considerado necesario despedir un año después, con el pretexto de que la linda muchacha exhibía sus diecisiete primaveras de una manera "demasiado triunfante".
La vida, sin embargo, no había sido exitosa para la pobre Marianne, quien pidió ayuda a su ex maestro. Madame Drouet fue, para su mala fortuna, quien abrió la carta. De ahí sus lágrimas y crujir de dientes.
Me gustaría señalar que Marianne tenía en ese entonces apenas catorce años, y que sería una injusticia para su ilustre amigo atribuirle "éxitos femeninos" de este tipo, porque su brillante trabajo ponía a todas las mujeres, independiente de edad, a sus pies. [La autora quiere decir que Hugo no tenía segundas intenciones con esta chica por su edad; la fascinación venía de ella, no de él].
Aún así, Madame Drouet fue intratable. Sobre todo porque durante la pelea, el maestro había cometido la imprudencia de llamarla "mi querida Blanche".
El nombre de "Blanche" vino para revivir recuerdos recientes y reabrir una herida mal cicatrizada.
[Nota: Blanche era una ex sirvienta con la que Hugo había engañado a JD]
¡Blanche! ¡Como paliativo este desliz fue muy apropiado!
Porque había allí, en París, cerca de Notre-Dame, una mujer blanca escondida bajo la roca: aquella con quien el poeta fue a descansar de su gloria, bajo el puente de la Tournelle.
Lo que resultó de todo este lío de infidelidades fue una escena conmovedora, donde el Maestro, todavía muy débil de moral, lloró como un niño al ser descubierto.
Todo el mundo estaba asqueado por este desastre, empezando por la mujer que había cuidado a esta inusual liebre, por años.
Apenas la calma volvió a reinar cuando una nueva tormenta oscureció el horizonte: Se trató de una bolsa con efectivo, escondida en un cajón en el estudio de Hugo, al que él apenas dejaba entrar a ciertas personas, y al que Madame Drouet hacía frecuentes incursiones. La descubierta de bolsa la volvió loca, y ese día el objeto tenía la doble culpa de contener 5.000 francos en oro, y de llevar encima las iniciales V. H.
¿A quién estaba destinada esta bolsa clandestina? ¿Y qué comodidades tuvieron que pagar esos 5.000 francos? Tal era, en su brutalidad, la pregunta planteada.
Victor Hugo se encargó de demostrarle a su sospechosa compañera que allí no había ningún misterio. Dijo que había encontrado el contenedor y su contenido entre las cosas de su hijo fallecido, François Victor, tras la muerte del mismo, y que lo había conservado todo intacto en memoria de su amado niño. La señora Drouet no creyó ni en una de sus palabras.
Y después de esto, la casa otra vez se puso en revolución. Ahora, por la historia de unos cuadernos cuyas fechas eran de hace cinco años, y que habían sido descubiertos bajo el polvo, en algún rincón de la casa. Poseían nombres de mujeres; algunos incluso tenían la discreción de ir acompañados de fechas.
Estas mujeres sólo podían ser amantes del poeta. De ahí, más lágrimas, recriminaciones y riñas.
Pero lo que remató todo fue cierto relato sobre la calle de les Cornets.
Guernsey, que cuenta con cien parroquias, tiene una calle así de mal nombrada —con el debido respeto a la mojigatería inglesa—.
Una rue des Cornets que... Espera, ¡¿rue des Cornets?! [Nota: Esto es posiblemente eufemismo para algo como "corneta" o "pene", aunque no estoy segura de ella, y no supe cómo traducir esta parte.]
Precisamente. ¡Es impactante!...
El Maestro había cometido la imprudencia de haberse quedado mucho tiempo en esta calle, donde las jóvenes vendedoras de amor pasan el tiempo retozando en las puertas."
[Aquí hay un párrafo gigante donde se cuenta que un amigo exiliado de Hugo se fue a cenar a su casa, pero que es mejor eliminar y seguir con lo próximo]:
"Después de cenar, mientras toda la familia estaba reunida en el salón rojo (parte de la Hauteville House), Monsieur Marquand encontró adecuado preguntarle directamente a su anfitrión qué había ido a hacer aquella tarde a la rue de Cornets.
Victor Hugo, atónito, protestó que nunca se había detenido en la rue des Cornets. Y por el rostro de Madame Drouet durante toda esta reunión se atravesaron todos los matices de la más violenta indignación.
Era fácil predecir un estallido, de primer orden.
El inglés, que tenía a su asociado muy cerca de su corazón, quiso aclarar el malentendido. Ya monsieur Hugo, interrumpiéndole, declaró formalmente que no había puesto un pie en la calle des Cornets, jamás.
—Sin embargo, querido amigo, te vimos allí.
—¡Una falsedad!—gritó el poeta.
Dada la forma en que iban las cosas, monsieur Marquand se demostró menos convencido de ello, pero contó, con mucha desgana, que una señora le dijo que sí había visto esto, y que otra señora visto aquello...
Mentiras, sin duda, pero por cómo la calle des Cornets estaba pavimentada, era muy posible que el dueño de la casa había entrado a una puerta hospitalaria luego de tropezar con unos adoquines sueltos.
Y el maldito hablador, encantado de haber golpeado las piernas de su amigo con las suyas, se despidió de aquella alta sociedad diciéndole al poeta:
— ¡Pero aquí entre nosotros, sabes muy bien que hay algo de verdad detrás de mis palabras!
Como Víctor Hugo había rechazado los platos de Monsieur Marquand, el hombre se vengó interviniendo de tal forma.
Era inevitable que sus indiscreciones provocaran un conflicto. La Madame Drouet, después de una escena de increíble violencia, declaró a su impenitente amigo que estaba decidida a dejarlo y que su partido estaba irrevocablemente tomado. Luego se levantó y se fue de allí, sin que nadie pensara siquiera en detenerla, en medio de la consternación general.
—¿La escuchaste, suegro? —preguntó Madame Lockroy, que mantenía una igualdad de carácter y una actitud verdaderamente admirable a la altura de estas crisis íntimas—. ¿Qué harás entonces?
El poeta respondió, muy sombrío:
—Iré a buscarla.
— Incluso a Prusia, ¿adónde ella quiere ir?
— ¡Incluso a Prusia!
Así, este hombre prodigioso, con una voluntad tan fina en todo lo demás, estiró el cuello hacia el yugo y nada temía tanto como liberarse de él."
[Aquí otro párrafo gigante pero redundante donde se cuenta que Juliette se fue a vivir con una amiga, conocida como la "vieja condesa", plus cambio de capítulo].
"No era necesario decir que una grave perturbación afectaba al poeta. Como resultado, muy pocos visitantes fueron admitidos en la Hauteville-House, aparte del habitual séquito del Maestro, durante el largo tiempo que él permaneció por allí.
Sin embargo, algunas personas indiscretas lograron forzar las puertas, por muy cerradas que estuvieran, entre otros el Sr. Antonin Périvier, entonces un pequeño editor en el Fígaro. Este periodista tuvo la habilidad de hacerse presentar a través del buen hombre Marquand, bajo cuyos auspicios fue recibido por todo un día de cordial hospitalidad.
Ciertamente, Monsieur Marquand nunca falló la oportunidad de cometer algún nuevo error garrafal. Después de la desafortunada historia de la rue des Cornets, volvió a la mesa hablando sobre todo y sobre nada, con la presentación de un periodista parisino violando un retiro sagrado."
[Yadda-yadda, el periodista publica un artículo agradeciéndole a Hugo por la visita y acto seguido comparte información delicada sobre su familia en un diario de Guernsey].
"Consecuencia conocida de esta deplorable indiscreción, que podría acarrear todo tipo de complicaciones, las puertas de la casa del ermitaño Victor Hugo comenzaron a ser supervisadas, y a nadie se le fue permitido cruzar el umbral de Hauteville-House sin mostrarle antes las manos blancas."
[Más relleno; un médico de Hugo le dice que la mejor receta para sus dolores articulares, dorsales, y para sus palpitaciones es que deje de tener sexo como gata en celo y que descanse; Hugo le dice que es demasiado cachondo para eso. El doctor lo contradice llamándolo de pecador, diciendo que todos los franceses son impúdicos y anti-higiénicos, Hugo no se ofende e incluso hace chistes biblícos con relación a su manera mundana de ser.
Juliette regresa, luego de la pelea. Hugo la va a buscar y le pide perdón de rodillas.
Meses después ella tiene un accidente terrible, mientras está de paseo con sus nietos, y se cae por una escalera, aterrizando en su espalda. Hugo, al enterarse del suceso, se desespera y le pregunta a sus familiares si ella está bien. JD está desmayada y hecha polvo. Pero sus nietos le dicen que solo tiene "indigestión" xd. Eventualmente ella vuelve a sí y la meten a un carruaje. Cuando llegan a Hauteville House y todos se bajan, Hugo no la deja hacer lo mismo y le demanda un "paseo", porque ella le mintió también, diciendo que solo estaba con náuseas.]
—¡No, señora, quédese! El aire libre es excelente para la indigestión y los dolores de estómago. Vamos a dar un pequeño paseo.
— ¿Por la lluvia?
— La lluvia no hace nada. El aire fresco es muy saludable.
— Pero me siento muy mal.
—El aire libre te restaurará.
— Prefiero decirte la verdad...
—Deberías haber empezado por ahí.
—Tuve una caída en el restaurante y quedé aplastada. Necesito ir a la cama.
—¡Error! Nada es mejor que un poco de agitación después de estos shocks.
—¿No me crees? Pregúntale ahora a Monsieur Lesclide.
Monsieur Lesclide, el acusado, certificó que la caída había sido peligrosa. Víctor Hugo interrumpió a su amigo:
—Sé mejor que usted lo que necesita la señora —dijo brevemente.
—¡Pero señor! —Juliette exclamó.
—Sí, Madame, conozco su temperamento mejor que usted. Vamos, cochero, aún son las cinco y media... ¡Pasearemos hasta las siete!...
[Estos dos se pelearon hasta llegar a casa. Ella antes de dormir terminó pidiéndole disculpas y él al parecer hizo lo mismo. Dear God, pero que relación más tóxica. Me encanta xd.]
Edit: Encontré esta foto de Victor Hugo buscando info para la traducción de uno de los capítulos siguientes del libro, y la tuve que convertir en meme también:
VH y esa pose de "hey mama lesbian" (meme de tiktok) me hizo reír demasiado, perdón xD
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