🎀Capítulo 20🎀
Alcoba
Amorina se quedó en la habitación que una vez fue de la marquesa en sus tiempos de soltera y antes de dormir, caminó hacia el hogar que había visto en la visión que le había mostrado el collar semanas atrás, en la parte interna de la chimenea se encontraba un pilón de cartas sin abrir, cuando las tuvo en sus manos leyó el remitente. Su abuelo. Las cartas iban dirigidas a la marquesa y jamás fueron abiertas. Se notaban ajeadas, sucias y con bastante polvo. Era una clara señal de que alguien más se las había juntado y escondido para que ella nunca las recibiera en mano y se olvidara de él para siempre. Pero ni el tiempo y ni la distancia pudieron hacer tal cosa, porque sabía por su abuelo que mantenían correspondencia cuando luego de que Carmela, su primer amor, averiguara la dirección de él, la marquesa le escribió para volver a tener contacto después de décadas, y más verídico fue cuando planearon separar el collar, entregándole el collar a ella y el colgante a Massimiliano.
Sus ganas de contárselo al marqués eran más fuertes y salió de la habitación dejando a su perrita echada en la cama. Fue golpeando cada puerta porque no tenía idea donde se encontraba él, hasta que Mass salió de su recámara.
—¿Qué sucede? —preguntó frunciendo el ceño.
—Golpeé las puertas pensando que estabas en alguna de ellas, pero ni me hubiera imaginado que tu cuarto estaba frente al mío, bueno, al que era de tu nonna.
—Trasladé mis cosas a este porque es más amplio —sonrió y bajó la vista a las cartas que Amorina tenía en sus manos—. ¿Son cartas de mi nonna?
—No, de mi abuelo para ella.
—Entra —la invitó—. Nadie sabrá que entraste si eso te preocupa y si lo saben, ya estamos grandecitos para darles explicaciones.
—Pero, queda un poco mal, ¿no?
—¿Desde cuándo te preocupa eso? —Alzó una ceja mientras la miraba—, me enfrentaste cuando llegaste aquí por el tema de la textilería, los demás para ti son pan comido —volvió a sonreírle y ella lo hizo también.
Amorina entró a su cuarto y se sorprendió con lo elegante y masculino que era. El aroma del ambiente le llamó la atención, era amaderado y con algo más.
—¿A qué huele el ambiente? Qué rico es.
—Maderas y chocolate.
—Me sorprende que tengas un aromatizador de ambientes.
—No soy mucho de esas cosas, pero me lo ofreció la señora de la tienda de aromas y no pude decirle que no.
—¿Eres del sí fácil? —cuestionó casi en risas.
—Un poco.
Se quedaron en silencio en aquel momento y Massimiliano le habló sobre las cartas. Los dos se sentaron en un sillón de dos cuerpos y de a poco fueron abriendo las dos primeras cartas.
—¿Crees que está bien que yo lea esto?
—Sí, ¿por qué me lo preguntas?
—Porque son de tu abuelo.
—¿Y no crees que vos también tenés que saber lo que le escribía a tu nonna? Digo, por lo menos para saber lo que le contaba. Si sabes un poco español de seguro lo entenderás.
Amorina abrió la hoja y se volvió a sorprender.
—Está escrita en italiano —abrió más los ojos y levantó las cejas—. No pensé que supiera el idioma. Estaba creída que tu nonna era quien hablaba español, por un tema de que con títulos nobiliarios se espera que sepan más de una lengua.
—Tal parece que estabas equivocada —le dijo mirándola a los ojos.
—Sí.
Cada uno fue abriendo y leyendo cada carta, descubrieron algunos secretos, entre ellos que el padre de Carmela había amenazado a Darío apuntándolo con un arma cuando este había ido a verla, y que, si no se alejaba de ella, lo mataría. Otro de los secretos, era que, debía vender la parte de la textilería para no tener ningún vínculo con la marquesa.
—Por lo que supe de esto, fue que mi abuelo se la cedió al abogado que él tiene acá y luego cuando cumplí la mayoría de edad, yo terminé siendo la dueña. Así lo dejó escrito frente a su abogado. Ahora me cierran varias cosas.
—Don Darío pisaba la textilería, pero seguramente lo hizo cuando mi nonna se quedó sola.
—Es lo más probable.
—¿Estás más tranquila sabiendo todo esto? —le preguntó un poco preocupado.
—Sí. Lo de la amenaza lo sabía porque el collar me lo mostró, pero no pensé que fuese tan así como lo escribió en la carta.
Amorina quedó melancólica y pensativa, hasta que Massimiliano le mostró otro pilón de cartas que estaban en el mismo pilón que ella trajo.
—¿Por qué me la muestras?
—Estas —se las señaló—, son de hace unos años atrás, son también de tu abuelo, dirigidas a mi nonna.
—Leámoslas, por favor.
—De acuerdo —asintió él con la cabeza también.
A medida que los minutos pasaban, tanto Amor como Mass iban sabiendo más cosas respecto a la pareja que una vez se amó y que su amor jamás pudo prosperar como aquellos dos habían querido. Hasta que el marqués dio con la carta que el abuelo de Amorina le había respondido a su nonna cuando ella le había, al parecer, dicho que tenía la idea de separar el collar para que sus nietos se conocieran.
—Mira esto —le dijo el hombre y ella leyó lo que le señaló.
—Confirmo lo que creí casi imposible, fueron ellos todo este tiempo para que nos terminemos por conocer y encontrar —declaró dejando la hoja de papel sobre la mesita—, ¿quién crees que la ayudó a que estas cartas llegaran a mi abuelo y que ella las recibiera también?
Massimiliano recordó algo que había creído no volver a recordar porque era bastante chico.
—Cuando tenía unos diez años, recuerdo que una mujer estaba siempre con mi nonna y después supe que era su doncella. Durante los siguientes años las cosas cambiaron, yo me fui a estudiar fuera del país y no supe más nada de ella. Cuando mi nonna falleció, la mujer no estaba más aquí, pero sí supe que había conseguido trabajo.
—¿Y te acordas de su nombre?
—Sabía que se llamaba Beatrice.
—Me hace pensar que quien era la doncella de tu nonna es el ama de llaves de Las Camelias, por su nombre.
El marqués quedó desconcertado y luego rio.
—¿Por qué lo crees? Sería un poco loco, ¿no? Digo, primero es la doncella de mi nonna y luego de años trabaja para ti.
—Yo no conozco a nadie de las personas que trabajan en la residencia, solo sé que eran empleados de mis abuelos, cuando el abogado de mi abuelo me entregó las llaves y la escritura de la casa, ellos volvieron a trabajar, me recibieron con una casa bastante acondicionada, aunque requirió varias reparaciones. Así que no sé si Beatrice es la misma persona, mi pensamiento dice que lo es, pero puedo equivocarme, porque sería mucha casualidad, ¿no?
—Sí, a no ser que tu abuelo le haya dado instrucciones de que cuando él no estuviera, ella tendría que empezar a trabajar en Las Camelias de nuevo para su nieta.
—Esa podría ser una posibilidad.
—Solo sería cuestión de preguntarle —sugirió Mass.
—Lo haré. Supongo que para mañana se calmará el tiempo y podré volver para preguntarselo.
—Esperemos que sí, e iré contigo, si es la misma Beatrice, nos podrá decir más cosas, al haber sido su doncella lo más seguro es que haya sido su confidente también.
—No tengo dudas —comentó doblando la hoja y metiéndola dentro del sobre—. Qué bonito que está el árbol de mimosas.
—Pronto caerán sus pétalos, es un árbol de invierno.
—Estuve investigando un poco sobre ese árbol, leí que las mimosas se regalan en el día de la mujer aquí.
—Así es, las regalamos a las mujeres importantes que forman parte de nuestra vida, es un símbolo por el día de los derechos de la mujer en todos los ámbitos. Y de paso, mi padre y yo se las entregamos a las mujeres que conforman Imperia y Savona.
—¿Tu papá y vos las regalan? —Se sorprendió levantando las cejas—, ¿tu papá? —insistió sin creerlo aún.
—Sí, aunque no lo creas —rio ante su sorpresa.
—Es un lindo gesto de su parte. A pesar de esa coraza que tiene, que regale ramitos lo hace menos frío, pero debería respetar y querer más a tu mamá.
Massimiliano se asombró con lo que le dijo porque no esperaba que ella se diera cuenta o que no se lo dijera, si es que notaba aquellos tratos.
—No creí que fuese tan obvio.
—Lo es, la mayoría calla, pero creo que casi todos se dan cuenta el trato que le da y tu mamá no se lo merece.
—No, sinceramente no se lo merece y por eso tuve unas fuertes palabras con él, creo y espero que haya entendido la indirecta.
—Ojalá que la haya entendido —respondió y se levantó del sillón—, bueno, volveré al cuarto que dejé sola a Canela.
—De acuerdo, déjame las cartas, las guardaré.
—Está bien. —Asintió con la cabeza también—. Buenas noches.
—Gracias, buenas noches para ti también —contestó y se puso de pie para darle un beso en los labios mientras la tenía sujeta de las mejillas.
Mass la acompañó hasta la puerta y luego la vio entrar al cuarto de enfrente.
🎀🎀🎀
Luego de desayunar, Angela y Amorina salieron del marquesado hacia el pueblo de Imperia para más tarde ir hacia la ciudad y entregar los ramilletes también, tiempo posterior fueron a Savona, en ambos lugares para repartir el resto de los pequeños ramos.
En el horario de la tarde, entraron a una cafetería para beber algo caliente y comer algo dulce mientras charlaban de aquel día y de la relación que estaban intentando tener el marqués y ella. Angela estaba muy contenta por ellos y esperaba que aquella relación diera sus frutos, estaba convencida que gran parte de los ciudadanos de Imperia y Savona estarían felices de saber que estaban juntos porque querían mucho a los dos.
—Me alegra saber que le has dado una oportunidad a mi hijo.
—Te lo agradezco de verdad, pero siendote sincera no sé qué pudo haberle gustado de mí a él, tengo levemente una buena posición social, pero carezco de título nobiliario.
—Massimiliano no ve esas cosas y si se ha interesado mucho por ti fue por tu modo de ser, y tu belleza.
—¿Belleza? No soy una cara para tapa de revistas.
—Lo que ha visto en ti mi hijo, va más allá de un rostro bonito, no debes tener una cara para revistas para ser la novia de mi hijo o incluso agradar a sus padres. No siempre las caras bonitas son buenas personas, si Massi gusta de ti, tienes buenas intenciones y eres buena, entonces mi marido y yo estamos felices de que te haya conocido, sin importar que tengas o no un título nobiliario.
—Entiendo y la verdad es que te lo agradezco —le contestó y luego le quiso preguntar otra cosa—. ¿Puedo hacerte una confidencia?
—Por supuesto —le sonrió.
—Anoche leímos algunas cartas que estaban escondidas en el cuarto que Massimiliano me dio para que durmiera, algunas eran de mi abuelo, cartas que nunca llegaron a las manos de tu mamá y otras tantas eran respuestas de él, lo que más nos sorprendió leer e hizo que afirmáramos más lo que pensábamos fue que Carmela había planeado separar el collar para que nosotros nos encontráramos.
La chica hizo una pausa y volvió a hablarle.
—Massi me contó que cuando él tenía unos diez años, recordó que su nonna tenía una doncella llamada Beatrice, yo la única que conozco con ese nombre es mi ama de llaves.
—Es la única que vive en Savona y la única que tanto mi madre como tu abuelo conocieron —bebió un sorbo de su bebida caliente y dejó la taza en el plato mirándola a los ojos.
—Tanto él como yo creemos que fue ella quien ayudó a tu mamá a que esas cartas llegaran a mi abuelo.
—Y están en lo cierto. No hay ninguna otra Beatrice en ambas ciudades que sea adulta, las demás son unas jovencitas aún y otras unas niñas.
—¿Vos estuviste de acuerdo en que ella trabajara para mi abuelo?
—Nunca lo he visto mal, si eso piensas. Después de todo, si Beatrice no hubiera sido la cómplice de mi madre y tu abuelo, en parte, mi hijo y tú creo que difícilmente se habrían conocido.
—Viéndolo de ese modo es posible lo que decís y me alegra estar acá, y haber conocido a Mass —sonrió al pensar en él y bebió un poco de su taza de café con leche.
—Y yo me alegro de ver a mi hijo feliz —respondió regalándole una sonrisa también.
El tintineo de la campanita avisando que un nuevo cliente había entrado hizo levantar la vista a Amorina. Se sonrieron cuando se miraron y él se acercó a la mesa.
—Hola, hijo —la mujer se levantó para darle dos besos en cada mejilla—, creo que regresaré al marquesado, ha sido un gran día y me alegró haberlo pasado contigo y con Canela —le dijo dándole dos besos y acarició la cabeza de la perrita que estaba echada debajo de la silla de su dueña.
—Me gustó mucho pasarlo con vos también. Nos vemos pronto.
La madre del marqués regresó a la residencia en la camioneta con el guardaespaldas que las había acompañado y él se sentó frente a la joven.
—¿No querés algo para beber?
—No, solo vine para invitarte a una cita.
—¿A una cita? —levantó las cejas estando sorprendida.
—Sí. Esta noche.
—¿Por cuál motivo?
—El día de los enamorados.
—Señor Invernizzi, usted va demasiado rápido —sonrió con sutileza—. Pero, me agrada la idea.
—Te iré a buscar alrededor de las ocho de la noche.
—De acuerdo, ¿vendrás con Gianni?
—Lo dejaré con Marsella en tu casa, nosotros saldremos solos, no necesito un guardaespaldas todo el tiempo.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy.
Amorina se levantó de la silla para colocarse el abrigo y se lo abrochó, tomó la cartera y la correa de Canela.
—Te acompaño hasta la casa.
—Está bien, vinimos con una camioneta, así que, tendrás que llevarme a mi casa —le sonrió de oreja a oreja mostrándole los dientes—. Cuando estemos solos, te contaré algo que me confesó tu mamá —él solo asintió con la cabeza.
Massimiliano entrelazó la mano con la de la chica y le sonrió cuando bajó la vista para mirarla a la cara. Ella no lo rechazó. Caminaron de la mano hacia la camioneta ante algunas miradas curiosas y sonrisas al verlos juntos.
Gianni le abrió la puerta y la saludó dejando que se subiera ella primero y luego el marqués. Pronto emprendieron el camino hacia Las Camelias.
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