Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. El Paballedo y la misión importantiosa


Cuando uno era un Paballedo que luchaba por el amor y la justicia, debía hacer muchos sacrificios. Dormir solito y confiado en que tu Papa Ours te protegerá del enemigo, entrenar mucho, guardar tus juguetes, comer sanito y lo más importante de todo, desdeñar un buen pedazo de pastel si te encontrabas metido de cabeza en una misión.

—¿De verdad no quieres, Krest? —insistió la tía Seraphina con el plato en la mano.

El postre en cuestión tenía una apariencia suculenta. Hasta agua se le hacía la boca de pato. Con fresas, pedacitos de chocolate y trozos de nuez. ¡De sus favoritos!

—«Nu, nu», tengo que... que... —calló al pensar que también debía decir mentiras para desviar las sospechas.

Uno no le diría a los adultos sobre las misiones se-cre-tas. ¿Verdad? No, por favor. ¿Qué pensaría La Doña de él y su lengua floja? ¿Traicionar el secreto secretoso? ¡Nunca!

Papá debía perdonarlo, además, ¡no le estaba mintiendo a Papá!

Aunque pensándolo bien, esta misión distaba de ser autorizada por La Doña en cuestión, pues nuestro Patito estaba en búsqueda de otra diosa y a espaldas de La Doña... eso ¿podría ser malo para él?

Naaah, ¿qué ideas tan tontas pensaba uno después de estar con Patotas? Lo tonto era contagioso. A finales de cuentas hacía esto para rescatar al Paballedo de «Escodpio» del Lost Canvas. ¿Que no?

¡La Doña debería perdonarlo por traicionarl... err... hablar con otras diosas para salvar a sus Paballedos!

De vuelta a la realidad, nuestro Patito aspiró y aspiró como el lobo feroz. Sus neuronas corrieron paniqueadas en su mente mientras su tía seguía terca queriendo enchufarle el pastel, como Poseidón queriendo inundar la tierra.

Y ahora, ¿qué decir para no levantar sospechas?

Podía comer un poquito, sólo un poqui...

¡No, no, eso no! Era un Paballedo, debía ser fuerte y no caer en los antojos.

—¡Si lo como, jugaré a las gomitas y no «quiedo»! —dijo desesperado, temiendo ser débil y perder el tiempo comiendo.

¡Ya tá! Listo. Asunto arreglado. Si bien su tía, Patotas y Barão parecían confundidos, Sashy lo tenía más claro que el agua.

Respuesta enviada, paquete entregado, es hora de...

¿A dónde iba uno para encontrarse con la diosa bonita?

Caminó lejos de la mesa prestando atención a los aromas.

Fingió ir al baño como parte de su plan macabro. El lugar olía a jabón y el aromatizante artificial de manzanas. Aunque si ya llegamos, ¡aprovechamos!

Que salga todo bien y se vaya por el caño —repitió con alegría las palabras de Écarlate bajando sus pantalones.

Después de las acciones pertinentes, salió de ahí, pero con las manos lavadas y sin bichos porque Papá no hizo hijos sucios. Bueno, Écarlate sí, pero Sis y él no; y satisfecho de su limpieza post-operación-baño, continuó su búsqueda.

Fue a la habitación de Sasha, donde encontró un olor a florecitas y cerró rápido la puerta, no fuera a ser contagioso lo «femenioso».

¡Qué «hoddod»!

Se atrevió a ser intrépido y metió la cabeza en el cuarto de sus tíos y lo recibió el aroma a bosque. Era una fragancia confortable para nuestro Patito. Si le insistieran, aceptaría la verdad. Adoraba el olor de su tío Dégel, algunas veces más que el de Papá. Le hacía sentir seguro y en casa.

Se obligó a abandonar el sitio porque la cama tenía una apariencia deliciosa y las ganas de acostarse le ganaban, pero no. ¡Él tenía una misión! Debía cumplirla.

¿A dónde va uno a encontrarse con la diosa bonita? ¡Qué difícil es esto!

Dirigió sus pasitos a la sala y tampoco halló la fragancia, pero sí...

Un rompecabezas sin terminar.

Nuestro Paballedo puso en una balanza sus opciones. La búsqueda fue intensa y no se consiguió nada. Por otro lado, uno merecía un buen descanso cuando trabajaba tanto.

¡Eso hasta La Doña lo sabía!

Decidido, ignoró cualquier advertencia sobre su misión y se acomodó frente a la mesita de centro buscando la siguiente pieza. ¡Adoraba los rompecabezas!

Si la diosa bonita quería comunicarse con él, ¡era turno del Patito de jugar a las escondidillas!

Esta pieza azul se acomodaba acá... no. Acullá... tampoco. Mmm... Seguiremos el consejo de Papá y la dejaremos para después.

Un par calzaron bien en el tapiz, haciendo reír a nuestro Paballedo. Lo celebró con aplausos de acuerdo a las enseñanzas de Papá.

—Bien por mí, sigamos.

Echó en falta la música de Papá para estos momentos. El mayor acostumbraba aderezar su momento de distensión con canciones y Krest las entonaba con alegría.

     »¡Sí, eso es! Tanto tiempo con Patotas me hace tonto —renegó malhumorado.

Se puso en pie y corrió hacia la cocina. Les sonrió a los mayores agitando las alitas.

     »Hola, hola, Badão, Badão, ¿mi «plestas» tu celu para «oíd» canciones bonitas?

Asunto resuelto. Patito 18 (o sea un montonazo) y la Tontez de Patotas 0.

¡Ganó por paliza!

—Pues... sí, claro, Krest.

El carioca sacó el preciado objeto y buscó en su repertorio.

—Hey, Tenecito, yo puedo prestarte el mío.

—No, Patotas. Tú no —zanjó en el acto haciendo un abrazo de momia.

—¿Y por qué no? —debatió el otro indignado.

—«Puque» tú tienes «señodas» en pelotas, duh! —remarcó lo obvio.

—¡Yo no tengo...!

La mirada aterradora de tía Seraphina metió en aprietos a Milo.

     »Era la Venus de Milo lo que vio Écarlate —se excusó de inmediato.

—«Nu, nu», Écolgate dijo que era una «señoda» en pelotas —le echó más leña al fuego ignorante de la hecatombe desatada sobre Milo, cortesía de la tía.

La carcajada de Barão le quitó hierro al asunto.

—Sim, yo doy fe de que Milo tenía de salvapantallas a la Venus de Milo.

—Ash, metiche... —renegó el Patito y se llevó el pulgar a la boca.

Lo intentó. La tía Seraphina le ofreció un palito de zanahoria y el Patito la miró ceñudo y gruñendo ofendido.

     »¡Soy pato, no «paballo»! —renegó sacudiendo la cabeza.

—Bueno, bueno, ¿quieres un pedazo de —pausó observando el contenido de la mesa sin encontrar ideas y debiendo improvisar—, jamón?

—Ah, eso sí —aceptó gustoso, relamiéndose los labios.

—Los patos no comen carne —canturreó la prima Sasha.

Esa sabihonda metía la cabeza cuando nadie se lo pedía. Por hoy, se la dejaría pasar porque el tío Kardia estaba enfermoso y odiaría hacerla llorar.

—Ash, ¿y qué comen? —investigó tras rodar los ojitos dentro de sus cuencas.

—Pues... —calló la niña presumida—, mamá, ¿qué comen los patos?

La mujer encogió los hombros acercándose a la heladera para revisar su contenido.

—Pues comen plantitas, algas...

—Iugh, iugh —dijo el niño poniendo caritas de asco.

—Gusanos —comentó Milo.

Otro metiche...

—¡Iugh! Esos los comes tú —sentenció poniendo boca de pato, es decir, sacando los labios con un puchero.

—Hey, eso comen, como Timón y Pumba, "viscosos, pero sabrosos" —puntualizó Patotas entre risitas—, también caracoles.

—«Nu», eso lo come Papá —dijo rascándose la oreja.

—Iugh —le tocó el turno al rubio de hacer caritas de disgusto.

—Pues sí, eso come tío Camus —aseveró la niña con una sonrisita—, es igual a papá. Les gusta sentarse a cenar un plato de caracoles a fin de mes.

—Gracias por avisarme, ese día faltaré a cenar.

—¡Entonces «toyas» las noches comerá eso!

—¡Krest! No seas grosero con él.

—Tía... —refunfuñó y se abrazó como momia—, tú no entiendes. ¡Besa a Papá!

Lo acusó con su dedito.

—No se señala a la gente, Krest.

—Ash, dices lo mismo que Papá —comentó caprichoso censurando a su dedo díscolo porque actuó sin pedir permiso.

Escondió su mano en la espalda, no fuera a ser que su dedo volviera a hacer de las suyas y él tenía grandes razones de peso para portarse bien. Quería jamón.

—Lo digo porque es así. Es parte de la educación, Krest.

—Bueno, bueno, ya tá —zanjó porque la conversación no daba para más y ya auguraba encontrarse con las manos vacías—. ¿Me das mi jamoncito, tía, «pod favod»?

Le puso su carita más dulce y le sonrió de la forma en que tío Kardia le enseñó para derretir corazones. ¡La de los guapos!

La tía cayó redonda y pronto, Krest tuvo en sus manitas su plato con rollitos de jamón y cuadritos de queso hechos a su tamaño, o sea, chiquitos y bonitos.

—No te voy a dar más porque te arruinas el apetito. De seguro tu padre querrá almorzar contigo.

—«Chí», tía.

Fue de regreso a la sala despacio para no tirar nada y se acomodó. Tras él, llegó Barão y le puso el celular al lado mientras prestaba atención a los actos del niño.

—¿Te gustan los rompecabezas?

—¡«Chi»! —dijo levantando las manitas sobre la cabeza.

—Interesante, pues disfrútalo. ¿Qué música te dejo?

—Una «pa' bailad».

—Una para bailar —repitió buscando en su lista—, aquí la tienes.

El celular inició la reproducción y después de la partida del carioca, nuestro Paballedo se dedicó los siguientes minutos a concentrarse en comer los rollitos de jamón y los cuadrados de queso, encajando las piezas con deleite mientras canturreaba feliz de estar a solas.

Al menos hasta que el aroma a ciruelas le advirtió de la cercanía de la diosa bonita y, casi al mismo tiempo, el celular de Barão se encendió con la imagen de la luna.

La luna... ¡Artemisa!

Se le abrieron los ojos como platos. Deslizó el dedito en la pantalla respondiendo a la llamada. Rogó por no alertar al carioca y perder la oportunidad brindada por la diosa bonita. ¡Sería el colmo de los colmos colmosos!

Una bellísima mujer de cabellos de plata apareció vestida de blanco.

—Barão, por fin dejas de ignorarm... —se interrumpió al descubrir a su interlocutor—. Tú no eres Aldebarán —remarcó lo obvio.

El pequeño sacudió sus cabellos azabaches.

—No —se esforzó en hablar bien—, soy «Kest Doux», mucho gusto y usted es la «hedmana» del dios Apolo, ¿«veddad»?

Por más intentos de parecer mayor, la "r" era escurridiza y el Patito se contuvo de aporrearla por hacerle bullying en estos momentos de gran necesidad.

La diosa ladeó su cabeza. Los largos y rizados cabellos cayeron sobre su mejilla. El pequeño aguardaba con el estómago en un puño.

—¿Quién es tu papá?

—Camus —respondió al instante.

—Camus... —repitió pensativa—. ¿Eres hijo de Camus Roux? —indagó haciendo hincapié en el apellido.

¡Papá era famoso! Seguro por sus ataúdes de hielo y su poder como Santo de Acuario aunque eso nuestro Patito se lo iba a callar. No le recordaría eso a la diosa rival de La Doña cuando le iba a pedir algo. ¿Verdad que no?

—¡Chi! Ah, sí en español, yes en inglés, oui en «fanchés» y...

—¿Y tu papá? —interrumpió la cantaleta.

El Patito no se ofuscó. Al contrario, gracias a Saint Seiya sabía lo impacientes y maleducados que eran algunos dioses. Por eso lo dejó pasar.

Mientras esta diosa sin modales lo ayudara, podía interrumpirlo cuantas veces le diera la gana. La salud del tío Kardia valía la pena este sacrificio.

Lo único difícil fue recordar ¿dónde estaba Papá? Mmmh...

—Mi papá estaba en el «hostital» con mi tío «Kaldia» —dijo sin mentir—, «pod» eso quiero hablar con su «hedmano» Apolo. Él es el dios que sana, ¿«veddad»? Necesito que sane a mi tío «Kaldia pu'que» está malito del «codazón» —dijo a la velocidad de la luz.

De esa forma, Artemisa sabría de qué trataba esta llamada, por si a la diosa bonita se le olvidó decirle algo al respecto.

Me parece que hay un error —dijo ella con paciencia—, mi hermano no es médico.

—¡«Pedo» él sabe quién tiene el Misopethamenos! —aseveró con la fuerza de su cosmoenergía—. Él puede «oldenad» que se lo den a mi tío. ¡«Pod favod»! —rogó uniendo sus palmas en pose de súplica como hacía con Papá.

Algo cambió en la diosa. Su rostro se desfiguró por el sofocón.

¿Cómo sabes tú del Misopethamenos? —exigió saber con ímpetu.

—Lo sé y ya —dijo renuente a dejar claro quién era.

Como ella se enterara que Krest era el Paballedo del Patito, de seguro generaría una nueva Guerra Santa. ¡Papá no hizo hijos tontos! Aunque la cercanía de Patotas podía meterle la pata.

Por si las dudas, se sentó más lejitos de la cocina para evitar la tontez.

     «Yo «hadé» lo que me pida, diosa «Atemisha» —aseguró confiando en sus propias habilidades, «pedo» ayúdeme con mi tío «Kaldia pu'que» mi tío Dégel «tá tliste y mi plima» Sashy está «llode y llode» «pu'que» dice que mi tío «Kaldia» puede colgar los tenis y no «quiedo» que vaya con Hades «pu'que» se va a «pelead» con el de la ceja de gusano.

¡Eso lo explicaba todo!

Sus piernitas temblaban de nerviosismo. Su estómago tenía el tamaño de una pelotita y su corazón se sacudía con violencia. Con los labios resecos y la respiración agitada, se llenaron de lágrimas sus ojitos, pero las contuvo con valentía.

¡Era el Paballedo del Patito y los Paballedos no lloraban! Bueno, no mucho, porque los bronceados a cada rato chillaban.

Del otro lado de la pantalla, ella se mantuvo en silencio un largo rato poniendo a prueba la paciencia de nuestro Patito.

—Espera un poco, ¿quieres?

—¿«Pu'qué»? —preguntó con el labio temblando con un puchero.

—Intentaré contactar a Apolo. ¿Está bien?

—¡Chi! —exclamó dando un saltito de felicidad.

—No vayas a colgar, «Kest».

—¡Soy «Klest», no «Kest»! —refunfuñó airado.

Ella entornó los ojos hasta que se volvieron pequeñas rendijas y se acarició la barbilla con sus falanges.

—¿Te llamas Krest? —se aventuró.

—¡Chi! Me llamo Klest —sonrió feliz y contento.

La diosa sonrió con ternura y movió la cabeza en gesto afirmativo.

—Bueno, Krest. Espera y no cuelgues. Si Barão te encuentra, le dices que yo te pedí que esperaras.

—¡Chi!

Dio saltitos de un lado para el otro, sin saber qué hacer. Intentó concentrarse en el rompecabezas sin éxito, incluso se comió un cuadradito de queso en su angustia.

Los nervios se lo comían sin dejar migajas.

Hey, Patito, ¿todo bien?

Se congeló en el acto y volteó con pánico hacia el carioca. Tragó saliva y le temblaron los labios.

     »Te escuché hablando y sin música. ¿Se detuvo por alguna razón?

El hombretón se dirigió al teléfono, Krest sacudió la cabeza.

—«Etto... etto...» —calló porque las ideas se le esfumaron como patos asustados.

—¿Eh? ¿Qué pasa...? —calló al revisar la pantalla—. Lo siento, ya cuelgo la...

—¡«Nu» cuelgues!

Fue el turno de Barão de quedarse congelado y observar al pequeño intensamente.

     »Estoy hablando con ella, ¡«pod» el Misopethamenos!

¿Quién mejor que Barão para entenderlo? A finales de cuentas, estuvieron un ratote aprendiendo esa nueva palabra en la camioneta.

—El Miso... –se detuvo y sus ojos se abrieron tremendos—. ¿Crees que Artemisa tiene la forma de ayudar a tu tío?

—«Chi», es la «hedmana» del dios Apolo y Sis dijo que Apolo es el dios que «cuda». Entonces ¡tiene el Misopethamenos! ¿Que no? —aseveró chupándose el dedo con fruición.

Barão se rascó la nuca deseando entender la situación.

Pero ella no creo que te ayude, Krest —susurró sentándose en el sillón al lado del niño.

¡Lo «hadá»! —aseguró vehemente—. Me dijo que la esperara «pu'que» intentará «contactad» a Apolo y que te dijera que no cuelgues.

—¿Artemisa contactará a Apolo para... ayudarte?

La sorpresa de Barão le hizo cuestionarse a nuestro Patito si la diosa de la luna le mintió al respecto. Ladeó su cabecita y parpadeó haciendo una mueca. No, la diosa bonita le dijo que apoyaría.

¡Artemisa no lo traicionaría así de feo!

—Eso me dijo...

Aldebarán le dedicó una intensa mirada al celular y exhaló con fuerza. Dijo algo en su idioma y se levantó caminando frente a Krest.

—Si ella te lo dijo, habrá que esperar —concluyó poco convencido del asunto.

Sin embargo, le entregó el teléfono.

     »Serás tú quien hable con Apolo porque él y yo no tenemos una buena relación. ¿Has entendido, Krest?

Era obvio que Barão y Apolo no se llevaban bien. Él era el Paballedo de Tauro y la última vez, Apolo lo metió con sus compañeros en una prisión. ¡Fue así en un capítulo de Saint Seiya! ¿Quién negaría semejante verdad?

—¡«Chi»! —aceptó su misión sujetando el celular.

Cuando vuelva, no le digas que estoy acá y mantén el celular frente a ti, así te acompañaré y ellos desconocerán mi presencia.

—«Tá» bien —concedió poniendo atención en eso.

La cámara al frente, no mostrar a Aldebarán.

¡Qué difíciles son estas misiones!

Ambos aguardaron en silencio, compartiendo la angustia y la poca paciencia. Por fortuna, la espera terminó al poco.

La pantalla volvió a la vida dividiéndose en dos. A la derecha, apareció de nuevo la diosa y a la izquierda, un ser de cabellos que recordaban al sol mismo, de tonos rojos y ondulantes. Su frente portaba una tiara de oro y su mirada pesada sugería su poca paciencia. Vestía una camisa roja con los dos primeros botones abiertos.

El niño tragó saliva al tener frente a él, aunque fuera a través de un celular, al mismísimo dios del sol.

—Krest, él es mi hermano Apolo.

La diosa lo presentó. El dios movió la cabeza con desgana y cierto malestar. El niño aspiró mucho aire y asintió.

—Hola, dios Apolo, soy «Klest Doux» —dijo muy solemne—, le llamo «pu'que quiedo» que me ayude a sanar a mi tío «Kaldia», aunque la Doña Athena se enoje pensando que la «tlaiciono».

Apolo le dedicó una mirada de pura incomprensión y hastío. Una ceja insolente se alzó al dirigirse a Artemisa.

El Patito se estremeció al darse cuenta de su desliz. ¡Habló de La Doña! De seguro fue porque en la espera, se acercó mucho a la cocina y el aura de tontez de Patotas lo alcanzó.

¿Qué haría si el dios se negaba a cumplir su ruego?

—¿Qué tontería es est...?

—Escucha lo que te dice, Apolo —interrumpió de tajo la diosa—. Presta atención a sus palabras.

Al frente de Krest y tras la cámara, el carioca le mostró el pulgar. El niño aspiró y se concentró en su misión, sabiéndose apoyado por Barão. Sólo debía no hablar de más y alejarse de la influencia maligna de la tontez de Patotas.

¡La salud del tío Kardia estaba en sus manos!

En tanto el dios bufó sacudiendo la cabeza, tal como hacía Écarlate cuando alguien le obligaba a hacer lo que le disgustaba, el Patito se acomodó lejos del aura de Patotas.

—¿Qué quieres, niño?

—«Quiedo» que le dé el Misopethamenos a mi tío «Kaldia» para que esté bien de su «codazón» —pidió con mucho ahínco—. «Pod favod y hadé» lo que me pida.

—¿Cómo sabes del Misopethamenos? —exigió boquiabierto.

—Lo sé y ya —dijo de nuevo, terco como mula—. ¿Puede o no?

—Si no me dices cómo lo sabes, no haré nada —aseguró el mayor.

Nuestro Patito se encontró en una dura pelea y decidió ir a lo seguro, siguiendo los consejos de su hermano Sisyphus. Soltar un poco de información y no más.

—Sé que tiene el «icod» de los dioses y eso sana. Ya tá.

—¿Cómo puedes saber eso? —exigió contrariado.

—«Cude» a mi tío y se lo digo —aseguró chupándose el pulgar con nerviosismo.

Apolo frunció los labios. Krest sufrió una traición suprema cuando sus lágrimas se le resbalaron por la carita. Al darse cuenta, el dios refunfuñó sobándose la nuca.

¿Cómo se llama él?

—«Kaldia» —murmuró entre hipidos porque la angustia era demasiada para su pequeño cuerpo.

—¿Cuál es su nombre completo? Con todo y apellido.

—Tío «Kaldia Scodpio» —respondió raudo complacido con su inteligencia.

El dios asintió anotando algo.

—¿Dónde está él?

—En el «hostital» —dijo esperanzado por el giro de la conversación.

—¿Qué hospital?

—Pues el «hostital» blanco —refunfuñó un poco—. Usted «debedía sabedlo», es un dios, ¡duh!

Apolo abrió la boca con las mejillas rojas y Krest temió que le fuera a quemar.

¡¿Cómo osas...?!

—Hermano —interrumpió ella frunciendo el entrecejo—, no tengo qué recordarte con quién estás hablando, ¿verdad?

—¡¿Cómo quiere que lo ayude si no sé el nombre del hospital?! —renegó furioso.

—Ash, el Saint Geodsh —dijo agradeciendo ser tan bueno recordando cosas, como Papá—. Pudiste «pleguntad» bien —aclaró con impaciencia y enojado porque el dios fuera tan poco cooperativo.

—Pregunté bien. No tengo la culpa de que no entiendas, duh —respondió molesto.

—Ash, ¿«pu'qué» tu papá te hizo tan «bosedo»? ¿Ah? Ni «padeces hedmano» de la Doña Athena —remarcó ofendido.

Al otro se le llenaron las mejillas de sangre, los ojos parecían a punto de incinerar al pequeño. Rechinó los dientes y gruñó.

—¿Acaso me estás insultando cuando tengo el poder de conseguir el Misopethamenos para sanar a tu tío Kardia quien, como una irónica broma de las Moiras, está enfermo del corazón?

—Ah, «pos» es que si no «quiedes» que te insulte, ¡«despeta» y no seas «bosedo»! —aseveró aleteando la única alita disponible, la que no sujetaba el celular.

—Duh...

Esa última expresión atrajo las miradas de los dos varones sobre la única mujer que sonreía con una oscura diversión.

     »Apolo, te estás poniendo al tú por tú con un nene. ¿Cuántos años tienes, Krest?

—«Achí» —comentó mostrando tres deditos.

La diosa soltó la carcajada y el dios rumió entre dientes. Frente a él y detrás del celular, Barão le volvió a mostrar el dedo pulgar alzado. Krest entendió que hacía las cosas bien.

—<Si al menos me lo pidiera en griego> —renegó Apolo hablando en ese idioma sabiendo que su hermana lo entendería y Krest no—. <Tendría sentido esta súplica a nosotros, los dioses> —aseveró con burla y mirándose las uñas.

—<Por favor, dios Apolo, déle el Misopethamenos a mi tío «Kaldia»>.

Los dos adultos se quedaron blancos y boquiabiertos.

¡Krest les había hablado en griego!

—¿Cómo hablas tan bien nuestro idioma, niño? —quiso saber Apolo.

—Mi tío «Kaldia» me enseña cuando vamos a la «epuelita» con mi «plima» Sashy y tengo un «maestlo pu'que» mi tío es «gliego». ¡Me gusta mucho! —gorjeó feliz.

Eso pareció poner de buenas a ambos dioses porque se sonrieron. Incluso, Apolo mostró los dientes. Aprovechando el viento a favor, nuestro Patito se lanzó de lleno.

     »Yo «plometo» decir lo del Misopethamenos y «haced» lo que me diga aunque la Doña Athena me «degañe pod ayudadlo, pu'que» sigue enojada contigo.

—¿Tú cómo sabes que Athena está enojada conmigo? —reclamó ofendido.

El niño rodó los ojitos dentro de sus cuencas.

—«Pu'que» usted «chemple» la lastima haciendo «suflil» a quienes la «plotegen», ¡duh!

Era lógico, demasiado lógico. ¡En Saint Seiya lo mostraban! Apolo se ensañaba con Seiya y también, con los Santos Dorados.

Por primera vez, Apolo se restregó el rostro frustrado y Krest pudo jurar que apareció una sombra de culpabilidad en sus facciones.

—No puedes negarlo, hermano, tiene sus recursos. A finales de cuentas, es hijo de Camus Roux. ¿Lo recuerdas?

—¿Ese Camus Roux?

—«Chi», no hay «otlo» Camus Doux —aseveró el pequeñito con ímpetu.

El dios levantó una ceja y mantuvo silencio analizando la situación mientras Artemisa sonreía jocosa presenciando su pelea interna.

—Bien, Krest Roux. Empezamos con el pie izquierdo —concedió el dios acariciándose la mejilla.

»Para subsanar esa deficiencia, me haré cargo de que el mejor especialista del mundo en cardiología revise a tu tío y si es un paciente adecuado para el procedimiento, se le aplicará el Misopethamenos. ¿Está bien?

El niño tragó saliva y se limpió las lágrimas con su manita libre. Asintió mucho con su cabeza emocionado.

—¡«Chi»! Y yo le «pagadé» cuando nos veamos.

Apolo asintió haciendo anotaciones en una libreta.

—De acuerdo, iré a París la próxima semana. Hablaré con tu padre y nos pondremos de acuerdo para que nos conozcamos. ¿Está bien?

—«Chi», dios Apolo.

—Hospital Saint George. ¿Entendí bien?

—«Chi».

—De acuerdo, nos vemos. Adiós, hermana.

—Adiós, hermano y gracias. Estoy segura de que Athena valorará este esfuerzo.

—Sí, sí —rumió malhumorado.

El dios desapareció y ella sonrió dominando la pantalla.

—Ahora deberás hablar con tu padre, la próxima semana irá mi hermano y querrá conocerte. Te recomiendo paciencia porque es un poco exasperante.

—«Chi», diosa «Atemisha» —aceptó la consigna con solemnidad.

—Cuídate entonces y... no le digas a Barão y mucho menos a mi hermana Athena sobre esta conversación. ¿Está bien?

—Eh... eh...

Sus ojitos se encontraron con Barão y éste volvió a mostrarle el pulgar. Krest entendió el mensaje y asintió.

     »¡Chi!

—Bien, adiós, Krest.

—Adiós, diosa «Atemisha».

El teléfono terminó la comunicación y el pequeño tragó saliva con las emociones en el pecho revoloteando como una parvada de patos.

—¿Escuchaste? ¡Mi tío se «pondlá» bien, «Badão»! —celebró agitando los bracitos.

—Sí, lo escuché. Lograste conseguir el Misopethamenos para Kardia.

—¡«Chi»! —jadeó feliz abrazando al carioca entre lágrimas de felicidad.

Fue levantado en el aire muchos metros, como mil, por el grandulón.

—Sólo hazme un favor, Krest.

—Dime —concedió porque de la alegría, haría cualquier cosa.

—No digas quién los ayudó hasta que tu tío se recupere o hasta que Apolo lo diga.

—Mmmhhh... —pensó pensativamente—. «Ta'» bien «pu'que» un Paballedo nunca «plesume» de sus buenos actos.

El carioca sonrió enamorado del pequeño.

—Eres un niño tan bello.

—Lo soy —dijo convencido de ello—. «Ahoda» ven. Te ganaste darme un beso.

Barão lo sujetó y en vez de uno, le dio muchísimos, como 14. Krest reía eufórico. ¡Había conseguido el Misopethamenos! El tío Kardia mejoraría.

¡Y sin traicionar a La Doña, ni iniciar una Guerra Santa!

Misión importantiosa: ¡cumplida!



En otro lugar del mundo.


El doctor terminó su disertación y al salir del aula revisó el celular con intriga. Se dirigió con paso raudo a su despacho y se encontró con su colega, un hombre de cabellos pelirrojos entrado en años.

—¿Todo bien, doctor?

—No, mi mecenas necesita comunicarse conmigo —susurró dirigiéndose a su escritorio—. ¿Puede hacerse cargo de la siguiente clase en lo que investigo, por favor?

—Sí, doctor.

Mientras su colega avanzaba para cumplir sus labores, el doctor mandó un mensaje y aguardó la respuesta mientras revisaba unos expedientes.

Al poco, la videollamada inició. La respondió en el acto.

—Señor Apolo, buenas tardes.

El interpelado sonrió sentado en lo que parecía ser su sala de estar y por el ángulo de visión, la llamada se conectaba a través de la computadora.

—Albafica, ¿cómo has estado?

—Muy bien, gracias. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—Eso parece ¿no es así? —dijo el hombre jugueteando con una libreta—. Que sólo te llamo cuando necesito pedirte algo.

—No se preocupe, en su oportunidad sentía lo mismo. Al menos ahora puedo retribuir la ayuda que nos brindaron su hermana y usted durante mi tratamiento y después, en mi formación universitaria.

El griego revisó parte de la información contenida en su libreta.

—Necesito que acudas lo más pronto posible al hospital Saint George de París y auscultes a Kardia... —se detuvo mientras buscaba el apellido.

Albafica levantó una ceja sorprendido porque ese nombre volviera a su vida con tan sólo unos días de diferencia.

—¿Kardia Scorpio?

—¿Lo conoces?

—Un colega de ese hospital me mandó su expediente —susurró tomando la tablet y revisando sus mails.

—¿Es un caso perdido?

—No, al contrario. Es un magnífico candidato para el procedimiento.

—¿Cuál es el conflicto entonces?

Albafica vislumbró su futuro. Sería necesaria una frase y obtendría cualquier cosa gracias a Apolo. Sin embargo, le inquietaba abusar de ese poder.

—Acabo de iniciar el ciclo escolar y dudo que la Universidad me permita ausentarme para acudir a París por más que el motivo sea un enfermo. Conoce al Rector y su política.

—Y tú me conoces... —dejó entrever Apolo su intención—. Hablaré con ese insolente y mientras tanto, prepara tus cosas. Necesito que viajes a París de inmediato. Te conseguiré el vuelo y un auto te esperará en el aeropuerto. Pídele a tu colega que te acompañe, por favor.

—¿Quién se hará cargo de mis clases?

—La única mujer que puede y tiene la obligación de hacerlo.

Intuyó la respuesta y por mero placer morboso, presionó para escucharla.

—¿Y quién podría ser?

—Artemisa, le llamaré para informarle.

—Por favor, señor Apolo, permítame hacerlo. De esa forma, coordinaremos agendas y el temario a impartir.

—De acuerdo, tendré todo listo.

—Gracias, señor Apolo.

Finiquitada la conversación, Albafica repasó el expediente de Scorpio, incluyendo las pruebas de sangre y las cardiológicas. Asegurado de la viabilidad, inició la videollamada.

—Hola, Albafica —saludó la mujer tras la pantalla—, supongo que mi hermano activó la maquinaria.

—Hola, Artemisa —saludó con una sonrisa ladeada—. Lo conocemos bien, le gusta ser el protagonista. Sin embargo, dime ¿a qué se debe esta impaciencia?

—Recibió una solicitud imposible de ignorar.

—Ya veo, ¿de su actual pareja?

—No. Sonará a chiste, pero es del hijo de un amigo de mi hermana Athena.

—El interés tiene pies —comentó conociendo de antemano la historia entre ellos.

—Algo así. Apolo sabe bien que esta jugada le pondrá en un sitio privilegiado e imposible de ignorar para Athena y puede que después de esto, por fin limen asperezas.

En otro momento, este peso sobre sus hombros le hubiera estresado. Sin embargo, el expediente clínico del paciente auguraba un resultado contundente.

—¿Cuándo llegas, Artemisa?

—Estoy en camino.

—Interesante —susurró acomodando sus ideas—. Hablaré con mi colega en el Saint George y le diré de mi pronta llegada a París para que inicie los preparativos.

     »De cualquier forma, haremos de nuevo los estudios. Odiaría sorprenderme con una eventualidad ignorada por las prisas, más si el paciente es tan importante para la relación de Athena con Apolo.

—Digamos que esta llamada fue como un regalo de los dioses, aunque desconozco a quién dispensan sus favores. Si al paciente o a mi hermano. ¿Necesitas algo de mí?

—Ocúpate de mis clases, te mandaré el temario por mail. ¿Necesitas algo de mí? —devolvió la misma pregunta con una sonrisa satisfecha.

—Haz lo tuyo, Albafica. Me apoyaré en tu ayudante y cuida de ese hombre como si fuera tu jardín de rosas.

—Así será, Artemisa. Así será.

Tras terminar la llamada, Albafica se hizo cargo del resto de sus clases, avisó a su ayudante de los cambios y la venida de Artemisa, poniéndose de acuerdo en el temario.

Al llegar a su hogar, se dirigió raudo a su jardín de flores. Analizó la última muestra recién plantada y le dispensó cuidados. Donde puso mayor hincapié en su atención, fue en las florecientes rosas rojo carmesí de las cuales extrajo algunos pétalos y polen.

Los depositó en un tubo con tres gotas de su sangre. Lo insertó en la maquinaria aguardando el destilado mientras realizaba algunos cálculos, basándose en la masa corporal y altura de su nuevo paciente, para preparar las dosis correctas.

Las Rosas Demoníacas eran el secreto del Misopethamenos y lo que le ganó el reconocimiento en cardiología a nivel mundial. La sustancia activa, que él denominaba icor, era altamente venenosa para el ser humano, pero tras una sintetización adecuada, se convertía en una cura infalible de enfermedades degenerativas.

El mito decía que sus rosas habían sido bañadas con el icor, es decir, la sangre de un dios y por ello, eran venenosas al contacto de la sangre humana.

—Mitos y leyendas, el mundo está lleno de ellas —musitó tomando los viales necesarios para el tratamiento—, aunque esta vez, te concederán el mayor regalo del mundo, Kardia Scorpio. Espero tengas el temple de agradecer tu salud de la forma correcta.


¡Hola, mis Paballed@s!

Dicen que hoy es el cumpleaños de Kardia. Algunos dicen que es el 30, otros que es antes, el punto es que me apuré para sacar este capítulo porque viene como anillo al dedo.

¿Qué mejor forma de celebrar el cumpleaños de Kardia que con la fórmula para curarlo?

Espero te haya gustado y después lo verás reflejado en Propuesta Indecente.

Por cierto, si todo sale bien y los planetas se alínean... ¡celebraremos por allá el cumpleaños de Milo!

Así que pon mucha atención para el 8 de noviembre porque ¡habrá capítulo!

Besos y ¡feliz cumpleaños, Kardia!

Pd. Agradecimientos de imagen a su creador.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro