🎀Capítulo 18🎀
Marquesado de Imperia y Savona
El mayordomo de la residencia las recibió y luego fue el marqués quien les dio la bienvenida a ambas. Marsella le hizo una reverencia y Massimiliano le dio dos besos en las mejillas a Amorina, lo cual la chica se sorprendió.
—Vaya... No me lo esperaba.
—¿Por qué no? No es la primera vez que te saludo de esta manera.
—Estamos en tu terreno y están tus padres —dijo un poco incómoda.
—Entiendo, pero no tienes de qué preocuparte. Pasemos a la sala —les anunció a ambas.
Canela le ladró porque no la había saludado.
—Hola pompón, no creas que te he ignorado —le dijo alzándola en brazos y acariciándole la cabeza.
La mascota le dio un lametón en la barbilla.
—¿Tu mamá? —cuestionó la chica.
—Esperándolas en una sala que tenemos para hacer arreglos de este tipo, ya han cortado los ramitos de mimosas y otras flores.
—¿Siempre tienen esta tradición? —preguntó curiosa la chica.
—Sí —afirmó.
—Qué lindo —sonrió.
El marqués las llevó a la sala donde las recibió Angela con dos besos para ambas luego de que ellas les hicieran una reverencia.
—Por favor, nada de reverencias, pongámonos a trabajar chicas —les comentó con una enorme sonrisa mientras sostenía la mano de Amorina.
—Me parece bien —expresó la argentina con una sonrisa.
Pronto las tres se dispusieron a preparar cada ramito de mimosas y flores mientras que Massimiliano se retiró de allí con Canela.
—¿Son tus flores favoritas? —Curioseó la joven.
—Sí, mimosas del árbol que tenemos en el jardín trasero y mis favoritas, las petunias.
—Se ven preciosas, con el amarillo de las mimosas quedan muy bien —dijo la muchacha encantada con los colores.
—Todos los 14 de febrero las regalo.
—¿Te acompaña alguien?
—Un guardaespaldas, pero ahora que están ustedes me pueden acompañar aparte de él.
—Con gusto lo haremos —asintió con la cabeza.
A medida que el tiempo pasaba, las tres mujeres iban armando los ramitos en conos de papel madera con cintas de raso al tono y los dejaban dentro de dos canastas de mimbre.
Gianni se presentó en el comedor para pedir permiso en hablar con Marsella.
—¿Puedo? —Miró a Amorina.
—Marsella no está atada a mí, así que te la podés llevar —respondió—, no lo hagas esperar —acotó con una sonrisa mirándola y empujándola de manera cariñosa con el brazo.
—De acuerdo, con permiso —les hizo una reverencia a ambas y salió del comedor para hablar con el guardaespaldas de Massimiliano.
La doncella de la chica y el hombre desaparecieron al instante y Angela se quedó a solas con la jovencita, y para ella era mejor porque quería preguntarle de manera directa las intenciones que tenía con su hijo.
—Deberás disculparme, pero seré muy directa contigo, quizás te sonará un poco incómodo o fuera de lugar, pero necesito saberlo —confesó la mujer mirándola con atención.
La argentina clavó los ojos en los de la señora de la casa también y quedó a la expectativa de lo que le iba a preguntar, aunque intuía de qué se trataba.
—¿Te gusta mi hijo? —La italiana no se fue con vueltas—. Sé que no esperabas una pregunta así, pero quería saberlo.
A pesar de la incomodidad y la vergüenza que sintió en ese momento, Amorina le respondió con la verdad.
—Sí, me gusta tu hijo, pero una relación entre nosotros sería algo imposible. Somos de mundos diferentes, lo único que nos podría asemejar es el dinero y la fábrica textil porque ambos somos los dueños.
—¿Qué te hace creer que no se podrían juntar? —Unió las cejas intentando que le dijera más cosas.
—Angela... Ustedes necesitan gente de buena cuna, es decir...
—Sé a lo que te refieres, pero estás equivocada, pudo haber sido así en el siglo anterior, incluso en la época de mi madre y en la mía, pero no ahora, ahora hay muchos cambios, ahora se puede decidir con más libertad que antes —admitió con sinceridad—, créeme cuando te digo que tendrías las puertas abiertas de este marquesado si llegarías a ser la prometida de mi hijo.
—No creo que a tu marido le agrade mucho mi presencia acá.
—Mi marido ha cambiado de opinión, si bien Massimiliano ya le dejó claro que no debe intervenir, él mismo aceptó que su hijo tenga una relación contigo si ambos lo quisieran.
—Me parece un poco incómodo saber que tu hijo tuvo que enfrentar a su padre por mi culpa.
—No es tu culpa, Amorina. Carlo debe entender que cuando son cuestiones del corazón, nada se puede hacer en contra de eso. Sé que sientes algo por Mass, lo veo en tus ojos y sé por él también que gusta de ti.
La chica se sorprendió cuando se lo contó. Sabía que Massimiliano gustaba de ella por la manera en cómo le decía las cosas, pero escucharlo de la boca de su madre era otra cosa.
—Me siento un poco sorprendida —comentó haciendo un moño en el ramillete.
—¿Por qué? —Abrió más los ojos—. Mi hijo es muy abierto conmigo cuando le gusta alguien y yo no voy a ser la persona que le impida ser feliz con alguien que a él le gusta. A mí no me importa quien seas, si tienes un título nobiliario o solo seas una joven común, quiero a mi hijo por encima del marquesado y del título, porque lo único que me interesa es que sea feliz con la persona que él realmente quiere —confesó con honestidad en su voz—. No te alejes de mi hijo por lo que dicen ciertas personas. Mi marido ya lo comprendió y lo acepta.
—Entiendo —asintió con la cabeza también.
Casi cinco horas después de haber armado alrededor de dos mil ramitos que serían entregados al día siguiente a las mujeres del pueblo y la ciudad, Amorina decidió retirarse cuando vio desde la ventana que había oscurecido.
—Será mejor que me vaya, me ha agradado mucho haberte ayudado con esto.
—¿Por qué no se quedan a cenar? —Sugirió Angela con una sonrisa.
—Me parece demasiado.
—Por favor, quiero que seas mi invitada y, de paso Marsella y Gianni podrán aprovechar para conocerse mejor, y pasar más tiempo juntos.
—¿Acaso sabes que ellos están saliendo?
—Por supuesto, no me lo contó Massimiliano, pero el pueblo habla.
—Cierto.
—Entonces, ¿te quedas a cenar?
—Está bien —le sonrió.
—Perfecto, avisaré en la cocina para que agreguen un cubierto más en la mesa.
—Muchas gracias.
Angela la dejó sola por unos minutos y Massimiliano salió del despacho pasando por la entrada de la sala. Sintió que alguien estaba allí y giró la cabeza en dirección al ambiente viendo a Amorina acomodando lo que había quedado sobre la mesa y entró.
—¿Ya terminaron?
—Sí. Acabamos de terminar, parece que mi doncella se entretuvo más con Gianni que con nosotras —rio mientras le ponía un bonito moño a la manija de cada canasta—. ¿Cómo los ves?
—Muy bien, creo que Gianni le va a dar una sorpresa mañana, piensa llevarla a cenar.
—Oh, qué lindo. Me parece precioso que tenga buenas intenciones con ella, es una gran mujer.
—Su relación va en serio y Gianni es un gran hombre, es muy responsable.
—Lo sé, se nota —le dijo y cambió de tema—. Tu mamá me invitó a cenar.
—Aceptaste, ¿no?
—Sí. Va a ser un poco incómodo —le respondió y él se acercó más a ella.
—Si lo dices por mi padre, no tienes de qué preocuparte.
—Me dijo tu madre que hablaste con él y que, por sorpresivo que me pareció, aceptó que tengamos una relación más estrecha.
—Así es... Amorina.
La chica antes de responderle miró los brazos del hombre y no vio a su perra.
—¿Dónde dejaste a Canela?
—Ah, parece que a mi padre le hizo gracia la carita que tiene y se la quiso tener con él, tu perra parece una encantadora de hombres —rio por lo bajo.
—Espero que no lo vuelva loco porque cuando entra en confianza lo va a tener al trote —se echó a reír—. En fin, ¿qué me querías decir?
Se miraron con fijeza.
—Me gustaría cortejarte.
El silencio entre los dos quedó en el aire y solo se observaron por largo tiempo. La chica quedó nerviosa y la confesión de Massimiliano había sido toda una sorpresa para ella. Pero no podía negar que sentía algo muy profundo por el marqués.
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