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Don Augusto tiene un plan.



   Don Augusto Miramontes tuvo una gran fortuna, y después un hija. A la primera la gasto en toda clase de especulaciones mercantiles, y como era de esperarse dieron pésimos resultados

   La segunda se llamaba Joana, y sin saber su padre estaba por derrocharla también. A una mujer se le derrocha casándola, y ese era el destino que Don Augusto buscaba para su hija, quería usar esa oportunidad para matar dos pájaros de un tiro.

   Desde que su esposa había muerto el apoyo económico de su familia se terminó, y la única forma que el hombre veía para continuar con su cómoda vida era el matrimonio de su hija. Con un yerno adinerado que dotase a su hija, y él de una buena fortuna, Don Augusto podría dedicarse de nuevo a sus aficiones especulativas

   Con el objetivo claro dio con Doña Elisa Ventura, mujer mayor que veraneaba perpetuamente en el pueblo de Saint Cyprian, acompañada de su cuantiosa fortuna, junto a un sobrino llamado Basilio. El joven heredó una plantación de hortalizas o algo así, y aun si la adusta señora era conocida por su astucia, Basilio no tenía la fama del ingenio

   Don Augusto recordaba a la tía Elisa de cuando sus padres visitaban sus plantíos en Saint Cyprian, en ese entonces las cosechas eran prósperas y la mujer era una joven casadera. Pero los malos tiempos trajeron malas cosechas o tal vez fue al revés, no lo recuerda, solo sabe que su familia dejó el pueblo y ahora era tiempo de volver

   Esa mañana padre e hija toman a primera hora el tren, dos asientos de segunda clase al fondo del vagón, con rumbo al Norte partieron y antes de caer la noche ya tomaban el café con Doña Elisa y su sobrino. Basilio encontró muy apetitosa a la joven Joana, y a la propuesta de hacerla su esposa

   Por otro lado, la doncella no pudo decir lo mismo de su pretendiente. Que aparte de ser poco agraciado y brusco su única virtud pareciera ser el dinero, algo que el mismo Basilio presumía de forma constante y lamentable. Convencido de ser el más acaudalado del pueblo se metia en constantes líos, comprometiendo tanto la autoridad del Alcalde como su amistad familiar

    Un par de días bastaron para desairar cualquier esperanza de parte de Joana, pero Don Augusto insistía en trabajar la cabeza a su hija

— ¡No seas tonta! Tú le arreglarás, es impetuoso por ser joven, su vida de casado lo cambiara.—

   Tanto Doña Elisa como Don Augusto se convencían de eso, y pronto llegaron al acuerdo. Y aunque la tía sabía que a los Miramontes no les quedaba ni una moneda, estuvo más que dispuesta a la boda. Porque tenía la ilusión de casar a su sobrino con «Una señorita de buena familia», que «Los acercara a la nobleza» como ella decía, y no con una de aquellas pueblerinas que sin saber responder con astucia se conformaban con dar de coces

   Para los mayores las cosas iban a pedir de boca, por el contrario Joana sufrió las bromas de mal gusto de su prometido, había desde las infantiles que le regaban la tinta en su vestidos, hasta las más tediosas cuando la presumía a conocidos y extraños. Tanto su falta de educación, modales e ínfulas de hombre rico hacían a Basilio una calamidad, era el cúmulo de todos los prejuicios y actitudes de un señorito de aldea.

    Aun usando toda su comprensión y paciencia Joana no encontraba algo agradable, o por lo menos simpático, en su futuro esposo

— No seas pretenciosa, son solo bromas y juegos. Verás que tan pronto seas su esposa se vuelve más serio —insistió su padre

   Tanta era la preocupación de Joana que escribió a su mejor amiga, pidiendo consuelo y algún consejo. Su joven amiga Ana, hija del Barón de Espinoza, sintió el pesar de Joana como propio y le prometió sacarla del apuro

    Sin perder tiempo ideó un plan tan absurdo como posible. Ana llegaría el día de la boda disfrazada de hombre, fingiendo ser el enamorado correspondido de Joana, proclama el «Yo me opongo» necesario. Reclamando el cumplimiento de un compromiso anterior al de Basilio, y de esa forma huirían las dos

   Todo se lo explicaba a Joana en una carta detallada, donde daba instrucciones a su amiga para que estuviera prevenida

   Sin embargo, hasta al mejor cazador se le va la liebre y un pequeño descuido de Joana dejó caer la carta en manos de Basilio, quien al descubrir el plan para destruir su futura felicidad, arrebatando de sus manos a la mujer de la que se acababa de enamorar, dio alerta a su tía Elisa. Entre los dos decidieron consultar al mayor letrado que conocían, un amigo de la familia y hombre de mundo a sus ojos, Don Miguel Lomas, el veterinario del pueblo

   Don Miguel era famoso por servir en las caballerizas y establos de adinerados y nobles por toda la región. En su juventud fue diácono y aun si no logró ordenarse los modos y creencias seguían en él, por eso al escuchar que una mujer se vestirá de hombre para evitar una boda lo considero un acto impúdico y monstruoso. Pasó varios días rebuscando en las escrituras como castigar tan atentado a la moral, para al fin cavilar que aquella sustitución de sexos conllevaba un carácter puramente civil, de la competencia del alcalde. Por lo que aconsejo al preocupado Basilio que tan pronto se presentase la dama disfrazada, diera aviso a las autoridades del pueblo, para que se efectuará el correcto castigo a tal inmoralidad

   Aun con todo las preparaciones para la boda no paraban, y acompañada de su padre Joana fue a darle la bienvenida a su amiga. No obstante ninguno esperaba que ese dia la maquina del tren sufriera desperfectos y se detuviera a varios kilómetros antes de la estación, obligando a los pasajeros a esperar al menos tres horas para que la refacción llegará y el tren se pusiera de nuevo en marcha

   Entre esos pasajeros venía un joven de larga cabellera bien peinada, ni una muestra de barba, vistosos anteojos de color y refinados modales que llamaban mucho la atención, demasiado. Sabiéndose observado el joven bajó del vagón, camino al pueblo más cercano, no era mucho camino y con la noticia del atraso de los trenes fue mera casualidad que el carro de Don Augusto se encontrará con el llamativo joven en el camino, fiel a sus costumbres, el hombre le ofreció una mano al amable desconocido

   Intrigados por el pésimo disfraz del joven, tanto Joana como su padre, escucharon atentos su triste historia. Aquel desconocido joven estaba en camino a Francia a causa del mal desenlace de un duelo. La doncella que lo había concertado esperaba que fuera él quien perdiera y casarse con su adversario, sin pasar por la pena de dejar al otro en el altar, por el contrario el joven desconocido había ganado y por despecho o la humillación huía de aquella cruel mujer

   Al oír su historia Joana sintió más que pena, el joven era bastante guapo, de finas facciones y modos, su educación era notable desde el vocabulario, así que tuvo una más que conveniente idea

— ¡Pero la suerte le ha tendido la mano! —dijo—. en este pueblo tan lejano de la capital ni sus perseguidores o los familiares de su prometida podrán hallarlo, en lo que espera el próximo tren a Francia puede quedarse aquí, justificáremos su estancia diciendo que es un amigo de la familia que viene para asistir a mi boda

    La idea agradó a los hombres, Don Augusto porque el joven además de bien parecido obviamente venía de noble cuna, sin duda, y el joven por que al temporal amparo le acompañaba una grácil doncella de dulce carácter, y bella imagen

   Don Augusto fue quien presentó al invitado, pidiendo que para el joven se preparará una habitación, a la vez tanto Joana como su invitado hablaban del trasfondo de aquella boda. El joven se extrañó de que tal hermosa joven, que rebosaba de virtudes, se casará en un lugar tan lejano, y con alguien de menor nobleza y distinción

   Joana rompió su hermetismo, contándole de su propia pena y la terquedad de su padre, en obligarla a casarse

—¡Algo así no debe pasar! —se alzó el joven en objeción

—Ya le rogué a mi padre que anule el compromiso pero....

—Es preciso detener tal crueldad, usted no puede ir al altar con quien no se ha ganado su corazón

—¡Pero como es rico!

—No importa; yo resolveré el problema con Don Augusto, y me encargaré de deshacer la boda.

   En aquel instante llegaba Basilio a ver a su prometida, antes de la boda, cuando oyó de refilón las palabras de aquel extraño. Mirando al joven de finas facciones sin una sola marca de barba o mostacho, y recordando la carta que guardaba el plan para arruinar la boda, no dudo que aquel desconocido fuera la amiga de su futura mujer, que disfrazada atentaba a impedir el matrimonio

   Así pues salió en busca del alcalde, como lo aconsejo Don Miguel el veterinario, y en pocos minutos un par de alguaciles apresaban al joven visitante sacándole de la casa de Basilio. Llevándolo ante el tribunal

   El joven se creyó descubierto o lo que era peor, vendido por alguno que podría delatarle. Y ese no podía ser otro más que Don Augusto, el único al que le confió su identidad, esta era una traición imperdonable pero ¿Por qué?.¿ Sería que enterado de su determinación a impedir aquella monstruosa boda decidió entregarlo antes de perder su última esperanza?

   Atribulado por esa cuestión salió cabizbajo de la casa de los Ventura, atravesando las calles bajo la custodia de los oficiales, a su camino salían curiosos de sonrisas amplias y agudas miradas que repasaban su figura con cierta sorna

—¡Qué escándalo!

—¿No le dará vergüenza?

—¡Yo no podría hacer tal desfachatez!

Las injuriosas voces de las mujeres llevaban a sus oídos comentarios incomprensibles

— El señor alcalde debe castigarla severamente.

—¡Que la encierren en un monasterio, que osadía!.

¿Quién sería esa mujer a la que se refieran?

   Recién llegado al pueblo no tenía idea de los rumores, viendo de un lado a otro ninguna le dirija la mirada de frente, y sin embargo no podía ser la doncella Joana de quien hablaran pues hoy se iba a desposar

Pero su confusión llegó al colmo cuando oyó al alcalde regañarle:

—Señorita, acaba usted de cometer una falta que me veo precisado a castigar.

   El joven volvió la cabeza para ver si detrás de él había alguna joven mujer, a quien pudieran aplicarse las palabras de aquella autoridad; pero viéndose solo, preguntó:

—¿A quién se dirige usted?

—A quien tengo delante —contestó el alcalde, extrañado ante la pregunta.

—¿Y por qué me llama señorita?

—¿Pues cómo he de llamarla, ignorando su nombre?

—Pero... ¿señorita yo?... ¿Me toma usted por una mujer?

—Justamente... no creo que pretenda usted pasar por hombre... sobre todo después de lo que sabemos.

—¿Y qué es lo que saben ustedes?

—Que es usted la amiga de la prometida de mi amigo Basilio, quien ha recurrido a un disfraz de hombre, fingiéndose su amante, para estorbar en su boda

    Viendo que no se trataba de ninguno de sus perseguidores, el joven comenzó a reír y solo pudo callar cuando el alcalde le exigió que mantuviera respeto a su autoridad

—¿Pero cómo quiere que no me ría si me ha confundido con una mujer? ¿Acaso es ciego? o ¿A su joven amigo le falta un tornillo?.

—¿Me toma por tonto? ¿Cómo me voy a equivocar si todas sus facciones son tersas y hermosas, como las de una mujer?

—No me enfadaré ante el halago, pero ni mi voz o porte corresponden a una dama ¿Entonces de quien ha sacado usted tal idea?

—De quien conoce tus planes e intenciones.

—¿Basilio acaso?

—El mismo.

—No necesitaba de tanto para probarnos su falta de inteligencia.

—Pues él está muy bien enterado, y yo debo castigar el hecho con toda la gravedad que merece.

—¡Pero señor!...

   Y allí se entabló una penosa escena, en la cual el alcalde estaba empeñado en probar al joven que acababa de cambiar de sexo.

   Estaban por llamar al doctor, y despojar al joven de sus ropajes, porque el alcalde no admitía la posibilidad de que su autoridad fuese una burla. Cuando Don Augusto apareció oportunamente, afirmando conocer al joven varón de auténtica y noble identidad

   Y aun si Basilio se aferró a su historia fue el mismo Javier de la Vega, hijo del mismo Duque, quien se presentó formalmente mostrando su anillo distintivo de su alcurnia.

   Y ante la incrédula audiencia pidió la mano de Joana a su padre, Don Augusto aceptó al instante aprovechando el banquete preparado, para no desperdiciar

   De Joana, Basilio solo conservó la carta. Y sobre la doncella Ana Espinoza, la amiga de la novia, llegó tarde a la iglesia, pero no al jolgorio, donde departió con gusto con su alegre amiga

   Joana se enamoró del joven desde que lo vio, y Javier en cuanto hablo con ella, Don Augusto dio el visto bueno olvidando sus aficiones empresariales

Y a Doña Elisa, solo le quedó rezar porque el carruaje de la princesa perdiera una rueda ante su portal.

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