1. Yo soy...
Jardín Pre-escolar de los Elíseos
Lunes 9:13 am.
—¡Hola! —el pequeño azabache de ojos azules agitó su manita derecha con una enorme sonrisa al frente del salón—, yo me llamo Acuadio, ya cumplí así —mostró tres deditos al frente muy orgulloso—, mi papá se llama Camus y tengo dos hermanos. Me gusta el chocolate y ver Saint Seiya. ¡Mucho gusto!
Así se presentó el pequeño Krest ante el resto de sus compañeros en la salita 1-A, que lo miraban expectantes en este primer día de clases en el preescolar.
Había practicado mucho toda la semana para ser muy formal y más que eso, para decir bien las palabras, así que sonrió muy contento y orgulloso de su hazaña.
Porque sí, lo había logrado o eso pensó hasta que...
—No, no te llamas «Acuadio», tú eres «Krest» —corrigió la profesora con tono retintín.
—«Nu», yo me llamo Acuadio, no así —insistió el pequeño sacudiendo sus rizos azabaches al ritmo que movía categórico su índice de derecha a izquierda.
—A ver, la tarjeta de presentación que cuelga en tu pecho dice que te llamas «Krest» —volvió a comentar la educadora armándose de paciencia.
—¡Que sí doña, pero no! —refutó reuniendo sus cejas arriba de su tabique nasal. Sus ojos la miraban molesto y ya estaba poniéndose de malas—. Me llamo Acuadio y...
—No soy «doña» —le interrumpió—, me tienes que decir «maestra» y te llamas «Krest».
Krest chasqueó la lengua y rodó los ojos dentro de sus cuencas. Para quien lo conociera -que en estos momentos era nadie-, podría notar que ya estaba poniéndose su armadura de combate; porque si de algo se caracterizaba el chiquito, era de pelear hasta ganar la contienda cuando algo le importaba.
Y a él, le importaba que le cambiaran el nombre y sus compañeritos le conocieran por «Acuario» y no por «Krest».
¿Por qué su papá le había puesto tan horrible nombre?
Era impro... Impro... nun... cia...
Bah. ¡No podía decirlo!
—Doña, «maestla», «seño», como sea, pero me entendió —le quitó importancia al título encogiendo sus hombros con fastidio.
Para él, era lo mismo. De cualquier forma la otra le respondía. Era incomprensible que se pusiera tozuda por una tontería.
—No es «como sea» —le corrigieron de nuevo—, tienes que decirme «maestra».
—Ash, qué terca —se golpeó la cara con la palma—. ¿Por qué tu papá te hizo tan tonta? —le soltó ya crispado de los nervios y aleteando las manitas como pato.
—¡Krest! —la mujer levantó la voz un decibel—. ¿Cómo me dijiste?
—Ah... —respingó y mordisqueó su labio inferior—. Etto... —sus brazos dejaron de aletear y se acarició la barbilla con la diestra—. ¿«Maestla»? —ladeó su cabecita y mostró su mejor sonrisa.
Esa que conquistaba el corazón de su padre.
—¡No, lo otro! ¿Cómo me dijiste?
Esa voz era conocida, no es que tuviera tiempo sabiendo quién era la mujer, es que el tono era particularmente familiar para él.
Ese era el timbre que utilizaba su papá para hacerle saber que se había mandado una gran metida de pata y en esa conciencia de su realidad, Krest se obligó a encontrar una respuesta que desviara la atención de la mujer.
No podía ser taaan difícil. Si funcionaba con su padre que era el hombre más inteligente del mundo «mundoso», sería más fácil con ella, porque su papá la hizo muy tonta.
Total, en el peor de los casos, haría lo que le dijo su hermano Ecolgate: le llevaría una manzana y seguro lo perdonaría.
O se le olvidaría...
—Eh... yo —jugueteó con sus deditos y los ojos bien fijos en ellos—, tú... etto...
—¿Cómo me dijiste, Krest? —repitió la mujer—. Dime lo que dijiste...
—¡«Tonta», profe, que le ha dicho «tonta»! —se oyó la voz crispada de otro niño—. ¿Acaso aparte de tonta, es sorda?
Ese otro chico que tomó la voz, no podía comprender cómo llegaron al punto de prestarle tanta atención al tapón de alberca con cabellos azabaches que abría los ojos gigantes.
—¡Jabu! ¿Acaso te pregunté a ti? —reclamó la mujer.
—No —respondió retobón el interpelado—, pero me cansa que diga lo mismo como perico y yo ya quiero pasar adelante.
—Ah bueno, si él quiere pasar adelante, yo me voy y que pase —declaró Krest encogiendo sus hombros y caminando ya hacia su lugar.
Había encontrado la salida rápida a su metida de pata para evitar un regaño mayúsculo e incluso, un castigo.
Se estaba convirtiendo en un campeón en esa materia, porque al decir eso y quitarse del sitio de honor, la atmósfera del salón se enrareció.
Ahora ninguno de sus compañeritos estaba quieto y la maestra se vio obligada a ignorar a Krest porque se escucharon varias voces al unísono.
—No, yo quiero pasar ahora —comentó una niña rubia.
—No, yo «quedo» —dijo una castaña.
—¡Que yo, que yo! —terció Jabu.
—¡Orden, chicos! —aplaudió la mujer intentando recuperar el control del grupo—. ¡Orden!
—Yo lo dije «pimedo» —decía alguien por allá.
—No, yo, yo... —ahora otro por acullá.
—¡Ooorden!
Y en el silencio que continuó al grito, se escuchó una voz solitaria que dijo malhumorada.
—¡Aparte de tonta y sorda, inepta porque no sabe «contyolad» el «gyupo»!
—¿Quién dijo eso? —alzó la voz la profesora.
Las miradas se desviaron hacia un chico sentado en primera fila con cara de aburrido y despatarrado en la silla.
—¡Yo! —levantó la mano como si hubiera dicho algo para halagar y no tremendo insulto.
—¿Cómo te llamas?
—Kiki «Ayietis» —respondió en el acto.
—¡Llamaré a tus padres para...!
—Llame entonces al director del Instituto Athena, él es mi papá —se miró las uñas ufano.
—¿Tu... tu padre es el profesor Shion «Arietis»? —casi se atragantó la otra.
Hablaban del mejor instituto escolar a nivel nacional, acreedor de diversos premios a sus profesores y alumnos. Su sistema educativo era imitado a mundialmente y la fama del profesor Shion daba la vuelta al planeta.
—Sí y mi tío es «pyofesod» Mu «Ayietis». Cuando termine aquí, iré a estudiar allá. Ya tengo mi lugar. ¿Quiere que le llame para que le dé consejos de «contyod» de «gyupo»? —cruzó sus brazos sobre su pecho sonriendo orgulloso.
Krest para estos momentos estaba dibujando en una hoja al caballero de Acuario, decepcionado y tristón por la temática escolar. Ecolgate le había mentido, le había dicho que se iba a divertir y no era así, porque se aburría como ostra.
Los pleitos le incitaban a abstraerse y concentrarse en algo que le gustara. Por ello, mientras la profesora discutía con el castaño, siguió dibujando con gesto serio.
Ni siquiera alzó la mirada cuando se retomó el ejercicio de conocer a los compañeros y el niño Jabu pasó al frente o la niña Amaranta hizo su presentación. Los escuchó por escuchar, como a la niña Fernanda, pero no le llamaban la atención. Retenía los datos y no más.
El único que lo atrajo a la realidad, fue un torbellino que se puso en pie y gritó muy quitado de la pena.
—¡Yo soy Kiki y quien se burle de mi «nombye», comerá gusanos en el almuerzo!
Ahí Krest levantó la cabeza y entornó los párpados evaluando al otro. El chico castaño sonrió con los ojos cerrados, restregándose las narinas con su dedo índice y una sonrisa torcida. Ni siquiera los regaños de la profesora hicieron efecto en él. Era como si se hubiera untado de mantequilla y todo se le resbalara.
Esa energía le duró el resto de la clase, algo que le admiró Krest. Incluso, cuando les pusieron a cantar y a bailar, el pequeño azabache se encontró cara a cara con el otro que destilaba algarabía por los poros.
—¿Entonces eres Acuadio? —interrogó con una sonrisa pícara.
—¡Chi! —se puso firme muy convencido.
Uno tenía que ser digno representante de su signo, como lo dictaba la doña del Santuario.
—Suenas a un santo de Athena —comentó con esa sonrisa perenne—. ¡Cierto! Tú también ves Saint Seiya.
—¡Chi! Soy el «paballedo de Acuadio» —dio un saltito en su lugar levantando los puños por encima de su cabeza.
—¿De verdad? —se ilusionó el otro—. ¡Yo soy el de Aries! —se presentó poniendo su palma en su pecho.
Krest estaba más sorprendido aún. ¿Acaso era cuestión de Athena el juntarlos a ambos?
—¿El de Aries? ¿Entonces tú haces muros de «quistal» y reparas armaduras?
—Pues... —titubeó un momento—. Sí, eso hacen los santos de Aries —comentó orgulloso —. Y cuando sea «gyande» seré el «Patyiarca» del Instituto Athena, como mi papá.
—Woow —se le cayó la boca—. ¿Podemos ser amigos? ¡Peleamos por lo mismo! —intentó convencerlo porque necesitaba aliados.
Se lo había dicho hasta el hartazgo su hermano Ecolgate: tenía que hacer equipo con otros o en la escuela se enfrentaría a los mortales enemigos del tercer año que lo harían papilla si se descuidaba.
—¡Claro que podemos! —le echó un brazo sobre los hombros—. Ya está, somos amigos —le sonrió.
—«Nu», no somos amigos aún...
—¿Por qué no?
—Porque nos falta un saludo «secdeto» —le confió el pequeño Krest.
Y mientras la profesora les intentaba enseñar las vocales, los pequeños practicaban el saludo que su tío Kardia le enseñó a Krest.
Así, su amistad se convertiría en eterna y absolutamente nadie les impediría triunfar contra los malos.
El timbre que anunciaba el receso se escuchó en el instituto preescolar y aleccionados por sus profesores, los niños salieron a tropel al patio para jugar, otros como Krest para comer su almuerzo y unos más, porque les obligaban a ello.
Nadie podía quedarse en el salón.
Equipado con su mochilita nueva con la pegatina del caballero de Acuario, Krest salió dando saltitos en compañía de Kiki que traía una lonchera con la calcomanía del caballero de Aries. Ese era un signo distintivo y que los validaba como verdaderos seguidores de Saint Seiya y por ende, caballeros del Santuario.
Los dos niños se fueron a sentar bajo un árbol cuyas frondosas ramas hacían la cobertura perfecta de los rayos de Helios y evitaban que les pegaran de frente. Krest paseó la mirada por el enorme jardín, a la derecha estaban los juegos lúdicos, con resbaladillas atendidas por profesores, columpios y hasta un arenero.
A la izquierda, un pequeño campo de fútbol donde los más grandes jugueteaban tras un balón. Al frente, diversas mesas eran ocupadas por algunas niñas que fingían tomar el té mientras degustaban sus zumos en botellas o cajitas de tetra pak.
El viento mecía las ramas de los árboles y jugueteaba con sus cabellos, Krest lo ignoró y se concentró en la voz que le llamaba mientras ponía el trasero en el verde pasto crecido que hacía de mullido colchón.
—¿Qué te pusieron de comer? —se interesó Kiki.
—Mi papá me puso dos «changüich», un «fugo» de manzana, mis «flesas pon clema» y mi «pocholate» —hizo el recuento de daños sacando sus pertenencias—. ¿Y tú?
—Ensalada de «fyutas», «ayoz», verduras y... —hizo muecas de disgusto mostrándole su táper—, más verduras, iughhh.
Krest se estremeció al mismo tiempo que Kiki.
—¡Qué «hodible» —gimoteó el azabache—. Tu papi te quiere hacer vaca.
—¡No! La vaca es tauro, yo soy «boyego» porque soy aries —refutó con espanto—. Igual, es «hoyible» —le imitó en el vocablo que sonaba perfecto para como se sentía.
—Bueno, yo te doy «changüich» —ofreció dándole el otro que le había puesto su papi—. Ten, así no eres «bodego» —concluyó.
—Ay, «gyacias» —le aceptó el emparedado y le dio una mordida—. ¡Qué rico!
—Chi, mi papi es genial —celebró Krest muy contento porque fuera así—. Me cuida mucho, me quiere y yo lo quiero más. Bueno, menos cuando se pone tonto con que hable bien —resopló con fastidio masticando.
—Los papás son tontos, no entiendo por qué nos «coyigen» tanto.
—Mi papi dice que así hablaré bien y todos me entenderán —explicó dando otra mordida muy feliz.
El sándwich era balanceado, jamón, queso, aguacate, huevo duro, lechuga y una capa de mayonesa. Krest a la tercera mordida ya tenía los bigotes de la salsa cremosa de tono verde sobre sus labios. Kiki lo imitaba masticando con mucha alegría.
—¡Mira, ellos tienen chocolate! —escucharon tras ellos.
En simultáneo, Krest y Kiki voltearon a su izquierda. Un grupito de tres grandulones se acercaba a ellos con cara de malvados y la mirada fija en el mencionado paquete que descansaba entre los dos nenes.
—Hola, tontos —saludó con tono agresivo el mayor de ellos, un pelirrojo con pecas desagradable y rostro regordete, cuyo tamaño superaba el de Krest por mucho —. Danos el chocolate y no te ponemos el ojo moro. ¿Cómo la ves?
—¿Qué es un ojo moro? —indagó con inocencia el azabache.
Los dos compinches, uno rubio y el otro albino, soltaron la carcajada.
—¡Esto! —dijo el mayor, haciendo para atrás el brazo porque esto era una explicación con demostración.
Krest vio cómo el puño se acercó peligrosamente a su carita con una puntería tal, que le daría en su ojito derecho.
—¡HUGO! —bramó alguien desde la distancia.
El golpe no llegó, los tres niños mayores voltearon hacia la voz. Krest seguía tieso con el corazón latiendo frenético al comprender que estuvo bien a punto de recibir tremendo castigo y sin haber provocado nada.
—¡¿Qué quieres tarada?! —ladró el interpelado.
Una niña de cabellos lilas se acercó a paso rápido, lucía un vestido divino de olanes y volantes rosa bebé, con unos zapatos a combinación y un bolsito cruzado en su hombro derecho. En su cabeza, una fina banda de terciopelo rosa mantenía la división de su cabellera. Era bellísima y sus ojos azules prometían la guerra.
—¡No me hables así, Hugo! Yo no he sido grosera contigo —gritó la pequeña alcanzando al grupo e interponiéndose entre ellos y los dos niños señalando con el índice el pecho del otro.
—¡Cállate! —repitió el otro con rudeza—. Ni creas que me das miedo, mocosa tarada.
Krest se puso en pie enojado, olvidándose de todo y se puso al lado de la niña.
—¡A Sashy no le dices así! —gruñó apretando las manos, formando puños.
—¿La conoces, Acuadio? —se interesó Kiki preocupado por el giro de los acontecimientos.
—Es mi «plima» —aclaró con voz tensa.
Sasha con habilidad se puso enfrente de Krest, era la mayor y estaba acostumbrada a defender al chiquito así como lo hacían sus primos con ella. Eran familia y los Roux se cuidaban entre ellos.
—Oh, ¿es tu primo este renacuajo, Sasha? —se burló el mayor.
—Sí, es mi primo y por si no lo sabías, es el hermano menor de Écarlate. ¿Acaso te olvidaste de él, Hugo? ¿El que te sacó sangre con el primer golpe directo a tu nariz cuando te pusiste tonto con él y te tuvieron que llevar corriendo al hospital? —alegó poniendo el dedo en la llaga.
Hugo perdió el color de su rostro, le tembló el labio inferior y se llevó inconsciente la mano al tabique nasal reconstruido.
»Ya me lo parecía —continuó la niña sin piedad—. Como se te ocurra tocarle un solo cabello de su cabeza, te prometo que Écarlate volverá a la escuela y te dará una tunda a tu tamaño a ti y a tus amigotes.
—¡Qué chismosa eres, Sasha! —le reclamó acorralado—. Igual, no le tengo miedo.
—¿Y qué? —encogió los hombros muy quitada de la pena—. Tú empezaste y ambos sabemos que sí le tienes miedo. Así que déjalo en paz o...
—¿O...? —tentó a la suerte—. De aquí a que venga, ya te pegué y también a ese renacuajo.
Sasha levantó la barbilla y apretó los puños con ánimo combativo. Caminó unos cuantos pasos al costado para alejarse de Krest y Kiki, manteniendo la atención de Hugo. Así podría actuar sin miedo a lastimar a los pequeños.
—¡Atrévete! —se empoderó—. Estaré manca para dejarme pegar por ti.
En automático, Hugo titubeó al ver la determinación que lucía en las facciones de la otra. Unas niñas se acercaron a ellos, eran las amiguitas de Sasha y no dudaron en hacer presión.
—¡MAESTRA YURI, HUGO LE ESTÁ HACIENDO ALGO A SASHA! —sonaron la voz de alarma.
La niña no cedió un ápice en su defensa, al contrario, se paró más firme.
—¡Me las vas a pagar, Sasha! —amenazó el mayor.
—Huy, avísame si quieres dinero, cheques, vales de despensa o unos buenos golpes —soltó sin vergüenza antes de llevar sus manos a sus caderas en franca posición ofensiva —. Ya te dije que no soy manca y mi papi me enseñó a defenderme. Más te vale que no te vuelvas a pasar de listo con mi primo y sus amiguitos, Hugo.
—Por ahora, te salvas —le advirtió con el índice bravucón, pero era una finta. En cuanto vio la oportunidad...—: ¡Pues para que me acuses con ganas! —le tiró el golpe.
Sasha lo esperaba, su papi le enseñó que los grandulones y abusivos tenían por costumbre fingir lo contrario y aprovechar los descuidos.
Con lo que nunca contó, fue que alguien atrás de ella hiciera algo.
Y es que Krest no se iba a quedar ahí de niño bonito, era demasiado culo inquieto. En cuanto Hugo se concentró en su prima, el azabache le lanzó con lo primero que tuvo a la mano, que resultó ser el jugo de manzana en tetra pak.
Ya tenía experiencia bien ganada. Era el hijo más pequeño de tres y cuando su hermano Ecolgate le sacaba de quicio, le descalabraba si se descuidaba. Y ahora, el jugo golpeó la cabeza del otro y lo desequilibró justo a tiempo.
Sasha vio el puño pasar a un lado suyo y no pensó, su cerebro reaccionó mandando una orden a su pierna derecha que se movió con la rapidez de un rayo y se hundió en... la parte más sensible del otro: en medio de las piernas.
El niño cayó de rodillas agarrándose con las manos lo que ahora parecía triturado por la pata de una mula. Y es que Sasha tenía todo, menos prudencia.
Por algo era la hija de Kardia Scorpio.
—¡Y si vuelves a pasarte de listo, te los rompo! —amenazó la chiquilla.
—¡Y si vuelves a pegarle a mi Sashy, te doy otro putazo! —secundó Krest.
Kiki miró a uno, a la otra y no se quedó atrás.
—¡Y si vuelves a ser tonto, te doy a comer gusanos!
—¡NIÑOS! —se escuchó tras ellos.
El grupito de buscapleitos se puso tieso como cuerdas de violín, Sasha incluida. Seis pares de ojos voltearon hacia la profesora que los miraba iracunda.
»¿Me pueden decir qué están haciendo?
—¡Nos defendemos de los abusivos! —gritó Krest muy convencido—. Mi tío Kardia me dijo que si alguien me intentaba pegar, le pegara más fuerte.
Y quizá, sólo quizá por esa respuesta, fue que su papá Camus terminó citado en la dirección en su primer día de clases...
La oficina del director Lane era un lugar particularmente raro. Los que eran enviados ahí, lo recordaban con miedo y pánico, porque les obligaban a ver al más importante representante de la escuela, que era un hombre cejudo y muy mal encarado, al que le parecía doler todo el día la cabeza como a su hermano mayor Sisyphus y por ende, iba gruñendo de un lado y al otro.
Para Krest, fue un sitio curioso.
En primer lugar, porque tenía muchas fotografías enmarcadas de señores y señoras que estaban igual de serios y enojados. También había varias revistas y entre ellas, encontró una de National Geographic donde pudo admirar la flora y fauna del Ártico. Y por último, estaba acompañado de Hugo, Paco y Luis, los tres peleoneros, así como de Sasha y Kiki; cada grupo separado del otro por precaución.
Eran un trío pintoresco por así decirlo, pues a diferencia de Paco y Luis que no ayudaron un pepino a Hugo; el equipo de Krest parecía uña y mugre. Incluso, mientras esperaban la llegada de los adultos, platicaban como si fueran una familia.
—¿Entonces tú tienes sólo un papá como yo y dos hermanos mayores? —ese que hablaba era Kiki quien intentaba acomodar las ideas en su cabeza, mientras apuntaba con el índice a Krest que asentía—. Y tú tienes dos papás, pero no hermanos —le decía a Sasha.
—Sip, pero también tengo una mamá, sólo que está MIA, que en inglés significa «miss in action» o desaparecida en acción —explicó la niña muy quitada de la pena—. Así dice mi papi Kardia, porque mi papá Dégel dice que está enferma y vive en la coronilla del mundo, pero que algún día volverá.
—¿Tú entiendes algo? —susurró Kiki a Krest que asentía con su cabeza—. ¿Me explicas?
—Que cuando nació Sashy era tan fea, pero tan fea, que mi tía se «enfedmó» del susto y desde entonces vive cerca de «Asgald» con los «paballedos» de Odín.
—Ahhh —exclamó el otro asintiendo con la cabeza—. Huy, «pobyechita» Chachy que...
—¡Es Saaachy, no Chachy! —refutó la otra con unos ojos de pistola—. Y yo no era fea cuando nací, era muy bonita —resopló malhumorada.
—Eh... Bueno, lo siento —mentía porque no sabía por qué se enojaba tanto la otra si lo pronunciaba justo como lo entendía—, espero que tu mamá pueda volver «pyonto» —le deseó con una sonrisa.
—Lo dudo, pero si vuelve, que se vaya consiguiendo otra hija, porque esta muñeca ya no está disponible —rezongó la pequeña señalándose con su índice el pecho.
Ante la cara de confusión de Kiki, alguien salió en su rescate.
—¿Y tú, tienes mamá? —le preguntó Krest.
—Ay, sí —exhaló con resignación—. Se llama Yuzuyiha y papá dice que está loca, pero cuando mira que estoy cerca y lo escucho, dice que mi mamá no está loca, pero cuando piensa que no lo miro, vuelve a decir que está loca. Así que pienso que el loco es mi papá porque no decide si mamá tá o no tá —meneó el cuerpo y la cabeza de derecha a izquierda dudoso.
—Así es —apoyó Sasha—, cuando dicen algo y te dicen que no es así, es porque es así. Me enoja que los adultos piensen que por ser niños no entendemos nada, pero los tontos son ellos —asintió muy convencida—. Te entiendo, Kiki —le dio palmaditas en la espalda.
—¡Mi mamá también está loca! —levantó la manita Krest—. Al menos, es lo que dice mi tío Kardia.
—Uh, entonces somos dos con mamás locas, chócalas —celebró Kiki tomando vuelo con su manita para impactar su palma contra la del otro pequeño.
O lo intentó porque a su motricidad fina todavía le faltaba desarrollo y ambos niños fallaron con estrépito. Se miraron confundidos y se rieron por el fiasco. Sin embargo, tercos ambos, lo repitieron esta vez más despacio y al escucharse el sonido de piel contra piel, celebraron abrazándose.
—¿Y qué son esas cosas que tienes en lugar de cejas, Kiki? —quiso saber Krest intrigado por ello.
—Se llaman tikas, papá dice que son de herencia. Mamá tiene, papá tiene, el tío Mu tiene, así que bueno, pues eso...
—Ahhh, como las pecas de los «Doux» —se señaló su carita.
—Ah, sí... tú tienes pecas, yo tengo tikas, hasta se parecen en «nombye» —celebró feliz—. ¿Y... tú tienes novio, Chachy? —indagó risueño.
—¡Que es Sashy! —corrigió de nuevo con fastidio mirando al cielo. Le pedía a Athena que le diera un poquito de inteligencia al «retra» del grupo—. Sí, tengo un novio, se llama Sisyphus, pero estoy pensando en tener otro que se llame Julián —sonrió enamorada.
—¿Otro novio? —indagó Krest parpadeando sorprendido. Su prima asintió y él ladeó la cabeza—. Bueno, pero que te dé chocolates porque Sis no se los puede comer por dártelos.
—Él me dará muchos chocolates y también de esas del signo libra de Esther y Lina —comentó risueña—. Y también muchos melones porque tiene por montones.
—Iuuugh, no me gustan los melones —exclamó Kiki.
—A mí sí, pero me gustan más las «flesas» aunque estoy «tliste» porque tío Kardia dijo «mientlas» nos «tlaía» a la «espuelita» que desde ayer, a papá le gustan los mangos rubios y petacones —murmuró contrariado—. Es raro, yo pensé que le gustaban las «flesas» como a mí —se encogió de hombros con pesar—. ¿Qué le hizo cambiar? —se preguntó mirando al techo.
—No sepo —sacudió su cabeza Kiki.
—No se dice no sepo, se dice no sabo —corrigió Krest.
—Como sea, me entendiste —gruñó Kiki.
—Igual, papi hoy estaba enojado porque le reclamó a papá en la cocina que no le dejó comerse su plátano favorito en la cama —comentó Sasha encogiendo los hombros—, pero es que papi no entiende que en la cama no se come —sacudió la cabeza resignada—. Ah, ¿Sabías que yo tengo un tío nuevo, Krest? —comentó Sasha risueña—, se llama Milo, como la chocolatada.
Krest por supuesto que lo recordaba y sus cejas tuvieron una importante reunión arriba de su tabique nasal al recordar a ese rubio entrometido que estuvo en su casa y que le quitaba la atención de su papá.
—¡Chi! Lo sé, es el señor que estaba jugando con papá a las pijamas sin pijama —informó gruñón.
—¿Milo como la chocolatada? —repitió Kiki—. ¿Cómo se juega a las pijamas sin pijama? —se rascó la nuca.
—Sí, hay una chocolatada que se llama Milo, como otra que se llama Hershey's. También Milo significa manzana en griego —explicó sabihonda Sasha, tocándose la barbilla con su índice—. Así que tengo un tío manzana —soltó la carcajada inocente.
—Ay, pues a las pijamas las juegas sin pijama cuando estás en pelotas —explicó sacudiendo la cabeza Krest muy frustrado porque su amiguito fuera tan despistado—. Duh...
—Oh, yo quisiera tener un tío manzana —refunfuñó el castañito—, pero mi papá cuando se enoja con mi tío Mu, le dice que como siga asoleando la berenjena en el patio, se le va a quemar la única cabeza que le funciona. Así que tengo un tío verdura y a punto de hacerse más tonto por el sol... iughh...
—Iughhh —secundó Krest.
—¿Tu tío asolea su berenjena en el patio? —se interesó Sasha.
—Pues eso dice mi papá, pero yo nunca se la vi, aunque luego lo veo en cueros tomando color como él dice. Es que el tío Mu es raro, supongo que le gusta la berenjena porque es igual que su cabello morado, así como el tuyo, Chachy.
—Ohhh —exclamó la niña asintiendo con la cabeza y esta vez ni le corrigió la pronunciación de su nombre. Ya se notaba que el otro era troll—, pero... ¿Entonces yo también soy rara porque soy como tu tío y cuando crezca, pondré berenjenas a asolear en el patio? —se miró su cabellito.
—No Sachy, si tú pones algo al sol serían moras azules porque son como tú, dulces y bonitas —halagó Krest con una sonrisa.
—Ay, gracias, primo —le besó la mejilla contenta.
—Sí, sí, dulce y bonita —repitió Kiki sonriendo para ver si también le tocaba el beso.
—Tú también eres muy lindo —le sonrió acariciando su cabello.
El castaño se dio por satisfecho con eso, Sasha era la niña más bella que había conocido en toda su vida y con saber que lo consideraba lindo, era más que suficiente para él.
Además, le había acariciado, eso podía significar algo, ¿verdad?
Quizá en algún momento podía pedirle que fuera su novia, total que ella los coleccionaba y podrían tener muchos hijos e hijas o jugarían a la casita como hacía su mamá Yuzuriha con su papá y tomaban esa cosa de la botella y se comían los chocolates y las frutas en la habitación haciendo esos ruidos raros.
—¡Un día juguemos a la casita, Chachy! —pidió ilusionado—. Yo seré el papá y tú la mamá y Acuadio el hijo.
—Mmhhh... bueno, pero tú llevas corbata —le aclaró la niña—. Me gustan con corbata —comentó ilusionada.
—¡Nu! Yo no seré el hijo, yo seré el «paballedo de Acuadio» e iré a comer a su casa —renegó el chiquitín ceñudo.
—Bueno, como quieras —cedió Kiki muy ilusionado porque Sasha hubiera aceptado su propuesta—. ¿Entonces te puedo dar besitos?
—¡Sobre mi cadáver, renacuajo sub desarrollado! —se escuchó una voz cruel y más gruñona que la del director de la escuela.
Los niños voltearon y se encontraron con un hombre alto, alto, alto, de cabellos azules. Por un momento, Kiki pensó que era un gigante por la forma en que su melena estaba alborotada y sus ojos prometían el peor de los tormentos. Parecía casi del tamaño de su papá, pero éste era más grande y se veía más agresivo.
El castañito tragó saliva amedrentado sintiendo que el mundo se venía a sus pies y de forma inconsciente, se puso atrás de Krest.
»¡Ni se te ocurra tocar a mi nena, renacuajo insolente! —agarró a Sasha y la levantó en brazos.
Por un momento, Kiki pensó que como en los cuentos, esa bestia se la llevaría y la niña gritaría desesperada porque alguien la salvara. En cambio, ella acomodó plácida su cabeza contra el hombro del hombretón y jugueteó con su cabello antes de darle besitos en la mejilla mimosa.
—Papi, él es mi amigo. Se llama Kiki y me ayudó cuando me peleé con Hugo.
—¿Qué? —la atención de ese grandulón se desvió hacia la niña, el mero contacto visual le suavizó los rasgos y le besó la sien.
—¿Es el papá de Chachy? —indagó bajito mirando a Krest con pánico en sus pupilas.
El chiquito sonrió asintiendo frenético con su cabeza.
—Chi, es el tío Kardia, pero Sashy le dice «papi» y al tío Dégel le dice «papá» para no «ponfundirse» —explicó el azabache golpeando su manita con la del adulto —. ¡Hola tío! —le sonrió.
El grandulón tomó asiento en el piso sin importarle un ápice manchar su ropa, algo que le sorprendió a Kiki. Hubiera esperado que él se sentara en una silla, no que hiciera eso. Su papá Shion ni de loco se sentaría en el piso.
Quizá tuviera que ver el hecho de que este hombre usaba jeans, una camiseta pegada al torso y una chaqueta de cuero negra y su papá usaba traje. Sí, quizá fuera eso.
—Ahora explíquenme ¿qué pasó? —pidió el mayor paseando su mirada por cada uno—. Y tú, nada de besitos a mi nena. ¿Entendiste?
Kiki sintió que le golpeaba la frente con su dedo medio. Gruñó belicoso y le pegó con su manita. Eso en lugar de hacer enojar al gigante, le formó una sonrisa maquiavélica. El castañito tuvo que tragar saliva. ¿Y si ese hombre lo mordía?
—Pues Hugo molestó a Krest, papi.
—«Quedía» mi «pocholate» —interrumpió haciendo boca de pato.
Sus labios se extendían unos milímetros al frente y los mantenía así con el entrecejo fruncido. Kardia le acarició su cabeza y lo acercó a él para abrazarlo.
—¿Y luego?
—Yo estaba sentada con mis amigas y vi cómo Hugo le soltó un golpe a Krest. Le grité que no, papi y no le pegó, pero él se puso tonto y discutimos. Luego, me soltó a mí otro golpe, así que...
—¡Le aventé mi «fugo» en su «pabezota»! —gruñó el chiquito.
—Y yo lo pateé como me enseñaste, papi —encogió sus hombros—. Directo a las bolas.
Kardia asintió rápido, ahora que podía entender lo sucedido, podía defenderlos. Besó la cabeza de su hija y la de Krest con una sonrisa.
—Bueno, pues deja que yo hable con el director y...
—Señor Scorpio, quiero suponer —escucharon detrás y al voltear, el director había abierto la puerta—. Ah no, usted otra vez no...
Los niños ladearon la cabeza porque no entendían la expresión resignada y casi desesperada del director sólo con ver a Kardia.
—Pues sí, otra vez yo, pero yo sólo vengo por esta preciosura —besó la mejilla de Sasha que sonrió y se le pegó como garrapata.
—¿Y quién responde entonces por él? —señaló a Krest.
—Yo respondo por mi hijo —apareció la figura más importante para el azabache.
Krest se puso en pie y corrió hacia un pelirrojo que caminaba como si el mundo le perteneciera, abrió sus manitas y lo atraparon a mitad de camino subiéndolo a una altura tremenda. El niño suspiró de alegría y tranquilidad abrazando la cabeza del hombre, depositando besos en su mejilla abrazado a él como koala.
—¡Hola, papi! —sonrió feliz.
Camus Roux estaba en la escuela, tan guapo como siempre, con su cabello rojo ordenado y bien cepillado, su rostro afeitado y pulcro, su cuerpo vistiendo un traje de tres piezas en color azul medianoche, una corbata a juego y una camisa blanca inmaculada. Olía riquísimo y lo llevaba a Krest con mucho orgullo cuidando de que estuviera bien.
—Pues debo decirle a usted, que su hijo hoy se portó muy mal porque...
—Si me permite hablar primero con mi hijo, podré entablar con usted una conversación más acorde a nuestro nivel, señor director —lo cortó de tajo y sin consideración.
El director se quedó con un palmo de narices. Tensó el cuerpo y no parecía muy convencido, pero la presencia de otros adultos, le obligó a tomar control de la situación.
—Ah, pero si son otra vez los Roux —renegó uno de los recién llegados—. ¿Ahora sí serás responsable de lo que tu hijo hizo o vas a lavarte las manos como siempre, Camus?
La pregunta ríspida fue respondida por una mirada glaciar que recorrió al de la voz de arriba a abajo con indiferencia y desapego.
—Esta vez escalaré al consejo escolar —fue todo lo que se escuchó del pelirrojo.
—¡Por supuesto que escalaremos al consejo escolar! Y voy a hacer que saquen a todos los Roux de aquí y no les permitan el ingreso nunca más —prometió el padre de Hugo, protegiendo a su cachorro.
El chiquito miraba a uno y a otro. Su padre no se dignaba a mirar a nadie que no fuera su hijo y a Kardia, que mantenía la tranquilidad a pesar de que sus ojos prometían llegar hasta las últimas consecuencias.
El director seguro seguía teniendo migraña porque se acariciaba la sien con la mano derecha. El único que seguía sin su papá, era Kiki y Krest le cuchicheó al oído a su padre.
—Papi, mi amigo Kiki está solito.
Eso fue suficiente para que el pelirrojo avanzara y se acuclillara al lado del pequeño aún teniendo a Krest en brazos.
—Hola, mi nombre es Camus, soy papá de Krest, mucho gusto —le ofreció la mano.
—¿No que te llamas Acuadio? —indagó el chiquito confundido.
—Mi papá insiste en que me llamo «Kdest», pero yo soy «Acuadio» —aclaró terco.
—Luego discutiremos eso, Krest —sentenció el mayor—. ¿Quieres que te cuide mientras llega tu papá, Kiki?
—Mi papi te cuidará mucho, Kiki —apoyó el azabache al ver al duda en su amiguito.
—Bueno, está bien.
Kiki le ofreció los brazos porque si a Krest lo cuidaban abrazado, pues a él también. Simple y básica lógica infantil. Camus le sostuvo y se puso en pie con tranquilidad, acostumbrado a tener más de un pequeño en brazos.
—¿Esperamos a alguien más o podemos hablar ya de una vez, señor director? —presionó el padre de Hugo.
—Me falta el padre del pequeño Arietis —comentó el de mayor rango en la escuela—. En cuanto llegue...
—A mí no me importa que llegue o no —insistió el otro, notándose de dónde había sacado Hugo la conducta—, yo ya estoy aquí y no tengo tiempo qué perder para esperar a nadie. Empezamos ahora o nos vemos en la comisaría porque estoy harto de que mi hijo siempre tenga que pagar por la agresión de estos niños.
Sasha iba a decir algo y Kardia la calló con habilidad. Le plantó tremendo beso en su mejilla que la hizo girar la carita. La niña observó cómo su padre negaba con la cabeza y exhaló con fuerza calmando sus ánimos.
Krest mantenía silencio, sabía que si su papá estaba presente con adultos, él no abría la boquita. El que estaba amedrentado era Kiki por la agresividad que apreciaba en el cuerpo del padre de Hugo, pero fue estrechado contra un firme tórax y sintió una caricia en su espaldita que lo hizo sentirse mejor.
—Hagámoslo, no veo la necesidad de esperar —opinó Kardia—. De cualquier forma, Patrick no tiene pleito con el niño Arietis, sino con los Roux.
—¿Podría esperar afuera el pequeño Kiki? —propuso Camus preocupado por el estrés que percibía en el menor.
—Todos los niños esperarán afuera, esto es entre los adultos —sentenció Patrick y su esposa bajó la cabeza.
—Y ahí te equivocas —le atajó Camus lacónico—. Vamos a escuchar a todos los niños, pero Kiki sólo entrará cuando llegue su padre.
—¿Y para qué vamos a escucharlos? Ya sabemos lo que pasó: los Roux otra vez golpearon a mi hijo y esta vez no llegó al hospital, pero no volverá a pasar.
El director se obligó a mantener la calma.
—Entremos, que el niño Arietis se mantenga afuera esperando a su padre —ordenó.
Los padres de Hugo, Paco y Luis entraron, así como el Director. Kardia aguardó a su cuñado y Camus depositó con suavidad al pequeño en el piso con una sonrisa encantadora que le dedicaba única y exclusivamente a su familia.
—Espera aquí, ¿está bien? Cuando venga tu padre, le explicas lo que pasó —le aleccionó con voz tranquila poniendo una mano en su pequeño hombro—. Mantén la calma, estarás bien —le acarició su cabello.
—Chi, Kiki —intervino Krest con una sonrisa—. Mi papi lo va a solucionar todo, hazle caso.
El niño asentía cabizbajo, pero un movimiento por el rabillo del ojo lo alertó. Salió corriendo hacia una figura que caminaba como si el mundo se detuviera para él.
Krest miró a ese hombre, tan alto como su papá y su tío Kardia, que recibió a Kiki entre sus brazos y se detuvo intercambiando algunas palabras con él. Suspiró profundo abrazándose mimoso a su papá.
—Quiero que me hagas un favor, hijo —le llamó Camus acariciando su espaldita—. Quiero que en la oficina del Director no te guardes absolutamente nada y cuentes todo lo que pasó. ¿Está bien?
—Chi, papi.
—No se dice «chi», Krest —le corrigió en automático.
—Ay, sí en español, yes en inglés, oui en «flancés» y naí en «gliego», papi —repitió la cantaleta.
—Bien hecho —le sonrió llenando su carita de besos—. Y después hablaremos eso de Acuario...
—¿Por qué, papi? Si yo no te dije que me pusieras «Klest», tú quisiste solito —sacudió su cabeza frenético—. ¿Cuándo me «pleguntaste»? Nunca y ¡no me gusta! —frunció sus labios berrinchudo—, me gusta Acuadio porque soy el «paballedo de Acuadio», papá.
—¿Cómo vas a ser el caballero de Acuario si ni siquiera sabes decir «ataúd de cristal»? —le increpó arqueando una ceja—. Cuando hagas el ataúd se va a derretir y la diosa Athena se va a disgustar porque tu mejor técnica falló horrible.
—Pero, pero... —boqueó como pez fuera del agua.
—Nada de peros —le dio un golpecito dulce en la nariz con su índice—. Si no puedes pronunciar bien su técnica más sorprendente, no eres Acuario.
—Ohhhh —gimoteó aleteando sus manitas—. ¡No es justo, papá!
—Lo siento, pero Athena no puede darse el lujo de tener un caballero con defectos. Así que yo soy Acuario y tú estás degradado.
—¿Yo estoy dequetequé? —le miró boquiabierto con cara de «no-entendí-nada».
—Que hasta que puedas hablar bien, serás un caballero de plata o bronce.
—¿No seré un «paballedo» de oro? —reclamó histérico.
—Y serás el pupilo de Acuario.
—Jo~ —gimoteó más—. ¡No quiero ser ese, papá! —chilloteó.
—Pues lo siento, pero mientras sigas fallando en tu dicción, yo seré el santo de oro.
—Nu... esto es «hodible», no puedo ser ese, no, no...
—Pues lo serás...
Aunque por más que intentó presionar a su padre, no lo hizo claudicar.
—¡No «quiedo sed» el «paballedo del Patito», papi~!
¡Hola, mis pequeños paballedos!
El día de hoy iniciamos una nueva aventura con este personaje que robó cámara en el fic de Propuesta Indecente y que me hace tanto bien escribir.
Confío que será bien aceptado por ti y que le darás mucho amor.
La mayor parte de los contenidos en este fic serán vistos desde la perspectiva de Krest Roux, así que no habrá lemon, será una historia para todas las edades y por eso mismo, será una narrativa que desestrese los ánimos.
En caso de que te preguntes si primero debieras leer Propuesta Indecente, sería recomendable para que al menos comprendas algunas cosas que van a ir sucediendo porque muchas de las situaciones se harán en simultáneo con el otro fic. De cualquier forma, intentaré ponerte en antecedentes.
Este fic irá actualizándose cuando esté saturada con los otros dos, así que iremos lento, lento...
Desde ya, aviso que si tienes ganas de comértelo, harás fila porque van en primer sitio degelallard y Ms_Mustela.
Nos veremos pronto y...
¡Pod Athena y sus paballedos!
Pd. Agradecimientos a Degelallard, Ms_Mustela y a Mercamus por hacer mi vida tan relajada. Sus comentarios fuera de esta plataforma, así como la buena vibra, me hacen feliz.
¡Gracias, chicas!
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