8. Mataría por ti
Las rosas siempre me parecieron muy bellas, porque a simple vista parecían ser frágiles, pero cuanto más te acercabas a la raíz, a sus orígenes, más doloroso podría ser admirar su belleza.
Sienna era mi rosa en medio de tantas flores de loto y cactus. Era especial, porque además de su belleza, la caracterizaba cosas que solo yo conocía y aun que eran malas, solo hacían que me gustara aún más.
Enamorarse de los defectos y tener admiración por una persona, son el primer paso para caer en el amor.
En mis brazos, parecía que su sufrimiento, por lo tanto, el mío, no tendría fin. Para nuestra suerte, Alastar había venido a visitarme nuevamente, debido a qué había sentido una irregularidad cerca de mí.
Cuando le pedí que me ayudará con Sienna, se negó, porque no era lo correcto ante las leyes de nuestro reino.
¿Pero qué tan correcto era amar a quien no debías? ¿Qué tan correcto era admirar a una persona que no debería ser admiraba? Pues ambos teníamos ese mismo problema. Él admiraba a una mujer que jamás podría tener y yo amaba a una mujer cuyos lazos contigo habían sido destruidos.
Jamás debí amarla, jamás debí mirarla de otra forma, ¿pero cómo no hacerlo? Yo le había armado un camino para que me siguiera.
Alastar se vio obligado a ayudarnos, porque sabía cuanto significaba ella para mí y aunque no estábamos destinadas, jamás perdería la oportunidad de que viviera su eternidad. incluso si eso significaba que yo cediera el trono o todo lo que poseía.
Sienna estaba en la cama, acostada, sin abrir sus bellos ojos, sin decir sus tonterías que anhelaba oír y todo era mi culpa.
El sacerdote vino con mi amigo, porque solo él podría saber que le había sucedido. Él la estaba poniendo un ungüento que haría que sus debilidades se fueran. Despertar, ya dependía de ella.
No estaba en peligro, pero era demasiado extraño.
Ambos estábamos sentado en el sofá, mientras el sacerdote Enyo se encargaba de sanarla.
—No debí dejarle ir, fue mi culpa.
—Ailith —Alastar apoyó su mano en mi hombro—. No llores, no es tu culpa.
—Debí haberla protegido —susurré con lágrimas en los ojos.
—Tú le advertiste, ¿qué más podías hacer?
—No lo sé, pero era mi deber.
—¿Por qué? —lo miré—, ¿Por qué tú sabes cosas que ella no? ¿Por qué eres la futura reina de las almas perdidas? ¿O solo porque te ilusiona saber que tienes una oportunidad?
Fruncí el ceño.
—¿A dónde quieres llegar?
—Ailith, que esto suceda, sólo las está lastimando aún más.
—Mi debilidad, no me importa.
—¿Y la de Sienna? —suspiró—. Siempre supiste que tu relación con ella sería imposible, siempre te trajo problemas, dolor y sufrimiento.
—No me importa, yo la amo.
Él acercó su mano hacia mi mejilla y quitó una de mis lágrimas.
—No quiero que sufras por alguien que no te asegura ninguna estabilidad emocional.
Suspiré.
—Que ella te ame, no quiere decir que deba ser así.
—Estás negado a que sea feliz, ¿es eso? ¿Son celos, Alastar? —negó lentamente y sonrió de lado.
—No, algo peor. Madurez, una que tú nunca tuviste, pero aún puedes tener.
Lo miré molesta, porque no era posible que me estuviera marcando mis errores cuando mi corazón por poco se me salía del pecho al ver a Sienna en este estado.
—¿De qué lado estás?
—Del tuyo, princesa, por eso te lo digo, ten cuidado con el amor y los sentimientos jamás resueltos.
¿Y si él tenía razón? No estaba segura, yo solo quería protegerla, pero era cierto que todo siempre acababa en desgracia. Por su culpa o la mía, ambas éramos culpables.
Sin embargo, hoy tenía algo que nunca antes había tenido; poder sobre las almas.
Alastar además de ser el general del reino, era aquel que enviaba a las almas a ser condenadas. Se me había ocurrido una idea increíble para asegurar que nada malo le volviera a suceder a Sienna.
No estaba segura de que fuera a aceptar mi propuesta, pero si no lo hacía él, yo misma haría el trabajo sucio.
—Necesito que hagas algo
—Depende de cual sea.
—No es un pedido, es una orden —me miró seriamente al ver que hablaba en serio—. Llévate el alma podrida de James.
Abrió los ojos, sorprendido ante mi orden.
—No estás pensando bien.
—No te pregunté, Alastar, lo harás y punto.
—Aken me preguntará por qué esa alma entre tantas, ¿y qué le diré? ¿Qué estaba jugando al azar, cómo hace milenios? Eso no lo convencerá.
Bajé la mirada y comencé a recordar el pasado. En él, Aken me había hecho la vida imposible, hasta que un día no aguanté y obtuvo lo que siempre mereció.
Esos recuerdos jamás se irían de mi mente, porque habían sido los peores que tuve que experimentar y si podía sacar a una escoria más de la tierra, no me molestaría tener que ensuciarme las manos.
De todos modos, mis manos ya estaban cubiertas de sangre.
—Dile que él me perturbaba. Aken es imbécil y misógino, se deleitará con eso.
—Le das un pez gordo para que no vea el pequeño.
—Todos ganamos —lo miré.
En sus ojos amarillentos pude notar que no estaba nada feliz por estar en mi contra respecto a Sienna, pero uno de los dos debía tomar el papel de maduro.
Siempre fue así y siempre lo será.
—Para la mañana estará hecho.
—Gracias, aquí será una escoria menos.
—Una escoria más entre tantas en el reino.
Enganchó su mano con la mía, dándome a entender que aunque no quería hacer eso, era lo necesario.
Algo que aprendes con el pasar de la eternidad, es que se necesita coraje y dejar a un lado lo que te enseñaron, para poder hacer lo correcto.
Por desgracia, muchos fuimos víctimas de no hacer lo correcto a tiempo y pagar el precio.
Salí de mis pensamientos cuando oí que el sacerdote bajaba las escaleras. Nos levantamos del sofá y lo miramos.
—Ella estará bien.
Suspiré, más aliviada por saber que no corría peligro alguno.
—¿Qué fue lo que causó su debilidad? —preguntó el peli marrón.
—Ailith.
Alcé las cejas sorprendida ante su respuesta.
—¿Por qué?
—El amor —se acercó a nosotros—. ¿Ella lo sabe? —susurró.
Negué con la cabeza.
—No es el momento.
—¿Y cuándo lo será? Tarde o temprano su debilidad la consumirá y entonces lo peor será inevitable.
—No le sucederá nada.
—No pueden coexistir ambas, al menos, no sin saber la verdad.
—La única verdad que Sienna debe saber es que mataré a quien sea necesario para que ella pueda vivir su eternidad.
—¿Y si eso implicara tu destrucción?
—No me importaría, porque por amor haría cualquier cosa.
El sacerdote sonrió de lado.
—Conocí a alguien como tú, una vez, hace milenios. Él decía exactamente lo mismo, que valía la pena sufrir por aquello que amamos.
—Entonces puede comprenderme.
—Más de lo que crees, Ailith, pero ten cuidado, porque cuando Sienna sepa la verdad, no sé cuál será su reacción.
—Ya le dije que debe pensar con la cabeza y no con el corazón. —comentó el peli marrón.
—Haces bien, la futura reina siempre debe tener una voz de razón y otra sentimental —hizo una pausa—. Como sea, Sienna estará mejor en un rato. Ahora debo irme o Aken sospechará.
—Claro, sacerdote, gracias por todo —asentí, a modo de agradecimiento.
—Te veré en un tiempo.
El sacerdote se dirigió hacia la puerta, la abrió y se fue sin dejar rastro.
La madrugada comenzó a ponerse fría y pronto comenzó a llover. Ella seguía sin despertar, pero sin duda seguía siendo bella incluso cuando dormía.
Estuve a su lado gran parte de la madrugada, por miedo a que algo le sucediera, algún efecto secundario o que despertara asustada.
—Ailith —me llamó.
Me di media vuelta
—¿Qué sucede?
—Si queremos enviar a ese malnacido a nuestro reino, deberás ayudarme.
—Puedo sacar su alma, pero necesito un motivo.
—¿Necesitas a alguien que lo asesine? —asintió—. Podría funcionar, nadie lo sabría.
—Técnicamente no vives, por lo tanto, no podrías dejar rastro de cabello, huellas dactilares, saliva, etc. Sería el crimen perfecto.
—Como en los viejos tiempos, ¿no?
—En los viejos tiempos era más divertido, podíamos ver el transcurso del alma.
Sonreí al recordarlo.
Hace milenios, cada noche ambos íbamos al mar de las almas, en donde ellas vagan cuando ya no encuentran una salvación para su eternidad.
Nos divertíamos creando historias falsas sobre cada una de ellas. Incluso fingíamos que hablábamos con ellos. Contemplábamos por horas la belleza del más allá, pero con el tiempo las responsabilidades vinieron y tuvimos que dejar de hacerlo.
Dejamos las luces del departamento tenues, por si ella despertaba y tenía dolor de cabeza. Dejé una nota en su mesita de noche, que decía que habíamos ido a comprar comida.
Salimos del edificio, sentí como las gotas de agua caían por mi cuerpo, por mi cabello y mi ropa. Amaba la lluvia, me hacía sentir que estaba viva, lastimosamente, nunca había lloviido en el reino.
Ahora que Alastar había confirmado que la lluvia volvió, no debe ser una eternidad tan terrible.
—Búscalo, por favor —pedí y él asintió.
Sus ojos amarillentos, comenzaron a brillar en medio de la oscuridad de la madrugada. Su mano derecha comenzó a temblar, sus ojos comenzaron a volverse blancos y su cuerpo a enfriarse.
Sus piernas temblaron, su cuerpo cayó al suelo de rodillas y comenzó a toser a medida que buscaba en donde estaba.
Todos teníamos un don o un poder, al menos los de la realeza. El de Alastar era saber en donde estarían las próximas víctimas y los culpables de actos atroces, por eso supe lo que le iba a suceder a Sienna.
Él me lo había revelado y ahora nos correspondía arreglar el error.
De esta forma, nadie más podría hacerle daño.
Cuando su trance finalizó, recuperó el aire y se levantó lentamente. Lo tomé del brazo para que no se cayera.
—Se está drogando, en un callejón no muy lejos de la escuela.
—Vamos.
***
Cuando llegamos al callejón, notamos que había un olor horrible a basura y a podrido. Similar al de un cadáver, pero no el mismo. Avanzamos hacia James, quien sostenía una jeringa en su mano, para poder clavarla en su brazo y así inyectarse alguna especie de droga.
—Amigos, vengan conmigo, será divertido.
—Ten cuidado, Ailith —susurró.
Me acerqué a James lentamente. La lluvia seguía y parecía que estaba demasiado drogado como para no darse cuenta que la lluvia lo había mojado completamente.
—Ven, preciosa, hazlo conmigo —se levantó del suelo y se abalanzó contra mí.
Algunas personas dicen que les gusta ver cuando alguien está a punto de morir y ven sus ojos apagarse. A mí me divertía mucho más ver cómo el alma de los humanos enloquecía en mi reino se encontraba la estabilidad, me encantaba atormentarlas hasta el punto que decidieran admitir sus crímenes.
Por eso él tendría una muerte rápida y una eternidad siendo torturado, porque morir es lo fácil, pero tratar de vivir la vida y la eternidad, era lo peor de todo.
A menos que aprendieras a manejarlo, estabas completamente perdido.
Lo tomé del cuello y comencé a ahorcarlo. Dirigió sus manos hacia las mías, para que dejara de hacerlo sufrir, pero él no tenía idea de lo que le faltaba por experimentar. Sus ojos, como dicen aquí, se fueron cerrando a medida que presionaba más fuerte.
Su luz se desvaneció, así como su respiración.
Solté su cuerpo y este cayó duramente al suelo.
Ambos nos miramos.
—Yo me ocuparé, ve con Sienna.
—Está bien, te veré más tarde
—Ve.
Caminé, alejándome de aquella escena del crimen que habíamos creado al calor del momento, pero de la cual no me arrepentía.
Me hubiera gustado ver el alma irse de su cuerpo y su transcurso hacia la eternidad, pero Alastar tenía razón; debía estar con Sienna.
En el pasado no la pude proteger como me hubiera gustado, pero ahora tenía todo el poder que nunca tuve y podía hacer lo que quisiera.
Me gustaría que ella jamás se enterara de esto, porque estaba segura de que no le gustaría. Sin embargo, sabía que era inevitable que no lo supiera.
Su reacción sería una sorpresa, pues estaba conociéndola de nuevo y cada segundo a su lado, era una nueva maravilla.
Al llegar al departamento, la vi sentada en el sofá, cubierta por la manta que yo usaba para dormir durante las noches.
Su mirada estaba perdida, asustada y lejos de aquí. Eso solo confirmó que hicimos bien al deshacernos de esa escoria.
Sus bellos ojos, no merecían ser ensuciados con tristeza o dolor.
Al menos, ese desgraciado no le haría daño a nadie más.
—¿Estás bien?
—Estás mojada, quítate la campera.
Me quité la campera y la dejé sobre el mueble. Ella se acercó a mí, me cubrió con la maneta y cuando estaba acomodando los bordes de la manta sobre mi pecho, sus ojos se centraron en la fina tela que cubría mi torso. Ahora mojada por la lluvia, ella podía ver mi sostén.
—¿Cómo te sientes?
—Me duele un poco la cabeza, pero me asusté cuando no te vi.
Sus manos delicadas recorrieron el borde de la manta y por momentos, rozaban con mi cuerpo.
Internamente deseaba que hiciera lo que quisiera conmigo, que me besara, para así poder sentir su calor en mi cuerpo y el sabor de sus labios sobre los míos.
—Fuimos a comprar comida.
Me miró confundida.
—Alastar, mi mejor amigo, vino a vernos y fuimos a comprar comida, pero me pidió que volviera por si algo te sucedía —hice una pausa—. Él vendrá más tarde.
—De acuerdo.
Ella estaba tan cerca de mí, que podía sentir como nuestras respiraciones se volvían una sola, así como los latidos de nuestros corazones.
—Gracias... —alzó la mirada y noté en sus ojos que realmente estaba arrepentida.
—Siempre estaré para ti... aunque me odies.
—No te odio, solo... soy muy impulsiva, me gusta vivir el ahora.
—Entiendo, pero debes medir tus acciones, por tu bien.
—Lo haré.
—Temí por tu vida, Sienna —confesé.
—Temí que me hubieras abandonado.
—Eso jamás sucederá... te lo prometo...
Observé sus labios carnosos y suaves durante unos segundos, ella pareció notarlo, porque comenzó a mirar los míos. Ninguna de las dos dijo nada, porque sabíamos que ese momento sería tan fugaz como nuestros deseos más profundos.
Quise tomarla en mis brazos, besarla, abrazarla y decirle que todo estaría bien, pero debía cumplir mi palabra de mantenerme alejada de los sentimientos no resueltos.
Pues ellos solo me traerían más confusiones.
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