Capítulo 7: El Engaño
Sun Hee despertó a las seis de la mañana con la alarma de su celular, la cual también despertó de pasada a Kate y Chayna.
Janice seguía dormida. Ella era a la única que realmente le costaba levantarse en las mañanas, en especial los sábados, aun cuando era la que más solía recibir castigos y tenía que levantarse varios sábados a esa hora.
Sí, con tantos años en el internado, recibiendo castigos por cada tontería que hacía, Janice ya debía haberse acostumbrado a despertar temprano al menos un sábado a la semana, pero simplemente no podía.
—Janice —la llamó Sun Hee.
Janice sólo emitió un quejido.
—Ya es hora, Janice —siguió Chayna desde abajo.
Esa vez ni siquiera hizo un ruido, por lo que Kate comenzó a patear la litera.
Janice comenzó a quejarse, pero Kate no se detuvo hasta que esta se separó de la almohada y se bajó de la cama.
—Que molestas son —se quejó Janice, dando un bostezo y frotándose los ojos cansados.
En ese momento, Sun Hee bajó de su cama y se dirigió al baño, casi como si estuviera programada. Ella no tenía problemas con levantarse temprano, aun cuando podía haber dormido tan solo tres horas.
A veces, las demás querían la capacidad de Sun Hee de enfrentar las cosas sin quejarse y reclamar, pero simplemente esa no era una cualidad de ellas.
Cómo todos los días, hicieron su rutina de baño y cuando fueron las siete, ya estaban en el pasillo, fuera de la oficina de Paula, esperándola.
La mujer llegó con una sonrisa amable en el rostro, la misma que tenía siempre.
—Bien, denme un segundo —pidió.
Paula entró a la oficina y salió con unas llaves, una bolsa de género y una escoba en la mano.
—Ahora sí, vamos.
Las cuatro siguieron a Paula hasta el primer piso y se metieron por un pasillo hasta llegar a una puerta. La puerta daba hacia una escalera, la cual bajaba a una habitación oscura y mugrienta, pero que parecía estar vacía.
Todas se miraron extrañadas, hasta que Paula encendió la luz y vieron una vieja puerta en una de las paredes.
Paula insertó la llave en el cerrojo de la puerta y entonces la abrió, mostrando que esta dirigía a otro pasillo.
Janice hizo una expresión de fastidio, pues no entendía todos esos pasillo y puertas y su utilidad.
Cuando llegaron al final del angosto pasillo, Paula volvió a meter una llave en la puerta frente a ella y entonces, vieron por fin la que debía ser la bodega.
Era un lugar con poca luz, con paredes de ladrillos café oscuro, que tenían bastantes piquetes, pues debían ser muy antiguos. Dentro de la habitación había distintos objetos, entre ellos muchos libros, muebles y artilugios polvorientos.
Chayna sintió un pánico recorrerla cuando vio una telaraña enorme en una de las esquinas y Kate no quiso imaginar si la araña que había creado esa cosa estaba por ahí todavía.
—Bien, aquí están los implementos —dijo Paula, dejando la escoba y la bolsa con cosas apoyadas en un mueble—. No abran nada, ni toquen mucho las paredes, están viejas y se caen a pedazos... Vendré por ustedes en cinco y si quieren ir al baño, me llaman.
Nos dio una sonrisa y salió del lugar con las llaves.
Janice suspiró.
—Esto es un cochinero.
—Pues deberíamos empezar ya. Si no deja de ser una porquería de aquí a cinco horas, tendremos más problemas —dijo Sun Hee, tomando los trapos que habían dentro de la bolsa.
Todas asintieron y comenzamos a trabajar.
[...]
Llevaban ya cuatro horas limpiando la vieja y oculta bodega y por suerte, sólo habían encontrado suciedad e insectos muertos, aunque eso no duró tanto, pues cuando Chayna corrió un baúl, una araña negra y de patas largas comenzó a correr por el lugar.
Chayna pegó un chillido agudo y fuerte, causando que Kate diera un salto y Janice la mirara con fastidio.
Sun Hee tomó la escoba y le pegó al pobre arácnido varias veces, hasta que quedó pegado al suelo y sólo sus patas tenían espasmos.
—No entiendo como le temes a esas cosas cuando eres africana y vives con ellos constantemente —le dijo Janice a Chayna.
Chayna la miró con desagrado.
—¿Sabes? Es algo ignorante pensar que en toda África hay tarántulas de treinta centímetros... A veces pienso que crees que vivía en una choza en plena sabana, cazando mi almuerzo con lanzas.
Janice ladeó la cabeza.
—¿No vivías en una choza? ¿Ni cazabas animales? —Janice pareció sentirse impactada—. No me digas que no tenías siete hermanos o entonces dudaré de tu procedencia.
—¡Vivía en una casa en la ciudad y compraba en el supermercado, Janice! ¡Además solo tenía cuatro hermanos, eso te lo he dicho!
—¿Y cómo lo hacían tus padres para, ya sabes, no procrear tanto?
—¡Hay condones en Argelia!
Chayna sabía que su país era un tato diferente al de las demás, en especial porque debían rezar cinco veces al día; la semana laboral era de domingo a jueves; y, por supuesto, era un país con costumbres mucho más restrictivas que los de las demás, aunque, a veces, China le pisaba los talones en ese ámbito. Aun así, pensaba que Janice era demasiado ignorante para pensar tantas cosas como esas.
Janice pareció querer decir algo, pero solo pudo apuntar a Sun Hee.
Chayna miró a Sun Hee con fastidio.
—Fuiste tú, ¿no?
Sun Hee no hizo ninguna expresión.
—Janice cree cualquier estereotipo existente, no era necesario que yo la engañara para que creyera que vivías en una choza —se excusó.
—Es porque yo soy un estereotipo —dijo Janice, restándole importancia.
Janice no se sentía mal cuando los demás se burlaban de su país o de sus estereotipos, pues eran realmente acertados.
Ninguna respondió nada, solo volvieron a sus tareas.
Janice comenzó a pasar un plumero por las paredes para quitar el polvo que las cubría, pero entonces, se percató de un ladrillo Irregular.
Sí, todos los ladrillos estaban horribles, llenos de musgo e imperfecciones, pero ese estaba más adelante que los otros.
Había dos opciones: el ladrillo estaba por caerse o lo habían puesto mal durante la construcción de la pared.
Para averiguar qué pasaba con el ladrillo, Janice lo tocó por encima con cuidado, pero no parecía estar suelto.
Sabía que Paula había dicho que no debían tocar mucho las paredes porque estas se estaban despedazado y no quería destrozar nada, pero ese ladrillo ya estaba mal, no podría empeorarlo.
Janice golpeó con su palma el ladrillo para ponerlo en su lugar y, entonces, este se movió hacia atrás, quedando igual que los otros.
Janice se encogió de hombros, pensando que ya había resuelto el problema, pero casi de inmediato, la pared comenzó a temblar.
—Oh, oh...
Todas se voltearon a ver a Janice, quien tenía una sonrisa nerviosa en el rostro.
—No es un terremoto, ¿cierto? —preguntó, deseando que ese temblor de la pared fuera producto de las placas tectónicas y no de su imprudencia.
Lamentablemente, si hubiera sido un movimiento telúrico, todas las paredes de la bodega hubieran temblado, no sólo una.
—¿Qué no oíste nada de lo que nos dijo Paula? —le preguntó Sun Hee.
—Estaba salido —se excusó—. Pensé que...
Janice no alcanzó a terminar, pues los ladrillos de la pared se comenzaron a separar en dos y se comenzaron a mover en direcciones contrarias, alejándose y dejando lo que parecía una entrada.
Todas quedaron congeladas. De todas las cosas que se pudieron esperar que pasaran, esa no era una.
—¿Qué es eso...? —preguntó Chayna.
Janice, algo nerviosa, se acercó para mirar por el gran agujero que había quedado y luego se volteó a vernos.
—Que sorpresa, otro pasillo.
Sun Hee también se acercó a ver.
—Y otra puerta.
Al final del pasillo, el cual era distinto de todos los otros, pues no era de ladrillos, había otra puerta.
Hubo un silencio de varios segundos, hasta que Kate decidió decir algo:
—Pues hay que descubrir que hay ahí.
Las tres la miraron sorprendidas y ella solo se encogió de hombros.
—No debo ser la única que tiene curiosidad, ¿o sí?
Ella sabía que, si ella sentía curiosidad, las demás debían sentir una mayor. Kate era la clase de persona que a veces prefería vivir en la ignorancia para evitar problemas y molestias, pero las demás, amaban la aventura, la adrenalina y descubrir cosas nuevas.
—Bien, pero si nos descubren, caeremos todas—advirtió Janice.
Janice puso, con mucha delicadeza, un pie en el otro lado. Comenzó a analizar cada parte del pasillo con algo de miedo. Suponía que todo eso no estaba oculto porque cualquiera pudiera pasar, por lo que temía que pudiera haber alguna clase de trampa como en las películas de acción.
Luego de poner el pie dentro con mucha delicadeza y que nada pasara, se sintió un poco más aliviada. Quizás había visto demasiadas películas.
Comenzó a caminar con lentitud a través del pasillo, intentando ser tan sigilosa como un gato, y cuando llegó junto a la puerta, le hizo una señal a las demás para que pasaran.
El pasillo no concordaba mucho con la infraestructura del internado en general. Era un pasillo que parecía blindado y la puerta al otro lado también era distinta, era de acero y tenía un sistema de seguridad con clave para abrirla. Era algo demasiado tecnológico.
—Bien, hasta aquí llegó nuestra investigación —asumió Janice, al ver el complicado artefacto.
Sun Hee negó.
—Bueno, debe ser una clave de cuatro números, porque si lo notan, el número tres, cuatro, seis y nueve están levemente más desgastados que los otros.
Todas miraron a Sun Hee extrañadas. Además de ser muy inteligente, tenía una increíble vista, pues ellas jamás hubieran notado que la pintura de los botones con tales números estaba un poco desgastada.
Sun Hee se alejó y comenzó a hablar sola:
—Bien, las combinaciones posibles con cuatro dígitos son veinticuatro, no son demasiadas, por lo que iremos en orden...
Antes de que Sun Hee pudiera intentar algo, Janice fue y apretó los cuatro dígitos en un orden al azar.
Una luz verde se encendió en la parte superior del marco de la puerta y cuando Janice la empujó, se abrió sin problema.
—O podíamos hacer eso —dijo Chayna.
Sun Hee pareció fastidiada, pero le restó importancia luego de unos segundos, pues estaba más interesada en lo que había al otro lado de la puerta.
Janice tocó la puerta con su índice y la empujó más con mucho cuidado y lentitud, hasta que esta estuvo lo suficientemente abierta para que pasaran.
Nuevamente, Janice pasó primero y comenzó a mirar cada esquina.
Sun Hee pasó después, cuando pareció segura de que Janice no había activado alguna clase de trampa o alarma.
De pronto, Janice frunció su ceño y miró con extrañeza lo que había en una de las paredes. Si no se equivocaba, parecían lápidas...
—¿Qué carajos...?
Las lápidas de cerámica se encontraban alineadas a la perfección, la mayoría tenía grabados nombres y fechas, mientras otras no tenían nada, y todas tenían un mango que Janice suponía que servía para jalarlas.
—Esto es más tétrico de lo que pensé... —comentó Chayna, al ver lo que miraba Janice.
Janice se acercó a la pared con lápidas, y ubicó su mano en el mago de una, para luego leer el nombre:
—Agneta Kontos.
—Fue una de las Magistras —respondió Sun Hee, casi de inmediato—. Mujer de procedencia griega, rubia, alta y de ojos verdes... Recuerdo haber visto su retrato en uno de los libros de registro.
—Como te gusta memorizar datos inútiles —dijo Chayna, provocando qué Sun Hee le diera una mirada de odio.
Janice tomó aire y entonces jaló del mango de la lápida, la cual se abrió, dejando ver un cuerpo femenino sin vida, a través de un cristal.
Chayna se volteó asqueada y Kate sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
—¿Cómo es que esta tan bien? —preguntó Janice—. Digo, se ve horrible, pero debería estar podrida.
Sun Hee se acercó para mirar mejor.
—Embalsamiento —todas la miraron confundida—. O momificación, como lo hacían los egipcios.
—Nunca pensé que las metieran aquí... y al parecer están todas —comentó Kate.
Jamás les habían hablado de que las Magistras fueran momificadas. Realmente, nunca les habían especificado mucho de que había pasado con sus cuerpos, se creía que incluso podían estar desaparecidos o enterrados en lugares distintos, pero no... ¿por qué habían ocultado algo como eso?
—Hay cincuenta y dos —dijo Sun Hee—, pero deberían ser cincuenta y tres...
Todas comenzaron a leer los nombres para averiguar cuál era la que faltaba.
—Marie Kedward.
Marie Kedward... la hija de Anne Kedward, la mujer a la que las brujas le debían sus poderes luego de que hiciera su trato con Satán, ella era una de las brujas más importantes de todas (si es que no era la más importante), por lo que era extraño que su cuerpo no estuviera ahí.
—Quizás nadie conservo el cuerpo —supuso Janice—. Digo, murió hace siglos y quizás la idea de la momificación llegó con Alessia.
Alessia Kara era la segunda Magistra de la historia, quien era una de las bisnietas de Marie.
Janice volvió a poner la lápida en su lugar, empujando el cuerpo de Agneta hacia dentro del agujero.
—¿Por qué nos habrán ocultado esto? —preguntó Kate.
—Bueno, supongo que nadie quería que viéramos los cuerpos muertos de nuestras antepasadas —imaginó Janice.
—Pero ni siquiera lo mencionaron.
—Quizás no querían que intentáramos husmear por aquí.
Kate sentía un mal sabor de boca. No podía comprender el hecho de que ocultaran todo eso, pero ahora comprendía la razón por la que la Magistra y Paula parecían incómodas con que ellas limpiaran la bodega. Quizás, si Janice no hubiera estado en el grupo, no les hubiera complicado mucho, pues había que decirlo, Janice era la más peligrosa de las cuatro y lo había demostrado al encontrar el lugar secreto después de todo.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Sun Hee.
Arriba de las cuatro se oía algo como música.
Todas se quedaron en silencio, hasta que Chayna respondió:
—Es samba, deben ser las del club de samba que tiene prácticas a esta hora.
Chayna se había apartado del grupo y se encontraba revisando los libros de un librero que había en una de las paredes, probablemente para evitar ver tanto los cuerpos momificados, pues ella era bastante asquienta.
—Un momento —dijo de pronto—. Sun Hee, ¿habías oído hablar de un libro llamado "Hechizos y poderes"? ¿Escrito por Las brujas de Kedward?
Sun Hee lo pensó un momento y luego negó.
Todas fueron con Chayna, quien tenía el libro en sus manos.
Chayna comenzó a pasar las hojas amarillentas con lentitud, teniendo cuidado de no dañarlas, pues parecían viejas y bastante gastadas.
Con el paso de los segundos y las hojas, Sun Hee comenzó a entender de lo que se trataba. O estaba alucinando o habían encontrado un libro que hablaba de sus poderes y como usarlos.
—No puede ser... —susurró Sun Hee.
Si eso era real, pues había algo realmente sospechoso en todo eso. Durante años les habían dicho que esos libros estaban perdidos y que habían sido destruidos y quemados.
—¿Es lo que creo que es? —le preguntó Janice a Sun Hee.
Antes de que la chica pudiera responder algo, la alarma del teléfono de Janice comenzó a sonar.
Todas dieron un salto por la sorpresa.
—En diez minutos viene Paula, tenemos que salir.
—Acabamos de descubrir que el supuesto libro que habían quemado está aquí... y quizás los otros sean todos los demás, ¡¿y tú te quieres ir?! —preguntó Chayna.
—No podemos arriesgarnos, con esto si nos mataran —apoyó Sun Hee a Janice.
Chayna no quería irse sin leer el libro, pero no le quedó de otra que hacer caso.
Sun Hee le tomó una foto al libro y el librero, y después, Chayna lo metió en su lugar, pues si se lo llevaban, alguien podía darse cuenta. Era muy probable que Paula o la Magistra revisaran la habitación después para cerciorarse de que efectivamente no hubieran tocado nada.
Las cuatro salieron, cerrando la puerta y volvieron a la bodega rápidamente.
—¿Y cómo se vuelven a poner estas cosas? —preguntó Janice, refiriéndose a los ladrillos.
Todas comenzaron a buscar una forma de mover los ladrillos, pero no fue hasta que Janice golpeó con su palma el mismo ladrillo que había golpeado antes, que la pared se movió. Esta se movía tan lento, que las cuatro comenzaron a desesperarse.
—¡Vamos! —dijo Chayna dando saltitos, ansiosa.
Cuando los ladrillos estuvieron en su lugar, el ladrillo distintivo volvió a salirse un poco de su sitio, quedando nuevamente como estaba antes de que Janice lo tocara.
Entonces, todas comenzaron a fingir que limpiaban algo.
Cuando Paula abrió la puerta de la bodega casi de golpe, lo primero que hizo fue analizar el lugar.
Su vista se posó bastante tiempo en Janice, quizás porque no estaba a más de unos centímetros del ladrillo especial, pero al notar que Janice actuaba con bastante naturalidad, habló:
—Bueno, ya son libres. Vamos.
Todas festejaron, fingiendo que nada extraño pasaba y metieron algunos de los implementos en la bolsa para luego salir del lugar.
Todas tenían la imagen del libro dando vueltas por sus cabezas, pero ninguna sabía exactamente qué hacer con eso.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro