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15. Resolviendo problemas

Su cama calientita y suavecita lo atrapaba con tentáculos de pulpo bebé convertidos en mantas. No era la única. Su almohadita y el peso de Papa Ours a su lado, le aconsejaban dormir como un osito en pleno invierno.

Hypnos también le sonreía bonito y le prometía sueños maravillosos, donde ambos se divertirían como enanos por la eternidad.

Por algún extraño motivo, Krest tenía una fijación por el dios de cabellos y ojos dorados. Le gustaba mucho permanecer a su lado e incluso, una enorme calidez se asentaba en su pecho con su presencia.

Podría ser que, en alguna vida pasada, tuvieron una historia linda...

O quizá a nuestro Patito sólo le gustaba dormir, echar la hueva, hacerse el vago o echar la fiaca en la camita mullida y con sus mantitas bonitas.

Todo a su alrededor tiraba de él y lo aferraba para que no los abandonara. Nuestro Patito estaba de acuerdo con ellos. Quería mantenerse en ese sitio por horas y horas...

Pero alguien lo interrumpió con una imagen espantosa.

Entre las nubes de algodón y la expresión traviesa de Hypnos, que le llevaba al Santuario de la Doña e indefectiblemente, con el Paballedo de Escorpio, Krest se encontró con la cara de Papá, roja y sudorosa.

A la estupefacción de semejante cambio de escenario, le siguió la imagen de Papá sentándose en la cama después de su pesadilla días antes de que Krest jugara a las gomitas en la escuela. Con el recinto educativo, apareció el recuerdo de Papá yendo a recogerlo, después de estar en el hospital, con el parche en la frente y la piel pálida. La peor fue la imagen de Papá anoche, con los ojos hinchados y su voz ruda al referirse a Milo.

Krest se sentó impulsado por un resorte, totalmente despierto y se rascó la cabeza de rizos desordenados con mucha preocupación.

¿Qué había pasado aquí? Vamos, vamos, el chile funcionó, pero ¿de la forma correcta? ¿Por qué tenía esa sensación fea en la pancita?

El comportamiento de Papá, su cara descompuesta y su deseo de no ver más a Milo... ¿era su culpa? Lo último sí, por el chile, pero ¿por qué Papá lucía así?

¿Por qué se sentía tan... preocupado por el desánimo de Papá?

¿Por qué su estómago se oprimía tanto y tenía ganas de jugar a las gomitas sólo de pensar en la partida de Milo?

Algo no estaba bien. Nada bien.

—Papá «Ouds» ¿ahora qué hago? —presionó al Patriarca recostado al lado suyo.

El sabio Patriarca se mantuvo callado, pero su mirada le hacía sentirse culpable.

     »Ash, yo sólo «quedía cuidad» a Papá —renegó el pequeño haciendo un abrazo de momia—. «Debedías ayudadme».

Necesitaba una solución rápida a este problema y si el Patriarca se negaba a echarle una patita... ¡Era su deber encontrar a alguien que le brindara una manita!

Se puso en pie rápido. Se deshizo de los múltiples tentáculos en forma de mantas, lo calientito de su cama y hasta desdeñó los brazos estirados de Hypnos.

Él era el Paballedo del Patito y su nueva misión consistía en comprobar algo.

     »Ojalá no me haya «convedtido» en el Paballedo de Géminis y «tlaicionado» a Papá —dijo rogando a los dioses por una ayudita extra—. ¡Vienes conmigo, Papa «Ouds». Necesito que me digas si es lo que yo «cleo»!

Jalando al Patriarca de la pata, fue corriendo a la habitación de Papá y al no encontrarlo en la cama, lo llamó temeroso de que le hubiera sucedido algo.

¡Papá, papá!

¿Qué pasa, hijo?

Papá apareció en el umbral del baño como nunca antes a esta hora de la mañana en un día escolar. Despeinado, con el rostro desmejorado y en pijama. Al Patito casi le da el tramafás o como otros dirían, el patatús o la embolia o el... ash, ya debió quedar claro..

El mayor se hincó desbaratando cualquier ataque léxico producto de los nervios y acarició la mejilla del niño. Krest lo analizaba con el dolor en su pancita aumentando.

—¿Sigues «endedmoso»? —cuestionó mordiéndose el labio inferior.

—Sí, un poco —confesó con una sonrisa pequeña—. Me duele mucho el estómago y la cabeza, pero estaré bien.

La cara de Papá contrariaba esas palabras. Parecía necesitar ayuda de otro adulto y con el tío Dégel ocupándose del tío Kardia, entonces sólo quedaba la prueba de fuego...

—¿Le «habladás» a Dicitos?

—No, no quiero tenerlo cerca —afirmó desviando la mirada en su típico gesto de: "no preguntes más porque no te diré más".

Tanta vehemencia le apretó más el estómago a nuestro Patito.

El chile funcionó. Podía celebrar por la separación definitiva de Papá y Patotas.

En cambio, la apariencia de su padre le preocupó como nunca. El miedo de saberlo enfermo y sin nadie que pudiera ayudarlo, lo hizo dudar.

Para colmo, ayer sus hermanitos hablaron sobre la aparición de Mamá y eso podía ser malo. En su mente, Krest imaginaba a Mamá siendo transformada por la técnica del Patriarca, el Genrōmaōken.

¿Qué explicación podría tener que Mamá fuera buena y después, se volviera mala?

Sólo esa.

Algún Patriarca malvado le aplicó esa técnica, como sucedió con el Paballedo de Leo en la Saga de las Doce Casas.

La única persona que podría ayudarlo a remediar este enredo, se encontraba lejos del Santuario y para llegar allá, ¡debía convencer a Papá!

—Necesito ir a la «epuelita» —fue su único ruego—. ¡Es «talde»!

—¿Por qué necesitas ir, Krest?

—¡«Pu'que falté mucho, papá! —dijo aleteando.

Sin remordimiento, tapó a Papa Ours con su cuerpecito y rogó porque el Patriarca estuviera dormido, agotado de tanto vigilar y proteger a Krest durante la noche. De lo contrario, ya se imaginaba perdiendo su armadura por decir semejante mentira.

¿Por qué todo era tan difícil? La Doña debería compadecerse de él y echarle una manita. Sí, la culpa fue de Krest por hacer lo del chile, pero ¿qué iba a saber él que las cosas se saldrían de control con lo de Mamá?

Además...

     »Sigues caliente, papá —hizo notar frunciendo los labios.

Esa era otra razón importantiosa para traer a casa a Ricitos. Él se hacía cargo de Papá cuando estaba enfermoso y...

—Sí, después me tomaré la temperatura. ¿Cuándo creciste tanto, hijo?

Las señales indudables de los desvaríos de Papá llegaban una tras otra. Tanta enfermedad lo ponía tonto, de lo contrario, no haría preguntas tontas.

—«Clezco» todos los días, papá —dijo rodando los ojitos dentro de sus cuencas—. ¡Duh!

Papá lo besó en sus mejillas y Krest rogó a los dioses para que le ayudaran.

¡Alguien debía compadecerse de él, comprender que a veces uno tenía malos días y se equivocaba!

Y si para que Papá estuviera bien, Krest tenía que dar su brazo a torcer... ¡pues ya qué!

Soportaría a Patotas mientras se solucionaba lo de Mamá y después, volvería a utilizar el chile.

¡Palabra de Paballedo!

—Si mi niño quiere ir a la escuela, entonces le daré el gusto.

Nuestro Patito llegó a la estratósfera a brinquitos. ¡Sí, sí, los dioses lo habían escuchado! Podría arreglar esto prontito.

     »Sólo hazme un favor, Krest.

—Dime.

—Si ves a tu mamá... no te le acerques. Te vas corriendo con Lugonis. ¿Entendiste?

El niño tragó saliva y se mordió los labios. Bajó la mirada hacia sus manos y suspiró. Otra vez esto de Mamá. ¿Por qué la vida era tan malvada?

—Es «pu'que tá enfedmosa, veddad»?

—Exacto y te puede contagiar. Y su enfermedad sólo se cura con inyecciones.

Esa nueva realidad le asustó. Entonces... ¿no era por la técnica del Patriarca que Mamá se comportaba así? ¿Cuántas inyecciones necesitaba Mamá para recobrarse?

Al menos, ¡tenía solución! Mamá podía aliviarse como Papá.

¿Dónde se conseguían esas inyecciones? ¡Debía investigar prontito! Pero primero...

—¡«Tá» bien, papá! —aceptó contento ante esta nueva realidad.

—Bueno, entonces te llevaré con Seraphina. Ve y lávate la cara, mientras te ayudo con lo demás.

—¡«Chi»!

Papá ni siquiera lo corrigió. Se fue a ocuparse de ayudarle a cambiarse de ropa y Krest comprendió mejor que nunca lo enfermoso que se encontraba.

¿Qué había hecho?

Sólo rogaba porque Kiki tuviera una respuesta para su problema. De lo contrario, ¿cómo podía ayudar a Papá?

¿Con inyecciones?

¡Qué hoddod!

El camino a la escuelita fue... complicado. A su lado, una enfurruñada Sasha se mantenía en silencio mientras Crystal conducía el vehículo.

Todo era diferente sin Papá o los tíos porque Crystal se ceñía a cumplir con llevarlos sin hablar mucho en el camino, a menos que ellos quisieran hacerlo y ahora mismo, Sasha parecía concentrada en mirar afuera y el Patito en buscar alternativas para lograr que Milo regresara a casa.

¡Qué ironía! Antes rogaba por echarlo a patadas y ahora debía pensar en cómo patearlo para regresarlo.

—Llegamos, niños —avisó Crystal con voz amable—. ¿Listos para estudiar?

Los pequeños respondieron apagados y agradecieron al hombre por ayudarlos a bajar. Crystal tomó a cada uno de la mano y los llevó hasta la puerta de la escuela.

Sasha de inmediato se soltó y corrió a los brazos de su profesora. Por su parte, Krest buscaba a Kiki y en la intención, giró el cuerpo para tener un mejor rango de vista.

En el proceso, terminó chocando con alguien y casi cae de sentón, de no ser por la atajada milagrosa de Crystal.

     »¡Cuidado, Krest! —advirtió el mayor y lo levantó en brazos—. ¿Estás bien?

—«Chí» —dijo llevándose el pulgar a la boca.

Crystal lo revisó con esmero. El niño se dejó hacer aunque lo único que tenía era el susto por casi golpearse con alguien.

—Lo siento, pequeño. No te vi. ¿Estás bien?

La enfermera de la escuela se acercó a él. Por instinto, Krest se refugió en Crystal y más al recordar cuando le curó el golpazo después de su enfrentamiento con Kiki.

—Sí, está bien, no se preocupe —dijo el hombre—. Me parece que sólo fue el susto.

—Bueno, me alegra —comentó ella aliviada, llevándose una mano sobre el pecho—. Ah, ten, para el susto.

Ella buscó en su bolso y le ofreció una apetitosa galleta de chocolate. Krest salivó y antes de tocarla, Crystal la tomó y la alejó de él.

—Gracias, señora. La guardaré en su mochila para que se la coma durante el recreo —dijo con una sonrisa amable.

Ella frunció el entrecejo y Krest la imitó porque ¡era su galleta! En cambio, Crystal mantenía la misma pose relajada y tranquila.

—Está bien, pues... nos vemos al rato, pequeño —dijo la mujer y caminó al interior de la escuela.

Apenas ella se alejó, Krest estiró sus manos hacia la galleta.

—Dame, «Quistal», dame.

—No.

El problema no fue ese, el problema fue que Crystal... ¡mordió la galleta!

¡Ya tá!

Bienvenido al país de los congelados. Habitantes 1: Crystal.

—¡Es mía! —jadeó indignado ante semejante desfachatez.

Crystal la paladeó y masticó durante un momento. Krest apretó los dedos para darle un buen golpe.

—Sí, pero tiene maní —susurró con una mueca de disgusto.

—¿Ah?

Los ojos del niño se abrieron tremendos y se esfumaron sus ánimos bélicos. «Maní» era una comida prohibida para él. Papá decía que le enfermaría mucho y Écarlate que se convertiría en un niño tan, pero tan feo, que Papá nunca lo querría.

Se alejó rapidito de la mano de Crystal y ocultó su carita bajo sus manitas.

—¿Recuerdas que te hace daño el maní, Krest?

—«Chi» —dijo haciendo un puchero porque se le había antojado tanto...

—Bueno, pues esta galleta tiene maní —explicó y se la acercó un poco, sin llegar a tocar al pequeño—. ¿Notas esos puntitos blancos?

El niño se fijó con interés. Era cierto, ¡los tenía! ¡Crystal era muy observador!

—«Chi».

—Ese es el maní. Perdóname por morderla, pero quería asegurarme de ello.

—Ohhh —gimoteó compungido–. ¡Yo «quedía» galleta!

—Lo sé y lo lamento —dijo Crystal encogiendo los hombros—. Hagamos algo, tengo en el auto un chocolate. Te lo intercambio por la galleta. ¿Está bien?

—¡«Chiii»! —aceptó aleteando feliz.

Porque ¿quién se negaría a un chocolate? ¡Sólo un tonto y Papá no lo hizo tonto!

Crystal le dedicó una sonrisa alegre y lo llevó de nuevo al vehículo. Lo sentó en el asiento del copiloto, dejó la galleta sobre su termo y agarró el alcohol en gel. Se limpió muy bien las manos y después, las repasó con unas toallitas húmedas.

     »Dame, «Quistal», dame mi chocolate.

—Deja me limpio las manos, Krest, no quiero que queden rastros de maní en ellas y te enferme.

—Ah, «tá» bien —aceptó contento porque el mayor lo cuidara tanto.

Bien limpias las manos, Crystal buscó en la guantera hasta encontrar lo prometido y se lo ofreció.

Krest alargó los deditos y lo tomó feliz.

—Listo, servido un chocolate a Krest por haber sido tan comprensivo.

—«Ashas, Quistal» —jadeó feliz—. ¡Te ganaste darme unos besos!

—Y serán para más tarde —argumentó el mayor con expresión seria—. Tengo maní en los labios, Krest y si te doy besos, te puedes enfermar.

El niño jadeó sorprendido y sacudió la cabeza.

—«Nu, nu, Quistal» —dijo asustado.

Ya Papá tenía suficiente con estar enfermoso como para que Krest jugara al hostital.

—Bueno, pues ya te dije, serán para más tarde. Prometo que me lavaré la boca y me asearé para darte besitos. ¿Está bien?

—«Chi».

—Excelente, ahora entra a la escuela y hazme un favor. No le aceptes nada a personas extrañas y mucho menos a esa señora porque no se acuerda o no sabe que eres alérgico. ¿Está bien?

—«Chi, Quistal» —aceptó ceñudo—. ¡Su papá la hizo muy tonta!

—No, Krest, sólo que no sabe de tu alergia —aleccionó con tranquilidad—. No seas tan duro con ella, por favor.

—Bueno... —dijo no tan convencido por ello.

—Gracias, Krest —celebró con una sonrisa—, eres un niño bastante inteligente.

—De nada, «Quistal» —respondió contento porque el mayor lo hacía sentir bien.

—Ahora vamos porque es tarde.

—«Chi» —aceptó complacido, jugando con su chocolate.

El mayor lo dejó en el piso, Krest caminó a su lado, siendo llevado de la mano e ingresó a la escuela. Antes de irse con su profesor, volteó y se despidió de Crystal agitando su mano libre.

El hombre le correspondió y permaneció ahí hasta que el niño se perdió de vista.

Krest caminó con el chocolate y salivaba por imaginar la tremenda mordida que le daría en cuanto tuviera un tiempo para quitarle la envoltura y...

¡Ñam!


La mala suerte lo perseguía con terquedad. Debería cambiarse el nombre a Pose-Pose, porque era igualita a él cuando perseguía a la Doña para casarse con ella.

No hubo ocasión de platicar con Kiki en la entrada porque, inexplicablemente, el Aprendiz de Aries llegó mucho después de que el timbre sonara dando inicio a las clases y como el profesor Lugonis ya había elegido los equipos, a Kiki le tocó "el de menos niños".

Tampoco hubo ocasión para comerse su chocolate porque tuvo las manos ocupadas con plastilina y haciendo figuritas para ilustrar un cuento.

El tiempo pasó como un rayo y la hora del receso dio inicio. Los niños se acomodaron bajo la sombra del árbol de siempre, para comer sus respectivos desayunos.

—Kiki, debemos hablar «chediamente».

El chiquito parpadeó perplejo sin encontrar una razón para tanta seriedad mientras sacaba su almuerzo de hoy: animalitos de la jungla, que no eran otra cosa que verduras troceadas con esa apariencia.

—¡Yo no hice nada! —dijo porque ya conocía esas tretas.

Al final de ellas, siempre terminaba castigado.

—¡«Clado» que sí! —aseveró aleteando con vigor. Con un poco de más fuerza, lograría emprender el vuelo—. ¡Me diste una botella de las malas!

—¿Cómo que te di una botella de las malas? —cuestionó rascándose la nuca—. No entiendo cómo hice eso.

—Tu botella de chile... —acusó ceñudo, haciendo un abrazo de momia.

—¿No funcionó? —indagó con sorpresa, llevando una mano a sus labios porque era... era... ¡inconcebible!—. ¡Pero mamá!

—No, no, ¡sí funcionó!

—¿Y entonces? —presionó ladeando su cabeza.

Krest lo confundía mucho y ahora no sabía qué pensar. ¿Dónde estaba el error?

—Pues... que... ahora «quiedo» el «antítodo».

—¿Qué es eso? —preguntó más confundido que un pingüino en mitad del desierto.

La cosa que «cuda» lo malo —explicó con mucha, mucha resignación.

Porque cuando uno claudicaba, por más que fuera por una buena causa, le quedaba el regusto amargo, igual que el sabor del brócoli. Iagh.

—¿Una «castilla»? —tanteó el terreno haciendo gestitos graciosos.

—¿Qué es una «castilla»?

—Un «antítodo» —explicó rodando los ojos dentro de sus cuencas.

Esto de ser niños les jugaba rudo. Ninguno de los dos decía bien "antídoto" o "pastilla", pero eran niños y eso conllevaba un secreto curioso: se entendían de maravilla.

—Ah, «pos» sí —dijo con una sonrisa.

«Pos» no lo tengo —reconoció encogiendo sus pequeños hombros.

—¿Cómo dices que dijiste? —jadeó sintiendo el mundo abrirse a sus pies.

Se llevó una mano al pecho porque esto de los soponcios le pasaba una factura bastante alta y a él le faltaban monedas de chocolate para pagarla como se debía.

Pues que no lo tengo, mamá nunca se curó —informó rascándose la nuca—. Además, ¿no «quedías» alejar a Patotas?

Sí, pero ya no.

—¿Cómo dices que dijiste? —cuestionó gruñendo porque fue mucho esfuerzo fingir ante su tío que no sabía dónde estaba la botella de chile, ¡para nada!

Pues Papá está enfermoso y nadie lo «puida» —explicó con un puchero.

Kiki volvió a rascarse la nuca sin tener una palabra de aliento. Entendía el punto, su Papá Shion era un hombre ocupado e iba de un lado para el otro y si no, podían contar con que el tío Mu se encargaría de las cosas.

Aunque si Papá tuviera mocos y el tío Mu estuviera como el tío de Krest, cuidando de su novio, entonces ¿quién ayudaría a Papá?

¡«Pos» Mamá, duh!

A pesar de su pelea con Papá, ella siempre estaba ahí cuando era necesaria. Hoy, por ejemplo, Papá tuvo que salir corriendo a quién sabe dónde y el tío debía arreglar algo. Así que Mamá lo trajo a la escuelita aunque llegaron tarde.

Defecto de Mamá, ella siempre llegaba tarde a todos lados, por eso Papá discutía mucho con ella.

El caso de Krest era diferente porque su papá sólo tenía a los tíos de Krest y a nadie más. Si enfermaba, entonces ¿quién lo cuidaba ahora que los tíos estaban enfermos?

Ahora entendía la posición de su amiguito. Iugh, obligado a aceptar a Patotas para el bienestar de su papá. ¡Pobrecito!

Mhhh... ¿Qué hacemos entonces?

—No sabo.

—Se dice no sepo.

—Como sea —zanjó dejando caer los hombros con desánimo.

Las alertas se activaron en la cabeza del pequeño Kiki. ¡Su amiguito no estaba de humor para discutir ese detalle cuando días antes casi le lanzó su técnica suprema!

Oh-oh.

Se rascó la barba como hacía Papá y puso su gesto más serio.

—Pues... le «pleguntalé» al tío Mu cómo se cura —susurró con desgana porque temía que el tío, tan astuto como siempre, adivinara el destino de la botella de chile.

—¿De «veddad»? —jadeó el Patito azorado.

¡«Clado»! Para eso están los amigos, ¿qué no?

Krest tragó saliva y le temblaron las manitas. Por un momento, tuvo muchas, muchas ganas de llorar, pero se aguantó las lágrimas como los Paballedos.

—«Ashas», Kiki —dijo con un nudo en la garganta y se lanzó a los brazos de su amigo, para ocultar su cara en el hombro y ocultar sus lagrimones.

Porque pronto recordó que los Paballedos eran más chillones que ninguno y Papá siempre decía que debíamos sacarlo todo para sentirnos mejor. Las lágrimas eran tan buenas como las risas o el hablar de lo que nos dolía o preocupaba.

—Sí, sí —dijo el otro desviando la mirada con el rostro rojo por la vergüenza.

Porque en el fondo, Kiki había descubierto que la carita dulce y los abrazos de Krest eran lo mejor del mundo. Con tal de recibirlos un día sí y al otro también, sería capaz de robar todas las botellas de chile del tío Mu, aunque luego lo castigaran de la peor forma: prohibiendo a su amigo Lana-Lana jugar con él y mandándolo a su casa.



¡Qué día más largo!

El Patito sentía los ojos cerrarse mientras la camioneta de Crystal se estacionaba en casa. Intentó mantenerse despierto, pero sus párpados caían como la nieve en la tierra, lánguidos y sin control. Fue tomado en brazos y llevado al interior del hogar, mientras se succionaba el dedo.

Hypnos lo recibió con mimo en el mundo de los sueños y se lo llevó al Santuario para visitar la casa del Paballedo de Aries, quien parecía ocupado en encontrar un ingrediente para hacer un antídoto.

Krest quiso ayudar, se acercó al mayor y el Paballedo de Aries se hincó frente a él, con esa solemnidad propia de su estirpe y le puso una mano en el hombro.

—Tu misión, si quieres aceptarla, será encontrar los secretos del Paballedo de Escodpio para convertirse en una familia. ¿Estás dispuesto?

Achis, achis, los mariachis. ¿Qué significaba eso?

Antes de poder aclarar el punto, lo arrancaron del Templo de Aries, del Santuario y al final, lo hicieron abrir los ojos de golpe y porrazo.

Krest se sentó adormilado, con los ojos como princesas consumidas por la maldición de una bruja y llevó una mano a su cabeza.

¿Qué había sido eso? ¿Por qué le pasaba a él? ¿Qué lo había desperta...?

—¡No, dije que no quiero ir a casa, por todos los truenos y rayos de Zeus!

Ahí estaba el motivo de su cruel despertar. La voz chillona de Sasha cuando activaba el modo berrinche.

El Patito se levantó de su cama, caminó hacia la de sus hermanos arrastrando las patitas de pato y, de golpe y porrazo, una escena le cortó el sueño como un ataque a la velocidad de la luz.

Frente a él, con una rodilla en el piso y una caja entre las manos, Sisyphus le ofrecía a la Princesa Consentida un obsequio.

—Entonces, por favor, cásate conmigo, hermosa Sasha y te prometo que nunca más sufrirás el tormento eterno de los secretos de tus padres.

¿Cómo dijo que dijo? ¿Cómo que ahora su hermano mayor se convertiría en un hombre casado?

¿Acaso esto era un sueño? ¡A Papá le daría un síncope y regresaría al hostital!

"Ay, Doña, ¿por qué siempre me pasa esto a mí?".


¡Hola, mis Paballed@s!

Otro poco y no llego porque el Patito se puso sus moños en las Patitas, jajaja.

Sin embargo, ¡ya tá!

¡Feliz Navidad!


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