9. El Paballedo y el cachorro
En las cercanías de la escuela de Sisyphus y Écarlate, una camioneta se estacionó. De su interior, Papá y Milo bajaron a recoger a los niños, mientras Barão y el pequeño Patito esperaban en el vehículo. Krest se recargó contra su almohadita pensando en muchas cosas.
—¿Qué te tiene tan silencioso, Patito? —se asomó el carioca por el asiento del conductor.
—Ah «pos» muchas cosas.
—¿Quieres contarme?
—Ah, «chi» —palmeó el lugar a su lado.
Barão entendió la indicación y tras unas maniobras, ocupó un lugar a la vera del niño.
»Me «pelié» con mi ya-no-amigo.
—¿Con Kiki? —arqueó una enorme ceja—. Vaya, eso es muy triste.
—No, no lo es —se intentó cruzar de brazos y como siempre, le salió un abrazo de momia—. ¡Él me dijo de cosas!
—¡No! —se puso una manaza sobre el pecho con espanto—. ¿Qué te dijo para ofenderte tanto?
—Me dijo Paballedo del Sapo, que soy feo y lo «peod» de lo «peod» —pausó para hacer más dramático todo—, ¡que Papá es feo!
Barão abrió grandototototes los ojos, como todo en él, y se cubrió la cara con las manos.
—¡Eso te lastimó mucho!
El carioca acudió la cabeza compungido y sin quitarse las manos de la cara. Krest podía ver cómo se le agitaban los hombros de... de... ¡pos de tristeza! ¿De qué más?
—«Chi» y Papá «quiede» que yo me disculpe con él. ¡Nunca! Es un «enemibo» y a los «enemibos» no se les dan disculpas —formó otro abrazo de momia.
Tras unos momentos, Barão logró superar esa tristeza y se puso muy serio.
—Cuéntame, ¿cómo pasó tan tremenda desgracia, Paballedo del Patito?
—«Pos... pos...»
Se lo contó: lo del gusano, lo de la popó de pájaro, los dimes, diretes, el lodo, los insultos y al final, la técnica fallida con el consabido encuentro titánico de frentes y... el chipote.
—Ya entiendo, ¡por eso tienes esa herida en tu frente que antes no estaba! —se tapó la boca con sorpresa.
—«Chi» —se puso muy serio—, es mi herida de «beda».
—Claro, tu herida de «guerra».
—«Chi» —se chupó el pulgar.
Barão se estiró y sacó algo de la guantera.
—Mira, esto es de Milo, pero él te quiere tanto, que de seguro no le molestará si te doy uno.
Krest dudaba que Patotas le quisiera un poquito, pero apenas le mostraron el Chupa Chups, supo que sí, Dicitos lo querría mucho y no se enojaría. Barão le quitó la envoltura, Krest lo tomó con sus manitas muy feliz y ¡ñam!
—¡Qué «dico», es de «fecha»!
—Sí, es de «fresa». Bueno, ¿es definitivo el corte de amistad con Kiki?
—¡«Chi»!
—¿Estás seguro?
—«Chi, pu'que» él sigue insultándome y ¡besuqueó a Jabú!
—Ohhhh —el adulto asintió comprendiendo—, ¿y qué te disgustó más? ¿Los insultos o ese beso a Jabú?
Krest lo pensó y lo pensó. Chupó y chupó su caramelo durante el proceso introspectivo.
—Todavía no sabo —resopló ceñudo.
—Bien, piénsalo y después me platicas, ¿sí?
—¡«Chi»! —le gustaba platicar con Barão, él lo entendía muy bien.
—¿Qué quieres hacer ahora?
—¿Puedo ver los Paballedos?
—Sí, claro. En lo que llegan tu papá, Milo y tus hermanitos.
—Sí en español, oui en «flanchés», yes en inglés y naí en «gliego».
—¡Muy bien!
—Sí, besos a mí. Ven, te los ganaste —le estiró los bracitos al mayor.
El Patito fue estrechado por el tierno toro y llenado de besos en su mejilla. Juntos, vieron un capítulo al azar mientras nuestro héroe degustaba su paleta, interesándose en las aventuras del Paballedo de Escorpio.
Lo mostraban siendo todavía un niño y llegando al Santuario. Escorpio estaba enfermo del corazón, casi muriéndose y en las ruinas del Santuario, se encontró al antiguo Paballedo de Acuario.
Los ojos de Krest se abrieron más y más.
El Paballedo de Acuario sanó al niño de su dolencia y éste a cambio, pidió ser como él. Un Paballedo. Posteriormente, Escorpio fue atendido por el sucesor del Paballedo de Acuario, el de lentes, porque el corazón de Escorpio seguía enfermo, pero con la técnica que le otorgaron, Escorpio vivirá mientras Acuario cuidase de él.
¡Eso era! ¡Había encontrado la respuesta a sus preguntas preguntosas!
—«Badão, Badão» —agitó las alitas—. ¿Le puedes hacer «pa'atlás», por favor?
—¿Qué quieres ver?
—¿«Pómo» se llama la medicina para el «podazón de Escodpio»?
—Ah, pues es medio complicada la palabra.
El mayor acomodó el cursor en el momento aproximado. Krest lo escuchó y frunció las cejitas bifurcadas. Barão lo regresó tres veces a solicitud de nuestro héroe.
—¿Misto...feles? —pronunció Barão.
—¡«Nu, nu» —sacudió las alitas—. «Otla» vez y ya, «podfa, podfa»!
El toro se lo concedió, el Paballedo asintió muy concentrado.
—¿Ves? Es una palabra complicada.
—Misope...tha...menos —repitió muy tranquilo.
—¿Cómo dijiste?
—Misope... tha... menos —volvió a decir muy serio.
—¡Caramba! No podrás con las palabras pequeñas, pero esto sí que es increíble.
—No tiene «edes» —le confesó sonrojado por el cumplido.
—Ahhh, ya entiendo, a ti las «erres» te ponen zancadilla.
—¡«Chi»! ¿Le puedes poner una vez más? «Podfa».
—¡Claro!
Lo escuchó y lo repitió en voz alta. El Patito gorjeó feliz y complacido por haber aprendido la técnica. Ahora debía buscar a Apolo para decirle qué necesitaba.
—«Ashas, Badão».
—De nada, Patito.
Necesitaba que Osu'Nys le llamase, esa diosa bonita de las flores que vio en sueños y...
»¡«Clado»! ¡Qué tonto me hizo mi papá! —exclamó y se dio un golpe en la frente—. ¡AYAYAYAYAYAYAY!
Se sacudió todo y apretó sus ojitos. Un par de lagrimitas escaparon.
—¿Qué pasa, Patito? ¿Por qué te pegas? ¡Si tienes un chichón marca ACME! —le acarició los cabellitos—. Por eso te duele.
—¡Porque mi papá me hizo muy tonto! —hizo puchero por no acordarse de su chichón—. ¡Me voy «mimid»!
—¿Tan pronto?
—¡«Chi»! Necesito hablar con «Fendid».
—Me perdí.
—¡Yo me «mumo» y tú me cuidas! Ah, ten, cuídamela —le entregó el caramelo.
—D-de... a-cuerdo.
Barão cubrió el dulce con la envoltura. El Patito apretó los ojos, se cubrió con su manta torpemente y buscó el sueño.
O lo intentó porque al poco, su familia regresó y la algarabía interrumpió su entrevista con Hypnos. Saludó a Sisyphus y a Écarlate quienes lucían sus collarines y éstos se acomodaron en sus sillitas para "niños lastimados".
—Iremos a comer fuera —propuso Papá con una sonrisa.
¡Ellos no iban a comer fuera en días de escuela! Los niños celebraron en todo lo alto y Krest se hizo escuchar en medio de los gritos y alabanzas a Papá.
—¡Vamos al «destodán» del bosque, papi!
—¿El restaurante del bosque?
—Sí, papi. ¡Ahí hay «adillas»!
Papá saltó a la estratósfera.
—¿Y para qué carambas quieres ardillas tú?
—Ohhh, ¡papá dijo la palabra «carambas»! —celebró Écarlate.
Eso sólo podía significar que a Papá le disgustaba algo. Y lo único raro de esa frase, eran las «ardillas».
"¡Es cierto lo que dijo Osu'Nys! ¡Papá le teme a las ardillas!" pensó nuestro Paballedo muy sorprendido.
—«Quiedo id a comed» pollito de ahí! —cambió rápido el sentido de sus palabras.
¡Su deber era ir a ese lugar!
Papá quiso patear el sitio y buscar otro, pero la expectativa creada por el Patito le hizo bullying y lo obligó a aceptar a regañadientes.
Listo, ahora nuestro pequeño héroe sólo necesitaba hablar con Fenrir y convencerlo de ayudarle a cazar algo e ir a por Artemisa. A ver si el Fenrir no se acobardaba por miedoso.
"Esto de ser héroe es difícil" pensó preocupado. "Ojalá a Kiki no lo hubiera hecho tan tonto su papá".
Siguió meditando sus opciones. Incluso, en el restaurante, nuestro Patito rogó por ocupar una mesa en el exterior. Una vez sentados, se pensó bien sus acciones y que nadie sospechara sus intenciones. Empezó su labor heróica con valor y gallardía.
—Papá, ¡voy a ir a lavarme las manos! —se bajó de su sillita.
—¡Muy bien, chicos, vayan todos!
—¡«Nu»! —zapateó en el piso.
—¿Cómo que no?
—Yo voy solito.
—Pero...
—¡Soy nene de «epuelita», voy solito!
—Está bien —sonrió orgulloso su padre—, pero ve con cuidado y no hables con desconocidos.
—¡Chi!
Se dirigió al baño y se encontró en problemas. ¡Todo era más alto que él!
—¡Odio ser tapón de «albedca»! —refunfuñó y terminó en un cubículo, al menos iría a hacer pipí—. ¿Cómo hago? —murmuró atinándole al hoyo.
Terminó de "sacar las aguas", como decía el tío Kardia, jaló la cadena y salió del apartado mirando de nuevo a su némesis. Buscó algo a lo cual subirse y como por arte de magia, apareció Barão.
—Patito, ¿ya estás listo?
—«Nu», «nu» alcanzo —le enseñó.
Barão asintió, le levantó en su fuerte brazo y Krest se lavó sus manitas con cuidado y mucho jabón o Papá le daría el soponcio, como decía el tío Dégel. El carioca lo dejó ser y después, le dio una servilleta descartable. El niño secó sus manitas y sonrió.
»¡Ya tá! —alzó sus bracitos al techo.
—Sí, ya está. Anda, ve con tu papá. Yo tengo que entrar al baño.
—¡«Chi»! —corrió hacia la mesa y en mitad de camino, se detuvo de golpe.
Sus ojos no podían separarse de la cosita al fondo, parada en el pasto, con una bellota en las manos.
»La «adilla» —susurró feliz—. ¡«Pedo nu encontlé a Fendid»!! —aleteó—. ¿Cómo la «atlapo»?
Encogió los hombros y se dijo que, si no era ahora...
¡Nunca lo haría!
Corrió tras ella. La ardilla se subió por un árbol y escapó. Lo curioso era que saltaba a un árbol y volteaba a mirarlo. Krest la alcanzaba, la ardilla saltaba a otro árbol y lo miraba.
»La «adilla» me está poniendo a «plueba» —boqueó sorprendido.
Se cruzó de brazos y su típico abrazo de momia hizo su aparición.
»¡«FENDID» VEN ACÁ, YO TE LLAMO! —dijo con todas las fuerzas de su pecho.
La ardilla empezó a mordisquear la bellota muy quitada de la pena.
»Se «budla» de mí... —reconoció malhumorado—. ¡«FENDID», TE ESTOY LLAMANDO!
Parpeó encolerizado aleteando los bracitos. Derrotado, agarró una piedra, si Fenrir no venía...
¡Él la cazaría solito!
»Nunca están cuando se les necesita —renegó igual que Papá.
Preparó la piedra, apuntó, lanzó yyyyy...
Ésta viajó y viajó, la ardilla la miró atentamente.
El proyectil golpeó el tronco del árbol denotando la falta de fuerza del Paballedo. Había fallado por muchos metros.
El roedor se carcajeó del Patito. De la humillación, el Paballedo sentía el humo denso escapando por sus oídos.
»¡PULGOSO, VEN ACÁ! —bramó con ganas.
Un ruido le alertó. El Paballedo se puso en guardia y cerró los puñitos, listo para lanzar su técnica. Otro ruido más entre los árboles le puso los nervios de punta.
»¡Soy el Paballedo del Patito, no te metas «ponmigo» o te pego! —advirtió al desconocido.
—¡KREST!
El grito le despegó los pies del piso y Milo apareció a la vista, aproximándose y provocando los ruidos.
—Ash, sólo «edas» tú, Patotas —se chupó el pulgar.
¡Ese Fenrir era un inútil!
»¿Qué «quiedes»?
—¿Dónde estabas?
—«Pos» aquí, ¡duh!
El rubio resopló impaciente. El Patito encogió los hombros quitado de la pena.
—Tu papá está preocupado por ti, vámonos a almorzar.
Le tomaron en brazos, Krest hizo boca de pato y lo miró con ganas de meterlo a un ataúd de cris... hielo. Era de hie... ¡Ohhh, cierto!
Llegaron a la mesa y Papá le miró ceñudo.
—Hijo, ¿dónde estabas? —se puso las manos en la cintura.
—«Pos» allá —señaló atrás.
¿Por qué los adultos hacían preguntas tan tontas?
—Dijiste que ibas a lavarte las manos, ¿qué hacías allá?
—«Pos... pos...» —puso puchero—. Ya llegué.
Papá cerró los ojos, el Patito lo vio suspirar y tranquilizar su mal humor.
—Anda, vente a almorzar.
Además él no se le hacía lejos el sitio donde se encontraba la ardilla. Claro, nuestro Patito lo medía a pasos de Milo.
Papá lo sentó en su trona y colocó ante él, su plato con pollito empanizado y papitas fritas. Krest se saboreó feliz y antes de poder tocarlo, Papá le puso otra vez ese líquido en sus manitas que olía feo.
—¡Ya me las lavé! —hizo notar muy ofendido.
—No viniste directo a la mesa —dijo Papá—, así que pudiste ensuciarlas. El alcohol ayuda a derrotar a los bichitos que pudiste agarrar.
—Ash... yo no «agaddé» nada.
Se había olvidado de la piedra para estos momentos, claro.
—No importa.
Soportó el tormento y agitó los bracitos para que el líquido desapareciera. Justo, se dio cuenta de algo.
—Le falta «kechup», papi —señaló su plato.
—Ya le pongo.
Papá hizo unos bonitos hilitos rojos en su patita de pollo. Krest se la saboreó toda.
—Y a mis papitas —pidió muy antojado.
—También les pongo.
Más hilitos, el Patito se desesperó todito.
—«Ashas» —aplaudió feliz.
—De nada, mi amor, come.
No le tuvieron qué rogar. Terminada la decoración, agarró su pierna de pollo con la manita, la sostuvo con los dedos de la otra y le dio tremenda mordida digna de un lobo del ártico. Se manchó su boquita de ketchup y masticó muy feliz.
Papá lo miraba con esa expresión típica de que le iba a dar algo y no besos. Krest ladeó la cabecita intrigado.
»Papi, ¿«tás» bien?
—¿Por qué agarras la comida con la mano, hijo? —le limpió el rostro con una servilleta.
—Tío Kardia dice que así sabe más «dica» —apretó los ojos por los roces en su boquita.
Evadió como un gran Paballedo, las manos de Papá que ya iban a las suyas con el alcohol.
Ahhh, no, él todavía no terminó de comer.
»¡Las manos no, ya «tán» limpias! —refunfuñó poniéndoselas lejos.
—Kardia... ese... —se acarició la venda de la frente con disgusto—. Bueno, come como quieras.
—«Ashas».
El niño repitió la hazaña, le dio otra mordidota y suspiró encantado de tener a toda su familia reunida, excepto por...
Milo. Ash.
»Patotas, ¿cuándo te vas a tu casa? —exigió saber—. Ya mis ojos se cansaron de verte.
—No, todavía no me voy, ni me iré... —dijo el otro sin dudar—. Seguiré por aquí, espero que tus ojitos agarren una sillita para sentarse y descansar o una heladera para tener espacio porque habrá más de mí.
—¡Eres feo! —lo atacó sin piedad.
—Lo sé, pero así soy feliz —le guiñó un ojo.
¡Qué «hoddod»!
Milo se acercó a Papá y alargó esos belfos de perro queriendo tocar con ellos la carita de Papá y...
Krest le lanzó lo primero que tuvo a la mano, es decir, el juguete que venía con su cajita, todavía en su empaque.
Esta vez, sonrió al ver que le pegaba en la mejilla del otro. El rubio le miró con ganas de hacerle algo y Krest belicoso le mostró la lengua.
—¡Eso te pasa por tocar a mi papi! —aleteó—. ¡No lo toques!
Milo sonrió con malicia. Krest se temió algo peor... ¡mucho peor!
—Oh, es que tengo baja la Papitis en sangre, Krest —dijo Patotas y...
¡Abrazó a Papá!
Al Patito le estallaron dos Exclamaciones de Athena por los oídos.
—¡ESTO ES «GUEDDA» PATOTAS DEL...!
—¡ALTO! —se entrometió Papá—. Aquí nadie entrará en guerra. Estamos almorzando, por Athena.
—«Chi», por la Doña que le doy a Patotas. De que le doy, le doy. Ash, ¡te «metedé» en un ataúd de hielo!
—Es cristal —le restregó Milo.
—¡Que no, que no! Es de hielo.
—Uh, ya se enteró —dijo Écarlate entre risitas.
—¿Tú lo sabías, Écolgate?
—Sí, pero me daba risa verte decir «cristal».
—Pues la cortamos también y tú, Papá, dame mi «admaduda de Acuadio».
Así metería a Milo en hielo y luego, lo picaría con una piedra.
—Ni loco.
—¿Cómo dices? —se ofendió y abrió los ojos gigantes—. ¡Es mía! ¡Dijiste que cuando dijera bien la técnica del ataúd y ya la sepo decir bien!
—No se dice «sepo»...
—¡YA SÉ QUE SE DICE «SABO»! —bramó encolerizado.
—Tampoco —sonrió Milo.
—Tú no te metas, Patotas, esto es entre Papá y yo —volteó con Papá—. ¡Dame mi «admaduda»!
—Que no, que no —dio un trago a su agua ignorando el exabrupto del chiquillo.
—¡Que sí, que sí! —aleteó.
—A ver... espera —sacó el celular y buscó rápidamente—. Aquí dice que la técnica originalmente se llama «Freezing Coffin». Así que no, que no. La armadura sigue siendo mía, a menos que puedas decir «Fre-e-zing» —sonrió con malicia.
—¡No busques «eculousas»!
—«Excusas» —corrigió su padre—. Hable bien.
—Ashhhh... —golpeó su trona con las manos y miró a Sisyphus—. Dile que me la dé.
—Técnicamente, sigues sin decir bien «Aurora», así que... —su hermano encogió los hombros.
—Ayyy, me «tlaicionan» todos por un... un... un... ¡un bocachanclas!
Milo frunció el entrecejo, en cambio Papá soltó la carcajada más grande de toda la historia del mundo mundial.
—¡Bocachanclas! Es buenísimo... —siguió riendo el mayor.
Hasta que se atragantó y empezaron las toses. Castigo divino.
Ahí, se acabó la discusión. El Patito gemía desconsolado y lloraba muy dolido al ver cómo su papá se moría de tos. Los otros hermanitos acudieron en ayuda de Papá, pero nada funcionaba. Papá se puso rojo como los tomates, tose que tose.
Pasaron siete largos minutos hasta que Papá pudo relajarse y suspiró cerrando los ojos. Sin embargo, una sonrisa seguía en su rostro mientras masajeaba su pecho.
»Bocachanclas, ¡hacía tanto... que no lo escuchaba! —suspiró feliz.
—¿Qué significa eso? —se interesó Milo.
—Es una persona que habla... sin pensar, que dice cosas inoportunas o indiscretas... ¡Y te va!
La risita más medida de Papá se generalizó en el grupo. Milo fulminó a nuestro Patito que levantó la barbilla muy orondo, más aliviado porque Papá seguía vivo a pesar del ataque de la malvada tos.
—Mira tú, pato de... alcornoque.
—¡Cállate, archipámpano!
Más risas de Papá.
—Insulso —se defendió Milo.
—Calientahielos.
Écarlate se unió a las risas.
—Mequetrefe.
—¡Infacundo!
—¡Te estás inventando las palabras!
—No, no —dijo Sisyphus entre risas—. ¡Son reales! Están en el diccionario.
—¡Pelanas! —le dio con fuerza el Patito.
—¡Tapón de alberca!
—¡Soplaguindas!
—¡Imberbe!
—¡Pelagatos! —agitó las alitas.
—¡Adefesio!
—Mindundi —lo apabulló y le mostró su lengua de Pato.
—¿De dónde sacas esas palabras domingueras? —renegó Milo.
—¡DE DÉGEL! —gritaron Papá y los tres niños entre risas.
—¡Son las palabras que mi hermano le dice al tuyo! —siguió riendo Papá.
—¡Y te quedan, Milo! —asestó Sisyphus la flecha directo al corazón.
—¡Gané, gané! —celebró nuestro Patito levantando las manitas—. ¡Ven, papi, te ganaste darme muchos besos!
No debió decir eso. Pronto, se encontró en brazos de Milo y éste le daba ósculos por toda su carita. El niño berreaba de «hoddod».
»¡Suelta, suelta, Patotas, que me pegas lo feo, suelta, suelta!
—¡Y lo tonto! —le dio más besos.
—¡Nooooo!
Fue «hodible».
Milo no lo soltó hasta que el Patito se desmayó del espanto y la conmoción. Obvio, fingía y miró a Papá entre lágrimas de cocodrilo.
»¡Papi, límpiame las babas!
—No, esas babas hacen bien a la salud —lo traicionó Papá.
—No es justo —aleteó de nuevo.
Recibió besos de Papá y luego, fue acomodado en el mejor regazo del mundo. Ahí siguió la comida con un ánimo renovado.
Nuestro Patito se terminó su patita de pollo, a la que Papá le puso una servilleta en el hueso para agarrarla así y no ensuciarse. Después, siguió con sus papitas. Incluso aceptó una zanahoria de la ensalada de Papá, pero le pidió que le pusiera limón.
—Papi, papi —llamó su atención—, Patotas no le puso «abuapatito» y lechuguita a mi «changüich» —lo acusó.
—Yo no sabía que te gustaba.
—Pues ahora ya lo sabes, Milo —dijo Papá besando la frente del Patito—. Vamos, Krest. No te puedes enojar porque él no lo sabía.
—¿Y si lo vuelve a hacer?
—No sucederá, ¿verdad Milo?
—Sí, no sucederá —le sonrió.
—¡Pero hoy no comí «abuapatito» y lechuguita! —renegó molestito.
¡Quería que regañaran a Milo!
Papá llamó al mesero y pidió aguacate y lechuga. El Patito lo miró salivando mientras Papá hacía dos taquitos de lechuga y los rellenaba de aguacatito. Les puso unos hilitos de mayonesa y ketchup, los enrolló con mucho cuidado y le dio uno para cada mano. El Patito se los comió muy feliz.
¡Era comida de Papá!
—¿Están ricos, hijo?
—¡Sí, papi!
El jugo fue dejado al final de los alimentos sólidos y lo disfrutó muchísimo porque ¡era de berries!
Entre risas, Sisyphus y Écarlate pidieron ir a los juegos. Papá no estaba muy convencido y les pidió que si iban, tuvieran cuidado con los collarines. Nuestro Patito recordó su encomienda.
—¡Yo también voy!
Se bajó, pero antes, soportó ser llevado al baño por Papá para que le lavaran la carita y las manitas.
»¡No sé para qué me lavas si me voy a ensuciar más! —renegó fastidiado.
—Tienes aceite en las manos, no quiero que te toques la ropa con eso.
—Ash...
Una vez listo, corrió hacia los juegos, se metió a la resbaladilla y luego, oteó alrededor. Vio a sus hermanitos jugando en los columpios, siendo mecidos suavemente por Papá y Milo, así que él...
¡Corrió y corrió con todo el poder de sus patitas!
Buscó de nuevo a la ardilla. Resopló porque solo no podía encontrarla, necesitaba a...
—¡«Fendid», ven acá, ya te hiciste Pato y «edes» lobo!
Esperó y esperó y no funcionó.
«¡«Fendid», si no vienes, te voy a quitar todos los bigotes! —amenazó muy enojado.
Un sonido le alertó, volvió a ponerse en guardia rogando que esta vez, Milo no lo arruinara. Unos ojos rojos en la hojarasca le alertaron del enemigo y... un lobo apareció.
El Patito tuvo que echar la cabeza atrás para mirar la cabeza peluda y casi se cae de culo. Era... ¡enooorme!
»¡«Fendid»! ¿«Edes» tú? —boqueó sin poderlo creer.
El enorme can bajó la cabeza a su altura. Krest observó con deleite el enorme pelaje azabache como su propio cabello. Sonrió pletórico y alargó las manitas acariciando el pelo sedoso y cálido.
El lobo ladró, Krest de alguna manera le entendió.
—¿Cómo osas invocarme, cachorro de leche? —dijo la bestia y mostró los colmillos.
—¡Ah, «nu»! —le gruñó a su vez y le dio un manazo en el hocico "a la Kardia" por abusivo.
Fenrir gruñó y se erizó. Krest se mantuvo en su sitio a pesar del gigantesco tamaño del otro. ¡Él tenía los patitos bien puestos! Sí, Señor... que diga, ¡sí, Doña!
»A mí no me haces así —le aleccionó con el dedo como Papá—. ¡Yo soy el «aplendiz de Acuadio», el Paballedo del Patito! Y tú debes «ayudadme».
—Acuario, Patitos —remedó las palabras con desagrado—. No te como porque capaz de que me indigestas y para que sepas, no tengo por qué hacerte caso y tú tampoco deberías invocarme.
—Que sí, que sí —aleteó—. Me dijo mi Osu'Nys que me cuidarías... y no me «comedías» y yo soy rico, no «eldelgesto».
—¿Quién es tu Osu'Nys?
—«Pus, Fleiya», duh.
El enorme animal lo miró y lo miró. Acercó sus belfos y lo olfateó de arriba a abajo. Krest se quedó quietito pensando que algo buscaba. Ojalá no fuera el ketchup para comérselo con papitas.
—No hueles a Freyja, pero sí a él...
—¿A quién, a quién?
—A...
—¡KREST!
—¡Ay, este «metoentodo»! —gruñó el chiquito molesto y volteó hacia donde venía la voz—. ¡Aquí «toy»! —le gritó—. ¡«Toy» platicando! ¡Vete y déjame en paz!
—¿Qué haces tan lejos? —apareció Milo de nuevo.
—¡Te dije que «toy» platicando, duh! —puso los ojos en blanco.
¡Patotas era desesperante!
—¿Y ese cachorro?
El pequeño buscó a su alrededor y miró a Fenrir. Éste seguía siendo un gigantesco lobo. ¿Hablaría de él?
—No es un «pachodo», es un lobo... —lo señaló con el índice.
—Sí, claro y yo soy el dios de la guerra —renegó el rubio—. Anda, vámonos. Tu papá está preocupado.
—¡Que no, que no! —aleteó frustrado—. Yo «quiedo» platicar con el lobo.
—Ese cachorro ha de tener dueño, Krest y quizá no le guste que juegues con él.
—¡Que no, que no! No se va a «enojad» —decidió ir por las buenas—. Anda, Milo, déjame estar con él.
Le puso carita de Gato de Shrek.
El rubio se meció los cabellos y miró al perro. Éste bajó la cabeza con sumisión y hasta le movió el rabo. Krest sonrió feliz porque Fenrir le ayudara en esta labor. Milo exhaló y puso una rodilla en el piso frente al niño.
—Cinco minutos y después, te quiero ver de nuevo en los juegos. ¿Entendiste?
—¡Cinco minutos es muy poquito!
—Tómalo o déjalo.
—Ash, «tá» bien.
—Y tú, pórtate bien —aleccionó al perro.
Fenrir le ladró una vez. Krest se tapó las orejas por lo fuerte del sonido. Milo asintió y se alejó de ahí. El Patito volteó con Fenrir intrigado.
—El bobo no me reconoce, piensa que soy un cachorro. Déjalo y no le aclares nada.
—Ok, ah... ¿Me ayudarás a cazar a la «adilla»?
—¿Ardilla?
—«Chi», mi Osu'Nys dijo que es enojona.
—¡¿Esa ardilla?! —aulló perplejo y metió el rabo entre las patas.
—«Pos chi», ¿hay «otla»? —se rascó la nuca.
—¿Sabes en la que nos vamos a meter? —gruñó y aplastó las orejas con recelo.
—Pues... no.
—Es muy peligrosa, cachorro de leche —sacudió la cabeza.
—Bueno, yo soy el Paballedo del Patito —sacó el pecho—. Te voy a «ploteged».
—Un cachorro como tú no puede protegerme a mí.
—Que sí, que sí.
—Que no, que... —se rascó la oreja con la pata trasera muy fuerte—. Ash, eres igual a tu padre.
—No tienes pulgas, ¿«veddad»? —le dio miedito.
La pata se detuvo en el aire, el lobo miró al cielo como si hubiera algo más interesante ahí.
—Ah... Ammm... Este... ¿Para qué quieres a la ardilla?
—Para dársela a «Altemicha».
—¿A quién?
—Ash, a la hermana de Apolo.
—¿Y a esa apretada para qué? —ladró indignado—. Me quita mis jabalíes, me arroja flechas y me cae mal. Es una güera desabrida —renegó con ganas.
—Para que me dé el Misope-tha-menos.
—¿Qué es eso? —agachó la cabeza mirando fijamente los ojitos azules de Krest.
—Una medicina —se succionó el pulgar.
Fenrir exhaló con fuerza y miró a su alrededor, se rascó de nuevo la oreja con ganas.
—¿Y no sirve atrapar otra cosa? No sé, un jabalí, una paloma, un conejo, un venado, algo que no sea la maldita ardilla.
—«Nu» sé... la Osu'Nys dijo que cazáramos algo y que nos ocultáramos de la «adilla».
—¿Ves? —le gruñó molesto—. No sabes ni siquiera dar el recado.
—Ash, tu papá te hizo muy tonto —bajó la cabecita.
—¡¿Qué dijiste?! —le mostró los colmillos.
Krest ya no estaba de humor. Se había peleado con Kiki, se hizo un chipote, vio a Kiki besuqueando a Jabú, peleó con Papá, Milo abrazaba a Papá, Fenrir le exigía que diera bien los recados, ya era mucho...
El estrés lo ponía muy mal.
Así que... no dudó, ni siquiera lo pensó, le dio un manotazo en la cara a Fenrir. Por supuesto, ese golpe no le hizo ni cosquillas al lobo.
—¡Ya basta! Ya me cansé —aleteó histérico—. «Toyos» me piden algo, «toyos quieden» que hable bien, que me disculpe, que me «polte» bien, que acepte a Milo y que... que...
Se soltó llorando. Fenrir entró en pánico y miró asustado a todos lados.
—Lo que me faltaba, otro chillón —lo abrazó con una pata—. Anda, no me gusta que lloren, pero entiendo que lo necesitas.
El Patito lloraba que lloraba a pata suelta. El lobo lo meció con cuidado y paciencia, ocultándolo bien en su pecho.
»Ahhh, de acuerdo, cazaré un jabalí y se lo entregaré a Artemisa. ¿Te parece bien?
—Yo... sob-sob, debo ayudarte... sob-sob. Es... mi tío Kardia... sob-sob.
—¿Es por Kardia? —se erizó de pies a cabeza.
—«Chi».
—¡Por ahí debiste empezar! —se rascó la oreja con fuerza—. Iré yo, así no te arriesgas. No importa quién lo atrape mientras se entregue. Te avisaré cuando todo esté listo, así Artemisa sabrá que la ofrenda está hecha y no se negará a tu solicitud.
—Bueno... —suspiró y se recargó contra él—. «Ashas».
—De nada —le lamió la mejilla con dulzura—. Ahora, vuelve con tu padre, no me gustaría que se enoje porque no te ve y... —se erizó—. ¡No vuelvas a atacar a las ardillas!
—Ay, «tá» bien.
Avanzó unos pasitos y volteó a verlo.
—¿Cómo te veré de nuevo? ¿Algún día podemos «fugad» juntos?
—Me encantaría, pero no sé si a tu papá le parezca una buena idea.
—¿«Pu» qué?
—Son cosas... —se rascó la oreja de nuevo—, complicadas.
—¿De adultos y los «tlabajos»?
—Sí.
—Bueno, pues... «tá» bien.
—Ahora vete, cachorro de leche. Yo te busco y si me necesitas, ten —se desprendió con el hocico de un colgante raro que rodeaba su cuello y se lo puso a Krest—, grita mi nombre.
—¡Lo hice, pero no me escuchaste! —miró la bonita joya con una sonrisa.
—Te escuché, pero no sabía quién eras.
—Bueno, te llamaré —sonrió no muy convencido.
Con un empujoncito del hocico del lobo en su espalda, Krest salió corriendo a buscar a su papá, contento de saber que su plan iba funcionando. Ya tenía a Fenrir, tenía el nombre de la medicina, le faltaba Apolo.
—¿Dónde estabas, hijo?
Papá le extendió los brazos, Krest se metió en ellos.
—Haciendo cosas de Paballedos.
—Bueno, vamos a ir con tus hermanitos a la... ¿Dónde encontraste eso? —tomó el colgante del cuello del niño.
—Ah, me lo dio «Fendid».
—¿Quién es Fenrir?
—Un lobo.
Su padre puso cara de susto. Milo se acercó rápido.
—Es un cachorro con el que jugaba Tenecito allá atrás —le dijo Milo.
—Deberíamos devolverlo —musitó Papá revisando la figura—. Parece nórdico y muy caro.
—«Fendid» ya se fue, papi.
—Bueno, lo dejaremos en la recepción.
—¡Es mío! —hizo puchero.
—Pero el dueño de Fenrir puede buscarlo —le dijo Papá.
—¡Él me lo dio!
—Krest, esto no te pertenece, por favor, no discutamos el punto.
—¡Terco te hizo tu papá! —taconeó en el piso.
—¡Más terco te hizo el tuyo!
—«Pos» yo no tengo la «pulca» de que me des lo que no te gusta.
Papá fue implacable y ni los ojitos llorosos de nuestro Patito lo convencieron. Lo abrazó y llevó a recepción para entregar el colgante al encargado. Los demás se quedaron en la mesa.
—Disculpe, esto se lo encontró mi hijo.
—¡Me lo «degaló Fendid»! —lloriqueó frustrado—. ¡Es para llamarlo!
—Basta, Krest, por favor.
—¿Fenrir?
Las cabezas giraron. Un hombre de cabellos castaños, ojos muy azules como el cielo, altísimo (más que Papá) y sonrisa afable se les acercó. Krest sintió un calor en su pecho y notó el aroma a naturaleza proviniendo del otro. Eso lo relajó.
—Sí.
—Es mi perro, ¿sucedió algo? ¿Le hizo daño a su hijo? —se interesó con expresión preocupada—. Es un perro muy impetuoso, lamento las molestias.
—No, no, sólo le dio esto a mi hijo —le ofreció el colgante.
El castaño sonrió.
—No, por favor, si le parece bien, me gustaría que su hijo se lo quedara. Si mi Fenrir se lo entregó, seguro fue porque le cayó bien.
—Es una pieza de joyería muy cara.
—No importa, entenderá que el dinero a veces es un medio para lograr un fin y no un fin per se.
—¿Está usted seguro?
—Por favor —puso una mano en su pecho—, sería un honor si su pequeño se lo queda.
—De acuerdo... —Papá no pareció convencido—. Ten, Krest.
El niño lo tomó y, torpemente, quiso ponérselo.
—¿Me permite? —pidió el castaño.
—Sí, claro.
—«Nu» —se alejó de él—, yo «nu» hablo «pon etlaños».
El castaño sonrió y Papá le besó la frente, orgulloso de nuestro Paballedo.
—Mucho gusto, señor, mi nombre es Frey Odinsson —le ofreció la mano a Papá.
—El gusto es todo mío, soy Camus Roux.
Los saludos se intercambiaron. Krest siguió atento todo.
»Krest, él es el señor Odinsson y quiere colocarte el colgante que te dio Fenrir. ¿Quieres aceptarlo?
—«Chi» —sonrió a Papá.
Éste lo bajó de sus brazos, Krest avanzó hasta Frey con curiosidad. El castaño puso una rodilla en el piso para quedar a su tamaño.
—Bien, pues mucho gusto, Krest —le hizo una inclinación de cabeza—. Yo soy Frey...
—Hola, también me llamo «Feysson» —le confesó con una sonrisa.
—¿De verdad? —le brillaron los ojos—. ¿Sabías que «Freysson» significa «hijo de Frey»?
—¿«Chi»? —volteó hacia Papá y éste sintió—. Bueno, pero yo soy hijo de mi Papá, no suyo.
—Quizá en otra vida fuiste mi hijo... —le guiñó un ojo.
Si fue su hijo, entonces... su tía era...
—¿«Uté» es hermano de mi Osu'Nys?
—¿Conoces a Freyja?
—«Chi» —rio sonrojado—. Es muy bonita.
—Sí, lo es —le dijo en confidencia—. ¿Me dejas ponerte el colgante de Fenrir?
—«Chi».
Frey le sonrió y sostuvo la cadena de plata pura. Un grupo de personas pasaron por ahí y el castaño hizo una mueca.
—¿Les molestaría si salimos al bosque, señor Roux? Me gustaría recitar una plegaria por el bienestar del niño. ¿Podría usted concederme el permiso?
—No creo en los dioses —respondió Papá.
—Lo entiendo, pero yo sí y me sentiría tranquilo si le ofrezco a su hijo esa protección. ¿Podría concederme la dicha?
El pelirrojo entornó los ojos, Krest volteó a mirarlo y se agarró de la pernera de Papá.
—Sí, papi, anda... Yo «quiedo» —se succionó el pulgar—. Soy un Paballedo, me «gustadía» que me «potegieran».
—¿Eso quieres, mi amor? —se hincó Papá.
—¡Sí! —dio saltitos de emoción.
—Ahora hasta hablas bien —sonrió Papá y le besó la frente—. De acuerdo, si mi niño lo quiere, estará bien. Respeto mucho los deseos de mis hijos aunque no comparta la filosofía.
—Vamos pues.
Frey los guió fuera del restaurante, al bosque mismo, no muy lejos del negocio. Krest se maravilló al ver a Fenrir ahí, recostado contra un tronco. Al verlos venir, se levantó y ladró.
—¡Nos metes en problemas, cachorro dientes de leche! —le entendió el pequeño.
Krest soltó una risita y fue a abrazar al lobo. Papá le permitió hacerlo sin despegar la mirada del animal que acarició su cabeza contra el cabello azabache del menor.
—Ahora sí —sonrió Frey—. Él es Fenrir, mi perro.
Fenrir resopló molesto. Krest se rio.
—No es un «peddo», es un lobo.
—De acuerdo, es un lobo. ¿Puedes venir, pequeño, por favor? —le invitó Frey.
Krest se le acercó aspirando el aroma de la naturaleza en el mayor, se puso frente a él y se acomodó firme. Tras nuestro Patito, Fenrir se posicionó cuidando sus espaldas.
—«Toy» listo, «señod Fley».
El castaño asintió y cerró sus ojos. Los pájaros trinaban alrededor, el bosque se movió al compás de una canción bellísima que fascinó a Krest.
—Hør Nornas —musitó Frey con voz de poder alargando los brazos a los costados del niño—, hør innbyggere i Midgard og de andre verdener. Hør på det jeg, Frey, sønn av Odin. Lyset fra den stigende sol, skaperen av regn, den som velsigner livmoren og gir fruktbarhet, taler og bestemmer.
Gotas de rocío cayeron sobre ellos, Krest cerró los ojitos entre risas. El agua de lluvia le trajo un bienestar absoluto en su pecho.
»Jeg skjenker deg, Krest Freysson Roux, i et annet liv Käresthien, sønn av Frey, barnebarn av Hvit Vind, vanernes velsignelse og befaler alle de som tjener oss, bryr seg om deg og vokter din vei.
El Viento Frío se levantó, meció los cabellos de Krest y jugueteó con ellos. El niño soltó otra risita feliz. Percibió en la corriente, la mano amorosa que le acariciaba con cariño.
»Også, i min egenskap som Herald, kommuniserer jeg at Fenrir, ulvenes far, morderen av Odin, ødeleggeren av byer og heralden av Rägnarok, har bestemt at du er en del av flokken hans og at dette er symbolet på hans avstamning.
Frey le entregó el colgante y lo acomodó sobre su cuello. Krest sintió un calorcito rico proviniendo de la plata y eso le hizo feliz. Al mismo tiempo, ese calor le envolvió como una capa de gran poder.
»Ve dem som rører ved deg, for Fenrir vil være det siste de ser.
El gigantesco lobo aulló con vehemencia. Krest suspiró emocionado.
»Ve dem som våger å søke din ondskap, for summarbranderen vil brenne deres kropper.
Los ojos del señor Frey se volvieron inconmensurables, brillaba en el fondo de esas piedras del cielo, un fuego eterno. Krest asintió con respeto.
»Så er det, slik skal det være, det er gjort.
Krest aspiró profundo y fue hacia los brazos de Frey, lo apretó contra él y sonrió con lágrimas en los ojos.
—Takk, pappa —musitó muy bajito.
Frey le dispensó un beso en la frente y le acarició la mejilla.
—De nada, mi niño —lo mantuvo en ese círculo de protección durante un rato—. Ve a con tu padre, Krest y disfruta tu vida a su lado —lo soltó con desgana—. Elegiste bien.
—Sí —suspiró y corrió con Papá.
Éste lo alzó en sus brazos y besó su mejilla.
—Gracias, Frey...
—De nada, cuídalo.
—Siempre.
Krest fue testigo silencioso del intercambio de saludos, los dos adultos se estrecharon la mano y después, se dispensaron un abrazo fraternal, como si se conocieran desde hace eones.
El niño abrió tremendamente los ojos al ver algo en Papá y su pecho se sacudió ante el reconocimiento de lo que sucedía.
—Ni una palabra de esto, cachorro de leche —ordenó Fenrir entre ladridos—. Manténlo en tu memoria y no lo repitas ni en tus pensamientos.
Y Krest se tapó la boquita con las manos, aceptando la comanda, guardando ese secreto por siempre.
¡Hola, mis paballed@s!
Otra semana más con nuestro inquieto Krest. Hoy es una publicación fascinante para mí, inesperada porque nunca en mi cabeza estuvo presentarles a estos dos personajes nuevos.
Sin embargo, el Patito necesita también extender sus hilos porque tiene una misión muy importante entre manitas.
La parte de la plegaria de Frey no la voy a traducir. Al menos, no aún. Llegará un día, quizá en que la vean, pero por ahora, es parte de lo que será un misterio.
Si resolviera todo, sería muy aburrido.
Mandamos muchos saludos a ti que nos lees en la oscuridad y te invito a dejar un voto o bien, un comentario. Adoro los comentarios.
Mando muchísimos besos y abrazos del Patito a quien sigue este fic fielmente y se divierte con él. Me alegra mucho ver sus comentarios y votos porque me entero así de cuánto Krest les llega al corazón.
Gracias por tanta fidelidad, amor y alegría. Es correspondida con creces.
Un beso y... hasta el próximo miércoles.
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