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11. Un día ¿hoddodoso?


La mañana del martes fue soleada y radiante. Krest llegó a la escuelita y se despidió del tío Dégel y de la prima Sasha con un beso y ademán de mano. Con su mochilita en la espalda, caminó meditabundo a su salón.

¿Cuál era el motivo para tanta pensadera? El nuevo integrante de la familia...

El -inserte aquí una trompetilla irrespetuosa e hiper grosera- novio de Papá.

Milo...

Ese tipo era... era... A... A... ¡Arrgggh!

"Atrevido, bobo y «hodible», muy «hodible»" pensó malhumorado y pisando tan fuerte, que bien podría dejar grietas en el piso.

La meditación profunda se interrumpió al llegar a la puerta del aula y toparse con otro problema. Sí, otro.

Imitando los acontecimientos durante la batalla de Hades y las conductas de las duplas del viejo Patriarca y el Maestro de los Cinco Picos o bien, de sus Paballedos favoritos: Escorpio y Acuario, el día anterior, alguien sufrió una transformación «hoddodosa».

De "viejo" amigo, camarada de armas y confidente, Kiki se tornó en El Acérrimo Rival o el Matón Personal de Krest y esta mañana, el némesis platicaba con otro atrevido, bobo y «hodible» como Milo, pero que respondía al nombre de "Jabú".

En la vida de todo Paballedo habían días difíciles o «feosos». Algunos más vigorosos, otros desabridos y poquísimos se llevaban el premio gordo del «hoddod» como éste.

Y la jornada apenas empezaba.

El Patito se preguntó ¿ahora qué hizo para merecer tal suplicio? ¿Acaso doña Athena lo castigaba por no comerse los arbolitos? ¿Habría notado la Doña el pacto con la diosa bonita de las flores? ¿Le habrían ido con el chisme de su encuentro con Fenrir?

Aún así... ¡no era justo! ¿Por qué debía sufrir él por tantos problemas?

¿Acaso la Doña no tenía a otro Paballedo a quién hacerle la vida difícil?

Un gruñido de oso polar emanó de la garganta del pequeño denotando el nivel de ofensa por la afrenta. ¡Se la cobraría a la Doña! Un día de estos, le daría de comer arbolitos para que se le quite lo abusiva.

Para colmo de males, en cuanto Krest puso los pies en el salón, Kiki abrazó al caballo con cuerno, tal y como antes hacía con él.

Nuestro Patito apretó las mandíbulas malhumorado y se decidió a arreglar su día de alguna forma. ¡Él no sufriría tales afrentas! Que no, que no.

Con miles de ideas revoloteando en su mente, toqueteó el colgante que el señor Frey le regalara ayer. De seguro encontraría una salida a sus tribulaciones y si no...

¡Siempre podría pedirle a Fenrir que mordiera a ese par de tontos! Jum.

Con el arte de la parsimonia impregnada en la piel, gracias a las enseñanzas de Papá, el niño dejó su mochila en su sitio, se desprendió de su abrigo y lo acomodó en su ganchito con pulcritud.

O lo intentó, pues la motricidad fina le jugó chueco y la prenda se le cayó. Se tragó el bochorno y esta vez, se tomó su tiempo para levantarla y reiniciar la estrategia.

Un par de minutos después sonrió satisfecho con el resultado: le quedó bonita.

¡Papá estaría orgulloso de él!

Después, pensó y pensó en las posibilidades. Optó por la más fácil. Total, se la enseñó tío Dégel y funcionaba a las mil maravillas con tío Kardia. ¿Por qué no habría de resultar con ese remedo de borrego, si a comparación, tío Kardia era un hueso duro de roer?

Se acomodó en su pupitre, se desprendió del colgante del señor Frey y lo perfiló siguiendo las líneas, maravillándose con su diseño.

Su artimaña funcionó, Kiki pronto imitó a una jirafa. Estiraba el cuello en el intento de distinguir el objeto que Krest custodiaba.

Marcador: Krest 1, Kiki 0.

El Paballedo del Patito mantuvo la seriedad. Era importante, según palabras de tío Dégel, fingir inditere... dindife... indifetenre... ash, esa cosa de no hacerle caso a los otros, como la Doña cuando fingía que Pegaso no le importaba frente a los otros dioses.

En su mente, buscó algo para distraerse y las estrofas de una canción le recordaron los días bonitos en el campamento al que le mandó Papá días antes de entrar a la escuelita. Lo que más le gustó a Krest, fue el grupo de canto y danza. Incluso, en la presentación final, el Patito se lució con sus pasos de baile.

—«Kest, Kest», ¿qué haces?

El aludido fijó sus ojitos en la niña Amaranta. Le sonrió admirando lo linda que lucía hoy, con sus dos colitas adornadas con moñitos y su carita plagada de curiosidad.

—Pues... canto.

—¿Tú cantas? —boqueó sorprendida.

—¡Claro! Tengo un «mayestlo» de canto, duh —respondió rodando los ojos dentro de sus cuencas.

Ella frunció sus labios y arqueó una ceja desconfiada. El Paballedo le correspondió con un gesto torvo.

—A ver, ¡canta!

Uh, eso no se lo esperó. ¿Qué cantaría? De reojo, un movimiento llamó su atención. Un borreguito parecía muy molesto y Krest se preguntó el por qué.

Decidió seguir el consejo de tío Dégel: "pase lo que pase, ignóralo".

—Está bien.

Se puso en pie y se colocó en el espacio frente al salón. Recordó la puesta en escena del campamento y la consideró perfecta para esta ocasión. Aspiró fuerte y empezó con voz dulce y afinada.

»♫ The Sun goes down, the Stars come out, and all that counts is here and now. My universe, will never be the same, I'm glad you came ♫.

Ahí empezaron los pasos de baile y el tarareo de la música que sonaba en su cabeza. Nuestro Paballedo los tenía bien aprendidos y, plagados de simplicidad, le hicieron brillar. Su sonrisa y carisma incrementaron su magnetismo.

»♫ You cast a spell on me, spell on me. You hit me like the sky fell on me, fell on me. And I decided you look well on me, well on me. So let's go somewhere no-one else can see, you and me ♫.

La niña Amaranta se entusiasmó y bailó al compás de su voz. No lo hacía mal e imitaba varios pasos del Patito con buen tino. Ambos rieron, disfrutando de ello y Krest cantó las siguientes estrofas.

»♫ Turn the lights out now. Now I'll take you by the hand. Hand you another «dink. Dink» it if you can. Can you spend a little time. Time is slipping away. Away «flom» us so stay. Stay with me I can make. Make you glad you came ♫".

Fernanda apareció en el salón y, ni tarda ni perezosa, se unió pronto a la algarabía. No fue la única. Lo que empezó como una muestra de canto, se convirtió en una fiesta donde los nenes recién llegados bailaban y reían a carcajadas.

Excepto Kiki y Jabú.

Ellos miraban la escena con disgusto y nuestro Patito celebró en su interior, al darse cuenta de ello.

Marcador: Krest 2, Kiki 0.

¡«Otla» vez, «Kest»! ¡Cántala «otla» vez! —pidió al final Fernanda, entre palmas.

¡Yo no entiendo qué dice la canción! —puchereó Amaranta.

¡Yo te digo! —se ofreció el Patito y se concentró pensando en la letra y traduciéndola—. Dice... "El Sol se pone, salen las «estlellas» y todo lo que cuenta es aquí y ahora. Mi universo nunca será el mismo, me «alegla» que hayas venido".

—¿Te «alegla» que haya venido? —se alborotó Amaranta todita, todita.

El Patito abrió la boca para negarse y un ser malvado y feo, le incitó a voltear hacia Kiki. Éste tenía la cara roja de coraje y apretaba los puñitos. Krest entendió a qué se refería tío Dégel al decir: "sabrás cuándo es el momento en que le hiciste comer brócoli".

Muahahahaha.

—¡Sí, me «alegla» que hayas venido!

Era verdad. A él le alegró su llegada, pues lo distrajo de la parejita de Kiki y Jabú.

¿Y qué más dice? —se interesó Fernanda.

Dice... "Me lanzas un hechizo, me hechizaste. Me golpeaste como si el cielo cayera «soble» mí, «soble» mí y decidí que te ves bien conmigo, bien conmigo. Así que vayamos a un lugar que nadie más pueda ver, tú y yo".

Algo raro pasó con la niña Amaranta. Parecía más un pececito recién salido del agua, como uno que vio en el campamento. Abría y cerraba la boca. Krest se rascó la nuca confundido y optó por seguir traduciendo.

»"Apaga las luces ahora, ahora te llevaré de la mano, te doy «otla» bebida, bebe si puedes, ¿puedes pasar un poco de tiempo? El tiempo se está agotando lejos de «nosotlos», así que quédate. Quédate conmigo, puedo hacer que te «alegles» por haber venido".

—¡Qué bonita! ¡Cántala de nuevo, «Klest»! —pidió la niña Fernanda.

—Bueno.

Se preparó y al abrir la boca, la niña Amaranta se la tapó con su manita.

—¡No, ya no va a cantarle a nadie! Vayan todos a sus lugares. ¡Es hora de empezar a estudiar!

Ella señaló la puerta. Afuera hablaba el profesor Lugonis con otra maestra. Los niños, al saber acabado su tiempo de esparcimiento, se apresuraron a ocupar su lugar tras los pupitres. Krest se quedó sin palabras al encontrarse a la niña Amaranta al lado suyo, compartiendo el espacio de trabajo.

»Ya que Kiki se fue... estaré contigo.

Krest la miró rojita, rojita de las mejillas. ¿Estaría enfermosa? ¿Sería contagioso? Se preocupó y una idea maliciosa se plantó en su mente.

Si llegaba a enfermarse, estaría tooodo el día con Papá.

Se sonrió pletórico de felicidad.

—¡Sí! Me «alegla» que estemos juntos.

Incluso, se acercó más a ella, deseando que sus bichitos se unieran pronto, prontito a él y caer muerto de bichos.

Por lógica, compartió con Amaranta las actividades. Aunque era complicado hacer equipo con ella. Era muy mandona y enfurruñaba a Krest de vez en vez. A él también le gustaba dar órdenes y ella se negaba a obedecerlas. Incluso, ¡ponía al Patito a hacer las cosas que él mismo pedía!

El malhumor se incrementaba a niveles insospechados en el niño.

La campana del recreo salvó a la niña Amaranta de un Polvo de Diamantes. Para ese momento, el azabache la tenía atravesada entre ceja, madre y oreja, como decía tío Kardia.

Ya ni siquiera quería enfermarse.

Fue a por su lonchera y salió rápido del salón, evitando que a la otra se le ocurriera seguirlo.

Necesitaba... aire. Mucho aire.

Buscó un lugar para acomodarse y lo divisó bajo un árbol. El de siempre. El que antes compartía con Kiki. Sonrió nostálgico y al acercarse, se le adelantaron a la carrera Kiki y Jabú. Ese par de...

Rechinó los dientes con fuerza. ¿Cómo se le ocurría a Kiki llevar al caballo con cuerno a su lugar favorito? ¡Era el colmo de la... de la...! ¿Cómo decía Papá cuando tío Kardia hacía una de las suyas? "Tontería" no, "salvajada" tampoco... era el colmo de la... de la... "despachatontez"... no...

¡«Kest, Kest! Ven a comer conmigo.

Volteó a su derecha y a lo lejos, la niña Amaranta le hizo señas. Quiso decir que no, pero las risas de Kiki y Jabú le abrieron rápidamente el pico:

—¡Sí, ya voy, niña «Amadanta»!

¡Ja! Dos podían jugar al mismo juego.

Corrió fingiendo absoluta felicidad, incluso se rió más de la cuenta. De reojo, notó a Kiki aventar una piedra muy lejos, más molesto que de costumbre.

Marcador, Krest 3, Kiki 0.

Se acomodó con ella y sacó su comidita. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar salchichitas y tomatitos, así como un cestito con quesito. ¡Sus alimentos favoritos! Y además... ¡Papá le regaló dos de sus muy apreciadas crème brûlée!

¿Por qué? Eso era... raro.

—¡Waaaa, papi se lució hoy con el almuerzo! —dijo feliz a pesar de todo.

Quiso saltar de felicidad. Incluso, deseó llevarle uno de los postres a Kiki para que lo probara y... se acordó que el Borrego de pacotilla le dijo "feo" a Papá y mejor guardó los dos bowls muy incordiado. Se los comería solito aunque le hicieran daño.

Pinchó la primera salchicha con su tenedor y la llevó a su boca con rapidez.

—¡¿Vas a comerte eso?!

El grito de Amaranta le hizo saltar unos centímetros del piso. No supo cómo interpretar esa pregunta.

«C-chi»... —respondió mirando su comida.

¿Tendría algo malo? ¿Quizá alguna mancha? ¿Quizá mostaza? Iuuugh, mostaza.

—¡No, «Kest»! ¿Sabes lo mal que te hace a la panza? Además, ¿sabes de qué están hechas?

—N-no —dijo mirándolas con pánico.

Eso sonaba «hodible». ¡Papá no le pondría algo feoso! ¿Sería que él tampoco se enteró?

—Come esto —ordenó la otra.

Le puso enfrente un bowl con...

—¡¿«Adbolitos»?!

Casi le dio el patatús.

—Sí, es lo que debes comer —aleccionó con tono marcial—. Así que «able» la boca y di "aaah".

Krest vio acercarse esa cosa verde, con tronquito y ramitas a su boquita y... y...

—¡Me... me... me duele la panza, iré a la «enfedmosa»! —gritó sacudiendo las alitas, que diga, las manitas.

—¿«Enfedmosa»? —cuestionó la otra con la cabeza ladeada.

—¡«Chi»!

Agarró todas sus cosas y salió por patas de ahí.

¡Ni loco comería arbolitos de a gratis!

No y no. Suficiente tenía con los de Papá. Además, Papá no le pondría nada malo a su comida y Krest se comería las salchichas. Que sí, que sí.

Ni se fijó por dónde iba, al girar a la derecha, alguien le chocó y le hizo caer al piso estropeándose el culito de pato. El azabache levantó el rostro dispuesto a morder al atrevido y se encontró con...

—¡Kiki! —aulló ofendido y se puso en pie—. ¿«Pu'» qué no miras a dónde vas? ¡Me tiraste!

El muviano se levantó y sacudió sus ropas sin mayores aspavientos. Su mirada despectiva recorrió a Krest de pies a cabeza. El Patito quiso darle un buen zape.

—Pues te lo mereces por tonto —le mostró la lengua.

—¡¿Cómo dices que dijiste?!

Kiki puso la cara más malosa de su repertorio. Krest lo encaró furioso.

—¡Lo que oíste! Aparte de sapo, tonto —sacó a relucir sus insultos.

—¡Ya sacaste boleto!

Dejó caer la lonchera al piso y extendió las manos hacia el cuello del futuro Espectro de Hades... ¡Porque lo mataría o dejaría de llamarse...!

—Niños, no se estarán peleando, ¿verdad?

Ambos críos saltaron cual gatos sorprendidos por un ruido y dirigieron la mirada al profesor Lugonis. Éste se acercaba a ellos con paso decidido. El borrego y el pato intercambiaron miradas llenas de disgusto y se dieron la espalda.

—¡«Nu», yo tengo cosas más «importantiosas» que Kiki!

El borrego rechinó los dientes. Volteó hacia la cabeza azabache y resopló.

—Y yo no hablo con sapos.

Krest apretó las quijadas y tuvo el impulso de sacarle la lana de relleno de una vez y por todas. La presencia de Lugonis le hizo claudicar y, con paso duro, se alejó de ahí. No sin antes levantar su lonchera.

—¡Todos los «bodegos» son iguales! ¡Todos se «cleen» importantiosos sólo «pu'que adeglan admadudas»! Son feos «toyos, toyos, toyooos».

El Patito tomó asiento cerca del salón, en el piso aunque a Papá le diera el patatús si lo viera. Se recargó contra la pared y abrió su lonchera. La comida le supo a cartón y optó por dejarla a la mitad.

¡Era injusto! ¡Eran sus alimentos favoritos! ¿Por qué Kiki le arruinaba su rico almuerzo?

Las dos crème brûlée seguían ahí, esperando, expectantes y el Patito se prometió comérselas con Papá. Al menos él lo amaba, no como ese borrego de... de... ¡arrghhh!

Con frustración, se quitó la lagrimita díscola. Le dolía este maltrato de Kiki. De seguir así las cosas, se prometió pedirle a Papá que lo cambiara de escuelita.



El día continuó sin mayores inconvenientes y un Krest sumido en piloto automático, se concentró en hacer las labores con tedio, dejando el peso de las decisiones a la niña Amaranta.

Una hora después, el agotamiento se ensañó con él. Los bostezos se sucedían uno tras otro. Ni la expectativa de la sorpresa prometida por el profesor Lugonis le hizo emocionarse. Veía al frente con desgana y la cabeza apoyada en su puño.

—Niños —llamó la atención el profesor—, me llaman en Dirección. Por favor, compórtense y cuando vuelva, les daré su sorpresa.

Los nenes hicieron lo que todo infante: dijeron que sí y en cuanto el mayor desapareció por la puerta, las voces subieron de intensidad. Muchos vagaron por el salón intercambiando lugares o buscando algo interesante por hacer.

Krest suspiró derritiéndose sobre el pupitre y a su lado, la niña Amaranta frunció el entrecejo.

—Deberías ir a hablar con él.

—¿Ah?

Su compañera le dedicó una mirada altiva. Una que le recordó a su prima Sasha cuando quería presumir de inteligente.

—Estás así desde que Kiki y tú pelearon. Si tan «impotante» es para ti, ve y habla con él.

Krest volteó hacia donde el borrego seguía platicando con el caballo con cuerno. Parecían los mejores amigos. Puso una cara de puchero y encogió los hombros fingiendo indi... dindicheren... inferen... ash, esa palabra fea.

«Ustedes los niños son muy tontos.

—¡Mi papá no me hizo tonto! —gruñó aleteando.

—Claro que sí, porque si tanto te molesta que Kiki esté con Jabú, irías y hablarías con él.

El azabache puchereó de nuevo.

—Él no «quiede» hablar conmigo. Está con su amigote... —mostró sus dientitos de puro coraje.

—Pues quítalo de ahí —propuso muy tranquila—. «Kest», deja de ser un cobarde.

—¡¿Cómo dices que dijiste?!

Él nunca le pegaría a una niña, pero éstas eran palabras mayores. Apretó los puñitos.

—¡Cobarde!

Tanta fuerza puesta en esa palabra lo puso en guardia y sacó de él todo el malhumor acumulado. Le sobrevino la ira y ésta fue poderosísima.

—¡Ya verás que no soy «pobalde»!

Chasqueó la lengua y se puso en pie muy digno. Se apretó los deditos, imitando a tío Kardia cuando se tronaba los nudillos antes de ir a la pelea y avanzó con el paso de un Paballedo.

En estos casos, querido lector, uno jamás iba con cara de buenos amigos, no, no.

Uno preparaba su talante más serio y malhumorado con el fin de infundir el miedo. Éste era un consejo sacado de la experiencia de tío Kardia y nuestro Patito lo seguía con mucha seriedad.

—Kiki, ven, debemos hablar.

—No, no «quiedo» —respondió el otro irreverente.

La rebeldía podía comprenderla, pero ese brazo alrededor de los hombros de Jabú y la cabeza castaña del muviano recargada en el otro...

No.

¡No, no! ¿Por qué debía permitir semejante tocada de narices?

—Bueno, que conste que te lo dije...

—¿Me amenazas?

—No, te aviso —recordó decirle, siguiendo el segundo consejo de tío Kardia.

—Pues no te tengo miedo —afirmó el muviano zapateando el piso.

—Pues ya «tá», sacaste boleto —repitió las palabras de tío Kardia.

Krest levantó los puños de su camisita mientras su amiguito cerraba las manos. Jabú torció el gesto con disgusto, pero ni siquiera esa expresión le hizo cambiar al azabache de parecer. El Paballedo hizo lo que todo Paballedo debía hacer: impartir justicia.

Agarró a Kiki de la ropa, lo jaló hacia él y...

Le plantó un beso bien puesto en la boca.

¡Como tío Kardia a tío Dégel cuando se ponía irre... revero... irreverton... ash, esa palabra que usaban para decir que el otro le tocaba las narices a uno.

Kiki primero se puso blanco papel y a continuación, enrojeció de pies a cabeza. Krest hizo boca de pato y colocó las manos en su cintura echando atrás los hombros para "crecer" más grande. A su lado, Jabú boqueaba y no era el único.

Algunos curiosos y metiches, motivados por el morbo de ver al dúo dinámico peleando otra vez, fueron testigos de tal acontecimiento y continuaban callados.

Ya «tá» —repitió con fogosidad el Patito—. ¡Vuelve a «abachar» a Jabú y te toca «otlo»!

Esa era la idea generalizada del remate de los pleitos de tío Kardia, pero por algún extraño motivo, la sensación en los labios de Krest era rara. Muy rara.

Kiki tragó saliva mirando sus pies y, por primera vez en su intempestiva vida, guardó silencio. Sólo atinó a asentir con la cabeza. Krest saboreó la victoria.

Krest 4, Kiki 0.

Ganó por paliza.

»Bueno, ahora... tú vete a tu lugar, Jabú, «pu'que» Kiki y yo tenemos que hablar.

—¡Yo no me voy a...!

—¿Tú también «quiedes» uno? —amenazó furibundo.

En cualquier otro momento, eso tendría sentido. Eran las mismas palabras que le dedicaba su tío Kardia a un entrometido y a continuación, venía un puñetazo. Incluso, Krest movió su puñito en círculos. Sin embargo...

—¡Ah, no! Esos son míos —reclamó el aprendiz de Aries indignado—. ¡Conmigo y nadie más! ¿Entendiste? —gruñó.

Y para hacer más marcada la amenaza, Kiki agarró la carita de nuestro Paballedo y la puso frente a la suya. Ojos con ojos, narices con narices, alientos con alientos.

Uh, Kiki olía a duraznos...

¡Qué rico!

»¿Entendiste? —exigió su respuesta haciendo gestitos furibundos.

—Ah, pos sí —dijo y se rascó la nuca—. Sí, entendí.

—«Pos» ya «tá».

El borreguito, bien quitado de la pena, le soltó la carita.

—«Pos» sí.

—«Pos» sí.

Hasta entonces, el lento de Jabú comprendió la dinámica y echó chispas por los ojos.

—¿Entonces no eres mi amigo, Kiki?

Había mucha decepción en la mirada del caballo cornudo. El azabache intercambió miradas con Kiki y se atrevió a intervenir.

—Lo es —afirmó—, pero hoy, ya estuviste mucho tiempo con Kiki. Me toca a mí. Tú vete a hacer lo que los «paballos cuenudos» hacen.

—¿Ah? ¿Y qué es eso?

—¡Y yo qué voy a saber! —aleteó el niño—. Soy patito, no «paballo».



—¿Se portaron bien, niños?

La pregunta de Lugonis interrumpió la plática de los chiquillos. Krest puso cara de disgusto y Kiki sonrió pícaro porque así, se evitaba escuchar los reclamos del Patito.

Y eran muchos, muchísimos.

—Yo sí, pero «Kest» le dio a Kiki un... —acusó el metiche de Jabú.

—¡Cállate o te doy «otlo» —bramó el Patito.

—¡Que no, que no, ya te dije que son míos! —aclaró Kiki.

—¡Tú me das uno y yo te parto la cabeza! —sentenció Jabú.

—¡Sacaste boleto, «paballo cuenudo»!

Lugonis captó el momento en que la situación se salió de control. Con una rapidez sacada de la velocidad de la luz, concluyó que Krest no le pegó a Kiki porque de ser así, no estarían juntos. Por ello, hizo uso de su experiencia para desviar el cauce de la avalancha, antes de que hubiera daños.

—¡¿Escucharon eso, niños?!

La pregunta funcionó de anzuelo. Los pequeños, curiosos por naturaleza, callaron y pararon la oreja. Krest y Kiki se concentraron en extender sus sentidos y captar lo que escuchaba Lugonis.

—¡Sí, sí! —gritó Fernanda—. ¡Suena, lo escucho sonar!

—¡También yo! —señaló Kiki emocionado.

—¿En dónde lo oyen?

—Eh... yo... —susurró Krest entrecerrando los ojos frustrado.

En un momento lo encontró, pero entre tantas vocecitas, se le escapó.

—Guarden silencio y sigan el sonido —ordenó Lugonis.

Los nenes obedecieron y en cuanto volvió a escucharse, algunos se movieron dependiendo de su cercanía con el sonido. Otros, aunque no lo oían, siguieron a los primeros con el afán de no quedarse atrás.

La primera en llegar fue Fernanda y tras ella, Kiki. Ambos apuntaron el mueble donde Lugonis guardaba el material didáctico.

—¡Aquí se oye, «maestlo»! —aseguró la niña.

—Vamos a ver.

El adulto abrió el mueble y todos fueron testigos del movimiento vibratorio de una caja azul. Algunos niños dieron un saltito de sorpresa, otros se atemorizaron ante la expectativa de lo que había dentro.

—¡Es una «data»! —chilló la niña Amaranta.

—No, no es una rata —aseguró Lugonis.

Krest le tomó la mano a Kiki y se acercó. Fueron de los pocos que formaron la primera línea.

»¿Quién quiere ver qué hay dentro, niños?

Impulsados por un resorte, nuestra pareja favorita dio un par de pasos. Se miraron de reojo y sonrieron cómplices.

»¡Bien! Kiki y Krest lo harán. Los demás, aguarden atrás.

Con cuidado, los niños sujetaron la caja y al quitar la tapa, ésta vibró.

Ambos gritaron del susto y el sobresalto les hizo tirar la caja. De su interior, varios paquetes de dulces salieron y se desperdigaron por el suelo junto con un aparato circular. Este dispositivo rápidamente fue tomado por el profesor.

»¡Encontraron la sorpresa, niños! —celebró Lugonis—. Esos dulces se llaman Skittles y nos dicen que es hora de saborear algo rico. Así que, mientras comemos, ellos nos regalarán... ¡un arcoiris!

—¿Cómo pueden hacer eso? ¡Es imposible! —renegó Jabú.

—Verás que no —aseveró Lugonis—. Todos tomen un paquete de dulces y vayan a sus lugares. ¡Todavía no se los coman!

Tras obedecer la orden, los pequeños recibieron un platito de plástico de color blanco.

Krest sonreía feliz.

—¡Me encantan estos dulces!

—Y a mí aseveró Kiki a su lado.

—Niños, abran sus paquetes y hagan un círculo de dulces, así.

La parejita siguió las instrucciones con mucho cuidado. Krest no pudo resistirse y se comió uno de los dulces. Aunque, al voltear, analizó con detalle el trabajo de Kiki.

—¿Te ayudo?

—No —sacudió la cabeza.

—¿Entonces «pu'qué nu» terminaste?

Kiki hizo un puchero.

—Me los acabé...

—¿Cómo? —dijo ladeando la cabeza.

El otro movió su paquete boca abajo y Krest notó, sorprendido, que ningún dulce salía volando.

—Me los acabé.

—Oh-oh.

El azabache miró el plato de Kiki, le faltaba la mitad del círculo.

»¿Y ahora?

—No sabo —respondió el borreguito encogiendo sus hombros.

—«Nu» se dice "no sabo", se dice "no sepo".

—No, se dice "no sabo".

—No sepo.

—No sa...

—¡«Kest», Kiki, dejen de pelearse! —gritó la niña Amaranta—. O los acusaré con la diosa Athena y les quitará sus «almadudas».

El Patito le dedicó una mirada mortal y fue correspondido por unos párpados a media asta.

»Dejen escuchar al «maestlo» —ordenó la mocosa.

—Ash.

—¡Te escuché, «Kest»! Le diré a Athena.

—¡Tú no hablas con la Doña!

—¿Estás seguro?

Las palabras no le hicieron dudar tanto, como su actitud de niña sabionda. El niño buscó apoyo en Kiki y le respondieron con una negación de cabeza. Krest se vio en aprietos y decidió tomar el ejemplo de tío Kardia cuando perdía con tío Dégel.

—¡Nomás «pu'que quiedo» ver el «acoidis»!

—¡Yo no puedo verlo, me los comí! —gimoteó Kiki.

—Ah, «cheto».

Krest pensó y pensó cómo ayudarle. Darle de los suyos sería imposible. Apenas y logró hacer todo el círculo. Al final, optó por descompletar el suyo y puso los dulces en el platito de Kiki.

—No, no, «Kest». Así no verás el «adcoidis».

—Que sí, que sí, «puque» lo «vedé pontigo» —aseguró con una sonrisa.

El borreguito tragó saliva y lo abrazó.

—«Ashas, Kest».

—Huy, cuánto amor por acá —dijo Lugonis feliz—. Me alegra verlos de nuevo como amigos.

—«Chi».

Krest sonrió y miró al profesor acomodando un par de dulces fuera de lugar.

—Y... Krest, ¿por qué no terminaste tu círculo?

—«Pu'que» no.

Lugonis arqueó una ceja y sus ojos inteligentes analizaron rápido los rostros del dúo dinámico y el plato de Krest.

—Entonces haremos algo diferente.

—¿Ah?

—Mira acá...

Los niños prestaron atención mientras el profesor hacía una figura con los dulces restantes. Arriba formó una línea con tres de color azul, a la derecha con tres rojos, abajo con tres verdes y a la izquierda con tres amarillos.

»Ahora, primero haremos el arcoiris de Kiki.

Vertió el agua en el centro del plato del muviano. Los niños abrieron la boca sorprendidos y Krest entendió por qué sus compañeritos se alborotaron antes. De poco en poco, los colores salían de los dulces.

—¡Es magia»! —gritó feliz.

Kiki asentía sorprendido.

—Mientras disfrutan de cómo se forma el arcoiris, iré con sus demás compañeritos —avisó Lugonis.

Los pequeños tuvieron las cabezas pegadas admirando la obra completa, hasta que los colores se unieron por el centro.

—Es magia —insistió Krest.

—¡Sí! —aplaudió Kiki—. «Glacias, Kest».

El azabache recibió un beso en su mejilla. La caricia le hizo enrojecer como nunca. Se dio cuenta de lo mucho que gustaban los besos de Kiki y de pronto, comprendió por qué Papá quería los de Milo.

Eran mejores que los Skittles.



—Écolgate —llamó el pequeño con ansiedad—. ¡Écolgate!

Había entrado a la habitación de sus hermanos para contentarse de una vez y por todas con Écarlate después de su pleito por la cajita. Sin embargo, éste permanecía sentado en la silla de su escritorio con la vista fija en un punto determinado, sin moverse o pestañear.

Tan quieto, que Krest temió por su vida.

¡Quizá había sido atacado por la técnica del falso Patriarca y ahora sufría las consecuencias de ello!

¿Su hermano se convertiría en un enemigo como Kiki ayer cuando le dijo sapo? ¡Oh, quizá por eso se pelearon ayer y Écarlate no le quiso enseñar su cajita! ¡Todo era parte del plan maestro del Patriarca traidor!

»Écolgate, ¡no me «plestes» tanta atención que me emociono! —repitió la frase épica de tío Kardia.

El pelirrojo parpadeó y se rascó la nuca. Krest respiró aliviado. ¡Gracias a él, su hermano escapó de la técnica del Patriarca!

—¿Ah? No te escuché, Bóreas.

—¿Te atacó el «Patlialca» o «tás enfermoso»?

—¿Ah? ¿De qué hablas?

—Pues que «tás dado».

—Yo... —musitó y acto seguido, rechinó los dientes mientras se tronaba los nudillos de la mano izquierda al estilo tío Kardia—, le enterraré una Aguja Escarlata al Hada de los Dientes.

Krest abrió los ojos gigantes.

—¡¿«Pu» qué?!

Écarlate mostró un gesto particular y su mirada se volvió torva. La pancita de Krest reaccionó encogiéndose y supo de inmediato cuán en serio hablaba su hermano.

—¡Le dejé un diente per-fec-to y me dejó una moneda! ¡Una moneda! —bramó iracundo.

—¿Una moneda? —repitió sin comprender del todo la implicación de tal hecho.

—¡Sí! —resopló sacando de su bolsillo el objeto redondo, dejándolo caer en el escritorio—. Mi diente estaba sano, sin caries y blanquito. ¡Lo cuidé como nunca! ¡Esa hada me lo malbarató! ¿Qué hago yo con una ridícula moneda?

Krest no supo qué responder mientras su hermano jugaba a hacer girar el dinero.

—Pues... —pensó y pensó—. ¿Nada?

—¡Exacto! —acordó golpeando el escritorio con el canto del puño—. ¡Nada! Y yo quería el dinero para comprar las entradas de la película de Saint Seiya.

—¿La peli de...?

Se le iluminaron los ojitos. ¡Él también quería ir a esa función!

—¡Sí! Iba a ser mi regalo de cumpleaños para Sis —gimoteó frustrado—. Ahora, tendré que esperar a que se me caigan otros cuatro dientes y aun quedándome chimuelo, ¡solamente tendré dinero para la entrada de Sis!

Krest hizo cuentas y arqueó una ceja.

—Si «quiedes», yo tengo más dientes —señaló su boca.

Écarlate detuvo sus quejas. Krest sonrió mostrando sus dientecitos.

—Mmmh... A ver, abre bien la boca.

El más pequeño obedeció.

—Hola, hijos —se escuchó una voz conocida—, ¿qué hacen?

—Écolgate y yo vemos cuántos dientes tenemos que «quitadnos» para «complal» los boletos para la peli de Saint Seiya, papá —informó muy feliz.

Papá frunció las bifurcadas cejas y al segundo, sacudió la cabeza.

—¡¿Que QUÉ?! —graznó porque seguía con la voz afectada por su accidente.

—¡Nos «quitademos»...!

—No, no —carraspeó para aclararse la garganta—, ¿por qué se van a quitar los dientes?

—¡PARA VER SI ASÍ LA DESGRACIADA DEL HADA NOS DA EL SUFICIENTE DINERO, PAPÁ!

El mayor, preocupado, desvió el rostro hacia su otro hijo.

—Explícame ¿cómo es que quitarte los dientes es una buena idea para tener dinero y, supongo, comprar las entradas al cine?

—¡No me los voy a quitar!

—Tú no, pero ¿a tu hermanito sí? —indagó con ciertos tapujos.

—¡Claro que no, papá! —aseguró rodando los ojos—. Sólo veía si alguno estaba flojo, pero todavía Bóreas está chiquito y todos sus dientes están fuertes.

—No entiendo nada —reconoció Papá.

Écarlate rodó los ojos dentro de sus cuencas. Krest se preocupó por Papá. Él normalmente entendía todo rápido. ¿El golpe en la cabeza lo habría hecho tonto?

¡Ay no, quizá fue Milo con tanto beso!

—Estaba viendo si Bóreas tiene algún diente flojo para ver si se le cae pronto y viene el Hada.

—¿Y para qué quieres a la Hada?

—¡Porque la desgraciada me dejó una moneda! —gruñó enseñándole el objeto de disputa.

Papá la tomó y analizó al detalle.

—Eh... el Hada te dejó una moneda por tu diente...

—¡Me lo malbarató! —gritó desaforado—. ¡Le dejé un diente perfecto! Blanquito y sin caries. Es más, ¡esta vez no tuve que tumbármelo con el pilar! Cumplí con todas las especificaciones

—¡¿Qué estás diciendo?!

—¡Que la maldita Hada me vio la cara de tonto y me dejó una moneda! ¡Una moneda! —blasfemó zapateando con indignación—. ¡Ni la vez que se me cayó el diente con caries me dejó tan poco dinero!

La cabeza de Krest viajaba de un lado al otro, dependiendo del que hablaba. Los ánimos exaltados le ponían nervioso y al parecer, no era el único.

Papá mostró las palmas, señal inequívoca de "alto".

Écarlate cerró el pico mientras Papá cerraba los ojos y analizaba lo dicho.

—Recapitulando. El Hada se llevó el diente que se te cayó anoche y te dejó una moneda.

—¡Sí! Una mísera moneda, papá.

—¿Y dijiste que era blanco?

—¡Blanco, sin caries, perfecto! ¡Se lo enseñé a Sis!

—Bien, entonces le mandaré un e-mail al Hada para que vuelva a valorar tu diente. ¿Te parece bien?

—Sí y más le vale que me dé lo que merezco o la que perderá los dientes, ¡será ella!

—Sin amenazas, Écarlate —sentenció Papá con el dedo acusador en ristre.

El niño resopló y se cruzó de brazos.

—Está bien, pero ¡tú también estarías igual de indignado! Me cuidé mucho los dientes, los cepillé y tanto para una mísera moneda. ¿Qué compras con una moneda, papá?

—Lo entiendo, por eso dije que te apoyaré en esto. Ahora explícame, ¿cómo es eso de que te tumbaste un diente antes?

Écarlate chasqueó la lengua.

—Cuando me peleé con ese chico de sexto el año pasado, ¿te acuerdas?

—Sí...

—Pues en la pelea me golpeé con el pilar y ahí se me cayó un diente.

—¿Sólo esa vez te tumbaste uno, Écar?

—Sí, papá —dijo queriendo terminar el tema rápido—. Vamos, que no soy tonto. Si necesito dinero puedo ir a pedirle a tío Kardia.

—Con que a Kardia... ¿eh?

Écarlate encogió los hombros.

—Siempre tiene cosas que puedo hacer a cambio de dinero. Somos escorpiones y entre nosotros, podemos hacer negocios.

—Negocios —repitió la palabra.

—Claro, soy un niño grande. Ya hago negocios —aclaró muy ufano.

Krest prestó toda la atención a esta plática para tomar el ejemplo. Papá sonrió y acarició la cabeza de su hijo mediano.

—De acuerdo, pero sólo con la familia. ¿Entendido?

—Sí, papá.

—Bueno, pues iré a mandarle el mail al Hada. Vayan a lavarse las manos para cenar.

—Sí, anda Bóreas. Te ayudo a lavarte.

—«Ashas, Écolgate».

Fueron al baño, Krest se subió a su banquito y utilizó el jabón hasta dejarse las manos bien limpias -según él-. A su lado, Écarlate usaba el otro grifo y le dedicaba miradas furtivas.

»Écolgate, lamento haber sido malo «pontigo» ayer.

—¿Uh?

—Lo de tu cajita.

—Ah —susurró pensativo—, pues... está bien. Sólo entiende que son cosas mías. No las quiero compartir con nadie y tampoco quiero que nadie las toque. ¿Entiendes eso?

—«Nu», pero «tá» bien.

—Gracias, Bóreas.

Su hermano lo abrazó con fuerza. Krest se le colgó feliz, aunque le mojó la camiseta.

»Y también, gracias por aceptar a Milo.

—Ash...

—Vélo así, al menos papá no estará solito.

—Pudo tener un gato —refunfuñó cruzado de brazos.

Su hermano rió a carcajadas. Krest siguió molesto.

»¡Me gustan los gatos como «Poyominas»! Además, Patotas es espantoso y su papá lo hizo muy tonto. ¡Lo veo en «toyos» lados! En el auto, aquí, en la «epuelita», ¡hasta en la cama de papá! ¡«Pomo» si fuera muy guapo o tuviera mucho «dinedito»!

Écarlate seguía las carcajadas a todo volumen.

—Aunque concuerdo contigo, Papá pudo conseguirse una mascota. Yo quiero un perro.

—«Nu, nu, un peddo nu».

—Sí, pero sé que me dirá que el departamento es muy pequeño, así que hay chances de que te acepte al gato.

—Uh, ¡le diré entonces!

El pequeño bajó de su banquito y corrió a toda velocidad al despacho de Papá. Antes de entrar, tocó la puerta y esperó paciente. En ese sitio de la casa, uno nunca entraba de sopetón.

Había reglas.

—Pase.

Se puso de puntitas para alcanzar la perilla y con mucho esfuerzo, le dio vuelta. Exhaló de triunfo al abrir la puerta y asomar la cabeza.

—Papá, tenemos que hablar.

—Uh, eso suena importante. Pasa y toma asiento.

El azabache ingresó muy feliz. Ésta era la zona más privada de Papá junto con su baño. Ninguno de los niños podía estar ahí, a lo sumo, Susana cuando aseaba el sitio. Paseó sus ojitos por los dos gigantescos libreros repletos de tomos encuadernados y múltiples objetos que, para él, eran muy interesantes.

Como unos empaques con diversas figuritas de personajes que desconocía.

»Dime, ¿qué sucede?

—Si tú tienes a Milo de mascota, «quiedo» la mía.

Papá se mordió los labios y se acarició la sien con su dedo índice.

—Krest, ¿quién te dijo que Milo es mi mascota?

—«Pos» lo es, Écolgate dice que lo tienes «pa'» no estar solito. Además, deberías pensar mejor en tu mascota, Papá.

—¿Por qué dices eso?

—«Pu'que» desde que llegó Patotas, te «pompodtas» como si tu papá te hubiera hecho tonto.

—Hijo de tu madre.

—¿Qué?

El mayor negó con la cabeza y se rascó la sien. Se incorporó y caminó alrededor del escritorio, tomando asiento frente a la silla donde Krest descansaba.

—¿Por qué dices que me comporto así?

—Pues te «podtas» igual de tonto que el Patotas...

—No se llama Patotas, es Milo.

—Ash, es Patotas. ¡Tiene patas gigantes! ¿Se las viste?

Papá se rascó la nuca y Krest juraría que se aguantaba la risa.

»¿Ves? Te «díes» mucho.

—¿Me rio mucho?

—«Chi».

—¿Y eso es malo para ti?

Ahora fue el turno del pequeño de pensar. Le gustaba ver a su padre feliz, pero temía que...

—Si lo tonto es «pontagioso» sí. Mi papá no me hizo tonto, no «quiedo» que Patotas me pegue lo tonto como a ti.

—Hijo de...

—Es que... ¿me van a poner una «infección» para quitarme lo tonto?

—¿Una infección?

—Sí, en mi pompi.

Papá parpadeó y su mente fue a mil por hora.

—Hijo, es una «inyección».

—¿Y yo qué dije?

—Infección.

—¿Y cómo es?

—Inyección.

—¿Y yo qué dije?

—Infección.

—¿Y cómo es?

—In... ya basta. El punto es que Milo no me contagia lo tonto y tú no necesitas inyectarte para evitarlo. ¡Ni que fuera sarampión!

—¿Y yo cómo puedo estar seguro? —alegó muy preocupado—. Tú parecías muy inteligentioso, pero ya no.

—¿Cómo que ya no?

—Ya te lo dije, papá. Ahora «tás» sonriendo como tonto tooodo el día y yo ya tengo suficiente con mi bandita en la cabeza por mi pleito con Kiki para que «ahoda» me infecten por «pulca» del Patotas.

—¡Que no es infectado, es inyectado!

—Ash, como sea.

Krest encogió los hombros porque, cuando le convenía, dejaba las cosas como estaban.

»Además, si soy tonto, la Doña no me «queddá» como su Paballedo y el «Patialca» me «quitadá mi addmaduda» y los «Eshpetos» me ganarán de una patada. ¡Me haré el Paballedo del Sapo Aplastado y soy el del Patito!

Papá lo levantó de la silla para sentarse él y luego, poner al niño en su regazo.

—No te va a pasar nada y Milo no te va a contagiar lo tonto porque tú eres muy inteligente.

—Yo decía lo mismo de «tu» y mírate...

—No, hijo, sigo siendo inteligente aunque te cueste verlo porque sonrío mucho.

—No estoy seguro —susurró haciendo una muequita—. «Cdeo» que la venda en tu «pabeza» tiene la «pulca».

Papá se tocó la tela con una sonrisa divertida. ¡Sí, otra más!

—Quizá sí, pero cuando me la quite porque la herida sanó, verás que sigo siendo el mismo. ¿Está bien?

—¿Me lo «judas»?

—Claro, hijo. No porque ría mucho, sea tonto.

—¿Y puedo tener a mi gato?

—No.

—¿«Pu» qué no? Tú tienes a Patotas, yo «quiedo» mi gato.

—Porque este departamento es muy chico y un gato necesita espacio.

—¡Ni que fuera «peddo»! —resopló molesto.

—Vamos, Krest. Cuando tengamos una casa grande, puedes tener a tu gato.

—Bueno, papá —sonrió muy pletórico—. «Puando» tengamos una «pasa glande», puedes tener a tu Patotas.

—Hijo de...

—¡Aquí no cabemos, papá! —aseguró aleteando—. ¡Patotas es gigante, así que no cabemos!

—¡Claro que cabemos!

—Entonces si cabe Patotas, «quiedo» mi gato. Uno chiquito y ya.

—No me chantajees, Krest.

—No te... chanta... —meditó la palabra—. ¿Qué es eso?

—Significa que estás intentando controlar lo de Milo a tu favor. Eso no se hace. Además, Milo cabe en mi habitación y en los demás lugares, hay lugar.

—Ah... —dijo pensando—. Bueno, «tá» bien —se resignó—. ¿Ya vamos a cenar?

—Sí, ya voy, sólo termino de sacar un par de fotografías a los estudios de Écarlate, que un médico los va a revisar.

—¿Écolgate «tá» malito?

—No, mi amor, pero es para evitar que pueda estarlo.

Papá le besó la frente y lo puso en pie. Krest lo miró ir tras el escritorio y frunció el entrecejo.

—Papá ¿y el tío Kardia ya se alivió?

—No, mi amor, los médicos siguen trabajando en ello.

—Ah...

El niño se acarició la barbilla caminando hacia la puerta. Esa Doña de sonrisa bonita y flores estaba de floja y no hacía su trabajo. Debía hablar duramente con ella. Corrió a su cuarto y se metió en él, cerrando la puerta tras de sí.

Se echó en la cama y chasqueó la lengua.

»Oiga, Doña, ¿ya se olvidó de mi tío Kardia? Espero que no «pu'que» si le pasa algo, le voy a echar al «Fendid», ¿me oyó?

Le respondió el silencio. El niño se alborotó todito.

»«Fendid», ven aquí —invocó cerrando sus ojos.

Al poco, el enorme lobo se materializó frente a él. Recorrió el lugar con sus ojos que prometían destrucción infinita.

—¿Qué pasa, chico? ¿Por qué me invocas?

—«Pu'que» la Doña bonita de las flores no me oye.

—¿La Doña bonita de...? ¿Te refieres a la diosa Freyja?

—Ah... sí, ¡así se llama!

—Ha de estar ocupada. ¿Para qué la quieres?

—Dile que se ponga a «tdabajad», que no ande de floja. Mi tío Kardia sigue enfermoso.

—¿Kardia? ¿Otra vez? —gruñó el enorme can.

—«Pos» sí, no entiende y se enferma solito.

Fenrir sacudió la cabeza y mostró los colmillos.

—Hablaré entonces con Freyja y le pediré que actúe rápido. De lo contrario, yo personalmente me haré cargo de esto.

—Bueno, pero «apúdate» que mi tío «tá» muy mal.

—Sí, me voy ya.

Fenrir restregó parte de su mejilla contra la cabeza del niño. Krest rió por el contacto y después, con un viento helado, el lobo desapareció.

—Oye, Krest... —se asomó Papá—. Uh, ¡qué frío hace!

El pelirrojo mayor se acercó y sacó un suéter.

»Ponte esto para salir, la cena ya está lista. Te estamos esperando.

—Sí, papá.

Dejó a Papá ayudarle a ponerse el suéter y mientras le acomodaba el cabello desordenado, lo miró a los ojos.

»Oye, papá y ¿tú no hiciste eso del «pantaje, ponmigo»?

—¡¿Cómo dices que dijiste?!

Krest sonrió feliz, ¡así que de Papá aprendió su frase!

Se concentró en establecer sus puntos.

—Tú dijiste que «quedías» a Patotas, que nadie podía «ocupad» su «lugad» y que lo necesitabas y yo debía «despetad» tu decisión.

»Yo necesito un gato «pu'que» nadie puede «ocupad» su «lugad» y tú debes «despetad» mi decisión. Además, el gato cabe en mi habitación, «pomo» Milo en la tuya. Yo no «pompadto» mi cuarto y es «glaaande, glaaande». «Quiedo» mi gato, papá. «Despeta» mi decisión.

—Hijo de tu...


Hola, mis Paballed@s!

Tardé mucho en esta actualización, lo sé, lo sé.

Te ofrezco una disculpa gigante y procuraré no perderme tanto. Esta vez, el Patito fue el culpable, no quería salir a tiempo... jajaja.

¡Espero que hayas tenido unas excelentes fiestas! Y para cumplir con la tradición del Día de Reyes, te dejo este regalo que será doble porque ya subí la actualización de Propuesta Indecente. Muahahaha.

Confío en que ambos capítulos sean de tu agrado.

Te mando un beso, un abrazo y feliz año 2024.

¡Hasta prontito!

Pd. El vídeo es la canción que canta nuestro Krestito.

Pd2. Como siempre, gracias a mi Beta, Ms_Mustela porque sin su ayuda y revisiones, esto habría terminado mal desde hace mucho xD


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