CAPITULO 26
PLANEACIÓN
Isabella
— Mantén tu mirada en tu objetivo y relaja tu cuerpo — explicó, acomodando el arma en las manos de Sophia —. Ahora dispara.
Sophia hizo lo indicado y logró dar en el blanco del círculo de práctica.
Gritó un poco de felicidad y, al hacerlo, notó cómo una pequeña sonrisa se asomaba en el rostro de Hugo, quien se encontraba en una esquina observando la práctica con armas. Sophia seguía temblando de los nervios ante la nueva sensación de aprender a manejar un arma.
Al parecer, mi padre había hablado con él, porque, después de desaparecer por unos minutos y dejarnos solas en el salón de práctica, Hugo reapareció en silencio, observándonos.
— ¿Lo hice bien? — preguntó Sophia, mirándome unos segundos mientras trataba de respirar con normalidad.
— Para una novata en su primer día, es más que suficiente — exclamó Hugo, caminando hacia uno de los puestos de práctica y tomando un arma —. Te voy a mostrar cómo hacerlo mejor. Presta atención — ordenó, y Sophia mantuvo la mirada atenta en cada uno de sus movimientos.
Hugo le dio las debidas indicaciones, explicándole cómo disparar con más precisión y enseñándole las partes más vulnerables del cuerpo donde podía lastimar a su oponente con mayor eficacia.
Sophia lo observaba con cierta admiración, algo dulce en su mirada.
Debo admitir que el rostro serio y neutral característico de Hugo se desvanecía completamente cuando Sophia estaba a su lado.
A pesar de su discusión, podía notar que le importaba de forma honesta.
Hay momentos en los que me gustaría saber cómo surgió su relación.
— Belle — la voz de Ellie me hizo girar para verla, haciéndome señas para que fuera con ella. Así que abandoné a Hugo y Sophia y caminé hacia mi hermana —. Son las cinco de la mañana, tenemos que volver a nuestras habitaciones. Me muero de sueño.
Mi padre nos había abandonado hace un par de horas con la orden de quedarnos aquí practicando disparo.
— Ellie, ¿Sophia está lista? — pregunté, algo preocupada, mirando a Sophia disparar de nuevo con la ayuda de Hugo.
Una sonrisa apareció en los rostros de ambos al ver su mejoría.
— Hicimos lo que pudimos, Belle. Le enseñamos lo básico, esperemos que, cuando llegue el momento, sepa utilizarlo.
— ¡Mis niñas hermosas! — la voz de nuestro padre nos tomó por sorpresa. Llegó con una maleta algo sospechosa —. ¡Sophia! ¡Idiota! Vengan en este momento.
— ¡Papá! — exclamamos Ellie y yo al unísono, sorprendidas ante la forma en que había llamado a Hugo, aunque tenía razón.
— ¿Qué?
— ¿Qué son esos modales, señor de la tercera edad? — reclamé, algo ofendida, ya que en la casa no estaba permitido decir palabras obscenas ni insultos.
— Primero, respétame — contestó serio, mientras abría la maleta, que contenía varios implementos y armas de distintos tamaños —. No soy un hombre de la tercera edad y, segundo, ese chico tiene toda la razón para ganarse ese apodo. Delante de mí, no van a hacer llorar a mis chicas. Ahora cállate y recibe.
Me entregó una caja pequeña y negra.
— Ábrela — ordenó.
Hice lo que me pidió.
Dentro había un par de aretes, un collar plateado en forma de flor con un círculo en el medio que resaltaba a la vista, además de una pulsera a juego.
Se adelantó a mi cumpleaños.
— No son de tu propiedad, Belle — escuché a mi padre justo cuando pensé en ponérmelos —. Son para Sophia.
— ¿Para mí? — la voz sorprendida de Sophia resaltó cuando mi padre me quitó la caja.
— Sí. Los aretes cuentan con un chip satelital para saber tu ubicación. El collar tiene una cámara en el centro — explicó mi padre mientras Sophia observaba todo con atención. Yo, en cambio, solo podía pensar en las bromas que podría haber hecho con esos artefactos si los hubiera tenido antes —. En la parte trasera hay un botón para grabar y tomar fotografías. También tiene batería recargable. La pulsera inteligente sirve para enviar audios, recibir respuestas de voz y notificaciones, además de contar con conectividad Bluetooth y Wi-Fi. Tiene reconocimiento de voz y está vinculada con otro brazalete que tendrá Hugo, para que puedan comunicarse.
— Gracias, pero… ¿por qué hace todo esto por mí?
— Tú no tienes la culpa de las acciones de tu padre, además de que necesitamos mantenerte viva.
— Muchas gracias, señor.
— Alex — corrigió mi padre —. Llámame Alex, pequeña niña.
Sophia le sonrió, mientras él miraba a Hugo con seriedad.
— Necesito que te encargues de camuflar todas estas herramientas en sus maletas y de su protección hasta el último momento en que abandone mi palacio.
— Como ordene, su majestad.
*********
Alrededor de las dos de la tarde, luego de varias horas desde la partida de la familia real de Xelia y tras asegurarnos de que no había "pájaros en el aire", nos reunimos toda la familia en la habitación de Amelia.
Los primeros cuarenta minutos, mi madre estuvo al borde de la locura al escuchar toda la información sobre lo ocurrido y los planes futuros.
Al inicio, estaba enojada, especialmente con mi padre, por haberle ocultado el estado de salud de Amelia.
— ¿Algo más que me ocultan? — preguntó, mirándonos a todos, sentándose en la cama de Amelia —. Siento que mi familia está hecha de secretos. Entiendo todo, pero me molesta que no me hayan dicho lo de Amelia. ¡Eso no tiene perdón! ¡Todos sabían y no me dijeron nada!
— Necesitábamos drama para que todo se viera real — expliqué, solo para recibir la fulminante mirada de mi madre.
— Mamá, estábamos ocupados con otras cosas, y lo de Mia estaba fuera del plan. Ella lo hizo sola con Sophia.
— Me van a matar un día de estos con tantas noticias.
— Estás joven, no va a pasar.
— ¡Isabella!
— Sabes que te amo, mamá...
— Isabella, este no es el momento — exclamó, poniéndose de pie y caminando hacia mi padre, claramente enojada —. Alexander, necesito hablar contigo en privado, sin las niñas.
¡Uy! Mamá está enojada.
— ¿Y de qué piensas hablar con él, mamá? — intervino Amelia, colocándose de pie y mirándola con seriedad. Mi madre la observó sorprendida por la forma en que le habló.
— ¿Acaso no podemos escuchar? ¿Por qué tienes que huir con él?
— Amelia, son cosas de adultos…
— ¿Ah? ¿Cosas de adultos? Tengo veintidós años, por si no lo recuerdas — replicó con cierta molestia en su voz —. Eleanor tiene veinte años e Isabella cumplió dieciocho hace unos meses. Según entiendo, todos aquí somos adultos, querida madre.
— Amelia, son cosas privadas entre tu padre y yo. Tenemos que tomar una decisión al respecto…
— ¿Una decisión que nos involucra a mis hermanas y a mí, cierto?
— Amelia…
Las miradas que se lanzaban me hacían sentir que estábamos a punto de presenciar una gran discusión entre mi madre y mi hermana.
— Madre, somos una familia, y no cualquiera. Somos la familia real de Arzelia, lo que implica que gran parte de nuestra vida ya estaba planeada desde antes de nacer. Fuimos a las mismas escuelas que nuestros antepasados y recibimos la misma formación que ellos, querida madre.
La mirada de orgullo y diversión de mi padre me causa gracia, ya que Amelia nunca se había comportado de esa forma.
Ella siempre antepone sus sentimientos a los de los demás, mostrando una actitud firme, decidida y confiada en cada una de sus acciones.
— Toda mi vida me han criado con la obligación de que algún día subiré al trono, y será mi deber asumir esa responsabilidad ante los demás reinos, llenos de hombres que gobiernan. Estoy cansada de que me lo recuerden cada segundo y de que ni siquiera tengas la decencia de escucharme un momento para expresarte lo que en realidad quiero.
Mi madre abre la boca para protestar, pero mi padre la interrumpe.
— ¿Qué deseas, Amelia? —pregunta mi padre, y por un momento noto cómo el rostro de mi hermana se relaja, como si hubiera estado esperando esas palabras desde hace mucho tiempo.
— No quiero casarme con Félix —exclama con una sonrisa en el rostro, como si se hubiera quitado un peso de encima—. Quiero un año sabático e ir a la Universidad de Venturia a estudiar, no a la Universidad de Ashwood, donde estudió papá.
— Está bien, será como tú desees, cariño.
— Gracias, papá.
— Ya que están arreglando todo esto y confesando sentimientos, ¿será que puedo elegir ciertas cosas que quiero hacer también? —interrumpo, solo para que mi padre niegue de inmediato.
Por un momento siento que me ha leído la mente, porque su mirada no es precisamente la mejor.
— No te voy a subir el saldo de tu tarjeta de crédito, Isabella.
— Solo un poco...
— No —afirma, y yo hago un puchero.
Amelia pide un año sabático y se lo conceden.
Yo pido un aumento en mi tarjeta de crédito y solo me ignoran.
Qué injusticia en este país.
— ¿Nos podemos concentrar todos para saber qué vamos a hacer? —interviene Ellie, llamando la atención de todos—. ¿Alguna forma ingeniosa para desviar la atención de la audiencia sobre el matrimonio de Félix y Amelia?
— Fotos de él siéndole infiel —propongo, porque en realidad es cierto—. Puedo hablar con Sophia para que nos ayude con eso.
— ¿Qué grupo vas a enviar para la investigación? —pregunta Amelia, mirando a mi padre—. No puedes mandar a cualquiera, y mucho menos a militares de alto rango o demasiado reconocidos, porque sería muy sospechoso. Además, es un intercambio de estudiantes que apenas están en formación.
— Déjanos ir a Isabella y a mí, papá —las palabras de Ellie me toman por sorpresa, y por un momento siento que mi cerebro hace cortocircuito.
— ¿Qué dijiste?
— Lo que escuchaste —contesta Ellie, mirándome seria, haciendo que trague en seco—. Irán veinte miembros de cada escuela. Isabella puede ir a Xylonia y yo iré a Valtoria.
La determinación con la que lo dice me hace darme cuenta de que no está bromeando.
— Déjanos formar nuestro equipo. Mientras menos personas estén involucradas, mejor podremos movernos dentro de la escuela para investigar.
— Eleanor, ¿qué locura estás diciendo? —interviene mi madre, preocupada y molesta, mientras yo sigo procesando toda la información que Ellie acaba de soltar.
— No es una locura, madre. Las únicas personas que saben de esto somos nosotros, ¿y quiénes mejores que nosotras para encargarnos?
— Alexander, no vas a permitir esto —dice mi madre, mirando a mi padre. Puedo jurar que está a punto de quebrarse en lágrimas, pero él no dice una sola palabra.
— ¿Qué piensas, Eleanor? Te escucho…
— Déjanos encargarnos de esto. Pero antes, tenemos que hacer creer que seguimos en el país cuando en realidad no lo estaremos.
— La Pascua Militar es el próximo miércoles y el domingo parten los estudiantes —dice Amelia—. Tenemos que crear una distracción en nuestro último acto oficial.
¿Último?
Siento que están hablando demasiado rápido.
— La gente quiere saber sobre el estado de salud de Amelia —interviene mi madre, como si ya formara parte del plan—. Ustedes siempre son enérgicas en sus actos oficiales. Traten de reducir esa energía y mostrarse un poco más cansadas. A los reporteros les encanta eso. Cualquier equivocación en el protocolo o mirada de fatiga será suficiente. Luego, tu padre puede hacer un anuncio una vez que ustedes ya no estén en el país.
— Eso no es suficiente —intervengo—. Dominic no se va a creer el show, y además, necesitamos terminar de forma no escrita el compromiso de Amelia.
— ¿Tienes un plan loco, cierto? —pregunta Ellie, y yo asiento con una sonrisa.
— Déjenmelo a mí. Hacer drama es mi mejor papel.
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