Capítulo XXXVIII: Reproducción Bestial (I)
"Lo único que hacía la mujer era sentir admiración, del mismo modo que podía asombrarse ante un hermoso ejemplar de cualquier especie."
—El Regreso de Tarzán, de Edgar Rice Burroughs.
https://youtu.be/AjVeTkuEZPw
[Planeta Terra. Escocia: Sudoeste del Lago Ness].
"¿Qué querrá ahora ese Draignis para caminar en este bosque, de noche y cerca del lago de monstruos prehistóricos?".
Fue lo que pensó la elfa humana Sigrun Pendragon, mientras caminaba por el bosque cerca de la orilla sudoeste del Lago Ness.
Después de que les explicó a sus subordinados acerca del clan de bestias que consiguió en el Reino de Albión, se dirigió a lo que era la tienda de campaña del draconiano rojo, para hablar con él y conocerlo más a fondo.
Sigrun empezaba a creer que Uriel era el dragón rojo elegido por el cielo mismo para protegerla a ella, tal como lo hacía el gran Rey Dragón Rojo Salamander y sus descendientes con el resto de la familia Pendragon, antes de Uther y después de Arturo.
Para su mala suerte, no encontró a Uriel en su tienda de campaña; le pregunto a alguno de los elfos sobre el draconiano rojo, y una joven elfa le dijo que lo vio adentrarse en el bosque, al parecer en dirección a la parte sudoeste del Lago Ness.
Resultaba bastante extraño, pero Sigrun lo encontró más que oportuno; sería perfecto para hablar a solas con él. No contaba con sentidos muy mejorados, más allá de un buen sentido del oído y una vista un poco más aguda que los mejores tiradores de la historia humana, lo cual era un chiste en comparación a los sentidos de las bestias. Por eso, en cuanto ingreso al bosque en búsqueda de Uriel, le estaba costando hallar su rastro.
Lo bueno es que vio el rastro de copos de nieve que dejó Amitiel. Así que ella, como una verdadera elfa, escaló un árbol de un salto y empezó a viajar saltando de rama en rama a través de los árboles, siguiendo aquel rastro de hielo mágico. Y entonces sus ojos de elfo captaron la construcción de hielo en la orilla del Lago Ness.
"¿Una construcción de hielo... en temporada de primavera?", pensó Sigrun tan confundida que acercó al lugar, saltando otros cinco árboles, para luego trepar el siguiente hasta la más alta de las ramas, donde tuvo una visión panorámica de aquella zona.
Pueden llamarla "paranoica". Pero es gracias a esa cautela extrema que ella sobrevivió en los bosques más peligrosos de la Sociedad Sobrenatural. Y siendo la zona el sudoeste de un lago donde avistaron monstruos prehistóricos, ella no iba a bajar la guardia. También contaba con la experiencia suficiente para estar lista a casi cualquier situación, o presenciar casi cualquier escenario por más crudo que fuese.
Nada en su vida la preparó para lo que iba a presenciar.
"¡¿Pero qué...?!", fue lo que pensó Sigrun al ver que en el Lago Ness, muy cerca de la orilla, estaba el joven-dragón pelirrojo Uriel abrazando y besando a una sirena peliazul, que la chica elfa no tardó en reconocer como la sirenita mestiza Amitiel.
Bajo el agua emergió un brillo turquesa, y entonces Amitiel se separó de Uriel para nadar a un sitio con muy poca profundidad, donde pudo salir del agua y mostrar su pálido, delgado y esbelto cuerpo desnudo en todo su esplendor. Sigrun reconoció que la sirena era muy hermosa, y tenía un cuerpo bastante saludable, además de unos pechos de tamaño perfecto, sin ser demasiado grandes ni muy pequeños.
Amitiel transmitía una sensualidad y hermosa inocencia, que incluso cautivo el corazón de Sigrun. Y lo siguiente que la elfa humana presenció la dejó con la mandíbula al suelo, sus ojos casi saliéndose de sus cuencas, y un calor extendiéndose por su vientre; fue testigo del musculoso y brillante cuerpo humanizado de Uriel, cuando éste salió del agua para acercarse a la sirenita.
En el rincón al que fueron Uriel y Amitiel, el agua apenas les llegaba hasta las rodillas; la sirena mestiza había cambiado las aletas por piernas humanas, las cuales eran tan pálidas como el resto de su torneado cuerpo.
La pareja volvió a abrazarse para acariciarse y besarse. Pero unos minutos después, Amitiel comenzó a besar el grueso cuello de Uriel, luego cada centímetro de su ancho y musculoso pecho, seguido de los marcados abdominales tan fuertes como el acero.
—Deberías probar la posición cinco —dijo Uriel lo último en su idioma español.
—¿Qué es la posición cinco? —pregunto Amitiel confundida y volviendo a ponerse de pie.
—En tu trasero te la hinco. ¡Ja, ja, ja! —contestó Uriel en español, para luego reírse a carcajadas y cubrirse con los brazos al ver que Amitiel mostró el puño derecho.
—Sigue diciendo esas estupideces, y nadie va a volver a responderte —dijo Amitiel sonriendo divertida y bajando el puño, sabiendo que sus golpes ni siquiera los sentirá su amante dragón.
—Perdón. ¡Je, je! No pude resistirlo, dado al momento —dijo Uriel todavía riendo.
La sirenita le dio al draconiano rojo un rápido beso en los labios y, con una sonrisa seductora y una mirada hambrienta, se dio la vuelta y caminó hacia la roca cercana. Apoyó las manos en la pared rocosa, giró la cabeza para ver de reojo al draconiano rojo, y levantó las nalgas en señal de bienvenida a su amante dragón.
—Mi trasero está listo para que me la hinques —dijo Amitiel en un perfecto español con acento italiano y un tono divertido y seductor.
—¡¿Desde cuando hablas tan bien el español?! —pregunto Uriel riendo sorprendido, más cautivado por la sirenita, y comenzando a acercarse a ella.
https://youtu.be/dFFUFQhLXXU
Los dos hicieron a un lado todo intento de hacer del momento uno de "romance perfecto", para ser ellos mismos; tanto Uriel como Amitiel no tenían casi nada de experiencia en esos temas, y como tal solo les quedaba actuar como lo hacen normalmente.
Y ahora llegó el esperado momento: el joven-dragón sujeto la esbelta cadera de la sirenita mestiza con una mano, mientras que con la otra cubrió la boca de ella, para unir sus cuerpos de una vez. El joven-dragón rojo hizo bien en taparle la boca, porque cuando Amitiel sintió como si en su interior ingresara hasta el fondo una barra de titanio grande, gruesa y ardiendo al rojo vivo, gritó tan fuerte que podría haber roto cientos de cristales en un radio de treinta metros, si la mano del joven-dragón no hubiera amortiguado el grito.
Como cualquier sirena, ella tenía una voz poderosa. Y como una chica humana carente de experiencia sexual, el dolor y el placer fueron demasiado para ella; tanto, que solo basto con esa primera embestida para que sintiera un hormigueo por su piel y cerebro, acompañado de contracciones musculares, como resultado de haber tenido su primer clímax.
—¿Te encuentras bien, Amitiel? —pregunto Uriel apartando la mano de la boca de la sirenita, preocupado de haberla lastimado mucho.
—S-s-s-sí... Aparte... de que estoy... muerta de la vergüenza... todo está bien... —dijo Amitiel entre respiraciones profundas, y con la cara roja de pena absoluta—. Perdóname... Solo... entraste... y ya tuve un orgasmo... Ni siquiera dure dos segundos.
—Oye tampoco es para tanto. Eres prácticamente una simple humana, en comparación a mí. Además, no tienes nada de experiencia en estas cosas. Escucha, intentaré controlar lo más que pueda mis instintos para que te acostumbres. ¿De acuerdo?
—Sí... Gracias Uriel —dijo Amitiel volviendo a mirar de reojo a su amante dragón, con tanta felicidad que lloraría si ella estuviese en su forma humana.
Uriel sentía un deseo casi incontrolable por morder y someter a Amitiel como lo haría un depredador con una presa. Pero lucho contra ese impulso para que su hembra sirena pudiera acostumbrarse al apareamiento salvaje y violento, que caracterizaba a la raza de las bestias. Por eso comenzó a moverse con sumo cuidado y lentitud, permitiendo que Amitiel se acostumbrara poco a poco al calor, el dolor y al adictivo hormiguero de ser penetrada por primera vez.
Por otro lado, el placer que recorría las piernas y la columna de Amitiel, como una adictiva descarga eléctrica, la hacía temblar de éxtasis. Y pronto el calor en su vientre se hizo agradable, e incluso comenzó a opacar el dolor.
Entonces Uriel decidió a hacer casi lo mismo que hizo Amitiel con él antes de iniciar el apareamiento; procedió a acariciar los pechos modestos de ella y a besarla en la espalda, mientras seguía embistiéndola a un ritmo lento y cuidadoso. Sentir en sus senos las caricias de las duras y ásperas manos de Uriel, y en su espalda y hombros los cálidos labios de él, intensificó la excitación de Amitiel a un grado que su mente se nublaba.
Sin embargo, Uriel no pudo reprimir más su instinto, y se le escapo una mordida al hombro derecho de Amitiel. No fue una mordida tan fuerte, pero basto para que él saborease la carne y sangre de su amante sirena, lo cual resultó extraño y a la vez muy delicioso para él. Y también fue lo que acabó dándole a la sirenita su segundo orgasmo.
Haber probado la carne de Amitiel, causó que Uriel empezará a perder poco a poco el autocontrol, y pasará a actuar por puro instinto; prueba de esto es que sus embestidas se aceleraban y ahora, sin quererlo, sujetaba tan fuerte a la sirenita que la lastimo con las garras. Esta rudeza repentina provocó que Amitiel tuviese una cadena de orgasmos, uno seguido poco después del otro.
En menos de quince minutos en esa misma posición, Amitiel tuvo un total de diez orgasmos, mientras que Uriel no estaba ni cerca de fertilizarla, así que la sirenita le pidió que se detuviera un momento. Su voz fue suficiente para que Uriel recuperase algo de razón y la obedeciera. Luego la sirenita se dio la vuelta y rodeo con sus delgados brazos el grueso cuello del joven-dragón rojo.
Amitiel comenzó a dar pequeños brincos, indicándole a Uriel lo que quería ahora, y éste la entendió; la cargo poniendo las piernas de ella encima de los fuertes brazos de él, apoyó la espalda de la sirenita mestiza contra la gran roca y reanudo el apareamiento salvaje. Uriel comenzó a embestir a Amitiel contra la roca, mientras la cargaba y sus cuerpos desnudos se presionaban el uno frente al otro contra la roca.
"¡Por todos los dioses! ¡Sus garras me están lastimando, pero este calor opaca el dolor! ¡Siento que estoy en agua hirviendo, y un hormigueo electrizante recorre mi cuerpo", decía Amitiel en su mente con los ojos cerrados y apretando los dientes, tratando de contener sus gemidos melodiosos. La mezcla de dolor y placer la hacían abrazar a su amante dragón y rasguñarle la musculosa espalda.
"Es extraño. Me estoy sintiendo igual a cuando vuelo por las nubes, me desafía un oponente decente, o me ejercito mucho. Ahora lo entiendo; el apareamiento es como una pelea", fue lo que pensaba Uriel sonriendo y gruñendo como un animal, con la adrenalina de su cuerpo acelerándose a un ritmo anormal, casi como cuando un fanático de los deportes inicia su amada rutina de ejercicios.
Los sentimientos de ambos seguían intensificándose hasta que, después del orgasmo número quince de Amitiel, al fin Uriel llegó al clímax dentro de ella.
Para el draconiano rojo fue como una liberación increíble de estrés y adrenalina pura, parecido a cuando un atleta llega a la meta, o un boxeador derriba a un oponente formidable, aparte de sentir como si del interior de su amada saliera una cascada fría. Pero para la sirenita fue como si un volcán hiciera erupción dentro de ella y le dio el orgasmo más largo e intenso hasta ahora, al punto de hacerla sentir una corriente eléctrica por todo el cuerpo.
Al momento le siguió unos segundos de silencio, en los que la pareja recuperaba el aliento, hasta que Amitiel intentó bajarse de los brazos de Uriel. No obstante éste la sujetó con más fuerza.
—¡Auch! ¡Uriel, ¿qué...?! —decía Amitiel, al principio dando un quejido de dolor por las garras de su amante dragón. Pero luego se calló al mirar los brillantes ojos dorados de él, que transmitían una intensidad animal. Incluso podía sentir que el corazón de Uriel latía a un ritmo antinatural en un humano, y el cuerpo de él ardía como si tuviese fiebre.
—Ya entre en calor. Ahora estoy listo para la verdadera acción —dijo Uriel con una expresión seria y teniendo sus dientes filosos de dragón—. Lo continuaremos dentro de tu castillo de hielo.
—Uriel... recuerda que yo no me regenero tan rápido como tú. Y no tengo músculos ni huesos tan densos y fuertes como ustedes las bestias —dijo Amitiel tragando saliva y tratando de lucir severa, porque en el fondo estaba muy nerviosa al ver lo serio que estaba el joven-dragón ahora—. Por favor, sé muy gentil conmigo.
—Seré tan gentil contigo, como un dragón que guarda dentro de sus fauces a sus cachorros —dijo Uriel sonriendo con confianza.
—No es una metáfora muy reconfortante que digamos.
—Perdón por eso. Intentaré ser lo más "gentil" posible —dijo Uriel con una sonrisa divertida que enseñaba sus filosos dientes, y acercó su frente a la de su amante sirena—. No obstante, aviso que te llenare de más "semillas" que un campo de cultivo frutal.
—¿Qué? —dijo Amitiel con su cara pálida tornándose tan roja como el cabello de su amante dragón.
https://youtu.be/eV1xumzX8dE
Y antes de poder decir algo más, Uriel comenzó a caminar, todavía cargando a la sirenita unida a él. Los dos entraron al pequeño castillo de hielo; Uriel cerró la puerta con un pie, y lo hizo tan fuerte que todo el castillo tembló. Luego acostó a la sirenita en la cama improvisada del suelo, y se dedicó a mirar el tierno rostro de ella.
Amitiel estaba más que cautivada por la expresión adorable y a la vez salvaje de Uriel; no había ni pizca de lujuria en él, sino la emoción y alegría pura de un deportista al ejercitarse, o un niño cuando se divierte jugando con algo. La sirenita no pudo resistirse más; tomó entre sus manos el cálido rostro del draconiano rojo y lo beso. Entonces empezó a ahogar en los labios de él los gritos y gemidos de placer, cuando los dos reanudaron la acción reproductiva en el suelo.
Siguieron apareándose como animales en celo en muchas otras posiciones, de las cuales Uriel solo llegaba al clímax teniendo a Amitiel de frente, como cuando dos oponentes se miran el uno al otro de modo desafiante para luchar cara a cara. Llegaron a un punto en el que Amitiel perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo, y de las veces que Uriel liberó la "semilla" dentro de ella.
Solo se detuvieron cuando los instintos de Uriel se calmaron; para entonces Amitiel ya no sentía las piernas, veía borroso, temblaba de éxtasis absoluto y sentía un calor doloroso en el vientre. La sirenita no lo sabía, pero acabó teniendo una experiencia sexual por lejos superior al conocimiento humano; uno que podría considerarse hasta "celestial".
Uriel se dio cuenta del estado agotado de Amitiel, así que la ayudó a acostarse junto a él, poniendo en su pecho la cabeza de ella, y la abrazó con la delicadeza de alguien al sostener una muñeca de porcelana. La sirenita aprecio mucho este gesto, y el calor reconfortante de su amante dragón la relajo tanto que no tardó en quedarse dormida entre sus brazos.
El draconiano rojo se dedicó a abrazarla con cariño y cuidado, sin importarle el frío que sentía al contacto con la suave piel blanquecina de ella. La respetaba y quería tanto, que estaba dispuesto a sufrir de ese terrible frío solo para estar a su lado.
Lo que ninguno de los dos sabía, es que su momento intimido no fue tan secreto como creyeron.
La elfa caballero Sigrun permanecía en lo alto de la copa del árbol, con una cara sonrojada de asombro total y excitación. Aunque no fue su intención, terminó convirtiéndose en una voyeur al ser la única testigo del primer apareamiento del joven-dragón Uriel con la sirena mestiza Amitiel. Y desde que la pareja ingresó a la privacidad del castillo de hielo a continuar la rutina reproductora, Sigrun continuaba sentada en la rama más alta de aquel árbol, procesando todo lo que sus ojos de elfa visualizaron.
"Por todos los cielos... Entonces así es el cuerpo de un hombre-bestia... El cuerpo de Uriel Draignis... Capaz incluso de hacerme sentir atraída por él, aunque solo sentía atracción por otras mujeres, hasta ahora", pensó Sigrun con los ojos muy abiertos y una delgada línea de sangre bajando por su nariz, reproduciendo en su mente una y otra vez la imagen del draconiano rojo desnudo.
En especial cuando él salió del agua empapado por completo, y empezó a aparearse con la sirena mestiza como un auténtico salvaje. Además, Sigrun ya podía darse una idea del salvaje apareamiento que estaba sucediendo allí dentro, con solo escuchar los melodiosos gritos de placer de Amitiel y los gruñidos animalescos de Uriel.
Al principio solo sintió atracción por Amitiel al punto de querer besarla, pero luego sintió un fuerte deseo de estar en los brazos de Uriel y ser penetrada por él. Incluso, por un momento, pensó en la posibilidad de pedirles que la invitaran a un salvaje trío con ellos dos.
"¿Qué me está pasando? ¿Cómo puedo sentirme así por un chico? ¿Será algo de los dragones machos? ¿O es algo relacionado a la biología de los hombres-bestia? ¿Son feromonas? ¿En qué momento las inhale? ¿Fue cuando estuvimos cara a cara?", pensaba Sigrun con una mezcla de emociones que iban desde la confusión y los nervios, hasta el miedo y la ira, mientras se sujetaba la cabeza con fuerza, incapaz de entender lo que le estaba sucediendo.
Jamás en su vida envidio a alguien, al menos no en temas de romance hasta donde ella recordaba. Y como tal, fue muy molesto para ella sentir una tremenda envidia hacia la sirenita por haberse ganado ese tipo de cariño especial de Uriel Draignis.
Por primera vez en su vida, Sigrun deseaba hacer el amor con un hombre, y el elegido terminó siendo un salvaje hombre-dragón rojo con el deber de protegerla a ella.
https://youtu.be/lkpG-_v0yPc
[País de las Maravillas: Reino de Corazones].
Al mismo tiempo, la razón detrás de la pausa de la apertura del portal oficial al País de las Maravillas, descansaba en la comodidad y seguridad de su dormitorio, dentro de su palacio del Reino de Corazones. O mejor dicho; estuvo durmiendo hasta ahora, porque el ruido de unas puertas abriéndose la despertó de un sueño de casi once horas.
Poco a poco fue levantándose con pereza de su cama, estiró sus delgados brazos pálidos de tono rosa, dio un gran bostezo y luego abrió las cortinas de su cama. Ella era la misma chica pelirroja que conoció Raziel en capítulos anteriores.
La chica, Helena Redhair, como se venía suponiendo era en realidad la Princesa de Corazones, Heidy Redheart.
—¡¿Quién diablos está ahí?!
Preguntó Heidy con su característico malhumor, mientras inspeccionaba su enorme habitación iluminada por la luz de la luna llena. Lo curioso es que su voz difería mucho de cuando conoció a Raziel, tenía un tono menos ruidoso y su acento británico fue reemplazado por un marcado acento escocés.
Cualquiera que no la haya visto pensaría que es una chica diferente. Pero era la misma que estuvo en la Sede Principal de San Bestia, conoció a Raziel, y quería averiguar más del oeste salvaje de Norteamérica donde una vez habitaron las bestias de la Edad de Hielo.
Su cama era roja con cortinas rosas, y lo bastante grande como para que durmieran por lo menos diez chicas como ella. Las paredes, el techo y el piso estaban tapizados de blanco con intrincados diseños de rosas. Y contenía dos grandes armarios, tres gabinetes, un cuarto de baño, y un hermoso tocador con muchos artículos de belleza. También había una mesa pequeña, sillas con cojines y un sofá.
Lo curioso es que los muebles tenían detalles y diseños con formas de corazones y un aire muy medieval, teniendo el rojo y el rosa como colores predominantes, con el dorado y el blanco como colores secundarios. Incluso las lámparas mágicas, aunque tenían un diseño elegante, mantenía un aire medieval.
En un rincón había una casa de muñecas con la forma de un castillo, y juguetes de madera que representaban un ejército de todo tipo de caballeros, criaturas y monstruos de la cultura celta y nórdica, una muñeca muy parecida a una princesa y una figura de piedra tallado a mano que se asemejaba a una especie de hombre-tigre de dientes de sable.
Una ventana con cortinas rosas abiertas se hallaba en la pared opuesta a la cama, y al lado se encontraba un par de puertas, también abiertas, que llevaba a un balcón; la luz de la luna filtrándose a través de las puertas abiertas y la ventana mostraba la figura de alguien sentado en el suelo con las piernas cruzadas, y la mano derecha moviendo una puerta del balcón con la intención de hacer ruido a propósito.
https://youtu.be/Aeii0mJzqYc
Allí estaba él, un hombre joven que aparentaba rondar entre los 18 y 20 años, principalmente porque su cuerpo medía alrededor de 1, 90 m de altura, y poseía un desarrollo muscular tan extraordinario que lucía robusto, con un cuello bastante grueso y hombros anchos. Se podía apreciar cada músculo marcado en su fuerte cuerpo, porque solo llevaba un pantalón holgado de color azul oscuro, sujetado por medio de un cinturón rojo con una hebilla dorada en forma del rostro de un felino de largos colmillos superiores.
Su piel era clara con un ligero bronceado, como un nativo que creció sin nada de ropa bajo un sol abrazador, en un ambiente variable donde reinaban la nieve y el hielo la mayor parte del tiempo. Su cabello, de color naranja oscuro con un degradado claro al final, le llegaba hasta los hombros como una melena suave, aunque estaba desordenado en un estilo salvaje que le cubría las orejas, con un mechón largo frente al rostro. Y sus uñas parecían auténticas garras de un depredador.
Otras chicas habrían gritado asustadas por ayuda; alguien como la Princesa de Corazones solo se habría enfadado y respondido con un ataque mágico. Pero en vez de ambos casos, ella se alegró tanto que termino de espabilar, porque sabía quién era aquel extraño joven.
—¡Atama! —exclamó Heidy saltando de la cama con alegría. Llevaba solo un camisón corto de color rojo, que dejaba ver los delgados brazos y las largas piernas de su esbelto y delgado cuerpo claro de tono rosa natural.
La princesa pelirroja trotó hacia el hombre en el suelo, y saltó sobre él para abrazarlo. Aunque ella no pesaba demasiado, el impulso del salto podría haber tumbado a cualquiera. Pero a ese hombre primitivo no lo movió ni un centímetro, y aparte comenzó a emitir un sonido tierno semejante al ronroneo de un gato grande en respuesta al abrazo.
—Te extrañe mucho... —dijo Heidy en voz baja para no alertar a ningún guardia de la zona, para luego sentarse sobre las piernas y mirar el rostro del hombre primitivo.
Lo increíble de Atama es que tenía un rostro hermoso y juvenil, que contrastaba con su primitivo cuerpo musculoso; sus rasgos faciales se asemejaban a los de un nativo de alguna región de América del Norte, como los inuit, con unos ojos rasgados y brillantes iris verdes con pupila hendida de felino, que denotaban una gentileza capaz de llenar de envidia hasta a los santos y budas.
No obstante, aunque tenía una gran sonrisa de alegría inocente, también mostraba sus dientes filosos cual gran felino, con unos colmillos superiores largos y anchos como pequeños sables.
—¿No te molestaron en el Reino de Diamantes? —preguntaba Heidy tomando entre sus pequeñas y suaves manos el rostro del hombre-bestia primitivo—. Bianca me dijo que mi prima Daisy te permitió quedarte en su reino por unos días. ¿Esa pervertida albina no te hizo nada extraño? Espera, si tú estás aquí, significa que te enteraste de mi decaída y regresaste al Reino de Corazones para verme. ¿Tengo razón?
—Un tema a la vez —dijo Atama con una voz dura y a la vez reconfortante, mientras tapaba con el dedo índice derecho los labios rojos y carnosos de la princesa pelirroja—. Daisy me habló de lo que te pasó en inicio de ceremonia. Enfermedad te ataco otra vez. Tan pronto como lo supe, espere la noche para venir a verte —decía él, teniendo problemas en pronunciar algunas palabras—. ¿Tú bien de salud ahora?
—Mejoraste bastante tu pronunciación. Daisy hizo un buen trabajo, lo admito —comentó Heidy inflando los cachetes con molestias y obvios celos—. Sí, ya me encuentro mejor. Mucho, mucho mejor ahora, que estás tú aquí conmigo. ¿Te aseguraste de que nadie te viera? Si mamá se entera de que estás de nuevo en mi habitación...
—Nadie me vio llegar. Energía Chi es bastante útil para sigilo. Magia y Prana también funcionan para distraer enemigos y camuflarse en naturaleza y entre "cuevas modernas" humanas.
—¿Ya dominas muy bien la magia? Joder... Tengo que reconocerlo... Esa princesa albina resultó ser una mejor maestra para ti, de lo que yo pude serlo —dijo Heidy comenzando a molestarse y deprimirse mucho.
—Tú eres maestra maravillosa. Mi primera y querida amiga maestra —dijo Atama cerrando los ojos y esbozando una tierna sonrisa.
—Soy más que tu "amiga". ¿Entiendes? Se dice así: "tu novia". O como lo dirían las bestias: "tu hembra" —dijo Heidy sonrojada y aparentando molestia, mientras movía el dedo índice derecho al frente del rostro de Atama, quien le seguía la punta del dedo con la mirada como un gato curioso—. Por cierto, mientras estuve en el Domhan-Eile, encontré a un chico bestia que viene de Norteamérica.
—¿Estás segura? —pregunto Atama ampliando los ojos con asombro.
—Hice una comparativa de lo que él sabía con la información que recopile. No hay duda; él conoce Norteamérica, tanto el lado natural como sobrenatural. Tal vez él pueda ayudarte a encontrar un portal o algo parecido que conduzca a tu viejo mundo —explicó Heidy, denotando tristeza al mencionar lo último.
—¡Maravilloso! Es bueno, muy bueno —decía Atama sintiéndose tan feliz que se esforzaba por contener su voz fuerte y gruñidos de felino grande.
—¿Todavía quieres regresar a Agharta? —preguntó Heidy desviando la mirada y cerrando los ojos con molestia.
—Sí.
—Atama, entiendo que te incomode este mundo, porque no hay dinosaurios que puedas comer. Ni siquiera hay bestias como los que hay en tu mundo. Pero aquí puedes tener una vida; me tienes a mí, a Bianca y a Daisy. La princesa del Reino de Picas y la del Reino del Tréboles también están interesadas en ti. Puedo aceptar que tengas una manada de hembras con nosotras y otras chicas, como las que forman los hombres-bestias de tu tribu, si con eso te quedas aquí. También puedes tener tu propio reino, donde podríamos vivir todas nosotras contigo en paz. Aquí tienes amigos y mujeres que te aprecian.
—Por eso regresaré con ustedes —dijo Atama adoptando un semblante serio que le dio un aspecto más maduro, y levantó la mano para sujetar con delicadeza la barbilla de Heidy para que ella lo mirase a los ojos otra vez—. Mi hogar está en peligro. Piedra Corrupta robada del templo. Necesito ayudar a mi tribu, a mi gente. Una vez que el hogar de nacimiento esté a salvo, regresare a mi segundo hogar, en donde está mi vida con ustedes.
—Espero que cumplas con esa promesa o... o viajaré a tu mundo para matarte yo misma, estúpido salvaje dientes de sable —dijo Heidy tratando de lucir amenazante y furiosa para esconder su inmensa alegría de escuchar esas palabras de Atama—. Oye, no sé cuánto se aprovechó Daisy de mi ausencia para estar contigo, pero ahora que estás aquí, a estas horas de la noche, deberíamos recuperar el tiempo perdido.
—¿Tú estás saludable para apareamiento? —pregunto Atama, expresando tanta preocupación en su mirada que lucía bastante tierno, pese a la apariencia de hombre salvaje que tenía.
—Claro. Soy una mujer más fuerte de lo que parezco. No necesito ayuda de Bianca ni de Daisy para darte una emocionante "pelea" en la cama.
—¿Y si los guardias de tu madre escuchan tus "cantos" felices, mis gruñidos y la cama rompiéndose?
—Mientras estuve en el Domhan-Eile, aprendí un hechizo de contención sonora mucho más fuerte que el anterior —contestó Heidy moviendo las cejas y sonriendo con soberbia—. Nadie escuchara nada de lo que suceda aquí. Y esta vez la cama está reforzada con magia. Aguantaré tres o cuatro rondas contigo antes de desmayarme. Además, esto me ayudaría a dormir muy bien. ¿Quieres ayudarme a dormir muy bien, amor mío?
—Sí, sí quiero. Te haré dormir muy bien antes de regresar a mi cueva —contesto Atama sonriendo y cerrando los ojos.
Atama se levantó del suelo y terminó de entrar a la enorme "cueva" cuadrada. Heidy se apresuró a cerrar las puertas del balcón, para tener la mayor privacidad posible, y sin perder el tiempo comenzó a desabrochar los pantalones de su amante, dejándolo a él por completo expuesto ante ella.
La vista completa del robusto y primitivo cuerpo humanizado del hombre-smilodon fue suficiente para excitar a la princesa pelirroja. Y ésta, con una mirada hambrienta, un fuerte sonrojo y una gran sonrisa, se levantó los tirantes del camisón y lo dejó deslizarse al suelo, permitiéndole a su amante apreciar el delgado, esbelto, suave y pálido rosado cuerpo de ella en su totalidad.
Heidy tomó entre sus pequeñas manos la enorme mano derecha de Atama y lo guio a la cama; el hombre-tigre dientes de sable se acostó de espalda en el lecho, mientras la princesa pelirroja cerraba las cortinas para tener aún más privacidad. Luego ella se acercó gateando hacia su amante hombre-bestia, y empezó a cubrirle de besos, mordidas y lamidas desde los fuertes abdominales hasta llegar a su grueso cuello.
Después de que ella le diera a su macho bestia un apasionado beso en los labios, él la sujetó de las caderas esbeltas, la levantó para posicionarla, y descendió la entrepierna de ella sobre la virilidad de él con lentitud y delicadeza. Sin embargo Heidy no era una dama delicada; prueba de eso es que, con una sonrisa arrogante y soberbia que emocionaba a Atama, comenzó a moverse por sí misma para montarlo de forma bastante agresiva.
Ambos estarían haciendo el amor salvaje durante casi cuatro horas en muchas posturas intensas, en las que chocaba el salvajismo animal contra la pasión lujuriosa. Y solo acabaría la "confrontación" cuando Heidy, tras tener un incontable número de orgasmos, cayera desmayada en el pecho de su amante hombre-bestia después de hacerlo llegar al clímax por sexta vez, lo cual fue un poco más de lo que ella previó al inicio que duraría apareándose con él.
Atama se quedó un rato más para descansar un poco al lado de su amada hembra pelirroja, viéndola dormir con tanto apreció que le lamió una mejilla. Y antes de que lo venciera el sueño se vistió otra vez con el pantalón, abrió y cerró con sigilo las puertas del balcón, comprobó que no hubiese nadie afuera y salió del castillo con el mismo sigilo con el que ingresó.
Y para salir del interior de los muros, Atama adoptó su forma de hombre-tigre dientes de sable. Se desplazó por los techos de las casas del pueblo con una velocidad y sigilo sobrenatural, hasta llegar a las afueras del reino, donde lo esperaba su leal amigo drakosaurus en forma de tiranosaurio.
El País de las Maravillas, como su propio nombre lo sugiere, alberga maravillas asombrosas. Y una de las más grandes de todas, era sin duda el inimaginable par que llegó tiempo atrás: un cavernícola hombre-tigre dientes de sable y un dragón prehistórico, ambos separados de sus familias, criados por presas y unidos por el deseo mutuo de sobrevivir.
Próximo capítulo: Reproducción Bestial (II).
Nota del Autor: debido a las pautas de la plataforma, dejo esta nota para aclarar que el personaje Uriel, como bestia y dragón, ya es mayor de 18 años en edad humana, lo mismo es para la sirena Amitiel.
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