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14. ¡Ya... ¿tá?!

Todo Paballedo debía aprovechar la oportunidad cuando ésta llegaba a las puertas de su Templo y en cuanto Milo dijo de cocinar, nuestro Patito tuvo clara su misión.

Muy clara. Requete clara.

Debía ofrecerse a ayudar a Patotas y cuando éste se descuidara, echarle la salsa en su plato de comida y...

¡Ya tá!

Por eso fue a su habitación con el pretexto de cambiarse las ropas. Papá entendería su motivación, pues era tan isopopótamo [1] con eso de mancharse, como el propio Krest.

La puerta se abrió mientras buscaba el lado bueno de su camisa. Su hermano Écarlate exhaló con fuerza y se puso a su lado, cruzado de brazos.

—Pensé que éramos aliados con eso de sacar a patadas a Milo...

El tono acusatorio detuvo cualquier movimiento del azabache. Éste arqueó una ceja y frunció los labios con su camisita entre las manos.

¿«Ahoda» sí? Antes me «tlaicionaste».

—¿Cuándo lo hice? —jadeó el pelirrojo.

—«Puando» papá dijo que era su novio. ¡Tú lo defendiste!

Écarlate se rascó la nuca y resopló.

—Fue un error, no volverá a pasar.

—No te «cleo» —acusó con los ojos entornados mientras buscaba la etiqueta.

Papá dijo que la etiqueta le indicaría el lado bueno y el malo para no ponerse su camisa al revés.

—¿No lo viste? ¡Me quitó mi salchicha! Después le contó a papá lo del vino. ¡Por su culpa me castigaron!

El Patito arqueó una ceja y se cruzó de brazos. Al menos lo intentó porque el abrazo de momia volvió a aparecer.

—Fue tu «pulca». ¿«Pa'» qué le dices "papá Milo"?

—Porque pensé que era otra clase de persona —rumió ofuscado—. Ahora debemos unirnos y sacarlo a patadas de aquí.

—Yo ya tengo un plan —dijo convencido, succionándose el pulgar.

En automático, Écarlate le quitó el dedo de la boca, siguiendo las enseñanzas de Papá. El Patito resopló y puso boca de pato.

—¿Cuál es tu plan?

—«Hadé alégico» a Milo —aseguró categórico.

—Harás al...érgico... a Milo? —repitió el otro para asegurarse.

—Chi.

—¿Para qué?

—Así cuando MIlo se acerque a Papá, se «pondlá» mal e irá al «hostital».

Écarlate abrió los ojos tremendos y sonrió con malicia.

—¿Cómo harás eso?

—No te digo «pu'que» me «tlaicionas».

—¡No lo haré, lo juro por mi honor de Caballero!

Nuestro Patito no se creyó la primera parte de la frase de Écarlate, pero la segunda y con la mano alzada... era difícil hacer caso omiso a ello. Además, si su hermano le fallaba, algún castigo debía tener. ¿Qué no?

—¿Qué pasa si me «tlaicionas»?

—Que Athena me quite mi armadura.

—¡Nu! No basta.

Écarlate se rascó la cabeza sin encontrar una buena razón para ofrecer como prueba absoluta de su apoyo incondicional a esta aventura.

Ambos pensaron y pensaron, hasta que...

     »Si me «tlaicionas» me «plestadás» tu cajita.

Mi... —calló pensando a qué se refería—. ¡No! ¡Eso no!

Los ojos desorbitados de Écarlate le dieron la respuesta a Krest. Por mantener en secreto su cajita, él nunca lo traicionaría.

—Que sí, que sí. Tu cajita o nada.

El pelirrojo resopló y se alborotó –mucho más– los cabellos.

—De acuerdo, me parece un trato justo. ¿Hacemos el pacto?

—Chi, como nos enseñó tío «Kaldia».

De acuerdo a la tradición, ambos escupieron en la palma de la mano y estrecharon la del contrario con la mayor solemnidad que dos niños podían albergar.

El gesto duró apenas unos segundos pues, apenas separaron las manos, les faltó tiempo para llegar al baño, lavarse con jabón y haciendo caras de asco.

—Debemos buscar otra forma de sellar los pactos, Krest.

—¡«Nu»! Es la mejor «pu'que» nos da asco y no vamos a «domped» el pacto.

—Bueno, eso sí —exhaló el pelirrojo enjabonándose por segunda vez.

Una vez las manos estuvieron bien lavadas y de vuelta a su habitación, Krest le enseñó su arma mortal.

Me la dio Kiki para hacer «alégico» a Milo.

Écarlate la revisó por un lado, por el otro y se quedó pensativo.

—¿Es una botella de... picante? —titubeó leyendo a duras penas.

—«Chi».

—¿Y cómo hará alérgico a Milo? —quiso saber rascándose la nuca.

—Kiki dijo que hizo «alédica» a su mamá y ella ya no vive con su papá.

—Ohhh... quizá tiene algo y no sabemos qué es o cómo funciona —elucubró el escorpión menor con una sonrisa taimada—. Bien, ¿cómo vas a dárselo?

El Patito aleteó vigoroso, presa del estallido adrenalínico por obtener el visto bueno de Écarlate. Su misión funcionaría.

¡Ya podía ver a Papá de nuevo solito y sus besos serían todos suyos! Muahahaha.

—Cuando ayude en la cocina y él no vea, le «pondlé» a su comida.

—¡Ahora entiendo por qué te ofreciste! —dijo sonriendo pleno—. ¡Eres muy inteligente, Krest!

—«Ashas, ashas» —susurró emocionado por el reconocimiento.

—Sin embargo, debemos ocultar la etiqueta para que Milo no sospeche si te atrapa.

Uh, no. No podía atraparlo porque ese hombre sería capaz de muchas cosas malas. No y no, ya lo había amenazado con contar lo de la noche en que Papá estuvo en el hospital y si lo descubría y lo decía...

¡Patitos congelados!

—¡«Sedé dápido»! —aseguró confiado en sus habilidades.

—El Caballero del Cisne no es...

—¡Es del Patito! —corrigió ceñudo porque se le olvidaba lo de "cisne" a cada rato.

Bueno, bueno, con mayor razón —dijo Écarlate armado de paciencia—. El Caballero del Patito no es rival para la velocidad que alcanza el Caballero de Escorpio.

—«Cheto» —reconoció muy a su pesar.

Écarlate sonrió y salió de la habitación mientras el Patito miraba la botella con tristeza. ¡Su plan parecía tener una falla del tamaño del universo!

Debería hacer algo para distraer a Milo, pero la enemistad de Écarlate lo haría sospechar. Si no a él, a Papá y eso sí que sería problemático.

—¡Mira, usaremos esto!

¿Un «puadedno»?

Era lo que sostenía Écarlate con una sonrisa triunfal, uno de sus cuadernos.

El pelirrojo negó con la cabeza y desprendió una hoja. La dobló a la Écarlate, es decir, descuidadamente, y le escribió algo.

Krest pudo identificar la S, la T, la...

—¿Qué dice?

—Receta Secreta...

Rece...

—¿Ah? —dijo ladeando la cabeza mientras se rascaba la nuca.

No entendía nada.

—Sí, si Milo es más rápido que tú y te descubre cuando le estás echando picante, le dices que es una receta secreta de papá y listo. Dejará que le eches y eso lo hará alérgico.

—Ohhh...

Se le abrieron grandes los ojos y empezó a saltar preso de la adrenalina.

     »¡Suena genial!

—Lo sé —dijo contento.

Krest recibió su botella con la nueva etiqueta y sonrió. Ahora sí, estaba listo. 

¡Vencería a Patotas aunque fuera lo último que hiciera en su corta vida!


Ayudar a Patotas no resultó tan malo, a finales de cuentas. No era un Patriarca complicado en la cocina y mucho menos se puso exigente y le ordenó a hacer muchas cosas.

Al contrario, Krest se descubrió disfrutando la experiencia.

Patotas no sólo le puso a lavar las hojas de lechuga, algo que le gustó, sino también, cuando escucharon ruidos en la sala producto de la plática de Papá y Écarlate, le convenció de amasar.

¡Amasar era la cosa más linda del mundo!

La masa bajo sus manos era increíble. Como la plastilina, pero más flexible. Lo único malo fue el pleito de Écarlate con Papá. Eso lo distrajo de su tarea y, al escucharlo gritar, se dirigió raudo a la sala.

Sin embargo, Milo lo detuvo antes de llegar a su punto de destino. Eso no evitó que el Patito fuera testigo de cómo Écarlate le gritaba a Papá y después, se iba a su habitación con lágrimas en los ojos.

En ese momento, adquirió la fuerza de mil hombres y logró zafarse de Milo para correr con su hermano, preocupado por su actitud.

Logró alcanzarlo en su habitación, Écarlate se echó en su cama y se abrazó a una almohada, escondiendo la cara en ella. Krest se quedó de pie, indeciso de actuar.

Por fortuna, Sisyphus fue valiente y se le acercó después de cerrar la puerta para tener intimidad.

—¿Qué pasa, Écar?

—Nada.

—Claro que te pasa algo, estás llorando.

—¡Dije que nada, déjame en paz!

Sisyphus y Krest intercambiaron miradas. El chiquito frunció los labios y optó por subirse a la cama de su hermano y abrazarlo.

Écarlate tensó los músculos al contacto. Krest suspiró contra su espalda y recargó la mejilla en ésta, insuflando parte de su cosmoenergía para serenar la del pelirrojo.

Fue cuestión de tiempo. Écarlate dio la vuelta y abrazó a Krest. En él depositó su dolor y sollozó con mucho sentimiento. Sisyphus aprovechó la oportunidad y se subió a la cama, dejando al pequeño Krest en medio y abrazó a sus dos hermanitos.

—No estás solo, Écar, estamos contigo.

—No... no entiendo. ¿Por qué mamá está enferma?

Krest se quedó quietito y abrió tremendo los ojos. Pocas veces escuchaba de mamá y prestó atención a ello.

—No la pasó bien en los días malos —susurró Sisyphus.

—¿Qué son los días malos? —cuestionó el pequeño temiendo ser censurado.

—Ya te lo dijimos, Krest. Fueron días donde las cosas no estaban bien —explicó un poco el castaño—. Días en que teníamos miedo y pasaban cosas malas.

—¿Como qué?

—Como... la enfermedad de Écarlate o... la de mamá. En esas fechas, nuestra madre también estaba mal y...

—¿Qué le pasa a mamá? Tío «Kaldia» dice que está loca.

—Lo está —sostuvo Écarlate—, está loca.

El castaño apretó sus manos y encogió los hombros.

—Sí y no, es... es complicado.

—¿«Pu'qué» es complicado?

Sisyphus se separó un poco para recargarse contra la pared. Los otros dos se giraron hacia él interesados en saber su opinión.

—Porque hay días donde mamá estuvo bien.

—Y días donde no —completó Écarlate.

El castaño exhaló mirando al frente, sumiéndose en sus recuerdos.

Ella siempre nos protegió, Écarlate. Mamá siempre nos protegió.

—¿Por qué entonces es mala? ¿Por qué intentó... lo que intentó cuando Krest era chiquito?

La desesperación de Écarlate llamó la atención del azabache. Éste ladeó la cabeza sin alcanzar a comprender. ¿Qué había intentado mamá?

—Porque... —suspiró desalentado—, no encontró otra opción. A veces sospecho que a mamá se le acabaron las opciones y decidió... eso.

—¿Qué es "eso"? —cuestionó Krest succionando su pulgar.

Sisyphus encogió sus hombros. De pronto, pareció ser más adulto de lo que era. Su rostro se transfiguró en una máscara amarga y distante.

—Lo único que deben saber, es que mamá los amaba. Nos amaba a todos e hizo lo imposible por estar bien, que estuviéramos bien y sufriéramos lo menos posible.

—Pero nos abandonó. ¡Se dejó enfermar!

—Écar... —jadeó deprimido—. Tú no recuerdas muchas cosas. A decir verdad, eras muy pequeño cuando todo pasó. Siento que en tu memoria sólo están los buenos tiempos. Mamá tenía mucho miedo y nos enseñó cómo evitar muchos peligros. También nuestra madre nos apoyaba y enseñaba a...

—¡No recuerdo que nuestra madre me enseñara a no tocar alacranes!

Sisyphus dejó caer la cabeza. Krest se preocupó cuando un par de lágrimas resbalaron por la cara de su hermano mayor. Écarlate también lo notó y exhaló con tristeza.

El castaño pocas veces demostraba sus sentimientos porque su deber consistía en ser fuerte para ayudarlos a ellos. Eso les decía una y otra vez. A Krest le partía el corazón saberlo agotado para olvidarse de sus objetivos y permitirse llorar.

»No te pongas triste, Sis. De verdad, no quise ser tan duro con ella —intentó calmarlo Écarlate mientras Krest le tomaba una de sus manos.

—No lo entiendes y no lo viviste —musitó preso de la angustia—. Nuestra madre tenía días buenos y malos porque estaba atada de manos. Un par de veces la escuché hablando con alguien y se notaba el miedo en su cara.

Sisyphus sostuvo la cabeza con las manos y cerró los ojos. Era su típico gesto de que le dolía tremendamente la cabeza y los chiquitos se miraron preocupados.

»Mamá siempre procuró cuidarnos y protegernos. Siempre... Pero cuando pasó eso, su mirada era...

Krest mantuvo el silencio. Algo en él le gritaba que cerrara la boca porque esto era importante. Sisyphus necesitaba decirlo o quizá, siempre lo traería cargando.

»Estaba rota... mamá estaba rota. Cuando volvimos del centro comercial con su regalo por el Día de la Madre, no era la misma.

Los hermanos menores intercambiaron miradas y, como si se leyeran las mentes, cada uno tomó una mano de Sisyphus. Éste sonrió a duras penas, llorando como siempre. Silente y procurando no preocupar a nadie.

»Recuerdo ese día una y otra vez y sospecho que, en cuanto nos vio, algo se desató en su mente. Nunca quise hablarlo con Shijima porque no me entendería y faltaría a mi promesa, pero...

—¿Qué promesa, Sis?

El castaño giró el rostro hacia el pelirrojo y encogió los gruesos hombros, acostumbrado a llevar una pesada carga sobre sí.

—Nuestra madre me hizo prometer que no le contaría a nadie lo que vivimos.

—¿Ni siquiera a papá? —jadeó asustado.

—Él ya sabe, Écar. Mamá me lo dijo. Ella se encargó de contarle, pero los demás... —negó con la cabeza—. Nuestra madre me hizo prometer que no deberían saber nada porque no podrían comprenderlo. Deberían vivir nuestra historia para entendernos.

—¿Y... y qué pasó ese día? Sólo recuerdo los gritos y cómo me llevaste a la habitación. No recuerdo nada más. ¿Por qué faltarías a tu promesa?

Sisyphus exhaló de nuevo y frunció los labios con la vista perdida en sus recuerdos.

—Porque ese día, sospecho que algo llevó a mamá al límite. A eso que Shijima le llama "el punto de no retorno" y ese algo la rompió. Nadie me saca de la cabeza que el pómulo morado de papá fue el motivo por el cual, ella perdió el control.

—¿Qué pómulo morado?

—¿No lo recuerdas, Écar? —cuestionó preocupado—. Cuando fuimos al centro comercial, estabas jugando en la resbaladilla. Perdiste el equilibrio y papá corrió hacia ti. Te logró sujetar antes de que te golpearas, pero se fue de bruces contra el juego y fue él quien se golpeó la cara contra el filo de la resbaladilla.

—N-no... —dijo tragando saliva—. N-no lo recuerdo.

El pelirrojo se restregaba las manos como cada vez que alguien salía lastimado por alguna de sus travesuras.

—Tenías más o menos la edad de Krest, quizá por eso no lo recuerdes —justificó Sis—. Sin embargo, terminamos en la farmacia. Crystal le limpió la herida y ya sabes cómo es papá. Se le hinchó y se le puso morado muy rápido.

—Sí, papá dice que es cuestión de genes. Krest es igual. Mira su golpe en la frente.

Los dos mayores observaron al menor. Por impulso, éste cubrió la zona.

—Tremendo madrazo te diste con Kiki —comentó Sisyphus censurando al azabache—. Ten más cuidado —aleccionó con ese tono duro, típico de él.

—¡Kiki tuvo la culpa! Dijo mal su técnica y por eso fallamos.

—Ya... de cualquier forma, ten cuidado, Krest y empieza a portarte bien con Kiki. Papá no necesita más preocupaciones.

El chiquito bajó la cabeza asintiendo a regañadientes. ¿Cómo podía ser que esta plática derivara en un regaño hacia él? La Doña se afanaba en hacerle pasar malos ratos.

—Oye, Sis...

—Dime, Écar.

—Algo del encuentro con mamá fue raro.

—Te viste con mamá, ¿qué parte no fue rara? —criticó con las palmas en las sienes dándose masaje.

—Me decía Sis...

—¿Cómo? —dijo abriendo los ojos y prestando toda su atención en su hermano.

—Sí, me llamaba por tu nombre.

Sisyphus entornó los ojos y frunció el entrecejo.

—¿Te llamaba por mi nombre? —repitió analizando las palabras.

—Sí, ¿por qué?

El castañito encogió los hombros con una mueca.

—No lo sé, a veces ella hacía cosas que no logro entender todavía. Ojalá hubiera llegado a tiempo para hablar con ella en cuanto la vi, pero apenas me le acerqué, se fue.

—¿Para qué querías hablar con ella, Sys? —jadeó escandalizado.

—Porque sólo yo puedo entenderla, Écar, incluso más que papá.

La cena fue rara. 

}En primer lugar, Milo brillaba por su ausencia. 

En segundo lugar, el mutismo generalizado de los Roux era inusitado. Durante las comidas ellos compartían mucho y esta noche parecían decididos a mantenerse en silencio, sumidos en sus propios pensamientos.

Krest meditaba sobre lo sucedido con los dioses mellizos, esperando con cierta impaciencia conocer el resultado de su misión.

En tercer lugar, le preocupaba el rictus de Papá, el sudor recorriendo su rostro con las mejillas rojísimas y sus ojos hinchados, como si estuviera enfermoso.

Écarlate y Sisyphus tampoco se quedaban atrás.

Su hermano mayor se llevaba la mano a la cabeza una y otra vez, señal inequívoca de su jaqueca tremenda. Del otro lado, Écarlate parecía renuente a comerse la carne. Incluso, la dejó a un lado.

¡Era imposible que en cuestión de horas, el Paballedo Carnívoro se hiciera vegetariano!

Parecía como si la noticia del inicio de una Guerra Santa hubiera llegado al Santuario y todos temieran por sus vidas.

—Papá... ¿y dónde está Patotas? —se interesó porque quería saberlo.

No fuera a ser que se relajara y el otro apareciera a arruinar más la noche.

—Se fue.

—¿«Volvedá»?

—No.

—Ah, bueno.

Se llenó la boca con otra cucharada y, a regañadientes, tuvo que reconocer lo bien que cocinaba Patotas. El guiso estaba rico aunque después de los primeros minutos, Papá apenas tocaba el plato, igual que sus hermanos.

Lo siento, chicos, pero me duele el estómago.

El Patito levantó la cabeza asustado.

—¿«Tás enfedmoso», papá?

—Eso parece —dijo encogiendo los hombros—. Es un leve malestar, pero prefiero no seguir cenando. ¿Ustedes tienen hambre? Porque sólo pican el plato.

—No, yo ya terminé —aseguró Sisyphus.

Yo no quiero más —informó Écarlate.

El Patito se sintió ultrajado. ¡Él se comió todo! Esto fue una trampa.

—¿Me puedo ir a dormir?

—Sí, Écar. Ve a lavarte la boca, ponte el pijama y ahora voy a leerles un cuento.

La actividad se hizo en la mesa. Papá le ayudó a salir de la trona y Krest le tocó la cara. Se sorprendió al sentirla caliente.

Papá le prodigó un beso en la frente. Sus labios también estaban calientes.

El Patito tragó saliva mientras el mayor levantaba los platos de la mesa con ayuda de Écarlate y Sisyphus.

¿Por qué estaría enfermo Papá? Estaba bien cuando todavía Milo rondaba en el Santuario. Un momento, ¿será que la ausencia de Patotas le hizo daño?

No se quedaría con la duda. Primero muerto que seguir sin saber.

—Oye, papá —se aventuró a interceptarlo.

—Dime, hijo.

—¿Patotas te hizo «llodad»?

—No, pero... —dijo suspirando.

Papá se hincó hasta quedar a su altura y acomodó los cabellos azabaches.

»No es un buen día.

—¿«Tás tiste pu'que» Patotas se fue?

La expresión de Papá se lo dijo todo. El Patito se llevó el pulgar a la boca y lo succionó con fruición.

—Amor, te he dicho que los niños de escuelita no se succionan el dedo. ¿Qué te incita a hacerlo?

Krest arqueó una ceja y prestó atención a su boca. Sí, su dedo estaba dentro de ella. Se lo sacó y lo miró babeado.

Iuugh.

—Fue sin «queded» —comentó escondiendo el dedo en sus espaldas.

—¿Te preocupa algo?

—Todo —confesó mirando sus piecitos.

Papá se incorporó y lo cargó, llevándolo con él a las alturas. Krest lo abrazó preocupado por lo caliente que se sentía bajo sus manos.

—¿Qué de todo?

—«Tás» caliente, Papá.

—Quizá es un poco de fiebre porque todavía es pronto para recuperarme de mi enfermedad, hijo. ¿Recuerdas que también tú estuviste malito de tu pancita unos días más?

—«Chi».

—Pues eso es normal...

Oh, no. No, no y no. ¡Alto las máquinas!

¿Acaso Papá no lo corrigió?

Algo muy malo pasaba con él.

—Papá, ¿«pu'qué» no llamas a Dicitos? Quizá...

—No quiero a Milo cerca.

Tal respuesta, categórica, dura y tajante, lo asustó.

El Patito abrió los ojos como platos y parpadeó.

¿Acaso... acaso Papá fue el que se comió el chile y ahora era alérgico a Patotas?

La algarabía inicial quedó aplastada con la actitud triste de Papá.

Krest tragó saliva preocupado porque de pronto, entendió algo importante...

Patotas se había ido, Papá era alérgico a él y justo ahora, estaba enfermo.

¿Quién cuidaría de Papá, si el tío Dégel y Kardia estaban en el hospital?

Oh-oh...

Ahora, ¿cómo podía arreglar este entuerto?


¡Hola, mis Paballed@s!

En estos momentos, empieza a tener sentido este fic. Es cuando las cosas se van entrelazando entre Propuesta y la visión de los niños.

A quienes siguen este fic, ahora comprenderán muchas cosas que en Propuesta sería imposible porque si no, haría una biblia. De por sí, ya es una biblia, jajaja.

Así que, lo prometido es deuda. Llegué con un día de retraso, pero mis tiempos son complicados con mi trabajo. 

Dentro de 15 días, tendrás un capítulo de Propuesta Indecente. El mismo que está terminado. Ahora sólo trabajaré en el del Patito porque tendremos una bonita sorpresa.

Claro, bonita para nosotros, pero no para Kardia, jajaja.

¡Hasta dentro de 15 días!


NOTA DE LA AUTORA

[1] Isopopótamo — es la palabra usada por Krest en lugar de "insoportable". Recuerda que nuestro Patito tiende a cambiar las palabras. 

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