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Capítulo LI: Diablos en la Humanidad

"...Son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Jesús. Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz."

—2 Corintios, capítulo 11: 13-14. 

https://youtu.be/_elx6WVW9ug

[Lado Oeste del Reino de Corazones].

El ambiente gélido estaba más concentrado en el lado norte del Reino de Corazones. Pero aun así algunos copos de nieve, junto con una parte del frío, llegaban hasta los límites del lado oeste del reino. Y a la luz de la luna llena artificial podía verse desde lejos una escena que estaba más allá de lo macabro.

Por encima de las cabañas e invernaderos sobresalía una montaña de cadáveres, conformada por cuerpos destrozados de espartanos y vikingos, junto con cuerpos sin brazos de samuráis, rikishis y otros maestros japoneses. Desde esa encarnizada montaña fluía un río de sangre que no tardó en formar un lago rojo de apenas tres centímetros de profundidad en casi toda la región.

A los pies de esa colina de cadáveres se encontraba el último Einherjar sobreviviente; se trataba del único humano indio de la flota Shuumatsu, y eso se debía a que era un antiguo budista que perteneció al primer grupo de seguidores de Buda VI Gautama. Estaba de pie en el lago de sangre, observando con horror e incredulidad la montaña de cuerpos sin vida de Einherjar delante de él, en cuya cima se encontraba la silueta de un hombre parado.

"Imposible... Es imposible... Eran trescientos espartanos, doscientos vikingos, cien samuráis y noventa y nueve maestros de Japón. Muchos de ellos tenían el mérito de haber matado a onis y uno o dos bestias en sus respectivas épocas, siendo Agis III el único que venció a diez minotauros él solo... Pero aun así, todos fueron erradicados por un solo hombre-bestia", pensaba el monje budista, todavía incapaz de creer lo que veía con sus propios ojos.

Incluso si el responsable de esa carnicería comenzó a descender sobre la montaña de cadáveres, arrastrando con una mano el cuerpo inerte de Agis III, y con la otra mano sujetaba la cabeza del mencionado rey espartano. Lo más horrible fue que la cabeza de Agis tenía los ojos en blanco y la boca abierta en un silencioso grito desgarrador, como si hubiera muerto sufriendo una agonía indescriptible.

Aun con todo eso, el monje budista se negaba a creer que tal evento era posible. Pero no tenía más opción que aceptarlo; tenía que aceptar que el misterioso hombre-tigre los había masacrado a todos, sin ni siquiera terminar de transformarse.

Debía aceptar que Gabriel Khanom se alzaba victorioso, descendiendo sobre la montaña de cadáveres, arrastrando el cuerpo y la cabeza del poderoso rey espartano comparable al mismísimo Leónidas. 

Al final de toda esa carnicería, el baghatma había perdido su chaqueta y camisa, por lo que su torso estaba expuesto. Su pantalón blanco de rayas negras presentaba muchos cortes, y estaba tan cubierto de sangre que ahora lucía de un rojo casi negro por completo. El joven-tigre parecía como si hubiera nadado en un río de sangre, porque apenas lograba notarse las rayas negras de su piel. Y sangre fresca goteaba desde su barbilla, orejas de tigre, cola, manos y salvaje cabello. Lo más aterrador era que mantenía una mirada seria, con los todavía brillantes ojos verdes fijos en el Einherjar restante.

Como un verdadero discípulo de Buda, el monje indio se antepuso al miedo para enfrentarse a lo que él consideraba un demonio encarnado.

Para empezar, se quitó del cuello su japamala, un tipo de cuentas de oración usado en el hinduismo, budismo, jainismo y sijismo para recitar mantras, sutras, o cualquier tipo de oración, y también para protegerse del mal y realizar alguna práctica sagrada, similar a los rosarios en el cristianismo. En el caso del budismo, existían diferentes tipos de japamala especializados en una práctica. 

Este monje budista tenía un japamala hecho de piedras turquesas con forma de semillas rudrakshas, unidas con un hilo negro. Según en algunas escuelas budistas, este tipo de japamala era efectivo cuando se trataba de controlar emociones poderosas como la furia, o para someter espíritus malignos.

Y tal cual como ameritaba su función, el monje budista sujeto con ambas manos el japamala, en un gesto claro de oración, y empezó a recitar sutras que pertenecían a las enseñanzas de un buda en particular.

https://youtu.be/aFZw_nHdwKM

En este universo el odio nunca disipa al odio. Sólo el amor disipa al odio. Esa es la ley ancestral e inagotable...

—Un seguidor de Buda VI Gautama... Ya he visto a muchos como tú —dijo Gabriel, mientras soltaba el cuerpo y la cabeza de Agis III entre más cadáveres, y continuo caminando hacia el monje budista—. No tengo nada en contra del budismo, ni menos con el de Siddhartha Gautama, el avatar de Vishnu. Pero estoy cansado de toparme con los imbéciles hipócritas de su escuela, como tú. Imbéciles que solo dan una mala imagen a quien era mi discípulo en el pasado.

El viento no puede perturbar una montaña. Ni el elogio ni la culpa mueven al hombre sabio. El silencio no puede hacer de un tonto un maestro —continuaba recitando el monje budista con una profunda devoción. Y gracias a eso, logró invocar el poder sagrado de Buda.

Poco a poco, su cuerpo comenzó a liberar la distintiva energía Prana dorada en forma de flamas, y parte del collar japamala levitaba en el aire, sin despegarse de las manos del monje budista. Pero el monje budista quedó en un silencio horrorizado, luego de que Gabriel agarrase con la mano derecha el japamala, sin mostrarse afectado.

—Es por eso que el poder de tu buda no puede someterme: ¡porque yo soy la carne y sangre del maestro que le enseñó a Siddhartha Gautama el verdadero camino hacia la felicidad y la iluminación! —declaró Gabriel con un tono estruendoso al final.

¡Una mente más allá de los juicios observa y comprende! ¡Mejor que mil palabras huecas, una palabra que aporte paz! ¡Aun estando en un bosque vacío, él encuentra disfrute porque no desea nada! —seguía recitando el monje budista, ignorando lo que consideraba eran "mentiras" y blasfemias de un demonio que se oponía al Dharma de Buda.

Y lo siguiente que pasó casi hace que se le detuviera el corazón.

¡Una mente más allá de los prejuicios analiza, entiende y aprende! ¡Mejor una palabra sincera y sabia que mil palabras llenas de ignorancia! ¡Incluso en una selva estoy en paz, porque no deseo más de lo que tengo ya! —recitaba Gabriel sus versiones de los mismos sutras, con una estremecedora voz de trueno, mientras la misma energía Prana lo cubría a él.

Para el monje budista esto era algo incomprensible, contradictorio y hasta imposible; para él, era lo mismo que si en el cristianismo un demonio tocara un rosario bañado en agua bendita y se pusiera a decir sus propias oraciones a Dios, sin sufrir el más mínimo efecto dañino. Así de imposible era para él.

Y aun así, el monje budista no dejó de recitar los sagrados sutras, mientras Gabriel tampoco se detuvo. La sangre en el suelo comenzó a apartarse de ambos en un radio de cinco metros, según la energía Prana de los dos se intensificaba con cada sutra recitado. Sin embargo, en el lado del Avatar de Rudra, el Prana estaba concentrándose más que en el lado del humano discípulo de Buda, y su coloración se tornaba de un intenso tono carmesí.

Era como si un maestro estuviera reprendiendo a un discípulo descarrilado, ya que los sutras del Avatar de Rudra, aunque diferían un poco de los que según fueron dichos por Siddhartha Gautama, tenían más poder que las dichas por el monje budista que las recitaba ahora mismo.

Y al final, el baghatma agregar un sutra que incluso desconocía el monje budista que siguió a Siddhartha Gautama.

¡Entre el cielo y la tierra yo soy el único que elige mi destino y quién seré! ¡¿Dios o demonio?! ¡Solo yo lo decidiré y la paz nunca negaré a los de corazón virtuoso, sean humanos, semi-humanos, bestias, dioses e incluso demonios, porque a todos amare, guiaré y protegeré como mis hijos! ¡¡Om... Namah... Rudraya!!

Con ese último sutra, mezclado con un antiguo mantra, la energía Prana en Gabriel consumió la del monje budista, y explotó en una inofensiva onda expansiva de luz carmesí. Al disiparse la energía Prana, todo lo que quedó del monje budista fueron cenizas, además del collar japamala que todavía sujetaba Gabriel.

Al fin había exterminado a los setecientos Einherjar que amenazaban esa zona, y pudo sentarse sobre la espalda de los restos de un espartano para descansar; a pesar de que resultó fácil eliminar a cada Einherjar, siendo Agis el único que duró más de tres minutos, el haber tenido que enfrentar a setecientos sin tiempo a un respiro le había pasado factura a Gabriel.

Se sentía tan necesitado de unos cuantos respiros largos, que ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a nevar en la zona, estaba haciendo tanto frío que se veía su aliento, y una extraña oscuridad cayó sobre el lugar donde él se encontraba.

https://youtu.be/_iF7lkXKHlA

El baghatma volvió a ponerse de pie, alertado por un repentino sonido muy extraño, que él no podía saber con certeza de dónde provenía. Era una música compuesta por un violín, muy parecida a la Violin Sonata in G minor, también conocida como el "Trino del Diablo", compuesta por el músico italiano Giuseppe Tartini. Pero esta versión tenía un ritmo que reflejaba una naturaleza inteligente, caballerosa y solitaria. 

No obstante, poco a poco, a la música se le unían siniestros murmullos que le daban un aire inquietante...

—No ven el panorama.

—Algo está pasando.

—La paranoia no puede ignorarse.

—Ellos me mintieron.

—Ellos son mis enemigos.

—Él es mi enemigo.

—Mi enemigo.

Eran voces furiosas, de las cuales apenas podía identificarse lo que decían; parecían las voces que tiene una persona paranoica consigo misma. Y con cada palabra, la musica de violin cambiaba de ritmo y nota, mientras se unían un piano y otros instrumentos musicales, mezclado con una orquesta religiosa y siniestra. La música aún conservaba el aire inteligente y caballeroso, pero ahora reflejaba malicia, misterio y poder. 

Gabriel veía cada rincón de todo el lugar, y no podía hallar el origen de los sonidos; no era como si todo estuviera en su cabeza, era más como si en realidad todo estuviera muy cerca de sus oídos, y él no podía verlos porque escapaban a su vista.

«Aunque eran basuras absurdamente sobrevaloradas, lograste vencer a setecientos de ellos sin recurrir a la transformación completa o tus poderes. Y antes de destruir físicamente al monje budista, también lo destruiste psicológicamente. Eres muy fuerte y divertido».

Entre los murmullos surgió una voz masculina, profunda y serena, como la de un hombre adulto inteligente, paciente y caballeroso. Pero Gabriel no respondió; solo siguió buscando el origen de los sonidos, usando los Ojos de Rudra. Y todo lo que pudo ver fue algo apareciendo y desapareciendo por los alrededores; era algo tan oscuro como el Vacío, y que no tenía forma definida.

«No pierdas el tiempo buscando. Aun eres demasiado débil para tan siquiera verme, sin que yo te lo permita».

Una nueva voz le susurró al oído; esta vez se trataba de una voz bastante joven y femenina, como la de una niña pequeña y pretenciosa.

—Si eres tan fuerte, ¿por qué no me enfrentas cara a cara? —preguntó Gabriel con impaciencia.

«Porque eso le quitaría lo divertido. Y hoy quiero divertirme volviendo a verte sin violencia».

Contestó la voz de una chica, que al baghatma le resultó un poco familiar.

—¿Volver a verme? No recuerdo haberte visto antes —dijo Gabriel tratando de hacer memoria, pero no conseguía recordar tan siquiera esa nueva voz familiar.

«Claro que sí; desde que tuviste tu primer nombre, Bheka (Rana). Estuve allí cuando empezaron a llamarte Baaghi (Rebelde).También te vi cuando adoptaste el nombre Gabriel (Fuerza de Dios, Hombre de Dios, Él es mi Fuerza). Y ahora estoy aquí, cuando estás más cerca de ser Rudra (el Rugidor, el Rojizo, el Brillante). Estoy muy orgullosa de ti».

Decía otra vez la familiar voz femenina, ahora acompañada de nuevas voces femeninas que decían los significados de los cuatro nombres que ella menciono. Todas esas voces Gabriel las escuchaba cerca de los oídos, como si le estuvieran hablando detrás de él. Pero cada vez que se daba la vuelta, no veía a nadie.

Sin embargo el baghatma sabía que no podían ser alucinaciones, porque de vez en cuando podía ver el alma de algo rondando por los alrededores, y sentía en su nuca un frío aliento.

«Se podría decir que tu vida empezó gracias a mí».

Habló la voz de una niña de tono frívolo. Y en esta ocasión Gabriel reconoció que vino de una dirección; vio una chica caminando sobre la superficie de un lago de sangre a los pies de la montaña de cadáveres. 

La chica estaba de espalda, por lo que no se podía ver su rostro. Tenía la piel de una tez oscura. Su cabello, de color negro, lo mantenía atado en una sola trenza larga. Y como ropa llevaba un vestido sencillo de color amarillo, parecido a los que usan las chicas jóvenes del sur de la India.

—No... Ella no puede estar aquí... —murmuró Gabriel paralizado de pies a cabeza, con el iris y la pupila felina encogidos en un total shock sorpresivo—. Ella está con una nueva y mejor familia muy lejos de aquí, gracias a Auguste. Tú no eres Nisha.

—¡Ja, je, je! En el fondo no has cambiado mucho. Incluso a tu propia hermana la sigues llamando por su primer nombre, en vez de "hermanita" o algo parecido —contestó la chica, y al baghatma casi se le sale el corazón al escuchar esa distintiva risa de quien es su hermana biológica—. Por cierto, tienes un clan bastante interesante. Tu amigo dragón demostró que me equivoque con él en Cerdeña; cuando lo veas, dile que lo reconozco como un digno descendiente del Rey Dragón Salamander.

—¿Quién maldiciones eres tú? —preguntó Gabriel frunciendo el ceño, mostrando los colmillos en una mueca molesta.

La chica detuvo su caminata, y comenzó a mover los brazos al ritmo de la siniestra música de fondo, que parecía la orquesta de una ópera con temática infernal. Sus movimientos causaron un peculiar efecto en el ambiente; los copos de nieve comenzaron a dirigirse cerca de los pies del baghatma, y la temperatura descendió aún más de golpe.

—Al igual que tú, son muchos los nombres que he tenido. Algunos ya los deje atrás, junto con mi razón de ser, tal como tú lo has hecho.

—Yo no he abandonado mi razón.

—¿Estás seguro de eso? Porque a pesar de que aprendiste a ignorar los demonios que te atormentan, sigues rechazando tu pasado. El pasado es un cúmulo de recuerdos. Y los recuerdos son la razón de la mente de todos. Por eso, rechazar el pasado es rechazar la razón, para abrazar la más grande y hermosa de las mentiras: la felicidad de la irracionalidad.

—¿Lo dice alguien irracional que abandonó su propio nombre?

—Al igual que tú, estoy abierto a la posibilidad de ser llamado de otras formas. Esta es una de las que me encantan —la chica extendió el brazo derecho, señalando con el dedo índice los pies del baghatma.

Gabriel siguió la dirección que señalaba la imagen de su hermana biológica, y entonces vio en el suelo a sus pies un charco de sangre congelado, en el que se había acumulado la nieve blanca y el hielo de tal forma, que la sangre roja estaba visible en una serie de términos de los idiomas latín, inglés y pali. 

https://youtu.be/gfG9aJzFPd4

Lo curioso era que la primera letra de cada término resplandecía de color rojo intenso a la luz de la luna, lo cual formaba una especie de palabra de origen hebreo antiguo. Los términos eran los siguientes:

"Symbiosis. Anathema. Terror. Antipathy. Narcissism. Atheism. Shuniata".

—"Mi Enemigo" —dijo Gabriel, reconociendo el significado de la palabra que conformaban las primeras letras de los siete términos.

—Ese sería el significado original. Hoy en día los humanos lo suelen traducir simplemente como "enemigo" o "adversario".

Contestó la misma cabeza cercenada de Agis, todavía teniendo los ojos en blanco, pero con una anormal sonrisa que mostraba una oscuridad infinita.

—Por el nombrecillo, tengo el presentimiento de que no tienes muchos amigos —dijo Gabriel con un gruñido de tigre molesto.

—Lucifer, Belial, Leviathan, Thanatos, Erebo y Tártaro si entran en la categoría de "amigos" míos. También puedo llamar "amigos" a mis discípulos más fieles; como Arquímedes, Odiseo, Alejandro Magno, Atila, Lancelot, Karl Marx, Nostradamus y Rasputin. Y por supuesto, otros que comparten alguna de mis metas son merecedores de mi amistad, como el Príncipe de las Tinieblas.

Contestó la chica, todavía dándole la espalda al baghatma. Pero ahora llevaba un vestido desaliñado y ensangrentado, muy parecido al de una monja. Y se encontraba parada cerca de la cabeza de Agis.

—Dentro de poco empezaras a notarlo. Pronto, el Mesías Vampiro oculto en la oscuridad se mostrará a la luz, su plaga de terror revelará al diablo dentro de cada humano, los dioses entre animales volverán a pelear entre ellos, y finalmente resurgirá el eterno conflicto de la selva contra la luz y la oscuridad —dijo la chica, mientras tomaba la cabeza de Agis y la cargaba como si fuera un bebé.

—Supongo que no me dirás el motivo por el que me das esas advertencias.

—De hecho sí lo haré. Te estoy diciendo esto para que comiences a prepararte, empezando por recuperar todos los recuerdos de Rudra. O de lo contrario, carecería de sentido este juego —dijo la cabeza de Agis en los brazos de la chica—. El juego de la "Verdad" de la selva contra la naturaleza real de los humanos. Naturaleza que hoy acabas de presenciar.

—Te equivocas en lo último. Todavía pienso que hay bien y mal en todo, incluido en los humanos de cada tierra —dijo Gabriel, todavía no comprendiendo del todo las advertencias de la entidad. Pero este momento le recordaba a las historias de cuando un diablo trató de tentar sin éxito a Siddhartha Gautama y Jesús de Nazaret, quienes curiosamente también eran avatares.

—¿Seguirás pensando en eso, incluso si volvieras a ver los demonios de tu pasado? —pregunto la chica, mientras giraba la cabeza para mirar por encima del hombro derecho al baghatma, y éste pudo ver que ella tenía el fondo del ojo negro como el vacío del espacio, el iris de un azul intenso, su pupila carecía de forma definida, y los labios los tenía manchados de sangre.

—¿De qué locura hablas ahora?

—Puedes enterrar o pretender que el pasado jamás existió. Pero no puedes borrarlo ni escapar de él, como no puedes borrar ni escapar de lo que eres, pretendiendo ser algo que jamás serás —decía la voz frívola y madura de un hombre despreocupado, esta vez muy cerca del oído del baghatma—. Solo contempla el maravilloso escenario que creaste. Siempre serás algo peor que un monstruo. Ya lo demostraste en tu vida humana, antes de que el Dios de las Bestias reemplazara al diablo dentro de ti. Y como prueba tengo a tu padre.

—¿Qué? —preguntó Gabriel gruñendo de molestia, y resistiendo el impulso de voltearse porque sabía que esa entidad desaparecería tan pronto como intentara verlo cara a cara.

—Recuérdalo. Todos los que mueren a manos tuyas, a manos de Rudra, son condenados al Naraka. Pero mataste a tu padre, cuando tú aún eras humano —decía la voz masculina, mientras la chica dejaba la cabeza de Agis en el suelo ensangrentado—. Él está aquí con nosotros. ¿Te gustaría volverlo a ver para arrancarle la yugular con tus nuevos colmillos? ¿O mejor prefieres reunirte primero con tu hermana de sangre, para terminar de cortar todo lazo con esa familia humana? ¿Hmmm? Je, je, je.

—Ella está tan ansiosa por volver a verte, que cada noche repasa el ángulo perfecto para estacarte el corazón, y cuenta la medida exacta de plata en cada bala del arma que guarda bajo su almohada. ¡Ja, je, je! —agrego la chica, y poco a poco más risas se unían a las suyas. Eran risas que parecían provenir de cada uno de los cadáveres en el lugar, mezcladas con esa poderosa y siniestra música orquestal de ópera, que reflejaba poder absoluto, odio y malicia.

Gabriel solo estaba en silencio, con un semblante oscuro. Si al inicio de toda la masacre sentía una furia casi bíblica, se tendría que inventar un nuevo término para el nivel de furia que él sentía ahora. Tal era así, que los copos de nieve se quedaron suspendidos en el aire, como si se hubiera detenido el tiempo, aunque fue por efecto del poder sobrenatural que el choque emocional estaba liberando en él.

—Nunca he creído en tonterías como el "amor a primera vista". Pero si existe algo como el "odio a primer encuentro", ¡sin duda este sería mi caso!

Decía Gabriel, al principio con una leve calma, para luego rugir con furia lo último, mientras se daba la vuelta y atacaba con un zarpazo tan poderoso que apartó los copos de nieve y estremeció las casas en un radio de sesenta metros. Pero no logró despejar las nubes sobrenaturales que creaban el invierno artificial.

Como pensó antes, la entidad desapareció. Además, tanto la imagen de la chica como las voces, la extraña música, la oscuridad y todo lo sobrenatural se fueron con esa entidad, dejando su nombre en la sangre congelada como única prueba de que eso estuvo allí.

https://youtu.be/bA631oqahPA

El baghatma tenía tanta furia en su interior, que como una forma de descargar parte de ella rompió el collar japamala, esparciendo las piedras turquesas y partes del hilo por el suelo cubierto de sangre congelada.

—Por Shaka... ¿qué clase de monstruo fue capaz de tal... atrocidad?

Las orejas de tigre de Gabriel detectaron una nueva voz masculina, y él se giró de inmediato para mirar en la dirección de la que provino la voz, creyendo que era otra vez la entidad. Pero se decepciono un poco al descubrir que solo se trataba de otros tres samuráis extraños.

El primero era un samurái de mediana edad, de contextura robusta y alta, con cabello corto y ojos oscuros, uniforme de samurái rosa y negro con el símbolo del clan Shimazu. Y portaba una hermosa katana de filo negro, empuñadura blanca y sutras budistas dorados en la hoja.

Era Shimazu Yoshihiro, uno de los antiguos miembros importantes de la casta noble de los samuráis que participó en la sangrienta Guerra Imjin, y es conocido por ser el sádico psicópata que ejecutó a hombres, mujeres y niños coreanos civiles, a los que les cortó la nariz como trofeos.

El segundo samurái era un hombre joven de constitución alta y delgada, largo cabello grisáceo y ojos rojos, con pantalones holgados blancos y una gabardina azul que dejaba su musculoso pecho al descubierto. Su ropa estaba adornada por el símbolo del Clan Kato, y portaba una katana blanca de empuñadura dorada.

Era Katō Yoshiaki, un antiguo miembro de la casta noble samurái, conocido también por participar en la Guerra Imjin, al igual que en la inhumana masacre de coreanos civiles junto con Shimazu Yoshihiro.

Y el tercer samurái era el fiel vampiro Shogun sirviente de Qin Shi Huang, armado con una katana de hoja dorada con empuñadura azul.

—Cuando Nostradamus dijo que los setecientos Einherjar de la flota Shuumatsu morían uno tras otro, pensé que estaban siendo atacados por una manada de bakemono (bestias). Pero resultó ser un único marut de la sucia tierra del oeste —decía Yoshihiro con decepción y asco en su tono y mirada, siendo su voz la que el baghatma escuchó después de que se fue la entidad demoníaca.

—Aun así, es increíble que haya podido causar todo esto él solo. Y además, nunca vi a un marut tomar una forma como esa —decía Yoshiaki con sospecha en sus ojos y frialdad en su voz—. Los bakemono como él solo pueden transformarse en animales grandes y bípedos con torso y brazos humanos. ¿Por qué habrá sufrido ese cambio?

—Sea lo que sea, hicimos bien en venir aquí —dijo el vampiro Shogun, mientras se quitaba la máscara y revelaba por fin su rostro. Tenía los distintivos ojos rojos y piel blanca, pero el cabello de color verde oscuro recortado.

Era el sádico genocida Toyotomi Hideyoshi, antiguo Señor Feudal del último Período Sengoku, considerado el segundo "Gran Unificador" de Japón, y conocido por haber provocado la Guerra Imjin para invadir la Antigua China, resultando en innumerables tragedias inhumanas en las tierras coreanas.

—Ya es suficiente con el problema que resultó tener que lidiar con los caballeros de este reino y del Reino de Albión —decía Hideyoshi con molestia—. Si este marut ataca la flota Ragnarok, los planes de conquista del señor Qin Shi Huang no podrán concretarse. Y él no podrá cumplir su contrato de devolvernos el control de Japón.

—Si me permiten opinar, esa tierra ya está demasiado contaminada como para que necesite estar bajo el control de escorias como ustedes —dijo Gabriel entrecerrando los ojos, y su comentario sincero no fue tomado del todo bien por los tres samuráis.

—Hace un momento estuve decepcionado por tener que matar a una basura india que no me traerá honor. Pero ahora solo quiero cortarte la nariz y llevármela como trofeo —dijo Yoshihiro con las venas resaltándose en su frente por la rabia.

—Incluso si él pudo vencer a setecientos Einherjar, incluido doscientos guerreros de nuestro invencible e inigualable Japón, debe estar muy cansado —dijo Yoshiaki colocándose la hoja de la katana encima del hombro.

—Por eso debemos aprovechar la oportunidad que nos brindó el gran sacrificio de nuestros camaradas —dijo Hideyoshi, comenzando a emanar luminosas partículas rosas de su cuerpo, las cuales se concentraban en el filo de la hoja de su katana.

—¿Y dónde queda el honor de pelear en igualdad de condiciones? —preguntó Gabriel por simple sarcasmo.

—¡Je, je, je! Basuras debiluchas como los nativos de tu tierra no son dignas de un combate honorable contra un poderoso guerrero de Japón —decía Hideyoshi sonriendo de manera burlona—. A lo mucho solo servirán para mostrar la superioridad y fuerza de los japoneses. Incluso si al final ganan un combate contra un japonés, nadie reconocerá esa victoria como válida, porque los seguirán considerando basuras debiluchas que solo ganan por trampa o suerte. A menos claro que sean discípulos de Buda Gautama, el único indio merecedor de ser un japonés.

https://youtu.be/U5AVTerfAFo

—Je. He conocido a tantos humanos japoneses y budistas como ustedes, que ya cualquier otro terminaría pensando que todos son así —dijo Gabriel, antes de suspirar con cansancio—. Pero seguiré negándome a creerlo, porque no puedo creer que en una tierra todas las "manzanas" estén tan podridas.

El último comentario suyo fue lo que terminó con la paciencia de Hideyoshi, y lo hizo ser el primero de los tres samuráis en atacar; su ataque consistió en un corte horizontal de su katana, que liberó la magia rosa acumulada en la hoja, y transformó el ataque mágico en decenas de katanas mágicas rosadas, que iban directo a apuñalar al baghatma.

Y en ese corto lapso de tiempo, las espadas mágicas fueron destrozadas cual cristal y un golpe viento azotó la dirección en la que se encontraban los tres samuráis. Tanto ellos como el propio baghatma estaban sorprendidos, porque el ataque mágico fue destrozado por la simple patada horizontal de una mujer que apareció delante del baghatma.

Llevaba zapatos que dejaba al aire los dedos de sus pies, junto con sus filosas uñas. Pantalón holgado negro con rayas de tigre celestes. Camisa ajustada de color negro, sin mangas, con un pequeño escote y bordes celestes en el centro que se dividía a los hombros. Y de complemento, llevaba brazales negros de cuero, y un cinturón morado con una hebilla negra en forma de cabeza de zorro.

Tenía un cuerpo tonificado y esbelto con trasero firme que se acercaban al nivel de Caroline. Pero su altura era unos pocos centímetros inferior al de la licántropo blanca, y la talla de sus senos también era inferior, aunque seguía siendo más alta y con talla de busto más grande que la gran mayoría de las mujeres humanas. Su piel era pálida y tenía el cabello negro, corto hasta debajo de la barbilla y un poco salvaje.

Gabriel solo la pudo ver de espalda, por lo que no supo quién era ella al principio. Pero no tardó en reconocerla con solo escuchar las palabras de ella.

—Comienzo a creer que esa terquedad tuya es parte de tu encanto, Bheka.

—No... puede... ser... —dijo Gabriel entrecerrando los ojos y suspirando con amargura—. Creo que prefiero haber recibido ese ataque, que ser salvado por ti.

—Solo por escucharte decir eso, me siento un poco mejor después de haber tenido que salvarte, Gao —dijo la mujer, volteándose para ver al baghatma con una sonrisa arrogante.

Tenía el cabello negro, pero seguía manteniendo mechones de color morado, que se mezclaban con una hermosa coloración lila desde los flequillos hasta la cima de la cabeza. También seguía teniendo las distintivas tres marcas negras en las mejillas. Y a pesar de que ahora tenía un sombreado celeste alrededor de los ojos, aún conservaba los distintivos iris de color rojo demoníaco.

Era la kumiho coreana Kim Go-Eun, también conocida originalmente como Kira Ginoh.




Próximo capítulo: Hay Yin y Yang en Todo.

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